
El Genio de los Pueblos del
Semiárido
occidental larense venezolano.
Ensayo de comprensión.
Luis
Eduardo Cortés Riera.
Introducción.
Hace un lustro
aproximadamente comenzamos a plantearnos una categoría de análisis explicativa
de lo que en un principio hemos llamado tentativamente “genio de los pueblos
del semiárido larense venezolano”, un intento de comprender el enorme e
indiscutido significado histórico y cultural de esas tierras secas y xerófilas,
el contenido particular e idiosincrático de sus manifestaciones sociales, sus
modos de vida, que lo hacen aparecer como un cuadro diferenciado y específico
histórico y cultural en el concierto de la nación venezolana.
No nos ha resultado
fácil, puesto que no existen antecedentes historiográficos que aborden el
semiárido como problema de investigación concreto. Fue entonces cuando oímos a
Reinaldo Rojas decir que la historia del semiárido larense está por hacerse.
Rojas había creado desde 1995 su excelente propuesta de la Región Barquisimeto en el tiempo histórico colonial, que es mucho
más amplia que el semiárido en ella contenido. Ella abarca tres entidades
federales occidentales venezolanas del presente, esto es, Lara, Yaracuy y
Portuguesa, pero como sabemos, el núcleo articulador de esta Región se sitúa en
el semiárido larense: la ciudad de Barquisimeto, a lo que debemos agregar dos
ciudades del siglo XVI: El Tocuyo fundada en 1545 y Carora fundada en 1569, y
una red de pueblos de ascendencia aborigen que hacen vida con éxito en estos
medios de escasa humedad, suelos arenopedregosos, rala vegetación y elevadas
temperaturas. Un excelente trabajo de Rojas que, desde una perspectiva de historia
social, avanza hacia la construcción del espacio geohistórico de Barquisimeto,
su poblamiento, estructura económica y social, clases sociales y poder, hasta
llegar finalmente a la cultura y sociedad. Esta perspectiva, magnífica por lo
demás, no aborda el espacio geográfico de semiárido larense de forma específica
y puntual. Tal es nuestro propósito, darle dimensión epistémica particular a
esa amplia geografía del semiárido larense donde se ubican las tres grandes
ciudades fundadas en el genésico siglo XVI: El Tocuyo, Barquisimeto y Carora,
bajo unas novedosas visiones alimentadas por el materialismo cultural de Marvin Harris, la semiósferas de sentido del soviético Yuri Lotman (1922-1993) y la
geografía humanística del chino estadounidense Yu Fi Tuam y el chileno
venezolano Pedro Cunill Grau, recientemente fallecido.
Si bien es cierto que la Región Barquisimeto
de Reinaldo Rojas arranca desde un piso fuertemente basado en el espacio
geográfico, una estructura socio-espacial, sobre la cual se monta una estructura
demográfica, una estructura económica que da paso a una estructura social, para
finalmente llegar a la conformación de una cultural regional, nosotros
trataremos en lo posible de establecer la relación compleja de los paisajes
semiáridos larenses en la estructuración de una identidad geocultural como la
proponen Marvin Harris y Yuri Lotman. Tanto
geografía como cultura son ingredientes de pertenencia colectiva, dos
dimensiones que se influyen mutuamente. A ello agregaremos que estos “vastos
eriales larenses” agregan una dimensión estética y emocional o topofilia como
lo plantean el chino estadounidense Yi Fu Tuam y el chileno venezolano Pedro
Cunill Grau. Como se verá, son tres enfoques novedosos, recién introducidos al país y que hemos
descubierto en fechas cercanas, y que por ello estimularon grandemente y de
manera efectiva el deseo de construir la categoría Genio de los pueblos del
semiárido occidental larense venezolano.
Fernand Braudel
escribió en 1949 en su monumental obra El
Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, unas
palabras que nos influyeron decisiva y enormemente, cuando al inicio, en la
página 12, dice: Amo apasionadamente al
Mediterráneo, tal vez porque, como
tantos otros, he llegado a él desde las tierras del norte. Cosa y situación
análoga a la nuestra, pues nacido en las elevaciones andinas del Estado Lara
venezolano, conocí de manera abrupta e inesperada las tierras del “vasto erial”
(la expresión es de Chío Zubillaga) de esa misma entidad federal. Sucedió a nuestra
tierna edad de 8 años cuando recibimos el fuerte impacto de otra geografía muy
distinta a la de Cubiro, poblado andino a 1.500 metros sobre el nivel del mar,
brumoso y húmedo, con personas apacibles e introvertidas, para ir a dar de
golpe y porrazo a Carora en septiembre de 1960, otro escenario de la geografía
venezolana seco, árido y soleado, situado a 450 metros sobre el nivel del mar,
con gentes extrovertidas, locuaces y que empleaban una lengua castellana con
matices fonéticos y significados distintos a los que habíamos dejado atrás en
la serranía andina. Entramos a una distinta semiósfera de sentido lotmantiana,
lo cual nos obliga a construir de manera súbita y atropellada, en poco margen
temporal, otra topofilia, constituir distinto apego afectivo y sentimental a la
tierra xerofítica, según la entienden Yuam y Cunill Grau. No resultó ser cosa
fácil y a veces fue traumática, lo que nos hizo recordar el tránsito de Octavio
Paz de niño desde el México revolucionario a las aulas de clase californianas
en los Estados Unidos. Dejemos que sea el propio Octavio Paz quien lo relate:
Recuerdo vagamente
el primer día de clases: la escuela con la bandera de los Estados Unidos, el
salón desnudo, los pupitres, las bancas duras. Ese primer día tuve un pleito con
mis compañeros norteamericanos. Se rieron porque no pude decir spoon a
la hora del lunch. Carcajadas y algarabía: "¡Cuchara,
cuchara!". Comenzaron las deformaciones verbales y el coro de las
risotadas. A la salida, en el patio, me rodeó el griterío. Algunos se me
acercaban y me echaban a la cara, como un escupitajo la palabra infame: ''¡cuchara!".
Todo terminó en puñetazos. No volví a la escuela durante quince días; después,
poco a poco, todo se normalizó: ellos olvidaron la palabra cuchara y yo
aprendí a decir spoon. (OCTAVIO PAZ POR ÉL MISMO,1914-1924). Reforma, 6
de abril de 1994, pp. 12D y 13D.
En
nuestra Carora de forzada adopción sufrí de manera parecida al mexicano. La
maestra de tercer grado nos obliga a mascar en el aula de clases insoportables
ajíes “chirereres” que nos hicieron brotar lágrimas frente a nuestros burlones
compañeros, los juegos eran violentos en extremo. En una ocasión fuimos
“fusilados” con una dura pelota de béisbol con certeros bolazos al estómago. El
apellido que nos identifica fue cambiado del desconocido y extraño Cortés, de
prosapia de los Andes, al más cotidiano de Porteles del semiárido caroreño.
Éramos y nos sentíamos una suerte de extranjeros dentro de una misma patria.
Hubo, en consecuencia, que adaptarnos a una distinta semiósfera productora de
sentidos o geoidentidad, y también crearnos una nueva geografía sentimental o
topolilia. Nuevos vocablos, nuevas especies vegetales xerofíticas, calor
intenso superior a los 30 ° centígrados, zancudos y cigarras cantarinas en
extremo, una gastronomía centrada en los caprinos y el cerdo, arquitectura
colonial barroca, y la conciencia de que existía en estos parajes
semi-desérticos un fenómeno social muy particular, una singularidad histórica:
los patricios caroreños o godos de Carora, clase social dominante con nítidos
rasgos de casta, que ejercía y ejerce hogaño una auténtica hegemonía ideológica
y cultural en Carora, hablando en términos gramscianos.
Estos patricios caroreños, así llamados por
Ambrosio Perera en Historial genealógico
de familias caroreñas (1967),
ocasionaron un fuerte y durable impacto emocional en quien escribe, pues los
bancos y reclinatorios de la iglesia de San Juan Bautista tenían el nombre de
las familias patricias que los usaban en exclusividad. Se nos dijo que antes de
1951 si algún pardo, negro o de las clases populares era sorprendido sentado en
alguno de estos muebles, era conminado a levantarse inmediatamente y sin
protestas de ellos. Debemos a los Reverendos Padres Escolapios españoles la
eliminación de tan grotesca, antidemocrática y poco cristiana conducta que
tenía recónditas raíces coloniales.
Nuestra modernidad,
si acaso puede usarse tal término, es una modernidad barroca e incompleta, pues
no ha terminado de realizarse acá entre nosotros la fusión en el mestizaje
étnico, lo que en el resto del país se logró en el siglo XVIII. Quiero decir
que acá ha persistido el sentido excluyente y de casta que se erosionó y sufrió
un enorme desgaste con la violencia durante la Gesta Magna (1811-1823) y la
Guerra Federal (1859-1863). Los paladines de tan curiosa singularidad social en
la primavera del siglo XXI son los llamados “godos de Carora” o “caras
colorá”. Ellos son los introductores de la modernidad europea y
norteamericana a la ciudad del Morere, pero también se han anclado en conductas
decididamente premodernas, como la de un catolicismo ortodoxo que viene del
Concilio de Trento del siglo XVI, así como en unas relaciones sociales y
familiares basadas en una persistente endogamia biológica y espiritual, que
habría asombrado al mismísimo Gabriel García Márquez. Una
frontera geográfica, mental, religiosa, espiritual, legal, física, racial y de
sensibilidades en cuanto al rigor de los tiempos, de las campanadas de la
iglesia, del ritual, de los rezos, del recelo hacia las castas, nos dice
Alejandro Cardozo Uzcátegui.
. .
.
El materialismo
cultural, la semiótica
cultural, la geografía de las sensibilidades y la Región Barquisimeto.
El presente ensayo
tiene como fundamentos teóricos las aportaciones del materialismo cultural de Marvin Harris, las del soviético Yuri
Lotman (1922-1993) y su Círculo o Escuela de Tartu-Moscú, sobre las identidades
geoculturales colectivas, estudiadas en un marco más amplio llamado semiótica
cultural, por un lado; y por el otro con la geografía humanística o de las
sensibilidades del chino estadounidense Yi Fu Tuam y el chileno venezolano
Pedro Cunill Grau, así como la Región
Barquisimeto del venezolano Reinaldo Rojas. Hemos notado con enorme
satisfacción que tales enfoques convergen al destacar el anclaje geográfico de
las manifestaciones intersubjetivas de la cultura. Un impulso significativo y
fundante para nuestros empeños ha sido la categoría de análisis Región Barquisimeto, creada en 1995 por
Reinaldo Rojas y que se ha constituido el basamento de nuestras búsquedas para
entender el semiárido larense venezolano.
Nos ha resultado
sumamente útil para nuestro estudio, en desarrollo, en el proceso de crear la
categoría de análisis “Genio de los pueblos del semiárido larense venezolano”,
el trabajo de los uruguayos Juan Manuel Montoro y Sebastián Moreno Barreneche
que lleva por título: Semiósfera y
límites geográficos. El aporte de la semiótica de la cultura de Yuri Lotman al
estudio de las identidades geoculturales (2022); en tanto que en lo
relativo a la geografía humanística o de las sensibilidades ha resultado muy
relevante e imprescindible la obra Geohistoria de la sensibilidad en Venezuela
(2004), de Pedro Cunill Grau, un adelantado discípulo de Yi Fu Tuan y Fernand
Braudel en nuestro país. Tanto geografía como cultura son ingredientes de
pertenencia colectiva, dos dimensiones que se influyen mutuamente.
Lotman ha
desarrollado un concepto que ha llamado semiótica del espacio, en el cual se
abordan los componentes territoriales de las identidades geoculturales,
entendiendo la cultura como un texto, en concordancia con los aportes de la
semiología de Ferdinand de Saussure y la semiótica de Charles Pierce. Garduño
Oropeza y Zúñiga Roca en su trabajo La Semiótica de Lotman en la
Caracterización Con conceptual y Metodológica de la Organización como Cultura
(2012) hacen de entrada una importante cita del filósofo Ernst Cassirer:
El hombre, por decirlo, ha descubierto un
nuevo método para adaptarse a su ambiente. Entre el sistema receptor y el
sistema efector, que se encuentran en todas las especies animales, hallamos
como eslabón intermedio algo que podemos señalar como sistema “simbólico”. Esta
nueva adquisición transforma la totalidad de la vida humana. Comparado con los
demás animales el hombre no sólo vive en una realidad más amplia sino, por
decirlo así, en una nueva dimensión de la realidad [...] El hombre no puede
escapar a su propio logro [...] ya no vive solamente en un puro universo físico
sino en un universo simbólico. El lenguaje, el mito, el arte y la religión
constituyen partes de este universo, forman los diversos hilos que tejen la red
simbólica, la urdimbre complicada de la experiencia humana.
El
filólogo soviético Yuri Lotman crea el concepto de semiósfera, es decir una
capa de sentido que, operando a modo de metáfora de las esferas terrestres
(atmósfera, ionosfera o biosfera) hace aplicable la vida al caso cultural y,
específicamente, al marco de relaciones humanas. Una aportación fundamental de
la semiótica de Lotman la da la idea de “semiósfera” donde cualquier sistema
sígnico que presente niveles de convencionalidad o socialización y que, por lo
tanto, esté delimitado es, por lo mismo, susceptible de ser entendido como
“cultura”. A partir de esto podemos identificar a la cultura como producto de
una serie de intercambios comunicativos que se entreteje para dar lugar a actos
relacionados, por un lado, con nuestra condición humana, por otro, con un
ecosistema y, por último, con los objetivos específicos de un marco operativo
de relaciones, es decir, la organización.
Por identidad
geocultural entendemos una configuración discursiva de sentido anclada en una
materialidad o un hecho geográfico específico, al que se toma como constitutivo
de un núcleo semiótico que se utiliza para unir a un grupo de personas en
términos de una pertenencia identitaria. Las identidades geoculturales son
artefactos discursivos, esto es, artificios construidos a través de la
manipulación de signos y discursos y que tiene por objeto de identificación un
espacio geográfico determinado, al que se le atribuyen determinados rasgos
culturales considerados como diferenciales
Emilas Darlene
Carmen Lebus escribe que “Una corazonada fecunda que llevó a interrogar
al espacio geográfico desde la semiótica es la intuición de que éste es algo
más que "naturaleza" y "cultura" (en el sentido de obras y
procesos de transformación antrópica del medio geográfico), pues existe una
dimensión de sentido que se proyecta en la trama de relaciones espaciales,
inherente a los procesos de apropiación "productiva" del espacio.
Esta apropiación no es tan sólo económica, social o política, sino
"primariamente" una construcción semiótica. Su estudio requiere un
posicionamiento dialéctico para captar las relaciones contradictorias y
mutuamente condicionadas que se establecen entre la materialidad bruta del
espacio y la construcción de sentido sobre éste. Para penetrar en esta
dimensión semiótica del espacio.
Dicho
esto, de manera muy sumaria, continuemos con lo de las identidades
geoculturales o comunidades imaginadas como las llama
Benedict Anderson, serían una más de las “variadas manifestaciones de la
cultura humana” que interesaban a Lotman y su Círculo.
La geografía del
semiárido larense venezolano y la presencia humana.
Hay una historia natural local, dice Edilberto Ferrer Véliz (Torres, presente y futuro, 2006, págs..
39 y ss), desarrollada a lo largo de millones de años del tiempo geológico, lo
que ha dado lugar a rasgos ecológicos locales, actuales, los cuales han sido
afectados cada vez más profundamente durante los últimos siglos por la cultura
humana. Tales efectos fueron bastante leves durante la época precolombina, dada
la escasa población, luego comenzaron a acentuarse con la colonización,
iniciada hace cinco siglos, a lo largo de los cuales fueron introduciéndose
profundos cambios con la incorporación de especies vegetales y animales de
origen foráneo capaces de tolerar la sequedad del ambiente y ocupar nichos
vacíos, así como la extinción de animales que servían de alimentos
a los aborígenes, el uso de alguna tecnología, primero rustica y luego
aquella evolucionada, hasta llegar a la actual situación deprimida en la mayor
parte del área y la escasa prioridad que el estado nacional le concede.
Dramático es constatar el daño ecológico que producen hogaño la empresa
carbonera que con apoyo estatal, extraen ingentes cantidades de tan preciado
carbón para ser exportados. Miles de cujíes, veras, yabos, jebe, palo de
Brasil, curarí, se considera que en 10 parroquias del Estado Lara se ha
disminuido la mitad de los bosques xerofitos. Destruir estos bosques del secano
es destruir la cultura humana sobre ella edificada.
Los sistemas sociales que habitan los xerosistemas regionales, escribe
Ferrer Véliz, ha percibido la realidad ambiental que las envuelve y ha actuado
históricamente con tenacidad y perseverancia, donde conviven dos universos bien
definidos: el urbano de las grandes ciudades y el rural mucho más amplio, y
donde la población encara frontalmente los avatares de un entorno seco y
tórrido con éxito, con variadas iniciativas, a lo largo del tiempo histórico
esta situación, donde de acuerdo a su propio testimonio, se sienten a gusto (pág.
40)
Se ha desarrollado
una agricultura de cosechas de secano condicionada por una endémica falta de
humedad con rubros como zábila, ágave cocuy, hortalizas, caña de azúcar,
pastos. El déficit hídrico afecta la cría de animales en libre pastoreo de caprinos
y bovinos, dadas las limitaciones del abrevadero de rebaños. Sin embargo y venciendo enormes adversidades se ha creado en el
semiárido larense la única Raza aclimatada a los adversos e inclementes climas
tropicales: la Raza Carora. Ella es el resultado del cruce genético del ganado
amarillo de Quebrada Arriba o bos Taurus, traído por los españoles hace tres
siglos con razas europeas Pardo Suizo que adelantaron por los años 1930 los
patricios caroreños de la familia Herrera, Teodoro y Ramón, con ayuda de
ignorados peones de hacienda.
Existe una muy interesante estrategia
ecológica de vida que nos describe Ferrer Véliz (pág. 42) que incide
significativamente en las representaciones e imaginarios humanos, tal como lo
entiende Gilbert Durand, esto es, formas de
simbolización según las geografías, como las distintas maneras de vivir la
muerte. Del mismo modo, los tiempos lineal y cíclico corresponderán a
diferentes maneras de ver la Naturaleza y los dioses, formas de otredad que son
una radiografía de las culturas. Lo universal de lo imaginario, así presentado,
se nos antoja una manera de reencantar el Mundo. (Mabel Franzone, 2005). Se
trata de los pulsos ambientales, una de las facetas más interesantes de los
ecosistemas de medio seco del xerosistema, consistente en el desencadenamiento
repentino de una extraordinaria e intensa actividad biológica, como respuesta
al mejoramiento momentáneo de las condiciones de humedad (Ferrer Véliz, pág.
42)
Es el maravilloso proceso de renacimiento del desierto y del semiárido,
donde la vida suspendida, vida latente o dormancia
en semillas, quistes, huevos o partes vegetales o como individuos, se mantienen
por largos periodos de tiempo, meses y año, protegidos de la hostilidad del
medio mientras las condiciones ambientales no mejoren. Cuando las condiciones cambian y se hacen más
benignas por las lluvias se inicia entonces un veloz proceso fenomenológico
manifiesto en la germinación o reactivación simultánea de vidas vegetal y animal
en crecimiento y madurez sexual y generación de descendencia, semillas,
vástagos, huevos, etc.- que hace posible a la comunidad , no solamente
aprovechar la bonanza actual , sino que permite la formación y acumulación de
reservas , las cuales, al cesar el periodo benigno y comenzar nuevamente la
hostilidad ambiental creada por la falta de humedad , garantizan la
supervivencia de la biota-en estado de letargo o de latencia- durante el
prolongado periodo de sequía .
Es entonces, continua Ferrer Véliz, durante el clímax de cada pulso
ambiental -periódico u ocasional- cuando
ocurre la producción de yemas, semillas, huevos o quistes que van a constituir
la base biológica para desencadenar un nuevo “pulso”, como respuesta a una
eventual bonanza, cuando las disponibilidades de humedad alcancen niveles
aprovechables. ¿No es caso este proceso
cósmico una metáfora de vida y muerte, una vivencia de sentido como la entiende
Paul Ricoeur en La metáfora viva,
1975, que ha producido una ética y una cultura en los semiáridos del mundo y de
Venezuela?
El desierto y los semiáridos han servido como escenario literario y
poético para algunas de las frases más emblemáticas de la historia. Desde las
antiguas civilizaciones hasta la literatura contemporánea, el paisaje desértico
ha inspirado a escritores, filósofos y artistas a crear expresiones que
perduran en el tiempo. Estas frases, cargadas de simbolismo y significado, nos
invitan a explorar las profundidades del desierto, tanto físico como emocional,
y a reflexionar sobre nuestra propia existencia en este vasto y enigmático
territorio.
Veamos como la vegetación xerofítica, expresada en el icónico árbol del
dividive (libidibia coriaria), hace
escribir al guitarrista y escritor Alirio Díaz: “Cualquier gesto del viento o
de la brisa bastaba para que, con el crujido entrañable de tus mismos brazos
tarareases tu musical mensaje: un sonsonete reiterativo y sugestivo que debió
asemejarse al que aprendieron hombres y pájaros de inmemoriales parientes
tuyos”. Intensa “topofilia” como se ve, tal como la entiende Yi Fu Tuam, que se
trasparenta en el maestro universal de la guitarrística nacido en el vientre
profundo de la Otra Banda del semiárido larense venezolano.
La semiósfera de
Yuri Lotman.
Nos ha resultado sumamente útil para nuestro estudio en proceso de
desarrollo de crear la categoría de análisis “genio de los pueblos del
semiárido larense venezolano”, el trabajo de los uruguayos Juan Manuel Montoro
y Sebastián Moreno Barreneche que lleva por título: Semiósfera y límites
geográficos. El aporte de la semiótica de la cultura de Yuri Lotman al estudio
de las identidades geoculturales (2022); en tanto que en lo relativo a la
geografía humanística o de las sensibilidades ha resultado muy relevante e
imprescindible la obra Geohistoria de la
sensibilidad en Venezuela (2004), de Pedro Cunill Grau, un adelantado
discípulo de Yi Fu Tuan y Fernand Braudel en nuestro país. Tanto geografía como
cultura son ingredientes de pertenencia colectiva, dos dimensiones que se
influyen mutuamente.
Yi-Fu
Tuan da mayor énfasis a la imaginación del entorno. Analiza el nexo afectivo
entre la gente y el lugar, subrayando las formas de percibir el entorno. Los
lugares tienen capacidad para crear imágenes. Ciertos lugares tienen gran
capacidad para excitar sentimientos de topofilia o lugares con los que el
hombre establece lazos afectivos ya que evocan experiencias agradables. París,
Liliana. (2023) NARRATIVAS ESPACIALES. Geografía
humanística.https://visiones.uniandes.edu.co/lparis/2021/03/12/geografia-humanistica.
Lotman ha
desarrollado un concepto que ha llamado semiótica del espacio, en el cual se
abordan los componentes territoriales de las identidades geoculturales,
entendiendo la cultura como un texto, en concordancia con los aportes de la
semiología de Ferdinand de Saussure y la semiótica de Charles Pierce. Garduño
Oropeza y Zúñiga Roca en su trabajo La Semiótica de Lotman en la
Caracterización Con conceptual y Metodológica de la Organización como Cultura
(2012) hacen de entrada una importante cita del filósofo Ernst Cassirer:
El hombre, por decirlo, ha descubierto un
nuevo método para adaptarse a su ambiente. Entre el sistema receptor y el
sistema efector, que se encuentran en todas las especies animales, hallamos
como eslabón intermedio algo que podemos señalar como sistema “simbólico”. Esta
nueva adquisición transforma la totalidad de la vida humana. Comparado con los
demás animales el hombre no sólo vive en una realidad más amplia sino, por
decirlo así, en una nueva dimensión de la realidad [...] El hombre no puede
escapar a su propio logro [...] ya no vive solamente en un puro universo físico
sino en un universo simbólico. El lenguaje, el mito, el arte y la religión
constituyen partes de este universo, forman los diversos hilos que tejen la red
simbólica, la urdimbre complicada de la experiencia humana.
Lotman
crea el concepto de semiósfera, es decir una capa de sentido que, operando a
modo de metáfora de las esferas terrestres (atmósfera, ionosfera o biosfera)
hace aplicable la vida al caso cultural y, específicamente, al marco de
relaciones humanas. Una aportación fundamental de la semiótica de Lotman la da
la idea de “semiósfera” donde cualquier sistema sígnico que presente niveles de
convencionalidad o socialización y que, por lo tanto, esté delimitado es, por
lo mismo, susceptible de ser entendido como “cultura”. A partir de esto podemos
identificar a la cultura como producto de una serie de intercambios
comunicativos que se entreteje para dar lugar a actos relacionados, por un
lado, con nuestra condición humana, por otro, con un ecosistema y, por último,
con los objetivos específicos de un marco operativo de relaciones, es decir, la
organización.
Dicho
esto, de manera muy sumaria, continuemos con lo de las identidades
geoculturales. identidades geoculturales o
comunidades imaginadas serían una más de las “variadas manifestaciones de la
cultura humana” que interesaban a Lotman y su Círculo de Tartu-Moscú.
Cesar González Ochoa dice en Fronteras
de cultura. Pág. 37 que Un sistema semiótico llega a su punto
de máxima organización cuando es capaz de describirse a sí mismo; es cuando se
escriben las gramáticas, cuando se codifican las costumbres y las leyes, cuando
se explicitan las normas y las reglas que gobiernan una cultura. Cuando esto
ocurre, el conjunto está más organizado, más ordenado, pero debe pagar un
precio, ya que pierde potencial de desarrollo dinámico, pues se comienzan a
agotar las reservas internas de indeterminación, que son la fuente de la
flexibilidad. La autodescripción es la respuesta a la amenaza de pérdida de
unidad y definición, debido a que la diversidad cultural puede llevar a la
desintegración
La Región Barquisimeto de Reinaldo Rojas.
La Región Barquisimeto, asumida como historia social, creación magnífica
de Reinaldo Rojas es una admirable expresión de una historia conceptual, la que
tiene un fundamento, un excelente piso geográfico, cuyo abordaje ha sido tomado
de la historiografía francesa de la Escuela de Annales. De hecho, el autor la ha dedicado su obra a
dos de sus más insignes figuras: Marc Bloch y Pierre Vilar “a cuyas enseñanzas
a través de sus obras han motivado la realización de esta tesis doctoral”,
valora Reinaldo Rojas, Ramón
Tovar y el palestino-venezolano Dr. Kaldone Nweheid.
La geografía en un dato de primer orden en el análisis histórico y así
lo ha asumido plenamente el Dr. Reinaldo Rojas cuando en 1995 nos presenta su
monumental investigación, editada por la Academia Nacional de la Historia de
Venezuela: Historia social de la Región
Barquisimeto en el tiempo histórico colonial, 1520-1810. Acá están
presentes las improntas de geohistoriadores como Pierre Vilar, Fernand Braudel,
Ramón Tovar, Oliver Dollfus, Pierre Georges, S. J. Hermann González Oropeza,
José Manuel Guevara Díaz, a los que debemos agregar Alejandro Humboldt, Agustín
Codazzi, Yves Lacoste, Francisco Morales Padrón, Pablo Perales Frigols, y por
supuesto el Dr. Pedro Cunill Grau. La
Región Barquisimeto de Reinaldo Rojas es una magnifica categoría de análisis
eminentemente histórica y geográfica.
Marc Bloch, creador de la
historia de las mentalidades, sin embargo, nos llama a tener una visión de
conjunto para clasificar e interpretar los pequeños accidentes del paisaje.
Pierre Vilar, por su parte, nos induce a tomar en cuenta las estructuras regionales
de la sociedad, para poder lograr lo que él ha postulado como geógrafo e
historiador lo que ha llamado la historia total, postulado primordial que se
expresa en su colosal obra Cataluña en la
España moderna (1978), un hecho diferencial en España contemporánea. Allí conviven dos medios: el natural y el
histórico, indisolublemente ligados el uno al otro. En el tomo primero de tres
dice Vilar: Importa precisar, en el inicio de un trabajo de
historia, la extensión territorial del hecho que va a ser sometido a
observación. La consulta de las fuentes sugiere siempre, y a veces exige,
atenerse a las delimitaciones administrativas. Pero no hay que aceptar estas
delimitaciones más que con la plena consciencia de lo que valen. Sin lo cual se
comprometería, en el término del estudio, su propósito principal, consistente
en definir mejor el objeto estudiado.
La deuda de Reinaldo Rojas con Pierre Vilar es evidente cuando dice en
su Historia social de la Región Barquisimeto (1995) que va a hacia la
aplicabilidad del enfoque se la historia social a un espacio geográfico
regional, la denominada por nosotros Región Barquisimeto. (pág. 21), la cual
salta los límites administrativos políticos y nos coloca ante una realidad
social e históricamente construida que comprende tres estados de nuestra
geografía política venezolana, esto es, Lara, Portuguesa y Yaracuy, cuyo centro
dinamizador poblacional, económico y cultural será la ciudad de Barquisimeto,
hogaño la capital del Estado Lara. El espacio geográfico ha sido convertido en
producto social (pág. 37).
Una pequeña
obra de Vilar, Historia de España
(1963-1999), que presenta admirable actualidad, comienza con el medio natural:
“El Océano. El Mediterráneo. La Cordillera Pirenaica. Entre estos límites
perfectamente diferenciados, parece como si el medio natural se ofreciera al
destino particular de un grupo humano, a la elaboración de una unidad
histórica.” (pág. 13), idea que nos hizo repensar el semiárido larense
venezolano en su originalidad económica, social, étnica y cultural, las
vigorosas particularidades de su clima soleado la mayor parte del año , su
relativo aislamiento por las serranías que la circundan: el Sistema Coriano al
norte, la Cordillera de los Andes al sur, la Cordillera de la Costa el Este, la
Serranía de Ziruma al occidente, nos anima pensar a la manera de Vilar sobre la
Península Ibérica, que se trata en cierta medida el semiárido larense de una
suerte y guardando las dimensiones de ser histórico aparte. Barquisimeto,
afirma Kaldone Nweheid, no es andina, ni central, ni llanera, ni antillana,
sino una frontera de transición cultural en forma de nudo que le confiere una
idiosincrasia particular en Venezuela (Reinaldo Rojas De Bariquecemeto a Barquisimeto, págs. 13 y 14).
El centro geográfico,
poblacional, económico, político, emotivo y cultural de la Región Barquisimeto
de Reinaldo Rojas será el bolsón semiárido del Estado Lara, asiento primario y
definitorio de lo que hemos llamado “triángulo colonial barroco”, constituido
por tres ciudades de blancos fundadas en el genésico siglo XVI: El Tocuyo
(1545), Barquisimeto (1552) y Carora (1569), poblados que conservan sus
topónimos aborígenes, que irradian su innegable hegemonía cultural de signo
hispánico y canario en diversos ámbitos sobre una multiplicidad de poblados de
raigambre aborigen y africana: Quíbor, Duaca, Sanare, Bobare, Yaritagua, Guama,
Cocorote, San Felipe, Siquisique, Río
Tocuyo, Aregue, Cubiro, Humocaro Alto, Humocaro Bajo, Cabudare, Araure,
Acarigua, La Aparición, es decir lo que
llama Reinaldo Rojas El espacio geohistórico de Barquisimeto en 1780 (Historia social de la Región Barquisimeto…, págs.
53- 65) . Luego de analizar
población, estructura económica y social, las clases sociales y el poder
político, llega finalmente Rojas a la cultura y sociedad de la Región
Barquisimeto, centro de nuestro interés analítico, que sin embargo no
menosprecia los otros niveles de la realidad que nos ocupa.
Fue Reinaldo Rojas el animador del presente ensayo de comprensión del
semiárido y la consiguiente categoría analítica que hemos denominado
tentativamente El Genio de los Pueblos del semiárido Larense venezolano, cuando
nos dijo con su usual talante de humildad intelectual “La historia del
semiárido está por construirse”. Es una realidad histórica poco conocida y que
ha tenido sus intérpretes e iniciadores en Francisco Tamayo, Héctor Mujica,
Rafael Domingo Uzcátegui, Lisandro Alvarado, Pascual Venegas Filardo, Carlos
Felice Cardot, Telasco Mc Pherson, Ermila Troconis de Veracoechea, José Saer D
Hégueret, Marco Aurelio Vila, David Anzola, Pastor Oropeza, Luis Beltrán
Guerrero, Cecilio Zubillaga Perera, hombres y mujeres que han dicho y sostenido
cosas dignas de admiración y respeto, pero que deberán ser reposicionadas con los
avances en las ciencias naturales y humanas del siglo XXI y que ellos apenas
conocieron. Es que los libros comienzan a ser obsoletos y es nuestra intención
de actualizarlos con los extraordinarios avances que han logrado las ciencias
en general en estas últimas décadas.
Y es que en este bolsón xerófilo larense venezolano han ocurrido y
ocurren cosas abiertamente idiosincráticas: en Lara comienza la conquista
hispánica de Venezuela en 1530, se forma la
primera economía del país, se produce el más cabal y completo mestizaje étnico.
El
semiárido venezolano representa una proporción minúscula del territorio de
Venezuela, pero ha tenido un enorme significado histórico, social y cultural
para el país y el mundo desde tiempos muy remotos. Digamos que desde esa
partícula del nuestra geografía nacional, un 02 % del territorio venezolano, se
han creado particulares formas de vida para enfrentar la escasez de los
recursos naturales desde tiempos precolombinos hasta la actualidad, se generó
desde el siglo XVI una política expansiva de conquista y coloniaje para el
occidente de Venezuela que llegó incluso a Bogotá, fue el asiento de tres
ciudades de enorme irradiación de la cultura de habla castellana y de un
catolicismo más de naturaleza canaria que peninsular: el triángulo colonial
barroco constituido por la Ciudad Madre de El Tocuyo, Barquisimeto y Carora, en
donde se conformó un tipo humano de sensibilidades y expresiones particulares.
Esta realidad geo-histórica se proyecta al presente, dándole a esta parte del
país unas características idiosincráticas que la definen. Empleando una
expresión de Mariano Picón Salas, es una zona o área cultural de acento
específico y tono particular, sobre lo cual es el propósito aportar ideas en
este ensayo, con el auxilio y las
herramientas del conocimiento del tercer milenio que nos llegan por internet a
la velocidad de la luz y con unos conocimientos deslumbrantes que apenas podíamos
prever hace tres décadas.
La semiósfera del semiárido larense
venezolano.
El
pentagrama,
selecto nervio de nuestro espíritu,
es el nervio de nuestra raza.
Cecilio
Zubillaga Perera, 1942
Esta realidad
geográfica venezolana particularmente seca y semidesértica es el asiento
histórico de una cultura artesanal, gastronómica, musical y literaria que no
dudamos en calificar de excepcional, que envidiarían otras regiones de nuestro
país y más allá de nuestras fronteras. Es el producto de una madurez histórica
alcanzada a fines del siglo XVIII. En sus dos vertientes, la académica y la
popular logran el pentagrama y entonación en estos lugares del occidente de
Venezuela, el Estado Lara, cotas y elevaciones de una maestría que ha llamado
la atención de propios y extraños. Es un fenómeno de la cultura que requiere
una comprensión de tan excepcional calidad melódica. El semiárido venezolano representa una proporción
minúscula del territorio de Venezuela, pero ha tenido un enorme significado
histórico, social y cultural para el país desde tiempos muy remotos. Digamos
que desde esa partícula del nuestra geografía nacional, un 2 % del territorio
venezolano, se han creado particulares formas de vida, una sociabilidad para
enfrentar la escasez de los recursos naturales desde tiempos precolombinos hasta
la actualidad, se generó desde el siglo XVI una política expansiva de conquista
y coloniaje para el occidente de Venezuela que llegó incluso a Bogotá, fue el
asiento de tres ciudades de enorme irradiación de la cultura de habla
castellana y de un catolicismo más de naturaleza canaria que peninsular: el
triángulo colonial barroco constituido por la Ciudad Madre de El Tocuyo,
Barquisimeto y Carora, en donde se conformó un tipo humano de sensibilidades y
expresiones particulares. Esta realidad geo-histórica se proyecta al presente,
dándole a esta parte del país unas características idiosincráticas que la
definen. Empleando una expresión de Mariano Picón Salas en Comprensión de Venezuela, 1949, es una zona o área cultural de
acento específico y tono particular, sobre lo cual es el propósito aportar
ideas en este ensayo.
El sabio
larense Francisco Tamayo, en 1952, se atreve a afirmar que en Lara se reúnen y
confunden todos los medios físicos y biológicos del país, y que por ello se ha
estado engendrando un tipo humano que es una síntesis humana de todo lo
nacional, que es el tipo venezolano por antonomasia. En Lara nace, pues, lo
nacional, lo venezolano, sentencia el sabio sanareño. Este bolsón xerófilo está
incrustado en la geografía del Estado Lara y es para nosotros tan
identificatorio como lo es el Lago de Maracaibo para los zulianos, o los Andes
para los merideños. Si bien es cierto, escribe Francisco Tamayo, en nuestro
Estado convergen casi todos los medios físicos y tipos ecológicos: los Andes,
la Cordillera de la Costa, el Sistema Coriano, los Llanos, los valles del
Yaracuy y el Lago de Maracaibo, no es menos cierto que la central tierra árida
le da como una cierta unidad a tan diversas geografías, las cuales hicieron
hablar a Francisco Tamayo de “la concurrencia larense”. Guía económica y social del Estado Lara, 1952, pág. 96 y
ss.
Mariano
Picón Salas y la Civilización del calor.
Fue Mariano Picón Salas quien habló de la
civilización del calor,de la emoción roussoniana que ofrece la zona tórrida. La colonia
venezolana en el siglo XVIII—afirma el merideño--puede llamarse una
civilización del calor. Calor seco y calor húmedo son dos connotaciones
fundamentales de nuestra geografía biológica. Las tierras de calor seco—desde
las islas perleras de Margarita y Cubagua hasta Coro, Carora, El Tocuyo en el
Occidente, fueron tempranos centros de colonización española. Caroreños y
corianos, agrega Picón Salas, hijos de un paisaje semidesértico, tienen fama de
ser los soldados venezolanos de más aguante físico y los borricos y yeguas que
llevaron allí los conquistadores proliferaban y se reproducían con mayor talla
y resistencia que en sus nativas dehesas andaluzas. Al fuerte asno coriano y la
mula caroreña les debe mucho nuestra vieja economía rural. Casualmente en una
de esas mulas de seca tierra caliente iba montado Bolívar el día en que salió a
encontrar a Morillo para el armisticio de Santa Ana, en 1820. Y durante la
Colonia altos prelados y oidores del Virreinato de Nueva granada se disputaban
esas mulas caroreñas, pagadas en peluconas de oro.
Al referirse a Carora y a otras zonas de calor
seco, dice Mariano Picón Salas: Esas familias vascas de una ciudad de firme
estirpe española como Carora --Riera, Zubillagas, Pereras, Oropesas,
Aguinagalde—pueden decir si el calor hace mal a la salud y si no se daban en
aquellos caserones de tres patios, familias prolíficas, gentes a quienes sólo
vencía la más añosa longevidad. Otras regiones de calor seco, como la isla de
Margarita, tienen la más alta densidad demográfica de Venezuela, y el
margariteño—buzo, marinero, hombre de muy cambiantes profesiones—ha cumplido
por todo el país (…) una ingente obra colonizadora. Ese mundo de calor seco
reivindica las calumnias que se esgrimieron contra el Trópico y es, por lo
menos, tan habitable como el de nuestras altiplanicies andinas.
Con tales ideas arremete Picón Salas contra el
determinismo de clima y raza del positivismo decimonónico impregnado de una
fuerte impronta darwiniana, quien argüía que el calor tropical era un factor de
atraso y de barbarie. Fatalismo de los hechos físicos y de los fenómenos de la
naturaleza. Y si hay una parte de la geografía patria que desmiente tales
afirmaciones, ella es el semiárido larense, tal como veremos de seguido.
La musicalidad
larense tiene como base objetiva la realidad de una geografía del semiárido,
una pequeña porción del Venezuela cercana al 2 o el 3 %, pero que tiene una
expansión e influencia nacional y universal. Es un semiárido curioso pues está
como colocado en un sitio en el que no debía estar: el trópico. Es una música
de ambientes calurosos la mayor parte del año, donde un tipo humano
extrovertido y alegre ha creado prodigios sonoros y musicales.
La iluminación solar constante ha impedido que
la melancolía y la depresión propia de las zonas templadas y frías reine entre
nosotros. La luz estridente, dice Áxel Capriles, la luz sin contemplaciones, es
una experiencia poderosa, abrumadora. Y, querámoslo o no, los habitantes de
estas regiones equinocciales, como Armando Reverón, tenemos que llegar a
términos con la deslumbrante masa solar que nos subsume. El Sol es el principio
de todo movimiento, incita a elevar el tono de voz para traspasar los
obstáculos. Los rayos del Sol despiertan la extroversión. El alargamiento del
día en los meses de mayo, junio, julio y agosto, nos hacen sentir más alegres y
confiados. ¿Será necesario decir que las fiestas del semiárido larense
coinciden o se realizan en las cercanías del solsticio de verano: La Cruz de
Mayo, el Día de San Antonio de Padua, las Fiestas de San Juan Bautista, la
Parranda de San Pedro?
El incremento de la
radiación solar, agrega Capriles, produce cambios hormonales que elevan el
estado de ánimo, el Sol se asocia con la alegría. La depresión, por el
contrario, se vincula con la oscuridad. Es una vivencia universal. Para el
antropólogo Gilbert Durand, uno de los esquemas dominantes de la imaginación es
el que opone los símbolos tenebrosos a los de la luz. La luz por lo general,
simboliza alegría, esperanza, ascenso, calidez, buen humor y entusiasmo,
mientras que la oscuridad, su polo contrario, representa tristeza, infortunio,
pesadez y descenso. La luz es una condición indispensable para entender la
cultura y la psicología venezolana, afirma Capriles.
Las cuerdas y las
maderas tienen en nuestro clima cálido y solar durante casi todo el año, una
sonoridad y afinamiento únicos. Las noches estrelladas y con rala nubosidad
invitan a una sociabilidad con arpegios y armonías, la noche está poblada de
sonoridades de insectos, reptiles y aves. Nuestras auroras son un coro de
melodías canoras. El calor seco a
diferencia del calor húmedo predispone a la meditación pues no embota los
sentidos, sino que los aguza de manera significativa. Apenas es necesario
recordar que las tres grandes religiones monoteístas, judaísmo, cristianismo e
islam son productos del desierto.
El trópico no es inercia e
inacción, como diría don Mariano Picón Salas, no es tierra de dormilones y
perezosos, una hidrografía difícil nos ha hecho imaginativos e inventivos. En
el pasado no tuvimos ni economía del cacao ni economía del café, fue, por el
contrario, una economía de caprinos, caña de azúcar y ágaves cocuy, economía
del comercio a lomo de mulas. Y al despuntar el siglo XX no fue encontrado en
las entrañas el disolvente vellocino petrolero que hubiese desarticulado
nuestras numerosas aldeas y pueblos musicales.
La musicalidad
larense es un fenómeno colectivo y de masas, aparejado a nuestra devoción
marianista tan afincada. En los espectáculos musicales que convocan a centenares
y miles se puede observar que los cantos colectivos tienen afinación, lo que
poco sucede en otras regiones culturales de Venezuela. La música es pues una
expresión social y de grupo que se fue conformando desde el siglo XVI en lo que
hemos llamado “Triángulo colonial y barroco” conformado por El Tocuyo,
Barquisimeto y Carora. Triángulo de acordes y pentagramas que nos ha hecho la
entidad jurídico política musical por excelencia al estado Lara.
Pero es un hecho
excepcional que en estas tierras equinocciales existieran zonas que no
cuadraran con esa idea inicial de pletórica abundancia americanas: el semiárido
del occidente de la Provincia de Venezuela. Edilberto Ferrer Véliz nos dice que
uno de los rasgos determinantes de los universos áridos y semiáridos, es la
minusvalía relativa del factor humedad, lo que queda demostrado en lo espaciado
y errático de las lluvias, la inexistencia de manantiales permanentes y la
sequedad del suelo. Ante tal situación los seres vivientes responden con
adaptaciones morfológicas, fisiológicas y etológicas. (Torres, presente y futuro (2008)
Un poco de geohistoria.
Ahora bien, con las herramientas de las
ciencias naturales y las experiencias en las ciencias sociales del siglo XXI,
tratemos de establecer una conexión del medio físico seco y árido con su
correspondiente expresión social y cultural.
Es el historiador de la Escuela de Annales, el
francés Fernand Braudel quien nos habla de geohistoria, y nos convoca a
plantear los problemas humanos tal como los vemos desplegados en el espacio y a
ser posible, cartografiados. Propone el concepto de estructura, es decir una
realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y en transportar.
Piénsese, dice, en la dificultad de romper ciertos
marcos geográficos, ciertas realidades biológicas, ciertos límites de la
productividad, y hasta determinadas coacciones espirituales, también los
encuadramientos mentales representan prisiones de larga duración. En tal
sentido plantea Braudel que los historiadores debemos ocuparnos del clima, el
suelo, las plantas y los animales, los géneros de vida y las actividades
obreras, si se quiere una verdadera geografía humana retrospectiva.
De esa manera nos proponemos establecer un
vínculo entre las condiciones geográficas del semiárido larense en Venezuela
(una estructura de larga duración) y las manifestaciones sociales y culturales
que en ella se han manifestado desde la noche de los tiempos, desde la preciosa
y sin igual Cerámica de Camay hasta la batuta de Gustavo Dudamel, pasando por los
óleos de Rafael Monasterios, los poemas de Roberto Montesinos y los Siete sones
del Tamunangue, la descomunal procesión de la Divina Pastora los 14 de enero de
cada año, Alirio Díaz y Rodrigo Riera en sus asombrosas obras guitarrísticas.
Recordemos que las tierras áridas y semiáridas
del planeta representan un 46 % de la superficie terrestre y que han sido
asiento de grandes civilizaciones: Egipto, Mesopotamia, Imperio Azteca. Las
tres religiones monoteístas, judaísmo, cristianismo e Islam, nacieron precisamente
acá. Nosotros avanzaremos en la
comprensión de las determinaciones del medio seco, vegetación rala y escasas
precipitaciones que obran sobre los modos de vida y la cultura del semiárido
larense y venezolano.
El semiárido larense ocupa el 2 o 3 % del
territorio de esta entidad federal y está ubicado fundamentalmente en la
Depresión Barquisimeto- Carora a unos 400 y 700 metros sobre el nivel del mar,
se caracteriza por ser un ecosistema frágil con escasas precipitaciones (650
mm. anuales) y altas evaporaciones altas (entre 1.600 y 1.800 mm. anuales),
altas temperaturas (fluctúan entre 19 y 29 º C), suelos areno-pedregosos y
vegetación xerófita.

Este bolsón xerófilo está incrustado en la
geografía del Estado Lara y es para nosotros tan identificatorio como lo es el
Lago de Maracaibo para los zulianos, o los Andes para los merideños. Si bien es
cierto en nuestro Estado convergen casi todos los medios físicos y tipos
ecológicos: los Andes, la Cordillera de la Costa, el Sistema Coriano, los
Llanos, los valles del Yaracuy y el Lago de Maracaibo, no es menos cierto que
la central tierra árida le da como una cierta unidad a tan diversas geografías,
las cuales hicieron hablar a Francisco Tamayo de la concurrencia larense.
En este bolsón xerófilo se ha propiciado el
uso forrajero de especies nativas, se ha creado una economía campesina de forma
específica basada en la captación de mano de obra familiar, unidad doméstica
productiva, todo ello bajo la forma de una racionalidad ecológica de la
producción campesina que refleja una particular relación naturaleza/cultura.

La ganadería caprina, como fuente principal de
ingresos, se ha organizado tradicionalmente como empresa familiar. La familia
de criadores es la estructura organizativa y productiva básica de la comunidad.
La forma adaptativa de la comunidad es el “acoplamiento natural”, es decir el
aprovechamiento de los recursos naturales por temporadas: largos veranos y
temporadas breves de lluvias en abril/mayo y octubre.
Son sociedades insertas en la naturaleza,
dicen Manuela B. Erazo y Rosa Garay- Flühmann, que desarrollan un sentido
integrado y no fragmentado del ecosistema De esta manera la población del
semiárido larense maneja un concepto "casi sacralizado" de los
fenómenos naturales, idea que coincide con el materialismo cultural de
Marvin Harris. Todas estas
ideas llevan a un sitio de convergencia, donde emerge la idea de que la
naturaleza se encuentra por sobre la vida social, por sobre la acción humana.
Las fiestas religiosas, por ejemplo, casi siempre coinciden con las estaciones
lluviosas, como claramente se observa en las fiestas a la virgen de la
Chiquinquirá de Aregue, Municipio Torres, en la primera semana de octubre de
cada año.
Seres humanos hemos vivido en el semiárido larense desde hace unos
9.000 años, tal como muestran las excavaciones de La Hundición y Las Mesas. La
agricultura se desarrolla durante la llamada fase Tocuyanide: 300 a.C. La vida
cacical arranca en el siglo III d.C. En 1530 los alemanes observan la
agricultura de riego excedentaria entre los caquetíos de Variquecemeto. Otros
grupos indígenas son los ayamanes, jiraharas, gayones, ajaguas, quienes en un
larguísimo proceso biológico e histórico se adaptaron de manera notable al
ambiente seco.
Cuando
comienza la occidentalización del territorio venezolano con la fundación de
Coro en 1527 y que continuará con la fundación de El Tocuyo en 1545, se
convierte el semiárido en el laboratorio, la despensa y el vivero humano donde
se planificó la conquista de Venezuela, nos dice el profesor Francisco Tamayo.
La Iglesia Católica contrarreformista comienza a crear las encomiendas de
indios en el valle de Quíbor, los
Humocaros, Yacambú, Sanare, Cubiro en la jurisdiccion de la Ciudad Madre; en la
Jurisdiccional de Carora se fundan las de San Miguel Arcángel, Siquisique, Río
Tocuyo, Aregue, Curarigua, Atarigua, Los Arangues, San Francisco; en la
jurisdiccion de Barquisimeto las del Valle de Ababacoa, Curato de los Ajaguas
en los Valles de los ríos Claro y Turbio.
Crisol
étnico en el semiárido larense.
Un crisol étnico se escenifica prontamente acá, un
mestizaje bien acabado y que tuvo sus inicios en la tierra seca y falto de humedad. Exhibe de manera predominante un color de la piel
bastante particular y que los dermatólogos identifican como Tipo 3. Es una piel
morena muy resistente a los rayos ultravioleta, resistencia de la que no gozan
los Tipos 1 y 2 de extracción europea, pero en el otro extremo de la tipología
es de un aguante a las inclemencias de clima que en exceso muestran los Tipos 4
y 5 de piel de los afrodescendientes. A nuestro modo de ver este Tipo 3 se ha
venido produciendo de forma ininterrumpida desde hace miles de años y ha tenido
su magnífica resolución en el semiárido venezolano y larense en particular.
El sabio larense Francisco Tamayo nos habla de que
diversos factores geológicos, flora, fauna y etnos (que) copulan para engendrar
una nueva forma, un nuevo tipo humano, un ecotipo que es síntesis y exponente
de integración social. Subraya lo que llama la concurrencia larense como un
hecho que no admite dudas, largo proceso que se ha manifestado desde las más
remotas edades. Y la interpreta como una convergencia de las especies botánicas
y zoológicas, a lo que agrega: La etnología, la antropología, la sociología, la
lingüística, la toponimia, todas, contribuyeron a poner de manifiesto la
concurrencia larense.
La región
nor-occidental de Venezuela, dice el Instituto Venezolano de Investigaciones
Científicas (IVIC) al igual que el resto del país, evidencia una heterogeneidad
importante en su composición genética. Estudios recientes reportan que el
componente genético más importante es el europeo con una proporción en torno al
54-58%, seguido del aporte indígena con valores entre 25 y 32% y con menor
aporte del africano en torno al 15-17% (Rodríguez-Larralde et al., 2001; Acosta
Loyo et al., 2004; Simmons et al., 2007).
Este interesante estudio revela que en esta
región occidental de Venezuela los blancos españoles eran muy pocos y que las
mujeres Blancas o de Castas mixtas eran principalmente descendientes de mujeres
indias. Por su parte, las mujeres africanas y sus descendientes, además de
pocas, parecen haber permanecido en sus áreas iniciales de asentamiento, con
muy poca migración. DIVERSIDAD MITOCONDRIAL EN EL NOR-OCCIDENTE DE VENEZUELA.
IMPLICACIONES PARA PROBABLES RUTAS MIGRATORIAS PREHISPÁNICAS., 2009.
El
catolicismo del semiárido larense venezolano.
Elemento
escaso, el agua ha sido factor de primer orden en la conformación económico,
social y cultural de los pueblos, tal como lo plantea el materialismo cultural de
Marvin Harris. Digamos que
propició un sentido de cooperación humana en la obtención, almacenamiento y uso
del vital líquido con la construcción de lagunas, diques, acueductos y
acequias, a los cuales debemos agregar los primitivos jagüeyes. La construcción
de tales dispositivos hídricos requiere necesariamente el concurso de las
comunidades cooperantes organizadas. Ese sentido de reciprocidad y
correspondencia se vio reforzado por la vivencia de un catolicismo llano y
elemental, igualitarista y de marcado signo mariano, que desembocó en una
democrática unción religiosa, que ha dado compactación social a grupos humanos
dispersos en tan amplia geografía del secano occidental venezolano, el
semiárido larense.
Las
cofradías y hermandades de la Iglesia Católica crearon una vasta red de
asociaciones y mutualismo que le da compactación social a los grupos humanos
dispersos en tan inmensa geografía en Hispanoamérica y más allá. El historiador
francés Michel Vovelle las llama “estructuras de solidaridad de base religiosa
(Ideologías y mentalidades, 1987.
Págs. 135. Se trata de lo que bien podría llamarse un antecedente de los
modernos seguros sociales, pues “entrar” como hermano a una cofradía significaba ayudas en
casos de enfermedad, asistencia a los velorios y múltiples misas para aligerar
la salida del alma del hermano de ese tercer lugar de la geografía del más
allá: el purgatorio, apoyo a viudas y huérfanos, prestamos de dinero a bajo
interés. Una autentica comunidad de sentido, empleando la terminología de Yuri
Lotman, se forma alrededor de estas hermandades: ellas por sí mismas son unas
auténticas semiósferas de sentido humano y transhumano. Estos conceptos del
soviético Yuri Lotman se dan la mano de buena manera con los de la historia de
las mentalidades de la escuela analista de Marc Bloch y Lucien Febvre.
Sería impensable comprender el semiárido venezolano
sin sus festividades a sus santos
patrones, el profundo marianismo en sus devociones a la Virgen Divina
Pastora en el pueblo de Santa Rosa del Cerrito y Barquisimeto, la Virgen de Altagracia en la
localidad aborigen de Quíbor, y la Virgen del Rosario de la Chiquinquirá del
pueblo de indios de Aregue, el dia de los Santos Inocentes o zaragosas, el
Velorio de la Cruz en el mes de mayo, su bello y rico folklore del tamunangue asociado a la devoción de
San Antonio de Padua, que es producto mestizo nacido en la actividad cañera y
cacaotera de secas tierras situadas entre Curarigua y El Tocuyo del siglo
XVIII. Apenas es necesario decir que esta danza negroide se origina en 1609 en
una cofradía o hermandad de negros y
morenos de la Iglesia Católica de la ciudad de El Tocuyo, según refiere Ermila
Troconis de Veracoechea en Historia de
El Tocuyo colonial. 1984.
Devociones marianas en el semiárido
larense venezolano

El semiárido larense es culturalmente una
referencia única en Venezuela. Tiene un ethos específico, una identidad idiosincrática. En esta rica realidad cultural hemos adelantado una
categoría de comprensión: “el genio de los pueblos del semiárido larense” para
con ella comprender tan singular muestra de creatividad de la cultura popular
en lo religioso, folklórico, gastronómico, artesanal, musical, literario. En
ese rico escenario, inicio de la colonización hispana y donde se fundaron tres
ciudades irradiadoras de la cultura de habla castellana y católica, El Tocuyo,
Barquisimeto y Carora, hemos realizado un estudio antropológico e histórico
comparativo de tres devociones marianas localizadas en tres poblados
aborígenes: la Virgen de Altagracia de Quíbor, la Virgen la Chiquinquirá de
Aregue y la Virgen Divina Pastora de Santa Rosa-Barquisimeto. Ellas tres le han
dado al Estado Lara un sentido de comunidad imaginada alrededor del arquetipo
femenino protector. El estado Lara y el semiárido larense viven bajo el amparo de la Virgen
María, la Madre de Dios. Trío de devociones marianas que constituyen un potente
capital simbólico.
Palabras clave: semiárido del Estado Lara, Venezuela, cultura popular, comunidad
imaginada, marianismo, vírgenes de Altagracia,
Chiquinquirá, Divina Pastora. Capital simbólico.
El genio de los pueblos del semiárido
venezolano
Ha dicho Reinaldo Rojas que la historia del
semiárido larense esta por realizarse. El semiárido del occidente venezolano
representa apenas un 2 o 3 % del territorio de Venezuela, pero tiene una
inmensa significación en la cultura de este
país suramericano. Manifestaciones religiosas, folklore, artesanía,
música y literatura tienen en esta pequeña porción del territorio patrio, que
comprende los estados Lara y Falcón, unas características muy singulares que
alcanzan una dimensión nacional y universal. El sabio Francisco Tamayo llega a
una conclusión extraordinaria al referirse al proceso intenso de mestizaje que
ocurre en esta entidad federal: “En Lara nace lo nacional, lo venezolano. Ese suelo privilegiado fue en la Colonia, es hoy en
la República y será siempre la inmanente matriz de Venezuela”. 1
Tomando en cuenta esta realidad tan extraordinaria, nos hemos
propuesto hablar de una categoría de análisis: El genio de los pueblos del
semiárido larense venezolano. Con ella pretendemos comprender la manera en que
esta zona se ha convertido en baluarte de la cultura nacional. Comencemos
diciendo que la geografía ha marcado hondamente
a sus pobladores dándole un sentido de solidaridad y mutualismo necesario en la
búsqueda y consecución de recursos escasos: el agua y la vegetación
alimentaria. Luego será el rico pasado aborigen, pues fue poblada, entre otras,
por la etnia caquetía, la que estaba en trance de conformarse como Estado a la
llegada de los cristianos. En lo que
Reinaldo Rojas llama Región Barquisimeto 2, se dará inicio a la conquista y
colonización de Venezuela: en 1545 se funda El Tocuyo, “Ciudad Madre de
Venezuela”, en 1552 se funda Barquisimeto, y finalmente Carora en 1569. Estas
tres ciudades de blancos conformaran lo que hemos llamado el “Triángulo
colonial y barroco”, como una arquitectura productora y difusora de
cultura en habla castellana, católica y
barroca de la Contrarreforma que se extiende hasta nuestros días. Se ha
desarrollado acá una riquísima sensibilidad artística y musical, a tal punto
que no es osado decir que en el semiárido larense se ha manifestado un sentido
vasconceliano de la cultura, un estadio espiritual y estético que solo puede
ser alcanzado por la mentalidad iberoamericana. Lara es cumbre musical de
Venezuela,
El marianismo en el Estado Lara
En este rico escenario se habrán de producir tres
importantes manifestaciones de la devoción mariana, que nos aporta el hermano
Nectario María 3, que en orden cronológico serán las siguientes: La virgen de
Altagracia en la localidad de Quíbor desde 1606, la virgen del Rosario de la
Chiquinquirá de Aregue en 1621, y finalmente la Divina Pastora en el poblado de
Santa Rosa en 1740. Lo primero que hemos de destacar que estas tres devociones
se manifiestan en tres poblados indígenas aledaños a las ciudades de blancos ya mencionadas: los
aborígenes ajaguas en Quíbor, Municipio Jiménez, los ajaguas en Aregue, Municipio Torres y los gayones de Santa Rosa,
Municipio Iribarren. Ello pone en evidencia el carácter evangelizador de estas
tres devociones marianistas del Estado Lara. Son tres poblaciones que han
nacido al calor de la colonización hispana y que han sido atendidas por la
orden religiosa de los franciscanos. De modo pues que la virgen fue un elemento
clave para lograr la pacificación de estas etnias que se resistían a vivir bajo
la férula de los cristianos.
Estas tres advocaciones marianistas le darán
sentido y contornos específicos al semiárido larense, un sentido de pertenencia
a una comunidad imaginada, utilizando la expresión de Benedict Anderson 4. El
larense se siente protegido por el manto de la Divina Pastora, el jimenense por
la virgen de Altagracia, conocida popularmente como La Caimana, y los
habitantes del Municipio Torres, cuya capital es Carora “ciudad levítica de
Venezuela”, por la virgen india de la Chiquinquirá. La llamada cultura popular
no tendría sentido sin la existencia de este magnífico trío de manifestaciones
marianas. La Divina Pastora es de las tres devociones de fe mariana la que
tiene mayor poder y alcance en el imaginario larense y venezolano, como se verá
más adelante, y que en este sentido las devociones vecinas de las vírgenes de
Altagracia y de la Chiquinquirá actúan como contrapeso a la avasallante
presencia de la pastorcita de Santa Rosa-Barquisimeto.
De estas tres advocaciones una de ellas es
claramente indígena, como se desprende de su sonoro nombre aborigen: la
Chiquinquirá, de Aregue, que es una virgen que procede del vecino Reino de
Nueva Granada, Colombia. Es en consecuencia una virgen americana. La virgen de
Altagracia, cuya advocación procede de la isla de Santo Domingo, es la madre
protectora y espiritual del pueblo dominicano, en tanto que la Divina Pastora
tiene su origen en Sevilla, España. De
este modo entramos en cuenta que una devoción viene de la España del siglo
XVIII: la Divina Pastora, otra del Nuevo Mundo americano, de Borinquén, lugar
donde en 1502 se instala la devoción altragraciana, y la tercera, la
Chiquinquirá, procedente del Reino de Nueva Granada. En 1586 un lienzo
deteriorado de la virgen comienza milagrosamente a renovarse. En la actualidad
es la Chiquinquirá Patrona de Colombia.
La devoción de la Virgen de
Altagracia
Estamos en presencia de tres devociones que
son producto de otras tres corrientes
históricas. La primera, cronológicamente hablando viene del lugar de la
conquista y colonización temprana del Nuevo Mundo, la isla de Santo Domingo.
Allí se instala el idioma castellano y el catolicismo a principios del siglo
XVI, antes del Concilio de Trento y cuando el Almirante Cristóbal Colón aun
vivía. Es en este sentido una devoción que se inicia con lo que hemos dado en
llamar “tiempo barroco.”
Un hondo
sentido popular tiene esta devoción en la ciudad agrícola y artesanal de
Quíbor, cercana a Barquisimeto, pues su presencia se manifiesta en la música, la artesanía y la literatura,
mitos políticos, cuentos y leyendas, así
como en la construcción de vínculos sociales y afectivos desde hace 400 años,
pues fue en 1605 cuando fue traído el sagrado lienzo de la virgen de Altagracia
a esta localidad. Ella es la identidad cultural del Municipio Jiménez, la Madre
Protectora del pueblo de Quíbor. Bajo su amparo se han creado institutos educativos,
casas comerciales, cofradías, clubes y asociaciones, líneas de transporte,
grupos folklóricos. Cada tercer viernes de enero y desde hace 136 años esa
intensa devoción altagraciana se expresa en una multitudinaria procesión en
donde se realizan matrimonios, bautizos, confirmaciones colectivas, una
serenata a la virgen, una singular “misa de las camareras”, con la presencia
masiva del pueblo y de las autoridades eclesiásticas y civiles.
La virgen india de la Chiquinquirá de
Aregue.
La Chiquinquirá es una virgen india, no solo por
sus devocionarios, los aborígenes de un
poblado indígena, Aregue, sino que su representación al óleo muestra en efecto
a una virgen india. Es un hermoso lienzo pintado por un pintor anónimo que
seguramente se forma en la afamada Escuela Pictórica barroca de El Tocuyo
5. Su rostro es ovalado y su color
acusadamente moreno le hacen aparecer, sin duda, como una mujer aborigen
americana, alejada del modelo griego o caucásico de mujer. Es una devoción
binacional colombo- venezolana, pues durante la Colonia se extendió a los
actuales estados Táchira, Barinas, Zulia, Lara y la capital, Caracas. En
décadas pasadas se ha producido una inmensa migración forzada de colombianos
hacia Venezuela, unos cinco millones de neogranadinos, que han reforzado de
manera impresionante esta devoción que viene de la época colonial. Este sería
un magnifico factor de carácter emocional y subjetivo a la hora de establecer
políticas de encuentros entre estos dos pueblos hermanos condenados a vivir
juntos.
Es justo aclarar que la devoción a la Chiquinquirá
larense es anterior a la del vecino Estado Zulia, limítrofe con Colombia, donde
“La Chinita” es la patrona de tan importante entidad federal venezolana: es el
Estado de mayor población del país y asiento de la enorme riqueza petrolera
nacional. Para los zulianos La Chinita es un verdadero culto que a veces llega
hasta el delirio.
La Virgen
Divina Pastora de Santa Rosa del Cerrito-Barquisimeto
Epitome del marianismo en el semiárido occidental
venezolano lo será la devoción a la Divina Pastora, pues cada 14 de enero se
producirá una gigantesca procesión que convoca a más de tres millones de
creyentes que parten en la madrugada desde Santa Rosa, un pequeño poblado de
extracción indígena cercano a Barquisimeto, hasta llegar por la tarde hasta la
catedral de ésta importante ciudad capital del Estado Lara. Es la manifestación
mariana más significativa de Venezuela pues convoca a gentes venidas de
cualquier parte del país: los Andes, Oriente, Guayana, el Centro, Zulia. Sin
ser la patrona de Venezuela, arrastra tras de sí una gigantesca multitud que no
logra convocar siquiera la Virgen de Coromoto, cuyo santuario como patrona
nacional venezolana se ubica en el Estado vecino de Portuguesa.
Cada 14 de enero se produce esta sorprendente
procesión que es una de las más multitudinarias de América Latina. Tiene su
inicio a mediados del siglo XIX cuando una terrible peste de cólera azota la
ciudad de Barquisimeto. Un sacerdote, Macario Yépez, pide a la Divina Pastora ser la última
víctima de ese horroroso mal. En efecto, tras su muerte comienza a amainar la
epidemia. Este acto milagroso dio pábulo para que desde el año 1856 se comience
a realizar esta masiva manifestación de
fe. El significado de este multitudinario evento es verdaderamente prodigioso,
pues lo larenses se reúnen y entran en cuenta de su proporción numérica y
emocional. Es un pueblo que se forma una idea de sí mismo, que se mira a sí
mismo en un solo acto de visión. Sabe y tiene consciencia de que es en efecto
una gigantesca comunidad imaginada. Ninguna otra parte de Venezuela tiene tan
extraordinario privilegio. En este sentido la devoción a la Divina Pastora a
contribuido a darle un ethos y un carácter distintivo al Estado Lara, una
entidad federal que no es andina, ni llanera, ni central, ni zuliana. Lara y el semiárido tienen una personalidad
distintiva y especifica identificable en su tipo humano de bien logrado y
acabado mestizaje, su fonética particular, su inmensa sensibilidad musical, su
folklore del tamunangue, conforma una provincia gastronómica, y por supuesto se
siente amparado por el manto protector de su pastorcita.
Las imágenes de las
tres vírgenes larenses
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VIRGEN DE
ALTAGRACIA DE QUIBOR |
Cabe destacar el enorme papel de las imágenes en
este proceso de aculturación, pues debemos recordar con el mexicano Octavio Paz
que el catolicismo de la Contrarreforma es una religión de imágenes. En ese
sentido utilizaremos el método iconográfico de Panofsky 7 para comprender el
sentido de estas tres imágenes. De las tres devociones debemos destacar que dos
son óleos: el de la virgen de Altagracia y el de la virgen de Chiquinquirá. En
cambio la imagen de la Divina Pastora es una imagen de bulto. Las tres imágenes
muestran a la Madre de Dios: la de Altagracia aparece acompañada de San José y un niño recién
nacido. La Chiquinquirá aparece con dos personajes que son dos santos varones:
San Andrés y San Antonio. La Divina Pastora aparece solitaria con su hijo entre
sus brazos y varias ovejas que están a sus pies. Destaca que en sus manos
sostiene un báculo o cayado de pastor.
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VIRGEN DEL
ROSARIO DE LA CHINQUINQUIRÁ DE AREGUE |
Recientemente se ha
construido un gigantesco monumento a la Divina Pastora en la cima de una colina
cercana a Barquisimeto y el lugar se ha constituido rápidamente en sitio de
peregrinación.
Lo inmensamente
significativo del monumento es que fue diseñado de forma muy audaz siguiendo
los planteamientos estéticos del artecinético, arte que como sabemos es una
creación venezolana. De este modo la pastorcita ha sido representada en muy
diversos estilos que van desde el barroco, el cubismo, hasta llegar al arte
cinetista. Este hecho constituye un verdadero y extraordinario acontecimiento
estético que tendrá maravillosas consecuencias.
El poder icónico de
las tres imágenes es verdaderamente evidente. Ellas tienen un poder de
convocatoria sumamente eficaz.
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VIRGEN DE LA
DIVINA PASTORA (Barquisimeto) |
Son imágenes con poder, un poder que impacta en lo
hondo de la psiquis y de la conciencia. Mujeres icónicas son las Venus de
Willendorf y Lespugne, la Dama de Elche, la Mona Lisa o el lienzo de la virgen
de Guadalupe. El iconismo de ellas es el resultado del deseo de protección y de
cobijo que acompaña en su orfandad a todos los seres humanos
Convivencia de los arquetipos
femenino y masculino en el Estado Lara.
El arquetipo jungiano de la mujer y de lo femenino
reproductor de vida está allí omnipresente. Aunque existe otra devoción muy
extendida en el semiárido larense, la de San Antonio de Padua, el santo
portugués de los negros y de los pobres, que acompaña y a quien se le rinde
culto con la manifestación folklórica del tamunangue, la suite de danzas
más completa de América Latina. Es una danza negroide de tambores, con
elementos hispanos como los instrumentos de cuerdas, y también aborígenes como
las maracas. En muchos pueblos del
Estado Lara se celebran fiestas patronales cada 13 de junio, durante el
solsticio de verano, en honor a este santo portugués. Creemos que aun no
existen estudios comparativos para comprender tan interesante convivencia en la
psiquis de los larenses de estas dos devociones tan arraigadas. Una cohabitación
de lo arquetipal masculino con lo femenino que gravita en nuestro inconsciente
colectivo, por lo que será de gran ayuda para comprender tan singular proceso
psíquico y emocional un estudio del psiquismo profundo de los larenses haciendo
uso de la psicología analítica del suizo Carl Gustav Jung.10 .
Consideraciones
finales
La cultura del semiárido larense venezolano es
eminentemente popular. Es una cultura campesina y por consiguiente llana e
igualitaria. La oralidad que es su rasgo distintivo está presente ella de
manera permanente. La devoción mariana ha contribuido a darles sentido
igualitarista al larense y al venezolano, pues es una fe del pueblo sencillo y
humilde. Lo femenino y maternal suaviza las relaciones sociales, atenúa la
conflictividad que está siempre presente en los grupos humanos.
El filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría 11 se
atreve a afirmar que el marianismo en Latinoamérica está en vías de
constituirse en una religión aparte, separada de Roma. El guadalupanismo es una
muestra evidente de este fenómeno que traería consecuencias sociales y
políticas inmensas. Cuando el venezolano Andrés Bello escribe su Gramática
de la lengua castellana en 1847 lo hizo previniendo que el castellano
sufriera la división que sucedió al Latín luego de la caída del Imperio Romano
que se convirtió en varias lenguas. No
sucedió así con la lengua de Cervantes que conserva su unidad. Pero todo parece
indicar que no será de tal manera con el otro elemento esencial de toda cultura,
la religión. El guadalupanismo es una religión que no se atreve a decir su
nombre… todavía.
REFERENCIAS.
l. Guía económica y social del Estado Lara,
1952.
2 Rojas Reinaldo. Historia social de la Región
Barquisimeto en el tiempo histórico colonial, 1530-1810. Caracas, 1995.
3 Nectario María. Venezuela mariana. 1930.
Este religioso de la orden de La Salle es el iniciador de los estudios del
marianismo en Venezuela.
4 Anderson, Benedict. Comunidades imaginadas. 1983.
5 Boulton, Alfredo. Historia de la pintura en
Venezuela.
6 Cortés Riera, Luis Eduardo. Iglesia católica,
cofradías y mentalidad religiosa en Carora, siglos XVI al XIX. 2003.
7 Agüero, Judith. La devoción de la Virgen de Altagracia de Quíbor,
Estado Lara, Venezuela. 2018.
8 Mendoza Torres, Julio Cesar. La
devoción mariana de la Divina Pastora. 2018.
9 Panofsky., Erwin. Estudios sobre iconología.
10 Jung, Carl Gustav Jung. El hombre y sus
símbolos
11 Echeverría, Bolívar. El ethos barroco en América Latina. En
Modernidad y Blanquitud. México. Era, 2010.
El
semiárido larense y literatura.
El escritor, periodista y político caroreño
Héctor Mujica, como anticipándose genialmente al semiólogo soviético Yuri
Lotman o al chino estadounidense Yi Fu Tuam, ha dicho que “No se sabe
ciertamente si es la topografía del terreno, si en la tradición hispánica, si
el signo del calor o si cualesquiera otras poderosas razones determinan esta
natural tendencia, esta predisposición del hombre larense por el culto de las
Letras.”
Más adelante
escribe Héctor Mujica: No sé hasta qué punto el paisaje larense determina esa
innata propensión a la que hemos hablado. Ni hasta qué punto ese paisaje
conforma la pupila de sus creadores. hombre y Paisaje suelen estar fundidos en
la obra del escritor larense. Hombre y Paisaje relacionándose estrechamente,
inter-accionándose, metiéndose por los poros de uno y otro hasta como
constituir una simbiosis de naturaleza y vida humana. Léase si no cualquier
poeta larense, por antiguo o moderno que éste sea, para que se halle esa
compenetración magnifica. Porque lo importante en el caso articular del Estado
Lara, es que el escritor recrea ese paisaje a su imagen y semejanza. Pero el
paisaje allí está, en la obra, en la emoción palpitante, en la pupila afiebrada
de imaginación creadora. Contornos de una cultura regional. En Guía económica y social del Estado Lara,
1952, pág. 87 y ss.
Mujica nos advierte que no es Lara tierra de
grandes y poderosas voces poéticas y, en cambio, sí de prosadores. Empero,
tiene la poesía larense, cierta continuidad. Lo que habría que averiguar a
fondo si esa poesía regional difiere en emoción, forma y contenido del resto
poético nacional. Y si como hecho cultural, creador independiente habría que
estudiarlo. Quede el análisis para otros. (pág. 86).
Los poetas más
allegados al pueblo y al paisaje son, dice Héctor Mujica, Francisco Jiménez
Arráiz, Ezequiel Bujanda, Antonio Lucena, Juan Guillermo Mendoza, José Manuel
Colmenares, Héctor Rojas Meza, Marco Aurelio Rojas, a quienes distingue un
acercamiento directo al pueblo y al paisaje. La máxima expresión poética de
Lara será Roberto Montesinos (1889-1956) poliglota, dueño de vasta cultura
universal expresada en el poemario La
lámpara enigmática escrito en 1925 con claras influencias francesas
baudelerianas. Se le llamó poeta maldito.. Sin embargo, no fue ciego al paisaje
natal tocuyano cuando escribe Canción del
trigo (1926) o su emblemático poemario La
ciudad de los lagos verdes (1927). Observemos el tratamiento que da
reiterativamente a los elementos geográficos de su natal ciudad del semiárido
el poeta Roberto Montesinos, veamos:
RECIAS MESETAS. (*)
(paisaje tocuyano)
Recias mesetas amarillas
donde enredan las campanillas
y los buches daban sus rubíes;
entre sus ásperos piedreros
crecen, bravíos, los cabreríos
y se retuercen los cujíes.
Ceros de cal, ocre y carbón
enervados de insolación
en el calor meridional;
rocas y rocas y tunales
cardonales y cardonales
y el cacicazgo del turpial.
Alma de sílex de mi tierra
arco y flecha para la guerra,
coa laboriosa de la paz;
grito que evoca la conquista;
raza sumisa pero lista
para formar un solo haz.
Raza nacida de la roca
negra mirada, sesga boca,
corva nariz de gavilán;
duros músculos de macana
que esperan el día de mañana
¡con la esperanza de un afán!
Tiene el oído a las mil voces
oh, las voces
las voces,
las voces
ligadas, confusas, veloces
que el viento le dice al pasar…
¡quién las pudiera interpretar!
(*) Libros raros y manuscritos. (2009).
Biblioteca Nacional. Caracas,
República bolivariana de Venezuela.
En el año en que
muere el dictador Juan Vicente Gómez, escribe “Chío” Zubillaga en 1935, en el
opúsculo Barrios caroreños, pág. 11,
una suerte de coronación literaria de nuestro vasto erial caroreño, de esta
curiosa y variopinta manera: “Es pelado y agrio, casi inhóspite, nuestro suelo,
y por lo tanto nada en él agasaja como tanto como la Naturaleza, ¡nada!, en su
latitud, provoca atractivos para la seducción del aquerencio! Es fuerte y
bochornoso nuestro Sol; arden como parrillas nuestras playas, en su esterilidad;
es, ora mezquino o amenazador nuestro río, y nuestros vastos y tupidos
espinares punzan como saetas…Pero parece que nosotros, ante la injuria de la
agresión, nos resarcimos con lo puro de nuestro cielo azul, cuyo horizonte
dibuja los más opulentos ponentinos, y
recreamos todo otro agobio de la suerte,
con la perenne sinfonía que nuestros pájaros ambulantes ejecutan desde los
brazos supliciados del cardonal, coreada
la alada tropa lírica por el señero turpial
con el sabio gorjeo de su garganta.”
Y es que nuestros
escritores vernáculos sienten una predilección emotiva y también científica por
el semiárido que los ha visto nacer. El sabio tocuyano Dr. Lisandro Alvarado
(1858-1929) como notable lexicógrafo positivista, divide el país en zonas de
interés filológico, destinándole una de ellas a occidente venezolano en su
reconocida obra Glosarios del bajo
español en Venezuela, 1929. Otras zonas serán los Llanos, Oriente, la
Cordillera. Apenas es necesario decir que estas zonas de interés filológico de
Alvarado nos recuerdan las semiósferas de Yuri Lotman que desarrollaría este
soviético décadas después. En esta obra
del sabio tocuyano aparece la famosa palabra Guaro, raíz del gentilicio
larense. Se trata de un lorito hablachento y extrovertido muy común en nuestro
semiárido de los estados vecinos Lara-Falcón. Alvarado agrega otra acepción del
vocablo que es muy poco conocida y ha tenido poca fortuna: falo o miembro viril
masculino.

Veamos
ahora al desgraciado poeta caroreño Alí Lameda (San Francisco1923- Caracas1995)
y la manera que los paisajes desolados de su ciudad nativa se insertan con
indomable fuerza en sus telúricos y geológicos versos rimados:
Carora. (*)
Un río aquí, una cinta de brillo ceniciento
bordea este playón desconsolado,
su cujizal costroso de corazón obscuro.
Vino al Morere y su árido dominio
geológico, a la noche
por donde el río canta,
el escuadrón de los conquistadores;
y halló una piedra extraña de sílice ardorosa,
un territorio pálido, erizado
de cardones y viejos sarcófagos calcáreos.
Carora duerme ahora bajo sus gigantescas
estrellas de azufrado polverío.
Ciudad de fulminado desconsuelo:
¿es éste tu comienzo dolorido?
¿Está tu infausta génesis en esta
orilla desolada por la que cruzo ahora
pisando tus sombríos terrones
silenciosos?
¿Por qué llora tu río delgado mientras alza
su gran hoguera roja
la tarde lastimera?
(*) http://alilameda.blogspot.com/
Pero el aeda larense que desarrollará en su
larga trayectoria un hondo y profundo sentido de lo telúrico caroreño de manera
muy original, lenguaje como primordial, será el poeta, periodista y crítico
literario Luis Alberto Crespo (1941), una suerte de geografía de la
sensibilidad, que introduce una dimensión estética a la geografía, como la
entiende Yi Fu Tuam en su célebre Topofilia, un estudio de las percepciones, actitudes y
valores sobre el entorno,1974.
Por otro lado, el poeta caroreño muestra una fuerte y sensible identidad
geocultural, unidad de sentido que tiene como anclaje la geografía del
semiárido, como la propone la Escuela de Tartu liderada por el semiólogo Yuri
Lotman.
Patricia Guzmán
dice de Luis Alberto Crespo: lo fijo, en
tanto que hecho de polvo, de arena, ese aquí, Carora, se borra, desaparece, se
evade. Paradoja que atraviesa toda su obra, paradoja que va radicalizándose a
medida que el poeta escribe, que el poeta vive. Crespo camina hacia ese
enfrente-siempre sin esperanza, exasperado, buscando sólo vivir en armonía con
su infierno. (Revista Nacional de Cultura, N° 341, 2016. P. 13). Es
frecuentísimo el uso que da Crespo a las palabras que emergen, que conviven con
el semiárido en esa “ciudad recoleta”, como la llamó a Carora en 1933 Pedro
Sotillo, “tierra áspera” que la llamará Mariano Picón Salas, y hasta “vasto
erial caroreño” como la significó Cecilio Zubillaga Perera en 1914. No nos
extrañe que uno de sus poemas más celebrado sea Si el verano es dilatado, en el que podemos encontrar otras
palabras aborígenes del semiarido caroreño tales como insolación, sol, siesta,
ventarrón, loros, lagartijas, aguamaniles, gavilán, zamuro. Son recurrentes las
expresiones “Nunca se acabará en nosotros la tierra seca”, “Uno no es sino eso,
laja de lagartija”. Otro de sus poemas se titula Costumbre de sequía (1976) donde dice “Cargamos cal, un techo de
chillidos/para sostener nuestra casa seca”, o esta otra frase cargada de
múltiples sentidos: “como el sentimiento negro del cují” (Más afuera, 1993)
El “Humanista de
Venezuela”, el caroreño Luis Beltrán Guerrero (1914-1997) le dedica al cardón (Pachycereus pringlei) de su tierra de nacimiento, auténtico capital
simbólico de estos eriales, un breve
poema construido con una métrica impecable a ese “hijo supliciado de la
supliciada tierra, hijo de la tierra áspera y brava”:
El cardón
Por agria loma y calva serranía
Implorando bautismos celestiales:
Crisma de brisas, yodo, hielo y sales,
Copas de espinas, bastos de agonía,
Madera de la cruz, cirio del día
Velando los occiduos funerales,
Sebastián de los santos vegetales
Cuyo martirio mismo es alegría.
Nunca fuera el amor decepcionado
Porque así la conoces y la quieres:
Pobre, dura y reseca, allí plantado;
Ni el dolor del cilicio exasperado,
Al hombro las saetas, y no hieres,
Cardo benigno del terrón soleado.
Música, cultura y sociedad en el semiárido
occidental larense venezolano.
El pentagrama,
selecto nervio de nuestro espíritu,
es el nervio de nuestra raza.
Cecilio Zubillaga Perera,
1942.
Si escogiera,
el Sol nacería en
el nombre de Carora.
Pablo Neruda, 1959.
Dice el musicólogo uruguayo Walter
Guido, en la presentación del famoso y sin igual libro del maestro José Antonio
Calcaño La ciudad y su música, que “En una sociedad, la música cumple una
función que, en términos generales, es semejante a la de las demás artes. Sin
embargo, a poco que se profundice en sus características propias, se comprobará
que ofrece matices que la diferencian radicalmente de los demás fenómenos
artísticos.” Para estudiar la música abundan las tendencias y se nota una clara
imprecisión terminológica, no existe un vocabulario técnico uniforme, agrega
Guido.
No haremos en este ensayo un estudio
musical en sí mismo, sin agregados extra-musicales. Nosotros nos decidimos por
una historia social de la música, tal como nos enseñaron los maestros Federico
Brito Figueroa y Reinaldo Rojas, es decir estableciendo una correlación e
interdependencia del hecho musical con los acontecimientos históricos, sociales
y culturales de unaépoca, así como vincular a la música con las otras artes.
Mostrar el fenómeno musical en forma socializada es nuestro propósito. Un
músico jamás toca para sí mismo, la ejecuta para ser oído por un colectivo,
porque la música sin más y evidentemente es una construcción social.
Calcaño escribe que “Ha habido
siempre una coincidencia entre la grandeza de un país y el desarrollo de su
música. Las grandes naciones, en sus grandes periodos, han tenido siempre su
mejor música. Podemos seguir paso a paso la grandeza y la decadencia de un pueblo
o de una cultura, en la grandeza y decadencia de su música. No ha habido nación
mediocre con música excelsa. Después que el alma de un pueblo y sus
instituciones, alcanzan consistencia y desarrollo, es cuando aparece en él una
música valiosa.”
Y más adelante agrega Calcaño “Es el
crecimiento de la ciudad el que acondiciona el crecimiento de la música; es el
carácter de los pobladores, modificados en gran parte por los hábitos de vida y
las circunstancias ambientes el que acondiciona el carácter de la música.”
Creemos que la música en el semiárido
occidental larense venezolano es producto social que ha llegado a la madurez,
puesto que es una comunidad que tiene hondas raíces histórico sociales desde
tiempos precolombinos hasta la actualidad. Es el semiárido larense una
“comunidad imaginada”, como dijera Benedict Anderson, en el seno de la nación
venezolana, con características muy singulares e idiosincráticas, que se mira a
sí misma y se siente como comunidad musical, por ello nos atrevemos a escribir
las páginas que siguen.
El semiárido musical larense venezolano
Esta realidad geográfica venezolana
particularmente seca y semidesértica, un dato primario, es el asiento histórico
de una cultura musical que no dudamos en calificar de excepcional, que
envidiarían otras regiones de nuestro país y más allá de nuestras fronteras. Es
el producto de una madurez histórica alcanzada a fines del siglo XVIII colonial
y barroco. En sus dos vertientes, la académica y la popular logran el
pentagrama y entonación en estos lugares del occidente de Venezuela, el Estado
Lara, cotas y elevaciones de una maestría que ha llamado la atención de propios
y extraños.
Es un fenómeno de la cultura que
requiere una comprensión de tan excepcional
calidad melódica. La musicalidad larense tiene como base objetiva la
realidad de una geografía del semiárido, una pequeña porción del Venezuela
cercana al 6 % pero que tiene una expansión e influencia nacional y universal.
Es un semiárido curioso pues está como
colocado en un sitio en el que no debía estar: el trópico. Es una música de
ambientes calurosos la mayor parte del año, donde un tipo humano extrovertido y
alegre ha creado prodigios musicales.
El hombre ascio del semiárido
La iluminación solar constante la
mayor parte del año ha impedido que la melancolía y la depresión propia de las
zonas templadas y frías reine entre
nosotros. Se ha impuesto entre nosotros el “hombre ascio” que habita la
zona tórrida y que interesó al sabio tocuyano doctor Lisandro Alvarado. Es un
ser humano que disfruta de los rayos solares y del calor, lejano del exceso de
bilis negra que conduce a la melancolía, de la que hablaron en su teoría
humorista Hipócrates y Galeno en la Antigüedad. Esa doctrina de los cuatro
humores llega hasta el siglo XVII cuando se empleaban la música y la danza
como tratamiento de la melancolía.
La luz estridente, dice Áxel
Capriles, la luz sin contemplaciones, es una experiencia poderosa, abrumadora.
Y, querámoslo o no, los habitantes de estas regiones equinocciales, como
Armando Reverón, tenemos que llegar a términos con la deslumbrante masa solar
que nos subsume. El Sol es el principio de todo movimiento, incita a elevar el
tono de voz para traspasar los obstáculos. Los rayos del Sol despiertan la
extroversión. El alargamiento del día en los meses de mayo, junio, julio y
agosto, nos hacen sentir más alegres y confiados. ¿Será acaso necesario decir
que las fiestas del semiárido larense coinciden o se realizan en las cercanías
del solsticio de verano?: La Cruz de Mayo, el Día de San Antonio de Padua, las
Fiestas de San Juan Bautista, la Parranda de San Pedro.
El incremento de la radiación solar,
agrega Capriles, produce cambios hormonales que elevan el estado de ánimo, el
Sol se asocia con la alegría. La depresión, por el contrario, se vincula con la
oscuridad. Es una vivencia universal. Para el antropólogo Gilbert Durand, uno
de los esquemas dominantes de la imaginación es el que opone los símbolos
tenebrosos a los de la luz. La luz por lo general, simboliza alegría,
esperanza, ascenso, calidez, buen humor y entusiasmo, mientras que la
oscuridad, su polo contrario, representa tristeza, infortunio, pesadez y
descenso. La luz es una condición indispensable para entender la cultura y la
psicología venezolana, afirma Capriles.
Las cuerdas y las maderas tienen en
nuestro clima cálido y solar durante casi todo el año, una sonoridad y
afinamiento únicos. Las noches estrelladas y con rala nubosidad invitan a una
sociabilidad con arpegios y armonías, la noche está poblada de sonoridades de
insectos, reptiles y aves. Nuestras auroras son un coro de melodías canoras. El
calor seco a diferencia del calor húmedo predispone a la meditación pues no
embota los sentidos, sino que los aguza de manera significativa. Apenas es
necesario recordar que las tres grandes religiones monoteístas, judaísmo,
cristianismo e islam son productos del desierto.
El trópico no es inercia e inacción,
como diría don Mariano Picón Salas, no es tierra de dormilones y perezosos, una
hidrografía difícil nos ha hecho imaginativos e inventivos. En el pasado no
tuvimos ni economía del cacao ni economía del café, fue, por el contrario, una
economía de caprinos y ágaves, economía del comercio a lomo de mulas. Y al
despuntar el siglo XX no fue encontrado en las entrañas el disolvente vellocino
petrolero que hubiese desarticulado nuestras numerosas aldeas musicales.
La musicalidad larense es un fenómeno
colectivo y de masas, aparejado a nuestra devoción marianista tan afincada. En
los espectáculos musicales que convocan a centenares y miles se puede observar
que los cantos colectivos tienen afinación, lo que poco sucede en otras
regiones culturales de Venezuela. La música es pues una expresión social y de
grupo que se fue conformando desde el siglo XVI en lo que he llamado “Triángulo
colonial y barroco” conformado por El Tocuyo, Barquisimeto y Carora. Triángulo
de acordes y pentagramas que nos ha hecho la entidad jurídico política musical
y melódica por excelencia al estado Lara en el concierto de la Nación
Venezuela.
Lara y el mestizaje social
Ese agudo oído melódico deviene de
nuestra conformación de pueblo que ha logrado una mestización casi completa en
un tipo humano de características medias y equilibradas, dice el sabio
Francisco Tamayo. No existen núcleos negroides o caucásicos grandes o
perdurables, por lo que podemos inferir que la mescla étnica se ha logrado de
manera gradual y no traumática. La guerra social de la Independencia y la
guerra social de la Federación no tuvieron acá la crueldad y el ensañamiento
que en el centro de Venezuela. La piel morena, muy lejana del llamado “modelo
ario” decimonónico, es rítmica y extrovertida, proclive a las actividades
grupales religiosas y paganas. La melancolía europea no logró jamás tomar
ciudadanía entre nosotros y a ella le opusimos con brío y entusiasmo el baile
negroide del tamunangue, el chimó y el cocuy, elementos que nos acercan al tipo
de humor sanguíneo alegre y enérgico de Hipócrates.
El estado Lara, de los de mayor
densidad demográfica del país y receptor de migraciones internas, no ha sido
desarticulado poblacionalmente por las migraciones internas venezolanas, de tal
manera se ha mantenido con fuerza su personalidad básica, un ethos que se
expresa en la multitudinaria procesión de la Divina Pastora de todos los 14 de
enero desde 1856. Ese día sucede algo sociológicamente maravilloso: los
larenses formamos una masa humana descomunal que podemos percibir directamente
y por propia experiencia, no mediática. Ese día asisten a la procesión, según
datos de la Alcaldía del Municipio Iribarren (Barquisimeto), unos cuatro
millones de personas, cantidad que supera a la del Estado Lara que se estima en
dos
millones y medio de almas. La música
recibe y despide a la virgen del cayado y las ovejas.
Una religión popular en el semiárido venezolano
El catolicismo en el semiárido
larense, como en el resto de Venezuela, es una religión igualitaria, poco
institucionalizada, ajena al dogmatismo y con elementos ritualísticos, nunca es
extática, siempre absorbiendo influencias exteriores o está creando nuevos
símbolos y valores. El catolicismo oficial, dice Angelina Pollak-Eltz, se basa
en una teología racionalista, la religiosidad popular es salvacionista y devocional.
Refleja la recepción creativa y original del Evangelio por parte de indígenas,
negros y mestizos. El pueblo creó un sistema religioso que da sentido a la
vida.
En el semiárido larense la religión
popular polariza ante dos devociones muy arraigadas entre el pueblo llano
predominantemente mestizo: San Antonio de Padua, conocido como el “santo de los
pobres”, y la Divina Pastora, cultos animados en sus orígenes por negros
africanos y aborígenes. San Antonio está firmemente unido a la danza de raíz afro
del tamunangue, la danza negroide emblemática del estado Lara. Y existe una
virgen decididamente americana y aborigen: la Virgen del Rosario de la
Chiquinquirá de Aregue, Municipio Torres, la Virgen India, devoción que procede
del Reino de Nueva Granada o Colombia y que es anterior a la Chiquinquirá
zuliana.
La gastronomía del semiárido larense
La noción de abundancia natural y de
riqueza ilimitada es inseparable de la idea de América. Es su imagen
fundacional. El discurso de la exuberancia tropical, las representaciones de
fecundidad y de opulencia, aparecen desde los primeros gestos americanos y
relaciones tempranas de los exploradores, nos refiere Áxel Capriles. Pero es un
hecho excepcional que en estas tierras equinocciales existieran zonas que no cuadraran
con esa idea inicial de pletórica abundancia americanas: el semiárido del
occidente de la Provincia de Venezuela.
Edilberto Ferrer Véliz nos dice que
uno de los rasgos determinantes de los universos áridos y semiáridos, es la
minusvalía relativa del factor humedad, lo que queda demostrado en lo espaciado
y errático de las lluvias, la inexistencia de manantiales permanentes y la
sequedad del suelo. Ante tal situación los seres vivientes responden con
adaptaciones morfológicas, fisiológicas y etológicas.
Esta particularidad del semiárido ha
debido asombrar a los primeros cristianos que lo visitan en el genésico siglo
XVI, desde Nicolás Federmann a Galeotto Cey. Este viajero italiano escribe con
asombro de los hábitos gastronómicos que vio en el árido occidente de Venezuela
que: Son todos los indios, como estos caquetíos, peores que puercos en el comer
y sucios en las casas que habitan. En muchas naciones comen carne cruda, y
comen las entrañas y vísceras de los animales sin vaciarlos: les basta estrujarlos
un poco con las manos, y así ponerlos a cocer. Los pájaros los echan en las
ollas con plumas, y todos límpiense el hocico con las manos, y las manos en los
muslos, o en el cuerpo, o en el suelo. En el Nuevo Reino de Granada, cuando van
a cazar y matan un ciervo, apenas le llegan encima ya se comen las entrañas, el
vientre y todos los intestinos, la cabeza y pies, así crudos. El resto lo
llevan al patrón o a vender, es la cosa
más sucia del mundo. Y así hacen con toda carne (Cey, 1994: 109).
Pareciera de tal manera que nuestro
emblemático mondongo larense de hogaño tuviera antecedentes precolombinos su
multisensorarialiedad: Sinfonía de vísceras y vitualla expresándose en armonía
perfecta y seductora, en una sustanciosa sopa. El mondongo es sinónimo de
paradoja culinaria, al transformar “el desecho” en exquisitez, dice la revista
Historias de Sobre Mesa.
Tomar como base la cultura culinaria
para un intento de regionalización es, sin duda, lícito. L Con Rafael Cartay
pienso que nuestra región gastronómica Lara-Falcón tiene en el mondongo su
epicentro. Si observamos con detenimiento este yantar igualitario y societario
observamos que su denominación es africana, la carne la proporciona el
hispánico chivo y que algunos ingredientes son americanos, el maíz o jorojoro,
y las especias venidas de la lejana Asia.
Los ágapes comunitarios son un ritual
en el estado Lara que convocan a todos los estratos sociales sin distinción,
alrededor de los yantares del semiárido no es extraño hallar allí a músicos y
recitadores populares. En la ciudad de Carora pervive el ritual gastronómico y
societario de “el mondongo los domingos”, un rasgo idiosincrático de los
habitantes sibaritas del Municipio Torres.
Tamunangue, Joropo larense
Todos conocemos que el joropo es
música y danza que identifica a lo nacional venezolano, es el baile nacional
por antonomasia. Pero es un hecho excepcional que los habitantes del semiárido
occidental hemos modificado al joropo y desde esta melodía nacional se ha
creado el tamunangue y los golpes tocuyanos y curarigueños, que son variantes
rítmicas del joropo. Ninguna otra región ha logrado tal portento del ingenio
popular, pues no fue una decisión de las élites, que se produjo en un siglo
definidor de nuestra nacionalidad venezolana: el siglo XVIII, y que el sabio
Francisco Tamayo llama ballet pagano de San Antonio. Es una suite de danzas que
habrían llamado la poderosamente la atención de Seguimund Freud por su
acentuado erotismo y pulso libidinoso: Eros, ritmo del tambor y alcohol en
potente y armoniosa síntesis que soporta la anglobalización con gran éxito. El
arte musical, bajo el principio fundamental de que es una metáfora de la
realidad, nos lleva a descubrir que la óptica social hace del mundo natural
semiárido un espejo del carácter del larense venezolano.
El tamunangue es la síntesis de
nuestra condición de pueblo mestizo, en la conjunción o concurrencia de
elementos aborígenes, españoles y africanos. Es nuestro acabado melting pot
como crisol cultural que en tierras sudamericanas logra tan prodigiosa y
acabada suit de danzas que por su variedad y complejidad no tiene parangón,
afirma Francisco Tamayo, en el folklore de Latinoamérica. El tamunangue es,
parafraseando a Yi Fu Tuan, nuestra topofilia.
Si en la Nueva Orleans de la Lousiana
estadounidense nacería el mundialmente famoso ritmo del jazz entre los
descendientes de los negros esclavos abrumados por el trabajo en las siembras
algodoneras del “Deep Sur”, en tierras venezolanas dedicadas a la caña de
azúcar nacerán, derivados del concepto musical afroamericano, indígena y
español, nacido en las abyectas esclavitudes negras, el Golpe Tocuyano, el
Golpe Curarigüeño, así como el Tamunangue Larense, la manifestación folklórica
“más rica y hermosa de Venezuela, si ya no lo es de la América toda”, como
afirma el sabio larense Francisco Tamayo.
Los instrumentos musicales del semiárido
El semiárido se expresa musicalmente
de manera fundamental con el canto y el baile acompañados de instrumentos
musicales membranófonos y cuerdófonos, el tambor tamunango y el Cuatro, la
guitarra y la mandolina. Entre nosotros jamás se habrá de crear una cultura del
piano, como dijo Weber, porque nuestra música es expresión de la calle y del
mercado. Es música expansiva y del ágora, de colectividades musicales y que
quizás sea la más emblemática expresión
en Venezuela el increíble caserío La Candelaria, ubicado en la Otra Banda
semidesértica del Municipio Torres, mágico lugar donde aprendió a tocar “de
“fantasía” el más eminente y extraordinario músico venezolano del siglo XX: el
Maestro Alirio Díaz. Los arreglos que hizo de manera magistral de la música
popular revelan su condición originaria de músico popular y campesino, de tez
bastante morena, discípulo de Chío Zubillaga.
Los excelentes luthieres larenses
Quizás el más excepcional constructor
de notables instrumentos musicales de cuerdas en nuestro espacio sonoro musical
larense sea el baragüeño Antonio Navarro, quien fallece en Carora en 2014. Una
geografía del arte que se expresa de manera maravillosa en este lutier llamado
el Stradivarius venezolano. Ni sus gruesas manos ni su espartano taller daban
cuenta cabal de las extraordinarias creaciones de su inmenso y autodidacta
talento de luthier, verdadero y genuino representante de lo que he llamado “el
genio de los pueblos del semiárido venezolano”.
La paradoja es la palabra que mejor
rima con este octogenario baragüeño, larense y venezolano que acaba de dejar la
vida terrenal a los 86 años. Lo primero de su rareza es, a no dudar, su
formación casi completamente autodidacta en el oficio de fabricar instrumentos
cuerdófonos de altísima calidad. Compró–eso sí– libros de luthería españoles y
franceses, los que atesoraba en su pequeña biblioteca en Carora, la ciudad que
le dio abrigo y nombradía.
Lo segundo reside en que habiéndole
dado estatus académico al instrumento musical llamado Cuatro, sacándolo de la
oscuridad, dándole una simetría nueva, así como una afinación diferente, sin
embargo no sabía tocar los instrumentos que salían de su prodigioso ingenio.
Apenas los afinaba. ¡Y de qué manera! Para ello hizo algo inaudito hasta
entonces: elevó la afinación desde el quinto traste tradicional hasta el traste
número 17, con lo cual hubo de alargar el mástil y, consecuencialmente, darle
una apariencia mucho más elegante y altiva al instrumento bandera de la
nacionalidad venezolana.
A pesar de sus innegables
innovaciones transformadoras de la luthería, este apacible caballero jamás
llegó a registrarlas para protegerlas de eventuales plagios e imitaciones. Era
tal su perspicacia y agudeza que hasta la renombrada empresa musical japonesa
Yamaha lo invitó en varias ocasiones a visitar sus talleres, a lo que se negó
don Antonio por aquello del frío extremo del archipiélago oriental.
Construía cuatro o cinco instrumentos
en un mes de trabajo solitario este ermitaño, que apenas dejó que su hijo Elías
aprendiera al dejarse mirar por su retoño haciendo sus portentos musicales. Me
dicen que en sus inicios– años 70 del milenio ido– se fue a aprender la técnica
en el caserío Agua Salada, pero no le soltaron prendas. Se inspiró entonces en
un fabricante de Caracas llamado Ramón Blanco, y con ello construye sus
liliputienses Cuatros iniciales. Monta su taller en la calle Jacobo Curiel de
Carora y le da el sugerente nombre de El Señuelo. De allí se trasladará a su
residencia definitiva y en donde en una ocasión le visité: la calle de Los
Silos, sector Las Mercedes, situada en Carora.
Pero también salieron de sus callosas
manos de “enmatonador” (desmalezador) de potreros y talador de montañas -que
fue su primer quehacer y en donde entra
en contacto con la materia prima de su oficio- bandolas, bandolinas, el sexto
del folklórico baile negroide del Tamunangue, cuatros y guitarras. De estos
nobles instrumentos tenemos referencia de elogios y aplausos emitidos por Simón Díaz, autor de la
universal canción Caballo Viejo, y del Maestro Universal de la guitarra Alirio
Díaz. El “Mangoré caroreño”, como le decían a Don Alirio, dijo que los cuatros
de Navarro son, en efecto, una guitarra.
De sus rústicas manos salieron los
instrumentos con los cuales hacen delicias musicales los grupos Un Solo Pueblo,
Serenata Guayanesa, Carota Ñema y Tajá, los Salveros de nuestro Cerro de La
Cruz, Los Golperos de Don Pío, así como las individualidades de Hernán Gamboa,
Iván Pérez Rossi, Simón Díaz, Cecilia Todd, La Chía, Zamurito, Luis Santeliz,
Reinaldo Armas, Maira Martí, Cheo Hurtado, Héctor Felipe Torres Mendoza, entre
otros.
La palabra materia, de todos en uso,
deriva de la palabra madera. Pues la materia prima de la labor de Navarro,
heredera del lejano genio griego Pitágoras, son el palo santo de la antigua
India, pino canadiense, cedro, abeto y caoba. De su talento matemático saldrá
lo que llamó el Cuatro número 33, el cual finalmente logra tras 20 años de investigación,
me dice César Tovar, el famoso fabricante de rosetones. Ese sugerente número es
la base matemática que da forma a la anatomía y a todas las medidas del
instrumento musical. Y es el Cuatro el
instrumento que reúne todas las características de armonía, conformación y
simetría.
Apenas es necesario decir que el
concepto pitagórico de número y armonía acompañan a Navarro, pues sus Cuatros
son de largo 33 cmts. exactos; la parte más angosta de la caja armónica mide la
mitad de 33 cmts: 16,5 cmts, la parte más ancha de esta misma caja mide 22
cmts, es decir dos partes exactas de 33; para el diapasón usa la regla 49,5, o
sea 33 más la mitad de este emblemático número; el cuello de la caja armónica
tiene 14 cmts es decir, la tercera parte de 33 más tres cmts; la altura de los
aros o costados mide 9 cmts, o sea la multiplicación de 3×3; y, finalmente, el
grueso de la tapade abajo es de 6 milímetros, que es la suma de 3 más 3, luego
de armado el instrumento se va rebajando en forma cóncava, quedando las orillas
de 3 milímetros, y el centro de 6 milímetros.
De modo pues que el Maestro Navarro
hizo de manera callada y solitaria –y miles de años después– el descubrimiento
que hizo Pitágoras en la Antigüedad del fondo numérico de la música: música y
número, una y la misma cosa, que es el punto de partida de una nueva concepción
cosmológica de la civilización occidental que derivó en religión. Un portento
del genio de los pueblos del semiárido venezolano. Antonio Stradivarius y
Antonio Navarro, dos Antonios genialmente maravillosos y sublimes. Tres siglos
en sus existencias los separan, pero los une el afán desinteresado y sublime de
hacer un mundo más vivible a fuerza de sonidos armoniosos y bellos.
Alirio Díaz y Rodrigo Riera: grandes figuras musicales larenses
La figura cimera de la excelsa y
consolidada musicalidad nuestra es sin lugar a dudas el pueblo larense, un
colectivo melódico sin parangón en Venezuela. Es un fenómeno de masas,
colectivo que hunde sus raíces en la historia y que ha contribuido, con la
concurrencia de otras artes, a lo que he llamado “Genio de los pueblos del
semiárido larense venezolano.” Una evidente muestra de este fenómeno de masas
ha sido el Baile de las Zaragozas que se escenifica de diversas localidades
larenses cada 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, una conmemoración
festiva de extracción colonial que agrupa a músicos populares con un pueblo
volcado a esta celebración masiva. Otra son las infaltables y coloridas
retretas que teníanpor escenario las plazas mayores de nuestras ciudades y
pueblos coloniales.
¿Y qué decir de la procesión de la
Divina Pastora, que es un gigantesco coro de voces y cantos en donde participan
cuatro millones de personas todos los 14 de enero de cada año?
Quien escribe ha conseguido en el
Archivo de la Diócesis de Carora, en los
antiguos Libros de Cofradías y hermandades caroreñas del siglo XVIII ados
interesantes músicos coloniales. Ellos eran el payador Diego Tomás de Parada y
el maestro de horganos, el español Pedro Lozano. La presencia de estos dos músicos revela la enorme
importancia que ha tenido en la cultura de habla castellana el hecho melódico
musical. Religión católica y música barroca eran el centro de la sociedad
colonial, pues bajo el techo de la Iglesia de San Juan Bautista se reunían los
numerosos miembros de las cofradías o hermandades, instituciones de solidaridad
y apoyo mutuo claves de la sociabilidad nuestra hasta hace poco.
Francisco Pérez Camacho:
El abuelo de los músicos del semiárido larense
En la “Ciudad Madre de Venezuela”,
encontramos a un músico extraordinario, el sacerdote Francisco Pérez Camacho
(1659-1724) nacido en El Tocuyo, específicamente en el Valle de Totumo; a él se
confiará en 1689 la enseñanza del Canto Llano y Música figurada en el Colegio
Seminario de Santa Rosa de Caracas, institución matriz de la Real y Pontificia
Universidad de Caracas, fundada en 1725. Fue el primer el primer catedrático de
música en esta casa de estudios. Su docencia se extendió por largos 43 años y
tenía la obligación de enseñar el órgano y el canto en la Capilla de la
Metropolitana a todas las personas que quisieran aprender, lo que desdice la
idea machacada que la Colonia fue un periodo de oscurantismo y barbarie. Era
Pérez Camacho bajonista, cantaba el canto gregoriano y era capaz de ayudar el
sochantre o maestro cantor.
En 1683 hizo Pérez Camacho estudios
de filosofía y artes en el Seminario con el admirable Maestro Juan Fernández
Ortiz, cursa las difíciles cátedras de Retórica y Gramática que en aquellos
momentos eran más importantes que la Nueva Física que por aquellos años se
desarrollaba con Bruno y Galileo. Nuestra educación, dice Mariano Picón Salas,
fue en esa época una educación más de palabras que de cosas.
El Rey de España, Felipe IV, tenía
incumbencia en los planes de estudios del Seminario, las Constituciones del
Seminario Mayor que fueron aprobadas por sus manos en 1698 establecían una
clase diaria de música desde las 10 de la mañana para los seminaristas “y demás
que quisieren aprender”, clase que duraba media hora y se gobernaba con la
ampolleta, es decir un reloj de arena o una clepsidra de agua. Cuando fue
fundada la Universidad de Caracas pasó a formar parte de ella y con ello se
convierte en el primer catedrático de música de nuestra Universidad colonial.
Estos datos indican, escribe el
Maestro Calcaño, una labor valiosísima, tanto en ejecución como en docencia,
que va desde 1682 hasta 1725, o sea 43 años dedicados a la música. Esto hace al
músico tocuyano un personaje verdaderamente eminente en su campo de acción, y
el más valioso que hasta su tiempo hubiera actuado en Caracas. Consiguió en
este sentido una inmortalidad laica y lo que ha motivado a quien escribe le ha
llamado “Abuelo de los músicos del semiárido larense venezolano.”
El Negro Tino Carrasco, padre de la trova social venezolana.
En la antigua ciudad de Carora
destaca El Negro Tino Carrasco, quien según dijera el gran escritor merideño
Mariano Picón Salas, es parte de una inmensa tradición rapsódica venezolana que
remonta a las viejas canciones coloniales, a los cantares de gesta de la
Independencia y la Federación y a todas las peripecias contemporáneas que pule
y elabora su inventiva de artista, se pone a hablar con su garganta. En su
Corrido de las cien mujeres, que por la influencia de la versificación y la
agilidad de los retruécanos parece la obra de un Lope de Vega selvático y
mestizo que no tuviera otro maestro que la más alegre y desenfadada naturaleza.
Darle al Negro Tino un pie forzado ya lo estará desarrollando y devolviéndolo
como una gallarda serpentina. En su cédula electoral se llama Celestino
Carrasco, pero con el cuatro y la bandolina en la mano y ya en trance de
improvisar, nadie lo nombra sino El Negro Tino.
Comenzó Tino Carrasco a componer con
su genio de inspiración popular lo que se llama hogaño canción de protesta,
mientras muy joven purgaba condena en una cárcel del gomecismo, “Las Tres
Torres” de Barquisimeto, por un crimen que no cometió. Sus composiciones se
ejecutan en el lejano Japón y el Maestro universal de la guitarra Alirio Díaz
ha hecho arreglos de algunas de ellas. Sus más destacadas y populares
composiciones serán Amalia Rosa, Fuego fuego, Golpe tocuyano, El morenito,
Tened piedad de mí, Montilla, La guerra de los Vargas.
Alirio Díaz, Faraón de la guitarra
En el vientre profundo del semiárido
larense, en la Otra Banda del Distrito Torres, vino a la vida en 1923 un niño
que, de ser criador de marranos y chivos en su aldea natal de La Candelaria,
llegaría a ser el guitarrista más destacado del orbe en la segunda mitad del
siglo XX: Alirio Díaz. El Maestro español Regino Sainz de la Maza escribe de él
que “Tiene sobre la mayor parte de los guitarristas de su generación, una
innata naturaleza de virtuoso.
Toca con aplomo y seguridad
sorprendente”. Todo un prodigio que aprendió tarde a leer música y que se
confundía, como lo dijo a quien escribe, por no entender por qué razón el
pentagrama tiene cinco líneas y la guitarra seis cuerdas. Su primer maestro
musical fue su entorno natural semidesértico, los sonidos de las noches y el
“tempo” le llegan desde las faenas de las pilanderas de maíz en su ritmo
acompasado. Huye sin que su padre don Pompilio lo supiera, muy de madrugada, el
6 de septiembre de 1939 de su aldea musical a los 13 años sin una moneda en los
bolsillos con rumbo a la antigua ciudad y culta de Carora.
Lo descubre al llegar a Carora el
Maestro de las juventudes Cecilio “Chío” Zubillaga Perera (1887-1948), quien al
oírlo tocar de oído La Serenata de Franz Schubert que había escuchado en la
ortofónica de Tita Verde, le aconseja con magnifica clarividencia dejar de lado
la filosofía y la historia y dedicarse por completo a la música, le envía a la
ciudad de Trujillo con el Maestro Laudelino Mejías, quien le enseña las bases
musicales y a ejecutar el saxofón. Chío Zubillaga, que conocía con hondura
nuestra cultura popular y hasta se afirma que fue su inventor, llega a decir en
carta a Luis Beltrán Guerrero que el pentagrama, selecto nervio de nuestro
espíritu, es el nervio de nuestra raza. Con estas palabras Chío Zubillaga se
acerca a las ideas del mexicano José Vasconcelos, su “monismo estético”
expresado en La raza cósmica, obra
escrita en 1925.
La referencia musical más importante
en Venezuela era por aquellos años Vicente Emilio Sojo, director de la Escuela
Superior de Música, quien recibe a tres guitarristas caroreños en maravillosa
coincidencia septiembre de 1945: Alirio Díaz, Rodrigo Riera e Ignacio Ramos
Silva con un desmotivador “loro viejo no
aprende hablar”. El maestro Raúl Borges les hace una prueba de ejecución de la
guitarra y queda maravillado. Sojo, en un acto que lo enaltece, debió
retractarse y les hace inscribirse en su instituto.
El camino hacia Europa estaba abierto
para Alirio Díaz, quien logra concertar sin conflictos, escribe Bruzual, las
enseñanzas de dos maestros ya consagrados: Regino Sainz de la Maza y Andrés
Segovia. El Maestro Segovia debió vencer la propensión arrogante de la cultura
europea de la que nos habla Jack Goody, al constatar el gran virtuosismo del
sudamericano, “ajeno a toda imitación”, y lo nombra su asistente. El director
orquestal rumano Sergiu Celibidache afirmó en 1962 que “era el mejor
concertista de guitarra del mundo.”
Rodrigo Riera le toca a Barrios Mangoré
Del otro lado del quebradón que
separa a la Carora de los mantuanos de los sectores populares, en Barrio Nuevo,
habrá de nacer en el mismo año que Alirio Díaz, 1923, el gran guitarrista y
compositor Rodrigo Riera. Hijo de natural de Juancho Querales, un músico
popular, ejecuta siendo un niño limpia botas en 1932 para el guitarrista
paraguayo Agustín Barrios Mangoré de visita en Carora su versión al Cuatro de
Alma llanera, lo que lo motiva hondamente seguir la carrera musical. En 1939
conoce a Alirio Díaz recién llegado a la ciudad. Viaja a Caracas en 1941 y
entra en contacto con quien será para él una
revelación, Antonio Lauro, quien se percata de su talento y lo
recomienda a su maestro Raúl Borges. Siguiendo el camino de Alirio Díaz,
escribe Bruzual, marcha a Europa en 1951 e ingresa al Real Conservatorio de
Música de Madrid y toma lecciones con Sainz de la Maza y Conrado del Campo.
Obtuvo en todos los niveles notas sobresalientes.
Venciendo enormes y diversas
dificultades derivadas de su humilde extracción social, su condición de hijo
ilegítimo, un pronunciado arqueo de sus piernas, a lo exiguo de su beca para
estudiar guitarra en Madrid, tuvo un enorme éxito en España, Italia y Francia
con sus ejecuciones latinoamericanistas de piezas de Villa-Lobos, Ponce,
Barrios Mangoré, Borges, Lauro, Sojo y Pérez Díaz, así como con las
composiciones suyas Preludio criollo,
Canción caroreña. Fue un hábil improvisador de estilo autentico. Se presenta
junto a su paisano Alirio Díaz en Madrid en 1954 ejecutando la primera guitarra
con gran maestría este otro discípulo caroreño de Andrés Segovia. El crítico
Robert Shelton de El New York Times escribe
en 1967: “El solista es un técnico e intérprete de primera categoría.
Rodrigo Riera es un maestro de la expresión, un técnico seguro y produce un
tibio y atractivo sonido de cuerdas. Reveló muchos momentos de profundidad y
poesía.”
La Orquesta Mavare
La música ha tenido entre nosotros
los larenses mayor encumbramiento y reconocimiento social que la pintura, la
poesía, el teatro y hasta la misma literatura. Y es que desde la Colonia ya
producíamos talento y oído musical. El primer profesor de música de la
Universidad de Caracas, Francisco Pérez Camacho, era tocuyano. Rafael Domingo
Silva Uzcátegui dice -inclusive -que tuvimos una Edad de Oro musical, como la
Viena de los siglos XVIII y XIX, la cual ubica en las dos últimas décadas del
siglo XIX. Hasta el presidente del estado, el general Aquilino Juares, tenía
una afición musical. En las casas de la alta sociedad barquisimetana, lo mismo
que en El Tocuyo, Carora y otras ciudades, había frecuentemente veladas
musicales. En algunas de las mansiones, todos eran artistas. Estaba tan
generalizado el estudio de la música en la sociedad -añade Silva Uzcátegui-,
que siendo presidente del Estado el General Aquilino Juares, fueron a darle una
serenata un grupo de quince músicos casi todos ellos doctores en Medicina o en
Derecho. El único músico profesional que formó parte del grupo fue el
barquisimetano, hoy nuestro célebre violinista Franco Medina. Son los años
cuando nacen la orquesta La Pequeña Mavare, la Banda Bolívar, la Banda de
Conciertos del Estado Lara, la Banda de Conciertos Antonio Carrillo.
La Orquesta Mavare es la más antigua
de Venezuela, pues fue fundada en 31 de diciembre de 1897, ocaso del siglo XIX,
tiempos de las revueltas protagonizadas por el célebre Mocho Hernández. Parece
poco menos que increíble que en un periodo de tanta inestabilidad económica y
política en Venezuela, se haya gestado tan magnifico y deslumbrante
renacimiento musical en esta ciudad mercurial -que no ha reñido con Minerva-
que era Barquisimeto finisecular. “En el Estado Lara -afirma el caroreño Héctor
Mujica- el cultivo de la música es casi orgánico si se quiere.” La Orquesta
Mavare es parte fundamental e indisoluble del ethos larense, ella interpreta
como ninguno el “himno sentimental” de esta tierra semiárida, el bambuco
Endrina compuesto por Napoleón Lucena en 1935, y es quien recibe de manera
apoteósica, devota tradición, en serenata a la gigantesca procesión de la
Virgen Divina Pastora todos los 14 de enero de cada año desde 1856.
De este modo se funden
indisolublemente en un día las dos grandes tradiciones larenses: la devoción
mariana pastoreña y el espléndido e inigualable movimiento musical larense,
teniendo como escenario de fondo la monumental muchedumbre que en tan
maravilloso día se escenifica, una puesta en escena, lo grandiosamente larense
y venezolano.
Franco Medina, violinista internacional
En las primeras décadas del siglo XX,
nos dice Juan José Peralta, el músico
barquisimetano Francisco de Paula Medina –Franco Medina
(Barquisimeto,1874-Italia,1960)– fue considerado uno de los mejores violinistas
de Europa, ocupando el quinto lugar en una larga lista de virtuosos ejecutantes
del instrumento. Cursa estudios de tan exigente instrumento en Milán, Italia,
por beca concedida por el presidente Cipriano Castro en tiempos del alevoso
bloqueo naval de Inglaterra y Alemania a nuestro país. Escribió un Método para
la enseñanza del violín, utilizado en varias academias del mundo. Entre 1905 y
1930 funda y dirige una academia musical en Italia. En 1933 funda en
Barquisimeto la academia de música instrumental y de canto “Nicolo Paganini”,
una orquesta de conciertos y un orfeón. Quien escribe lo considera sin empacho
alguno “Yehudi Menuhin venezolano”.
El compositor y director coral Vinicio Adames
La tragedia nos quita tempranamente a
este genial músico que nace en Barquisimeto, 1927, y que fallece en trágico
accidente de aviación en Islas Azores, 1976. Compositor y director de coros y
orquestas de sólido y bien ganado prestigio. Dice Walter Guido que fue
discípulo aventajado de Franco Medina en su ciudad natal, en Caracas estudia
con Inocente Carreño teoría y solfeo. En 1958 reorganiza el Orfeón de la
Universidad Central de Venezuela y conduce unos 2.000 conciertos en Venezuela,
Europa, Estados Unidos. En 1967 es becado por el gobierno de Estados Unidos
para realizar curso de dirección orquestal en la Universidad de Oakland,
Michigan. Realiza, como el guitarrista Alirio Díaz, múltiples arreglos
musicales de la música popular venezolana. Fallece con todos sus integrantes en
el aeropuerto de Lajes, islas Azores portuguesas, el fatídico 3 de septiembre
de 1976. Perdió la cultura musical venezolana y continental un proyecto a
desarrollarse aún más y producir sus mejores arpegios armónicos cuando apenas
contaba Vinicio Adames 49 años de edad.
Ocho años después, en 1984, el Orfeón
de la Universidad Central de Venezuela ya redivivo tras traumática disolución,
por amable petición del Dr. Juan Martínez Herrera, presidente de la Casa de la
Cultura de Carora, se aloja en mi casa de habitación en el barrio Manzanare de
Carora tan afamado coro. Allí ensayaron por la mañanita los chavales ucevinos y
pude ver y oír extasiado el luminoso e imperecedero rastro melódico dejado allí
por don Vinicio Adames.
La prodigiosa voz de Aquiles
Machado
Tiene repartida su sangre entre
España y Venezuela este notable tenor y director orquestal barquisimetano que
es Aquiles Machado, nacido en 1973.Cuando oímos sus muy hermosas
interpretaciones no podemos menos que recordar al otro gigantesco tenor
venezolano: Alfredo Sadel, del cual ha manifestado ser su seguidor y admirador.
Discípulo aventajado de Alfredo Kraus en España. En el año 2007 se convierte en
el primer venezolano en cantar en el Teatro de La Scala de Milán. Ha trabajado
con Plácido Domingo y con su paisano barquisimetano Gustavo Dudamel. Su diverso
repertorio vocal incluye la ópera Carmen de Georges Bizet, La boheme de Giacomo
Puccini, Réquiem, Rigoletto, Errnani, La traviata de Guiseppe Verdi, La
caballería rusticana de Pietro Mascagni.
Ha recibido premios de diversas
asociaciones líricas y de la prensa especializada entre los que se puede
destacar el de la “Asociación Lírica de Parma” por sus interpretaciones
verdianas. En 1996 ganó el concurso de canto lírico Francisco Viñas en España,
6 finalista en el concurso Cardiff Singers of the World de 1997 en Reino
Unido, y el concurso del tenor español Plácido Domingo Operalia, en su edición
de 1997.
La inspirada batuta de Gustavo Dudamel
Barquisimetano nacido en 1981, es
quizás hogaño epitome musical de nuestro prodigioso desarrollo cultural larense
venezolano. Es a la música Gustavo Dudamel, lo que el barquisimetano Rafael
Cadenas es a la literatura: unos verdaderos prodigios. En febrero de 2023
asistimos en la ciudad de Los Ángeles a una protesta popular por el traslado
del director orquestal larense a la ciudad de New York. Esa megalópolis del
Oeste de los Estados Unidos, de profundo fondo cultural hispánico, como dijo
Octavio Paz, reclamaba para sí la presencia del carismático “maestro estrella”
Dudamel entre ellos, la comunidad de habla española.
Ocupará en la Gran Manzana los
puestos que una vez llenaron magníficamente Gustav Mahler, Arturo Toscanini y
Leonard Bernstein. The New York Times se refiere a nuestro paisano larense como
“raro maestro cuya fama trasciende la música clásica, incluso cuando es buscado
por los principales conjuntos del mundo.” En otro lugar destaca el periódico
neoyorkino que “Gustavo Dudamel, el carismático director de la Filarmónica de
Los Ángeles, cuya fogosa batuta y rizos hinchables lo han convertido en una de
las figuras más reconocibles de la música clásica, dejará su cargo en 2026 para
convertirse en el director musical de la Filarmónica de Nueva York, anunciaron
ambas orquestas el martes.”
Como un Mozart del trópico, comenzó
tempranamente a estudiar violín a los cinco años de edad bajo la tutela de su
padre, Oscar Dudamel. Es el producto más notable de El Sistema de Orquestas
Infantiles y Juveniles fundado por el maestro José Antonio Abreu, y cuyo primer
núcleo se montó en Carora, la ciudad en la que escribo estas notas. Post
scriptum.
La música del secano o música secana larense
La música está muy ligada a la
geografía, una proximidad que no debe asombrarnos de modo alguno. De otro modo,
¿por qué no nos asombra decir música tropical, siendo ésta una noción
eminentemente geográfica? La salsa y el bolero son unas expresiones musicales
insulares caribeñas que rebotan y tienen eco en New York y Japón. Pero hay más.
Decimos también música llanera, música de los Andes, que son dos realidades
geográficas constitutivas de la nación Venezuela.
No aspiramos a establecer un
determinismo de la geografía como habría agradado al alemán Friedrich Ratzel,
pero es evidente que la música del cálido mar Mediterráneo es distinta a la de
la Europa nórdica, brumosa y templada. Pero que la salsa caribeña haya
triunfado en la lejana New York y que en esa templada urbe nació un género
híbrido, mescla del son caribeño y el pop estadounidense llamado boogaloo, nos
permite aceptar la tesis opuesta al
determinismo germano, esto es, el probabilismo francés de Vidal de la
Blanche.
Darles nombres a los lugares
geográficos secos y con extensos déficits de humedad es fácil en razón de que
existe una buena y significativa variedad de palabras para nombrar este
accidente geográfico que representa el 45 % de las tierras emergidas del
planeta. Estío es una de ellas y que casi cae en desuso; otros serán canícula,
veranillo, bochorno, sedientos, estériles, áridos desérticos, infértiles,
ardor, calima, calina, reverberantes, solariegos, abrazadores, entre otros.
Acá tomamos las enseñanzas del sabio
chino estadounidense Yi-Fu Tuan (1934-2022), padre de la geografía humanística,
creador del extraordinario concepto de topofilia, quien señala que el lugar
(cultural) es dinámico, con fronteras imprecisas, la cultura fluye en el
quehacer cotidiano, en el apego al lugar (topofilia), en la solidaridad de la
gente, en el contacto con la naturaleza y en la dialéctica del trabajo. Dicen
Bonilla Burgos y Gómez Rojas, que día a día se lleva a cabo una lectura
literaria, musical, artística en general, con la que se carga un paisaje,
territorio o región, por lo que el geógrafo debe estar atento a estos procesos,
primordialmente a la connotación cultural, humanística del espacio.
En el espacio culturizado, campo de
investigación de la geografía cultural, la música como una de las expresiones
humanas no escapa al análisis geográfico de carácter cualitativo. En consecuencia,
podemos señalar la (necesaria y deseable) existencia de una geografía del arte,
que se defina como una interrelación entre el espacio y las creaciones
artísticas.
Más adelante dicen Bonilla burgos y
Gómez Rojas que Una música particular asociada a lugares particulares y a
personas particulares construye un espacio donde se genera un espacio
geográfico sonoro, ya que al componer y/o ejecutar una pieza el compositor o
intérprete la transmite (directamente o usando las tecnologías en boga) y el escucha
toma posesión de ella, con lo quese realiza una apropiación y una
identificación que lleva a completar esa identidad antes señalada. Al
particularizar el paisaje natural, la topofilia se desarrolla en lo local más
que en lo global, por el apego a localidades pequeñas, al campo y al lugar de
origen. El conocimiento geográfico precisa inteligencia y sensibilidad. El
sujeto debe saber mirar, observar, sentir e imaginar, para poder hacer
inteligible la unidad de lo geográfico. Una unidad cuya aprehensión y
comprensión reclama la plena participación creadora de la subjetividad”, nos
dice Nicolás Ortega.
El tamunangue larense deja ver la
vivacidad, alegría, picardía de los habitantes de la región, por el mestizaje
cultural que presenta, distinción que nos permite apreciar que nuestra
hipótesis no ha estado errada, sino por el contrario: se ha desarrollado una
topofilia como la entiende Yi Fu Tuan, en la gente hacia la región del
semiárido larense, identificada en los ejemplos musicales, la música que se escucha,
la música que se ejecuta, piezas musicales propias, santo patrono, otros
motivos, forma de llevar a cabo una boda, bautizo o funeral, otras
celebraciones, instrumentos utilizados, ejecución, autores, intérpretes,
público, fechas importantes como el 14 de enero día de la gigantesca procesión
de la Divina Pastora, lugares y la música cotidiana, así como la difusión que
se hace de la música propia, que además convive con otras expresiones musicales
que se han ido agregando debido al dinamismo vivido, manifestando la población
posturas encontradas respecto a cambios y dominio de lo reciente por lo
histórico y ancestral. La cultura y en particular la música nos puede llevar a
la regionalización geográfica, el camino sigue y es sugerente la geografía del
arte.
Francisco Tamayo: en Lara nace lo nacional venezolano
Pero en el Estado Lara venezolano
donde se reúnen y confunden casi todos los medios físicos y biológicos del país
(y) se está engendrando un tipo humano de características medias,
equilibradas.” esta síntesis humana, mestizaje, otro elemento que resalta el
positivismo, de todo o de casi todo lo nacionales el tipo humano venezolano por
antonomasia, por ser la expresión total de los cuerpos y de las almas de
aquellas regiones parciales. Afirma el Sabio Francisco Tamayo que la ciudad de
“Barquisimeto es el crisol donde se polariza el mestizaje.” Estos determinismos
le permiten concluir que “En Lara, nace, pues, lo nacional, lo venezolano”. Más
adelante y basado en el concepto positivo de tradición se refiere al tamunangue
como manifestación folclórica de reminiscencias bárbaras…danza nigralba de
cañamelar, el baile de la zafra, el ballet pagano de San Antonio, donde la
líbido negra se hace rito, bajo el impulso mágico del tambor; donde el cocuy
dinamiza el ritmo y el chimó es acicate mental de los devotos.”
Pedro Cunill Grau en el semiárido occidental larense venezolano
Fue gracias a nuestro mentor y amigo
Dr. Reinaldo Rojas nos encontramos con la figura de hombre bueno y bonachón de
Pedro Cunill Grau en la ciudad crepuscular de Barquisimeto, en ocasión de los
Congresos Internacionales de Historia. Cuando le hablé de mi procedencia
caroreña atisbé en sus ojos un deseo como de niño de visitar el vasto erial
caroreño y sus increíbles viñedos emergidos como de magia en la reseca y
calcinante Otra Banda, un feliz esfuerzo franco-venezolano; las dehesas de
Quebrada Arriba donde el genio humano cruza las razas bovinas del siglo XVI
(bos Taurus) con las razas Pardo Suizas europeas para dar origen a la Raza Carora
con gran adaptación al trópico.
Como hemos dicho antes, es este
hombre austral, trabajador y metódico, quien nos anima a construir una
categoría de análisis que tentativamente hemos llamado El genio de los pueblos
del semiárido larense venezolano. El semiárido larense venezolano representa
una proporción minúscula del territorio de Venezuela, pero ha tenido un enorme
significado histórico, social y cultural para el país desde tiempos muy
remotos. Digamos que desde esa partícula del nuestra geografía nacional, un 4,5
% del territorio venezolano, se han creado particulares formas de vida para
enfrentar la escasez de los recursos naturales desde tiempos precolombinos
hasta la actualidad, se generó desde el siglo XVI una política expansiva de
conquista y coloniaje para el occidente de Venezuela que llegó incluso a
Bogotá, fue el asiento de tres ciudades de enorme irradiación de la cultura de
habla castellana y de un catolicismo más de naturaleza canaria que peninsular:
el triángulo colonial barroco constituido por la Ciudad Madre de El Tocuyo,
Barquisimeto y Carora, en donde se conformó un tipo humano de sensibilidades y
expresiones particulares. Esta realidad geo-histórica se proyecta al presente,
dándole a esta parte del país unas características idiosincráticas que la
definen.
Empleando una expresión de Mariano
Picón Salas, es una zona o área cultural de acento específico y tono
particular. Es que, como dice Reinaldo Rojas de manera muy estimulante: la
historia social del semiárido está por realizarse.
Rafael Monasterios, pintor del
semiárido larense venezolano.
Esta idiosincrática realidad
geográfica ha tenido entre nosotros los habitantes del semiárido larense una
magnifica expresión óptica en el gran pintor paisajista Rafael Monasterios
(Barquisimeto,1884-1961), una apreciación estética de la naturaleza y paisajes
del secano, el simbolismo visual del paisaje falto de humedad y apacible
sociabilidad rural.
Dejemos que sea Alfredo Boulton quien
se refiera al pintor barquisimetano: “Monasterios fue hombre de una alta finura
visual, con lo que daba a sus obras, con mucha frecuencia, mayor belleza y
atracción de la que tenía la propia belleza del paisaje…su temática preferida:
vistas de nuestras pobres calles de pueblos, de casas, serranías, destartalados
patios, pequeñas capillas y anchos campos llenos de luz, lugares todos éstos
donde él halló la mejor razón de su vivir, y que dijo con un encantador
vocabulario como ningún otro pintor en nuestro país logró hacerlo con tanto
talento. Temas éstos todos de puro sabor criollo, nacional, de casuchines
rurales, de áridos cardonales, de veredas en montanadas, de humildes casas de
labriegos, de simples y bellísimas tonalidades que respondían al buen gusto
intuitivo de nuestro pueblo. Rosas pálidos, carmines, cerúleos, verdes vivos,
ocres incandescentes, y el eterno blanco de nuestra pura cal. Imagen pura,
exacta y real a la cual este gran artista supo dar toda la gran grandeza de una
obra de arte”.
“Sus lienzos, continua Boulton, son
precisamente la presencia de esa tierra pequeña, simple y acogedora, la cual él
supo ver con ojos llenos de belleza, de sencillez y de arte, como ningún otro
llegó mirarla y como ningún otro hoy la mira. Sin vulgaridad alguna.” Un
magnifico cantor de la tierra.
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folklore venezolano. Fundación Bigott,
Caracas, Venezuela, 1998. Dos tomos.
Música,
cultura y sociedad en el semiárido occidental larense venezolano
Por
-
marzo 10, 2024
Cuota
El pentagrama,
selecto nervio de nuestro espíritu,
es el nervio de nuestra raza.
Cecilio Zubillaga Perera,
1942.
Si escogiera,
el Sol nacería en
el nombre de Carora.
Pablo Neruda, 1959.
Por Luis Eduardo Cortés Riera.
cronistadecarora@gmail.com.
Introducción.
Dice el musicólogo uruguayo Walter
Guido, en la presentación del famoso y sin igual libro del maestro José Antonio
Calcaño La ciudad y su música, que “En una sociedad, la música cumple una
función que, en términos generales, es semejante a la de las demás artes. Sin
embargo, a poco que se profundice en sus características propias, se comprobará
que ofrece matices que la diferencian radicalmente de los demás fenómenos
artísticos.” Para estudiar la música abundan las tendencias y se nota una clara
imprecisión terminológica, no existe un vocabulario técnico uniforme, agrega
Guido.
No haremos en este ensayo un estudio
musical en sí mismo, sin agregados extra-musicales. Nosotros nos decidimos por
una historia social de la música, tal como nos enseñaron los maestros Federico
Brito Figueroa y Reinaldo Rojas, es decir estableciendo una correlación e
interdependencia del hecho musical con los acontecimientos históricos, sociales
y culturales de unaépoca, así como vincular a la música con las otras artes.
Mostrar el fenómeno musical en forma socializada es nuestro propósito. Un
músico jamás toca para sí mismo, la ejecuta para ser oído por un colectivo,
porque la música sin más y evidentemente es una construcción social.
Calcaño escribe que “Ha habido
siempre una coincidencia entre la grandeza de un país y el desarrollo de su
música. Las grandes naciones, en sus grandes periodos, han tenido siempre su
mejor música. Podemos seguir paso a paso la grandeza y la decadencia de un
pueblo o de una cultura, en la grandeza y
decadencia de su música. No ha habido nación mediocre con música excelsa.
Después que el alma de un pueblo y sus instituciones, alcanzan consistencia y
desarrollo, es cuando aparece en él una música valiosa.”
Y más adelante agrega Calcaño “Es el
crecimiento de la ciudad el que acondiciona el crecimiento de la música; es el
carácter de los pobladores, modificados en gran parte por los hábitos de vida y
las circunstancias ambientes el que acondiciona el carácter de la música.”
Creemos que la música en el semiárido
occidental larense venezolano es producto social que ha llegado a la madurez,
puesto que es una comunidad que tiene hondas raíces histórico sociales desde
tiempos precolombinos hasta la actualidad. Es el semiárido larense una
“comunidad imaginada”, como dijera Benedict Anderson, en el seno de la nación
venezolana, con características muy singulares e idiosincráticas, que se mira a
sí misma y se siente como comunidad musical, por ello nos atrevemos a escribir
las páginas que siguen.
El semiárido musical
larense venezolano
Esta realidad geográfica venezolana
particularmente seca y semidesértica, un dato primario, es el asiento histórico
de una cultura musical que no dudamos en calificar de excepcional, que
envidiarían otras regiones de nuestro país y más allá de nuestras fronteras. Es
el producto de una madurez histórica alcanzada a fines del siglo XVIII colonial
y barroco. En sus dos vertientes, la académica y la popular logran el
pentagrama y entonación en estos lugares del occidente de Venezuela, el Estado
Lara, cotas y elevaciones de una maestría que ha llamado la atención de propios
y extraños.
Es un fenómeno de la cultura que
requiere una comprensión de tan excepcional
calidad melódica. La musicalidad larense tiene como base objetiva la
realidad de una geografía del semiárido, una pequeña porción del Venezuela
cercana al 6 % pero que tiene una expansión e influencia nacional y universal.
Es un semiárido curioso pues está como
colocado en un sitio en el que no debía estar: el trópico. Es una música de
ambientes calurosos la mayor parte del año, donde un tipo humano extrovertido y
alegre ha creado prodigios musicales.
El hombre ascio del
semiárido
La iluminación solar constante la
mayor parte del año ha impedido que la melancolía y la depresión propia de las
zonas templadas y frías reine entre
nosotros. Se ha impuesto entre nosotros el “hombre ascio” que habita la
zona tórrida y que interesó al sabio tocuyano doctor Lisandro Alvarado. Es un
ser humano que disfruta de los rayos solares y del calor, lejano del exceso de
bilis negra que conduce a la melancolía, de la que hablaron en su teoría
humorista Hipócrates y Galeno en la Antigüedad. Esa doctrina de los cuatro
humores llega hasta el siglo XVII cuando se empleaban la música y la danza como tratamiento de la melancolía.
La luz estridente, dice Áxel
Capriles, la luz sin contemplaciones, es una experiencia poderosa, abrumadora.
Y, querámoslo o no, los habitantes de estas regiones equinocciales, como
Armando Reverón, tenemos que llegar a términos con la deslumbrante masa solar
que nos subsume. El Sol es el principio de todo movimiento, incita a elevar el
tono de voz para traspasar los obstáculos. Los rayos del Sol despiertan la
extroversión. El alargamiento del día en los meses de mayo, junio, julio y
agosto, nos hacen sentir más alegres y confiados. ¿Será acaso necesario decir
que las fiestas del semiárido larense coinciden o se realizan en las cercanías
del solsticio de verano?: La Cruz de Mayo, el Día de San Antonio de Padua, las
Fiestas de San Juan Bautista, la Parranda de San Pedro.
El incremento de la radiación solar,
agrega Capriles, produce cambios hormonales que elevan el estado de ánimo, el
Sol se asocia con la alegría. La depresión, por el contrario, se vincula con la
oscuridad. Es una vivencia universal. Para el antropólogo Gilbert Durand, uno
de los esquemas dominantes de la imaginación es el que opone los símbolos
tenebrosos a los de la luz. La luz por lo general, simboliza alegría,
esperanza, ascenso, calidez, buen humor y entusiasmo, mientras que la
oscuridad, su polo contrario, representa tristeza, infortunio, pesadez y
descenso. La luz es una condición indispensable para entender la cultura y la
psicología venezolana, afirma Capriles.
Las cuerdas y las maderas tienen en
nuestro clima cálido y solar durante casi todo el año, una sonoridad y
afinamiento únicos. Las noches estrelladas y con rala nubosidad invitan a una
sociabilidad con arpegios y armonías, la noche está poblada de sonoridades de
insectos, reptiles y aves. Nuestras auroras son un coro de melodías canoras. El
calor seco a diferencia del calor húmedo predispone a la meditación pues no
embota los sentidos, sino que los aguza de manera significativa. Apenas es
necesario recordar que las tres grandes religiones monoteístas, judaísmo,
cristianismo e islam son productos del desierto.
El trópico no es inercia e inacción,
como diría don Mariano Picón Salas, no es tierra de dormilones y perezosos, una
hidrografía difícil nos ha hecho imaginativos e inventivos. En el pasado no
tuvimos ni economía del cacao ni economía del café, fue, por el contrario, una
economía de caprinos y ágaves, economía del comercio a lomo de mulas. Y al
despuntar el siglo XX no fue encontrado en las entrañas el disolvente vellocino
petrolero que hubiese desarticulado nuestras numerosas aldeas musicales.
La musicalidad larense es un fenómeno
colectivo y de masas, aparejado a nuestra devoción marianista tan afincada. En
los espectáculos musicales que convocan a centenares y miles se puede observar
que los cantos colectivos tienen afinación, lo que poco sucede en otras
regiones culturales de Venezuela. La música es pues una expresión social y de
grupo que se fue conformando desde el siglo XVI en lo que he llamado “Triángulo
colonial y barroco” conformado por El Tocuyo, Barquisimeto y Carora. Triángulo
de acordes y pentagramas que nos ha hecho la entidad jurídico política musical
y melódica por excelencia al estado Lara
en el concierto de la Nación Venezuela.
Lara y el mestizaje
social
Ese agudo oído melódico deviene de
nuestra conformación de pueblo que ha logrado una mestización casi completa en
un tipo humano de características medias
y equilibradas, dice el sabio Francisco Tamayo. No existen núcleos negroides o
caucásicos grandes o perdurables, por lo que podemos inferir que la mescla
étnica se ha logrado de manera gradual y no traumática. La guerra social de la
Independencia y la guerra social de la Federación no tuvieron acá la crueldad y
el ensañamiento que en el centro de Venezuela. La piel morena, muy lejana del
llamado “modelo ario” decimonónico, es rítmica y extrovertida, proclive a las
actividades grupales religiosas y paganas. La melancolía europea no logró jamás
tomar ciudadanía entre nosotros y a ella le opusimos con brío y entusiasmo el
baile negroide del tamunangue, el chimó y el cocuy, elementos que nos acercan
al tipo de humor sanguíneo alegre y enérgico de Hipócrates.
El estado Lara, de los de mayor
densidad demográfica del país y receptor de migraciones internas, no ha sido
desarticulado poblacionalmente por las migraciones internas venezolanas, de tal
manera se ha mantenido con fuerza su personalidad básica, un ethos que se
expresa en la multitudinaria procesión de la Divina Pastora de todos los 14 de
enero desde 1856. Ese día sucede algo sociológicamente maravilloso: los
larenses formamos una masa humana descomunal que podemos percibir directamente
y por propia experiencia, no mediática. Ese día asisten a la procesión, según
datos de la Alcaldía del Municipio Iribarren (Barquisimeto), unos cuatro millones
de personas, cantidad que supera a la del Estado Lara que se estima en dos
millones y medio de almas. La música recibe y despide a la virgen del cayado y
las ovejas.
Una religión
popular en el semiárido venezolano
El catolicismo en el semiárido larense,
como en el resto de Venezuela, es una religión igualitaria, poco
institucionalizada, ajena al dogmatismo y con elementos ritualísticos, nunca es
extática, siempre absorbiendo influencias exteriores o está creando nuevos
símbolos y valores. El catolicismo oficial, dice Angelina Pollak-Eltz, se basa
en una teología racionalista, la religiosidad popular es salvacionista y
devocional. Refleja la recepción creativa y original del Evangelio por parte de
indígenas, negros y mestizos. El pueblo creó un sistema religioso que da
sentido a la vida.
En el semiárido larense la religión
popular polariza ante dos devociones muy arraigadas entre el pueblo llano
predominantemente mestizo: San Antonio de Padua, conocido como el “santo de los
pobres”, y la Divina Pastora, cultos animados en sus orígenes por negros
africanos y aborígenes. San Antonio está firmemente unido a la danza de raíz
afro del tamunangue, la danza negroide emblemática del estado Lara. Y existe
una virgen decididamente americana y aborigen: la Virgen del Rosario de la
Chiquinquirá de Aregue, Municipio Torres, la Virgen India, devoción que procede
del Reino de Nueva Granada o Colombia y que es anterior a la Chiquinquirá
zuliana.
La gastronomía del
semiárido larense
La noción de abundancia natural y de
riqueza ilimitada es inseparable de la idea de América. Es su imagen
fundacional. El discurso de la exuberancia tropical, las representaciones de
fecundidad y de opulencia, aparecen desde los primeros gestos americanos y
relaciones tempranas de los exploradores, nos refiere Áxel Capriles. Pero es un
hecho excepcional que en estas tierras equinocciales existieran zonas que no
cuadraran con esa idea inicial de pletórica abundancia americanas: el semiárido
del occidente de la Provincia de Venezuela.
Edilberto Ferrer Véliz nos dice que
uno de los rasgos determinantes de los universos áridos y semiáridos, es la
minusvalía relativa del factor humedad, lo que queda demostrado en lo espaciado
y errático de las lluvias, la inexistencia de manantiales permanentes y la sequedad
del suelo. Ante tal situación los seres vivientes responden con adaptaciones
morfológicas, fisiológicas y etológicas.
Esta particularidad del semiárido ha
debido asombrar a los primeros cristianos que lo visitan en el genésico siglo
XVI, desde Nicolás Federmann a Galeotto Cey. Este viajero italiano escribe con
asombro de los hábitos gastronómicos que vio en el árido occidente de Venezuela
que: Son todos los indios, como estos caquetíos, peores que puercos en el comer
y sucios en las casas que habitan. En muchas naciones comen carne cruda, y
comen las entrañas y vísceras de los animales sin vaciarlos: les basta
estrujarlos un poco con las manos, y así ponerlos a cocer. Los pájaros los
echan en las ollas con plumas, y todos límpiense el hocico con las manos, y las
manos en los muslos, o en el cuerpo, o en el suelo. En el Nuevo Reino de
Granada, cuando van a cazar y matan un ciervo, apenas le llegan encima ya se
comen las entrañas, el vientre y todos los intestinos, la cabeza y pies, así
crudos. El resto lo llevan al patrón o a
vender, es la cosa más sucia del mundo. Y así hacen con toda carne (Cey, 1994:
109).
Pareciera de tal manera que nuestro
emblemático mondongo larense de hogaño tuviera antecedentes precolombinos su
multisensorarialiedad: Sinfonía de
vísceras y vitualla expresándose en armonía perfecta y seductora, en una
sustanciosa sopa. El mondongo es sinónimo de paradoja culinaria, al transformar
“el desecho” en exquisitez, dice la revista Historias de Sobre Mesa.
Tomar como base la cultura culinaria
para un intento de regionalización es, sin duda, lícito. L Con Rafael Cartay
pienso que nuestra región gastronómica Lara-Falcón tiene en el mondongo su
epicentro. Si observamos con detenimiento este yantar igualitario y societario
observamos que su denominación es africana, la carne la proporciona el
hispánico chivo y que algunos ingredientes son americanos, el maíz o jorojoro,
y las especias venidas de la lejana Asia.
Los ágapes comunitarios son un ritual
en el estado Lara que convocan a todos los estratos sociales sin distinción,
alrededor de los yantares del semiárido no es extraño hallar allí a músicos y
recitadores populares. En la ciudad de Carora pervive el ritual gastronómico y
societario de “el mondongo los domingos”, un rasgo idiosincrático de los
habitantes sibaritas del Municipio Torres.
Tamunangue, Joropo
larense
Todos conocemos que el joropo es
música y danza que identifica a lo nacional venezolano, es el baile nacional
por antonomasia. Pero es un hecho excepcional que los habitantes del semiárido
occidental hemos modificado al joropo y desde esta melodía nacional se ha
creado el tamunangue y los golpes tocuyanos y curarigueños, que son variantes
rítmicas del joropo. Ninguna otra región ha logrado tal portento del ingenio
popular, pues no fue una decisión de las élites, que se produjo en un siglo
definidor de nuestra nacionalidad venezolana: el siglo XVIII, y que el sabio
Francisco Tamayo llama ballet pagano de San Antonio. Es una suite de danzas que
habrían llamado la poderosamente la atención de Seguimund Freud por su
acentuado erotismo y pulso libidinoso: Eros, ritmo del tambor y alcohol en
potente y armoniosa síntesis que soporta la anglobalización con gran éxito. El
arte musical, bajo el principio fundamental de que es una metáfora de la
realidad, nos lleva a descubrir que la óptica social hace del mundo natural
semiárido un espejo del carácter del larense venezolano.
El tamunangue es la síntesis de
nuestra condición de pueblo mestizo, en la conjunción o concurrencia de
elementos aborígenes, españoles y africanos. Es nuestro acabado melting pot
como crisol cultural que en tierras sudamericanas logra tan prodigiosa y
acabada suit de danzas que por su variedad y complejidad no tiene parangón,
afirma Francisco Tamayo, en el folklore de Latinoamérica. El tamunangue es,
parafraseando a Yi Fu Tuan, nuestra topofilia.
Si en la Nueva Orleans de la Lousiana
estadounidense nacería el mundialmente famoso ritmo del jazz entre los
descendientes de los negros esclavos abrumados por el trabajo en las siembras
algodoneras del “Deep Sur”, en tierras venezolanas dedicadas a la caña de
azúcar nacerán, derivados del concepto musical afroamericano, indígena y
español, nacido en las abyectas esclavitudes negras, el Golpe Tocuyano, el
Golpe Curarigüeño, así como el Tamunangue Larense, la manifestación folklórica
“más rica y hermosa de Venezuela, si ya no lo es de la América toda”, como
afirma el sabio larense Francisco Tamayo.
Los instrumentos
musicales del semiárido
El semiárido se expresa musicalmente
de manera fundamental con el canto y el baile acompañados de instrumentos
musicales membranófonos y cuerdófonos, el tambor tamunango y el Cuatro, la
guitarra y la mandolina. Entre nosotros jamás se habrá de crear una cultura del
piano, como dijo Weber, porque nuestra música es expresión de la calle y del
mercado. Es música expansiva y del ágora, de colectividades musicales y que
quizás sea la más emblemática expresión
en Venezuela el increíble caserío La Candelaria, ubicado en la Otra Banda
semidesértica del Municipio Torres, mágico lugar donde aprendió a tocar “de
“fantasía” el más eminente y extraordinario músico venezolano del siglo XX: el
Maestro Alirio Díaz. Los arreglos que hizo de manera magistral de la música
popular revelan su condición originaria de músico popular y campesino, de tez
bastante morena, discípulo de Chío Zubillaga.
Los excelentes
luthieres larenses
Quizás el más excepcional constructor
de notables instrumentos musicales de cuerdas en nuestro espacio sonoro musical
larense sea el baragüeño Antonio Navarro, quien fallece en Carora en 2014. Una
geografía del arte que se expresa de manera maravillosa en este lutier llamado
el Stradivarius venezolano. Ni sus gruesas manos ni su espartano taller daban
cuenta cabal de las extraordinarias creaciones de su inmenso y autodidacta
talento de luthier, verdadero y genuino representante de lo que he llamado “el
genio de los pueblos del semiárido venezolano”.
La paradoja es la palabra que mejor
rima con este octogenario baragüeño, larense y venezolano que acaba de dejar la
vida terrenal a los 86 años. Lo primero de su rareza es, a no dudar, su
formación casi completamente autodidacta en el oficio de fabricar instrumentos
cuerdófonos de altísima calidad. Compró–eso sí– libros de luthería españoles y
franceses, los que atesoraba en su pequeña biblioteca en Carora, la ciudad que
le dio abrigo y nombradía.
Lo segundo reside en que habiéndole
dado estatus académico al instrumento musical llamado Cuatro, sacándolo de la
oscuridad, dándole una simetría nueva, así como una afinación diferente, sin
embargo no sabía tocar los instrumentos que salían de su prodigioso ingenio.
Apenas los afinaba. ¡Y de qué manera! Para ello hizo algo inaudito hasta
entonces: elevó la afinación desde el quinto traste tradicional hasta el traste
número 17, con lo cual hubo de alargar el mástil y, consecuencialmente, darle
una apariencia mucho más elegante y altiva al instrumento bandera de la
nacionalidad venezolana.
A pesar de sus innegables
innovaciones transformadoras de la luthería, este apacible caballero jamás
llegó a registrarlas para protegerlas de eventuales plagios e imitaciones. Era
tal su perspicacia y agudeza que hasta la renombrada empresa musical japonesa
Yamaha lo invitó en varias ocasiones a
visitar sus talleres, a lo que se negó don Antonio por aquello del frío
extremo del archipiélago oriental.
Construía cuatro o cinco instrumentos
en un mes de trabajo solitario este ermitaño, que apenas dejó que su hijo Elías
aprendiera al dejarse mirar por su retoño haciendo sus portentos musicales. Me
dicen que en sus inicios– años 70 del milenio ido– se fue a aprender la técnica
en el caserío Agua Salada, pero no le soltaron prendas. Se inspiró entonces en
un fabricante de Caracas llamado Ramón Blanco, y con ello construye sus
liliputienses Cuatros iniciales. Monta su taller en la calle Jacobo Curiel de
Carora y le da el sugerente nombre de El Señuelo. De allí se trasladará a su
residencia definitiva y en donde en una ocasión le visité: la calle de Los
Silos, sector Las Mercedes, situada en Carora.
Pero también salieron de sus callosas
manos de “enmatonador” (desmalezador) de potreros y talador de montañas -que
fue su primer quehacer y en donde entra
en contacto con la materia prima de su oficio- bandolas, bandolinas, el sexto
del folklórico baile negroide del Tamunangue, cuatros y guitarras. De estos
nobles instrumentos tenemos referencia de elogios y aplausos emitidos por Simón Díaz, autor de la
universal canción Caballo Viejo, y del Maestro Universal de la guitarra Alirio
Díaz. El “Mangoré caroreño”, como le decían a Don Alirio, dijo que los cuatros
de Navarro son, en efecto, una guitarra.
De sus rústicas manos salieron los
instrumentos con los cuales hacen delicias musicales los grupos Un Solo Pueblo,
Serenata Guayanesa, Carota Ñema y Tajá, los Salveros de nuestro Cerro de La
Cruz, Los Golperos de Don Pío, así como las individualidades de Hernán Gamboa,
Iván Pérez Rossi, Simón Díaz, Cecilia Todd, La Chía, Zamurito, Luis Santeliz,
Reinaldo Armas, Maira Martí, Cheo Hurtado, Héctor Felipe Torres Mendoza, entre
otros.
La palabra materia, de todos en uso,
deriva de la palabra madera. Pues la materia prima de la labor de Navarro,
heredera del lejano genio griego Pitágoras, son el palo santo de la antigua
India, pino canadiense, cedro, abeto y caoba. De su talento matemático saldrá
lo que llamó el Cuatro número 33, el cual finalmente logra tras 20 años de
investigación, me dice César Tovar, el famoso fabricante de rosetones. Ese
sugerente número es la base matemática que da forma a la anatomía y a todas las
medidas del instrumento musical. Y es el
Cuatro el instrumento que reúne todas las características de armonía,
conformación y simetría.
Apenas es necesario decir que el
concepto pitagórico de número y armonía acompañan a Navarro, pues sus Cuatros
son de largo 33 cmts. exactos; la parte más angosta de la caja armónica mide la
mitad de 33 cmts: 16,5 cmts, la parte más ancha de esta misma caja mide 22
cmts, es decir dos partes exactas de 33; para el diapasón usa la regla 49,5, o
sea 33 más la mitad de este emblemático número; el cuello de la caja armónica
tiene 14 cmts es decir, la tercera parte de 33 más tres cmts; la altura de los
aros o costados mide 9 cmts, o sea la multiplicación de 3×3; y, finalmente, el
grueso de la tapade abajo es de 6 milímetros, que es la suma de 3 más 3, luego
de armado el instrumento se va rebajando en forma cóncava, quedando las orillas
de 3 milímetros, y el centro de 6 milímetros.
De modo pues que el Maestro Navarro
hizo de manera callada y solitaria –y miles de años después– el descubrimiento
que hizo Pitágoras en la Antigüedad del fondo numérico de la música: música y
número, una y la misma cosa, que es el punto de partida de una nueva concepción
cosmológica de la civilización occidental que derivó en religión. Un portento
del genio de los pueblos del semiárido venezolano. Antonio Stradivarius y
Antonio Navarro, dos Antonios genialmente maravillosos y sublimes. Tres siglos
en sus existencias los separan, pero los une el afán desinteresado y sublime de
hacer un mundo más vivible a fuerza de sonidos armoniosos y bellos.
Las grandes figuras
musicales larenses
La figura cimera de la excelsa y
consolidada musicalidad nuestra es sin lugar a dudas el pueblo larense, un
colectivo melódico sin parangón en Venezuela. Es un fenómeno de masas,
colectivo que hunde sus raíces en la historia y que ha contribuido, con la
concurrencia de otras artes, a lo que he llamado “Genio de los pueblos del
semiárido larense venezolano.” Una evidente muestra de este fenómeno de masas
ha sido el Baile de las Zaragozas que se escenifica de diversas localidades
larenses cada 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, una conmemoración
festiva de extracción colonial que agrupa a músicos populares con un pueblo
volcado a esta celebración masiva. Otra son las infaltables y coloridas
retretas que teníanpor escenario las plazas mayores de nuestras ciudades y
pueblos coloniales.
¿Y qué decir de la procesión de la
Divina Pastora, que es un gigantesco coro de voces y cantos en donde participan
cuatro millones de personas todos los 14 de enero de cada año?
Quien escribe ha conseguido en el
Archivo de la Diócesis de Carora, en los
antiguos Libros de Cofradías y hermandades caroreñas del siglo XVIII ados
interesantes músicos coloniales. Ellos eran el payador Diego Tomás de Parada y
el maestro de horganos, el español Pedro Lozano. La presencia de estos dos músicos revela la enorme
importancia que ha tenido en la cultura de habla castellana el hecho melódico
musical. Religión católica y música barroca eran el centro de la sociedad
colonial, pues bajo el techo de la Iglesia de San Juan Bautista se reunían los
numerosos miembros de las cofradías o hermandades, instituciones de solidaridad
y apoyo mutuo claves de la sociabilidad nuestra hasta hace poco.
El abuelo de los
músicos del semiárido larense
En la “Ciudad Madre de Venezuela”,
encontramos a un músico extraordinario, el sacerdote Francisco Pérez Camacho
(1659-1724) nacido en El Tocuyo, específicamente en el Valle de Totumo; a él se
confiará en 1689 la enseñanza del Canto Llano y Música figurada en el Colegio
Seminario de Santa Rosa de Caracas, institución matriz de la Real y Pontificia
Universidad de Caracas, fundada en 1725. Fue el primer el primer catedrático de
música en esta casa de estudios. Su docencia se extendió por largos 43 años y
tenía la obligación de enseñar el órgano y el canto en la Capilla de la
Metropolitana a todas las personas que quisieran aprender, lo que desdice la
idea machacada que la Colonia fue un periodo de oscurantismo y barbarie. Era Pérez
Camacho bajonista, cantaba el canto gregoriano y era capaz de ayudar el
sochantre o maestro cantor.
En 1683 hizo Pérez Camacho estudios
de filosofía y artes en el Seminario con el admirable Maestro Juan Fernández
Ortiz, cursa las difíciles cátedras de Retórica y Gramática que en aquellos
momentos eran más importantes que la Nueva Física que por aquellos años se
desarrollaba con Bruno y Galileo. Nuestra educación, dice Mariano Picón Salas,
fue en esa época una educación más de palabras que de cosas.
El Rey de España, Felipe IV, tenía
incumbencia en los planes de estudios del Seminario, las Constituciones del
Seminario Mayor que fueron aprobadas por sus manos en 1698 establecían una
clase diaria de música desde las 10 de la mañana para los seminaristas “y demás
que quisieren aprender”, clase que duraba media hora y se gobernaba con la
ampolleta, es decir un reloj de arena o una clepsidra de agua. Cuando fue
fundada la Universidad de Caracas pasó a formar parte de ella y con ello se
convierte en el primer catedrático de música de nuestra Universidad colonial.
Estos datos indican, escribe el
Maestro Calcaño, una labor valiosísima, tanto en ejecución como en docencia,
que va desde 1682 hasta 1725, o sea 43 años dedicados a la música. Esto hace al
músico tocuyano un personaje verdaderamente eminente en su campo de acción, y
el más valioso que hasta su tiempo hubiera actuado en Caracas. Consiguió en
este sentido una inmortalidad laica y lo que ha motivado a quien escribe le ha
llamado “Abuelo de los músicos del semiárido larense venezolano.”
El Negro Tino
Carrasco, padre de la trova social venezolana.
En la antigua ciudad de Carora
destaca El Negro Tino Carrasco, quien según dijera el gran escritor merideño
Mariano Picón Salas, es parte de una inmensa tradición rapsódica venezolana que
remonta a las viejas canciones coloniales, a los cantares de gesta de la
Independencia y la Federación y a todas las peripecias contemporáneas que pule
y elabora su inventiva de artista, se pone a hablar con su garganta. En su Corrido
de las cien mujeres, que por la influencia de la versificación y la agilidad de
los retruécanos parece la obra de un Lope de Vega selvático y mestizo que no
tuviera otro maestro que la más alegre y desenfadada naturaleza. Darle al Negro
Tino un pie forzado ya lo estará desarrollando y devolviéndolo como una
gallarda serpentina. En su cédula electoral se llama Celestino Carrasco, pero
con el cuatro y la bandolina en la mano y ya en trance de improvisar, nadie lo
nombra sino El Negro Tino.
Comenzó Tino Carrasco a componer con
su genio de inspiración popular lo que se llama hogaño canción de protesta,
mientras muy joven purgaba condena en una cárcel del gomecismo, “Las Tres
Torres” de Barquisimeto, por un crimen que no cometió. Sus composiciones se
ejecutan en el lejano Japón y el Maestro universal de la guitarra Alirio Díaz
ha hecho arreglos de algunas de ellas. Sus más destacadas y populares
composiciones serán Amalia Rosa, Fuego fuego, Golpe tocuyano, El morenito,
Tened piedad de mí, Montilla, La guerra de los Vargas.
Alirio Díaz, Faraón
de la guitarra
En el vientre profundo del semiárido
larense, en la Otra Banda del Distrito Torres, vino a la vida en 1923 un niño
que, de ser criador de marranos y chivos en su aldea natal de La Candelaria,
llegaría a ser el guitarrista más destacado del orbe en la segunda mitad del
siglo XX: Alirio Díaz. El Maestro español Regino Sainz de la Maza escribe de él
que “Tiene sobre la mayor parte de los guitarristas de su generación, una
innata naturaleza de virtuoso.
Toca con aplomo y seguridad
sorprendente”. Todo un prodigio que aprendió tarde a leer música y que se
confundía, como lo dijo a quien escribe, por no entender por qué razón el
pentagrama tiene cinco líneas y la guitarra seis cuerdas. Su primer maestro
musical fue su entorno natural semidesértico, los sonidos de las noches y el
“tempo” le llegan desde las faenas de las pilanderas de maíz en su ritmo
acompasado. Huye sin que su padre don Pompilio lo supiera, muy de madrugada, el
6 de septiembre de 1939 de su aldea musical a los 13 años sin una moneda en los
bolsillos con rumbo a la antigua ciudad y culta de Carora.
Lo descubre al llegar a Carora el
Maestro de las juventudes Cecilio “Chío” Zubillaga Perera (1887-1948), quien al
oírlo tocar de oído La Serenata de Franz Schubert que había escuchado en la
ortofónica de Tita Verde, le aconseja
con magnifica clarividencia dejar de lado la filosofía y la historia y
dedicarse por completo a la música, le envía a la ciudad de Trujillo con el
Maestro Laudelino Mejías, quien le enseña las bases musicales y a ejecutar el
saxofón. Chío Zubillaga, que conocía con hondura nuestra cultura popular y
hasta se afirma que fue su inventor, llega a decir en carta a Luis Beltrán
Guerrero que el pentagrama, selecto nervio de nuestro espíritu, es el nervio de
nuestra raza. Con estas palabras Chío Zubillaga se acerca a las ideas del
mexicano José Vasconcelos, su “monismo estético” expresado en La raza cósmica, obra escrita en 1925.
La referencia musical más importante
en Venezuela era por aquellos años Vicente Emilio Sojo, director de la Escuela
Superior de Música, quien recibe a tres guitarristas caroreños en maravillosa
coincidencia septiembre de 1945: Alirio Díaz, Rodrigo Riera e Ignacio Ramos
Silva con un desmotivador “loro viejo no
aprende hablar”. El maestro Raúl Borges les hace una prueba de ejecución de la
guitarra y queda maravillado. Sojo, en un acto que lo enaltece, debió
retractarse y les hace inscribirse en su instituto.
El camino hacia Europa estaba abierto
para Alirio Díaz, quien logra concertar sin conflictos, escribe Bruzual, las
enseñanzas de dos maestros ya consagrados: Regino Sainz de la Maza y Andrés
Segovia. El Maestro Segovia debió vencer la propensión arrogante de la cultura
europea de la que nos habla Jack Goody, al constatar el gran virtuosismo del
sudamericano, “ajeno a toda imitación”, y lo nombra su asistente. El director
orquestal rumano Sergiu Celibidache afirmó en 1962 que “era el mejor
concertista de guitarra del mundo.”
Rodrigo Riera le
toca a Barrios Mangoré
Del otro lado del quebradón que
separa a la Carora de los mantuanos de los sectores populares, en Barrio Nuevo,
habrá de nacer en el mismo año que Alirio Díaz, 1923, el gran guitarrista y
compositor Rodrigo Riera. Hijo de natural de Juancho Querales, un músico
popular, ejecuta siendo un niño limpia botas en 1932 para el guitarrista
paraguayo Agustín Barrios Mangoré de visita en Carora su versión al Cuatro de
Alma llanera, lo que lo motiva hondamente seguir la carrera musical. En 1939
conoce a Alirio Díaz recién llegado a la ciudad. Viaja a Caracas en 1941 y
entra en contacto con quien será para él una
revelación, Antonio Lauro, quien se percata de su talento y lo
recomienda a su maestro Raúl Borges. Siguiendo el camino de Alirio Díaz,
escribe Bruzual, marcha a Europa en 1951 e ingresa al Real Conservatorio de
Música de Madrid y toma lecciones con Sainz de la Maza y Conrado del Campo.
Obtuvo en todos los niveles notas sobresalientes.
Venciendo enormes y diversas
dificultades derivadas de su humilde extracción social, su condición de hijo
ilegítimo, un pronunciado arqueo de sus piernas, a lo exiguo de su beca para
estudiar guitarra en Madrid, tuvo un enorme éxito en España, Italia y Francia
con sus ejecuciones latinoamericanistas de piezas de Villa-Lobos, Ponce, Barrios
Mangoré, Borges, Lauro, Sojo y Pérez Díaz, así como con las composiciones
suyas Preludio criollo, Canción
caroreña. Fue un hábil improvisador de estilo autentico. Se presenta junto a su
paisano Alirio Díaz en Madrid en 1954 ejecutando la primera guitarra con gran
maestría este otro discípulo caroreño de Andrés Segovia. El crítico Robert
Shelton de El New York Times escribe en
1967: “El solista es un técnico e intérprete de primera categoría. Rodrigo
Riera es un maestro de la expresión, un técnico seguro y produce un tibio y
atractivo sonido de cuerdas. Reveló muchos momentos de profundidad y poesía.”
La Orquesta Mavare
La música ha tenido entre nosotros
los larenses mayor encumbramiento y
reconocimiento social que la pintura, la poesía, el teatro y hasta la misma
literatura. Y es que desde la Colonia ya producíamos talento y oído musical. El
primer profesor de música de la Universidad de Caracas, Francisco Pérez
Camacho, era tocuyano. Rafael Domingo Silva Uzcátegui dice -inclusive -que
tuvimos una Edad de Oro musical, como la Viena de los siglos XVIII y XIX, la
cual ubica en las dos últimas décadas del siglo XIX. Hasta el presidente del
estado, el general Aquilino Juares, tenía una afición musical. En las casas de
la alta sociedad barquisimetana, lo mismo que en El Tocuyo, Carora y otras
ciudades, había frecuentemente veladas musicales. En algunas de las mansiones,
todos eran artistas. Estaba tan generalizado el estudio de la música en la
sociedad -añade Silva Uzcátegui-, que siendo presidente del Estado el General
Aquilino Juares, fueron a darle una serenata un grupo de quince músicos casi
todos ellos doctores en Medicina o en Derecho. El único músico profesional que
formó parte del grupo fue el barquisimetano, hoy nuestro célebre violinista
Franco Medina. Son los años cuando nacen la orquesta La Pequeña Mavare, la
Banda Bolívar, la Banda de Conciertos del Estado Lara, la Banda de Conciertos
Antonio Carrillo.
La Orquesta Mavare es la más antigua
de Venezuela, pues fue fundada en 31 de diciembre de 1897, ocaso del siglo XIX,
tiempos de las revueltas protagonizadas por el célebre Mocho Hernández. Parece
poco menos que increíble que en un periodo de tanta inestabilidad económica y
política en Venezuela, se haya gestado tan magnifico y deslumbrante renacimiento
musical en esta ciudad mercurial -que no ha reñido con Minerva- que era
Barquisimeto finisecular. “En el Estado Lara -afirma el caroreño Héctor Mujica-
el cultivo de la música es casi orgánico si se quiere.” La Orquesta Mavare es
parte fundamental e indisoluble del ethos larense, ella interpreta como ninguno
el “himno sentimental” de esta tierra semiárida, el bambuco Endrina compuesto
por Napoleón Lucena en 1935, y es quien recibe de manera apoteósica, devota
tradición, en serenata a la gigantesca procesión de la Virgen Divina Pastora
todos los 14 de enero de cada año desde 1856.
De este modo se funden
indisolublemente en un día las dos grandes tradiciones larenses: la devoción
mariana pastoreña y el espléndido e inigualable movimiento musical larense, teniendo
como escenario de fondo la monumental muchedumbre que en tan maravilloso día se
escenifica, una puesta en escena, lo grandiosamente larense y venezolano.
Franco Medina,
violinista internacional
En las primeras décadas del siglo XX,
nos dice Juan José Peralta, el músico
barquisimetano Francisco de Paula Medina –Franco Medina
(Barquisimeto,1874-Italia,1960)– fue considerado uno de los mejores violinistas
de Europa, ocupando el quinto lugar en una larga lista de virtuosos ejecutantes
del instrumento. Cursa estudios de tan exigente instrumento en Milán, Italia,
por beca concedida por el presidente Cipriano Castro en tiempos del alevoso
bloqueo naval de Inglaterra y Alemania a nuestro país. Escribió un Método para
la enseñanza del violín, utilizado en varias academias del mundo. Entre 1905 y
1930 funda y dirige una academia musical en Italia. En 1933 funda en
Barquisimeto la academia de música instrumental y de canto “Nicolo Paganini”,
una orquesta de conciertos y un orfeón. Quien escribe lo considera sin empacho
alguno “Yehudi Menuhin venezolano”.
El compositor y
director coral Vinicio Adames
La tragedia nos quita tempranamente a
este genial músico que nace en Barquisimeto, 1927, y que fallece en trágico
accidente de aviación en Islas Azores,
1976. Compositor y director de coros y orquestas de sólido y bien ganado
prestigio. Dice Walter Guido que fue discípulo aventajado de Franco Medina en
su ciudad natal, en Caracas estudia con Inocente Carreño teoría y solfeo. En
1958 reorganiza el Orfeón de la Universidad Central de Venezuela y conduce unos 2.000 conciertos en Venezuela,
Europa, Estados Unidos. En 1967 es
becado por el gobierno de Estados Unidos para realizar curso de dirección
orquestal en la Universidad de Oakland, Michigan. Realiza, como el guitarrista
Alirio Díaz, múltiples arreglos musicales de la música popular venezolana.
Fallece con todos sus integrantes en el aeropuerto de Lajes, islas Azores
portuguesas, el fatídico 3 de septiembre de 1976. Perdió la cultura musical
venezolana y continental un proyecto a desarrollarse aún más y producir sus
mejores arpegios armónicos cuando apenas contaba Vinicio Adames 49 años de
edad.
Ocho años después, en 1984, el Orfeón
de la Universidad Central de Venezuela ya redivivo tras traumática disolución,
por amable petición del Dr. Juan Martínez Herrera, presidente de la Casa de la
Cultura de Carora, se aloja en mi casa de habitación en el barrio Manzanare de
Carora tan afamado coro. Allí ensayaron por la mañanita los chavales ucevinos y
pude ver y oír extasiado el luminoso e imperecedero rastro melódico dejado allí
por don Vinicio Adames.
La prodigiosa voz
de Aquiles Machado
Tiene repartida su sangre entre
España y Venezuela este notable tenor y
director orquestal barquisimetano que es Aquiles Machado, nacido en
1973.Cuando oímos sus muy hermosas interpretaciones no podemos menos que
recordar al otro gigantesco tenor venezolano: Alfredo Sadel, del cual ha
manifestado ser su seguidor y admirador. Discípulo aventajado de Alfredo Kraus
en España. En el año 2007 se convierte en el primer venezolano en cantar en el
Teatro de La Scala de Milán. Ha trabajado con Plácido Domingo y con su paisano
barquisimetano Gustavo Dudamel. Su diverso repertorio vocal incluye la ópera
Carmen de Georges Bizet, La boheme de Giacomo Puccini, Réquiem, Rigoletto,
Errnani, La traviata de Guiseppe Verdi, La caballería rusticana de Pietro
Mascagni.
Ha recibido premios de diversas
asociaciones líricas y de la prensa especializada entre los que se puede
destacar el de la “Asociación Lírica de Parma” por sus interpretaciones
verdianas. En 1996 ganó el concurso de canto lírico Francisco Viñas en España, 6 finalista en el concurso
Cardiff Singers of the World de 1997 en Reino Unido, y el concurso del tenor español
Plácido Domingo Operalia, en su edición de 1997.
La inspirada batuta
de Gustavo Dudamel
Barquisimetano nacido en 1981, es
quizás hogaño epitome musical de nuestro prodigioso desarrollo cultural larense
venezolano. Es a la música Gustavo Dudamel, lo que el barquisimetano Rafael
Cadenas es a la literatura: unos verdaderos prodigios. En febrero de 2023
asistimos en la ciudad de Los Ángeles a una protesta popular por el traslado
del director orquestal larense a la ciudad de New York. Esa megalópolis del
Oeste de los Estados Unidos, de profundo fondo cultural hispánico, como dijo
Octavio Paz, reclamaba para sí la presencia del carismático “maestro estrella”
Dudamel entre ellos, la comunidad de habla española.
Ocupará en la Gran Manzana los
puestos que una vez llenaron magníficamente Gustav Mahler, Arturo Toscanini y
Leonard Bernstein. The New York Times se refiere a nuestro paisano larense como
“raro maestro cuya fama trasciende la música clásica, incluso cuando es buscado
por los principales conjuntos del mundo.” En otro lugar destaca el periódico
neoyorkino que “Gustavo Dudamel, el carismático director de la Filarmónica de
Los Ángeles, cuya fogosa batuta y rizos hinchables lo han convertido en una de
las figuras más reconocibles de la música clásica, dejará su cargo en 2026 para
convertirse en el director musical de la Filarmónica de Nueva York, anunciaron
ambas orquestas el martes.”
Como un Mozart del trópico, comenzó
tempranamente a estudiar violín a los cinco años de edad bajo la tutela de su
padre, Oscar Dudamel. Es el producto más notable de El Sistema de Orquestas
Infantiles y Juveniles fundado por el maestro José Antonio Abreu, y cuyo primer
núcleo se montó en Carora, la ciudad en la que escribo estas notas. Post
scriptum.
La música del
secano o música secana larense
La música está muy ligada a la
geografía, una proximidad que no debe asombrarnos de modo alguno. De otro modo,
¿por qué no nos asombra decir música tropical, siendo ésta una noción
eminentemente geográfica? La salsa y el
bolero son unas expresiones musicales insulares caribeñas que rebotan y tienen
eco en New York y Japón. Pero hay más. Decimos también música llanera, música
de los Andes, que son dos realidades geográficas constitutivas de la nación
Venezuela.
No aspiramos a establecer un
determinismo de la geografía como habría agradado al alemán Friedrich Ratzel,
pero es evidente que la música del cálido mar Mediterráneo es distinta a la de
la Europa nórdica, brumosa y templada. Pero que la salsa caribeña haya
triunfado en la lejana New York y que en esa templada urbe nació un género
híbrido, mescla del son caribeño y el pop estadounidense llamado boogaloo, nos
permite aceptar la tesis opuesta al
determinismo germano, esto es, el probabilismo francés de Vidal de la
Blanche.
Darles nombres a los lugares
geográficos secos y con extensos déficits de humedad es fácil en razón de que
existe una buena y significativa variedad de palabras para nombrar este
accidente geográfico que representa el 45 % de las tierras emergidas del
planeta. Estío es una de ellas y que casi cae en desuso; otros serán canícula,
veranillo, bochorno, sedientos, estériles, áridos desérticos, infértiles,
ardor, calima, calina, reverberantes, solariegos, abrazadores, entre otros.
Acá tomamos las enseñanzas del sabio
chino estadounidense Yi-Fu Tuan (1934-2022), padre de la geografía humanística,
creador del extraordinario concepto de topofilia, quien señala que el lugar
(cultural) es dinámico, con fronteras imprecisas, la cultura fluye en el
quehacer cotidiano, en el apego al lugar (topofilia), en la solidaridad de la
gente, en el contacto con la naturaleza y en la dialéctica del trabajo. Dicen
Bonilla Burgos y Gómez Rojas, que día a día se lleva a cabo una lectura
literaria, musical, artística en general, con la que se carga un paisaje,
territorio o región, por lo que el geógrafo debe estar atento a estos procesos,
primordialmente a la connotación cultural, humanística del espacio.
En el espacio culturizado, campo de
investigación de la geografía cultural, la música como una de las expresiones
humanas no escapa al análisis geográfico de carácter cualitativo. En
consecuencia, podemos señalar la (necesaria y deseable) existencia de una
geografía del arte, que se defina como una interrelación entre el espacio y las
creaciones artísticas.
Más adelante dicen Bonilla burgos y
Gómez Rojas que Una música particular asociada a lugares particulares y a
personas particulares construye un espacio donde se genera un espacio
geográfico sonoro, ya que al componer y/o ejecutar una pieza el compositor o
intérprete la transmite (directamente o usando las tecnologías en boga) y el
escucha toma posesión de ella, con lo quese realiza una apropiación y una
identificación que lleva a completar esa identidad antes señalada. Al
particularizar el paisaje natural, la topofilia se desarrolla en lo local más
que en lo global, por el apego a localidades pequeñas, al campo y al lugar de
origen. El conocimiento geográfico precisa inteligencia y sensibilidad. El
sujeto debe saber mirar, observar, sentir e imaginar, para poder hacer
inteligible la unidad de lo geográfico. Una unidad cuya aprehensión y
comprensión reclama la plena participación creadora de la subjetividad”, nos
dice Nicolás Ortega.
El tamunangue larense deja ver la
vivacidad, alegría, picardía de los habitantes de la región, por el mestizaje
cultural que presenta, distinción que nos permite apreciar que nuestra
hipótesis no ha estado errada, sino por el contrario: se ha desarrollado una
topofilia como la entiende Yi Fu Tuan, en la gente hacia la región del
semiárido larense, identificada en los ejemplos musicales, la música que se
escucha, la música que se ejecuta, piezas musicales propias, santo patrono,
otros motivos, forma de llevar a cabo una boda, bautizo o funeral, otras
celebraciones, instrumentos utilizados, ejecución, autores, intérpretes,
público, fechas importantes como el 14 de enero día de la gigantesca procesión
de la Divina Pastora, lugares y la música cotidiana, así como la difusión que
se hace de la música propia, que además convive con otras expresiones musicales
que se han ido agregando debido al dinamismo vivido, manifestando la población
posturas encontradas respecto a cambios y dominio de lo reciente por lo
histórico y ancestral. La cultura y en particular la música nos puede llevar a
la regionalización geográfica, el camino sigue y es sugerente la geografía del
arte.
Francisco Tamayo:
en Lara nace lo nacional venezolano
Pero en el Estado Lara venezolano
donde se reúnen y confunden casi todos los medios físicos y biológicos del país
(y) se está engendrando un tipo humano de características medias,
equilibradas.” esta síntesis humana, mestizaje, otro elemento que resalta el
positivismo, de todo o de casi todo lo nacionales el tipo humano venezolano por
antonomasia, por ser la expresión total de los cuerpos y de las almas de
aquellas regiones parciales. Afirma el Sabio Francisco Tamayo que la ciudad de
“Barquisimeto es el crisol donde se polariza el mestizaje.” Estos determinismos
le permiten concluir que “En Lara, nace, pues, lo nacional, lo venezolano”. Más
adelante y basado en el concepto positivo de tradición se refiere al tamunangue
como manifestación folclórica de reminiscencias bárbaras…danza nigralba de
cañamelar, el baile de la zafra, el ballet pagano de San Antonio, donde la
líbido negra se hace rito, bajo el impulso mágico del tambor; donde el cocuy
dinamiza el ritmo y el chimó es acicate mental de los devotos.”
Pedro Cunill Grau
en el semiárido occidental larense venezolano
Fue gracias a nuestro mentor y amigo
Dr. Reinaldo Rojas nos encontramos con la figura de hombre bueno y bonachón de
Pedro Cunill Grau en la ciudad crepuscular de Barquisimeto, en ocasión de los
Congresos Internacionales de Historia. Cuando le hablé de mi procedencia
caroreña atisbé en sus ojos un deseo como de niño de visitar el vasto erial caroreño
y sus increíbles viñedos emergidos como de magia en la reseca y calcinante Otra
Banda, un feliz esfuerzo franco-venezolano; las dehesas de Quebrada Arriba
donde el genio humano cruza las razas bovinas del siglo XVI (bos Taurus) con
las razas Pardo Suizas europeas para dar origen a la Raza Carora con gran
adaptación al trópico.
Como hemos dicho antes, es este
hombre austral, trabajador y metódico, quien nos anima a construir una
categoría de análisis que tentativamente hemos llamado El genio de los pueblos
del semiárido larense venezolano. El semiárido larense venezolano representa
una proporción minúscula del territorio de Venezuela, pero ha tenido un enorme
significado histórico, social y cultural para el país desde tiempos muy
remotos. Digamos que desde esa partícula del nuestra geografía nacional, un 4,5
% del territorio venezolano, se han creado particulares formas de vida para
enfrentar la escasez de los recursos naturales desde tiempos precolombinos
hasta la actualidad, se generó desde el siglo XVI una política expansiva de
conquista y coloniaje para el occidente de Venezuela que llegó incluso a
Bogotá, fue el asiento de tres ciudades de enorme irradiación de la cultura de
habla castellana y de un catolicismo más de naturaleza canaria que peninsular:
el triángulo colonial barroco constituido por la Ciudad Madre de El Tocuyo,
Barquisimeto y Carora, en donde se conformó un tipo humano de sensibilidades y
expresiones particulares. Esta realidad geo-histórica se proyecta al presente,
dándole a esta parte del país unas características idiosincráticas que la
definen.
Empleando una expresión de Mariano
Picón Salas, es una zona o área cultural de acento específico y tono
particular. Es que, como dice Reinaldo Rojas de manera muy estimulante: la
historia social del semiárido está por realizarse. Rafael Monasterios, pintor del semiárido
larense venezolano.
Rafael Monasterios.
Esta idiosincrática
realidad geográfica ha tenido entre nosotros los habitantes del semiárido
larense una magnifica expresión óptica en el gran pintor paisajista Rafael
Monasterios (Barquisimeto,1884-1961), una apreciación estética de la naturaleza
y paisajes del secano, el simbolismo visual del paisaje falto de humedad y
apacible sociabilidad rural. 
Dejemos que sea
Alfredo Boulton quien se refiera al pintor barquisimetano: “Monasterios fue
hombre de una alta finura visual, con lo que daba a sus obras, con mucha
frecuencia, mayor belleza y atracción de la que tenía la propia belleza del
paisaje…su temática preferida: vistas de nuestras pobres calles de pueblos, de
casas, serranías, destartalados patios, pequeñas capillas y anchos campos
llenos de luz, lugares todos éstos donde él halló la mejor razón de su vivir, y
que dijo con un encantador vocabulario como ningún otro pintor en nuestro país
logró hacerlo con tanto talento. Temas éstos todos de puro sabor criollo,
nacional, de casuchines rurales, de áridos cardonales, de veredas en
montanadas, de humildes casas de labriegos, de simples y bellísimas tonalidades
que respondían al buen gusto intuitivo de nuestro pueblo. Rosas pálidos,
carmines, cerúleos, verdes vivos, ocres incandescentes, y el eterno blanco de
nuestra pura cal. Imagen pura, exacta y real a la cual este gran artista supo
dar toda la gran grandeza de una obra de arte”. 
“Sus lienzos, continua Boulton, son
precisamente la presencia de esa tierra pequeña, simple y acogedora, la cual él
supo ver con ojos llenos de belleza, de sencillez y de arte, como ningún otro
llegó mirarla y como ningún otro hoy la mira. Sin vulgaridad alguna.” Un
magnifico cantor de la tierra.
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http://luiscortesriera.blogspot.com/
Venezolano, nacido en Cubiro, Estado Lara. Doctor
en Historia por la Universidad Santa María de Caracas, 2003. Docente del
Doctorado en Cultura Latinoamericana y Caribeña, Universidad Pedagógica
Experimental Libertador, Barquisimeto. Cronista Oficial de Municipio Torres,
Carora. Miembro de la Fundación Buría. Ganador de la Segunda Bienal Nacional de
Literatura Antonio Crespo Meléndez, 2014, con el ensayo: Rafael Domingo Silva
Uzcátegui, más allá de la Enciclopedia Larense, Psiquiatría y literatura
modernista. Colaborador de las revistas literarias: Archipiélago, de México;
Letralia; Carohana; Mayéutica, CISCUVE; Columnista del diario El Impulso de
Barquisimeto. Autor: Del Colegio La Esperanza al Colegio Federal Carora, 1890-1937,
La gallarda serpentina de El Negro Tino Carrasco; Ocho pecados capitales del
historiador; Enciclopedia Temática del Estado Lara; Iglesia Católica, cofradías
y mentalidad religiosa en Carora.Artículos relacionadosMás del autorLa Tumba de Los Dos Pinos
Geografía musical
del baile del Tamunangue en el semiárido occidental larense venezolano.
Luis Eduardo Cortés Riera.
La música es a un
mismo tiempo un arte y una ciencia. Por lo cual debe ser apreciada
emocionalmente y comprendida intelectualmente. Como ocurre con cualquier arte y
con cualquier ciencia, no existen límites a su perfeccionamiento ni a su
comprensión. La creación del mundo, sea cual sea fuera la manera en que ocurrió,
debió de ir acompañada de movimiento, y en consecuencia de sonido. Quizá esto
explica la razón de por qué la música tiene importancia mágica para los pueblos
primitivos, llegando a significar la vida y le muerte. A través de su historia
y mediante todas sus formas variables, la música ha conservado siempre su
significado trascendental.
Otto Karolyi.
Introducción
a la música. 1965.
Introducción a la música, se publicó en castellano en 2012 y es considerada como una obra
fundamental para todos aquellos que quieran iniciarse dentro del mundo de la
música, poniendo a su alcance las herramientas y conocimientos básicos para
entender la música, leer una partitura o entender la nota de un programa, entre
otros puntos claves.
El sentido melódico de la existencia que
avasalla a los paisanos larenses.
Existe consenso unánime al decir y proclamar a los cuatro vientos que el
Estado Lara es por antonomasia la región musical más completa, rica y variada
de Venezuela, que su capital,
Barquisimeto, es la ciudad musical de Venezuela. Pero han sido pocos los que
han tratado de buscar una explicación al fenómeno multidimensional, geográfico,
histórico, antropológico, sociológico y de masas de ese sentido melódico de la
existencia que avasalla a los paisanos larenses. Ya ese genio popular que fue
Cecilio Chío Zubillaga Perera lo avizora en 1942 al decir
“El pentagrama, selecto nervio de nuestro espíritu, es el nervio de
nuestra raza.”
Ya
lo decía el musicólogo chileno que residió muchos años entre nosotros, Eduardo
Lira Espejo, en 1941: “El Estado Lara es, sin lugar a dudas, una de las
regiones de Venezuela que posee una expresión musical característica, variada y
de un sabor inconfundible” (El Universal,
Caracas, 19 de enero de 1941).
Rafael Domingo Silva Uzcátegui afirma que el
estado Lara vivió un a edad de oro de la cultura musical a finales del siglo
XIX, entre los años 1870 y 1999, aproximadamente. “En las casas de la alta sociedad
barquisimetana, lo mismo que en El Tocuyo y Carora y otras ciudades, había
frecuentemente veladas musicales. En algunas de las mansiones, todos eran
artistas. Estaba tan generalizado el estudio de la música en la sociedad, que
siendo Presidente del Estado el General Aquilino Juárez, fueron a darle una
serenata un grupo de quince músicos casi todos ellos doctores en Medicina o en
Derecho. El único músico profesional que formó parte del grupo, fue el
barquisimetano Francisco de Paula Medina, hoy nuestro célebre violinista Franco
Medina. (Guía económica y social del Estado Lara. P. 84)
Los principales
creadores de aquella Edad de Oro de nuestra música, fueron el Maestro José
Eligio Torrealba en Barquisimeto, y don Saturno Rodríguez en El Tocuyo y otras
ciudades. Tanta reputación adquirió Barquisimeto en el aspecto que nos ocupa,
que de otras partes de Venezuela fueron a establecerse allí notables Profesores
que contribuyeron a fomentar la cultura musical. Entre éstos cabe mencionar al
célebre pianista Paz Abreu y a Arístides González. El padre Wohnsiedler estableció
en su Colegio de San Agustín otra Escuela de Música bajo la dirección del
Maestro Torrealba. Con alumnos del instituto fue creada una Orquesta y una
Banda…la primera Banda Marcial que tuvo Barquisimeto. (Ibid. P. 84)
En Carora…el
célebre músico falconiano Ramón Mavare recibió lecciones de música de otro
artista llamado Hipólito Oropeza y del guitarrista Modesto Montero, forma parte
de la Banda de Zacarías Gallardo. Entre los músicos habidos en Carora, se
recuerdan a Isaías Medina, corista, Zabulón Suarez, Eladio Mora. Juan Teodosio
Querales, quien fue maestro de varias generaciones de artistas caroreños,
recibió lecciones de música de un italiano de nombre Antonio Pífano, después en
Carora con Ramón Mavare. Dirigió en 1905 la Banda San Antonio. La primera
escuela de solfeo la estableció el rico comerciante Flavio Herrera Oropeza
quien hizo traer desde Barquisimeto al maestro tocuyano Alfredo Perdomo. (Enciclopedia Larense, tomo II, P.
203-204)
Silva Uzcátegui
agrega, durante los actos del Cuatricentenario de Barquisimeto, en tono dolido
que “Todavía en nuestro tiempo (1952), hace algunos lustros, en casi todas las
casas de familia de la sociedad, había un piano cuyas voces se fueron
enmudeciendo a medida que llegaban los fonógrafos, las ortofónicas, las pianolas,
y por fin las radios. (Guía Económica y
social del Estado Lara, P. 84). Más adelante hablaremos de la cultura del
piano y de la guitarra en el semiárido larense.
Visión geográfica de la música.
Nuestra intención
será la de abordar la música como un fenómeno espacial e incluso territorial,
pues todo trabajo artístico debe hacerse en
algún lugar, tal como escriben
los célebres sociólogos y músicos Howard Becker y Robert Faulkner, Sin embargo,
la geografía como parte del entramado de las ciencias sociales, no ha sido la
excepción en cuanto obviar este tema entre sus intereses. Algunos autores han
argumentado que la resistencia por parte de la geografía para estudiar los
fenómenos musicales radica principalmente en dos razones: primero, una especie
de “elitismo cultural” –los investigadores privilegian aquellos objetos y
artefactos culturales más “serios” y “duraderos”, sobre las formas de la
cultura popular que son vistas como mero “entretenimiento”, como cosas efímeras
o triviales; y segundo, por un privilegio o sesgo visual del interés geográfico
por sus objetos de estudio (Connell y Gibson 2003: 3; Kong 1995: 184).
Sin embargo, cada
vez más existe el reconocimiento de lo que Kearney llama la “espacialidad de la
música” (Keaney 2001: 58). Para esta autora, la música refleja y da forma a
numerosos “procesos geográficos”, pero también muchos de estos procesos
geográficos dan forma a la música como tal (Kearney 2010: 47)
El semiárido larense venezolano.
Quien escribe ha
tratado de explicar y de comprender tan insólito y original fenómeno
multidimensional complejo ubicado en el Estado Lara, al occidente del país. El
dato primordial e insoslayable para nuestro análisis lo constituye la geografía
del semiárido occidental larense. Acá debemos de vencer la arraigada propensión
de identificar y darle sentido a la geografía con un único órgano de los
sentidos: los ojos, la visión. Un privilegio o sesgo visual del interés
geográfico por sus objetos de estudio, dice Julio Antonio Díaz Cruz citando a
Connell y Gibson 2003: 3; Kong 1995: 184.
Debemos, en consecuencia, incorporar el resto de los órganos de los
sentidos para comprender la geografía en sus diversos contextos: gusto, olfato,
tacto y oído. El antropólogo francés Marcel Mauss ha dicho que la música es un
hecho social total. Poco se le ha estudiado desde la geografía. La música tiene
su propia geografía, es decir, tiene una dimensión espacial y hasta territorial
insoslayable. Citemos al mexicano Julio Antonio Díaz Cruz:
La música es un fenómeno atravesado de
suficiente “materialidad” para poder trazar sus desplazamientos a través del
tiempo y del espacio: instrumentos, materiales, vestimentas, partituras y toda
una serie de objetos que han recorrido y atravesado territorios, permiten
recrear rutas musicales. Segundo, la música también es una zona de contacto
entre los seres humanos y su medio; territorializa.
Y más adelante dice
este autor de Apuntes para una geografía
de la música:
En otras palabras, la música es síntesis
maravillosa de eso que Fernando Ortiz llamó “transculturación”, es decir,
hibridación, adaptación, intercambio entre culturas, entre hombres y mujeres.
La música es diálogo, pero como cualquier conversación, jamás se da en el
vacío. La música produce sus espacialidades, y por ende, es un fenómeno tan
geográfico como el propio ser humano, y por lo tanto, merece que no sólo
disfrutemos de su sonido, sino también de la posibilidad de cartografiar su
movimiento.
Sintonizando la música en las ciencias
sociales.
Para quien escribe
ha sido tremendo acicate para animarme estudiar la música como complejo
fenómeno cultural en el semiárido venezolano, los aportes del sociólogo germano
Max Weber y su memorable ensayo Los fundamentos racionales y sociológicos de la
música. (Economía y sociedad. P. 1.118 a 1.183) Allí estudia la música
armónicamente racionalizada como producto único de la modernidad europea, así
como la caja de resonancia, inventos que no se hayan en ninguna otra cultura,
todo lo cual sugiere ya distinción espacial geográfica.
Donde existe una
fundamentación racional- dice Weber- será en la construcción de órganos y
pianos, instrumentos con los que se desarrolla una “música de interior” de la
cultura nórdica (p. 1.181). En Italia, a
falta de cultura del home burgués, no
se desarrolló una cultura pianística, sino una afición por las arias y el canto
a-capella. Los cantantes nórdicos no
superan los italianos. Más difícil será la cultura del piano en los trópicos
donde este instrumento no obtuvo carta de naturaleza (p. 1.182) El piano es un
instrumento doméstico esencialmente burgués que necesita de un local
moderadamente grande. De ahí que los portadores de la cultura pianística sean
los pueblos nórdicos, cuya vida, aunque sólo sea por razones de clima, se
centra alrededor del hogar, en contraste con el Sur. (P. 1.183) debido a que en
éste, por motivos de clima e historia, el culto al hogar se ha ido perdiendo,
el piano, inventado allí, no se propagó a pesar de ello tan rápidamente entre
los italianos, según ya vimos, como entre nosotros, ni ha conseguido allí hasta
hoy la posición de un “mueble” burgués en la misma extensión que entre nosotros
se considera como natural desde hace ya mucho tiempo. (P. 1.183).
Estas magnificas
reflexiones del “Karl Marx burgués”, como se ha llamado a Max Weber, nos
motivaron pensar en la cultura de los instrumentos cuerdófonos, la vihuela
española, guitarra, cuatro, bandolina y arpa que dominan en buena parte de
América Latina y en Venezuela. Se trata de instrumentos de la calle, fáciles de
transportar, de raigambre popular muy diferentes al mueble burgués noreuropeo,
el piano.
Otras expresiones
afros como el jazz estadounidense incorporaron el piano e instrumentos de
viento, trombón y clarinete, se les prohibió el tambor, lo que no sucedió en
Venezuela. Entre nosotros dominan los instrumentos de cuerda y los tambores
entre la población negra y mestiza, socioeconómicamente deprimida y
semianalfabeta.
“La música es más que un objeto de estudio, es
una manera de percibir el mundo”, escribió en su influyente trabajo Jacques
Attali (Attali 1985: 4). Hay pocos fenómenos sociales tan “totales” –en el
sentido Maussiano. La música tiene –y ha tenido desde siempre- una relación
íntima con temas como el poder, la economía, lo religioso, lo político, lo familiar
o íntimo, el patrimonio, la memoria colectiva, etc. Algunos autores han
afirmado que se trata de un rasgo “universal” en las sociedades humanas
(Merriam 1964: 227) o matizando, que en todas las sociedades conocidas siempre
hay algo que las personas formadas como musicólogos reconocen como “música”
(Blacking 1995: 224
El “Triángulo colonial barroco” del Estado
Lara.
El segundo será lo
que he llamado Triángulo colonial barroco:
un trío de ciudades fundadas en el genésico siglo XVI: El Tocuyo, fundada en
1545, Barquisimeto en 1552 y Carora en 1569, conocidas desde el siglo XVI como
urbes donde el desarrollo melódico ha sido verdaderamente impresionante. Por
este Triángulo se inicia la temprana
conquista y colonización de Venezuela en el siglo XVI. La ciudad de El Tocuyo
es llamada ciudad madre de Venezuela. Domina
una cultura de signo católico Contrarreformista del Concilio de Trento, una
sensibilidad barroca que llega hasta el presente, como afirma Mariano Picón
Salas. “A pesar de dos siglos de enciclopedismo y
crítica moderna, dice Octavio Paz, los hispanoamericanos no nos evadimos
enteramente del laberinto barroco, pesa en nuestra sensibilidad estética y en
muchas formas complicadas de psicología colectiva, (Sor Juana Inés de la Cruz o Las Trampas de la fe. p. 345.)
Estado Lara: Un mestizaje étnico y cultural
completo.
El sabio polímata larense Francisco Tamayo ha valorado que en el
estado Lara nace lo nacional venezolano: “inmanente matriz de Venezuela”. Por
ello nos habla el profesor Tamayo en 1952 de que diversos factores geológicos,
flora, fauna y etnos (que) copulan para engendrar una nueva forma, un nuevo tipo
humano, un ecotipo que es síntesis y exponente de integración social. Subraya
lo que llama la “concurrencia larense” como un hecho que no admite
dudas, largo proceso que se ha manifestado desde las más remotas edades. Y la
interpreta como una convergencia de las especies botánicas y zoológicas, a lo
que agrega: “La etnología, la antropología, la sociología, la lingüística, la
toponimia, todas, contribuyeron a poner de manifiesto la concurrencia larense.
Barquisimeto es el crisol donde se polariza el mestizaje”, arguye Tamayo.
Destaca este poco valorado polímata larense que fue a no dudar el
samareño Francisco Tamayo, los aspectos de la geografía que hacen posible lo
que llama la concurrencia larense:
En (el Estado) Lara nacen o finiquitan todos
los sistemas geológicos, a excepción, aclara Tamayo, a los del Delta de
Orinoco, a lo Atlántico, a lo guayanés. “Allí mueren los Andes, y el Sistema
Coriano, allí nacen la cordillera costanera, allí arrancan las hoyas del Llano
y del lago marabino. Así también, la flora, la fauna y el etnos, vinculados
ecológicamente a esos distintos medios, concurren con sus elementos
característicos a la coyuntura común, y el bagaje espiritual (resaltado
nuestro) de cada una de esas zonas confluentes, aporta sus diferentes valores.
Como hemos
visto, se trata de un fatalismo de los hechos físicos y de los fenómenos de la
naturaleza, determinismo de raza cuando habla Tamayo de tres pivotes raciales
(blancos, indios y negros) que hacen aparecer un “mendeliano carácter
morfológico”, clara herencia del positivismo.
Por ello afirma que “Lo que pudiéramos llamar el
tipo venezolano...no podría generarse en zonas como en el Llano, los Andes,
Margarita, el Zulia y Caracas...porque todas estas son regiones excluyentes,
las unas de las otras, y dotadas de ambiente y de colorido local tan fuerte que
en ellas priva lo regional sobre lo nacional. El llanero es producto de la
planicie pecuaria. El andino venezolano se parece al andino colombiano que a un
barloventeño.”24
Pero en Lara se reúnen y confunden casi todos los
medios físicos y biológicos del país (y) se está engendrando un tipo humano de
características medias, equilibradas.” esta síntesis humana, mestizaje, otro
elemento que resalta el positivismo, de todo o de casi todo lo nacionales el
tipo humano venezolano por antonomasia, por ser la expresión total de los
cuerpos y de las almas de aquellas regiones parciales.
Afirma el Sabio Francisco Tamayo que: “Barquisimeto
es el crisol donde se polariza el mestizaje.” Estos determinismos le permiten
concluir que “En Lara, nace, pues, lo nacional, lo venezolano”. Más adelante
y basado en el concepto positivo de tradición se refiere al tamunangue como
manifestación folclórica de reminiscencias bárbaras...danza nigralba de
cañamelar, el baile de la zafra, el ballet pagano de San Antonio, donde la
líbido negra se hace rito, bajo el impulso mágico del tambor; donde el cocuy
dinamiza el ritmo y el chimó es acicate mental de los devotos.” 25
En su madurez el sabio Francisco Tamayo abandonará
el positivismo de sus años mozos. Nuevas maneras y sistemas de pensamiento
llegarán al país: marxismo, psicoanálisis, fenomenología, existencialismo,
estructuralismo, los cuales dejan en la obsolescencia a la filosofía que
iluminó a Lisandro Alvarado, José Gil Fortoul, Laureano Vallenilla Lanz.24 Lamentablemente el sabio larense que es Tamayo poco se le conoce en los
ambientes académicos venezolanos. Ya llegará su momento.
El semiárido occidental larense venezolano
representa una proporción minúscula del territorio de Venezuela, pero ha tenido
un enorme significado histórico, social y cultural para el país desde tiempos
muy remotos. Digamos que desde esa partícula de nuestra geografía nacional, un
4,5 % del territorio venezolano, se han creado particulares formas de vida para
enfrentar la escasez de los recursos naturales desde tiempos precolombinos
hasta la actualidad, se generó desde el siglo XVI una política expansiva de
conquista y coloniaje para el occidente de Venezuela que llegó incluso a
Bogotá, fue el asiento de tres ciudades de enorme irradiación de la cultura de
habla castellana y de un catolicismo más de naturaleza canaria que peninsular:
el triángulo colonial barroco constituido por la Ciudad Madre de El Tocuyo,
Barquisimeto y Carora, en donde se conformó un tipo humano de sensibilidades y
expresiones particulares. Esta realidad geo-histórica se proyecta al presente,
dándole a esta parte del país unas características idiosincráticas que la
definen.
Empleando una expresión de Mariano Picón Salas, es
una zona o área cultural de acento específico y tono particular, sobre lo cual
es el propósito aportar ideas y sugerencias en este ensayo.
La cultura
en el bolsón xerófilo del Estado Lara.
La Depresiones de Carora y de Barquisimeto ocupan la parte central del
Estado Lara, al occidente de Venezuela. La más occidental es la de Carora y
ocupa 7.996 kms cuadrados. La de Barquisimeto, ubicada hacia el oriente, tiene
una superficie de 6.742 kms. cuadrados. Sumadas ambas áreas resultarán en unos
14.708 kms. cuadrados de extensión. Si tomamos en cuenta que la superficie
total de la entidad larense que es de 19.800 kms. cuadrados, obtendremos que
ambas depresiones ocupan un crecido 74,28 % del territorio de la entidad.
Esta centralidad de ambas depresiones nos coloca en una situación
geográfica análoga a la del Lago de Maracaibo con respecto al Estado Zulia. De
tal modo que si para los zulianos el Lago de Maracaibo marca su ethos identificatorio cultural, para los
larenses ese ethos de identidad proviene y se gesta en estas depresiones
cálidas y secas.
Desde tiempos precolombinos estas áreas presentaban una elevada densidad
demográfica. Sus etnias aborígenes más características eran los caquetíos de variqecemeto y vararida, ayamanes,
gayones, jirajaras, xaguas, ajaguas. Los caquetíos, dice Reinaldo Rojas en Historia social de la Region Barquisimeto…p.85-87,
conformaron un universo socio-cultural aborigen, una confederación de aldeas
con agricultura de riego que producía excedentes.
La penetración de los cristianos y africanos se inicia con la fundación
de El Tocuyo en 1545, núcleo de irradiación de conquista y colonización de la
cual salen expediciones a fundar Barquisimeto en 1552 y Carora en 1569. Se
desarticulan las formas sociales y poblacionales indígenas. Se crean dos tipos
de pueblos ciudades de blancos y pueblos de indios. Se establece la Encomienda
y los pueblos de doctrina. La economía de El Tocuyo se fundamenta en la
agricultura del trigo y de la caña de azúcar, una industria artesanal del
tejido del lienzo tocuyo y la harina. En Barquisimeto habrá un ciclo minero del
oro y el cobre, economía de la caña y cacao. La artesanía, la curtiembre de
cueros y los caprinos le darán perfil a Carora colonial, nos indica Reinaldo Rojas, p. 223-240.
Unas oligarquías o aristocracias municipales coloniales, endogámicas,
celosas de su origen y de su poder, aliadas a la Iglesia Católica, se forman e
instalan en este trío de ciudades del semiárido a lo largo de 300 años.
Laureano Vallenilla Lanz las enumera así: los Alvarado, Garmendia, Yépez,
Anzola en El Tocuyo; los Galíndez, Álamo, Perera, Planas, Parra, Andrade,
Alvarado, Mujica en Barquisimeto; los Álvarez, Riera, Oropeza, Aguinagalde,
Zubillaga, Montes de Oca, en Carora. (Disgregación
e integración. T. II. P. 189)
Baluarte de la cultura colonial
barroca, el semiárido brilla desde tiempos coloniales por su devoción mariana y
el culto a San Antonio de Padua, con los soberbios templos y conventos religiosos
donde se intercambiaban ideas por medio del latín, se entonaba música barroca.
Tierra de sólidas y boyantes cofradías y hermandades de la Iglesia Católica.
Cátedras latinas las hubo. Tomás Valero, tocuyano, ha sido llamado el Platón
americano. Juan Agustín de la Torre, caroreño, rector de la Universidad de
Caracas. Dos escuelas pictóricas florecieron, una en El Tocuyo, otra en Río
Tocuyo. Un folklore diverso y rico anida el semiárido: el Tamunangue, el golpe
tocuyano, el golpe curarigueño, el baile de Las Turas,
La danza
negroide del Tamunangue.
Debemos hacer
referencia básica al baile negroide del Tamunangue, nacido en lo que ha llamado
como categoría de análisis Reinaldo Rojas Región
Barquisimeto (1995), una formación socio-cultural colonial levantada sobre
la síntesis histórica de ese choque étnico y cultural que se desarrolla en
nuestro continente entre los siglos XVI y XVIII. (Historia social de la Región Barquisimeto en el tiempo histórico
colonial, 1530-1810, p. 315). Es
un tronco primario en la dinámica de la cultura, un auténtico universo cultural
producto de una aculturación impuesta durante el proceso global de conquista y
colonización (p. 321).
Reinaldo Rojas
llama al Tamunangue “complejo cultural de integración, complejo cultural
especifico regional (p. 327). Donde confluyen y conviven valores y expresiones
de los tres troncos étnicos y culturales: el aborigen arawaco americano, el
cristiano peninsular y canario, y el occidental africano, que ha conducido,
dice Julio Ramos, a un robusto mestizaje regional, como al que hace referencia
Francisco Tamayo.
Sigue diciendo
Reinaldo Rojas: Sólo el tamunangue nos coloca ante un universo cultural
característico de esta integración de diversos sistemas artísticos y de
elementos culturales a partir de baile africano, los sones de negros, al que se
le incorporan con el tambor también africano, el cuatro, las maracas y la voz
de los cantores. Las faenas agrícolas, el mundo rural, el amor y la muerte que
vibran en la vida cotidiana del campesino se transforman en letra y devoción a
San Antonio de Padua. Ayer negros
esclavos e indígenas sometidos a la encomienda, hoy campesinos curtidos por el
sol y el esfuerzo que mantiene viva una tradición que incluyen danza, música,
poesía, religiosidad popular y producción artesanal de vestidos, instrumentos,
tallas y alimentos propios del lugar, sin olvidar el cocuy, de ancestro
aborigen. Un verdadero complejo cultural popular. (Historia social de la Región Barquisimeto…P.339).
Parafraseando a José
Ramiro Podetti (Cultura y alteridad. En torno al sentido de la experiencia latinoamericana. p. 205),
bien podríamos decir que la magnífica danza del Tamunangue, autentico universo
popular simbólico, está inscrito y es como resultado del más grande mestizaje de la historia, una
utopía antropológica de síntesis de todas las razas, síntesis que aparece como
la vocación histórica de América Latina.
La geografía del Tamunangue larense.
La geografía nos da
pistas significativas y tiene que ver con las comarcas tocuyana y curarigueña,
lugares semiáridos y de escasas precipitaciones, ubicadas al Sur del Estado
Lara, límites con el Estado llanero de Portuguesa. El poblado de Curarigua
dista unos 27 kilómetros de Carora, capital del Municipio Torres. Hasta aquí
llaga tempranamente la caña de azúcar en el siglo XVI procedente Santo Domingo
y desde Coro.
Se trata de lo que
Edilberto Ferrer Véliz llama xerosistema, donde se han desarrollado sistemas
sociales en las localidades de Boro, El Palmar.
El valle de Curarigua es similar al de El Tocuyo, irrigado el primero
por el río Curarigua, en tanto que el segundo por el Río Tocuyo, “Nilo de
Centroccidente”, según la feliz expresión de Lisandro Alvarado. Como se habrá
visto, ambos valles pertenecen a la hoya del Río Tocuyo.
Estado
Lara, irradiación social permanente.
La
iluminación solar constante la mayor parte del año ha impedido que la
melancolía y la depresión propia de las zonas templadas y frías reine entre
nosotros. Se ha impuesto entre nosotros el “hombre ascio” que habita la zona
tórrida y que interesó al sabio tocuyano doctor Lisandro Alvarado. Es un ser
humano que disfruta de los rayos solares y del calor, lejano del exceso de
bilis negra que conduce a la melancolía, de la que hablaron en su teoría
humorista Hipócrates y Galeno en la Antigüedad. Esa doctrina de los cuatro
humores llega hasta el siglo XVII cuando se empleaban la música y la danza como
tratamiento de la melancolía.
La luz
estridente, dice Áxel Capriles, la luz sin contemplaciones, es una experiencia
poderosa, abrumadora. Y, querámoslo o no, los habitantes de estas regiones
equinocciales, como Armando Reverón, tenemos que llegar a términos con la
deslumbrante masa solar que nos subsume. El Sol es el principio de todo
movimiento, incita a elevar el tono de voz para traspasar los obstáculos. Los
rayos del Sol despiertan la extroversión. El alargamiento del día en los meses
de mayo, junio, julio y agosto, nos hacen sentir más alegres y confiados. ¿Será
acaso necesario decir que las fiestas del semiárido larense coinciden o se
realizan en las cercanías del solsticio de verano?: La Cruz de Mayo, el Día de
San Antonio de Padua, las Fiestas de San Juan Bautista, la Parranda de San
Pedro.
El incremento de la radiación solar, agrega
Capriles, produce cambios hormonales que elevan el estado de ánimo, el Sol se
asocia con la alegría. La depresión, por el contrario, se vincula con la
oscuridad. Es una vivencia universal. Para el antropólogo Gilbert Durand, uno
de los esquemas dominantes de la imaginación es el que opone los símbolos
tenebrosos a los de la luz. La luz por lo general, simboliza alegría,
esperanza, ascenso, calidez, buen humor y entusiasmo, mientras que la
oscuridad, su polo contrario, representa tristeza, infortunio, pesadez y
descenso. La luz es una condición indispensable para entender la cultura y la
psicología venezolana, afirma Capriles.
Base poblacional del Tamunangue.
La población aborigen precolombina de la
comarca tocuyana estaba constituida por las etnias Coyones, Ajaguas, Cuibas, Camagos y Gayones
Al referirse al
Tamunangue, dice Reinaldo Rojas que “cuando el desarrollo y cultivo de la caña
de azúcar exigió en concurso masivo de mano de obra esclava negra, (Historia social de la Región Barquisimeto.
p. 328). Agrega Rojas que la vicaría tocuyana, a la cual perteneció Curarigua
entonces, tenía una población total de 21.787 habitantes en el siglo XVIII.
Curarigua contaba entonces con 569 habitantes y El Tocuyo 7.959, según
estimaciones del Obispo Mariano Martí. (Ibid.
p. 134-135). Esta es la base social
donde habrá de gastarse la danza negroide del Tamunangue en las postrimerías
del siglo XVIII.
Según Ermila Troconis de Veracoechea (1977), citada por Janette García
Yépez y Pedro Rodríguez Rojas, para 1758, de 6.532 habitantes que tenía El
Tocuyo, 1.163 eran esclavos, lo que representó un 18% de los habitantes. La
población negra esclava estaba distribuida entre los cañamelares de los
principales fundos del valle Tocuyano, a saber: Boro, El Palmar, y hacia el
otro extremo de la ciudad, El Molino, La Guajira, entre otros. La propia
toponimia de la jurisdicción Tocuyo como lo son Boro, Buga, entre otros, es
demostración de la importancia de esta población negra en El Tocuyo.
Y si se toma en cuenta que hasta esta fecha los territorios de
Chabasquén, Sanare y principalmente Curarigua (segundo en población esclava y
cuyas tierras estaban en manos de terratenientes Tocuyanos) pertenecían a la
región histórica Tocuyo, se tiene que más de una tercera parte de los esclavos
existente en esta época en el hoy estado Lara, se encontraban en El Tocuyo y su
zona de influencia. (Aris, 2004; p. 118).
En el otro polo del Tamunangue, la población de Curarigua, dice
Francisco Suárez Torres que la población blanca se inicia con los Leal de
Armella venidos de Carora, don Luis de Escalona Córdoba y Piña, quien era
propietario de numerosos esclavos, quienes tomaron este apellido (Curarigua cuenta su historia. p. 16). En
1746 aparecen 31 núcleos familiares con 210 personas; en 1781 aparecen 81 jefes
de familia, persisten los apellidos Villasinda, Albújar, Rodríguez, López,
Aponte, Brito, Sigala, Yépez, Vega, Hernández, Cáceres, Herrera, Falcón, Pérez,
Torres, Álvarez, González, Maldonado, Olivera.
(Ibid. P. 17).
En el Estado Lara no existen núcleos negroides como los que observa
Reinaldo Rojas en el Municipio Veroes del vecino Estado Yaracuy, que con una
población estimada de 30.000 personas, la mayoría es de origen afrodescendiente
que trabajaban en las plantaciones cacaoteras y cañeras durante el régimen
colonial. Hogaño celebran la Parranda de San juan Bautista en el mes de junio,
solsticio de verano. Sin discusión
alguna, las fiestas patronales de Veroes, junto a sus tambores mágicos,
constituyen uno de los más ricos legados culturales del estado Yaracuy.
En el vecino Estado Falcón
existen poblados negroides tales como San Hilario, Macanillas y Macuquita, Municipios Bolívar y
Petit, donde se producen las celebraciones
afros de los Locos de San Hilario en la localidad de Cabure, el Pasacalle y la
Pavana, también llamada Pela o Monda.
Dice el
diario El Universal que en
Centroccidente de Venezuela, constituida por los Estados Lara, Falcón y
Yaracuy, presenta una frecuencia génica del 59,1 % blanca, 32,2 % amerindia y
8,6 % africana.
Una aristocracia de
apellidos gobierna la vicaría tocuyana.
El Tamunangue rumbo a UNESCO.
El Tamunangue o
Sones de negro, expresión folclórica eminentemente popular, tiene listo su
expediente rumbo a la UNESCO desde el 23 de marzo de 2024, para ser postulado
como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Es un rito dancístico muy
elaborado y complejo, que tiene como santo patrón a San Antonio de Padua y está
compuesto de siete sones: la salve, la batalla, el poco a poco, la juruminga,
la perredenga, el seis figureao, el chichivamo. Ha logrado posicionarse en entidades
vecinas al Estado Lara, tales como Portuguesa, Trujillo, Yaracuy, Distrito
Capital (Caracas). A 78 asciende el
número de agrupaciones musicales dedicadas a los Sones de negro en el Estado
Lara. (Diario Ultimas Noticias,
23-3-2024).
Esta muy elaborada
danza, quizás la más compleja de Latinoamérica, merece posicionarse
planetariamente como en su momento lo hace el jazz estadounidense, quien desde
sus humildes orígenes en el sur deprimido y pobre, logra superar las barreras
de la estigmatización y hogaño se interpreta y baila en los más exclusivos
salones de la burguesía. Los sones de negros, ayer preteridos, apenas fueron
descubiertos en Venezuela en 1948 en ocasión de La Fiesta de la Tradición,
convocada entre el 17 y 21 de febrero
por Juan Liscano para la toma de posesión del presidente Rómulo
Gallegos. .
El materialismo cultural de Marvin Harris
aplicado al Tamunangue.
Harris elabora su materialismo cultural desde Steward quien establece
que el cambio cultural se da en función de la adaptación al medioambiente por
parte de un grupo.
Leslie White complementa a Harris cuando establece que una cultura está
conformada por tres niveles o componentes: ideológico, sociológico y
tecnológico. De esos tres, el nivel que tiene un papel preponderante es el
tecnológico, ya que, es el que determina el nivel de desarrollo de una cultura.
Es decir, la creación de medios mecánicos (tecnología) por parte del
hombre para adaptarse al medio natural. Así, una cultura con más medios estará
más evolucionada que una que no tiene, dando lugar a diferentes sociedades en
función de su nivel de tecnológico.
Basándose en estas dos premisas teóricas el
antropólogo Marvin Harris creará su “materialismo cultural”, el cual defiende
que son los elementos materiales los que determinan el grado de avance/desarrollo
de una sociedad, es decir, la limitación u oportunidad de un grupo
social está en la capacidad de producir materiales (tecnología, herramientas,
alimentos...) para cubrir las propias necesidades y poder reproducirse. Como
diría el mismo Harris:
“…El materialismo cultural está basado en la simple
premisa de que la vida humana es una respuesta a los problemas prácticos de la
existencia terrenal…”
Existe un cierto determinismo posibilista en los asuntos humanos, una
estrategia contraria a numerosas formulaciones que parten de las palabras, las
ideas, los valores morales y las creencias estéticas y religiosas para
comprender los acontecimientos cotidianos de la vida humana., sostiene el
antropólogo estadounidense Marvin Harris (El
materialismo cultural. P. 11) Será un intento de mejorar el modelo marxiano
original, añadiendo la presión reproductora y las variables ecológicas al
conjunto de condiciones materiales estudiado por los marxistas-leninistas
(p.12.).
Tanto el tamunangue larense como
el jazz del sur de los Estados Unidos están íntimamente ligados a economías
agroexportadoras de la caña de azúcar y el algodón. La caña le da sabor y
rutina a los sones de negro larenses, en tanto que en el Deep south ambos
cultivos serán el marco de referencia que ve aparecer el jazz, un ritmo afro
que ha cobrado dimensiones planetarias. El jazz, escribe Alejandra Taborda Ramos (El
jazz: rebelión de la libertad), no es un mero género musical, es una
configuración histórica producto de las relaciones de poder y de la libre
creación de discursos cotidianos de supervivencia, las plantaciones de algodón, con un sol
incandescente, retumban los cantos de aquellos cuya libertad ha sido negada. Al
ritmo de sus pies y caderas tejen su protesta abriendo paso al jazz como una de
las insignias excéntricas de la identidad cultural de las minorías negras.
Semejanzas con el Tamunangue
larense y el jazz norteño no se hacen esperar: la venezolana es una compleja
danza de afirmación de la negritud, una evocación de un desarraigo atlántico,
un interaccionismo simbólico en un meeting
polt recién instalado en el semiárido occidental venezolano: indios,
cristianos, africanos. Es una forma musical de resistencia que desde un núcleo
diverso negroide incorpora elementos aborígenes e hispánicos que tampoco son
homogéneos.
Aborígenes y afros conocen gracias
a los cristianos una religión, la católica”, que se considera verdadera, única,
que no acepta relativismos étnicos culturales. La Encomienda y los
catecismos les enseñan una nueva
geografía del mas allá, una forma correcta de vivir en policía, obedecer al
hombre de piel blanca que monopoliza tal discurso hegemónico. Sin embargo, los
dioses africanos se implantan en el santoral católico: San Antonio es una
deidad yoruba enmascarada hábilmente.
Dicen Janette García Yépez y Pedro
Rodríguez Rojas en El Tocuyo: Región histórica, que En el año 1620, se pasa
de encomienda de servicio a encomienda de tributos (1687) y se inicia la
importación masiva de los negros esclavos para trabajar en las plantaciones de
caña en El Tocuyo. En 1810 la población negra de esta jurisdicción se eleva al
30% de la población. Según Ermila Troconis de Veracoechea (1977) para 1758, de
6.532 habitantes que tenía El Tocuyo, 1.163 eran esclavos, lo que representó un
18% de los habitantes. La población negra esclava estaba distribuida entre los
cañamelares de los principales fundos del valle Tocuyano, a saber: Boro, El
Palmar, y hacia el otro extremo de la ciudad, El Molino, la Guajira, entre
otros. La propia toponimia de la jurisdicción Tocuyo como lo son Boro, Buga,
entre otros, es demostración de la importancia de esta población negra en El
Tocuyo.
La plantación azucarera y sus trapiches
existentes desde 1579 en El Tocuyo y en Carora en 1720, coloca a indígenas y
negros ante una rutina y una técnica desconocida. Es planta exótica para los
arawacos gayones, y que los negros la conocieron en su continente de origen. El
tiempo es medido mecánicamente gracias a los relojes y ya no obedece a la
natural noche y día: se le puede fraccionar.
Es necesario destacar que sólo en el valle de El Tocuyo estaba el 17% de
los esclavos de la Provincia de Barquisimeto, que unía a los actuales Estado
Lara y buena parte del Estado Yaracuy. Restando este último estado, se tendría
un 20%. Pero, si se suma al valle la población de Guárico, los Humocaros y
Barbacoa este porcentaje se eleva al 23%. Y si se toma en cuenta que hasta esta
fecha los territorios de Chabasquen, Sanare y principalmente Curarigua (segundo
en población esclava y cuyas tierras estaban en manos de terratenientes
Tocuyanos) pertenecían a la región histórica Tocuyo, se tiene que más de una
tercera parte de los esclavos existente en esta época en el hoy estado Lara, se
encontraban en El Tocuyo y su zona de influencia. (Aris, 2004; p. 118).
Según
Ambrosio Perera (1954) para el año 1609, la población indígena de la región
Tocuyo era de 2.600 indios, distribuidos en 39 encomiendas correspondiente 698
a los Humocaros, 548 a Guarico y Quibor; 626 a Yacambú, 728 a Sanare y Cubiro.
Por otra parte, Reinaldo Rojas (1995) señala que para el año 1691 la población
aborigen de El Tocuyo fue la mayor en el hoy estado Lara, con 2.812 aborígenes
por encima de Barquisimeto que tenía 2.692, y Carora 1.408. Los de El Tocuyo
estaban distribuidos de la forma siguiente: Sanare 448, Cubiro 440, Humocaro
Bajo 328, Humocaro Alto 852, Guárico 204, Quibor 404 y Barbacoas 136. Este
mismo autor señala que entre 1776-1799, El Tocuyo con una población 21.787
habitantes, representaba la segunda jurisdicción -en términos poblacionales- de
la región Barquisimeto con un 28,1 por ciento, de los cuales 3.531 eran blancos
y mestizos (19%), indios 7.477 (40,8%), negros 5.888 (33,1%), esclavos 1.475
(8%).
El interaccionismo simbólico de Mead y
Blumer aplicado al Tamunangue.
En 1942 escribía
Fernando Ortiz algo así como adelantándose al interaccionismo simbólico de
Blumer, en su magistral Contrapunteo
cubano del tabaco y la caña, que
“Al fin todas las palabras son convencionales y sólo dicen lo que los
interlocutores entienden por ellas y no lo que pensaron sus creadores” (P.
284).
La Escuela de Chicago, con George Mead y
Hebert Blumer a la cabeza, crean en los años 1920 el paradigma del
interaccionismo simbólico, el cual concibe a la comunicación
como una producción de sentido dentro de un universo simbólico. Una
ecología humana que estudia la relación individuo-comunidad y la interpretación
como factor fundamental de la comunicación, migrando la perspectiva utilitaria
y reactiva de los signos de Charles Sanders Pierce en la semiótica a la
antropología, sociología, etc.
Las personas actúan sobre los objetos de su mundo e interactúan con
otras personas a partir de los significados que los objetos y las personas
tienen para ellas. Es decir, a partir de los símbolos. Los símbolos incrementan
la capacidad de resolución de problemas y facilitan la imaginación y la
fantasía. Se realiza una producción social de sentido. El significado es un
producto social.
Entre los interaccionistas
simbólicos modernos se cuenta Erving Goffman
(1922-1982) llamado descubridor de lo infinitamente pequeño, estudioso de los
grupos estigmatizados, con su enfoque
dramatúrgico: él concibe la interacción como un drama, una dramaturgia social,
donde todos los individuos de un grupo se influyen recíprocamente mediante
impresiones cotidianas: los hombres encarnan roles sociales (patrón global
de actividad que se prescrito para cada persona en una posición de status
particular), usan recursos, etc, y así el actor presenta su actividad ante
otros y controla así la impresión de los demás. La organización social resulta
de estas interacciones.
En sociología, estigma es
una condición, atributo, rasgo o comportamiento que hace que la persona
portadora sea incluida en una categoría social hacia cuyos miembros se genera
una respuesta negativa y se la vea como inaceptable o inferior.
El concepto fue acuñado en 1963 por el sociólogo canadiense Erving Goffman, en su reconocido libro del mismo título, en que precisa la noción
sociológica del término como pertenencia a un grupo social menospreciado
(grupo étnico, religión, nación, etc.), distinguiéndola de las nociones anatómica (abominación del
cuerpo) y psicológica (defectos del
carácter del individuo). El proceso mediante el cual se realiza el estigma se
denomina estigmatización.
Los tamunangueros desarrollan un
lenguaje oculto con palabras y gestos africanos donde los dolores y
resentimientos individuales poseen un empuje colectivo que los llena de fuerza
para continuar el legado social y cultural que en su momento se forjó en aquellos
cultivos cañeros a través de sus cantos.
abre espacios contraculturales al discurso conservador y represivo que
le negó existencia y hasta se le persiguió como grupo étnico menospreciado,
como plantea el sociólogo canadiense Goffman y su clásico en sociología Estigma.
Tal estigma deriva del discurso bíblico
veterotestamentario: uno de los tres hijos del patriarca Noé, Can se burla de
la embriaguez de su progenitor, él y sus descendencias fueron condenados a
sufrir esclavitud, tienen la piel oscura y habitan África. Ese estigma se
aplicó también al aborigen americano. Los otros hijos de Noé, Jafet y sem
dieron origen a europeos blancos y las etnias semíticas, respectivamente.(Castro Gómez, Santiago. La hybris del punto
cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816))
Los sones de negros larenses forman parte de esa
liberación de cuerpo y espíritu de los afros, en donde sienten tan
real-concreto el mundo en que viven que la interpretación subyace en un intento
de redefinir los espacios: el que queda atrás en la Madre África y el que deben
interpretar de nueva manera en el Nuevo Mundo americano. La música aligeró las
cosas y se convirtió en la ventana que dejó entrar la luz de la esperanza de la
libertad.
El Tamunangue, por su parte, es un género que
permite potenciar la música como un instrumento de conocimiento que contribuye
a la construcción social de la realidad y de este modo abre caminos dinámicos
de interpretación de la cultura y por ende de la sociedad, como dicen Mead y
Blumer. Los negros tocuyanos y curarigueños se reconocen como una minoría
étnica minoritaria, estigmatizada y desarticulada que proviene de un amplio
abanico de culturas que van desde Dahomey hasta Angola, pasando por Togo,
Camerún y Nigeria, que busca volver a las costumbres y al folklore de sus
abuelos que han dejado atrás y a la cual saben que no volverán a ver. Deben inventar a América, parafraseando a
O’Gorman. Nuevas situaciones deberán ser
interpretadas por los actores foráneos: cristianos europeos y animistas
africanos. El clima, la vegetación y los Otros, los que tienen piel, costumbres
y lenguajes distintos.
.
Harold Garfinkel (Studies in Ethnomethodology,
1967), por su parte trabajó en la “etnometodología” estudiando el
análisis de la conversación y las demás prácticas de la vida cotidiana,
buscando analizar cómo la gente construye colectiva y significativamente la
realidad y convierten estos significados en la interpretación de sus propias
actividades. La sociedad es producto de interpretaciones continuas. Este
enfoque etnometodológico trabaja en contextos naturales donde se producen
realmente las interacciones, y rechaza aspiraciones como la “objetividad”, ya
que son los individuos los que crean las reglas.
En este sentido constataremos que el baile del Tamunangue es un universo
cultural simbólico que ha tenido contemporáneamente interpretaciones diversas y
hasta encontradas. Las personas
interpretan su realidad a partir de representaciones generadas por la comunidad
social a la que pertenecen. Veamos a
continuación un florilegio de interpretaciones contemporáneas que son
producción social de sentido acerca del Tamunangue:
Reinaldo
Rojas.
Académico larense contemporáneo, docente universitario, Doctor en
Historia en 1994, formado al calor de la Escuela de Anales francesa de los
historiadores Marc Bloch y Lucien Febvre, quienes imprimen a sus trabajos hondo
sentido antropológico por influencia de
Marcel Mauss, Lucien Levy-Bruhl y su concepto de la mentalidad
primitiva, La rama dorada de James
Frazer, destaca Peter Burke (La
revolución historiográfica francesa, p.24-25). Rojas se considera seguidor
de las ideas del Roger Bastide y su obra Las
américas negras, al tiempo que ha sido apasionado del tema de los
afrodescendientes en Centro Occidente
de Venezuela.
“Manifestación cultural que no puede reducirse a la música o al baile,
ni puede ser estudiada al margen de la historia de los negros africanos en
nuestra región y su aporte a la sociedad colonial donde fueron incorporados
forzadamente como mano de obra esclava”, adelanta Reinaldo Rojas, (Historia social de la Región Barquisimeto…p.
328). Este autor no duda del origen africano de la danza larense, la que se ha
modificado hasta llegar a la situación actual donde confluyen valores y
expresiones de los tres troncos étnicos y culturales (indígena, español y
africano).
Julio Ramos
fue escritor
nativo de Curarigua, casa de vecindad de los sones de negros, Existe un
contrapunteo de opiniones respecto a esta danza del Tamunangue. Julio Ramos
sostiene que es un baile de negros que
vino con los esclavos provenientes de Mauritania en el siglo XVI, pero que,
dice Reinaldo Rojas, debió de esperar al siglo XVIII para el desarrollo de la
agricultura en la comarca tocuyana, que exigió el concurso masivo de mano de
obra esclava negra.
El escritor Rafael Domingo Silva Uzcátegui y
el Tamunangue.
Escritor prolífico larense, natural de Curarigua, 1887, fallece en
Caracas en 1980. Escritor autodidacta que, a contracorriente, se adhiere a una
explicación peninsular y de las islas Canarias del Tamunangue larense, frente a
la explicación africana de la danza que adelantan Reinaldo Rojas, Pedro
Linárez, Francisco Tamayo y Julio Ramos, así como el Ministerio del Poder
Popular para la Cultura.
“Yo
conozco el Tamunangue, dice este reconocido escritor larense, desde los días de
mi infancia. Lo vi interpretar infinidad de veces, en su prístina pureza, por
gentes de las haciendas sobre todo en La Sabanita, que perteneció a mi
padre y en Campo Alegre. Años después compró mi padre una hacienda en Cabudare
y Barquisimeto; muchos de los peones eran de Curarigua y allí cantaban y
danzaban el Tamunangue, en pago de una promesa o el día de San Antonio.”
Rafael Domingo Silva Uzcátegui lo hace derivar de danzas folklóricas de
algunas regiones de España, inclusive del archipiélago de las Canarias,
cuestionando la creencia general de quienes han señalado un origen africano,
dice Reinaldo Rojas. Para ello revisa sus componentes, derivando la base
hispana dominante en la salve, la batalla y su música, análoga a la de
Andalucía, la bella, cuya música es una mezcla de aires españoles e
indígenas, los estilos criollos que dominan en la perrendenga, extraña
mezcla de aires criollos y exóticos, el poco a poco y el seis
figureao, cuya música y baile ubica como de origen español. Lo negro lo
encuentra Silva Uzcátegui en el chichivamo y en la juruminga.
Enfático y terminante, Silva
Uzcátegui afirma que:
“Pero después de haber escrito mi
Enciclopedia Larense, tuve oportunidad de estudiar muchas danzas
folklóricas de España y otras de Santo Domingo y he llegado a la conclusión de
que nuestro Tamunangue es una reminiscencia, una derivación de danzas
folklóricas de algunas regiones de España, inclusive Canarias. Acerca de esto
publiqué un estudio titulado Raíces Hispánicas del Tamunangue, en la
revista •Elite•, de Caracas, del 27 de noviembre de 1954.”
Y más adelante refiere este penetrante escritor nativo de Curarigua:
“Un folklorista español, refiriéndose al Serinoque canario, dice
que la danzante con la vista baja en el suelo y con recogimiento Que parece
que está orando, baila con tardío movimiento.Y así lo hacen siempre las
mujeres del campo en Curarigua y El Tocuyo, cuando danzan el Tamunangue. Yo he
tomado varias fotos y siempre aparece la mujer con la vista baja en el suelo
y con recogimiento que parece que está orando.
En una foto que publica la señora Aretz, de una joven danzando La
Bella, del Tamunangue, también está con la cabeza baja mirando el suelo. (Aldea Pedagógica Magazine, 6 de
diciembre de 2021)
La folklorista canaria Amada Elsa López Rodríguez dice que:
“El insigne folklorista Capmany describe el Serinoque como una danza en la que el
hombre da grandes saltos alrededor de la mujer, y ésta, inclinada la cabeza,
con la mirada fija en el suelo y en actitud de orar, se recoge la falda con
ambas manos hasta el borde del refajo y va moviéndose de forma acompasada Esta
forma rara de danzar que tanto asombraba a los viajeros que llegaban a la isla
de Tenerife, conserva aún hoy día ese aire ritual y misterioso. La música sigue
siendo de tambor, aunque se le haya incorporado la flauta más tardíamente, y la
danza, en algunos pasos de la isla, sigue conservando esa frescura que sólo
poseen las verdaderas tradiciones del pueblo.” (Coloquio sobre Estudios de la
Cultura Popular organizado por el Instituto Catalán de Antropología celebrado
en Saifores, junio 1981.)
Y más adelante López Rodríguez: “El Serinoque parece un ritual, una
representación cuyo origen pueden ser una oración o una ofrenda. Los pasos del
hombre danzando alrededor de la mujer, intentando cercarla, deslumbrarla y
convencerla, para lo cual el macho hace alardes de fortaleza marcados por el
ritmo fuerte del zapateado, mientras ella permanece en actitud recogida y
pasiva, recuerdan de forma asombrosa las descripciones de bailes primitivos de
exaltación a la tierra y la fecundidad. La tierra como elemento femenino. El
hombre como elemento activo, de lucha frente a la naturaleza que se le opone y
ofrece indistintamente.”
Como hemos podido notar, Silva Uzcátegui no
comulga con el origen negroide de los sones de negro que vivió y observó en su
natal Curarigua desde que era un niño. Es partidario de dar una explicación
europea e insular a nuestra cultura, restándole importancia a los elementos
aborígenes y afrodescendientes al Tamunangue curarigueño.
Esta
posición ultraconservadora, tradicionalista y casticista de Silva Uzcátegui
deberá también explicarse por su genealogía familiar. Ambrosio Perera coloca a
la familia Silva como una de las familias patricias caroreñas en su Historial
genealógico de familias caroreñas. En efecto, el alcalde ordinario de
Carora, don Manuel Silva y Aguiar, nativo de Portugal, arribó a esta ciudad en
1633. Siempre se mostró nuestro escritor orgulloso de pertenecer a tan
conservador linaje que, junto a otras familias, ha conformado hasta el presente
la llamada “godarria caroreña.”
Esta godarria se afinca en un catolicismo militante
como forma y visión del mundo. En este sentido no debemos olvidar que Carora
será llamada “Ciudad levítica de Venezuela”. La hegemonía social y cultural de
la godarria no se podrá comprender sin este su vínculo raigal con la Iglesia
Católica, institución que le dio justificación a la innegable preeminencia a
este grupo social minoritario y endogámico, endogamia en la que fue en extremo
propiciadora la Iglesia Católica al otorgar numerosísimas dispensas
matrimoniales, práctica que ayudó a impedir la dispersión de la propiedad de la
tierra y le dio a la ciudad otro título no menos singular: “refugio de la
hispanidad”. Es lo que llama Perera “mantuanismo caroreño”, “caracoloradas”,
“blancos de la plaza”, “patricios caroreños”, quienes han vivido con una
preocupación, dice Brito Figueroa, la limpieza de sangre, lo cual les ha
estratificado en términos similares a una casta. “España está donde se
encuentra un español. Y de América nunca se marchó”, dice viejo un adagio
español.
Y recordemos que eran frecuentes los viajes de
Silva Uzcátegui a España y a las islas Canarias, a tal punto que se empobreció,
dice Luis Beltrán Guerrero, a causa de ello y de su manía, casi una
excentricidad, de comprar libros. En sus
viajes a España se hizo un casticista a carta cabal, con lo cual hasta logró
que creyeran erróneamente que su nacionalidad era la española.
Todos estos elementos históricos, culturales y
familiares, conformaron toda serie de firmes pensamientos en Silva Uzcátegui
con los cuales explicó la “novedad” del modernismo en 1925. Es lo que en la
psicología social de Moscovici se ha llamado anclaje. De tal manera se
referirá a la necesidad de volver a la estética helénica, a Homero, al Virgilio
que le canta a Roma, a los sublimes pasajes del Dante de la Divina Comedia,
a Cervantes, quien “encarna en su obra al pueblo español de su tiempo i aun de
todas las edades de España”, a Camoes quien refiere las hazañas descubridoras
de los portugueses en Las Luisiadas, a Shakespeare que “expresa de forma
magistral el puritanismo de su época i de su pueblo”.
Pedro
Linárez.
Natural de Chubasquén , Estado Portuguesa. Fue por varios años Cronista
de El Tocuyo, de formación autodidacta. Sin ambages y como lo hace Reinaldo
Rojas declara el origen fundamentalmente negroide del Tamunangue.
Francisco
Tamayo.
Sabio
polímata nativo de Sanare, Estado Lara, en 1902. Profesor de Ciencias
Biológicas egresado del Instituto Pedagógico de Caracas en 1943. Aunque su obra
escrita versa fundamentalmente sobre botánica, también realizó importantes
estudios acerca del folklore y el léxico venezolano, especialmente el de la
región del Estado Lara. En el año 1952 dice del baile negroide:
Lugar de nacimiento, entre los cañamelares del
siglo XVIII de Curarigua y El Tocuyo, del “ballet pagano de San Antonio”, el
baile de la zafra, la suite de
danzas más completa de América Latina, afirma el sabio larense Francisco
Tamayo;
El Tamunangue en el Ministerio de la
Cultura y la Gaceta Oficial de Venezuela.
Leyendo con atención el texto de la providencia
administrativa Nº 020/2014, del Ministerio de la Cultura, aparecida en Gaceta
Oficial, observamos que allí domina la interpretación afroaborigen del
Tamunangue, pues se lee allí “pueblos esclavizados provenientes de África,
Madre de la Humanidad”. Dice que “su origen es la región del Río Tocuyo, estado
Lara. Tierra de Gayones, jirajaras, Cuibas, Caquetíos y Axaguas. Culturas que
se asentaron en los centros poblados de El Tocuyo, Barquisimeto y Carora,
considerados los de mayor concentración de los pueblos ancestrales a la llegada
del conquistador español”.
Resalta el documento la imposición hispana de
idioma, creencias (por ningún lado aparece la palabra catolicismo) y formas
musicales, que se convierten en expresiones nuestras “EN UN NEGRO ANTONIO; UN
CUATRO; UN CINCO; UN MEDIO CINCO O UN SEIS FIGUREAO”.
Otro considerando habla de “la
imposición de la religión oficial de los dominantes, y que del fervor popular
surge la figura del humilde Antonio, patrono sentimental del pueblo larense”.
Como se nota, el documento no emplea la palabras san o santo para referirse al
patrono de la devoción.
Más adelante refiere la providencia a “LA PROMESA”
que se hace colectiva y solidaria, que se hace Afrodescendiente en un altar con
maíz y frutos que se hace indígena (…). Inmediatamente hace a “la JURUMINGA
centro de la fiesta o ritual pues es expresión del trabajo productivo y
soberanía alimentaria de nuestros pueblos agricultores, manifestación de
gracias al alimento en nuestros hogares”.
No podía faltar una referencia gastronómica al
“mondongo (palabra africana), sancocho, hervido o cruzado ofrecido a todos los
participantes de la fiesta, es un caldo donde cada cultura colocó sus
componentes: el sofrito africano, una arepa aborigen y la sazón (no menciona a
los bóvidos, caprinos, cerdos y aves traídos por los españoles) de los pueblos
árabes-hispanos, dando como resultado un genuino fogón demostrativo de nuestra
pluriculturalidad”.
Sigue resaltando la Providencia la bebida agave
cocuy, “néctar de los dioses de los pueblos Ayamanes”, sin tomar en cuenta que
estos pueblos originarios desconocían la destilación de tal licor, ello por no
tener a su disposición la culebrilla o serpentina de cobre, que es una
invención europea o, mejor dicho, árabe. Se comete acá un error que los
historiadores llamamos anacronismo.
De seguido dice de nuestra danza que es una
“Resistencia Cultural y Cimarronaje”, para luego referirse al vestido como
elemento de creatividad y estética.
Luego conecta el juego del garrote y de la BATALLA
como aporte de lucha e independencia del pueblo venezolano. De inmediato
refiere a la cultura no escrita: la oralidad de los pueblos ancestrales, los
maestros salveros y cantores de TONOS, DECIMAS, SALVES, GOZOS, RONDIAMENTES
(sic). El Rondiamante, que es la palabra correcta, lo cantan los buenos
cantores que pueden alcanzar tonos diferentes y agudos en las tonadas y
décimas.
El siguiente considerando plantea que el Tamunangue
une a las distintas regiones físicas y culturales del país: los bailes afros de
la costa en el YIYIVAMOS, LA BELLA, LA JURUMINGA Y POCO A POCO, al joropo de
los llanos en EL GALERON Y EL SEIS FIGUREAO”. Esta idea nos hace evocar una
apreciación del Maestro Francisco Tamayo, quien en 1952 afirmaba que “en Lara
nace lo nacional, lo venezolano. Lara es la matriz de Venezuela, es el crisol
donde se polariza el mestizaje de lo nacional, sin fobias ni exclusivismos”.
No hace ninguna referencia este considerando a los
golpes tocuyanos y curarigüeños.
Como colofón asume la Providencia al Tamunangue
como “manifestación colectiva, hecho social irreverente ante el sistema de
dominación. Resalta “la participación comunal a través del CONVITE, LA CAYAPA
MUSICAL, LAS BANDAS DE NEGROS y LAS AGRUPACIONES, expresión genuina de los
colectivos, y organizaciones populares de lucha y de resistencia cultural en
los barrios y comunidades de la región larense como articulador del poder
popular”.
La providencia resuelve fomentar la difusión
investigación educación, y protección, salvaguarda de la manifestación
cultural, acuerda notificar, a los ministerios con competencia cultural,
educación superior (no menciona a la educación básica), Mujer, Comunas, y
Comunicación e Información.
Este documento, que esperábamos con fervor todos
los larenses y venezolanos, aparece firmado por Omar Vielma Osuna, Presidente
(E) del Instituto del Patrimonio Cultural, del Ministerio del Poder Popular
para la Cultura, Resolución Nº 039 del 12 de agosto de 2013.
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El Tamunague
larense.
Complejo cultural de integración o complejo
cultural específico regional, según sostiene el historiador Reinaldo Rojas (Historia social de la Región Barquisimeto,
pág. 327) , propio de las tierras del semiárido larense, y más concretamente de
las poblaciones de El Tocuyo colonial, Municipio Morán, la Ciudad Madre de
Venezuela, y de la población de Curarigua de Leal, Municipio Torres, centros
poblados ribereños y de la cuenca del “Nilo de Centroccidente”, tal como
llamara el sabio Lisandro Alvarado al Río Tocuyo.
Su ligazón intima a la geografía
reside en que es un muy complejo baile que se escenifica con gran regocijo en
honor a San Antonio de Padua durante los solsticios de verano, a mediados del
mes de junio, cuando “los días en que el Sol se queda quieto”, y cuando los
días son los más largos del año y las noches las más cortas. Cosa semejante
ocurre el 24 de junio con las fiestas de San Juan en las zonas negroides de
Venezuela. Para que el
Sol llegue a este punto exacto debe darse una inclinación precisa del eje
norte-sur de la tierra a 23,4 grados hacia el Sol. Así, el día del solsticio de verano es el punto cuando la luz del día
tiene el mayor período de luz, es decir, el día más largo del año. Egipcios,
mayas e incas, así como los antiguos arquitectos de Stonhegen también tomaban
en cuenta este ciclo cósmico.
El solsticio de verano no es solo un evento astronómico, sino que también tiene
un profundo significado espiritual. Es un momento de celebración, reflexión y
conexión con los patrones de la naturaleza.
Se trata de días de Sol intenso
y penetrante que incide de manera muy notable en nuestras emociones y
sentimientos, dice Axel Capriles, pues la euforia y alegría que procede de la
incandescente iluminación de esos días, se potencian con el vigoroso ejercicio
físico, gracia y flexibilidad que supone el Tamunangue. Productos de la
geografía del secano, el chimó, el aguardiente del ágave cocuy y de caña de
azúcar, animan hasta el frenesí esta compleja danza de siete suites, única en
Venezuela. Es creación colectiva de españoles, indios, negros y mestizos que
producen este folklore cruzado, argamasa idiomática del canto, le llama Julio
Ramos en su novela Los conuqueros,
pág. 159, en localidades rurales y urbanas dedicadas al cultivo de la caña de
azúcar y cacao durante el régimen colonial.
Una fragancia dulce que emite el trapiche se
transfiere a amos y esclavos en los días en honor a San Antonio, donde el
folclore religioso anima la comunión étnica. Se puede interpretar
lotmanianamente como el encuentro de tres semiósferas de sentido, esto es, la
dominante cristiana hispano-canaria, la aborigen arawaca, y la negroide
procedente de África occidental y de las islas de Santo Domingo y Cuba,
encuentro que tiene lugar en el semiárido occidental venezolano al calor de las
faenas derivadas de la siembra y procesamiento de una planta exótica venida de
la India con tránsito en las islas Canarias, su majestad la caña de azúcar.
El Tamunangue o sones de negro
podrá conceptuarse como un contrapunteo de esas tres semiósferas tan distintas
y desiguales, que a lo largo del régimen colonial se mesclan incesantemente,
dando lugar a una manifestación folclórica única en su complejidad melódica,
dancística y vocal, a la par que podrá interpretarse como la expresión
semiótica de la unión genética que tienen lugar entre los siglos XVI al XVIII y
que tendrá como resultado un tipo étnico de características medias,
equilibrado, hombres de tez morena, negra a veces o mestizos, nos dice
Francisco Tamayo. “Las profundas diferencias étnicas y culturales, separación
de amo y peón, tendrán una pausa en ciertas fechas del año, bajo el influjo del
folklore, dice Tamayo, quien agrega “Las fiestas del Santo Patrón, de las
Pascuas, de la Santa Cruz, de San Antonio de Padua, de San Isidro Labrador, de
los Velorios o del pago de alguna promesa, realizan el milagro de eliminar los
desniveles sociales. En efecto, estos festejos de rabncia tradición, en los
cuales se aúnan practicas del catolicismo con otras que tienen candoroso
sentido pagano y una ancestral reminiscencia bárbara, confunden en una
democrática unción religiosa al uno con los otros. Es entonces cuando retumba
para todos el son de la Perrendenga, de la Juruminga y del Chichibambo. San
Antonio, el Tamunangue y el (aguardiente) cocuy no admiten diferencias entre
los hombres. La danza de la Cinta y la regocijada Bamba, tampoco. La música
dramática del velorio de santo, al impresionar profundamente los espíritus, los
hermana ante la solemne percepción de lo sobrenatural”
Sigue diciendo Francisco Tamayo
empleando lenguaje freudiano que “Este es precisamente el escenario del
Tamunangue, la danza nigralba del cañamelar; el baile de la zafra; el ballet
pagano de San Antonio, donde la libido negra se hace rito, bajo el mágico
impulso del tambor y la cordial devoción cristiana del varón de Padua; donde el
cocuy dinamiza el ritmo y el chimó es acicate mental de los devotos. San
Antonio es un Santo muy humano: no le veda a sus creyentes su parca ración de
placer, sino que se la depura de malicia y pecado, haciendo del aspecto sexual
de la coreografía tamunanguera un natural y fervoroso acto de simbólica
liturgia. De esta manera es que el hombre y la divinidad se identifican en la
fogadera sagrada de la danza. (Cámara
de Comercio del Estado Lara. Guía económica y social del Estado Lara.
Introducción y bibliografía del folklore del Estado Lara, págs. 97-98)
El sabio larense Francisco Tamayo, en 1952, se
atreve a afirmar que en el Estado occidental Lara en venezuela, se reúnen y
confunden todos los medios físicos y biológicos del país, y que por ello se ha
estado engendrando un tipo humano que es una síntesis humana de todo lo
nacional, que es el tipo venezolano por antonomasia. Barquisimeto es el crisol donde se polariza el
mestizaje. En Lara nace, pues, lo nacional, lo venezolano,
sentencia el sabio sanareño. Arturo
Uslar Pietri expresa que “El gran hecho cultural en América Latina es el
mestizaje.” “Es una raza nueva, dirá Laureano Vallenilla Lanz, completamente
mestiza que formó un pueblo inteligente, enérgico y uno de los más revoltosos
de América Latina.” Es una evidente
realidad que América Latina muestra con orgullo al mundo, un palpitante
fenómeno étnico cultural que desdice las falaces afirmaciones “científicas” de
Sir Arthur Gobineau, quien sostenía en el siglo XIX que el mestizaje degradaba
a los pueblos.
Otra visión, mucho menos optimista de las esclavitudes y del Tamunangue
que la de Francisco Tamayo, nos la ofrece Janette García Yepez cuando escribe:
“El Tocuyo fue la jurisdicción del hoy Estado Lara donde la población negra
tuvo el mayor porcentaje en relación con la población total, llegando a
representar en algunos 55 años hasta el 30 %. Según Ermila Troconis de
Veracoechea (1977) para 1758, de un total de 6.532 habitantes que tenía El
Tocuyo, 1.163 eran esclavos, lo que representó un 18 % de la población. La
población negra esclava estaba distribuida entre los cañamelares de los
principales fundos del valle tocuyano, a saber: Boro, El Palmar, y hacia el
otro extremo de la ciudad, El Molino, la Guajira, entre otros. En la
actualidad, podemos aun detectar en estas regiones la mayoría de personas de
piel morena o negra de El Tocuyo y allí también pueden ser estudiadas las
características culturales de los antiguos esclavos africanos.
Más adelante agrega García Yépez: “Muchos de estos negros, al igual que
lo hicieron en Buría en 1553, se levantaron o huyeron constituyendo sus propios
poblados, cumbes o cimarroneras. Igualmente, a pesar de la prohibición colonial
del emparejamiento entre distintas razas, lo cierto es que los negros buscaron
a través del casamiento con los aborígenes menos privaciones para sus futuras
generaciones. Esta población, como lo hemos dicho, no tenía ningún derecho,
pero a pesar del sometimiento lograron por la vía del sincretismo y la
conformación de cofradías (la hermandad de negros y morenos de San Antonio de
Padua, El Tocuyo, 1609), salvaguardar rasgos de su cultura (idioma, religión,
hábitos) haciendo uso de los símbolos de la religiosidad cristiana. Como
ejemplo de esto podemos mencionar la más representativa manifestación cultural
del hoy estado Lara y una de las más importantes del país, como es el
tamunangue o sones de negro, o simplemente “los negros”, como tradicionalmente
se les denominaba. Janette García Yépez. LAS ÉLITES EN EL TOCUYO, 1870-1930
Tesis para optar al título de Doctorado en Historia. Universidad Central de
Venezuela, Caracas.2010. Págs. 55 y 56.
Reinaldo Rojas nos
refiere que: Sólo el tamunangue nos coloca ante un universo cultural
característico de esta integración de diversos sistemas artísticos y de
elementos culturales a partir de baile africano, los sones de negros, al que se
le incorporan con el tambor también africano, el cuatro, las maracas y la voz
de los cantores. Las faenas agrícolas, el mundo rural, el amor y la muerte que
vibran en la vida cotidiana del campesino se transforman en letra y devoción a
San Antonio de Padua. Ayer negros
esclavos e indígenas sometidos a la encomienda, hoy campesinos curtidos por el
sol y el esfuerzo que mantiene viva una tradición que incluyen danza, música,
poesía, religiosidad popular y producción artesanal de vestidos, instrumentos,
tallas y alimentos propios del lugar, sin olvidar el cocuy, de ancestro
aborigen. Un verdadero complejo cultural popular. (Historia social de la Región Barquisimeto…P.339).
Quien escribe ha
tratado de explicar y de comprender tan insólito y original fenómeno
multidimensional complejo ubicado en el Estado Lara, al occidente del país. El
dato primordial e insoslayable para nuestro análisis lo constituye, siguiendo a
Yuri Lotman, la geografía del semiárido occidental larense. Acá debemos de
vencer la arraigada propensión de identificar y darle sentido a la geografía
con un único órgano de los sentidos: los ojos, la visión. Un privilegio o sesgo
visual del interés geográfico por sus objetos de estudio, dice Julio Antonio
Díaz Cruz citando a Connell y Gibson 2003: 3; Kong 1995: 184. Debemos, en consecuencia, incorporar el resto
de los órganos de los sentidos para comprender la geografía en sus diversos
contextos: gusto, olfato, tacto y oído. El antropólogo francés Marcel Mauss ha
dicho que la música es un hecho social total. Poco se le ha estudiado desde la
geografía. La música tiene su propia geografía, es decir, tiene una dimensión
espacial y hasta territorial insoslayable. Citemos al mexicano Julio Antonio
Díaz Cruz: “La música es un fenómeno atravesado de suficiente “materialidad”
para poder trazar sus desplazamientos a través del tiempo y del espacio: instrumentos,
materiales, vestimentas, partituras y toda una serie de objetos que han
recorrido y atravesado territorios, permiten recrear rutas musicales. Segundo,
la música también es una zona de contacto entre los seres humanos y su medio;
territorializa.”
El Tamunangue
larense territorializa a los seres humanos a la geografía del secano que se ha
hecho fértil y productivo gracias a lagunas y bucos, para introducir entre
terrenos ganados a las plantas xerofitas una planta exótica: la caña de azúcar
y el aborigen árbol del cacao. Esta compleja danza negroide, la más importante
del folklore venezolano, incorpora a sus siete suites diversos elementos de la
geografía del semiárido:
«Los señores batalleros
No se vayan
a pegar
Los rosarios están muy lejos
No hay quien los vaya a buscar.»
Copla del Tamunangue.
La Batalla: Esta pieza inicia propiamente el Tamunangue y se
ejecuta a lo largo de la procesión de San Antonio de Padua. Un par de hombres
simulan una lucha de esgrima con varas o garrotes. Los cantos de la batalla
constan de una serie de coplas, cuartetas y octosílabas, con rima del segundo y
cuarto verso. El número de estrofas es indefinido y su contenido suele aludir a
San Antonio de Padua o describir la ejecución instrumental. La música se inicia
con una introducción instrumental y es interpretada por un dúo de cantores.
Hasta ahora se han barajado
varios orígenes tanto para el Juego de Garrote como para la Batalla: española,
o más generalmente europea, canaria (guanche, primitivos habitantes de las
Canarias), amerindia y eventualmente, africana (Mauritania). De hecho, el
garrote como arma fue usado regularmente en toda Venezuela desde la época
colonial. Existe una serie de similitudes ente el Juego de Garrote y una
modalidad del palo canario llamado «palo chico».
En mi
opinión, dice Mattias Rhoring Assuncao, (1999), se tendría que relacionar más
la discusión de los orígenes de los juegos de palo con el contexto
socio-económico y cultural. Es sabido que la región del Tocuyo, indicada por
todos como el epicentro del Juego de Garrote y del Tamunangue, fue una zona de
plantación de caña, que contaba, durante la época colonial, con una substancial
mano de obra esclava. Los peones que sustituyeron a los esclavos negros en las
haciendas y trapiches de los valles del Río Tocuyo eran también de ascendencia
negra o mestiza. Es en ese medio en el que se desarrollaron los juegos de palo
y el Tamunangue. No debemos olvidar que la cofradía de San Antonio de El Tocuyo
era una hermandad para «morenos y esclavos». Posterior mente a la Independencia
la región conservó esa presencia negra tanto en el aspecto demográfico como en
el cultural.
En el
Tamunangue, escribe Rhoring Assuncao, no se usan garrotes ordinarios, sino
«varas» decoradas de manera específica. Esa vara es uno de los símbolos del
santo, y por lo tanto se usan no solamente en la Batalla, sino también en los
otros bailes, como en la Perrendenga, «donde la mujer y el hombre simulan pasos
de la Batalla, pero como bailando. Sin una lucha tan cerrada». La función del garrote
y de la Batalla es tan central al Tamunangue que en un estudio reciente lo han
relacionado con el teatro evangelizador y de conquista. En efecto, la Batalla,
en la visión de los tamunangueros, es siempre explicada por la victoria de los
españoles sobre los moros, y por extensión, sobre los indios americanos. De esa
manera, parece muy probable que exista algún vínculo entre la danza de Moros y
Cristianos en España y el Tamunangue venezolano.
De esa manera, agrega Rhoring Assuncao, la
cultura de El Tocuyo colonial funcionó durante el siglo XIX como una especie de
matriz para un área bastante amplia, englobando en algunos aspectos casi todo
el Estado Lara, como se ve por la difusión del Tamunangue. Los portadores de
esa cultura popular colonial pasan a ser entonces no solamente los ex-esclavos
y peones de los trapiches y haciendas, sino también los jornaleros, conuqueros
y hasta los pequeños comerciantes y hacendados de toda la región. Las frecuentes
guerras civiles en esa región contribuyeron a una flexibilidad relativa de las
fronteras étnicas y la constitución de una cultura popular regional única entre
negros, mestizos, pardos y blancos. Así el Tamunangue, expresión central de la
cultura popular regional, cesó de ser practicado únicamente por descendientes
de negros y pasó a ser parte del patrimonio cultural de todos los grupos
subalternos. Sin embargo, se conservó la costumbre entre los ejecutantes del
Tamunangue de denominarse «negra» o «negro», independientemente de su color
«real». Eso no significa que desapareció del todo la jerarquía de color. Por el
contrario, se percibe en las fuentes judiciales una sensibilidad aguda del
«color» de los individuos, que se expresa en las descripciones de los fenotipos
o la atribución de colores a las personas, a pesar de que los censos no
registran más informaciones a este respecto después de 1870.
Fue el arma preferida del «guapo» en los
duelos donde se enfrentaban hombres subalternos como uno de los medios para
probar su honor y afirmar su virilidad. Finalmente, fue el instrumento del
batallero en su devoción a San Antonio en la fiesta del Tamunangue. Si bien los
orígenes del «guapismo» larense o quizás venezolano pudieran ser encontrados en
una sociabilidad ibérica o mediterránea, ciertamente contribuyeron a su
carácter distinto o su «colorido local», la violencia colonial y la violencia
del siglo XIX venezolano, concluye Rhoring Assuncao.
El palo o
garrote es un elemento muy diferenciador de la cultura del semiárido larense,
un auténtico simbólico de identidad o semiósfera, que tiene orígenes coloniales
y que se ha mantenido hasta el presente. Forma una identidad agregada al cocuy,
aguardiente de origen indígena y al chimó, un subproducto del tabaco de origen
americano, el cual ya consumían nuestros aborígenes, en especial los Caquetíos,
antes de la llegada de los españoles, dice Reinaldo Rojas, 1995, pag. 225-331.
En El Yiyivamos, primer son de la danza,
se baila en parejas, las cuales deben tomar del altar a San Antonio las veras (Bulnesia arbórea), árbol de madera muy
resistente con el cual se construyen los garrotes y bastones que son centrales
instrumentos en el baile del Tamunangue. Otros serán el palomo, ave silvestre o
doméstica de la familia de las
columbiformes, y la anguila, que es un pez de la familia de
los anguílidos, conocido por su forma alargada y su capacidad de vivir tanto en
agua dulce como salada. Existen aproximadamente 19 tipos de ellas.
En el segundo son, La Bella, menciona ríos y quebradas
(quebrá) así como a San Antonio de Padua y a la virgen de Chiquinquirá, una
virgen americana de rostro aindiado y tez morena que procede del Reino de Nueva
Granada y que se instaló en el siglo XVII en la vecina población de indios
llamada Aregue. Las palomas como aves vuelven a aparecer como “columbas”, así
como los caimanes. Caiman, sin acento, un género de cocodrilos de la familia de los aligatóridos, conocidos vulgarmente como caimanes o yacarés. Se
distribuyen en las regiones subtropicales y tropicales de América, desde Centroamérica hasta el sur de Sudamérica.
La Juruminga es el tercer son donde hace aparición prodigiosa
la arepa, alimento de origen precolombino a base de maíz seco molido que se
consume en Venezuela y Colombia. La referencia más
antigua al vocablo arepa la proporciona el italiano, Galeotto Cei en su Viaje y
descripción de las Indias (1539-1553): Hacen otra suerte
de pan con el maíz a modo de tortillas, de un dedo de grueso, redondas y
grandes como un plato a la francesa, o poco más o menos, y las ponen a cocer en
una tortera sobre el fuego, untándola con grasa para que no se peguen,
volteándolas hasta que estén cocidas por ambos lados y a esta clase llaman areppas
y algunos fecteguas.
Rafael Cartay Angulo dice
angustiado que ante la situación dramática que resulta que un alimento básico
en la alimentación nacional, la arepa, cargada de significaciones y uno de los
principales exponentes de la identidad gastronómica nacional, dependa de
crecientes importaciones, creando un problema grave de soberanía alimentaria.
Es en La Juruminga donde aparece la planta exótica que es escenario
privilegiado de la danza negroide del Tamunangue: la Caña de azúcar, la que ha
llegado a ser hogaño el cultivo más grande del planeta. Es una especie de hierba perenne alta (a menudo híbrida) (del género Saccharum, tribu Andropogoneae) que se utiliza para la producción
de azúcar. Las plantas miden
de 2 a 6 m (6 a 20 fts) de altura con tallos robustos, articulados y fibrosos
que son ricos en sacarosa, que se acumula en los entrenudos del tallo.
La caña de azúcar pertenece a la familia de las gramíneas, Poaceae, una familia de las angiospermas económicamente importante que incluye maíz, trigo,
arroz y sorgo, y muchos cultivos forrajeros. Es nativo de las regiones templadas cálidas y
tropicales de la India, el sudeste de Asia y Nueva Guinea. Cultivada en regiones tropicales y subtropicales.
El cuarto son del Tamunangue se llama La Perrendenga, un galanteo hombre y
mujer. Los garrotes construidos con madera del árbol de vera (Bulnesia arborea) con los cuales se
ejecutan movimientos giratorios de las muñecas llamados “floreos”, palabra que
en la danza española significa
movimiento de vaivén de un pie en el aire cuando el otro permanece en el suelo.
El solista hace alusión a topónimos como Hacienda de Agua Viva, ubicada en el
Municipio Palavecino.
El Poco a Poco, quinto son del Tamunangue, es un
teatral y mimesco galanteo. En una de sus tres partes llamado los calambres,
hace alusión al cocuy, bebida espirituosa que ocasiona al caballero tales
calambres. El cocuy es
un licor destilado
originario de Venezuela, obtenido a partir
del procesamiento del tallo homónimo, cabeza o cormo de la especie vegetal Agave cocui, planta autóctona del trópico seco suramericano,
extraída por los campesinos artesanos de la vegetación natural principalmente
en Venezuela, en los estados Lara y Falcón.
En otras partes de este son se mencionan el caballo
y la guabina, un pez de agua dulce perteneciente
a la familia Erythrinidae.
Abunda en casi toda América. Estos peces tienen una amplia distribución en
Centroamérica hasta Argentina. Antillas, Colombia, Venezuela.
Como sexto son del Tamunangue tenemos El Galerón, parecido al joropo del
Llano venezolano. El galerón es
una música típica de los Llanos
de Colombia y
Venezuela usado en velorios y
bodas, formado principalmente de décimas.
Se presume de origen español, y la misma forma de canción está extendida por
todo el litoral Caribe.
Finalmente llegamos al más colorido y complejo son
tamunanguero : El Seis Figureao o Seis
Corrío. Contradanzas y cuadrillas son figuras de antiguas soleras que allí
aparecen de manera espectacular. Aves del medio xerofítico como la lora se
mencionan. El loro
real amazónico (Amazona ochrocephala), también
llamado loro de corona amarilla, es una especie de ave psitaciforme de la
familia Psittacidae nativa de casi toda América con subespecies desde el sur de
México a Perú, Brasil, Bolivia, Colombia y Venezuela. Debemos agregar otras
aves de estos medios secos: las palomas, gallos y la Pica la flor.
La
caña de azúcar, el indio, el cristiano, el negro esclavo y el Tamunangue.
El profesor Francisco Tamayo afirma de manera
contundente del Tamunangue que «…es
esta la más rica y hermosa danza de Venezuela, si ya no lo es de la América
toda. En efecto, conozco danzas de muchos países del continente y, apartando
las mejicanas y peruanas – bolivianas, que solo le aventajan en la
magnificencia del vestuario, ninguna la supera en dignidad, originalidad y
abundancia de temas coreográficos y musicales». (p.100.). Sobre el carácter mestizo del Tamunangue, el poeta
Roberto Montesinos, en su hermoso trabajo Chimó, Cocuy, Tamunangue (1945)
señala: «Chimó,
Cocuy, Tamunangue. Rumor de danzas disímiles a un mismo anhelo de justicia,
obsesionadas al rescoldo de las supersticiones e identificadas por un mismo
recuerdo, cuyas raíces están en África, en España, y esta tierra donde la
bravura del cujisal agarra la arcilla gris o rojiza como la mano de un Dios
monstruoso que exprime un corazón caliente y vivo (…) yo he visto al negro, al
indio y al blanco fundidos en uno, escupiendo su chimó, bebiendo su cocui,
bailando su tamunangue (…)». (p.7).
La colonización agraria con la caña de azúcar y el
cacao habría sido impensable sin el negro esclavo, adaptado psíquicamente al
clima cálido, dice Gilberto Freire en Casa
grande y senzala, p.273, por lo que se ha convertido en el mayor y el más
plástico colaborador del blanco europeo en tal colonización de los espacios del
semiárido larense. Negros ruidosos y exuberantes, casi sin ninguna represión de
impulsos individuales, sin la impasibilidad de las ceremonias indígenas, agrega
Freyre. Los negros seguían estando en su trópico, no así los europeos para
quienes el trasplante fue una experiencia más radical: mayor la novedad del
clima y del medio físico y biológico, los morenos se adaptan mejor que los
rubios y albinos a los climas calientes (Freyre, pág. 274-275) Este autor
brasileño afirma con Franz Boas que los negros poseen rasgos de capacidad
mental en nada inferior al de otras razas. Considerable iniciativa personal,
talento de organización, poder de imaginación, actitud técnica y económica
(pág. 279). ¿No son estos los rasgos psíquicos que hicieron posible el éxito de
la zafra del cañamelar en medios tan adversos climáticamente, así como la
construcción colectiva del Tamunangue, “danza nigralba del cañamelar, baile de
la zafra, ballet pagano de San Antonio”, tal como lo llama Francisco Tamayo?
Luis Molina (2014, pag. 263 y sgtes.) nos refiere que en el valle de El Tocuyo
existían para mediados del siglo XX unas 35 haciendas de caña de azúcar con sus
correspondientes trapiches, en tanto que en el valle de Curarigua existieron
14, refiere Bernardo Yépez (2012, pág. 63 y sgtes.).
El
antropólogo funcionalista cubano Fernando Ortiz (1881-1969) en su
extraordinario Contrapunteo cubano del
tabaco y el azúcar (primera
edición de 1940) nos dice que la caña de azúcar ayuda a consolidar una forma de
vivir, a arraigar al hombre a la tierra, a crear un universo cultural." El
azúcar produce un "mestizaje de sabores" y, además, "fue mulata
desde su origen, pues en su producción fundiéronse siempre las energías de
blancos y negros

Ahí vemos, dice Malinoswki, cómo las condiciones
ecológicas de Cuba hacen de esa isla la tierra ideal para el azúcar y el
tabaco, a lo que agrega: Como corresponde a un verdadero “funcionalista”, un
buen sabedor de que la estética y la psicología de las impresiones sensoriales
deben ser tenidas en cuenta con el hábitat y la tecnología, el Dr. Ortiz pasa a
estudiar las creencias, las supersticiones y valores culturales que rodean así
las sustancias como las acciones de fumar y endulzar. dice Bronislaw Malinoswki
en Contrapunteo cubano del tabaco y el
azúcar. 1987, pág. 7. Ortiz fija la
profundísima influencia ejercida por el azúcar en la civilización de
Cuba, principalmente quizás por haber motivado la
importación desde África de muy numerosas y continuadas cargazones de
trabajadores negros esclavizados.
Fernando Ortiz hace su contrapunteo con otra especie vegetal distinta a
la caña de azúcar, esto es, el cultivo aborigen del tabaco, la artesanía con
que debe ser tratado en sus procesos de cultivo, cosecha, selección y
manufactura, en tanto que lo que caracteriza al azúcar es la rudeza agraria,
industrial, mecánica y mercantil, dice Malinowski, pág. 7.
Esta dos
condiciones de estos cultivos en la mayor de Las Antillas, nos hizo reflexionar
sobre nuestro contrapunteo venezolano de la caña de azúcar con otra especie
vegetal autóctona de América en el semiárido larense: el cacao u “oro marron”,
elemento económico decisivo para la vida económica y cultural de las provincias venezolanas, ya en 1620
figura en las exportaciones legales y de contrabando a la metrópoli, Nueva
España, Cartagena, La Habana, Santo Domingo e Islas Canarias … la cosecha
asciende a 67.123 fanegas en el periodo 1700-1730 en las plantaciones de
Caracas, San Sebastián, Valencia, Nirgua, Barquisimeto , Guanaguanare,
Trujillo, Carora, Coro, San Carlos, Araure, El Tocuyo, dice Federico Brito
Figueroa. (1983) La estructura económica
de Venezuela colonial. Pág. 181. El investigador Reinaldo Rojas (1996) La economía de Lara en 5 siglos, pág. 37 y sgtes. , señala que para
1775, en la jurisdicción de Barquisimeto se producían 5.000 fanegas de cacao;
El Tocuyo 1.680; Carora 2.000 y San Felipe, Araure y Guanare 840. En ese sentido habrá que establecer cómo la caña de azúcar y el cacao
contribuyeron a gestar el orden económico, social y cultural en las zonas
xerófilas del semiárido larense venezolano y en particular la danza folclórica
del Tamunangue. Es labor para futuras investigaciones. .
En nuestras tierras secas occidentales venezolanas el cultivo de la caña
de azúcar ha traído consecuencias diversas: alrededor de los llamados
“tablones” cañeros y con el concurso de indios, españoles y canarios, negros
esclavos, pardos y mulatos, cada grupo en su semiósfera de sentido, aporta sus
significados para edificar la magnífica coreografía tamunanguera que impresionó
a los caraqueños en el Nuevo Circo en momentos de la toma de posesión del
presidente Rómulo Gallegos en 1948.
Toda una intensa topofilia, la
imaginación del entorno, nexo afectivo de la gente y el lugar, dice Yu Fi Tuam,
se articula sólidamente con el frenético ritmo de la danza negroide y los
paisajes deficitarios de humedad larenses. Se comportan como una misma cosa al
unísono de las altas temperaturas, el rítmico tambor tamunango, cañamelares,
cujisales y tunales, el aguardiente de cocuy, la devoción al santo de los
negros y la radiación solar abrasadora casi todo el año, que llega a su culmen
el día más largo del año: el 13 de junio, solsticio de verano boreal. Los lugares tienen capacidad para crear
imágenes, excitan sentimientos, los humanos establecen nexos afectivos y evocan
experiencias agradables.
El Tamunangue hogaño solo de nombre es sones de negros, pues los núcleos
negroides en el semiárido larense no son tan acentuados como en los vecinos
estados de Yaracuy, Carabobo, Aragua o Miranda. La fusión étnica, hemos dicho,
es mucho más intensa en el semiárido larense que en las boscosas serranías del
centro de Venezuela. No cabe duda que el Tamunangue, brote espontaneo de teatro
popular, como dice Francisco Tamayo, ha contribuido a consolidar a nuestra
entidad como crisol étnico y cultural.
La otra consecuencia del cultivo de la caña de azúcar ha sido que en el
siglo XX y al calor de las relaciones capitalistas de producción, se forma una
auténtica sacarocracia en El Tocuyo y en la población de Curarigua. Son los
apellidos de rancia colonialidad: Tamayo, Colmenares, Yépez, Losada, Gil,
Peraza, Felice, Garmendia, Anzola, y más recientemente los libaneses Saldivia,
nos dice Janette García, Bujanda, Yépez (2010) Las elites en El Tocuyo, 1870-1930. En Curarigua, Distrito Torres,
los apellidos destacados serán los Gutiérrez, Oropeza, Álvarez, Escalona,
Alvarado, Yépez, Herrera, Silva, nos dice Bernardo Yépez (2012) en Curarigua cuenta su historia.
La
referida Janette García Yépez (2010, pág. 111) hace un comentario interesante
de la ligazón de las elites tocuyanas, el pueblo y el folklore del Tamunangue
que nace en esas tierras larenses: Así
como hemos descrito una marcada diferencia en el modo de vida de los pobladores
tocuyanos en lo económico, político y cultural, es necesario reconocer que algunas
manifestaciones culturales, como el tamunangue- máxima expresión cultural del
estado Lara, de origen tocuyano- han sido asimiladas por toda la población,
inclusive por las elites. A pesar que la mayoría de exponentes de estas
tradiciones provienen de los sectores más humildes, sobretodo de los
afrodescendientes, mucho de ellos lograron gozar de la simpatía y cierto
acercamiento con los sectores dominantes, quienes los utilizaban para amenizar
sus fiestas, pagar promesas, recibir y honrar a visitantes, y, a partir de los
años cuarenta del siglo XX, como representación de la cultura tocuyana a nivel
nacional y hasta fuera del país.
En 1966
se realiza el Primer Festival Folclórico del Estado Lara, cuya reina es elegida
en la persona de María Magdalena Colmenares, una joven tocuyana de apellido
elitesco, quien se especializó en el conocimiento del Tamunangue y ha
contribuido notablemente a su difusión nacional e internacional desde
entonces.
El Tamunangue como intermediario
cultural.
Como
hemos venido notando, la danza del Tamunangue se ha ido comportando desde sus
remotos orígenes coloniales como un auténtico “intermediario cultural”, tal
como lo entiende Michel Vovelle Ideologías
y mentalidades, págs. 161-175, un debate abierto entre cultura popular y cultura
de elite, los mestizos culturales ubicados en la larga duración (longue durée).
Si bien es cierto que vovelle distingue intermediarios culturales individuales
en el cura, el maestro de escuela, la comadrona, el cirujano-barbero, el
sacristán, el autodidacta, nosotros hemos asumido que la suite del Tamunangue
como colectivo larense, cumple diáfanas funciones de intermediación cultural,
pues desde sus humildes y remotos
orígenes en las plantaciones de la caña de azúcar y el cacao, en los
paisajes secos comprendidos entre El Tocuyo y Curarigua, ha contribuido dice Francisco Tamayo (1952. Pag. 97) a
eliminar los desniveles sociales en democrática unción religiosa, bajo la
cordial devoción del varón de Padua.
Hombres y
mujeres de cualquier estrato social larense se confunden y abrazan al ritmo
frenético de La Bella o La Juruminga, sones del Tamunague que adornan calles,
plazas, humildes capillas e iglesias, pero que también hacen rutilante
aparición en exclusivos clubes y elegantes casas de gente acomodada. Apenas es
necesario decir que la danza negroide del medio seco ha conquistado con enorme
éxito la televisión y el cine. Su aparición en Caracas en 1948 en el Nuevo
Circo y cuando el país cifraba sus esperanzas en el nuevo presidente electo: el
escritor Rómulo Gallegos, provoca que las multitudes aplaudan tan excepcional
danza del Estado occidental de Lara a la cual desconocían por completo.
“Riquísimo
acto popular, selección de prominentes comparsas del lugar, típicos artistas
larenses, una de las manifestaciones folclóricas de mayor riqueza del país”,
son frases de elogio que salen de la pluma de Juan Pablo Sojo, quien agrega que
el Dr. Raúl Colmenares, organizador del evento y miembro de las clases altas tocuyanas,
“se residenció en el mismo local que ocupaba el Conjunto conformado por más de
40 personas, entre hombres y mujeres, flor y nata de los mejores bailadores,
cantantes y músicos de la región” . El gobernador de la entidad larense, Dr.
Eligio Anzola Anzola, se encarga de manera personal que la comitiva dancística
de El Tocuyo haga una presentación impecable y lucida en la ciudad de Caracas.
Pero la ingenuidad del gobierno nacional no previó que una logia militar estaba
presta a sacar sus arteras garras en noviembre de 1948 y enviar el alborozo
festivo del espectáculo folclórico larense y del país a una semiclandestinidad.
La fiesta de la tradición, 1948. Cantos y
danzas de Venezuela, Fundación de Etnomusicología y Folklore, Caracas,
Venezuela,1998. Pág. 111-129.
El Negro Tino Carrasco. Bandolina,
paltó y pajilla
Fue durante uno de los Festivales Folklóricos del
Estado Lara donde asistí de la mano de mi padre, Expedito, allá por los años
1968 o 1969, cuando vi por vez primera al Negro Tino Carrasco. Vestía su
infaltable paltó a cuadros y su emblemático sombrero de pajilla. Mandolina
tocada a la derecha. Una pañoleta cubría su negro cuello. Por momentos se lo
descubría para colocar uno de sus dedos en un aparato que le permitía modular
unas palabras graves y gruesas.
Había nacido en el Barrio Nuevo del pardaje
caroreño, barriada laboriosa y de sobrada calidad artística en 1901, recién
pasado por estas tierras el general Cipriano Castro. Ni su piel cobriza ni su
apellido hundían sus raíces en el patriciado caroreño. Lomo de Perro era
la residencia de quien iba a ser llamado El Roble Caroreño.
Barrio Nuevo tiene y tendrá talento musical y
poético de sobra: Juancho Querales, Rodrigo Riera, Min Suárez, Plinio Bracho,
Chemaría Suárez Lameda, Javier Meléndez, Vale Cayayo, El Chingo Ángel, Los
Hermanos Gómez, Isabel y Lolo Carrasco. Carora sin Barrio Nuevo es una guitarra
sin cuerdas.
El Negro Tino fue un músico popular, sin academia,
del mismo origen humilde que Alirio Díaz y Rodrigo Riera. Solo que los dos guitarristas
pudieron seguir estudios en conservatorios y academias musicales. Tino, en
cambio, se abrió camino gracias a su inmenso talento innato con sus
composiciones poéticas y su infaltable bandolina.
Don Mariano Picón Salas dijo que Tino improvisaba
las más intencionadas coplas. Darle al negro tino un pie forzado y ya lo estará
desarrollando y devolviéndolo como una gallarda serpentina. Es Tino, dice el
merideño, parte de una inmensa tradición rapsódica venezolana que remonta a las
viejas canciones coloniales, a los cantares de gesta de la Independencia y la
Federación y a todas las peripecias contemporáneas que pule y elabora su
inventiva de artista, se pone al hablar con su garganta.
En su Corrido de las Cien mujeres,
agrega Don Mariano, que por la fluencia de la versificación y la agilidad de
los retruécanos parece la obra de un Lope de Vega selvático y mestizo que no
tuviera otro maestro que la más alegre y desenfadada Naturaleza… Es en la
invención de nuestra música popular, el curioso e inspirado equivalente
de Feliciano Carvallo en nuestra pintura.
Yo agregaría que el Negro Tino tiene también en sus
composiciones algo de tragedia griega, pues explora los abismos y vericuetos
del alma. En su golpe más emblemático, Amalia Rosa, por ejemplo,
escribe: “Toma niña este puñal / ábreme por un costao / pá que veas mi corazón
/ con el tuyo retratao.
La presencia del alma en una historia de amor
es un eco platónico y lo mismo debo decir de la búsqueda de la inmortalidad,
nos dice el mexicano Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura. Veamos cómo se
expresa en Tino Carrasco el dialogo con los muertos en su danza Soñar
despierto: Yo te seguiré queriendo / hasta después de la muerte, / no creas
que eso es mentira / que después también se quiere…/ yo te quise con el alma/ y
el alma nunca se muere.
La muerte tiene en la tradición occidental,
dice el mexicano, una función capital: despierta al amante extraviado en sus
sueños. En el Negro Tino sueño y vigilia se confunden y le dan
sentido de muerte a la vida y sentido de vida a la muerte: Soñé que me había
muerto / y viste pasar mi entierro / soñé que tú me querías / que mentira son
los sueños / soñé también, vida mía / soñé que el Sol me alumbraba / y por
soñar imposible / soñé que tú me querías… / Y por soñar imposible / soñé que tú
me querías. La pasión amorosa, como se habrá notado, y su
carácter simultáneamente real e irreal es penetrante y finísima en el trovador
caroreño. La historia de la poesía es, pues, inseparable de la del amor.
Pero El Negro Tino tiene un rasgo esencial: es uno
de los iniciadores de la llamada Trova Social o canción de protesta en
Venezuela, y que en Latinoamérica tiene como exponentes connotados a Facundo
Cabral, Atahualpa Yupanqui, Alberto Cortez, Mercedes Sosa, Violeta Parra, Víctor
Jara, Daniel Viglietti, Carlos Mejías Godoy, Pablo Milanés, Chico Buarque,
Silvio Rodríguez, Piero, Alí Primera, entre otros.
Ese sentido de la protesta tan genuino le vino a
Tino Carrasco por haber sufrido una descomunal injusticia al pagar cárcel durante
nueve años. Un reo de alta peligrosidad se le fugó a su padre, el alguacil
Alejandro, por lo que los esbirros de la dictadura lo obligan a entregar a su
hijo Celestino para que pagara los años de condena que le correspondían al
delincuente fugado.
En una composición dice de los estadounidenses y su
sentido utilitarista que fustigó duramente el uruguayo José Enrique Rodó:
Empezaron a venir / cuando los americanos / empezaron a venir / y sólo se oía
decir: / qué bien están los zulianos. Y más adelante: Pa’ acabarnos de arruinar
/ nos mandaron las victrolas / ortofónicas, radiolas / y los carritos de a real
/ quién se iba a imaginar / que vinieran hidroaviones, / automóviles, camiones
/ y el teléfono sin hilo / y cosas por el estilo / que inventan esos ladrones.
También hubo de componer unas piezas al triunfo de
la evolución cubana en 1959: Ya cayó otro dictador / de los que estaban en
lista / fue huyendo a Santo Domingo / un tal Fulgencio Batista / él era un
imperialista /y un avaro caudillo, / se fue a Ciudad Trujillo / / no con buenas intenciones, / fue derrotado
por Castro / y sus grandes seguidores.
Este juglar, músico itinerante de la patria,
bohemio impenitente, falleció el 8 de febrero de 1975. En días pasados fui a
visitar la que fue la peña de los músicos barrionovenses durante muchos años:
El Rinconcito Arrabalero. Allí, a la sombra de silentes y añosos cujíes,
muebles desvencijados, olvido, me pareció oír por un maravilloso instante
el sol re la mi de la bandolina de Tino.
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La Siesta.
Luis Eduardo Cortés Riera. cronistadecarora@gmail.com Hace
más de medio siglo llega a la ciudad del semiárido larense venezolano llamada
Car...

La Siesta.
Luis Eduardo Cortés Riera.
cronistadecarora@gmail.com
Hace más de medio
siglo llega a la ciudad del semiárido larense venezolano llamada Carora un
profesor que iba a dictar clases en el Liceo Egidio Montesinos, única
institución de educación media en el Distrito Torres. Era el docente Fausto
Pérez, egresado del prestigioso Instituto Pedagógico de Caracas en la
especialidad de biología, quien me contó una anécdota muy interesante sobre su
arribo a la rancia ciudad del Portillo de Carora, vieja urbe fundada en 1569.
“Tomé la decisión
de llegar con mi familia un domingo a mediodía, me dijo en tono solemne, y casi
me devuelvo ese mismo día para Caracas”. Le habían dicho que Carora era
insoportable por el elevado calor superior a los 30 grados centígrados, por sus
miríadas de zancudos, por las terribles 360 curvas de su carretera hacia
Barquisimeto, por la impenetrable y hermética casta de los godos o caracolorás
caroreños. Pero no fueron estos factores los que por poco nos quitan a este
inteligente hombre que forma generaciones de caroreños y que decide darle descanso
a perpetuidad a sus huesos en este “vasto erial”, tal como lo llamó Chío
Zubillaga a comienzos del siglo pasado.
Lo que causa enorme
sorpresa y desconcierto al recién llegado docente fue el hecho de que consiguió
a la ciudad despoblada y solitaria a aquella hora meridiana, donde los
refulgentes y extremo cálidos rayos del astro rey, hacen que los seres humanos
se refugien en sus refrigeradas casas de tejas, caña brava y adobe a dormir la
siesta de mediodía, una sana costumbre que él desconocía. Pregunta Fausto a un
solitario anciano que se le atraviesa que dónde está la gente de Carora. Para
formidable admiración de mi amigo, le responde el provecto hombre “Están
reposando el mondongo.” En efecto, hartarse de ese magnífico yantar extraído y
preparado de las vísceras del chivo, res y el marrano era una como obligación
de todo habitante de aquella antigua urbe donde se respira un vaho colonial.
“No lo podía creer”, me dice muchos años después mi colega que no conseguía
explicación racional a aquella añeja y heteróclita costumbre del semiárido
occidental venezolano.
Aquello que no
tenía cabida en aquel docente de formación marxista, se ha venido transformando
en mis reflexiones de hombre septuagenario, destacando la inmensa y magnifica
significación de aquel sueño meridiano para la cultura de habla castellana y
creencias católicas. A mi modo de ver es un componente esencial de la
semiosfera de sentido que se ha ido incubando en estas difíciles geografías de
centroccidente patrio desde hace muchas centurias. Es que la geografía le ha
dado una significación, ha grabado una profunda huella en el psiquismo local, a
tal punto que podemos afirmar que existe una impronta semiárida en la
conformación de nuestra mente y en nuestra cultura, tal como lo planteó el semiólogo
soviético Yuri Lotman.
La siesta
dominguera y de todos los días constituye una suerte de renovación mental, el
poder del sueño y la ensoñación que se produce luego del trabajo intenso
mañanero. “Pensador de hamaca y zaguán”
llamó José Manuel Briceño Guerrero al gran intermediario cultural que fue el
caroreño Cecilio Chío Zubillaga. El camarón del mediodía hizo a nuestros
lugareños más lúcidos y creativos en aquella geografía inhóspita sobre la cual
denostaron y calumniaron los positivistas venezolanos y continentales, armados
de un obsoleto determinismo de la geografía que hizo del calor un enemigo de la
idea del progreso. Sale en defensa del
calor y de la “civilización del calor” el eminente ensayista merideño Mariano
Picón Salas (1901-1965). “Calor seco y calor húmedo, afirma, son dos
connotaciones fundamentales de nuestra Geografía biológica. Las tierras de
calor seco, Margarita, Cubagua, Coro, Carora y el Tocuyo fueron tempranos
centros de colonización española”. (Comprensión
de Venezuela, 1949, p.22) Allí se pregunta genialmente el ensayista
merideño: “¿Con Sol, paisaje y leche tomada al pie de la vaca no se disminuyen
bastante las angustias del hombre supercivilizado?”
Le tomamos la
palabra a don Mariano Picón Salas a 60 años de su muerte y cuando las angustias
del hombre supercivilizado se han agigantado aún más en este tercer milenio que
nos agobia. Y es en la potencia del norte, donde, como dijo el uruguayo Rodó en
1900, triunfa la ideología utilitarista del incesante y desenfrenado progreso,
el lugar donde se ha hecho recientemente el fenomenal redescubrimiento de la
siesta para continuar la vida y evitar ser triturados por esa inmensa máquina
de moler carne humana que se ha instalado en Estados Unidos. Paul Lafargue,
teórico decimonónico de lo que llamó el derecho a la pereza, hubiera saludado
con enorme simpatía a la señora Tricia Hersey, llamada la “obispa de la
siesta”. Ha creado esta afroestadounidense descendiente de esclavos el
Ministerio de la Siesta.
Allí
insta, dice ella a The New York Times
del 13 de noviembre de 2022, a sus seguidores a utilizar el tiempo para dormir
en lugar de dedicárselo al trabajo adicional, y dejar de pasar el rato mirando
una pantalla para contemplar a la nada. Los momentos de tensión dedicados a
preocuparse por decepcionar a los demás estarían mejor empleados en reflexionar
sobre nuestras propias necesidades y comodidades, señaló Hersey. Se trata de
negarse colectivamente a exigirse demasiado.
Tricia Hersey, continúa The
Times, que ahora tiene 48 años, empezó a invitar a la gente a dormir la
siesta colectivamente mientras ofrecía sermones tranquilizadores sobre el poder
del sueño y la ensoñación. Compartía la idea de que “el descanso es
resistencia” con un grupo creciente y entusiasta de seguidores, que también
estaban cansados del trajín, y lo hacía tanto de manera presencial como en
línea.
Mientras que algunos de nosotros acabamos de asimilar conceptos como “renuncia
silenciosa” y “vida
suave”, Hersey lleva años predicando el evangelio del descanso y el
desprendimiento de las presiones corporativas y académicas. El empeño se ha
disparado desde el inicio de la pandemia en 2019, cuando su plataforma en internet
empezó a crecer en decenas de miles de seguidores al día. Hersey da charlas por
todo el país, de costa a costa, y ofrece servicios de asesoría a personas que
quieren evitar el agotamiento.
“Hersey y su cruzada popular están recibiendo oleadas de simpatizantes.
Su primer libro, Rest Is Resistance: A Manifesto se presentó en octubre.
El nuevo espacio del Ministerio de la Siesta, bautizado como Templo del
Descanso y ubicado en una iglesia presbiteriana poco utilizada del vecindario
de Grant Park de Atlanta, acogerá sesiones colectivas de siesta, ensoñación y
asesoría espiritual. El Ministerio de la Siesta no es un movimiento religioso,
dijo la obispa de la siesta, sino un antídoto espiritual para los problemas
terrenales que asolan a las comunidades: el agotamiento, las enfermedades
crónicas y las crisis de salud mental, cuestiones que, según ella, surgen de
los sistemas del capitalismo y el supremacismo blanco.” Es una inusual lucha
desde dentro del capitalismo que no pudieron siquiera imaginar Karl Marx y
Federico Engels en el ya lejano siglo XIX, cuando la obispa de la siesta
recomienda el “sabático digital”, una suerte de huelga contra el
tecnofeudalismo de los barones de las gigantescas empresas digitales: Amazon,
Google, Meta, Apple, Microsoft.
He aquí pues que el mundo superdesarrollado ha redescubierto la siesta
del mundo de habla castellana, a la que algunos llaman el “yoga ibérico”, parte
innegable de nuestro patrimonio cultural hispano, y que al llegar al Nuevo
Mundo americano se encontró con su delicioso
e ideal complemento en la hamaca caribeña, y su primo el sabroso
chinchorro, un signo que los cristianos del genésico siglo XVI interpretaron
como una muestra innegable de que estaban en presencia del mismísimo Paraíso
Terrenal al ver a aquellos plácidos y buenos indígenas adormilados en aquellos
deliciosos paramentos que anunciaban la segunda venida de Cristo en
la Parusía.
La siesta u hora sexta romana,
un producto de la cultura mediterránea, se abre paso con enorme éxito, junto a
nuestra hamaca, la que acompañó a Simón Bolívar en la larguísima guerra
anticolonial, en el mundo despersonalizado noratlántico blanco, anglo-sajón y
protestante. Personajes como Albert
Einstein cantaron sus
alabanzas y Winston
Churchill, que aprendió la
costumbre en Cuba, fue su entusiasta cultivador, con la consecuencia inesperada de que
sus colaboradores quedaban rendidos cuando le veían a él tan fresco a las dos
de la madrugada y con ganas de trabajar más, durante los terribles días de la Segunda Guerra Mundial. Uno de los escritores más importantes de la literatura española del
siglo XX, premio
Nobel, Camilo José Cela, con su sarcasmo habitual, ensalzó la práctica y disfrute de esta costumbre tan
española. El novelista decía de la siesta que había que hacerla "con
pijama, Padrenuestro y orinal".
Como Cronista Oficial del Municipio General de División Pedro León
Torres, hemos propuesto en diversos escenarios, se declare a la brevedad La
Siesta como patrimonio cultural del semiárido occidental larense venezolano.
Carora,
Estado Lara.
República Bolivariana de Venezuela.
Martes de
carnaval,
3 de marzo de 2025.Elogio de la hamaca
Dr. Luis
Eduardo Cortés Riera
Historiador-
UPEL- IPB –FUNDACIÓN BURIA
cronistadecarora@gmail.com
Dedicado a
la red maternal de mi primogénito José Manuel,
Uno de los
artefactos que los cristianos (y no europeos) del siglo XVI encontraron a su
llegada a
estas idílicas y lujuriosas tierras del Nuevo Mundo americano, fue sin lugar a
dudas la
hamaca y su pariente el chinchorro, uno de los aportes más extraordinarios y
originales
que ha dado esta tierra, y el Mar Caribe en particular, al Universo todo. Es
un genial
invento de los hombres del neolítico, nuestros indígenas de las etnias
arahuacas y
caribes, que ha sabido permanecer y resistir a los embates del tiempo e
incorporarse
incólume a la modernidad europea y a la llamada posmodernidad de
signo
globalizante.
La humilde
palabra hamaca, oída por vez primera en la isla de Haití por los españoles,
ha tenido
una fortuna inmensa, quizá desmedida. La palabreja que da nombre a tan
vituperado y
exaltado artefacto ya tiene equivalente en muchas de las lenguas del
mundo
desarrollado, industrial y posmoderno, pues los anglosajones le llaman
hammock, los
tudescos Hängmate (con H mayúscula) ,los galos le dicen hamac y
branle
(oscilación), los ítalos amaca y hamache, los conspicuos daneses hengekoyen, en
tanto que
suecos y finlandeses le designan hängmattor y riippumatto respectivamente.
Pero,
preguntémonos, a qué se debe tan rutilante e inmenso éxito. La respuesta a tan
inquietante
interrogante no puede ser de otra manera que histórica. Historia,
recordemos
con Marc Bloch, ciencia de los hombres en el tiempo. Empecemos por
decir que en
toda civilización se manifiesta necesariamente una lucha entre la
Naturaleza y
la Cultura, antagonismo que ya aparece en los textos sagrados del
Occidente
cristiano, cuando la pareja original, Adán y Eva fueron expulsados del
Paraíso,
palabra que fue tomada por los Padres de la Iglesia del vocablo persa
pairidaeza y
que significa espacio cerrado y en cuyo centro se encontraba el árbol de la
vida y del
conocimiento, del bien y del mal. Pero el árbol no solo es elemento
privilegiado
del Viejo Testamento bíblico, sino que- dice Mircea Eliade- el árbol es
símbolo
arquetípico de las principales religiones del mundo. De modo pues que los
cristianos
de inicios de la modernidad que llegaron acá en el siglo que quiere creer,
como afirmó
Lucien Febvre, el siglo XVI, venían con la idea del Milenio, es decir que
provenían de
un mundo viejo, cansado y pecaminoso que estaba a las puertas de una
renovación
en Cristo, que el descubrimiento de un Nuevo Mundo era el signo
inequívoco
de la Parusía, esto es, la segunda venida de Jesucristo. Aquellos hombres
maravillados
vieron a los aborígenes de bellos cuerpos desnudos recostados,
perezosamente
adormilados en aquellos artefactos movidos al vaivén y lo interpretaron
como un
reencuentro del humano con la Tierra, la Naturaleza, el Pacto inicial de Dios
con el
Hombre. Era el inicio de lo anunciado en los textos sagrados: el comienzo de
una
sociedad
justa y feliz.
El miércoles
17 de octubre de 1492 el Almirante de la Mar Océano, Cristóbal Colón,
anotó en su
diario de explorador, con su mente a mitad de camino entre la
modernidad y
el medioevo, que visitaron la isla antillana denominada Fernandina, en
donde
encontraron que sus casas (la de los indios) eran de dentro muy barridas y
limpias y
sus camas y paramentos de cosas que son como redes de algodón. Esta es la
primera
descripción, aunque un tanto vaga del menaje americano. Desde este
momento su
fama y prestigio, así como su descrédito no dejará de aumentar.
Quien da
cuenta también de la existencia de este noble artefacto fue el navegante
portugués
Pedro Álvarez Cabral cuando descubre las costas del Brasil, la que iba a ser
la gran
civilización del trópico, en 1500. Pero no fue sino hasta 1537 cuando el
cronista
español
Gonzalo Fernández de Oviedo en su Historia General y Natural de las Indias,
islas y
tierra firme de la mar océano, 1535 ,hace la primera descripción minuciosa da
la
hamaca y la
realiza con el aparato conceptual de los cristianos del siglo XVI: bien es
que se diga
qué camas tienen los indios en esta isla Española, a la cual a la cama
llaman
hamaca; y es de aquesta manera: una manta tejida en parte, y en partes
abierta, a
escaques( del árabe as-sikak, tablero de ajedrez) cruzados, hecha red
(porque sea
más fresca). Y es de algodón (del árabe al qutun) hilado de mano de las
indias, la
cual tiene de luengo diez o doce palmos (del latín palmus, medida de
longitud), y
más o menos, y del ancho que quieren que tenga. De los extremos de esta
manta están
asidos e penden muchos hilos de cabuya (voz caribe, fibra de pita) o de
henequén(
voz caribe, especie de pita)(…) Aquestos hilos o cuerdas son postizos e
luengos, e
vanse a concluir cada uno por sí, en el extremo o cabos de la hamaca, desde
trancahilo
(nudo o lazo)( de donde parten), que está fecho como una empulguera(cada
uno de las
extremidades de la verga) , de una cuerda de ballesta, e así la guarnecen,
asidos al
ancho de cornijal ( cuerno,del latín corniculum, corniza) a cornijal, en el
extremo de
la hamaca. A los cuales trancahilos ponen sendas sogas de algodón o de
cabuya, bien
fechas, o del gordor que quieren; a las cuales sogas llaman hicos (voz
caribe)(
porque hico quiere decir lo mismo que soga, o cuerda); y en un hico atan a un
árbol o
posta, y el otro al otro, y queda en el aire la hamaca, tan alta del suelo como
la
quieran
poner. E son buenas camas e limpias, e como la tierra es templada, no hay
necesidad de
ropa encima, salvo si no están a par de algunas montañas de sierras altas
donde haga
frío (…) Pero si en casa duermen, sirven los postes o estantes del buhio
(voz
caribe), en lugar de árboles, para colgar estas hamacas o camas; e si hace
frío,
ponen
algunas brasas, sin llama, debajo de la hamaca, en tierra o por allí cerca para
se
calentar.
¿Qué mejor elogio de la hamaca que el que escribió el cronista del siglo XVI.
? De lo
primero que da cuenta es que es muy fresca, que son buenas camas y limpias;
que no hay
necesidad de ponerse ropa para dormir en ella, como en la Península. Que
se puede
trasladar con facilidad del monte a la casa de habitación; que es ergonómica,
decimos
ahora en el siglo XXI, porque es del ancho que queramos; y finalmente que
acepta
ciertas formas de calefacción con las brasas depositados debajo. Es que don
Gonzalo
intuyó de manera magnífica el rutilante futuro que le aguardaba a esta cama
tan suave,
tan fresca y regalada, tal como se refirió de bella y sensual manera a ella el
literato y
patriota colombiano José Fernández Madrid.
Otro de los
factores del éxito universal de la hamaca, tiene que ver con el hecho de que
en aquellos
años se estaba abriendo una nueva etapa que los historiadores han
llamado la
era atlántica, pues es el siglo XVI el de los grandes viajes y
descubrimientos,
los que darán inicio a lo que Immanuel Wallerstein ha llamado
economía-mundo,
basado en el intercambio desigual de bienes y mercancías y que
tuvo por
escenarios principalísimos el mar y el océano. Desde ese momento se
insertaron
nuestras redes americanas en la milenaria tradición marinera de la
humanidad a
tal punto que no es descabellado afirmar que ya se usaban en el segundo
viaje del
genovés. Así, en pocas décadas la humilde hamaca se adaptó notablemente a
las largas
travesías por mar de españoles, portugueses, holandeses, ingleses y
franceses,
quienes las llevaron a las lejanas islas Molucas, Filipinas, Goa, Guinea y la
Polinesia.
En el fondo de las galeras dormían al vaivén los esclavos negros en las naos
portuguesas
y fueron los africanos los que en el Brasil se encargaron de darle ese
carácter
democrático y popular. Gilberto Freyre llega a decir que: Varios de los
complejos
característicos de la moderna cultura brasileña , de origen pura o
nítidamente
amerindio : el de la hamaca, el de la mandioca, el del baño de río, el del
cajú, el del
bicho, el de la tala, el de la canoa, el de la parrilla, el de la tortuga, el
del
bodoque, el
del aceite de coco salvaje, el de la casa de caboclo, el del maíz, el de
descansar o
defecar en cuclillas, el de la calabaza para cuencos de fariña, el de la
gamella, el
del coco para beber agua ,etc. Otro tanto sucedía en la América hispana,
pues a decir
de nuestro gran y prontamente olvidado escritor Arturo Uslar Pietri, la
hamaca es la
manifestación de la americanidad fundamental de Bolívar. Había
aprendido,
probablemente a usarla y a amarla, en la casa paterna. Los esclavos que le
enseñaron su
uso debieron transmitirle también los más vivos valores tradicionales de
la cultura
popular de su país. Cantares, leyendas de indios, de música, consejas,
proverbios
negros, de mestizos. La cama aérea ha sido, pues, una especie de vaso
comunicante
entre los lusitanos y nosotros.
La hamaca ha
sido objeto de fuertes críticas y de improperios, en su mayoría
provenientes
del prepotente y arrogante mundo europeo y anglosajón. Recordemos
que fue
Ginés de Sepúlveda y el filósofo alemán Hegel quienes sostuvieron la idea del
vacío de
América. En el ya antepasado siglo XIX, por influencia del positivismo
francés,
siguiéndole los pasos a Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), se oponía
la
civilización representada en la cama a la barbarie simbolizada por la hamaca,
todo
un programa
de descrédito que funcionó en forma diaria, prolongada y fastidiosa.
Uslar Pietri
nos dice que durante los tiempos más difíciles y agitados de su lucha
Bolívar no
tuvo otro lecho. Era su cama, su silla de trabajo. Algunos de los europeos
que menos le
entendieron no dejaron de escribir profusamente aquel uso de la
hamaca. Les
parecía que era la señal de su inferioridad y de su barbarie. Hippisley y
Docuodray
Holstein, por ejemplo, que escribieron amargos libelos contra el
Libertador,
hablaban con insistencia de la hamaca. Les parecía degradante. En el
presente se
le ha asociado a la holgazanería, la dejadez y a la pereza. Incuria y
negligencia
era una dupla inseparable. Pero la cama aérea seguía allí, terca, obstinada.
La artesanía
no tiene historia, dice Octavio Paz. De su enorme poder de seducción no
podía
escapar aquella parte del mundo que se dirigía aceleradamente hacia la
racionalidad,
al desencantamiento del mundo, según sostiene Max Weber.
Con el aparecimiento
de la industria del turismo en el siglo XIX y su ya indetenible
triunfo en
el XX y XXI en el mundo occidental, rico y opulento, como dijo Herbert
Marcuse, la
hamaca evoca el disfrute de la holganza. La publicidad turística de
agencias de
viajes, compañías aéreas, complejos hoteleros, instituciones bancarias,
entidades
gubernamentales e incluso las empresas carveceras, roneras, cafeteras y
otras,
repiten con frecuencia las imágenes de individuos reposando en una hamaca
guindada en
fuertes y verticales cocoteros. De tal suerte que en las playas del mundo
entero se ha
instalado esta erótica y sensual red. Han sufrido, pues, ensenadas, golfos
e islas del
universo un curioso y poco estudiado proceso de caribeñizacíón. Pues ha
sido el
Caribe el mar y sus 7.000 islas las que produjeron semejante prodigio para la
humanidad
entera. Pero es que el Caribe ha producido otros elementos culturales de
carácter
planetario: pensemos en el bolero, ese producto que al decir del
puertorriqueño
Luis Rafael Sánchez, es un himno al romanticismo que paseaban
Chema y
Juana por América la amarga, la América descalza, la América en español. Y
qué decir de
esa bebida el ron, que enamoró a Hemingway y que aplacaba las
ansiedades
de los marineros del capitán James Cook y las de los que le dieron caza a
Moby Dick.
Fue el Caribe, mar de piratas y de filibusteros, multilingüe y multiétnico,
quien
entregó al mundo la democrática caragota (sic) una delicia gastronómica que es
plato de
gala en los mejores restauranes. Es un aporte magnífico, en verdad menos
publicitado
que otros y que no hemos logrado comprender aún. A mediados de la
pasada
década de los 70 el malogrado crítico de literatura, el uruguayo Angel Rama
me enseñó,
allá en la universidad merideña, a valorar aquello que de forma despectiva
llamamos los
venezolanos y colombianos la mamadera de gallo, el equivalente
caribeño de
la tomadera de pelo peninsular. Aquél hombre venido del remoto sur nos
había hecho
entrar en cuenta de la tremenda originalidad de la mamadera y de cómo
tal forma de
chiste, aguda y perspicaz, era parte constitutiva, vital, de la literatura
galardonada
por el Nobel del escritor caribeño Gabriel García Márquez.. Es otro de los
portentos
del genio de los pueblos caribeños, y les puedo asegurar que los países
nórdicos de
Europa están requeridos con urgencia de este resultado insólito e
inesperado
de la formación multicultural y multiétnica de nuestros pueblos y
naciones.
Dime cómo es tu sentido del humor y te diré quién eres, sentencia que se
podría extrapolar
a pueblos y naciones. Es acá cuando debemos referir el más acabado
patrimonio
de los diversos pueblos de la cuenca caribeña y no es otro que el profundo
mestizaje
logrado en 500 años y que haría palidecer al tan publicitado meeting polt
norteamericano,
que no es otra cosa que una convivencia parcial y de fachada entre
blancos y
negros. No así en el Caribe, en donde y desde el primer momento el cristiano
desnudó el
cuerpo cobrizo y voluptuoso de la aborigen en un lugar inmejorable: la
hamaca,
artefacto contadas veces más erótico y sensual que la cama, lecho europeo
que dio
origen al vocablo clínica. Por ello la cama europea se le asocia a la
enfermedad
y a la
muerte, asociación que no conoce la cama aérea americana. Esta red sensual es
el lugar en
donde nació y tiene origen la llamada raza cósmica vasconceliana. Calibán
utilitarista
duerme (o lo intenta) en cama, nuestro humanista y desinteresado Ariel lo
hace en
hamaca.
Ángel
Rosenblat, judío, polaco, argentino, finalmente venezolano, ha escrito que del
Caribe
venezolano han salido otros vocablos que han hecho fortuna en todo el orbe
hispánico.
Uno es la palabra nagua de las indias de las Antillas, que se ha convertido
en las
enaguas de nuestras abuelas. Otro es la universal butaca, especie de asiento
que
vieron los
españoles entre los cumangotos del oriente, los caribes de Venezuela. Caribe
es nuestro
proverbial igualitarismo, que nos ha hecho aparecer como pueblos
inclinados
por naturaleza a la democracia y al pluralismo, tendencia que se ha llenado
de
significado por nuestro ancestral y nunca bien comprendido tuteo. Cierta vez le
dije
a un
colombiano que la secular guerra civil que los agobia se mitigaría de forma
considerable
si ellos aprendieran a utilizar el antijerárquico, igualitario y simple tu. El
tuteo está
soldado íntimamente a la hamaca y al humilde chinchorro, pues es sabido
que no
existen hamacas ni chinchorros aristocráticos y de alcurnia, pues es un lecho
que guarda
su estructura básica y esencial, a la cual pocos ornamentos y agregados se
le pueden
adosar. Poca distancia hay entre la hamaca del rancho o de la favela y la
hamaca de la
casa señorial de un descendiente enriquecido de los conquistadores
lusitanos y
españoles. La hamaca señorial tendrá agregados como las traperas, que
son como una
suerte de barbas que discretamente se arrastran en el ir y venir por el
pavimento.
En otros casos será más colorida, pero casi siempre su material
constitutivo
será la inmemorial pita, otro producto del Mediterráneo de mil bocas,
como llamó
Humboldt, el primer embajador de América, al Mare Nostrum, el Caribe.
Pita, voz
taína, nos dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española,
planta vivaz
oriunda de México, de cuyas pencas se saca el pulque mexicano y el
discretamente
publicitado cocuy larense venezolano. De sus largas hojas se hace la
pita, una
cuerda con la cual se fabrican las cabuyeras, voz caribe para designar los
extremos de
nuestra red maternal que se estira y encoge de acuerdo a nuestro deseo y
estado de
ánimo. Bien podría decirse que es el artefacto más ergonómico de cuantos
ha fabricado
el humano desde el paleolítico inferior hasta la llamada posmodernidad.
Es que la
hamaca es del tamaño de la circunstancia y del empleo que se le quiera dar,
pues si se
trata de una pareja, siempre se desplegará generosa la red para darle cabida
a la
compañera o al compañero, según sea el caso Durante mucho tiempo fue una
especie de
primitiva ambulancia, no han faltado pacientes que llegan de las
comunidades
rurales más distantes subidos en una hamaca que permanecía colgada
de un fuerte
travesaño, sostenido en sus extremos por hombres-cargadores; entre los
comunidades
pobres es el lugar del embarazo, parto, pauperio y amamantamiento,
pues cabe
insistir en la importancia que tiene la convivencia cercana de la madre y el
lactante,
así como el efecto de tranquilidad que provoca en neonatos y niños el
balanceo de
la hamaca. Fue y sigue siendo un eficaz medio de transporte. Cuentan los
cronistas
del siglo XVI que el diao de Coro, el gran Manaure era transportado en
hamacas a
los lugares apartados de sus vastos dominios, los que llegaban hasta los
llanos del
río Meta en la frontera actual con Colombia, a una relativa gran velocidad,
cargado por
un numeroso grupo de sirvientes que se iban alternando para lograr
mayores
distancias por jornada. Es que Manaure era un personaje sagrado, me dice
Reinaldo
Rojas, y por esta circunstancia no debía tocar el terrenal suelo. Y agregó el
historiador
larense: El poder es algo simbólico, si no recordemos los reyes
taumaturgos
del medioevo estudiados por el joven Marc Bloch antes de la primera
guerra
mundial.
El
equivalente venezolano de la hamaca no es otro que nuestro chinchorro,
delicioso
artefacto
que los wayú mientan süi, süli`. Es un venezolanismo como butaca y
rastacuerismo,
que ha penetrado en nuestra literatura por lo menos desde el siglo XVI
con don Juan
de Castellanos y su Elegías de hombres ilustres de Indias. En 1648 lo
menciona
Carvajal en su Descubrimiento del río Apure, luego lo hará el padre Gumilla
en El
Orinoco ilustrado, en ese mismo siglo lo refiere en Ensayo II el padre Gilij
(1749-
1780). En el
siglo XIX lo menciona Francisco de Sales Perez en Costumbres y más
adelante el
escritor romántico Eduardo Blanco en su novela Zárate (1882). También
los
positivistas lo mencionan, tal es el caso del general valenciano Francisco
Romero
García en
Peonía (1890). Un poco antes de finalizar el siglo XIX y al anunciarse los
signos del
abatimiento definitivo del liberalismo, J. Calcaño lo refiere en El castellano
en
Venezuela. El merideño Picón Febres lo hará a su vez en Libro raro (1912) y
Guerrero en
1915 en su Diccionario filológico y en el Cancionero popular de J. E.
Machado.
Nuestra gloria de la literatura, el caraqueño Rómulo Gallegos lo menciona
en su obra
más popular Doña Bárbara (1929) y también en Cantaclaro (1934). Después
de la muerte
del presidente Juan Vicente Gómez está el chinchorro en Uno de los de
Venancio
(1942) de García Maldonado, y en acá en tierras larenses lo menciona el
curarigüeño
Rafael Domingo Silva Uzcátegui en Enciclopedia larense (1942) y en 1948
lo hace por
última vez para desaparecer de nuestra literatura bajo la dictadura de
Pérez
Jiménez el escritor Olivares Figueroa: Folklore venezolano (1948). Isaac Pardo
es quien lo
resitúa en la literatura venezolana en l961 en Juan de Castellanos. Es el
caroreño
Luis Beltrán Guerrero, bajo el pseudónimo Cándido, quien dirá que el
chinchorro
es lecho y abanico, 1963, frase melódica que repetirá en muchas ocasiones
el Cronista
de Carora, Lic. Alejandro Barrios Piña, Andoche. El caraqueño Armas
Chitty, en
el Vocabulario del hato, 1966, y el afamado cultor de la novela histórica,
Francisco
Herrera Luque (Boves el urogallo, 1972) lo insertan en su lugar de privilegio,
el llano
venezolano. Luego, en 1974, Rosales y Marcano Rosas lo incluyen en Del habla
popular y en
Habla popular en Margarita, respectivamente.
Chinchorro y
hamaca han sido vituperados desde antaño y hasta existe en el país una
expresión
bastante popular en Venezuela que dice:
Chinchorro
colgado
Haragán
acostado.
Rómulo
Gallegos en Canaima pone en boca de un gringo, míster Davenport la
seguridad
que esa flojera, la más grave e incurable de las enfermedades, se llama
chinchorro,
que es la enfermedad más traidora de esta tierra… ¡el chinchorrito, el
chinchorrito
¡ Y es que en Venezuela , país de originalísimo castellano,
enchinchorrarse
equivale a retirarse, a eludir la faena y sobre todo de la pelea en la
arena
política. Ello se debe a que en el trópico caribe se produjo uno de los
encuentros
más
inesperados y curiosos encuentros entre dos verdaderas instituciones de
raigambre
quizá milenaria. Me estoy refiriendo a la muy hispana siesta de mediodía y
a la
portentosa hamaca americana, dos prodigios que son como el resultado de formas
de asumir la
pasajera existencia humana. La hora sexta que venía de la civilización
romana se
incrustó con inaudita fuerza en la España invertebrada de don Miguel de
Unamuno,
hasta tal punto que en los tiempos presentes se le da el nombre de yoga
hispánico.
Camilo José Cela dijo en cierta oportunidad: soy de los que duerme la siesta
con pijama,
Padrenuestro y orinal. Acompañada de sueño o no la siesta encontró en el
Nuevo Mundo
una vía expedita para prolongarse en el tiempo y engarzarse en las
estructuras
de la naciente sociedad que acá comenzó a construirse desde el siglo XVI.
El genio
español trajo a estas tierras un adminículo morisco que habría de completar
este cuadro
delicioso de cosas, la alcayata. Creo que alcayata y celosía son dos de los
elementos
constitutivos que conformaron la mentalidad hispánica y,
consecuencialmente
la nuestra desde hace muchos siglos. En cierta ocasión reflexionó
casi en voz
alta el filósofo José Manuel Briceño Guerrero en las aulas de la universidad
emeritense
que Don Cecilio “Chío” Zubillaga era un pensador caroreño de aguamanil,
zaguán y
hamaca. Cuando me alejo de la ciudad no falta la pregunta un tanto perpleja
de que si es
cierto que los restaurantes de Carora tienen confortables hamacas debajo
de los árboles
para reposar la comida. No sólo eso, les digo, hay también lo que se
llama el
sueñito de la virgen para reposar ¡el desayuno!
Son legión
la cantidad de chistes asociados a la hamaca. Uno de ellos, que es celebrado
en buena
parte del continente, es el que tiene como médula una imposibilidad: la de
hacer el
amor parado en una hamaca y sin agarrarse de las cabuyeras. Otros tienen por
escenario la
levítica y antigua ciudad de Carora en el occidente de Venezuela
proverbial
por la pereza de sus habitantes. Un caroreño adormilado en su hamaca ve
una
serpiente venenosa deslizarse por una de las cabuyeras y se pregunta para sí
mismo en
medio de prolongados bostezos: qué remedio será bueno para la picadura
de culebra.
De tono muy local y circunscrito a aquélla ciudad cuente que sucedió una
anécdota a
Cachito, personaje popular, quien después de varios días de libación
desenfrenada
llega a su casa y se acuesta diciéndole a su mujer: vieja, vieja, meceme. A
lo que
responde la consorte: y cómo, viejo, si estás acostao en el suelo.
La hamaca se
ha convertido en el símbolo vivo y activo de algunas regiones de la
América
mestiza. Tal es el caso de la Península de Yucatán, en México, cuna de la
planta del
sisal, a pesar de que la red llegó a esos lares cerca de los años 1300 de
nuestra era.
Se la han apropiado. En Borinquen se realiza todos los años y en el mes de
julio una
fiesta en la localidad de San Sebastián en honor a esta obra maestra de la
funcionalidad,
la comodidad y la sencillez: la Feria Nacional de la Hamaca. En 1996
Don José
González artesano de hamacas recibió en su pueblo sebastianero el Título
Doctoral
Honoris Causa en Humanidades en la Universidad del Sagrado Corazón por
su arte en
la confección de la red caribeña. Puerto Rico, Estado Libre Asociado de los
EE UU
permanece como el primer país de Latinoamérica en honrar la hamaca.
Hagamos en
Venezuela un Festival Nacional de la Hamaca y del Chinchorro. Una
buena base
para arrancar en este empeño no es otro que la Fiesta de la Hamaca que se
escenifica
con gran entusiasmo en la Cordillera de la Costa Venezolana En el Brasil
contemporáneo,
los bandeirantes, famosos por su extraordinaria movilidad, se
apropiaron
de medio continente sudamericano reposando en la tupida selva en la
cama aérea.
Los hombres que visitaron en el siglo XVI la tierra del palo de brasilete
refieren que
sus construcciones son muy largas, con capacidad para doscientas o
trescientas
almas, nos refiere Montaigne. ¡Trescientas hamacas bajo un mismo techo ,
sin tabiques
separadores !.Mejor espacio para la sociabilidad que hoy perdemos
aceleradamente
no ha podido haber.
En el
continente ha nacido una nueva episteme, la que tiene que ver con la sensual
red
caribeña.
Los que cultivan esta especialidad se les llama hamacólogos y uno de los más
conocidos es
el antropólogo social mexicano Roberto Campos Navarro, docente de la
UNAM, autor
varias citado en el presente ensayo; otro es mi tocayo Luis da Camara
Cascudo,
brasileño. No podía faltar la figura de un francés connotado que se ha
referido a
la hamaca y no es otro que el celebérrimo antropólogo estructuralista
Claude
Levi-Strauss quien descubrió que entre los indígenas la pobreza estaría
representada
por la ausencia de una hamaca para dormir. Y no sólo el Libertador era
amante de la
hamaca, porque también la usaron el apóstol de la independencia de
Cuba, José
Martí, el comandante guerrillero Ernesto “Ché” Guevara. Se tiene
información
que el director de la revuelta chiapaneca, el subcomandante Marcos se
recuesta en
hamaca a pensar en la transformación de México.
El
colombiano José Fernández Madrid, en bellas y sutiles décimas exaltó a la
hamaca
de esta
manera:
Mi hamaca es
un tesoro,
es mi mejor
alhaja
a la ciudad,
al campo,
siempre ella
me acompaña,
¡Oh prodigio
de industria!
Cuando no
encuentro casa,
la cuelgo de
dos troncos,
y allí está
mi posada.
¡Salud,
salud dos veces
Al que
inventó la hamaca !
A veces me
pregunto si el Viejo Mundo habría creado personajes tales como el maligno
Procusto y
su abominable lecho, si por allá hubiesen conocido de la ergonómica
hamaca y el
humilde chinchorro. Otras veces pienso que a Franz Kafka ni se le hubiese
ocurrido el
cuento que tiene como protagonista a Gregorio Samsa, si este pobre
burócrata no
durmiera en fría cama sino que lo hiciera en la adorable y sensual red. Su
pesadilla
artrópoda no hubiese tenido lugar en tal muelle artefacto ( del latín arte
factum,
hecho con arte). Y el aterrador El grito, del pintor escandinavo Edvard Munch
como
expresión atroz de la pérdida de sentido que como diagnóstico de nuestro
tiempo ha
expuesto el filósofo alemán de la Escuela de Frankfurt Jürgen Habermas,
será un óleo
de motivo impensable para un artista de los trópicos, optimista, en ociosa
existencia
de hamaca, de sueños lúbricos, sensuales.
En el Viejo
Mundo habrá algo que se asemeje a nuestra arrulladora red, me pregunto.
La respuesta
es afirmativa y se trata del muy famoso columpio, ya conocido por los
brahamanes
de la India milenaria y por griegos y romanos, quienes lo trasmitieron a
la Italia
medieval y de allí por el resto de Europa. Originalmente formaba parte de un
rito
religioso, de una especie de ceremonia que libera las almas del Purgatorio, una
idea sin
base bíblica, y al crecimiento de las mieses; todavía hoy y después de 40 años
de régimen
comunista, los letones se columpian entre los días de Pascua, Resurrección
y el día de
San Juan, que como todos sabemos coincide con el día más largo del año: el
solsticio de
verano, 21 de junio boreal. Y no es menos importante que dos grandes
pintores,
uno español y otro francés hayan tomado el columpio como motivo de sus
óleos, nos
estamos refiriendo al gran Francisco José de Goya y Lucientes y al pintor
impresionista
Augusto Renoir. Acá, en nuestra América el columpio se asocia en
Argentina a
las ánimas del Purgatorio, ese tenebroso tercer lugar distinto al Cielo y al
infierno,
los días 1º de noviembre en una ceremonia fúnebre-religiosa. En las altas
mesetas
bolivianas y también en noviembre, se arman columpios, ritual en obsequio
de las almas
de los difuntos, según ha escrito el autor de la Rama dorada, Sir James
Frazer.
Otros artefactos de factura europea se asemejan a nuestra adorable red y no
son otros
que por su movimiento pendular son los favoritos de neonatos y ancianos:
las cunas y
las sillas mecedoras. Los dos extremos de nuestra existencia.
Al columpio
se le conoce en la Argentina como hamaca, en tanto que en España, Chile
y Perú
conserva su apelativo europeo. Mientras que los germano hablantes le llaman
shaukel, los
gringos swings. De esta manera podemos inferir que algo de cósmico tiene
esta
modalidad de movimiento en vaivén que tanto agrada a niños, adultos y ancianos.
Hamaca y
columpio, cuna y silla mecedoras parecen obedecer a una suerte de diástole
y sístole
que anima la materia inerte y la viva, movimiento alternativo que ha sido
solaz
esparcimiento, descanso y diversión de los pueblos arios indoeuropeos y de los
aborígenes
americanos del tronco étnico mongoloide. Habría que investigar si en el
extremo
Oriente existe algo comparativo. La hamaca es una filosofía de la vida, nos
dice nuestro
Uslar Pietri, quien agrega que Bolívar: Había sabido macerar lo europeo
en la
vigilia de la hamaca criolla. En Nuestra América de habla hispanolusa debemos
pensarnos
desde una perspectiva distinta y original, basada en lo que el filósofo
argentino
Arturo Andrés Roig llama reconstruir nuestra peculiar historicidad a partir
de la
producción simbólica latinoamericana. Yo quiero, dice Germán Arciniegas, que
todos los
amigos que me leen participen de mi propio desconcierto, y se convenzan de
que nosotros
los americanos vivimos en un mundo arbitrario, en países exóticos o
estrambóticos,
en un gongorismo geográfico, que elude las clasificaciones de los sabios
europeos. En
este mundo neoliberal, globalizado anglosajonamente, con maquilas que
trituran el
cuerpo y el alma no puedo menos que pensar en el cubano Paúl Lafargue,
yerno de
Karl Marx, y su gigantesco y tan actual libro llamado El derecho a la pereza.
Creo que de
manera alguna sería descabellado incluir, tomar en cuenta a la red vegetal
que vieron,
relataron y grabaron el alemán Teodoro De Bry, el ensayista francés
Michel de
Montaigne y el viajero italiano Girolamo Benzoni en los genésicos siglos
XVI y XVII,
y por ello estrechamente ligada al nacimiento de la idea del buen salvaje,
en el afán y
en el empeño de construir una urgente y necesaria ontología de lo
americano.
Luis Eduardo
Cortés Riera.
Doctor en
Historia.
cronistadecarora@gmail.com
Carora, 10
de enero de 2006.
Actualizado:
3 de marzo de 2022.
Fuentes
consultadas
Arciniegas ,
Germán. América, tierra firme y otros ensayos.1990. Biblioteca Ayacucho,
nº 158.
Caracas. P. 428.
---------------América
en Europa.1980. Plaza & Janes. Editores-Colombia Ltda. P.303.
Campos
Navarro, Roberto. Hamaca, erotismo y medicina.1998. Trabajo presentado en
el II
Congreso Iberoamericano de Historia de la Medicina. Valencia, Venezuela.
Disponible
en Internet.
Cortés Riera
, Luis Eduardo. Llave del Reino de los Cielos. Iglesia católica, cofradías y
mentalidad
religiosa en Carora, siglos XVI al XIX. (en prensa) 2002.P. 308.
Diccionario
de la Real Academia de la Lengua Española.1970,1980, 1990,2000
Diccionario
de venezolanismos.1983. Universidad Central de Venezuela, Academia
Venezolana
de la Lengua. Caracas. Tomo I.
Festival
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martes, 16 de junio de 2015
Escaneo
al semiárido larense venezolano. “La historia social del semiárido está por
hacerse.”
Reinaldo
Rojas.
Luis Eduardo Cortés Riera.
Doctor en Historia.
El semiárido venezolano representa una proporción minúscula del territorio de
Venezuela, pero ha tenido un enorme significado histórico, social y cultural
para el país desde tiempos muy remotos. Digamos que desde esa partícula del
nuestra geografía nacional, un 4,5 % del territorio venezolano, se han creado
particulares formas de vida para enfrentar la escasez de los recursos naturales
desde tiempos precolombinos hasta la actualidad, se generó desde el siglo XVI
una política expansiva de conquista y coloniaje para el occidente de Venezuela
que llegó incluso a Bogotá, fue el asiento de tres ciudades de enorme
irradiación de la cultura de habla castellana y de un catolicismo más de
naturaleza canaria que peninsular: el triángulo colonial barroco constituido
por la Ciudad Madre de El Tocuyo, Barquisimeto y Carora, en donde se conformó
un tipo humano de sensibilidades y expresiones particulares. Esta realidad
geo-histórica se proyecta al presente, dándole a esta parte del país unas
características idiosincráticas que la definen. Empleando una expresión de Mariano
Picón Salas, es una zona o área cultural de acento específico y tono particular, sobre lo cual es el propósito aportar ideas en este ensayo.
Darle contornos a este espacio geo-histórico ha sido el propósito de nuestros
investigadores desde Francisco Tamayo en el pasado hasta Reinaldo Rojas en el presente. Pedro
Perales dice que el Estado Lara es la cuna de la economía nacional, pues de aquí partieron rebaños a
poblar Los Llanos de ganado; la
industria que fabricaba papelón, cueros, tejidos, que se exportaban a lejanas
provincias como Perú y Quito.
Rafael Domingo Silva Uzcátegui en su Enciclopedia Larense, editada en 1941, hace derivar el componente cultural del
Estado Lara casi exclusivamente de un reducido núcleo español, que es, a su
parecer, el núcleo básico de la sociedad, sin tomar en cuenta los otros dos
elementos constitutivos de nuestra cultura: lo aborigen y lo africano.
El sabio larense Francisco Tamayo, en 1952, se atreve a afirmar que en Lara se
reúnen y confunden todos los medios físicos y biológicos del país, y que por
ello se ha estado engendrando un tipo humano que es una síntesis humana de todo
lo nacional, que es el tipo venezolano por antonomasia. En Lara nace, pues, lo
nacional, lo venezolano, sentencia el sabio sanareño.
Reinaldo Rojas ha creado en el presente, 1995, la categoría de comprensión
histórica Región Barquisimeto en el tiempo histórico colonial, un enfoque desde
la historia social de signo Annalista aplicado a un espacio geohistórico concreto: la Región Barquisimeto. Acá Rojas
hace suyas las palabras de Acosta Saignes quien dice que “La historia del
proceso de la formación de la cultura venezolana es, en parte, la historia de
la indigenización y de la africanización del español en nuestra tierra.” Es
decir que Rojas nos indica que nuestra cultura no es solo imposición de lo
hispano sobre lo aborigen y africano, y que necesariamente nuestra cultura del presente hunde sus raíces
en la Venezuela colonial, como en su momento lo indicaron Mariano Picón Salas y
Mario Briceño Iragorry.
Fue Mariano Picón Salas quien habló de la civilización del calor, de la emoción
roussoniana que ofrece la zona tórrida.
La colonia venezolana en el siglo
XVIII—afirma el merideño--puede llamarse una civilización del calor. Calor seco
y calor húmedo son dos connotaciones fundamentales de nuestra geografía
biológica. Las tierras de calor seco—desde las islas perleras de Margarita y
Cubagua hasta Coro, Carora, El Tocuyo en el Occidente, fueron tempranos centros
de colonización española. Caroreños y corianos, hijos de un paisaje
semidesértico, tienen fama de ser los soldados venezolanos de más aguante
físico y los borricos y yeguas que llevaron allí los conquistadores
proliferaban y se reproducían con mayor talla y resistencia que en sus nativas
dehesas andaluzas. Al fuerte asno coriano y la mula caroreña les debe mucho
nuestra vieja economía rural. Casualmente en una de esas mulas de seca tierra
caliente iba montado Bolívar el día en que salió a encontrar a Morillo para el
armisticio de Santa Ana, en 1820. Y durante la Colonia altos prelados y oidores
del Virreinato de Nueva granada se disputaban esas mulas caroreñas, pagadas en
peluconas de oro.
Al referirse a Carora y a otras zonas de calor seco, dice Picón Salas: Esas
familias vascas de una ciudad de firme estirpe española como Carora --Riera,
Zubillagas, Pereras, Oropesas, Aguinagalde—pueden decir si el calor hace mal a
la salud y si no se daban en aquellos caserones de tres patios, familias
prolíficas, gentes a quienes sólo vencía la más añosa longevidad. Otras
regiones de calor seco, como la isla de Margarita, tienen la más alta densidad
demográfica de Venezuela, y el margariteño—buzo, marinero, hombre de muy
cambiantes profesiones—ha cumplido por todo el país (…) una ingente obra
colonizadora. Ese mundo de calor seco reivindica las calumnias que se
esgrimieron contra el Trópico y es, por lo menos, tan habitable como el de
nuestras altiplanicies andinas.
Con tales ideas arremete Picón Salas contra el determinismo de clima y raza del
positivismo decimonónico impregnado de una fuerte impronta darwiniana, quien
argüía que el calor tropical era un factor de atraso y de barbarie. Fatalismo
de los hechos físicos y de los fenómenos de la naturaleza. Y si hay una parte
de la geografía patria que desmiente tales afirmaciones, ella es el semiárido
larense, tal como veremos de seguido.
II. Un poco de geohistoria.
Ahora bien, con las herramientas de las ciencias naturales y las experiencias en las ciencias sociales
del siglo XXI, tratemos de establecer una conexión del medio físico seco y
árido con su correspondiente expresión social y cultural.
Es el historiador de la Escuela de Annales, el francés Fernand Braudel quien
nos habla de geohistoria, y nos convoca a plantear los problemas humanos tal
como los vemos desplegados en el espacio y a ser posible, cartografiados.
Propone el concepto de estructura, es decir una realidad que el tiempo tarda
enormemente en desgastar y en
transportar. Piénsese, dice, en la dificultad de romper ciertos marcos
geográficos, ciertas realidades biológicas, ciertos límites de la
productividad, y hasta determinadas coacciones espirituales, también los
encuadramientos mentales representan prisiones de larga duración. En tal
sentido plantea Braudel que los historiadores debemos ocuparnos del clima, el
suelo, las plantas y los animales, los géneros de vida y las actividades
obreras, si se quiere una verdadera geografía humana retrospectiva.
De esa manera nos proponemos establecer un vínculo entre las condiciones
geográficas del semiárido larense en Venezuela (una estructura de larga
duración) y las manifestaciones sociales y culturales que en ella se han
manifestado desde la noche de los tiempos.
Recordemos que las tierras áridas y semiáridas del planeta representan un 46 %
de la superficie terrestre y que han sido asiento de grandes civilizaciones:
Egipto, Mesopotamia, Imperio Azteca. Las tres religiones monoteístas, judaísmo,
cristianismo e Islam, nacieron precisamente acá. Nosotros avanzaremos en la comprensión de las
determinaciones del medio seco, vegetación rala y escasas precipitaciones que
obran sobre los modos de vida y la cultura del semiárido larense y venezolano.
El semiárido larense ocupa el 45 % del territorio de esta entidad federal y
está ubicado fundamentalmente en la Depresión Barquisimeto- Carora a unos 400 y
700 metros sobre el nivel del mar, se caracteriza por ser un ecosistema frágil
con escasas precipitaciones (650 mm.
anuales) y altas evaporaciones altas (entre 1.600 y 1.800 mm. anuales), altas
temperaturas (fluctúan entre 19 y 29 ºC), suelos areno-pedregosos y vegetación
xerófita.
Este bolsón xerófilo está incrustado en la geografía del Estado Lara y es para
nosotros tan identificatorio como lo es el Lago de Maracaibo para los zulianos,
o los Andes para los merideños. Si bien es cierto en nuestro Estado convergen
casi todos los medios físicos y tipos ecológicos: los Andes, la Cordillera de
la Costa, el Sistema Coriano, los Llanos, los valles del Yaracuy y el Lago de
Maracaibo, no es menos cierto que la central tierra árida le da como una cierta
unidad a tan diversas geografías, las cuales hicieron hablar a Francisco Tamayo
de la concurrencia larense.
En este bolsón xerófilo se ha propiciado el uso forrajero de especies nativas,
se ha creado una economía campesina de forma específica basada en la captación
de mano de obra familiar, unidad doméstica productiva, todo ello bajo la forma
de una racionalidad ecológica de la producción campesina que refleja una
particular relación naturaleza/cultura.
La ganadería caprina, como fuente principal de ingresos, se ha organizado
tradicionalmente como empresa familiar. La familia de criadores es la
estructura organizativa y productiva básica de la comunidad. La forma
adaptativa de la comunidad es el “acoplamiento natural”, es decir el
aprovechamiento de los recursos naturales por temporadas: largos veranos y
temporadas breves de lluvias en abril/mayo y octubre.
Son sociedades insertas en la naturaleza, dicen Manuela B. Erazo y Rosa Garay-
Flühmann ,que desarrollan un sentido integrado y no fragmentado del ecosistema
De esta manera la población del semiárido larense maneja un concepto "casi
sacralizado" de los fenómenos naturales. Todas estas ideas llevan a un
sitio de convergencia, donde emerge la idea de que la naturaleza se encuentra
por sobre la vida social, por sobre la acción humana. Las fiestas religiosas,
por ejemplo, casi siempre coinciden con las estaciones lluviosas, como
claramente se observa en las fiestas a la virgen de la Chiquinquirá de Aregue,
Municipio Torres, en la primera semana de octubre de cada año.
Seres humanos han vivido en el semiárido larense desde hace unos 9.000 años,
tal como muestran las excavaciones de La Hundición y Las Mesas. La agricultura
se desarrolla durante la llamada fase Tocuyanide: 300 a.C. La vida cacical
arranca en el siglo III d.C. En 1530 los alemanes observan la agricultura de
riego excedentaria entre los caquetíos de Variquecemeto. Otros grupos indígenas
son los ayamanes, jiraharas, gayones, ajaguas, quienes en un larguísimo proceso
biológico e histórico se adaptaron de manera notable al ambiente seco.
Cuando comienza la occidentalización del
territorio venezolano con la fundacion de Coro en 1527 y que continuará con la
fundación de El Tocuyo en 1545, se convierte el semiárido en el laboratorio, la
despensa y el vivero humano donde se planificó la conquista de Venezuela, nos
dice Tamayo.
La Iglesia Católica contrarreformista comienza a crear las encomiendas de
indios en el valle de Quíbor, Humocaros, Yacambú, Sanare, Cubiro en la
jurisdiccion de la Ciudad Madre; en la de Carora se fundan las de San Miguel
Arcángel, Siquisique, Río Tocuyo, Curarigua, Atarigua, Los Arangues, San
Francisco; en la jurisdiccion de Barquisimeto las del Valle de Ababacoa, Curato
de los Ajaguas en los Valles de los ríos Claro y Turbio.
En los siglos XVII y XVIII hacen entrada las ordenes religiosas de los
capuchinos con la mision de evangelizar a los aborigenes. Estos religiosos
fundaran a Río Tocuyo y Duaca en 1620, Bobare en 1733.
La economía de Barquisimeto se basó en la caña de azúcar, cacao, algodón, maíz,
frijoles, apio, batatas, cría de vacas y chivos. Se establecen los primeros
trapiches papeloneros. En El Tocuyo se produjo harina de trigo, tejidos
elaborados en los pioneros telares de algodón de América; Carora fue cuna de la
artesanía del cuero y tejidos vegetales, ganadería bovina, caprina y mular, se fabricaban hamacas, botas
sillas de montar. La prosperidad de la economia se basaba en la explotación de
la mano de obra esclava traida del Golfo de Guinea y de Angola.
Un crisol de razas se escenifica prontamente acá, un mestizaje bien acabado y
que tuvo sus inicios en la tierra seca. Exhibe de manera predominante un color
de la piel bastante particular y que los dermatólogos identifican como Tipo 3.
Es una piel morena muy resistente a los
rayos ultravioleta, resistencia de la que no gozan los Tipos 1 y 2 de
extracción europea, pero en el otro extremo de la tipología es de un aguante a las inclemencias de clima que en
exceso muestran los Tipos 4 y 5 de los afrodescendientes. A mi modo de ver este
Tipo 3 se ha venido produciendo de forma ininterrumpida desde hace miles de
años y ha tenido su magnifica resolución en el semiárido venezolano y larense
en particular.
Elemento escaso, el agua ha sido factor de primer orden en la conformacion
económico, social y cultural de los pueblos. Digamos que propició un sentido de
cooperación humana en la obtencion, almacenamiento y uso del vital liquido con
la construcción de lagunas, diques, acueductos y acequias, a los cuales debemos
agregar los primitivos jagüeyes. La construccion de tales dipositivos hídricos
requiere necesariamente el concurso de las comunidades cooperantes. Ese sentido
de reciprocidad y correspondencia se vio reforzado por la vivencia de un
catolicismo llano y elemental, igualitarista y de marcado signo mariano, que
desembocó en una democrática unción religiosa, que le ha dado compactacion social a grupos humanos
dispersos en tan amplia geografia del secano. Seria impensable comprender el
semiárido sin sus festividades patronales, el Velorio de la Cruz en el mes de
mayo, su folklore del tamunangue asociado a la devocion de San Antonio de
Padua, que es producto mestizo nacido en la actividad cañera de secas tierras
situadas entre Curarigua y El Tocuyo del siglo XVIII.
El Río Tocuyo ha sido nuestro
fundamental recurso hídrico y sobre su cauce descansa la vida de El Tocuyo y su
economia de la caña de azucar, Carora seria impensable sin el río Morere y sus
afluentes, y la macrociudad de Barquisimeto espera ansiosa la culminación de la
represa Yacambú. Otras obras hidráulicas son el Embalse Dos Cerritos, Atarigua,
Los Quediches, El Zamuro, El Ermitaño, Papelón, Puricaure.
Esta racionalidad ecológica, no excenta de abusos graves, ha hecho un milagro
en el semiárido: hizo posible que el Estado Lara produsca el 26% de la caña de
azúcar del país en cuatro centrales azucareros, los que muelen tres millones de
toneladas de caña cosechadas en 30.000 hectáreas, y que producen 183.000
toneladas de azúcar, 90% de las piñas,
31% de las uvas, cebollas en un 54%, 12% del tomate, 54% de pimentones, 100%
del sisal, planta introducida desde México en 1913. A tales cultivos debemos
agregar melón, lechoza, patilla, caraotas.
Un animal ha marcado honda impronta: la humilde cabra y el chivo, llamado por
Chío Zubillaga “la vaca del pobre”. Ellos han generado cierto comunitarismo,
pues las tierras de pastoreo son de propiedad colectiva, nos dice Luis Mora
Santana. Las explotaciones caprinas son pequeñas y han creado una economia de
autoconsumo que en la actualidad nos dan una excelente leccion de racionalidad
economica.
Somos una provincia gastronomica en
Venezuela, con sus contornos
delimitados que se extienden al vecino
Estado Falcón. Resaltan nuestros
mondongos de chivo, res y marrano, longanizas, chorizos, lácteos con sus
taparas de suero, crema, queso de tapara y de crineja, la oyeta de gallo, el
lomo prensado, la tostada caroreña, las formidables ecemitas tocuyanas, nuestra
bebida espirituosa emblemática extraida de una planta del semiárido: el cocuy.
III. El genio de los pueblos del semiárido.
Baluarte de la cultura, el semiárido brilla desde tiempos coloniales con los
soberbios templos y conventos religiosos donde se intercambiaban ideas por
medio del latín, se entonaba música
barroca. Tierra de solidas y boyantes cofradías y hermandades de la Iglesia.
Cátedras latinas las hubo. Tomás Valero, tocuyano, ha sido llamado el Platón
americano. Juan Agustín de la Torre, rector de la Universidad de Caracas. Dos
escuelas pictóricas florecieron, una en El Tocuyo, otra en Río Tocuyo.
Los luthieres son, a no dudarlo, los mejores del país. Los Cuatros de Antonio
Navarro le hicieron ganar el apelativo de El Stradivarius venezolano. En
cualquier parte se puede encontrar un fabricante de banolinas, guitarras, arpas
y violines de exportación.pareciera ser que el calor hace milagros sonoros con
las maderas empleadas en este arte.
Tierra musical por excelencia, ha visto nacer la manifestacion folklórica más
completa del país: el tamunangue. Las escuelas de música son moneda corriente
con maestros destacados: Franco Medina, Rodrigo Riera, Alirio Díaz, Enma
Silveira, Gustavo Dudamel. Las orquestas de renombre son la tocuyana Banda
Bolívar, Orquesta Mavare. El Conservatorio de Musica Vicente Emilio Sojo es de
los más destacados del país: su epitome será Gustavo Dudamel.
La imprenta llegó tempranamente a Barquisimeto en 1833, a Carora lo hace en
1875 y a El Tocuyo en 1878. Donde hay imprenta hay escritores: Idelfonso Riera
Aguinagalde, José Gil Fortoul, Lisandro Alvarado, Antonio Arráiz, Julio
Garmendia, Juan Oropesa, Pío Tamayo, organizador de los primeros estudios
marxistas en el país, Salvador Garmendia, Guillermo Morón, Chío Zubillaga, Luis Beltrán Guerrero, Roberto Montesinos,
Pascual Venegas Filardo, Hedilio y Alcides Losada, Alí Lameda, Francisco
Tamayo, Rafael Domingo Silva Uzcátegui, Pastor Oropeza, Hermano Nectario María,
Carlos Felice Cardot, Lino Iribarren Celis, Héctor Mujica.
Las mujeres de la cultura han sido la animadora cultural Casta J. Riera,
Taormina Guevara, Lucrecia García, Cecilia Labrador, Ana Teresa Ovalles,
Milagros Gómez de Blavia, Lola y Berenice Alamo, Enma Silveira, Omaira Sequera
Salas, Magdalena Seijas.
El periodismo destaca con El Eco Industrial, El Impulso, nacido en Carora en
1904, El Diario de Carora, 1919, La Quincena Literaria en El Tocuyo, 1923,
Diario El Informador.
Centros educativos de primer orden: los Colegios Nacionales de Barquisimeto y
El Tocuyo, Seminario Divina Pastora,
Colegio de La Concordia de Egidio Montesinos en El Tocuyo, Colegio La
Esperanza de Ramón Pompilio Oropeza en Carora,
Colegio de La Salle en Barquisimeto. En el siglo XX: Universidad
Centroccidental Lisandro Alvarado, Universidad Pedagógica Experimental
Libertador, Universidad Exprimental Politécnica
Antonio José de Sucre, Universidad Politécnica Andrés Eloy Blanco. De
carácter particular resuenan las Universidades Yacambú y Fermín Toro. Es muy
importante el papel en la difusion de los estudios históricos y humanísticos
llevado adelante por la Fundación Buría con Federico Brito Figueroa y Reinaldo
Rojas.
III. Ecumenismo del semiárido.
Escribia Francisco Tamayo en 1952 que el léxico de los larenses aparece
salpicado de palabras que son verdaderos arcaismos lingüísticos. Ello revela el
apego a la tradicion de la misma manera que el consumo del chimó que tiene raiz
precolombina.
Pero tambien existe una vocacion universalista que se expresa ya en la Colonia.
El lienzo Tocuyo se comerciaba hasta llegar al norte de Argentina, las mulas
caroreñas llevaron la independencia al Alto Perú, y las cofradias de la Iglesia
Católica de Carora tenían anotados hermanos del lejano Reino de Irlanda,
Francia, Italia, España, Canarias, Cuba Santo Domingo y Nueva Granada. Silva
Uzcátegui refiere que nuestro juego del garrote, único en Venezuela, proviene
de Mauritania. La Raza Carora ha venido a fortalecer geneticamente los rebaños
de bovinos de colombia y los estados venezolanos Bolívar, Anzoátegui, Monagas, Guárico, Zulia.
Es la única raza lechera del trópico en el mundo.
Parece increible que un pájaro del
semiárido cuente con más ejemplares en Europa que en el Estado Lara. Me refiero
al cardenalito Carduelis cucullata , ave en cautiverio que se emplea para darle
color a los canarios de Bélgica, Holanda o Francia. Llegará el día en que
algunos ejemplares serán repatriados para reinsertarlos a su patio original.
En los días que corren nuestros músicos son aclamados en Sidney, Hamburgo,
Aberdeen o Sao Paulo. Me refiero a los Maestros Alirio Díaz, al joven Gustavo
Dudamel o a Rodrigo Riera. Somos la Raza Cósmica de la que habló en 1925 el
filósofo mexicano José Vasconcelos al referirse a la enorme sensibilidad
estética de los pueblos de Hispanoamérica.
Cuando los larenses nos reunimos en multitud para entonar una melodía, somos
capaces de corearla de manera afinada, lo que no acontece en otras regiones de
Venezuela. Es que el talento musical y melódico es parte constitutiva de
nuestro ser larense que recorre el Universo entero.
III. Coda.
Si la virgen de Guadalupe es la identidad de México, como afirma Octavio Paz,
bien podríamos decir que la Divina Pastora lo es la de los larenses. Una
impresionante multitud de dos y más millones de almas acompañan a la virgen
cada 14 de enero. No existe paralelo de tal manifestacion de fe en Venezuela.
Los larenses nos vemos la cara unos a los otros ese extraordinario día. Es un
sentimiento de comunidad afincado en lo visual y presencial: una multitud de la
cual el individuo es parte constitutiva y que la tiene frente a sí. Es una
comunidad espiritual que no está solo en la imaginación, es una presencia: un
dato de los sentidos.
Barquisimeto le da sentido y direccion al Estado Lara. Es una macrociudad que
de seguir su vertiginoso crecimiento demografico, pronto representará el 80 o
el 90 % de la población de la entidad. Esto no es saludable ni desable, pues la
urbe sufre de déficits del recurso agua muy graves. La solucion, la Represa de
Yacambú espera ser terminada después de casi medio siglo de iniciada. Debemos
reforzar entonces las otras ciudades y poblados del interior: Duaca, El Tocuyo,
Carora, Siquisique, Quíbor.
El llamado Bolsón del Semiárido larense amplía indeteniblemente sus
territorios, los cuales arrebata al resto de nuestra geografía. Esto no puede
seguir sucediendo y en el futuro habrá que hechar adelante una agresiva y
contundente tarea de detención de la zona árida. Ello pasa necesariamente con
la conservación del Nilo de Centroccidente: el Río Tocuyo y sus afluentes.
Nuestros nietos y bisnietos nos lo agradecerán.
Arnold Toynbee se refería a las virtudes de la adversidad, las que hicieron
florecer magnificas civilizaciones en medios naturales desfavorables. Guardando
las proporciones, es nuestro caso, pues es evidente que no hemos tenido sino
escasez del recurso agua y abundantes suelos arenopedregosos. Hogaño ningún
pozo petrolero se ha explotado en nuestro solar nativo. Pero somos una
referencia cultural de primer orden en el país. Lara es un estado de pocas
migraciones internas. Los larenses prefieren quedarse en su estado natal en
donde cada 14 de enero y en torno a la virgen de la Divina Pastora nos
encontramos cara a cara, un hecho sociológico insólito y original en Venezuela.
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domingo, 17 de
agosto de 2014
La idea que tengo sobre la ciudad de Carora está condicionada por un
recuerdo inicial que me ha resultado, después de medio siglo, imborrable, y
permanece como intacto. Llegué a esta vieja y rancia ciudad del siglo XVI
siendo un niño, entrándole desde los Andes venezolanos que me vieron nacer, y
no desde el semiárido, como era la costumbre, allá por los años 1960. Después
de asombrarme por la neblina y los abismos de los páramos larenses, bajábamos,
mi padre Expedito y yo, a la Depresión de Carora, geografía árida y reseca.
Tierra sin jugo, enjuta, refugio del diablo y de una curiosa expresión de la
hispanidad, la godarria caroreña.
Habíamos dejado atrás aquellos primorosos pueblecitos serranos donde
solíamos oír fantásticas historias del salvaje, una
especie de oso capaz de raptar doncellas y niños arrebatándoselos a sus madres;
en una montaña, La Triguera, al sur de Cubiro, mi pueblo de
nacimiento, vivía en una cueva una mujer que tenía varios hijos con ojos de un
azul muy intenso y de los cuales nadie daba razón de sus paternidades; los días
lluviosos eran prolongadísimos y nos contaban los viejos de hombres fulminados
por rayos y centellas después de proferir vehementes insultos a lo sagrado. La
blasfemia es, según Antonio Machado, una oración al revés.
De no haber aceptado mi padre el cargo de Director de escuela en la
calcinante ciudad de San Juan Bautista del Portillo de Carora, no hubiese
conocido a tan idiosincrático, heteróclito y singular conglomerado
humano. Y lo digo porque si bien pertenecemos a la cultura universal de habla
castellana y religiosamente católica, no es menos cierto que a pesar de ello
posee la urbe del río Morere rasgos que le son muy suyos y que le dan a
su ethos católico y barroco una fisonomía particular.
Nuestra modernidad, si acaso puede usarse tal término, es una modernidad
barroca e incompleta, pues no ha terminado de realizarse acá entre nosotros la
fusión en el mestizaje étnico, lo que en el resto del país se logró en el siglo
XVIII. Quiero decir que acá ha persistido el sentido excluyente y de casta que
se erosionó y sufrió un enorme desgaste con la violencia durante la Gesta Magna
y la Guerra Federal. Los paladines de tan curiosa singularidad social en la
primavera del siglo XXI son los llamados “godos de Carora” o “caras
colorá”. Ellos son los introductores de la modernidad europea y
norteamericana a la ciudad del Morere, pero también se han anclado en conductas
decididamente premodernas, como la de un catolicismo ortodoxo que viene del
Concilio de Trento del siglo XVI, así como en unas relaciones sociales y familiares
basadas en una persistente endogamia biológica y espiritual, que habría
asombrado al mismísimo Gabriel García Márquez. Una frontera mental, religiosa,
espiritual, legal, física, racial y de sensibilidades en cuanto al rigor de los
tiempos, de las campanadas de la iglesia, del ritual, de los rezos, del recelo
hacia las castas, nos dice Alejandro Cardozo Uzcátegui.
Al llegar a Carora nos instalamos en la flamante y espaciosa residencia
del director del Grupo Escolar Ramón Pompilio Oropeza de Carora, una soberbia y
altiva arquitectura escolar diseñada por el gobierno medinista de los años 40 y
su extraordinario esfuerzo organizativo y de planificación educacionistas. De
estilo neocolonial, atribuible al arquitecto Carlos Raúl Villanueva por el uso
ecléctico de diversos elementos arquitectónicos, tiene largos y frescos
pasillos, frondosos patios y techos entejados. Carecíamos de refrigerador,
hamacas y de mosquiteros, por lo que los primeros días fueron de dura y áspera
acomodación. Aquello sucedió -para ser exactos- el 16 de septiembre de 1960.
Habíamos descendido cerca de un kilómetro tomando en consideración
que Cubiro se halla ubicado a 1.500 metros sobre el nivel del mar,
hasta los 430 metros de la Depresión de Carora.
Sin embargo, la escuela donde nos asentamos era una especie de oasis por
su tupida vegetación de verdísimas acacias rojas y amarillas traídas por no sé
quién desde la lejanísima Indochina, además de cayenas y caujaros (Cordia
spp). Allí se daban cita paraulatas y torcazas cantoras, loros y cotorras,
pero lo que maravillaban al niño que era yo, fueron las cantarinas chicharras o
cigarras, insecto que le da el nombre a la ciudad de Carora en la antiquísima
lengua arawaca. Se alimentan de savia vegetal y sufren una curiosa metamorfosis
después de cantar hasta ensordecernos, dejando una caparazón
amarilla y seca en las ramas arbóreas. Viven en todos los continentes de la
Tierra, excepción sea la de la gélida Antártida. Ese canto entonado del macho a
mediodía tiene una erótica misión: atraer a la hembra. Bajo la agradable sombra
de los follajes del Grupo intenté hacer algo increíble. En uno de aquellos
largos agostos quise instalarme en una silla de extensión a leer todas y cada
una de las páginas ilustradas de una colosal enciclopedia que por fascículos
llegaba semanalmente a la escuela. Se llamaba Monitor y venía de la lejanísima
Península Ibérica.
Ese lugar de cobijo era también el hábitat de varias especies
terrestres de insectos, reptiles y pequeños mamíferos. En octubre y con las
lluvias salían de sus refugios terrestres unos grandes y tímidos sapos, algunos
de los cuales se metían a la habitación, debajo de mi cama. Los lagartos eran
miríadas, y les daban los chicuelos el nombre de lagartijos. La mayoría era de
un gris vulgar, pero existía uno que era una maravilla de azul intenso y
amarillo que los niños caroreños llamábamos “azulejos”. El cachicamito era
un insecto que abría una suerte de cono en la tierra para atrapar a sus
congérneres arrojándoles con la cola pequeñas cantidades de arena. No faltaban
los ratones campesinos y las muy trabajadoras hormigas con las cuales hice mis
insectarios en frascos vacíos de mayonesa. “Luis pasó tooodo el mes de agosto
adorando las hormigas” decía mi mamá, Claver. Y no podía faltar el zumbido de
los magníficos voladores negros y rechonchos, los cigarrones. Mi padre me decía
que eran de la misma familia de las abejas, pero que elaboraban una cera y una
miel ácida al paladar.
Es el semiárido venezolano la cuna de la colonización hispánica del
siglo XVI. Juan de Ampíes y los Welser irrumpieron sobre Sudamérica, no
olvidemos, desde su cimiento sita en Coro, voz chaquetía que significa “lugar
de los vientos”. Hispanos y tudescos arrancarán desde allí para internarse en
el continente tras la búsqueda de la mítica ciudad de Manoa, una afiebrada
exploración tras del áureo metal. Seguirán aquellos intrépidos la ruta trazada
por las inmemoriales y prehistóricas “rutas de la sal” aborígenes, para de tal
forma plantarse en lo que ahora es el estado Lara, al centroccidente de
Venezuela, para fundar tres orgullosas y presumidas ciudades de blancos: la
“Ciudad Madre” de El Tocuyo, Barquisimeto, y por último Carora como
vía de comunicación con la laguna de Maracibo y la ciudad de Coro.
Al abrigo de una geografía imposible por su dureza y reciedumbre, la
Ciudad del Portillo se dio unos contornos y unos caracteres muy propios. Se
trata de una depresión geográfica que nos separó durante siglos del resto del
occidente venezolano. Es una suerte de enorme circo o anfiteatro que rodea con
serranías y picachos a tal depresión. Hundimiento tectónico atravesado por un
único río, el que por su extensión nos retrajo y distanció del Lago de
Maracaibo, de Coro y de Barquisimeto, de los Andes. Esta enorme superficie, por
su vasta extensión comparable en superficie a la de algunos otros
estados de Venezuela, tiene un clima desusado para el trópico, pues los
semiáridos no son climas precisamente ecuatoriales. Son una curiosidad o una
rareza geográfica los áridos venezolanos.
Esta geografía deslumbrante es el reino indiscutible del cují (prosopis
juliflora), una planta que tiene primos hermanos muy distantes y lejanos:
en Arabia Saudita, el Sahara africano y la milenaria India. En América extiende
sus brazos protectores desde México hasta el Perú. El Gran Sertao de
Guimaraes Rosa y el Chile de Neruda son su asiento privilegiado. En nuestras
“playas” de la Otra Banda caroreña se bate a duelo por el espacio con el dividive (Caesalpinia
coriaria), otra leguminosa del Caribe mar. Sus minúsculos folios se
acurrucan para protegerse del astro rey, y también por las noches para evitar
la pérdida de la valiosa e insustituible humedad. Un prodigio de la Madre
Naturaleza. Hurgan profundo sus potentes raíces para hacerse del agua hasta
notables profundidades de hasta 50 metros. Los bovinos herbívoros andaluces
traídos en el siglo XVI han hecho el resto para la supervivencia de estas mimosáceas en
estos secos y desabridos parajes: diseminan en sus heces sus comestibles
semillas. Pero la planta guarda para sí una protección del hambre de los
cuadrúpedos en la toxicidad de sus hojas liliputienses.
Rafael Rodríguez era un colosal mecánico de toyotas y “willias” que
vivía frente al Grupo Escolar, en la calle Carabobo. Parecía un charro
mexicano, y cuando bebía aguardiente hablaba como los manitos. Hizo una cosa
extraordinaria con los cujíes de su casa, que era también su taller.
Debajo de la tenue y menuda sombra de esas magníficas plantas sembró algunas
plantitas de café, y para sorpresa de muchos, dieron los frutos esperados por
Rodríguez. Aquello fue muestra palmaria de que, al abrigo de tan diminutas
hojas del cují, se crea una suerte de microclima que hizo posible aquel
prodigio en las callosas manos de aquel fornido mecánico.
Los semiáridos están diseminados por buena parte del globo terráqueo y
no son por tanto una exclusividad de nuestra geografía. Pensemos en las lejanas
estepas de la ex república soviética de Kasajistán, lugar donde transitaban
camellos y mercaderes de la Ruta de la Seda, el outback australiano,
el Sertao brasileño que inspiró a Mario Vargas Llosa con su
novela La guerra del fin del mundo, el sur andalús de España, la
Patagonia que deslumbró a Darwin, y la Cuarta Región de Chile, en otros tiempos
boliviana. Lo que resulta una rareza es precisamente el semiárido instalado en
el trópico, como el venezolano.
Acá en Venezuela y en nuestros semidesiertos se incubó una muestra
notable de la “civilización del calor”, así llamada por Don Mariano
Picón Salas. Distinguió el merideño entre calor seco y calor húmedo, dos
connotaciones fundamentales de nuestra geografía biológica. Carora desde
tiempos coloniales desarrolló, pese y gracias a la geografía, una
vigorosa civilización del calor seco. Es nuestro ardor seco dominante casi todo
el año que arremolina al viento en los meses de junio y julio anunciando la
presencia del diablo de Carora, uno de nuestros más potentes imaginarios
colectivos.
Don Mariano nos recuerda que las fuertes mulas caroreñas, productos del
calor, eran a quienes los llaneros de Páez ponían el primer bozal. Y que los
borricos y yeguas que llevaron allí los conquistadores proliferaban y se
reproducían con mayor talla y resistencia que en sus nativas dehesas andaluzas.
Casualmente en una de esas mulas de seca tierra caliente iba montado Bolívar
–según lo cuenta O’Leary- el día que salió a encontrar a Morillo para el
armisticio de Santa Ana, en 1820. Y durante la Colonia- continúa Don Mariano-
altos prelados y oidores del Virerinato de Nueva Granada se disputaban esas mulas
caroreñas, pagadas en peluconas de oro.
Desmintiendo los determinismos de clima del positivismo decimonónico, y
creando la feliz expresión “civilización del calor”,
dirá el merideño Picón Salas que: “Esas familias vascas de una ciudad de firme
estirpe española como Carora -Riera, Zubillagas, Perera, Oropesa, Aguinagalde-
pueden decir si el calor seco hace mal a la salud y si no se daban
en aquellos caserones de tres patios, familias prolíficas, gentes a
quienes sólo vencía la más añosa longevidad”. El tudesco Federico
Ratzel, pues, estaba equivocado de cabo a rabo.
Parafraseando a Augusto Roa Bastos al referirse al Paraguay que lo vio
nacer, diremos que Carora es una isla rodeada de tierra. Pero constituye una
verdadera paradoja que hubiese a pesar de ello una ciudad tan bien y firmemente
comunicada con el exterior durante el régimen colonial como la nuestra. Y ello
se lo debemos al discurso universalista de la Iglesia Católica, institución
milenaria que echó fuertes y frondosas raíces acá, como podría resultar un
contrasentido, pues siempre asociamos la implantación de la fe cristiana a los
climas templados y cordilleranos del país: Los Andes son el catolicismo, es la
conseja que se repite sin fundamentos firmes.
Esa conexión de Carora con el mundo era un vínculo de otro orden: era
una ligazón metafísica y espiritual que tenía por conducto las
hermandades o cofradías de la Iglesia Católica. A través de estas “estructuras
de solidaridad de base religiosa”, como las define el historiador francés Michel
Vovelle, Carora no solo se conecta con el mundo físico y palpable del otro lado
de las serranías del occidente patrio, sino que se vincula con ese otro mundo
colocado más allá de la humana percepción: el más allá de los cristianos.
Es por esa circunstancia que he llamado a la ciudad del Portillo “Llave
del Reino de los cielos”, pues resulta increíble y hasta insólita la
cantidad y variedad de creyentes asentados en esos viejos infolios cofrádicos
que buscaban de tal manera asegurase el tránsito desde el purgatorio al regazo
celestial. Irlandeses, franceses, italianos, españoles peninsulares como
catalanes y castellanos e insulares canarios, entraron a nuestra cofradía del
Santísimo Sacramento. También lo hicieron cubanos y residentes de las islas de
Santo Domingo y Puerto Rico. Les acompañaron en esa esperanza bíblica de
salvación los habitantes neogranadinos de Tunja, Maracaibo, Coro, San Carlos de
Austria, Valencia del Rey, Caracas o Trujillo y la Barinas del conde de Pumar,
Tiznados, Calabozo. Y los poblados más cercanos a la ciudad del Portillo
también: Siquisique, la mariana población de Aregue y su magnífica virgen
india, La Chiquinquirá, la andina Barbacoas, Quíbor, Río Tocuyo, El Jabón,
Baragua, San Pedro, Carache, la pequeña Mesopotamia de Arenales, San Francisco
o Curarigua de Leal.
Tal circunstancia salvífica llamó la atención de recatadas y púdicas
monjas Concepcionistas de Caracas, altivos bachilleres, curtidores de cueros,
oficiales ingenieros, arrogantes licenciados y doctores de la Universidad de
Caracas, Real y Pontificia, soldados, intendentes de justicia,
maestros de órganos, negros y mulatos esclavos, profesores de medicina, indios,
sacristanes mayores, mulatos, los muy humildes sirvientes, así como
al orgulloso mantuanaje caraqueño encarnado en la figura del
padre del Libertador Simón Bolívar, don Juan Vicente y el terrible “diablo”,
Antonio Nicolás Briceño.
En los amarillentos folios de los libros de la antigua y arcaica
cofradía del Santísimo Sacramento de Carora, pues fue fundada en 1585 por los
conquistadores españoles, aparecen los altivos apellidos de los “grandes
cacaos” caraqueños, los que años después se inmolarían en la Guerra de
Independencia. Helos aquí: Lovera, Tovar, Istúriz, Herrera, Ponte, Bolívar,
Fajardo, Sojo, Blanco, Galindo. Allí está la sociedad mantuana de nuestro siglo
XVIII finalizante, tal como los vislumbró el sabio prusiano Alejandro de
Humboldt: víctimas del resentimiento como producto del desprecio europeo. “Yo
no soy español, soy americano”, solían decir las futuras víctimas del
holocausto de la guerra emancipacionista de principios de la centuria venidera.
La “ciudad blanca” casi desaparecerá en la hecatombe de la guerra.
Esta conexión de la altiva ciudad de Caracas y la lejana y occidental
localidad de Carora nos coloca ante una relación entre dos “ciudades de
blancos” o dicho en palabras de Ángel Rama dos “ciudades letradas”,
dotadas con unos anillos protectores del poder y ejecutor de sus órdenes: una
pléyade de religiosos, administradores, educadores, profesionales, escritores y
múltiples servidores intelectuales, todos esos que manejaban la pluma: un
funcionariado y una burocracia.
Los ojos de buena parte del orbe católico pusieron su esperanza en
la permanencia y estabilidad de aquellas hermandades, a las cuales seguramente
supusieron poco menos que eternas a perpetuidad. Esas impresionantes
instituciones fueron alentadas por una legión de curas y sacerdotes y laicos
comprometidos excepcionales, que le dieron continuidad a tal promesa
redencionista durante centurias. No es ocioso, pues, calificar a Carora
como “ciudad levítica de Venezuela”, tal como la nombró el
sacerdote Carlos Borges en 1918, quien fue confinado allí para purgar unos
cuantos pecadillos de la carne. Centenares de vocaciones sacerdotales desde el
remoto siglo XVI hasta el presente son el signo distintivo e indeleble de la
ciudad del semiárido larense.
ARTESANIA DEL CUERO EN CARORA COLONIAL
Carora, como España, ha estado muy ligada al cuero y a la epidermis
animal. España es semejante a una piel extendida de Occidente a Oriente, diría
Estrabón, uno de los padres de la geografía antigua. A su vez, el Presidente
Guzmán Blanco en una ocasión dijo que: Venezuela es un cuero seco, se pisa por
un lado y se levanta por el otro. Y viene del Andalús español la tradición
medieval de elaborar cueros. Es el espíritu de la antigua ciudad de Córdoba y
sus primorosos guadameciles árabes que rebrota, ¡y de qué
manera!, en el occidente seco de la antigua Provincia de Venezuela. Decae por
efecto de la intransigencia religiosa contra los judíos y marranos en la
Península, pero renace con un vigor extraordinario e impresionante en San Juan
Bautista del Portillo de Carora, donde es probable que tan esmerada industria
haya sido introducida por los misioneros franciscanos del convento de Santa
Lucía. No tendrá esta habilidad inmemorial en manos de indios, negros y pardos,
a no dudarlo, parangón alguno en Venezuela colonial. Estos monjes herederos del
ideal de san Francisco de Asís eran más dados a lo empírico y lo práctico,
lejos de las especulaciones filosóficas de los jesuitas.
Unos monjes desconocidos del convento de Santa Lucía, gracias al
espíritu de observación, descubrieron en las vainas amarillentas del árbol
de dividive el tanino astringente para curtir las pieles
cuando alimentaban a sus bóvidos. Y ese fue el ingrediente principal que hizo
posible que los cueros curtidos caroreños deslumbraran por su finura y
exquisitez en buena parte del mar Caribe y de la Nueva Granada.
Y no solo fueron un éxito de exportación esas badanas, cordobanes,
zapatos, gamuzas, botas, sillas de montar, sino que en la ciudad del Portillo
estos diestros y hábiles artífices del cuero se agruparon en torno a las
cofradías de Carora. No formaron los famosos gremios de artesanos como en la
Península, pues la ley se los prohibió taxativamente. En tal sentido, ese
instinto mutualista y corporativo se expresó en las hermandades y cofradías de
Carora que se constituyeron de tal modo en su lugar de reunión y de tertulias.
Espíritu de extraordinaria sociabilidad que nos alcanza en el presente.
Hogaño esta extraordinaria tradición del cuero es apenas un recuerdo
entre reducidas cantidades de personas. Ha desaparecido entre el
imaginario colectivo de los torrenses y caroreños. Y qué decir de los
venezolanos. Pero ya tendrá su segunda oportunidad esa maravilla de nuestra
destreza e inventiva de los tiempos coloniales. Ello sucederá cuando volvamos
nuestra mirada a la historia de tres siglos de coloniaje, larga etapa de
nuestra existencia como pueblo cuando se forjó el alma criolla. Y sucederá,
Dios mediante, cuando llegue a su final la fiera y brutal dictadura del excremento
del diablo, el petróleo.
EL SANTO PATRONO DE CARORA: SAN JUAN EL BAUTISTA
Esta localidad ha tenido como santo patrono protector a Juan el
Bautista, un predicador del desierto de Judea que hacia una vida de ascetismo y
de privaciones: “voz que clama en el desierto” (Lucas, 3:4 y Juan, 1:23), se
llamaba a sí mismo aquel asceta. Profeta de dos grandes religiones
universalistas: el cristianismo y el Islam. Desde su infancia fue nazir,
es decir, estuvo ligado por el voto a ciertas abstinencias, nos dice Ernest
Renan. El desierto del que estuvo rodeado le llamó desde el primer
momento. Llevaba allí la vida de un yoguí de la India, vestido
de pieles o de telas de pelo de camello, sin otros alimentos que langostas y
miel silvestre (Marcos, 1:6). Abstinencia de carne, de vino, de placeres
sexuales se consideraba como el noviciado de los reveladores. Es, nos atrevemos
decir, el santo patrono que mejor encaja en la geografía caroreña por su
espíritu semítico, a medio paso de dos desiertos, el de Judea y el de Arabia.
¿No es, acaso, el desierto el lugar donde nacieron las tres grandes
religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e islamismo?
Resalta que la indumentaria de este eremita bíblico se componía de
pieles de camello, cabra u oveja. Una vestimenta y una alimentación ciertamente pobre y
menesterosa, que bien ha podido incidir en el psiquismo de los caroreños de
antaño. Austeridad, rigor y ascetismo trasmite la figura del eremita del
desierto, condicion que templó el ánimo y el aliento de los primigenios
pobladores de estos eriales venezolanos. Tierra yerma para hombres y mujeres
arrojados y resueltos para convivir rodeados de una geografia espinosa y
difícil.
LA VIRGEN DEL ROSARIO: LA PATRONA DE CARORA
Pero allí estaba tambien la figura de lo femenino encarnada en la virgen
del Rosario, Patrona de los cautivos. Los españoles le adjudicaban a su serena presencia
su triunfo sobre el turco infiel en la Batalla de Lepanto de 1571. El Veronés
pintó magistralmente y en dos planos aquel decisivo encuentro armado: el
terrenal humano y el sagrado. Sólo tres años antes de esta decisoria
batalla se había fundado Carora, pero como la victoria de la armada
cristiana sobre los turcos tuvo una resonancia universal, por ello tuvo su eco
en la Provincia de Venezuela de entonces.
Esta deidad femenil, empero, se refugió en la cuadrícula blanca y de
raíz peninsular y conquistadora de la ciudad del Portillo, y no fue sino hasta
el siglo XVII cuando se instalará, procedente del Reino de Nueva Granada, el
culto a la virgen de la Chiquinquirá en el vecino pueblo de indios de Aregue,
al norte de Carora. Virgen aindiada y de tez morena, que es como el magnífico
resultado de una cultura mestiza en ciernes. Es uno de nuestros mitos
fundacionales. Epítome de lo aborigen y de lo hispánico será aquel
lienzo espectacular y sus milagros, que por el mes de octubre y en la segunda
temporada de lluvias, celebra, rutilante y esplendorosamente, sus
multitudinarias, rumbosas y pirotécnicas festividades en su honor. Tenemos
fiestas, dice el mexicano Octavio Paz, porque no tuvimos Ilustración.
Y fue un acaudalado comerciante ligado a la altiva y arrogante Compañía
Gupuzcoana, quien a mediados del siglo de la Ilustración proyectará al
occidente de la antigua Provincia de Venezuela tan agraciada y sublime
devoción. Don Cristóbal de La Barreda es su nombre. Se salva milagrosamente de
un naufragio en el Caribe mar, logra nadar con mucho esfuerzo y brío hasta la
playa falconiana. Una vez a resguardo tiene una visión prodigiosa de la virgen.
Aquello transformó hondamente la existencia del rico negociante, quien en largo
peregrinaje buscará sin pausa ni descanso por la Venezuela de entonces a
aquella dama que lo deslumbró. Llega a Carora y el padre Hoces le dice que en
Aregue podía estar aquella sublime mujer. Y en efecto, en ese lugar estaba la
rutilante y esplendorosa imagen al óleo de la celestial dama a quien Don
Cristóbal atribuyó su salvación. Adorada por los indios lugareños y dotada con
un detalle precioso y admirable que anuncia ya una identidad americana: el Niño
Jesús tiene en su mano derecha una colorida ave del semiárido, un cardenal,
colocado allí por la fértil imaginación de un anónimo pintor de nuestro barroco
siglo XVIII.
Alrededor de la cuadrícula de la Plaza Mayor de la ciudad del Portillo
se asentaron los dos poderes sobre el que se levanta la cultura hispánica: la
iglesia y el ayuntamiento. Una arquitectura hecha para permanecer, la iglesia
de San Juan y la Casa Amarilla, edificios que después de cuatro siglos aún
reciben visitantes maravillados, y que muestran una impronta andalús o canaria
en sus diseños. Todo muestra austeridad. Hasta nuestro barroco está como
gobernado por la economia de la forma, estilo que tiene como epitome las
fachadas desnudas y desabrigadas de nuestros templos coloniales. Es un “barroco
espartano”, si cabe la expresión. Es la manifestación clara de
la ausencia de aborigenes a los cuales deslumbrar, o bien la dificultad de
obtener materiales constructivos durables, así como alarifes y albañiles.
Carora es el producto del desengaño doradista, del fervor religioso a toda
prueba del catolicismo tridentino, y de la simplicidad de los pueblos
agropecuarios.
Y allí estaban las casas coloniales, con anchas paredes y muros, amplios
patios andaluces en donde se reproducían los huertos peninsulares, habitaciones
protegidas por las infaltables celosías y mamparas, que son una suerte de panópticos coloniales.
Quedará para futuros investigadores determinar cómo este elemento
arquitectónico modeló nuestro psiquismo, que dotó de ese espiritu
fisgón y curioso en extremo de los caroreños, inclinados y propensos
para la vigilancia , el control y la corrección. Recato y pudor que fue
quebrado en algunas ocasiones memorables, como el del escándalo protagonizado
por Inés de Hinojosa y su amante, el bailarin Jorge Voto, escenario que
simboliza y alude una ruptura con el mundo simple y mojigato de
Carora. Una discordia que pagará Voto muy caro. En la Tunja neogranadina será
asesinado este héroe danzarín y romántico, que será liquidado por el nuevo
amante de aquella mujer fatal, ella, que contribuye al crimen del artista ¡con
sus propias manos! Este horrendo crimen a dado origen a una de las dos
versiones de la Leyenda del diablo de Carora.
En estos frescos corredores y amplias habitaciones se incubó en tierras
tropicales el llamado “yoga hispánico”, su majestad la siesta
de mediodía. Saludable hábito castellano que deberían imitar los
anglosajones, molidos por el trabajo y el stress. En nuestras tierras se alió
el sueñito del día a la espléndida hamaca, el “lecho y abanico” de
Luis Beltrán Guerrero, herencia de los pueblos aborigenes del Caribe mar. La
cultura de la siesta la hizo posible otro invento castellano o andalús nombrado
con acento morisco: la alcayata. Este clavo acodillado era
desconocido por los arawacos, pues estos aborígenes colgaban sus redes
vegetales de árboles y follajes. Debió llegar la tapia hispánica para que un
desconocido español tuviera la muy genial y brillante iniciativa de colgar allí
a la depositaria de nuestra pesadez meridiana. Hamaca, chinchorro y alcayata,
en hermosa simbiosis han dado lugar a una prodigiosa síntesis de la cultura de
ambos lados del Atlántico.
No hay casita en Carora sin hamaca colgada del humilde chinchorro
compañera. Hace medio siglo llegar a la sultana del Morere a hora meridiana y
de aceras y calles reverberantes, era llegar a un pueblo desolado: poca gente,
pocos carros y autos, poco ruido. Apenas el sonido murmullante de
los acondicionadores de aire anglosajones en las casas patricias. Más allá, el
vaivén de los ventiladores de aspas de la clase media nacida al calor de la
explotacion del petróleo. Y finalmente la oscilacion melódica del chinchorro o
de la hamaca de nuestras barriadas populares allende al quebradón rebosadas de
“caras mohosas”, apelativo empleado por los patricios caroreños para
designar a las clases populares, término despectivo que -gracias a Dios- va en
vías de extinción.
Este saludable hábito ha creado la idea sesgada del caroreño perezoso y
negligente. Nada más apartado de la realidad, pues se ha demostrado que dormir
despues del almuerzo aumenta el rendimiento y la creatividad. Hombres de gran
talento y competencia ha producido esta yerma geografía que, paradójicamente,
no ha sido árida o baldía de ingenio. Estos ojos que escriben han visto
tumbarse plácidamente en sus angarillas y balancines al Doctor Pastor Oropeza y
al Maestro Alirio Díaz, para solo mencionar dos portentos de nuestra cultura. Y
qué decir de nuestro “pensador de hamaca y zaguán”, el Maestro Cecilio
Zubillaga Perera, de tan magistral manera calificado por el filósofo apureño y
palmaritense José Manuel Briceño Guerrero, un enamorado desde sus años mozos de
Carora.
Al arrogante y engreido mundo noratlántico lo salvará- no cabe duda
alguna- nuestro Ariel latino y soñador. Lo salvará del
utilitarismo materialista que se opone al buen gusto estético nuestro espacio
simbólico de habla castellana mestizada, antípoda de la barbarie utilitaria
anglosajona. La soberbia lengua de Cervantes es nuestro lugar común. El
lenguaje es la casa del Ser latinoamericano.
Sería una enorme pretension hablar del Idioma de los caroreños como
si tuviesemos un Jorge Luis Borges indígena de las tierras del Morere. Tampoco
es viable que tuviésemos un Breve diccionario del caroreño exquisito,
pues si algo tiene el habla de nuestros locales es precisamente la llanura y el
igualitarismo de nuestras expresiones. Tan breve como el del argentino Adolfo
Bioy Casares al registrar unas 500 palabras rioplatenses, Gerardo Castillo y
Pablo Arapé han tenido la feliz y radiante iniciativa de escribir nuestro Diccionario
de caroreñismos. Allí están unas palabras que sorprenderían al mismo
Maestro Angel Rosenblat. Las palabras no son palabras - dice Ortega y Gasset -
hasta que son dichas por alguien. Una de ellas por su carácter heteróclito
es rolianza, que se emplea para denominar a las trabajadoras
sexuales, vocablo que es tan nuestro como el delicioso y único lomo
prensao, fino embutido adobado con nuez moscada y otras especias,
tales como comino, clavo de olor, canela, pimienta y
guayabita, todo lo cual ha resultado ser la única receta de alimentos
propiamente autóctona, quizá porque se necesita prensarlo por tres días bajo el
radiante Sol caroreño, y en particular el sol del caserío Las Palmitas, lugar
donde dicen que se inventó el “lomo prensao”, tipificado por Reni Anzola
como un intento local del jamón curado ibérico, hecho por las manos de don
Adelis Sisirucá y su tímida esposa Mercedes Barrios, prima hermana de Chayo
Barrios, ese otro portento de la gastronomía del barrio Torrellas a quien he
llamado “Sacerdotiza del paladar de los caroreños”. Chayo elabora una gallina
deshuesada y unas hallacas que hacían de las delicias de los hermanos Curiel,
simpáticos galenos caroreños de raigambre y solera sefardí.
Desde la época colonial debe de venir consertao, palabreja
que parece de extraccion portuguesa que designa al muchacho de crianza de una
casa, particularmente las de los “godos de Carora”, que se le destina para
hacer los mandaos a pulperías y bodegas. Podría decirse que
una casa de familia mostraba su éxito económico y su poder e influencia en la
sociedad por la cantidad de muchachos mandaderos a su servicio. Y no
faltaban consertaos en algunos hogares de la altanera clase
media que hacía denodados esfuerzos por hacerse un lugar preminente en aquella
sociedad marcada, en pleno siglo XX, por el orgullo de las castas y los
linajes.
Nuestra infaltable siesta de los mediodías ha hecho posible la memorable
expresion chocar los juanes; el ser comedido con las palabras
generó esta otra como Picho ele palito en boca; en tanto que
la flojera se designa con una breve como concisa palabra: ñemeo. A
la chicha de arroz le decimos resbaladera, bebida refrescante que
se vio envuelta como en una suerte de magnicidio frustrado cuando le provocó
terrible diarrea a Su Excelencia el Libertador de paso por acá en 1821.
Seguramente cautivó el paladar de Bolívar las lujuriosas aromas y las
acariciantes fragancias del agua de azahares oriental y de la
vainilla, especia que Hernán Cortés llevó desde México a Europa en el siglo XVI
para cautivar el gusto de los monarcas católicos.
Una sociedad tan marcada por la intransigencia del catolicismo daba, sin
embargo, lugar y admitía ciertos pecadillos de la carne. Entre santa y
santo, pared de calicanto. De tal manera nació la voz cebera y
su diminutivo ceberita para designar a las damas proclives a
los amores diversos y hasta numerosos. Una suerte de machismo al revés, pues.
Hogaño algunos lo llaman hembrismo. La expresión fullera y
fullerita no tiene el sentido de tahúr y de tramposo del castellano
culto, como diría Ángel Rosenblat, sino que se usa acá como engreída y
presumida. En los tiempos mayameros, ya idos, del dólar a 4,30 luisherreriano,
se les decía sifrinas.
Una interesante aliteración es la simpática locución golingolin, que
ha de significar algo así como colgado o guindando. Pareciera derivarse
de jolín, vocablo ya en desuso en la Península. La geografía
del semiárido generó las voces de improntas precolombinas: lefaria,
guanajo y tambien semeruco (Malpighia emarginata). Gracias
a la primera de estas plantas el caroreño pudo apagar su sed arcaica y
secular, pues al arrojar trozos de cactus lefaria a las aguas
turbias se produce el milagro de su aclaramiento en aquellos minúsculos
manantiales que apagan la sed, espejos del semidesierto: los aljibes.
La singularidad lingüística caroreña se expresa de manera primorosa en
nuestra gastronomía, la cual se ha constituído por su consistencia en una
“region gastronómica” propia, situada al occidente de Venezuela. Centroccidente
-y más certeramente el estado Lara- se ha considerado como lugar de origen de
la gastronomía venezolana. Así, llamamos “carraos” a los
crujientes chicharrones de marrano. Toda una cultura del cerdo existe en
nuestras barriadas y que rivaliza con la del “complejo cultural” del chivo. De allí
vienen los pimpinetes de Barrio Nuevo, el viril morcón,
ambos yantares preparados de las entrañas del chancho. Ayoleida te espera en su
gentil residencia barrionovense para ofrecértelos. Lucinita Pérez Barrios en la
calle Contreras prepara las mejores longanizas, que son las
tripas del cerdo rellenas de marrano molido
El mondongo o mute de chivo o de res,
este último una versión criolla de los callos madrileños elaborado
con vísceras, huesos y patas de res, es obligacion religiosa dominical
ingerirlo con arepas calientes. Los domingos por las mañanas se observa una
cosa rara que es el insólito y extravagante desfile de niños,
mujeres y hombres que con cacerola bajo el sobaco salen a hacerse de unas
raciones de este suculento asopado nuestro. A veces sucede una
situación tan surrealista que habría de sorprender al mismo André
Bretón: y es que pailas, cacerolas, marmitas y peroles de toda laya son quienes
solitarios hacen las colas a la espera de su porción de
mondongo. Jorojoro se le llama a un agregado de maíz que le da
cuerpo y consistencia a esta espesa sopa que nos dejaron nuestros bisabuelos
españoles, al tiempo que nos enseñaron a tumbarnos a comienzos de la tarde en
el delicioso letargo que hace pausa entre la mañana y la abrazadora segunda parte
del día.
En el centro de Venezuela se le da el nombre de “tostada” a una arepa
rellena de carne, huevos en revoltillo con tomate, caraotas o jamón. Pero en la
ciudad del Portillo es una verdadera bandeja bifronte, que rivaliza en
grandiosidad y lucimiento con la “bandeja paisa” colombiana. Es la
famosísima “tostada caroreña”, contentiva de dos generosas arepas
rellenas de jamón y queso, acompañadas de chicharrones de marrano, huevos,
papas y caraotas fritas, ensalada. Un verdadero y sin igual manadero
de sensaciones gustativas. Se dice que este plato nació en el sector El
Trasandino, en el sabroso restaurant de los populares señores Nicolás Cuicas y
Neptalí Barrios, conocido entre los choferes y viajantes como El Néctar.
Pero el reinado gastronómico de Carora lo constituyen los portentosos
lácteos, que son un abanico casi inagotable de productos derivados de las
leches de vacas y cabras: suero, crema o nata, suero verde, suero “esmechado” o
aliñado, mantequilla, quesos de taparita, quesos de crinejas, quesos aliñados,
queso manota, queso de mano, queso de bolita, queso de “toncha”, queso chillón…
Cosa curiosa constituye el hecho de que siendo el Municipio Torres del
estado Lara en Venezuela, una region con tan limitados y escazos recursos
hídricos, se halla desarrollado acá una legión de extraordinarios nadadores,
deportistas de las brazadas que protagonizan un sin par espectáculo colectivo
al lanzarse en tiempos de grandes crecientes desde el Puente Bolívar a las
bravías e indómitas aguas de ese “arroyo aprendiz de río”, el Morere.
Ese pardo y peresozo curso de agua es elemento formativo de la
masculinidad de los caroreños. En uno de sus pozos, casi un barrizal, El Pozón
de Chicorías, se ponía a prueba la defensa de la hombría en aquellas atacazones
de barro memorables que bien podían terminar en un acto de violación sexual.
Luego continuaba otra prueba de virilidad en el ejercicio de la zoofilia, lo
que los antiguos religiosos monjes de la Colonia llamaron bestialismo. Los
zoofílicos en la ciudad del Morere son enjambres y tienen una reputacion de
potencia sexual casi mitológica. Los altaneros cachacos de la sierra colombiana
atribuian este nefando pecado a los bárbaros e incorregibles costeños del
Magdalena, el Atlántico, el César y La Guajira, que son -quién lo puede negar-
nuestros primos hermanos de la cultura del Caribe mar, nuestro mare
nostrum. La zoofilia es un componente primordial de la cultura popular en
los estados Falcón y Lara del occidente de venezuela, tanto como la ilustre y
genial mamadera de gallo colombo-venezolana, tan exaltada por
Gabriel García Márquez.
Se equivocan quienes hacen derivar nuestro agudo sentido de humor
caroreño de nuestra vecindad zuliana. El famoso “maracuchismo-leninismo” de la
década de los años 1960 y 1970 nutrió bastante sus propuestas
metafórico poéticas de los larenses y caroreños en particular Enrique León
y Blas Perozo Naveda, mis amigos poetas lacustres, visitaron en repetidas
ocasiones la ciudad del Portillo para nutrirse de las singularidades de nuestro
proverbial humor. Y bastante les sorprendía, pues les animaba su deseo de
construir una gran identidad caribeña e hispánica, según decían estos
simpáticos vates maracuchos ya sesentones por los días que corren.
Chío Zubillaga y Pío Tamayo, contrapunteo de ideas
insurrectas en el semiarido larense.
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8Ch enero, 2024

La inspiración
para meditar y escribir el presente ensayo sobre este par de eminentes
insurrectos del semiárido occidental larense venezolano en tiempos de la
satrapía andina de Juan Vicente Gómez (1908-1935),
el caroreño Cecilio “Chío” Zubillaga Perera (1887-1948)
y el tocuyano Pío Tamayo (1898-1935),
que no pretende ser exhaustivo ni más ni menos, viene desde felices, diversas y
variadas circunstancias que enumeraré de seguido.
La primera tiene
que ver con el nombre que le he dado: Contrapunteo, apropiada palabra que he
tomado del antropólogo cubano Fernando Ortiz y su magnífica obra Contrapunteo cubano del
tabaco y el azúcar, singular trabajo editado en La Habana,
Cuba, en 1940. Si el isleño se refiere a dos productos vegetales y su
incidencia en la cultura de la mayor isla antillana, yo me encargaré de hacer
un contrapunteo entre estas dos relevantes figuras históricas de la cultura y
la política del semiárido larense venezolano que enfrentaron la barbárica
dictadura andina desde dos perspectivas semejantes y diferentes en algunos
aspectos, empleando para tal cometido el método comparativo que aprendí de Marc
Bloch y Lucien Febvre, fundadores de la Escuela de Anales en 1929, y de los
maestros Federico Brito Figueroa y Reinaldo Rojas, mis estimados mentores
venezolanos.
Lo segundo tiene
que ver con la amable solicitud que me hace el consagrado escritor y
docente caroreño Juan Páez Ávila,
y el profesor Gorquin Camacaro para
que colabore con la excelente Revista Carohana con un ensayo
referido a Pío Tamayo y que creí pertinente extenderlo y ramificarse hasta la
figura de otro rebelde del semiárido como Chío Zubillaga, su contemporáneo
vital y de luchas.
Es estímulo
tercero es el esfuerzo de comprensión que hago desde hace años para entender lo
que he llamado “genio de los pueblos del
semiárido larense venezolano”, un espacio geográfico que
brilla por sus realizaciones culturales desde la época colonial, y que incluye
a tres ciudades de gran solera y tradición: El Tocuyo (1545), Barquisimeto
(1552) y Carora (1569), poblados que constituyen lo que he llamado “triángulo
colonial barroco”, una realidad mestiza que es raíz de nuestra innegable
preponderancia nacional en los ámbitos de música y literatura, categoría de
análisis que se fundamenta en la “Región Barquisimeto” 1, creada por el Dr. Reinaldo Rojas en 1995.
Con ello entramos en conocimiento que ninguna de estas tres ciudades del
semiárido puede ser examinada por separado o de forma autónoma, pues una trama
muy imbricada las ha unido fraternal y secularmente. Debo agregar que además de
los aportes de Reinaldo Rojas, debo sumar a otras eminentes personas que han
pensado nuestra realidad histórico social del Estado Lara: el sabio Francisco Tamayo, Rafael Domingo Silva Uzcátegui,
Héctor Mujica y Luis Beltrán Guerrero.
Y quinto: cuento
con un antecedente muy puntual con respecto a Chío Zubillaga y Pío Tamayo colocados
uno frente al otro, inspirados personajes a quienes sugerí establecer
utilizando el método comparativo del hacer histórico a mi tutorada la Dra.
Isabel Hernández Lameda, quien de muy buena y brillante manera lo realiza para
su Tesis Doctoral en el año 2019, en el Doctorado en Cultura Latinoamericana y
Caribeña, Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Barquisimeto. Es la
base conceptual y metódica en la que se afinca mi ensayo presente.
Los venezolanos y larenses, hombres del
semiárido, Chío Zubillaga y Pío Tamayo comparten estos dos rasgos señeros y
fundamentales, que nos ayudan grandemente a su comprensión: son un par de auténticos
“intermediarios culturales”, tal como los identificamos valiéndonos de la
categoría de análisis del historiador marxista francés Michel Vovelle 5, y son
de igual manera “Rebeldes Primitivos”, otra interesante categoría de análisis
que tomamos de Eric Hobsbawm 2, eminente historiador marxista cultural
británico.
Se comportan como
efectivos intermediarios culturales, puesto que ambos comparten dos culturas,
cultura popular y cultura de elites. Otros intermediarios
culturales en sociedades tradicionales serán el cura, el maestro de escuela, el
médico, el notario. Son una suerte de mestizos
culturales, unos inspirados, demiurgos del mundo social en la dialéctica
cultura de elites-cultura popular. Chío Zubillaga y Pío Tamayo han asistido a
los colegios, han tenido acceso a las humanidades clásicas, poseen nutridas
bibliotecas, frecuentan logias y academias. Son agentes de circulación de
nuevas ideas, la Encíclica Rerum Novarum de 1891, el marxismo soviético, el
modernismo de Rubén Darío, los poetas malditos franceses, el arielismo de Rodó,
el anarquismo ibérico, la revolución mexicana de 1911, entre otras ideas y
acontecimientos que estremecieron los inicios de la centuria pasada.
Colocados en el
universo de los dominantes y de los dominados, dice Michel Vovelle, adquieren
una posición excepcional y privilegiada,
ambigua también, en la medida que pueden encontrarlos tanto en el papel de
perro guardián de las ideologías bien consideradas como el portavoz de
rebeliones populares.
El caroreño asiste
a la escuela primaria y también de manera interrumpida al Colegio La Esperanza
o Federal Carora hasta 1899 del Dr. Ramón Pompilio Oropeza, será en lo sucesivo
un notable escritor, periodista y epistógrafo autodidacta, como pocos hemos
visto; Tamayo será discípulo del
bachiller Egidio Montesinos y su célebre Colegio de La
Concordia, así como el Colegio de La Salle de Barquisimeto. Conocerá allí las
humanidades clásicas y la ciencia natural fundamentada en el positivismo
decimonónico, en los mismos bancos que ocuparon Lisandro Alvarado y José Gil
Fortoul, eminentes representantes del positivismo criollo.
Chío Zubillaga es, a no dudarlo, un personaje
excepcional que llevó una vida zigzagueante, pues nació en el seno del llamado
“patriciado o mantuanismo caroreño”, es decir el grupo social minúsculo que
ocupaba el vértice de la pirámide social. La obra inconclusa de redención
social de su hermano mayor, el Pbro. Dr. Carlos Zubillaga, fallecido en 1911,
las lecturas de los trabajos dispersos del Dr. Ildefonso Riera Aguinagalde
(1834-1882), así como la influencia de la gran Revolución Bolchevique de 1917,
comienzan a producir una espectacular mutación mental y práctica en este hombre
que lo hacen aparecer como un verdadero “intermediario
cultural”, según los llama la historiografía francesa de
los últimos Anales, señaladamente Vovelle. Quieren decir estos estudiosos de la
ciencia de Clío que existen ciertos seres humanos que participan de la cultura
de élites y también de la cultura popular. Demiurgo del mundo social
tradicional, en aquel universo de los analfabetos, Chío Zubillaga asume la
inspiración de la utopía y aún más, propicia la rebelión social campesina y
antilatifundista.
¿Cómo fue
posible que el expresidente del excluyente, sexista y exclusivo Club Torres derivara hacia
posiciones que hacían que sus convicciones liberales radicales se acercaran al
socialismo revolucionario? Hemos dicho que Chío leyó con detenimiento la
doctrina social del Dr. Riera Aguinagalde, quien a su vez abrevar de los
documentos de la Iglesia Católica, en especial los que acercaron la Iglesia a
la cuestión social, el Concilio Vaticano I de 1869, momento en que ella fija
posición firme ante la amenaza del socialismo comunista del siglo XIX, así como
también critica acerbamente al capitalismo decimonónico explotador e inhumano.
Es una posición tercera de la institución fundada por el apóstol Pedro. De
Riera Aguinagalde toma Chío Zubillaga la idea, aún nebulosa en aquellos días,
de la Democracia Cristiana, que intuye de los documentos de Vaticano I, y que
lo hacen aparecer como un adelantado en el siglo XIX de la Teología Latinoamericana de la Liberación del presente.
Chío Zubillaga oye en su radio de onda corta que
en la lejana Rusia se ha producido una descomunal experiencia de cambio social,
la Revolución Bolchevique de 1917, la aurora de los pueblos oprimidos de la
Tierra. Sabe que este inmenso país, sumido en la barbarie se llena de recintos
para la lectura, todo bajo la inspiración de Lenin, a quien se le reconoce como
el mayor creador individual de bibliotecas y centros de
lecturas en la historia de la humanidad. La Rusia
Soviética vence el pavoroso índice de iletrados e ignorantes que ha dejado el
antiguo y ya anacrónico régimen de los zares. Emocionado le sigue la pista al
deseo de los bolcheviques de hacer entrar a su país al siglo XX.
Pío Tamayo pertenecía al abolengo
tradicional tocuyano de la época, nos dice Pedro Rodríguez Rojas 7. La hacienda
El Callao, de las más grandes de El Tocuyo, era de la familia Tamayo Rodríguez.
Sus dotes intelectuales naturales los pone a luz en estos primeros años, en
1910, con apenas 12 años, dirige el periódico ¨ El Juvenil¨ y en 1911 el
periódico ¨Saltos Brincos¨ y ¨Ayacucho¨, junto a quienes irían a ser sus
compañeros de faena político-literaria: Alcides y Hedilio Losada. Junto al
poeta Roberto Montesinos, fundó en 1913 la imprenta Gil – Blas. Desde estos
años, Pío Tamayo incursiona en casi todas las actividades sociales de su ciudad.
Su activa participación en los centros literarios -no solo de El Tocuyo sino
también de Barquisimeto- lo hace ser mal visto por los gobiernos de la época,
quienes lo presionaron a salir del país en 1922.
En julio de 1923
se traslada a Nueva York donde trabaja en una imprenta y en septiembre del
mismo año, emigra hacia La Habana, nos dice su descubridor Raúl Agudo Fréitez
8. Allí entra en contacto con grupos de oposición al gobierno del general Juan
Vicente Gómez, colabora en el periódico Venezuela
Libre que
dirige Francisco Laguado Jaime, al mismo tiempo que escribe en la Revista
Universitaria. Allí también se familiariza con los postulados
del marxismo, participa en la fundación del Partido Comunista Cubano, así como
en la formación de un grupo venezolano de lucha contra Gómez, de matiz
socialista. En mayo de 1924, viaja a Barranquilla, donde funda la organización
revolucionaria marxista Unión Obrera Venezolana.
En
septiembre de 1925, sigue diciendo Agudo Fréitez, acude a Panamá como delegado
a un congreso de estudiantes bolivarianos y participa como organizador y
dirigente de una huelga de inquilinos desarrollada allí en septiembre del mismo
año. Es detenido y expulsado, junto con otros dirigentes
extranjeros de la huelga. Viaja a Guatemala de donde
sale expulsado, casi inmediatamente, por el gobierno del presidente José María
Orellana. En diciembre de 1925, llega San José de Costa Rica; colabora en la
revista Siluetas de la cual llega a ser director y en los
periódicos Avispas y Nueva Prensa. En agosto de 1926
abandona la capital costarricense para viajar a Venezuela en misión política.
Aparece Tamayo en Caracas en diciembre de
1927, agrega Agudo
Fréitez, y se incorpora al plantel de la revista Élite, colabora
también en el diario Mundial. En
febrero de 1928, se une al grupo organizador de la Semana del Estudiante. En la
velada inaugural, recita un poema (Homenaje y demanda del indio) que
alarma a las autoridades por su intención revolucionaria. Es detenido el 13 de
marzo y enviado, junto con otros dirigentes estudiantiles, al Castillo de
Puerto Cabello; dicta para sus compañeros de cautiverio clases de formación
política y los inicia en la filosofía marxista del materialismo histórico.
Durante su detención en el Castillo, se le agudiza una sinusitis crónica y
contrae una grave enfermedad pulmonar. Ya muy enfermo, sale en libertad en
diciembre de 1934; trasladado a Barquisimeto para recibir cuidados médicos,
muere a los pocos meses
Llamar primitivos a estos dos rebeldes no
tiene sentido peyorativo, tal y como podría creerse. Tiene que ver en cambio con las
tradicionales sociedades agrarias en que nacieron y actuaron estos dos
subversivos: dos ciudades coloniales en cuyos vértices se encontraban unas
clases dominantes aristocráticas y dueños de la tierra y del activo comercio
Entresiglos. Son en este sentido dos rebeldes preindustriales que actúan en
sociedades agrarias, artesanales y comerciales: El Tocuyo y Carora. Nacen
ambos a finales del siglo XIX, Zubillaga en 1887 y Tamayo en 1898, pocos
lustros antes de que se produjera la revolución mexicana de 1911 y la gran
revolución Bolchevique de 1917, acontecimiento a escala planetaria que llegará
a oídos atentos de estos dos rebeldes del semiárido larense venezolano. Vienen
del seno de lo que llama Laureano Vallenilla Lanz oligarquías municipales
coloniales, los Alvarado, Garmendia, Yépez, Anzola en El Tocuyo, a los que
debemos agregar a los Tamayo, Veracoechea, Colmenares, Losada; los Álvarez, Riera,
Oropeza, Aguinagalde, Zubillaga, Montes de Oca en Carora.
Estamos en
presencia de dos renegados a su clase mantuana,
católica y colonial, pero que por ello mismo desarrollarán
un profundo sentido y compromiso de lo social en aquella Venezuela gomecista
analfabeta y palúdica de principios de la vigésima centuria.
A Chío Zubillaga se lo tragó la
tierra, afirmaba el poeta Alí Lameda, su discípulo favorito, en su
opúsculo El humanismo proletario de Chío Zubillaga. El
rebelde tocuyano en cambio tuvo un accionar a escala continental, desde New
York a Costa Rica, Colombia, pasando por la semicolonia de Puerto Rico, donde
moriría perseguido el general Cipriano Castro en 1924. Carora fue el escenario
privilegiado, casi único de Chío, Maestro de Juventudes, y
apenas hizo dos viajes a Europa y señaladamente a España donde se entrevistó
con el filósofo Miguel de Unamuno. Tamayo firmará su sentencia de muerte en
Caracas durante los sucesos carnestolendos del año 1928, Semana del Estudiante,
que tendrán repercusión nacional luego de la muerte del presidente Juan Vicente
Gómez.
El discurso ateo y
materializante no logra en modo alguno que Zubillaga se aparte de la fe en
Cristo, redentor de la humanidad. Dos retratos se pueden ver en su
cuarto-biblioteca: el hijo del carpintero de Belén y el de Vladimir Ilich
Ulianov, Lenin, constructor del primer estado socialista del planeta. Tamayo
por el contrario se declara en varias ocasiones escéptico en asuntos
religiosos. El grupo Tonel de Diógenes, fundado por él en 1917, prehistoria del marxismo en Venezuela,
tiene esa marcada orientación irreligiosa, un flagrante anatema en aquella
sociedad construida sobre el discurso del Concilio de Trento del siglo XVI y la
mentalidad colonial barroca con aliños de la Enciclopedia francesa.
La violencia como
correlato de la lucha de clases del marxismo toca a las puertas de Pío Tamayo:
intenta en 1924 una invasión armada desde Colombia para derrocar al general
Gómez, una suerte de anticipo de la “Gabaldonada”, trágica y fracasada insurrección
anti gomera de 1929 con ramificaciones tocuyanas. Chío era mucho más apacible y
enfrenta la feroz dictadura con la palabra impresa y fundando asociaciones como
la Sociedad de Artesanos San José en 1925 y la Biblioteca Pública Dr. Idelfonso
Riera Aguinagalde en 1934. Su seudónimo de prensa lo dice todo: Pacífico Leal.
Congenió con la incipiente dictadura y hasta apoyó los deseos reeleccionistas
del sátrapa andino en 1911. No fue a dar con sus huesos a la cárcel jamás. Se
autoexilió en la hacienda Bocare o la finca El Fraile para tomar aliento en su
lucha contra la “malechuría”, la oprobiosa dictadura así llamada por su
interesante idiolecto.
Pío Tamayo protagoniza el llamado “marxismo en la cárcel”, lo que nos
recuerda de modo inmediato a Antonio Gramsci, teórico italiano quien morirá en
los presidios del dictador fascista Benito Mussolini en 1937. Fue el tocuyano
frontal y de una granítica posición en su enfrentamiento con la dictadura
andina y murió en el empeño en octubre de 1935. Sus escritos sociológicos
fueron cremados por sus carceleros, por lo que se perdió para siempre una
interpretación marxista de Venezuela anterior a Carlos Irazábal, Miguel
Acosta Saignes o Juan Bautista Fuenmayor. El caroreño hará de su
cuarto-biblioteca una especie de universidad popular, visitada por Alirio Díaz,
Rodrigo Riera, Alí Lameda, Luis Beltrán Guerrero, Juan Oropesa (sic), Guillermo
Morón, Elisio Jiménez Sierra, el Catire Timaure, sin sujetar a estos humildes
muchachos a sus creencias de izquierda, pues tuvo discípulos disidentes. Ello
lo engrandece por lo plural de su entorno juvenil. El totalitarismo ideológico
no encontró donde posarse en Carora.
Chío Zubillaga fundó varios periódicos
protestatarios, tal como hizo en su momento Pío Tamayo. Creía que el periodismo era un
ejercicio intelectual, escribe Juan Páez Ávila sobre Chío 8: digno del mayor
respeto y significación, el camino más adecuado para el dominio del idioma y
para la madurez del escritor. Tanto en Europa como en América el periodismo
había sido y lo seguís siendo una vía transitada por los escritores de mayor
prestigio y solidez en sus concepciones de los problemas del hombre y de la
sociedad.
Chío Zubillaga falleció prematuramente y
de manera natural en su casa de habitación caroreña a los 61 años en 1948, cargado de respeto y reconocimiento
de sus coterráneos. No así Tamayo, quien después de espantosos sufrimientos en
las ergástulas gomeras, será liberado solo para morir en 1935, el mismo año,
tres meses antes en que fallece su despiadado carcelero, el “Benemérito” Juan
Vicente Gómez.
Son Zubillaga y Tamayo dos rebeldes
perturbadores que asumieron de distintas maneras el pensamiento marxista, una novedad entonces que comienza por
Argentina con Aníbal Ponce (1898-1938) . Ambos sufrirán en carne propia la
discordia que suponía el hecho palmario de que Marx y Engels habían pensado sus
teorías para ser aplicadas en sociedades capitalistas avanzadas de Europa y
Estados Unidos, las sociedades burguesas e industrializadas de Alemania,
Inglaterra y Francia. Por el contrario, la Venezuela en que les toca actuar a
este par de disidentes es un país precapitalista o imperfectamente capitalista,
anterior al aparecimiento del petróleo. Eran las ciudades antiguas El Tocuyo y
Carora sociedades ancladas en el pasado con economías agropecuarias,
comerciales y artesanales en donde no existían propiamente burgueses ni
proletarios fabriles, sino aristócratas que cuidaban de la limpieza de la
sangre refugiándose en endogamias biológicas y culturales propiciadas por la
Iglesia Católica a través de las dispensas matrimoniales que preservaron
linajes y fortunas.
Las protestas sociales eran primitivas y
en efecto sí existieron y eran protagonizados por sectores mestizos, deprimidos
y analfabetas. En Carora son conocidas las revueltas contra la Guipuzcoana del
siglo XVIII que se expresa en la Leyenda del Diablo de Carora, y la Maldición
del fraile Aguinagalde de 1859, cuyo telón de fondo será la rebelión anti
latifundista de la Guerra Federal. En El Tocuyo republicano fueron frecuentes
rebeliones de machete y escardilla, como los que nos muestra Janette García
Yépez 10 entre aquellos campesinos mestizos que habían creado el golpe tocuyano
y el tamunangue, manifestaciones folclóricas negroides de aliento colonial. El
bandolerismo social es un fenómeno universal y es más que una protesta endémica
del campesino contra la opresión y la pobreza, un grito de venganza contra los
ricos y opresores, carece de organización y de ideología, nos dice Hobsbawm. Es
allí, en esta realidad venezolana de comienzos del siglo pasado donde actuarán
combativamente estos dos insurrectos que pertenecen y se extraen del patriciado
colonial caroreño y tocuyano. Quieren darle coherencia e indicar caminos a la
informe protesta social campesina y analfabeta del semiárido larense
venezolano. Chío y Pío son los adelantados en el pensamiento que intenta
comprender, darle ánimo y aliento a la lucha anti latifundista, por lo cual
podrían aparecerse como unos Robin Hood que se alzan contra el terrateniente
usurero.
Chío Zubillaga
defiende al humilde chivo, calificándolo de “vaca del pobre”, renegando de tal
manera de su clase mantuana caroreña, propietaria ella de los altivos bóvidos y
vacunos que desplazaron a los campesinos, valiéndose de una nueva tecnología
entonces venida de Estados Unidos: el rapaz alambre de púas. Se trata de la
Carora que no sufrió de una Guerra Federal anti latifundista y anti mantuana,
donde la propiedad de la tierra, lejos de democratizarse se reforzó. Cristo, Rousseau y Lenin serán su apoyatura por una reforma
agraria redentora, discurso que se monta sobre la Encíclica Rerum Novaron del
papa León XIII (1891) y el Manifiesto Comunista (1848) de Marx, Engels y el
pensamiento leninista de fines del siglo XIX. En su
defensa jacobina del hombre del campo y del artesano creará y dará ribetes y
perfiles a la preterida cultura popular al exaltar en letra impresa la vida de
los Artesanos Caroreños, al crear la Sociedad de Artesanos San José en 1927. A
falta de proletariado fabril, esforzados artesanos. Luego de la muerte de
Gómez combate sin tregua la voraz terrofagia a través de las encendidas páginas
del periódico Cantaclaro.
Como Pío Tamayo en El Tocuyo, pacata
sociedad que observa con asombro el heteróclito e insólito Tonel de Diógenes
creado en 1917, una como “Hermandad Ritual Revolucionaria”, empleando la
terminología de Hobsbawm, en la que se reúnen periódicamente y en casa de
Tamayo un grupo de exaltados revoltosos, Chío Zubillaga creará una suerte
de logia en que se reúnen jóvenes humildes caroreños, convirtiendo su
cuarto-biblioteca una verdadera universidad popular incrustada en Venezuela
gomecista, para leer buena y actual literatura, oír por radio a la BBC de
Londres y Radio Moscú en español desde 1932.
Los hermanos Alcides y Hedilio Losada, serán los
fundadores junto a Pío Tamayo, Roberto Montesinos, Ernesto Nordohof y Rafael
Guédez de aquel centro literario denominado; «El
Tonel de Diógenes», en 1917. Todos compartieron la
efervescencia juvenil que los hizo destacar en los años 20 del siglo pasado,
dice Janette García Yépez 10. La labor de difusión cultural de estos hombres es
portentosa en el periodismo de expresión literaria. Los hermanos Losada fundan
el periódico El Tocuyo, las revistas Cirano, y Renacimiento dirigida
por Pío Tamayo. Alcides murió consumido en las cárceles gomecistas en 1931. La
gran figura de esta Hermandad será Roberto Montesinos, excepcional escritor al
que hemos llamado “Baudelaire del semiárido larense” después de leer su
prodigioso poemario «La lámpara enigmática», que salió
publicado en 1925.
Con Roberto Montesinos, dice Hermann
Garmendia 11, se hace un alto, para oír una voz nueva, para sentir un aire
poético renovado. Cuando Roberto Montesinos publica “La Lámpara Enigmática” -con prólogo de Lisandro Alvarado-
una luz honda, de extracción francesa, nutrida de alucinante sustancia poética,
hace brusca irrupción proyectando una luz firme en el panorama de
nuestra literatura nacional. No se trata de un poeta silvestre, del hombre
de la improvisación en el corrillo, sino de un gran señor de las letras, lleno
de los más enciclopédicos conocimientos, de una ágil cultura, de naturaleza
mercurial, que se desplaza y se mete, como agua por entre las baldosas, por las
más variadas parcelas del saber, haciendo su brusca y espontánea aparición a
propósito de cualquier tema.
Son pues
nuestros modernistas tardíos: Roberto Montesinos, Pío Tamayo los hermanos
Losada, quienes al decir de Garmendia: “alcanzan
su madurez cuando ya el modernismo de Darío despedía las últimas palomas de su
palomar sonoro”. Estos bardos viven en una
sociedad muy tradicional, fuertemente estamental y jerárquica como El Tocuyo,
poblado colonial fundado en 1545, llamada la Ciudad Madre de Venezuela. Atados
a un entorno de sembradíos de caña de azúcar, arquitectura barroca y una
mentalidad atada al catolicismo más tradicional de conventos y lecciones de
latín, producen sin embargo una literatura radicalmente opuesta a todo lo
que desde siglos coloniales se había escrito allí.
Los modernistas
tocuyanos -los hermanos Hedilio y Alcides Losada, Pío Tamayo, Ernesto Nordohof,
Rafael Guédez, Rafael Elías Rodríguez, y el propio
Montesinos -fundaron La Quincena Literaria, que apareció
entre 1925 y 1929, animarán el estudio del marxismo en un círculo de
iniciados llamado El Tonel de Diógenes, fundado
precisamente cuando al otro lado del orbe nacía la Gran Revolución de Octubre
de 1917, como la aurora de los nuevos tiempos.
Los discípulos de Chío Zubillaga serán
también, como los inspirados tocuyanos, excepcionales hombres de la cultura. Apenas es necesario destacar al
guitarrista de dimensión planetaria Alirio Díaz, al flamante compositor y
guitarrista Rodrigo Riera, llamado el Chopin de la guitarra, al inmenso poeta
políglota Alí Lameda. Quien escribe ha llamado a 1923 Año Eje de la Cultura
Caroreña, pues en esta fecha nacieron grandes y cimeras figuras de la cultura
de nuestro solar nativo, discípulos de Chío Zubillaga: el guitarrista
universal Alirio Díaz Leal (La Candelaria,1923- Roma, 2016),
descubierto por Chío Zubillaga, es a no dudar el caroreño más
universal del siglo XX, consagrado concertista, arreglista de aliento popular,
escritor, dice Alejandro Bruzual (La guitarra en
Venezuela) que es considerado el más importante intérprete
latinoamericano del instrumento luego de Agustín Barrios Mangoré, máximo
exponente y difusor de la música venezolana en el exterior, ha dado conciertos
en la Unión Soviética, Israel, Turquía, España, Italia e Irán. Fue su deseo que
sus restos mortales fueron sepultados en Carora en 2016.
El compositor y
arreglista para la guitarra Rodrigo Riera (Carora,1923-
Barquisimeto,1999) quien por su enorme capacidad de improvisación ha sido
comparado al pianista Chopin, ha sido colocado, dice Alejandro Bruzual, al lado
de guitarristas como Atahualpa Yupanqui y Eduardo Falú, estuvo residenciado en
Francia, enseña en New York y en Barquisimeto, director de cultura de la
Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado, Doctor Honoris Causa, dicta
cursos de perfeccionamiento a guitarristas como Álvaro Álvarez, Darío González,
Roberto González, Valmore Nieves, Rafael Suarez , Efraín Silva, el boricua y
cantante popular José Feliciano, su hijo Rubén Riera.
El poeta, político
y traductor Alí Lameda (San
Francisco,1923- Caracas,1995), discípulo preferido de Chío Zubillaga, autor de la inmensa epopeya El
corazón de Venezuela, El viajero enlutado, El gran cacique (Premio Casa de las Américas,
Cuba) El juglar de las torres moradas, Los
juncos resplandecientes: décimas al Vietnam heroico y mártir ,
perteneció al grupo literario Contrapunto, políglota, traductor de Valéry,
Mallarmé, Rimbaud y Baudelaire al castellano, militante comunista, sufre siete
años de injusta prisión en Corea del Norte de Kim Il Sung por sus críticas al
régimen, liberado gracias a las diligencias de los
presidentes Rafael Caldera, Nicolai Ceausescu de Rumania y Carlos
Andrés Pérez. A pesar de todo este terrible sufrimiento jamás abjuró de su
ideal comunista.
Como hemos
observado, son estos dos iluminados rebeldes
del semiárido larense, grandes e inigualables agitadores culturales en los
tiempos oprobiosos de la dictadura andina. Todo lo cual nos
hace pensar, en sintonía con la historiadora Yolanda Segnini y con su libro
bastante polémico y perturbador Las luces del gomecismo (Alfadil
Ediciones, 1985)12, en el que destaca ella los adelantos culturales de
un gobierno al que se trataba siempre de brutal, primitivo y bárbaro, como el
del general Juan Vicente Gómez (1908-1935). En esta investigación la
autora muestra que en los años del gomecismo (1908- 1935) Venezuela no fue una
nación privada de luces ni aislada del acontecer intelectual del mundo. Aparece
así una vida cultural compleja, con instituciones culturales relevantes y donde
la censura asumió posiciones contradictorias. Con ello se contradecía la
opinión de destacados intelectuales venezolanos que vieron en esos largos 27
años de dictadura una calamidad para la cultura, señaladamente Mariano Picón
Salas cuando dijo “Venezuela entró
al siglo XX en 1936.
No fue ciertamente una etapa oscura y
primitiva de nuestra cultura la casi eterna autocracia de los serranos. Acá resonaron los ecos del
Arielismo rodosiano de principios del siglo XX, los descubrimientos
deslumbrantes en física de Planck, Einstein, Heisenberg, la revolución mexicana
de 1911, la Revolución Bolchevique de 1917, la Reforma de Córdova de 1918, el
Vanguardismo literario, cubismo, dadaísmo, surrealismo, para solo mencionar
algunos hechos 13. Y un rotundo mentís serán estos dos inspirados hombres
del semiárido larense venezolano, Cecilio “Chío” Zubillaga y Pío Tamayo, que
formaron un par de notables grupos de hermanados hombres de la cultura y la
política venezolana de los siglos XX y XXI, en el remoto semiárido occidental
larense venezolano. Una pregunta quedará flotando insistentemente hasta
acá: ¿Podrán ser superados estas portentosas luminarias por nosotros, hombres y
mujeres del siglo XXI?
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