viernes, 18 de agosto de 2023

90° AÑOS DEL ASCENSO DEL NAZISMO AL PODER


Cuando al mariscal francés Ferdinand Foch se le preguntó sobre el Tratado de Versalles que puso fin a la Primera Guerra Mundial, humillando terriblemente al derrotado Imperio Alemán, dijo que ello era solo un armisticio de 20 años. Se equivocó apenas por un año, pues en 1939 estalla la segunda conflagración mundial cuando la Alemania de Hitler invade a su atribulada nación vecina, Polonia. ¿Cómo fue aquello posible, que el país germano se recuperará de tal manera, se armará hasta los dientes, pese a la prohibición de hacerlo por los vencedores, y atacar inclementemente a sus Vecinos de manera fulminante? 


En 1933, hace 90 años, sube al poder el nazismo alemán, un movimiento que, inspirado en la Italia de Mussolini, quiere vengar la humillación a la que Estados Unidos, Francia e Inglaterra le propiciaron duramente a Alemania en 1918. Su líder máximo -Adolfo Hitler- ni siquiera era alemán, pues era natural de un país vecino germanohablante: Austria. Frustrado pintor y sargento durante la guerra del 14, quiere vengarse de lo que considera una conspiración judío bolchevique para destruir al país. Intenta un golpe de estado frustrado en Múnich durante la República de Weimar y es llevado a prisión, allí escribe el libro que le hará famoso: Mein Kampf o Mi Lucha, publicado en 1925. 


La República de Weimar que se instala luego de la derrota, es una nación prolífica en arte y literatura, Gropius, Brecht, La Bauhaus, el Archivo Goethe y Schiller, pero muy débil institucionalmente. Su presidente es un anciano militar cubierto de gloria, Paul von Hindenburg, quien fallece en funciones en 1933. Adolfo Hitler, que ya era canciller, asume la presidencia ante aquella terrible eventualidad. El espectáculo más macabro de la humana historia está montado. 

Parece mentira que una nación tan culta como Alemania se dejase atrapar por un lenguaje incendiario y plagado de insensatos mitos de superioridad de la raza aria o la infame teoría del espacio vital germano. El recientemente fallecido pensador George Steiner dice que los empleados de los campos de concentración oían música de Beethoven y Mozart por las mañanas para ir a trabajar por las tardes en estos crematorios de seres humanos. 

Veamos lo que escribe Steiner de la muy educada nación germana que comete los peores y censurables delitos del siglo XX: “La educación, la  cultura filosófica, literaria, musical, no lograron impedir el horror. 

Buchenwald está a algunos kilómetros del jardín de Goethe. Parece que en Munich, durante la Segunda Guerra Mundial, desde la entrada de la sala de concierto donde se ofrecía un soberbio ciclo de Debussy, se alcanzaban a oír los gritos de los deportados que eran embarcados en los trenes que los conducirían a Dachau, situado muy cerca. No se vio a un solo artista que se pusiera de pie y dijera: "No voy a tocar, porque sería un ultraje para mí mismo, para Debussy y para la música". Y ni por un instante decayó el nivel de la interpretación. ¡La música no dijo que no!” Y en otro lugar dice el filósofo hebreo George Steniner (1929-2020) algo tanto o más terrible: “Las bibliotecas, los museos, los teatros, las universidades, pueden prosperar perfectamente a la sombra de los campos de concentración. Ahora lo comprendemos: la cultura no nos vuelve más humanos. Incluso puede insensibilizarnos a la miseria humana.” 

Mi opinión es que la nación germana fue humillada de manera despiadada en Versalles, no pudo ella pagar las inmensas reparaciones de guerra a los vencedores, lo que desata una hiperinflación horrorosa que relata de manera dramática Bertold Brecht, le fue arrebatada la cuenca industrial del Ruhr, el hambre y la guerra civil eran unas constantes. Es que el resentimiento, que es más poderoso que la lucha de clases, según afirma Marc  

Ferro, atrapa al espirito germánico. El resentimiento, agrega Ferro, es una fuerza más poderosa que la lucha de clases, contradiciendo al mismísimo Karl Marx, porque la lucha de clases existió solo cuando hubo clases sociales. En cambio, en todas las sociedades ha habido gente humillada que se ha querido vengar. 

La Diosa Razón se va de paseo entonces de Alemania. El Siglo de Las Luces sufre un dramático eclipse en la nación de Kant, Einstein y Goethe, cosa menos que increíble. Es que Alemania, a diferencia de Francia, dice mi mentor Reinaldo Rojas, no experimenta algo parecido a la Revolución Francesa de 1789, proceso que derriba inútiles mitos y supersticiones de toda laya. La nación germana no experimenta tan refrescante y necesaria ablución. 

Alemania y Japón, vencidos en la segunda guerra mundial, pronto se recuperarán de manera pasmosa. El capitalismo nipón, apadrinado por los Estados unidos, parece superar al de su maestro en eficacia, dice Morris 

Berman (Belleza neurótica. Un extranjero observa Japón). La Alemania de posguerra supera el inmenso dolor moral de la derrota y, conducidos por Konrad Adenauer, logran el milagro alemán, proceso monitoreado desde el otro lado del Atlántico con el Plan Marshall. Las magníficas universidades, una sólida moneda en el Marco Alemán, la investigación científica de avanzada, las intensas jornadas de trabajo, logran este milagro. Paulatinamente dejaron ellos de sentir vergüenza al llamarse germanos. Una enorme y eficaz 

catarsis colectiva. 

Empero, el país alemán tendrá hogaño sus inocultables problemas y desafíos. Hace meses hubo un conato de golpe estado abortado. El rebrote nazi parece indetenible. Serio desajuste demográfico sufre Alemania al convertirse en un país de viejos. La enorme inmigración turca y polaca. La dependencia del gas ruso. Y ahora, cosa previsible, el rearme germano por lo de la guerra de Ucrania. 

Ojalá que el horrendo pasado nazi haya sido sepultado de una buena vez de esta magnífica nación centro europea, la que se ha creído con una misión universalista, enunciada en 1808 por el filósofo Johan Gottlieb Fichte: llevar la cultura a las demás naciones del orbe. 

 

 

Santa Rita, Carora, 

Estado Lara. 

República Bolivariana de Venezuela. 

Lunes 31 de julio de 2023. 

A 160 años de la fundación del Colegio de La Concordia de El Tocuyo. Venezuela.


En 1863, el mismo año que se firma el Tratado de Coche que da fin a la pavorosa y suicida Guerra Federal, un joven y tímido bachiller tocuyano funda un plantel de secundaria excepcional en la Ciudad Madre de Venezuela. Su nombre será Egidio Antonio Montesinos Canelón, un hombre que apenas sale de su terruño natal y que sin embargo en las aulas de su Colegio particular o privado se forma una excepcional camada de bachilleres en Ciencias Filosóficas, encabezada por Lisandro Alvarado, José Gil Fortoul, Hilario Luna Luna, Pío Tamayo y Ramón Pompilio Oropeza. 


¿Cómo fue posible tan extraordinario prodigio pedagógico en esos años tan? 

Turbulentos y caóticos de nuestro siglo XIX? Comencemos a decir que El Tocuyo es una ciudad del semiárido occidental venezolano con una larga y rica tradición cultural de signo católico y barroco. Es la cuna esta antañona ciudad de El Tocuyo, fundada en 1545, de sólidos hombres del saber y el conocimiento: el filósofo Salvador Valero, autor de Teología expositiva, Dr. Juan Pérez Hurtado, rector de la Universidad de Caracas, Francisco Pérez Camacho, fundador de la cátedra de música y canto en la Universidad, Dr. Manuel Yépes, fundador de una escuela de latinidad en El Tocuyo. Apenas es necesario decir que una excepcional escuela pictórica floreció en esta ciudad conservadora y de cañamelares, así como también es cuna de la economía de Venezuela desde el genésico siglo XVI. 


Dice la eminente Dra. Ermila Troconis de Veracoechea de sus paisanos los 

tocuyanos, citando a don José Luis Cisneros: “son agudos y sumamente económicos, y todo su estudio lo tienen en que no salga de su terreno dinero en ningún modo. Son grandes trajinantes, y con sus productos comercian en los más escondidos y retirados lugares de la provincia, para cuyo fin tienen grandes recuas de mulas y machos” (Historia de El Tocuyo colonial, p.296). Es necesario decir que el folklore más genuino del país, el tamunangue,   nace en estas tierras, y desde luego destacar que el “lienzo tocuyo” se comerciaba muy lejos, hasta llegar a Bolivia y Argentina, según me informa el profesor César Parra Rivas. 


Una vez concluida la hecatombe de la Emancipación nacional, fue fundado acá el Colegio Nacional de El Tocuyo en 1833, con las rentas de los extinguidos conventos de El Tocuyo y Carora, nos dice la profesora Carmen Morales de Pérez. Allí se inscribe el mozuelo Egidio Antonio Montesinos Canelón, quien una vez graduado de bachiller en 1849 pasa a formar parte del plantel educativo. Pero el inestable proceso político decimonónico impide que el Colegio Nacional se mantenga y fue clausurado por el gobernador de la Provincia de Barquisimeto, Jacinto Fabricio Lara en 1869. Una tragedia de nuestra cultura que olfatea el joven docente Egidio Montesinos y se prepara para esta calamidad vista como normal entonces, fundando un instituto educacionista particular o privado, al cual llama Colegio de La Concordia, así nombrado para convocar restañen las heridas que nos ocasionamos los venezolanos en la terrible y fatídica Guerra Federal (1859-1863). 


El novel plantel de Montesinos iniciaba sus clases a las cinco y media de la mañana y no otorgaba en un principio títulos de bachiller. En consecuencia, debían viajar los aspirantes a lomo de mula a la ciudad de Trujillo en compañía de su Rector, para allí presentar sus pruebas y obtener el ambicionado título de Bachiller en Ciencias Filosóficas, una rémora de nuestra cultura por ser, como afirma Ángel Grisanti, un bachillerato semiclásico, semiprivilegiado, semiaristocrático. Esta precaria idea de la educación superior o secundaria se extendería a buena parte del siglo XX, hasta que en el llamado “Trienio Adeco” (1945-1948) se democratiza la educación gracias a las ideas del Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa. 


La filosofía que enseñaba el bachiller Egidio Montesinos en su sin igual Colegio era una filosofía de corte eclesiástico, semiescolástico, con gran influencia del espiritualismo balmesiano. Destacados alumnos del bachiller Montesinos, Lisandro Alvarado y José Gil Fortoul acusaron esta conciencia teísta y cristiana del mundo que inevitablemente estaba vinculada al tradicionalismo sociocultural y al conservadurismo político, escribe el pensador argentino Ángel Cappelletti. Si bien es cierto que Lisandro Alvarado y José Gil Fortoul abandonaron bien pronto estas formas de pensamiento en aras del positivismo comteano y spenceriano de finales de siglo antepasado, el bachiller caroreño Ramón Pompilio Oropeza siguió fiel a las religiosas y metafísicas ideas que oyó y asimiló de los labios del Maestro tocuyano. 


Como hemos podido observar, el bachiller Egidio Montesinos enseñaba lo que era obligado enseñar dentro de los marcos del pensamiento occidental, pensamiento que ha oscilado, escribe el Nobel Ilya Prigogine, entre dos concepciones opuestas del Universo: la primera que concibe al mundo como un autómata y que estaba de acuerdo con la Mecánica Celeste de Newton, y, la segunda, una suerte de Teología en la cual Dios gobierna al universo. Dos discursos albergaban su pecho de hombre bueno: el de la Ciencia Natural, animada por la Ilustración y el positivismo decimonónico, y, por el otro, el discurso atemporal del dogma y la fe en Cristo. 

  

Por el Colegio de La Concordia pasaron 474 estudiantes, todos varones, y entre los más destacados podemos mencionar al sabio Dr. Lisandro Alvarado, epónimo de la universidad Centro Occidental (UCLA), el historiador, médico y laureado poeta Ezequiel Bujanda, Dr. José Gil Fortoul, autor de ese portento escritural que es Historia constitucional de Venezuela, el abogado y literato Hilario Luna y Luna, Hipólito Lucena Morles, José María Lucena Morles, José Gregorio Limardo, Ramón Pompilio Oropeza, quien funda en 1890 el Colegio de La Esperanza o Federal.


Carora, Federico Carmona, fundador en Carora, 1904, del diario El Impulso, Carlos Yépez Borges, Agustín Gil Gil, y, ya en el siglo XX, en sus últimas graduaciones, estudiarían su nieto el poeta baudeleriano Roberto Montesinos, autor de La lámpara enigmática (1925), general Vicencio Pérez Soto, el fundador de los estudios marxistas en Venezuela José Pío Tamayo, entre otros tantos, según nos informa Carlos Felice Cardot en su magistral Décadas de una cultura,1974. 


Pero la vejez, nuestra inevitable compañera de otoño, hizo mella en la firme 

voluntad del bachiller Egidio Montesinos, un auténtico santo laico, pues la enfermedad y los achaques lo vencen en 1913, y tras su deceso, el plantel educacionista que regenta sabiamente cierra sus puertas para siempre después de media centuria de excepcional y luminoso magisterio. Debió esperar la Ciudad de los lagos verdes hasta 1924 para que el general Juan Vicente Gómez ordenara la reapertura de la educación secundaria en esta ciudad antigua de Venezuela, lo cual desmiente la idea de que la dictadura del andino fue solo oscuridad y atraso, como sostiene Yolanda Segnini en Las luces del 

gomecismo.(1987). 


La cultura del semiárido occidental venezolano, el genio de los pueblos del 

semiárido larense venezolano, una verdadera cumbre, he sostenido, sería impensable sin la presencia esclarecida de don Egidio y su discreto y magnífico Colegio de secundaria tocuyano. 

  

Luis Eduardo Cortés Riera. 

Cronistadecaroragmail.com 

Santa Rita, Carora, Estado Lara, 

República Bolivariana de Venezuela. 

Viernes 4 de agosto de 2023. 

El juicio del mono (1925)

Pareciera mentira que en Estados Unidos, el país más próspero del  mundo, que había salido fortalecido y casi indemne de la terrible e inúti...