jueves, 7 de mayo de 2020

Ciencia y filosofía en Mario Bunge/ Al Doctor Reinaldo Rojas

Cuando comenzamos nuestros estudios universitarios, allá por la década de los años 1970, era casi obligatorio leer un libro extraordinario: La ciencia su método y filosofía, escrito por un talentoso científico y filósofo rioplatense por el cual he sentido una enorme simpatía: Don Mario Bunge,   recientemente desaparecido a una provecta y respetable edad de un siglo (Buenos Aires, 1919 - Montreal, 2020).  Ello se debe a que él me sacó de un sueño dogmático (la expresión es de Kant) que me crea la lectura acrítica, febril y entusiasta de las Obras Completas de Sigmund Freud y sus discípulos.  Durante décadas utilicé las falaces categorías explicativas del psicoanálisis para interpretar la realidad del mundo. Vano empeño. Uno a uno vi caer despedazadas las certezas de este gran mito del siglo XX. Es una pseudociencia, es mera ficción literaria que no emplea para nada el método científico, su más grave error.
Y es que Bunge ha combatido con ardor y valentía las pseudociencias, las que tienen un gran prestigio y hasta rivalizan con la ciencia experimental: alquimia, astrología, caracterología, comunismo científico, creacionismo científico (llamado ahora diseño inteligente), grafología, memética, ovnilogía, parapsicología, psicoanálisis freudiano, etc, etc.  Con esta dura posición contra la charlatanería y las medias verdades que son legión, se da la mano Bunge con otras eminencias del pensamiento crítico, que es el pensamiento cabalmente moderno, como sostiene Octavio Paz, que han atacado con igual tenacidad y empeño las pseudociencias de ayer y de hoy: los estadounidenses Carl Sagan, Stephen Jay Gould, el francés George Steiner y el noruego Jon Elster. Dudo que yo vuelva a ser el ingenuo propagador de estos disparates que se venden como ciencia, después de conocer estos autores que son auténticos destrozadores de mitos. Con ello llego a la certeza de que inevitablemente debo reescribir mi ensayo Ocho pecados capitales del historiador, que escribí en homenaje a los 90 años del eminente historiador británico Eric Hobsbawm en 2007.
Marucho,  tal como lo llamaba su padre, logra también algo muy importante para mi persona: reconciliarme con las ciencias naturales. Yo fui un entusiasta de la geología y hasta quise ser ingeniero en esta disciplina por la Universidad Central de Venezuela, pero fracasé por mi vagancia y los allanamientos a esa casa de estudios del presidente Caldera I. Ahora pienso que las humanidades divorciadas de las ciencias naturales son un verdadero desperdicio, tales como la fenomenología de Husserl y Heidegger. Puro palabrerío que no dice nada. Y lo inverso, que la ciencia natural sin las humanidades son secas y duras como mostró brillantemente Werner Heisenberg, creador del asombroso Principio de Incertidumbre, y quien era un admirador de los presocráticos de la antigua Grecia, a quienes debió mucho en su formación como uno de los más brillantes físicos del siglo pasado. E igual posición la encontramos en el Premio Nobel de Química  Ilya Prigogine, el cual es uno de los creadores de la Teoría de la Complejidad, la cual asume que ciencia y arte se conducen a un inevitable reencuentro, como era en la Antigüedad.
 Hizo una afirmación Bunge en su libro Las ciencias sociales en discusión que me agrada mucho: las ciencias sociales serán más científicas en cuanto más empleen y se valgan las metodologías de las estadísticas. Allí perdí el rubor que me ocasionaba cuando en mis clases de Doctorado en Cultura en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador de Barquisimeto decía a mis asombrados discípulos que  mi tesis doctoral sobre la mentalidad religiosa tiene la friolera de 75 cuadros estadísticos.  Es decir, mostré  que es posible que el evanescente e inasible sentimiento religioso podía ser expresado numéricamente, como lo aprendí del magnífico historiador francés de las mentalidades Michel Vovelle. Es decir, la historia se da la mano con una herramienta imprescindible en el hacer histórico que es la estadística,  con la cual logré, eso creo, un inventario del sentimiento religioso en Carora colonial y republicana.
Don Mario no las ha tenido fácil en este decidido empeño vital, por ello vive en el exilio en Canadá desde los años 1960. Las dictaduras argentinas no han visto sus ideas con simpatía y las han perseguido con saña y crueldad.  En 1974 sus libros fueron quemados en la Universidad de Buenos Aires en tiempos de Isabel Martínez, viuda del general Juan Domingo Perón. El bárbaro acto de fe -que creímos superado desde la época de Adolf Hitler- fue cometido por miembros del Opus Dei. Fueron convertidos en pira libros de Karl Marx, Sigmund Freud, Jean Piaget, Mario Bunge.
Gloria y honor, pues, a este equilibrado y probo hombre de pensamiento que se retira de la vida terrena a los cien años de edad, eminente divulgador de la ciencia y la filosofía, doctor en ciencias físico matemáticas,  que a sus veinte años funda una Universidad Obrera en su país, la Revista Minerva, recibió quince doctorados honoris causa, autor de cincuenta libros de ciencia y filosofía, traducidas a doce lenguas, profesor titular de las universidades de Buenos Aires, La Plata, Autónoma de México, Mc Gill de Canadá,  partidario del socialismo democrático, duro crítico del neoliberalismo, de las universidades que no investigan. Es lectura que recomiendo con pasión y entusiasmo.
Carora, Venezuela,  5 de mayo de 2020/
cronistadecarora@gmail.com

El juicio del mono (1925)

Pareciera mentira que en Estados Unidos, el país más próspero del  mundo, que había salido fortalecido y casi indemne de la terrible e inúti...