
El escritor Juan Páez Ávila
en la Casa del Curarí.
Luis Eduardo Cortés Riera.
Fue en la acogedora y entusiasmada Casa del Curarí
caroreña, propiedad de los esposos Ada González y Gerardo Pérez, donde entré en
contacto primigenio con este interesante docente universitario, político,
escritor y buen amigo que es Juan Páez Ávila, allá a comienzos de la década de
1980. Genuino producto de lo que he llamado “genio de los pueblos del semiárido
larense venezolano”, Juan le ha dado aliento escritural- y de qué forma- a esa
entidad medio real y medio ficticia que es la Otra Banda torrense, un espacio
de maravilla, vasto erial geográfico que lo vio nacer hace noventa larguísimos
años, en el minúsculo y perdido caserío de diez humildes casas de bahareques,
llamado San Antonio, donde, lejano y silente, se observa en los conticinios el
majestuoso Rayo del Catatumbo.
Su infancia y adolescencia guarda notables semejanzas
con la de otros dos enormes hombres de la cultura nacidos al Oeste de la
antigua ciudad de Carora: el guitarrista universal Alirio Díaz, y el no menos
universal y desgraciado poeta Alí Lameda, muchachos campesinos olorosos a barro
cuarteado, semerucos y cardones, que desde el vientre profundo del semiárido
occidental, secano y extrovertido, salieron a la búsqueda de la fama,
reconocimiento y universalidad.
Pero, preguntémonos, ¿qué hizo a estos tres hombres
del estío, xerófilo, lejano y vaporoso, tan eminentes y portentosas figuras del
arte y la literatura? La respuesta no se hace esperar: la antigua, ciudad
genésica de Carora, ciudad levítica de la cual ha emergido como portento un auténtico
intermediario cultural, como lo entiende Michel Vovelle, que se nutre de la
cultura de élites y de la cultura popular: Don Cecilio Zubillaga Perera,
realizando para Venezuela un combate social y un originalísimo discurso barroco
que no tiene parangón en el país.
Solo que, en tanto Alirio Díaz y Alí Lameda lo
visitaron de mozuelos y recibieron sus consejos y oportunos regaños en una vida
de relato que se extingue físicamente en 1948, Juan Páez visitará postergado su
mágico aposento de la casa de habitación de Chío Zubillaga cuarenta años luego
del retiro a la inmortalidad de este genial caroreño que inventó, a su manera,
genial e idiosincrática, la cultura
popular y adelantó la Teología de la Liberación Latinoamericana mucho antes que
el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez.
La geografía es dato primario y envolvente que nos
hace comprender ese compromiso tan estrecho entre paisaje y el músico, el
poeta, el artista y escritor, idea que tempranamente avizoró el flamante
escritor en ciernes que era ya el caroreño Héctor Mujica en Contornos de una cultura regional, 1952.
Hogaño hablamos de “topofilia” gracias al sabio chino-estadounidense Yi Fu
Tuan, esa propensión emotiva que nos vincula sólidamente a la tierra, sus
aromas, sus encantos, su magia.
Es por ello que desde hace algún tiempo hablo y medito
sobre ese “triángulo colonial barroco” que constituyen las genésicas ciudades
del semiárido occidental venezolano que serán El Tocuyo, Barquisimeto, Carora y
sus innúmeros caseríos aledaños, que ven nacer como iluminados del secano
estival a Julio Garmendia, Roberto Montesinos, Rafael Cadenas, Rodrigo Riera,
Rafael Domingo Silva Uzcátegui, Luis Beltrán Guerrero, Egidio Montesinos, Pío
Tamayo, Salvador Garmendia, Gustavo Dudamel, Francisco Tamayo, Luis Alberto
Crespo, Casta J. Riera, Franco Medina, Juan Páez Ávila. Con ello quiero
destacar que la singular aventura histórica de este trío de ciudades no se
puede estudiar como estancos separados. Comprendidas al unísono daremos carta
cabal a su enorme importancia cultural a pesar de lo reducido geográfico que
representan ellas en el concierto venezolano.
Esa genialidad larense tiene dos formas básicas de
expresarse: arpegios y melodías, una;
letras y metáforas, otra. Juan Páez escogió decidido la pluma, la política y la
docencia no sé en qué momento vital para decir muchas cosas. Lo conocí en la emblemática y generosa Casa
del Curarí, mientras redactaba La Otra
Banda, novela reportaje en 1979,
y preparaba la ambiciosa y monumental obra en dos volúmenes Chío Zubillaga, caroreño universal (1981),
cuando ya había ganado el prestigioso Premio de Cuentos del diario El Nacional de Miguel Otero Silva en
1980 con el relato Atarigua 3. A la
sombra de tan emblemática planta del vasto erial torrense que es el
incandescente Curarí, nos reuníamos para redactar un impreso cultural llamado Yaguarahá,
vocablo aborigen que significa lefaria, dato, cuyo número primero recibe
aguas bautismales de ese otro Bautista que es Juan Páez Ávila el sábado 29 de
marzo de
1980, en la acogedora casa de Ada y Gerardo Pérez.
Allí se dieron
cita como miembros de la Sociedad Amigos de la Cultura (SOACU), la profesora
María Elena Ávila, como redactora y diagramadora, el Dr. Juan Martínez Herrera,
Alejandro Barrios Piña, Doctor Rafael Acosta, licenciado Luis Eduardo Cortés
Riera, Gerardo Pérez González, Honorio Lozada, Rafael Pernalete Silva, Vidal
Rodríguez, Luz Lozada, Pura Lozada, Luis Eduardo Crespo, Víctor García Müller,
Auristela de Castellanos, profesor Edgardo Lugo Infante, Carlos Curiel Herrera,
Cecilia Hurtado, Luis Álvarez Vásquez, licenciado Juan Páez Ávila, Miguel
Ocanto, José Numa Rojas, Carlos Miguel Pérez, Adda de Pérez Barrios como
anfitriona. El escritor Antonio Crespo Meléndez, padre de Luis Alberto Crespo,
se excusó por motivos de salud, reza el extinto El Diario de Carora.
En la acogedora Casa del Curarí de la calle Contreras,
apadrinados por Juan Páez Ávila, emergieron varias iniciativas formidables: el
Paro Cívico pro núcleo universitario para Carora en febrero de 1983, el
Concurso Literario Cecilio Zubillaga Perera, el apoyo a Juan Páez para su
candidatura al senado y diputación de la Republica, donde resulta elegido en
las planchas del Movimiento Al Socialismo, MAS.
Entre espumeantes copas nos cuenta Juan Páez que emergió
a la política y a la cultura cuando se entera en su tierra nativa
sanfrancisqueña, siendo muchacho, que un golpe militar, cobarde y artero,
derriba al presidente y novelista Rómulo Gallegos en noviembre de 1948, “un
impacto intelectual-espiritual, un compromiso”, dice. Se une al partido Acción
Democrática, como una manera de restituir al autor de Canaima en la presidencia.
En una biblioteca fundada entonces en el pueblo de San
Francisco, lee con fruición adolescente la polémica del disonante Chío Zubillaga
entablada con el muy conservador padre Pedro Felipe Montesdeoca, otra con
Argimiro Gabaldón, en las páginas de El
Diario de Carora y en el legendario impreso Cantaclaro. En la escuela primaria fue estimulado grandemente con
consejos, libros y periódicos por el hoy injustamente anonimizado educador, el
primero graduado que enseña en San Francisco: el muy joven Luis Enrique Gómez,
“un maestro amigo, una deuda espiritual”, que seguramente estaba influido por
los ideales de la Escuela Nueva de John Dewey. “Introdujo variantes a la
programación oficial, tales como el deporte, artesanía, música, actividades
teatrales, y en cierto modo la política. Tenía, sí, ideales marxistas”,
rememora pensativo Juan Páez.
Entra en contacto Juan Páez con el marxismo soviético
en las aulas del legendario Liceo Lisandro Alvarado barquisimetano, donde
conoce de seguro y en sus mocedades al poeta Rafael Cadenas, Héctor Mujica y al
sabio docente José Manuel Briceño Guerrero. Funda un periódico que enfrenta a
la dictadura perejimenista de nombre Combate,
entra en relación con una aguerrida dama adeca que con gran coraje dirigía la
resistencia a la dictadura: Dori Parra
de Orellana.
Asistió a reuniones clandestinas con un dirigente
juvenil Luis Emilio Muñoz Oraá, al que luego conoce quien escribe en la
Universidad de Los Andes y su magnífica Escuela de Historia. La policía los
detecta y huye a Caracas donde vive tres años oculto, conoce a Bayardo Sardi.
Finalmente, la temible Seguridad Nacional lo detiene en 1956. Vivió la lucha
interna en AD en clandestinidad y que después de 1958, con la caída de Pérez
Jiménez, resulta en la aparición disidente del MIR y del PRIN. Lucha por la
integración de la izquierda, y al no lograrlo se dedica fundamentalmente a la
vida universitaria. En la Escuela de Periodismo de la Universidad Central de
Venezuela, fundada en 1946 durante el “Trienio Adeco”, se reunirá en la
docencia con Federico Álvarez, Héctor Mujica, Eleazar Díaz Rangel, Miguel
Acosta Saignes, militantes del Partido Comunista de Venezuela.
Nos dice a los reporteros de Yaguarahá, que su novela La
Otra Banda recibe influencias galleguianas por aquello del latifundio, una
situación parecida a la de San Francisco, Distrito Torres, pero con
características diferentes a la que narra Doña
Bárbara: “Me sentí obligado a escribirla. Rescatar la historia, leyendas,
mitos y fantasmas que hubo en la Otra Banda.” La lucha entre civilización y
barbarie.
Cuenta cómo llega a Don Cecilio “Chío” Zubillaga
Perera (Carora,1887-1948), “ese estrafalario, muy inteligente, loco o
ermitaño”, buscando personajes para reflejar la vida de Carora y el Estado
Lara. Descubre que era un gran pensador, muy sólido, de una gran formación
intelectual y religiosa. “Por esto decidí estudiarlo a fondo para encontrar un
hombre universal, dedicado al combate social en la Venezuela gomecista”, valora
Juan Páez.
Para escribir el cuento El balcón de los Álvarez, (1981), nos dice Juan Páez que entrevistó al médico Dr. Pablo Álvarez Yépez,
un hombre angustiado por la Carora que ve desaparecer ante sus ojos, que
lamenta la transformación que provoca la corrupción, fenómeno negativo que ha
tocado las puertas de los godos de Carora. La señorial casa de este culto
galeno es una puerta a la historia: allí sufrirá Bolívar un conato de magnicidio
en 1821, es asesinado a machetazos el Indio Reyes Vargas, recluyen al fraile
Ildefonso Aguinagalde, el de la maldición famosa, poco antes de su expulsión de
su lar nativo.
Con los integrantes de la Sociedad Amigos de la
Cultura, SOACU, que es un grupo plural ideológicamente hablando, escucha
atentamente y en compañía de su amigo, el médico Agustín Ibarra Gallardo, las
maravillosas anécdotas de los “seretones”, una suerte de espíritus burlones que
habitan las casas de la calle Lara de Carora, los cuentos de Alejandro Barrios,
“Andoche”, sobre el hombre que se queda dormido en unos sacos de sal dejando
impresa su figura allí. “Realismo mágico”, asentía Juan Páez al oír aquellas
anécdotas que solo son posibles en el “vasto erial caroreño.”
Larga vida al nonagenario que es Juan Páez Ávila,
figura cumbre de la literatura del semiárido occidental larense venezolano, que
ha creado un auténtico universo literario, cosa que logran contados escritores.
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Este artículo
fue escrito a petición del Dr. Reinaldo Rojas, y el profesor Julio Bolívar,
escritores e historiadores, que es como una misma cosa, en Carora, Municipio
General de División Pedro León Torres, el día 26 de marzo de 2024. el 25 de
mayo de 2025 nos hemos enterado compungidos de la desaparicion fisica del
escritor Juan Paez Avila a la edad de 91 años en la ciudad de Caracas.