domingo, 28 de noviembre de 2021

La Pequeña Edad de Hielo Dedicado a Rafael Javier Rodríguez, Cátedra Libre de Cambio Climático, UCLA


Philippe Blom es un joven historiador alemán nacido en Hamburgo en 1970, quien nos asombra con su interesante y muy polémica interpretación de la historia moderna europea con su libro El motín de la naturaleza. Historia de la Pequeña Edad de Hielo (1570-1700), publicado por Anagrama. Sostiene que una pequeña edad de hielo entre los siglos XVII y XVIII es cierto modo responsable de la edificación de la Edad Moderna europea. Se le ha acusado de determinista por hacer derivar los grandes y decisivos cambios sociales y culturales de la modernidad a un cambio brusco de temperatura a fines del siglo XVI y que se extendió hasta mediados del XVIII.

De este modo, Blom establece una relación de las bajas temperaturas con el Renacimiento, la Revolución Científica del siglo XVII y el formidable movimiento de la Ilustración dieciochesca. La caída de dos grados de temperatura determina la ruina de la agricultura medieval, lo que propicia el aparecimiento del capitalismo y se activa de gran modo el comercio. Se fortalecen las ciudades y aparece una nueva forma de pensar con la burguesía. Esta clase social ya no ve el cambio de clima como un castigo divino, sino que comienza a darle una explicación racional. Galileo, Kepler, Descartes y Newton representan este nuevo enfoque del mundo natural despojado de milagrerías y castigos de Dios.

A finales de la Edad Media bajan abruptamente las temperaturas, poniendo fin a la regularidad climática que disfrutó la humanidad desde el hundimiento del Imperio Romano. Las cosechas se pierden por el hielo, las hambrunas y las pestes hacen desastres, se producen grandes migraciones hacia las ciudades, donde nacerá la burguesía, clase social con una nueva mentalidad empírica y crítica, lejana de los milagros y los castigos divinos.

No están claras las razones de la edad de hielo y ni siquiera la NASA con toda su ganada autoridad es concluyente al respecto. Conjetura a veces con ellas Philipp Blom. Y tanto menciona una desviación en la rotación del eje terrestre como habla de la disminución de la actividad solar o alude a un recrudecimiento de los fenómenos sísmicos. El aumento de la actividad volcánica llenó la atmósfera de más polvo, más o menos como si una especie de película terminara filtrando o alterando el alcance de los rayos del Sol.

Sobrevinieron las catástrofes de las cosechas, pero las hambrunas y las guerras de religión que sacudieron el continente en la pequeña edad de hielo precipitaron al mismo tiempo la transición de la oscuridad hacia la luz, una especie de catarsis y de proceso selectivo que produjo grandes desplazamientos humanos del campo a la ciudad y que puso a cavilar a los pensadores, a los científicos y a los nuevos apóstoles de la modernidad. Las mentes más lúcidas de la naciente modernidad se refugian del frio en sus habitaciones y bibliotecas y comienzan a pensar el mundo que nos llega hasta hoy. Y allí están Montaigne, Newton, Voltaire, Rousseau y Kant como estrellas rutilantes. La modernidad es un parto del frío, los mejores hombres vienen del frío.

Estas ideas de Blom han sido criticadas por deterministas y por ello se acercan a las del geógrafo alemán Friedrich Ratzel (1844-1904), de tal modo el atractivo ensayo se resiente de un cierto oportunismo en las prospecciones más ambiciosas. Pues cabe una pregunta: ¿No se hubieran producido las revoluciones sin la adversidad meteorológica? En lo personal me siento más cercano al posibilismo geográfico del francés Paul Vidal de La Blanche (1845-1818).  Su interés se centra más en las transformaciones que el hombre hace sobre el medio, es decir el hombre como agente geográfico, que en las influencias del medio geográfico sobre el hombre y la sociedad.

Philippe Blom ha estudiado un fenómeno climático del pasado que duró un siglo y medio, del cual no fue responsable la humana actividad. Sin embargo, cuando le preguntan por el terrible y ominoso cambio climático del siglo XXI responde que la humanidad está al borde de su autodestrucción inminente. Tiene razón de sobra para afirmarlo.  Pero extrapola una analogía con la angustia contemporánea por un cambio climático que evidentemente es responsabilidad humana. Ayer fueron dos grados de temperatura que bajaron, hogaño se trata de dos grados de temperatura que van al alza por impertinencia y ofensa del hombre. Una diferencia que Blom no parece apreciar en su justa medida.

 

Santa Rita de Carora, 26 de noviembre de 2021

Luis Eduardo Cortés Riera.

cronistadecarora@gmail.com

 

 

martes, 23 de noviembre de 2021

Libros de mi infancia y juventud. Proyectos de investigación



Mi infancia y adolescencia está repartida en tres escenarios muy distintos del estado occidental venezolano de Lara, Venezuela. Nací en el barrio Chirgua de la amable población andina y larense llamada Cubiro, en tiempos del gobierno dictatorial del coronel Marcos Evangelista Pérez Jiménez y su marioneta, el doctor Germán Suárez Flamerich, un presidente que casi nadie recuerda, pues somos un país sin memoria histórica, como se lamentaba con amargura don Mario Briceño Iragorry. Los primeros impresos en caer en mis ávidas manos fueron el libro Victoria, de primer grado, así como la inmortal Revista Tricolor, me enamoré en ella de las ilustraciones de Morita Carrillo, del indiecito Kary y del díscolo Paperrule. Recuerdo una remota tarde lluviosa en que fui con mi padre Expedito Cortés a la Oficina de Correos a retirar una colección de libros argentinos que Ernesto Sábato dirigía. De los tres tomos, aún conservo uno de ellos a mis 69 años de edad y viviendo en Carora.


Luego viví un año en la bella población de Humocaro Alto, cercana a los estados Portuguesa y Trujillo, andina de temperamento. Allí me deslumbró Abajo Cadenas, un libro para la educación de adultos que tenía como personaje central a Pedro Camejo. Aun lo recuerdo conduciendo un tanque de guerra del Ejército de Venezuela, y la constante repetición de “Ala, casa, tapara, maraca.”. Fue en el año escolar 1959-1960. La escuela de ese apacible pueblito se llama Guayúta y estaba diseminada en zaguanes y cuartuchos, pues carecía de local apropiado. Tío tigre y tío conejo eran nuestras lecturas de los cinco hijos que ya éramos de la familia Cortés Riera. E hicieron su aparición los suplementos o comics ilustrados de La pequeña Lulú y el infaltable La zorra y el cuervo. Estas comiquitas tan despreciadas entonces, me abrieron al mundo y debo confesar sin pena o vergüenza alguna que a ellas debo mi visión universalista de las cosas.

El 16 de septiembre de 1960 me mudaron abruptamente de geografía y de temperamentos conductuales. Descendimos a la calenturienta y antigua ciudad del semiárido larense llamada Carora, vocablo en lengua aborigen arawack que se puede traducir como “chicharra” o cigarra. En la biblioteca del Grupo Escolar Ramón Pompilio Oropeza me topé con un ejemplar de propaganda soviética llamado El plan Quinquenal, en donde el régimen de los soviets defendía la superioridad de la economía planificada sobre la del capitalismo caótico y botarate. Una gran curiosidad me provoca encontrar un folleto de 1950 escrito por el antropólogo venezolano Miguel Acosta Saignes: Tlacaxipeualiztli: Un Complejo Mesoamericano Entre Los Caribes. Toda una extrañeza que aún me mantiene perplejo. Pero todavía quede más maravillado con un libro del escandinavo Thor Heyerdahl, quien hizo un viaje transpacífico desde Perú a la Polinesia en una embarcación de troncos de balsa y papiro.  Yo me dormía con aquel libro abrazado, que mi madre, Claver Riera, me quitaba y lo guardaba amorosamente en una repisa de mi habitación. Kon-tiki era su nombre. Siempre me he lamentado que en una de esas mudanzas desapareciera tan importante libro que construyó mi memoria.


Otros impresos que acompañaron mi infancia fueron la revista de sexualidad Luz, ya desaparecida, y que leía a hurtadillas de mi madre; estaban en el escaparate matrimonial los dos tomos del Historial genealógico de familias caroreñas, que su autor, el doctor Ambrosio Oropeza Perera, dio prestado a mi padre Expedito. Todos los meses llegaba sin falta la Selecciones del Reader Digest, que pasaba de mano en mano entre la familia. Desde la Librería Trasandina de Juan Pablo Hernández llegaba con pasmosa puntualidad los fascículos de la Enciclopedia Monitor en 16 gruesos volúmenes, que intenté leer en unas vacaciones escolares. Era demasiado exigirles a mis pestañas y fracasé en el loable intento.


Contando con 13 años me topé con los dos volúmenes de un libro que iba a cambiar mi vida. Era Historia Universal, una obra obligatoria en segundo año de bachillerato y que escribió el tocuyano Áureo Yépez Castillo en dos gruesos volúmenes, un caballo de batalla en todos los liceos de Venezuela. Me enamoré perdidamente de tan gigantesca producción histórico literaria de manera tan fuerte como de mi compañera de estudios Nora Gamboa. Gracias al profesor Áureo me decidí años después estudiar la carrera más ambiciosa de todas: historia universal en la ilustre Universidad de Los Andes de la ciudad de Mérida. Son de esos mismos años los recuerdos memorables de dos de los libros por los cuales he sentido enorme respeto Álgebra de Baldor y Venezuela y sus recursos de Levi Marrero, ambos, por cierto, cubanos.


Otro gigante del pensamiento que me ha acompañado siempre fue el filósofo germano venezolano Ignacio Burk (1905-1984) y sus libros de filosofía y de psicología que entraron a mi vida en 1980 cuando ya era graduado universitario. Sucedió en el Liceo Egidio Montesinos de Carora cuando su director el profesor Simón Villegas Lozada me ofrece tales cátedras ¡que no cursé en pregrado! para dictarlas en cuarto y quinto año de bachillerato. Todo un reto del que partí casi desde cero… Desde ese momento me hice amante de Freud y de Kant, de Aristóteles y de Rafael Villavicencio Cerdeña, de Wundt y de Watson y su conductismo. Comencé a entender la fenomenología de Husserl y la monadología de Leibnitz, la filosofía crítica germana, el deseo de Ortega y Gasset de colocarnos a tono con la modernidad, la visión de la estructura del Universo de Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII, la psicología de la Gestalt.  Toda esa serie de ideas, debo confesar, me produjeron cierto vértigo y un estado de como ensimismamiento.


Afortunadamente y como ya he dicho en otro lugar, en 1989 me topé con la muy famosa Escuela de Anales, fundada por Marc Bloch y Lucien Febvre en 1929, Estrasburgo, Francia. Con Reinaldo Rojas y Federico Brito Figueroa, cultores de esta escuela de pensamiento histórico en Venezuela, comencé a adentrarme en la llamada Historia de las Mentalidades que iniciara Bloch con Los reyes taumaturgos, y Febvre con su magistral Lutero. Un destino. Desde allí pude aplicar mis conocimientos recién adquiridos gracias a Ignacio Burk a los requerimientos de una historia de las ideas y de lo cultural a dos venezolanos eminentes: el psiquiatra caraqueño Francisco Herrera Luque y su obra de juventud Los Viajeros de indias (1961), así como al psiquiatra autodidacta y larense Rafael Domingo Silva Uzcátegui y su casi desconocida obra de crítica literaria llamada Historia crítica del modernismo en la literatura castellana (1925). Sin las enseñanzas del noble profesor del Pedagógico de Caracas que fue Ignacio Burk no hubiese podido acometer tan exigente trabajo de investigación, que agradaron de suma manera a los doctores Reinaldo Rojas y Federico Brito Figueroa en la Maestría en Enseñanza de la Historia de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador de Barquisimeto.

Son cuatro tradiciones de pensamiento que me han acompañado felizmente en mi ya larga existencia: la de la Escuela de Historia de la Universidad de Mérida, en primer lugar; la segunda la que me proporciona el Maestro Ignacio Burk; la tercera por vía deviene de Reinaldo Rojas y Federico Brito Figueroa quienes me hacen conocer las posibilidades de conocimiento y de métodos de la Escuela francesa de Anales, en cuarto lugar. Esta formación hizo posible mi Tesis Doctoral en 2003 en la Universidad Santa María de Caracas titulada: Iglesia Católica, cofradías y mentalidad religiosa en Carora, siglos XVI al XIX, que ha sido editada en Alemania.

Y como dijo Marc Bloch “en historia no hay investigación concluida”, sigo mis investigaciones sobre lo que he llamado “Genio de los pueblos del semiárido larense venezolano”, un ethos que se manifiesta en la música y en la literatura, principalmente, bajo un fervor religioso polarizado entre María Santísima y San Antonio de Padua, la danza negroide del tamunangue; y continuo mis investigaciones sobre un antecedente de la “Teología de la Liberación Latinoamericana” basada en la Encíclica Rerum Novarum del papa León XIII que adelantaron dos eminentes sacerdotes caroreños desde 1900: el padre Lisímaco Gutiérrez Meléndez y el Pbro. Dr. Carlos Zubillaga Perera en una remota ciudad del semiárido larense asolada por las guerras civiles decimonónicas, la pobreza y la enfermedad, el enorme analfabetismo cercano al 80%, noches a oscuras, violenta, con exceso de militares de montoneras (¡unos 300 generales y coroneles!), casi sin moneda circulante, sin hospital para la caridad para tanto pobre, y con su Colegio Federal y Escuela Primaria Anexa clausurados por Cipriano Castro y su Ministro de Instrucción Eduardo Blanco. En ese adverso escenario social fundan estos dos admirables levitas escuelas nocturnas para obreros, una banda de música, el Hospital San Antonio de Padua, una orden religiosa femenina para la atención de los menesterosos, un periódico, El Amigo de los pobres, que circula por diez años hasta 1910, ollas comunitarias. Una Iglesia que sale a la búsqueda de Dios entre los más pobres y que no gustó a cierto sector de la sociedad que logra la expulsión de Zubillaga de su amada Carora en 1911 para encontrar la muerte prematura en Duaca, Distrito Crespo.


Hogaño releo por enésima vez la novela global de Gabriel García Márquez Cien años de soledad, editada por vez primera en Buenos Aires en 1967, y también La conjura de los necios del estadounidense John Kennedy Toole, quien se suicida los 31 años por no poder publicarla en 1969. Otras lecturas a las cuales siempre vuelvo son Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, del Nobel mexicano Octavio Ireno Paz Lozano, así como El canon occidental del recientemente fallecido crítico literario hebreo estadounidense Harold Bloom. Colaboro con las revistas Letralia, de Aragua, Venezuela, Archipiélago, de México y Ciscuve, de Caracas, con el diario El Impulso de Barquisimeto. Me preparo para la presentación y defensa de la Tesis Doctoral sobre la Devoción de San Juan Bautista de Carora, del licenciado y magíster Henry Vargas Ávila, UPEL, Barquisimeto, y la Tesis Doctoral de Yasser Lugo Hernández, titulada LETANÍA DE LOS DESESPERADOS (ANÁLISIS DE LAS IDEAS NORMATIVAS Y LITERARIAS RELATIVAS AL SUICIDIO EN VENEZUELA ENTRE 1800 Y 1950. Trabajo de grado para optar al título de Doctor en Humanidades en la Universidad Central de Venezuela.

Jehová Dios me dé vida para continuar en mis afanes en estos tiempos de terrífica pandemia y extrema polarización política que nos ciega.

Luis Eduardo Cortés Riera.

cronistadecarora@gmail.com

 

Santa Rita de Carora, Venezuela, 22 de noviembre de 2021.

 

 

 

 

 

 

miércoles, 10 de noviembre de 2021

John Kennedy Toole: Monóxido de carbono y literatura


El monóxido de carbono y la literatura concurrieron para acabar con la vida de este extraordinario y precoz escritor del sur de los Estados Unidos a la corta edad de 31 años. John Kennedy Toole era Nueva Orleans, la ciudad de la Media Luna, del jazz, de Fats Domino. La multiculturalidad y las raíces de migrantes franceses, españolas e irlandesas que la componen, hacen de ella una ciudad mediterránea como Marsella o Génova, muy distinta a New York o Chicago, me dice mi amigo Justiniano Vásquez.

 La revelación más importante es que desde su juventud Toole sabía en lo que quería convertirse: un escritor. Esta era su obsesión, su motivación ante la vida y su gran esperanza para salir de sus dificultades económicas.  A los 16 escribe su primera novela con el sorprendente título de La Biblia de neón, que fue llevada al cine, y que envía a concursar sin poder ganar el premio.

       Ingresó en la Universidad de Columbia de la ciudad de New York, su segundo amor, su segunda ciudad. Allí conoce a la Generación Beat y la literatura de Jack Kerouac. Pronto encontrara empleo en la Universidad de Lousiana y comenzara a estudiar filosofía medieval. En la Universidad de Lousiana conoce la filosofía del medievo de Boecio y a un tal Bobby Byrne, que se ha tomado como la inspiración de su personaje Ignatius Reilly.

Con el grado de sargento y reclutado por el ejército es enviado a la colonia gringa de Puerto Rico, donde escribe su segunda novela La conjura de los necios. La escribe a un ritmo vertiginoso pues tiene miedo de perder la inspiración. Confía plenamente en el éxito, aunque teme a un fracaso como el de La Biblia de neón.  La dificultad de publicar La conjura de los necios, llevaron a que Toole se derrumbara, su vida había sido ascenso y triunfo en el mundo académico y laboral, pero no sucedía igual con sus aspiraciones escriturales. y la dificultad de publicar La conjura de los necios, llevaron a que Toole se derrumbara.  Sucumbió ante el avance de una oscura fuerza interior. Al principio sólo fueron incidentes aislados, comportamientos extraños que sus 37 amigos consideraron meras anomalías sin importancia. La paranoia se apropia de una mente brillante.

Emprende un viaje como el de Kerouac por los Estados Unidos en los días en que se intensifica la fatídica guerra de Vietnam y nace la cultura hippie. Recorre las carreteras en todas direcciones en búsqueda de algo que le hacía falta y cuando decide regresar a Nueva Orleans, escribe Tabárez Pulgarín, se detiene y se dirige hacia Popps Ferry hacia las afueras de Biloxi, allí, en una carretera solitaria y sin nada especial, aparca su coche bajo la sombra de los pinos, coge una manguera de jardín y la adapta al tubo de escape de gases, luego por una de las ventanas mete la manguera y se encierra en el auto. De esa manera se quita la vida Toole, de manera poética bajo la muerte azul el 26 de marzo de 1969, con tan solo 31 años de edad, su vida se extinguió con una llama intensa que siempre alzó su mirada hacia el firmamento hacia los miles de estrellas que muestran la magnificencia de la vida y la insignificancia de lo que somos.

Pero sin la madre de Toole, sin Thelma La conjura de los necios no existiría, fue ella quien encontró el manuscrito escondido dentro de una caja de zapatos, cuando la leyó supo que era una obra magistral e inmediatamente comenzó a contactar editoriales y en todas le decían lo mismo: “Tiene estilo literario pero las novelas cómicas no se venden”. Siempre la visión mercantil se imponía, para Thelma todos eran estúpidos porque no reconocían el valor del manuscrito que había creado su hijo. De tanto tocar puertas, de contactar a agentes literarios, de no rendirse, su lucha épica por último iba a dar sus frutos. Le da un manuscrito al novelista Walker Percy, quien queda boquiabierto y asombrado por la calidad de la novela. Una incredulidad se apropia del ya afamado escritor: no era posible que fuera tan buena. Gracias a Percy, la Universidad de Lousiana la pública con enorme éxito en 1980 y al año siguiente se hará merecedora del Pulitzer.

El personaje central, Ignatius Reilly, no tiene progenitor en ninguna literatura que yo conozca, dice Percy. “Es un tipo raro, una especie de Oliver Hardy delirante, Don Quijote adiposo, Tomás de Aquino perverso, fundidos en uno.” Odia al mundo moderno y se refugia en la Edad Media. En medio de gargantuescas flatulencias y eructos llena y llena cuadernos de vituperios contra la modernidad. Sale a trabajar y cada uno de los trabajos se convierten en una aventura disparatada con una extraña lógica propia, como las de Don Quijote.

Ignatius Reilly es hogaño un personaje de la cultura popular, un logro que envidiarían muchos escritores. Intelectual, ideólogo, gorrón, que disfruta de gargantuescos banquetes, siente un desprecio y mantiene una guerra individual contra todo el mundo: Freud, homosexuales, (hoy diríamos LGTB), heterosexuales, protestantes y todas las abominaciones de los tiempos  modernos, abrumado por elefantiásicos problemas gastrointestinales, pues se le cierra la válvula pilórica de manera curiosamente periódica como reacción a la ausencia de una “geometría y una teología adecuadas” en el mundo capitalista y moderno. Es la novela, dice en el prólogo Percy, como una gran farsa estruendosa, un Falstaff shakespearesco sería una definición más exacta de esta commedia.  Es triste por las tragedias que hay en las grandes cóleras gaseosas y las lunáticas aventuras de Ignatius o de la tragedia que rodea el mismo libro.

Pienso que la desgracia de Toole fue la de haber nacido en 1937, puesto que si Thelma, su madre, lo da a luz en 1957, hubiera podido publicar su novela en internet, y así estuviéramos disfrutando de otras más novelas suyas salidas del genio de este gigantesco escritor que por su dramática y corta vida se me parece a la de mi amigo, el poeta merideño Gelindo Callígaro Casasola

 

 

Luis Eduardo Cortés Riera.

cronistadecarora@gmail.com

 

 

 

El juicio del mono (1925)

Pareciera mentira que en Estados Unidos, el país más próspero del  mundo, que había salido fortalecido y casi indemne de la terrible e inúti...