domingo, 28 de marzo de 2021

Vida de Carora en 1914


En estos años era Carora una activa ciudad comercial y artesanal que tenía una población cercana a las 10.000 personas y un fervor religioso excepcional. Capital del Distrito Torres. El analfabetismo llegaba casi al horroroso 80 % de la población y tenía un Colegio Federal con apenas 32 alumnos, todos varones. 1914 es el fatídico año en que va a comenzar la guerra más destructiva que hasta entonces había conocido la humanidad. Muy lejos de Europa en llamas, el Semanario Labor de don José Herrera Oropeza y Miguel Ángel González Herrera, que convivía con el diario El Impulso del Br. Federico del Carmen Carmona Álvarez, nos ofrece un florilegio de casas comerciales caroreñas y de otras localidades venezolanas, así como de su apacible y rutinaria vida cotidiana.

Entre las casas comerciales más activas de esta ciudad del semiárido larense estaba la afamada Botica La Americana, propiedad del judío sefardita  y farmaceuta don Jacobo José Curiel Mármol, aventado a estas tierras caroreñas por los motines antijudíos de Coro. Estaba ubicada esta venta de medicinas y otros artículos en la calle Torres, esquina de la calle San Juan, frente al templo de San Dionisio Areopaguita (Obispo de Atenas). Se anunciaba como la botica más antigua de Carora y cuyo crédito y fama son bien conocidos, que despacha medicinas legítimas que son despachadas con escrupulosa honradez profesional.

Ofrecía el bueno de don Jacobo en su botica un Elixir Depurante, un remedio infalible para los males reumáticos, el Callicida Curiel, sin rival contra los callos, la Tinta para teñir el pelo, dándole una negrura, brillantez y firmeza que rejuvenece por completo a la persona que la use. Ofrecía también “el licor más agradable para las damas, llamado Amor Eterno, y ninguno más apropiado para obsequiarlas”, y otra rareza hogaño desconocida: el singular Amargo Aromático (Amargo de Angostura).

No solo expendía medicinas la botica de don Jacobo sino que también proporcionaba la NOVEDAD de los relojes Omega, Patria y Tabor, anteojos y lentes de todas clases y colores, contando además con un aparato para probar el número que el cliente desee. Otro: cadenas de plata para vender por metros y por medio metro. Imágenes de plata doradas. Y se despedía así La Americana: EQUIDAD EN LOS PRECIOS. Seriedad en todo.

Como la piel ha sido eternamente motivo de solícitos cuidados, como me dice mi consorte, la dermatóloga Raiza Mujica, había una medicina que garantizaba la salud dermatológica: Varita de Belleza (Marca de Fábrica Registrada). “Medicamento y artículo de tocador para curar y perfeccionar la piel. Inventado y preparado por el Doctor Guillermo Delgado Palacios” (1866-1931). Químico y Médico. Este destacado profesional estudió y fue docente en la Universidad de Caracas y fue el primer director del Laboratorio de Química del Ministerio de Sanidad. Se interesa por el mal bíblico de la lepra, para la cual realiza estudios del aceite de Ginocardia o Chaulmugra (Chaulmoogra) para su tratamiento. Se trata de unas semillas de un árbol originario de la India que fueron utilizadas para el tratamiento de la tuberculosis, úlceras, cortes y heridas, lepra y otros males de la piel hasta el siglo XX. Agrega el aviso comercial que existen tres clases de Varita de Belleza: la Blanca, la Amarilla y la Rosada. Cada una tiene un empleo especial según la imperfección o enfermedad de la piel que va a tratarse. Y recomienda: Lea cuidadosamente las instrucciones contenidas en las hojas que acompaña el envoltorio de cada Varita de Belleza. Agentes exclusivos en esta ciudad: Herrera & González, dueños de la tienda de novedades La Rosa de Oro.

En la entonces distante ciudad de Caracas existían por esos años ya lejanos la Casa de Modas El Gallo de Oro y La Tacita de Plata, que importaban directamente sus mercancías. Eran además un Gran taller de sombreros para Señoras, señoritas y niños. Confeccionaba trajes, especialidad en Trousseaux (ajuar o atalaje) para novias. Espléndido surtido de mercancías renovado constantemente por todos los (barcos) vapores. Gran surtido de artículos de fantasía. Precios sin competencia.  El Gallo de Oro, Pasaje Ramella nº 8, teléfono 182, apartado de correos 380.

La Tacita de Plata, estaba situada en la esquina de San Jacinto, teléfono 212. Su dueño era el libanés Farsen Ramia, quien creó la primera tienda por departamentos en Caracas, abuelo de la promotora cultural Carmen Ramia, esposa de Miguel Henrique Otero Silva, propietario del diario El Nacional. En la casa de los Ramia, en la avenida Libertador, nacerá el Ateneo de Caracas en 1931, será sede de Amnistía Internacional, de la Galería Los Espacios Cálidos y del celebérrimo grupo teatral Rajatabla.

La Rosa de Oro era una tienda de propiedad de Herrera y González, casa especialista en artículos para caballeros, como casimires (tejido de lana negro), calzado (sic), sombreros, almillas (ropa para dormir), camisas, cuellos, corbatas, elásticas, driles (tejido de algodón burdo), medias, etc. Extractos muy finos. Siempre constante y renovado surtido de prendas enchapadas y de oro, como sortijas, zarcillos y prendedores, pulseras, cadenas, medallas y leontinas (cadena de reloj de bolsillo). Adornos para trajes. Artículos de alta fantasía para regalos de cumpleaños y de bodas, (tarjetas) Postales finas y ordinarias. Relojes Omega (relojes suizos desde 1848), Patria y Cyma (relojería suiza desde 1862), Ideal, Roskopí (antiguo reloj de bolsillo), en distintas formas.

El 27 de septiembre de 1914 presenta brillantes exámenes en el Colegio Federal Carora el joven Juan Bautista Zubillaga Perera. Desarrolló el nuevo bachiller una tesis “El Origen de las especies”, pero el Semanario Labor no menciona al autor de semejante descubrimiento, que no es otro que el inglés Charles Robert Darwin. El jurado estuvo compuesto por el Dr. Rafael Tobías Marquís Oropeza, Dr. Ignacio Zubillaga, Presbítero Bachiller Pedro Felipe Montesdeoca, Br. Porfirio Álvarez, Br. Fortunato Franco. Habría que pensar qué diría el padre Montesdeoca de la idea de que las especies no las creó Dios en siete días, sino que es un proceso de millones de años. El nuevo bachiller aprobó sobresaliente por unanimidad.

Otro bachiller egresado del Colegio La Esperanza o Federal Carora, dirigido por el Dr. Ramón Pompilio Oropeza Álvarez, fue Miguel Bravo Riera, quien después de finalizar el tradicional y anacrónico “trienio filosófico” de nuestra educación, presenta una tesis sobre El Lenguaje Articulado. Es posible que Bravo Riera haya tratado allí las ideas de Ferdinand de Saussure (1857-1913), fundador de la lingüística moderna y de la semiótica. El Jurado Examinador estaba compuesto por el Br. Don Antonio Zubillaga Perera, Dr. Ignacio Zubillaga Herrera, Br. Fortunato Franco, Pbro. Br. Pedro Felipe Montes de Oca Silva, Br. Rafael Teodoro Zubillaga Isaac. Aprobó Sobresaliente.


 Ese mismo año hace su aparición en Carora su majestad El Automóvil Ford (seguramente se trataba del célebre Modelo T producido en serie en los Estados Unidos), de cuatro asientos. “Que se alquila para paseos por horas en la población y sus afueras. Se alquila así mismo para paseos por horas o viajes a lugares que lo permitan los caminos (no existía el macadam). El vehículo cuenta con un Chauffeur (conductor, palabra francesa) circunspecto (discreto y sobrio) y entendido. El pago es anticipado dándosele a la persona que contrate una o más horas, el recibo respectivo. La hora la dicta el reloj que va adherido al auto”. Los gerentes de esta empresa eran Herrera y González.

Y el Programa para las retretas nocturnas en la Plaza Bolívar, recién inaugurada por el general gomecista Juan de Jesús Blanco, figuran:

1° Afectos (vals), 2° Delicias (contradanza), 3° Sueños (vals), 4° primavera (danza), 5° Asunción (vals), 6° Sofía (polka).

El director de la banda era Heraclio Pérez L.

Luis Eduardo Cortés Riera.

cronistadecarora@gmail.com

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jueves, 25 de marzo de 2021

Rafael Ure, bachiller y políglota.


Este simpático y bonachón personaje caroreño ha enriquecido como pocos coterráneos nuestro anecdotario ya cargado y repleto de figuras deslumbrantes de toda laya. Sus conversaciones son lo contrario de su magro apellido de tres letras, pues son de las peroratas más largas, sinuosas y barrocas que he oído en mi ya provecta existencia, y que habrían gustado de sobremanera a André Breton. En esta excepcional particularidad parlachinense se compara a otro personaje de nuestro lar tan proverbialmente chistoso y hablador como “Fei” Ure: El Negro Blas Meléndez, el de la cédula.

Cortés y educado, de buenas maneras, Ure se detiene a conversarme cada vez que un hado nos hace coincidir en algún lugar de Carora, uno de los pocos lugares de Venezuela donde la conversación es un tesoro a resguardar con celo. La lengua castellana llega en su pequeña boca que poco muestra su dentadura a sus más extremas capacidades y expresiones, la gramática parece por momentos llegar al llegadero, una fonética cargada de heteróclitas manifestaciones, empleo maestro de los hipocorísticos, frases y oraciones enteras que pueden asumirse como acabadas onomatopeyas. Es una lengua castellana que centellea bordeando sus capacidades expresivas al límite. Pareciera que un hecho gramatical de expresión nueva está en ciernes en aquella humanidad enjuta y escueta que da rienda suelta a una implacable drogomanía que lo domina noche y día. Es lo que llaman los lingüistas un idiolecto, si no perfecto, en construcción, cargado de antiguas y hasta desusadas palabras latinas, hebreas o de cualquier lengua moderna: inglés, italiano o francés.

Hace varias décadas me di cuenta de su inusual lucidez crítica, cuando al salir juntos de la sala del Cine Bolívar de Carora, en donde vimos un film protagonizado por el estadounidense Charles Bronson titulado El pasajero de la lluvia (1970), se burlaba de la barata y torpe intención intelectualoide del cine estadounidense. “Ahora sí, decía Ure, tenemos películas psicoanalíticas en Hollywood, quién ha visto.” Y se echaba a reír con sarcasmo e ironía. Genial, sencillamente genial que un hombre de su humilde condición desarrollara tan impecable y agudo sentido crítico.

En la década de 1970 obtuvo con brillo el bachillerato en humanidades en el Liceo Nocturno Egidio Montesinos. Al ocurrir aquello se inscribe de nuevo para cursar el bachillerato en ciencias en esa misma institución de enseñanza secundaria dirigido por el profesor Homero Álvarez Fernández. Allí hizo gran amistad con el docente del exilio español Federico Sanz Sancho, a la sazón profesor de la lengua de Voltaire y Rousseau en cuarto y en quinto año de humanidades.  

 

Con dos diplomas en sus manos piensa el flamante bachiller Ure continuar sus estudios en lenguas modernas en la ciudad crepuscular. Se inscribe en el Instituto Pedagógico Barquisimeto (IPB), una institución bastante conservadora y que algunos críticos le negaban el rango de universidad. Es el Pedagógico de la espantosa Campana de Gauss que aterrorizaba a los estudiantes más capaces. Es el modelo estadounidense de la Universidad de Nova Southearten (Florida) que retoña en el Pedagógico de Barquisimeto y los otros núcleos de esa casa de estudios.

 “Fei” Ure es sometido a rigurosos exámenes de todo tipo: tests, mediciones antropométricas, pruebas en lenguas y matemáticas, entrevistas con psicólogos y médicos. Aprueba todas estas indagaciones con éxito, todo parece indicar que el bachiller Rafael Ure comenzará a la brevedad a estudiar en el Pedagógico de la Avenida Vargas, para convertirse de tal manera en enseñante de la lengua de Shakespeare y Edgar Allan Poe, su anhelado, viejo y acariciado sueño académico. No lo logrará.

Una antigua palabra del árabe clásico se interpondrá en su didáctico deseo: adabah, palabra que en la Península Ibérica se transforma en hadúbba, y que traducida al castellano o español será corcova, giba, chepa, deformidad. En efecto, es lo que en el castellano de América se denominará una joroba. En la cultura occidental se ha asociado desde antiguo a lo moralmente monstruoso, un objeto de escarnio, pero que a veces se asocia a los sujetos que la padecen con la buena suerte.

La ciencia moderna ha establecido que la cifosis, que es el nombre médico de esta deformidad, no está asociada a las supersticiones y a las creencias del vulgo. Es la Enfermedad de Scheuerman, una curvatura de la columna vertebral que dio nombre a la llamada popularmente “joroba de viuda”.

 

Los examinadores del bachiller Ure como que ignoraban olímpicamente estos avances de la ciencia médica, y tomaron la muy torpe y absurda decisión de negarle el derecho a prepararse para el ejercicio del magisterio por aquella deformidad que no es de su responsabilidad. El modelo de ser humano era para aquellos examinadores del Pedagógico el Doríforo de Policleto y la belleza caucásica, pero para nada tuvieron en cuenta que las más excelsas obras del arte y de la literatura universal está salpicada de enanos, seres deformes, tuertos: el fabulista Esopo era tartamudo y jorobado, Beethoven compuso lo mejor de su obra con estado de sordera total, el poeta Camoes era tuerto, pues perdió un ojo en Ceuta, Cervantes perdió un brazo en una célebre batalla, por lo que se le ha llamado “Manco de Lepanto”, no debemos olvidar los enanos y bufones en Velázquez que son de una formidable belleza, y que Víctor Hugo creó uno de sus más conocidos personajes literarios al que llama Quasimodo, que era jorobado, de rostro contrahecho y actor principalísimo de la novela Nuestra Señora de París, el poeta del romanticismo Lord Byron tenía los pies en forma de pezuñas hendidas, en tanto que otros genios presentan casos de insania mental, del que quizás el del holandés  Vincent Van Gogh sea el más publicitado.

Y si nos apartamos del arte y la literatura, vayámonos a otros escenarios donde la deformidad campea: el físico y cosmólogo británico Stephen Hawking fue deformado casi totalmente por una enfermedad llamada esclerosis lateral amiotrofia que lo encadenó a una silla de ruedas por 50 años hasta su deceso; el abogado y presidente de los Estados Unidos Abraham Lincoln no era precisamente un efebo, sus sastres sufrían enormemente en el empeño de hacerle aparecer elegante.

Vieja discusión entonces entre lo que se considera bello y lo que se considera feo. Umberto Eco afirma que hasta la más hermosa de las modelos será siempre más fea en la vida real que en las fotos. Es problema subjetivo. La belleza clásica viene de los griegos y era una medida perfecta, hasta que en el siglo XIX aparece la belleza dionisíaca, perturbadora y contraria a la razón. Nace una “Estética de lo feo” con la cual podemos decir: ¡Qué bella es la fealdad! La belleza puede ser aburrida y la fealdad infinita. El concepto de belleza, dice Eco, es relativo y depende de la época y de las culturas.

De este modo podemos inferir que si el bachiller Rafael Ure hubiese presentado pruebas para ingresar a la corte del monarca español Felipe II hubiese aprobado los exámenes rápidamente, pues en el siglo XVI enanos, bufones, jorobados y contrahechos eran toda una atracción y hasta se les rendía culto y atenciones. Ganaban unos sueldos bastantes respetables, y se les llamaba “hombres de placer” en tiempos de los soberanos de la Casa de Austria.

Qué cosas las que debió enfrentar el Bachiller Rafael Ure al toparse con unos examinadores que seguramente no tenían ni la más peregrina idea de que el ingenio y la imaginación creadora no guarda relación con el soma que le sirve de sustento. “El cuerpo humano, decía Víctor Hugo, es sólo apariencia y esconde la verdadera realidad. La realidad de lo que somos es el alma.”

 

Luis Eduardo Cortés Riera.

 cronistadecarora@gmail.com

Carora, 25 de marzo de 2021.

 

 

 

 

 

 

 

 


lunes, 22 de marzo de 2021

AL MAESTRO NORMALISTA HERNAN PRIETO CASTILLO


“Cuando hay educadores de primaria de verdad,

 hay ciudadanos dignos y capaces.”

Luis Beltrán Guerrero

Hace más de media centuria que me senté en los pupitres del aula de sexto grado sección “A” en el magnífico Grupo Escolar Ramón Pompilio Oropeza de la ciudad de la antigua ciudad de Carora, recién llegado de los Andes que me vieron nacer. Algo extraordinario me aconteció entonces en aquella institución que era dirigida por mi padre, Expedito Cortés, y en donde residíamos, puesto que esa noble y hermosa planta física contaba con dos residencias familiares, una para el director y la otra para el subdirector, hogaño lamentablemente ocupadas en otras actividades.

 En 1964, sucede la hermosa historia que me aconteció con mi maestro de último año de primaria, el olvidado docente de primaria Hernán Prieto Castillo. Él llega desde Barquisimeto recién graduado de la Escuela Normal Miguel José Sanz, acompañado de su hermano menor, Carlos, a laborar llenos de entusiasmo en esa escuela que por entonces era centro piloto de la educación en el Distrito Torres. Causaron una conmoción este par de galantes y encantadores pedagogos “extranjeros” recién llegados. Fue un hecho sentimental y académico que deja fuerte impronta en mi memoria, lo que de seguro tenía relación con la extrema juventud de aquellos educadores, tan bisoños como entusiastas. Todos hablaba de ellos, de “los Prietos”, como se decía, tanto en el recinto escolar como en la pequeña y apacible ciudad de Carora de entonces. Eran los inicios de la democracia y se respiraba un aire de euforia libertaria en Venezuela.

Hernán era delgado, enjuto de carnes, y de una mirada inquisidora que inspiraba inmediato respeto. Por momentos entraba en largos mutismos que denotaban profundos pensamientos. Lucía impecable en el vestir y estaba siempre bien rasurada su cabellera negrísima. Nunca usaba camisas mangas largas, por lo que siempre mostraba sus delgados brazos y sus nerviosas y alargadas manos que me recuerdan las del pintor germano del Renacimiento Alberto Durero. Llegaba caminando y se marchaba de igual manera tras cumplir con el lamentablemente desaparecido doble turno escolar, que se acaba a fines de la década de 1970. No tenía vehículo automotor alguno, pero sabía conducirlos.

Bajo su magisterio le tomé un gran cariño y admiración a la lengua de Shakespeare y de Edgar Allan Poe, pues en algunas ocasiones nos enseñaba el significado de algunas palabras anglosajonas, lo cual no figuraba en los constreñidos y anestesiantes programas educativos de siempre. Y es que Hernán quería seguir estudios en esa lengua no romance en el recién instalado Pedagógico de Barquisimeto, aspiración que nunca logra concretar, pues debió quedarse hasta su jubilación en Carora. Su hermano Carlos tenía el mismo amor por los idiomas y logra coronarse como profesor en lenguas modernas. Hernán no lo logra y ello fue motivo de una cierta tristeza y frustración en tan inteligente educador que era mi maestro de fines de primaria.

Su genio se expresaba de distintas maneras, una de ellas era la de que era el autor de un periódico humorístico con caricaturas salidas de sus febriles y nerviosas manos. Era de un ácido humor aquel pasquín que llegó a inquietar a algunos docentes, incluido mi padre. Esto motivó mucho al muchacho que era yo entonces, pues vi aquello como un portento a ser imitado y que creo haber seguido hasta el presente.

Le daba mucha importancia mi maestro a las ilustraciones y a los dibujos, en tiempos en que aquellas provincianas escuelas no conocían de proyectores de diapositivas, ni de videos beams. Se comportaba Hernán como un contemporáneo Amos Comenius, como cuando se quedaba mirando nuestros dibujos con cierta admiración y asombro, tal como cuando cierta vez le mostré una composición que representaba un mundo primitivo de volcanes humeantes, feroces dinosauros y reptiles alados antidiluvianos, salidos de mi imaginación de preadolescente, bellamente coloreados con los excelentes e insuperables lápices de Prismacolor. Me puso veinte puntos y cada vez que había que hacer carteleras escolares me llamaba a mí de primerito.

Había en mi maestro de sexto grado otra cosa que me impresionaba y me impresiona hasta el presente: el armario o escaparate metálico de su aula de clases. Allí había una biblioteca pequeña de tamaño pero descomunal en contenidos, que contenía los más heteróclitos títulos: su majestad el Algebra de Baldor, el inmortal poemario Residencia en la tierra del chileno Pablo Neruda, el Libro Guiness de los récords, el paquidérmico volumen Venezuela y sus recursos del cubano Leví Marrero, La Constitución de Venezuela del año 1961, el Pequeño Larousse. A un lado se hallaban otros útiles escolares preciosos: un estuche con marcadores de alcohol, que eran novedad entonces, un termómetro de pared que siempre marcaba 26 °C, tizas de colores amarradas con una liguita, una impresionante regla de madera Pelikan que jamás usó para castigarnos, dos pelotas de softball nuevecitas y un guante de baseball marca Wilson.

Él pertenecía al célebre equipo de pelota formado de educadores llamado Los Flacos, que se enfrentaba en el viejo estadium La Esperanza, situado en la avenida Francisco de Miranda, a los integrantes del otro equipo de educadores, que por su contextura rolliza se les llamaba Los Gordos. Las gradas eran un auténtico frenesí de maestras y alumnos de las distintas escuelas de Carora que animaban a sus respectivos equipos. Es que en Carora es el béisbol una suerte de segunda religión.

Sobre el techo de ese mágico mueble escolar, una especie de armario y biblioteca, se podían ver vasos y frascos de cristal, en donde en un experimento protagonizado por nosotros los alumnos, germinaban exuberantes granos de caraotas negras extendiendo sus ramitas hacia el elevadísimo techo de madera de aquella escuela que diseñara en estilo “neocolonial” el arquitecto Carlos Raúl Villanueva para el gobierno civilista del general Isaías Medina Angarita.

No le daba importancia al hecho de que quien escribe fuera el hijo del director de aquella deslumbrante y admirable institución educacionista que había sido inaugurada en 1949, y que el populacho llamaba La Concentración. No, su trato era igualitario y democrático entre aquellos alumnos que venían de sectores populares, la clase media baja de los barrios aledaños al plantel: el Trasandino, Pueblo Aparte, Santo Domingo-Brasil.

 

Una vez jubilado marcha Hernán a su ciudad natal, en donde daba rienda suelta a su decidida dromomanía, ataviado de gorras y zapatillas de goma atravesaba a pie la anchurosa ciudad de Barquisimeto de Este a Oeste. Me topé con él en las cercanías de la Biblioteca Pío Tamayo de Barquisimeto y me pregunta emocionado, con brillo en su mirada, por mis libros y escritos. Le dije que en la Sala Larense de la Pío Tamayo los podría encontrar, acto seguido nos fuimos a ese agradable recinto en donde revisa allí mi producción escritural impresa, y en la planta baja lo hace con mi blog Cronista de Carora en las computadoras. Al final me dio un conmovido abrazo que jamás podré olvidar.

En ocasión en que el doctor Luis Beltrán Prieto Figueroa se lanza como candidato presidencial en 1968, en abierta disidencia con los adecos, funda el Movimiento Electoral del Pueblo, fue Hernán uno de los más entusiastas promotores de las aspiraciones de gobierno de este singular político y escritor margariteño, quien fue invitado a la Casa del Educador de Carora por mi padre, el profesor Expedito Cortés, a la sazón presidente de la Federación Venezolana de Maestros, seccional Torres.

 

Hernán era tan frugal en su alimentación que jamás se le podía ver en la cantina escolar. No le probaba alimentos sino a muy contadas personas. Era una suerte de Gargantúa al revés. Este rasgo de su personalidad, que chocaba en la opípara Carora de siempre, le acompaña hasta su fallecimiento en la ciudad de Barquisimeto en 2015. Cual Emmanuel Kant, no deja descendencia este extraordinario docente de aula que nunca ejerció cargos directivos y que laboraba dos turnos de primaria diurnos y un turno nocturno en la Escuela Cecilio “Chío” Zubillaga Perera, que no contrajo matrimonio, pero que no se despidió del mundo en estado célibe.  Fue de esos docentes que no conocieron internet, ni Google, ni teléfonos inteligentes, ni videos beams, pero que edificaron un sólido apostolado educativo a base de buen ejemplo ciudadano, puntualidad, pizarrón, tiza y saliva.

Paz a su alma.

Luis Eduardo Cortés Riera.

cronistadecarora@gmail.com

 

EL Acueducto de Carora, inaugurado el 19 de diciembre de 1914

Un libro escrito por la historiadora Yolanda Clemaride Segnini Sequera llamado Las luces del gomecismo trata de mostrar que no todo durante el largo gobierno de 27 años del presidente Juan Vicente Gómez Chacón fue atraso, oscurantismo y terror. No es así. Recordemos que fue gracias al presidente andino y por intermediación del general tachirense Juan de Jesús Blanco, que la ciudad de Carora ve la ansiada reapertura del Colegio Federal Carora en 1911, institución de educación secundaria fundada al calor del “patriciado caroreño” que fue clausurada en 1900 por el presidente Cipriano Castro y su ministro de instrucción, el célebre escritor Eduardo Blanco. En 1915 abre sus puertas el Liceo Contreras para señoritas, obra del doctor Rafael Tobías Marquís Oropeza, y que en 1925 el Gobierno del Benemérito General Gómez crea la Escuela Torres para señoritas. A ello debemos agregar la fundación de la Biblioteca Pública Ildefonso Riera Aguinagalde por Cecilio Chío Zubillaga Perera en el ocaso de la dictadura, en 1934.

 El general Juan de Jesús Blanco, progresista militar andino, afincado emocionalmente en la ciudad, fungía como Jefe Civil y a él le debemos el Parque (Plaza) Bolívar, la red de telegrafía de nuestro extenso Distrito, y el nuevo Acueducto que fue inaugurado el 19 de diciembre de 1914. Esta obra sanitaria iba a sustituir la llamada Cisterna Guzmán Blanco, obra construida por el Ilustre Americano durante el Septenio, 1870-1877. Estaba ubicada al lado del Hospital San Antonio que fundaran los presbíteros Carlos Zubillaga Perera y Lisímaco Antonio Gutiérrez Meléndez, y se nutría de una pequeña y corta quebrada que bajaba paralela a la calle Lara y que ya no existe, tal como me dijo mi padre, el ecologista profesor Expedito Cortés.

El nuevo acueducto de Carora fue construido, dice el Dr. Ramón Pompilio Oropeza Álvarez en 1921, bajo la dirección técnica del bachiller Rafael Lozada, nativo de Siquisique, alumno y fundador del Colegio La Esperanza o Federal Carora en 1890, y quien obtuvo el título de Agrimensor Público en tal Colegio en 1896. Se encargó como preceptor de la escuela de primaria anexa al Colegio Federal. Fue además miembro fundador del selecto Club Recreativo Torres.

 En octubre de 1913 esta obra sanitaria estaba paralizada, cuando ya estaba construida la caja y se esperaba la maquinaria para instalarla, según refiere el Semanario Labor de José Alejandro de Jesús Herrera Oropeza. La obra costó al Gobierno unos 60,000 bolívares, dinero con el cual se cubre el importe del edificio, la construcción de la caja o depósito, de la maquinaria y el transporte de ésta. Faltan, agrega Labor, unos 12.000 bolívares para comprar los tubos galvanizados para garantizar su permanencia. Esta cantidad, que hogaño nos parece insignificante, era poco menos que una fortuna, y por ello fue “reunida por los hijos de Carora, nunca zagueros (últimos) en ofrecer sus esfuerzos para toda obra que se emprenda para el progreso de su tierra”.

Se convoca para tales fines a una reunión con “las personas pudientes de esta sociedad, con el objeto de organizar una recolecta entre todos nuestros capitalistas, a los que seguirá el pueblo en general”. Entre estos capitalistas estaban “la primera riqueza de Carora” Andrés Tiberio Álvarez Urrieta, Flavio Antonio Herrera Oropeza, Amenodoro Riera, el socio de La Rosa de Oro, Miguel Ángel González Herrera, Aníbal Aldazoro Crespo., entre otros.

Agrega don José Alejandro de Jesús Herrera Oropeza que “Esta obra es muy necesaria, por lo exiguo del río Morere, las constantes sequías que se sufren en esta calurosa región, y la relativa poca durabilidad de la existencia de agua en la Cisterna Guzmán Blanco, hacen que la población continuamente se vea expuesta al martirio de la sed.” Y más adelante dice: “Recientemente ocurrió este caso: presentados todos los inconvenientes citados, vino a complicar la situación el hecho de que, habiendo llovido en las cabeceras del río Morere, el agua que este traía era horrorosamente revuelta, próxima casi a coagularse en barro, (esto sucede aquí con harta frecuencia); en tan angustiante caso, no hubo más recurso que mandar por agua a los campos, agotar la de los pozos, y, en fin, resignarse a pasar largos ratos de sed por parte de las personas más pobres.”

El muy ingenuo José Alejandro de Jesús Herrera Oropeza escribirá de seguido en su Semanario Labor, que es antecedente del Diario de Carora: “A nadie se escapará que, una vez terminado el acueducto, no volverá Carora a verse en tales apuros.” En los inicios del tercer milenio sufrimos consuetudinariamente la falta de tan elemental líquido los caroreños, teniendo a nuestra disposición dos represas gigantescas: Los Quediches y Atarigua. Toda una paradoja que habría desconcertado al director del Semanario Labor.

La Junta del Acueducto que se forma para impulsar la obra sanitaria, aclara que no hace falta la recolección de dinero que se había anunciado, porque la Junta pedirá al Gobierno la cantidad que falta. Un lujoso programa se imprime en los talleres del Semanario Labor de José Herrera Oropeza para la inauguración de la obra en 19 de diciembre de 1914, que coincide con los 11 años de la Rehabilitación Nacional, suceso que ocurre en 1908 y en el cual Juan Vicente Gómez le arrebata el poder a su compadre general Cipriano Castro quien en viaje de salud estaba en Alemania.

Este moderno Acueducto, construido con iniciativa y talento caroreño, lo que es digno destacar, estaba ubicado en la calle Bolívar, esquina de la calle Falcón, a una cuadra del Puente Bolívar, sus ruinas podían verse aun en la década de 1970. Se nutría de las aguas del “hilo de miel”, nuestro río Morere, hogaño convertido en gigantesca y nauseabunda cloaca, funcionó hasta que fue sustituido por las perforaciones del Puente de La Miel, situadas en la carretera Lara-Zulia y que nos proporcionaron un agua subterránea salobre y gris.

La ciudad de Carora era por aquel entonces la capital del Distrito Torres y tenía una pequeña población de 10 mil habitantes, una sociedad en cuyo vértice se hallaba el “Patriciado caroreño”, clase social que ejercía una verdadera hegemonía ideológica y cultural, hablando en términos de Gramsci. El general tachirense Juan de Jesús Blanco congenió de buena manera con los godos y con el populacho. Se hizo miembro del selecto Club Torres. En la sala de sesiones del Concejo Municipal fue colocado el 19 de diciembre de 1914, solemne Día de la Rehabilitación, un retrato suyo que fue pintado al óleo por Julio Teodoro Arze, en reconocimiento a los desinteresados servicios prestados a la ciudad y al Distrito Torres. Después de entregar el poder se residenció Blanco en el pueblo de Río Tocuyo, funda allí una hacienda a la que coloca el nombre de Montenegro, en homenaje a la pequeña y sufrida nación de los Balcanes. Tuvo descendencia acá y entre ellos destaca el simpático músico, locutor, comerciante, humorista y político Nelson Pérez, fundador de Los Trovadores Caroreños y militante comunista de gratísimo recuerdo.

Luis Eduardo Cortés Riera.

cronistadecarora@gmail.com

 

 

 

El juicio del mono (1925)

Pareciera mentira que en Estados Unidos, el país más próspero del  mundo, que había salido fortalecido y casi indemne de la terrible e inúti...