jueves, 17 de abril de 2014

La Andochería


Al licenciado Alejandro José Barrios Piña, lo definía el apego absoluto por su tierra caroreña, el cual, dije antes, lindaba con la xenofobia. Se alojaba de su lar nativo por necesidad, y una de ellas fue, precisamente, la búsqueda de reparación de su minada salud.
        Alejandro, era un intermediario cultural, es decir que sin complejo navegaba en la cultura de élites y en la cultura popular. Fue hasta su último suspiro, un conciliador y un relacionista. Prueba de ello fueron sus “Crónicas de la Comarca” y “Nudos de Papel”, escritos en donde su inspiración popular, le impedía utilizar el lenguaje de la ciencia histórica, la cual dominaba.
        Alejandro, sufrió en su corta vida de los que hemos de llamar una “hipertrofia pedagógica”, pues dictaba cátedras en ¡cuatro instituciones educativas!, la más informal de ellas era, precisamente, la de cronista de la ciudad. Y no debimos olvidar el magisterio que hizo en diversos órganos de prensa, como el “Yaguaraha” y “El Pregón”, así como su hertziana presencia en “Crónicas de la Comarca”. (Publicado postmorten por el Fondo Editorial de la Alcaldía de Torres, bajo la administración del Alcalde Julio Chávez Meléndez.
         Alejandro, era emocionalmente bicéfalo con gran naturalidad pasaba de los estados de euforia y afectividad a los de altanería y desconfianza. Pero estos “atributos” no lo hicieron naufragar en los que los griegos llamaron la atrabilis. Su genio, aunque desigual y  controvertido, terminaba agradando.
        Alejandro, como todos los seres humanos, tenía cinco sentidos, unos híper desarrollados y otros francamente atrofiados. Era sordo como pared y sin embargo casó con Haydee Álvarez Díaz. Pero nadie ni nada podía hacerle una jugarreta a sus finísimas papilas gustativas, por tanto que aprendió, a no dudar de su tía Chayo Barrios, dama a quien alguna vez llamé “sacerdotisa del paladar de los caroreños”.

        Alejandro, hubiera podido ser un lector voraz, pero sus múltiples ocupaciones se lo impedían. Sus penetrantes y brillantes ojos, montaban esta falencia cuando le di prestado los compendios, “El miedo en Occidente”, de Jean Delumeau y “El queso y los gusanos” del micro historiador italiano Carlo Ginzburg, obras a las que “fusiló”, con delectación. Sabía, o mejor dicho, intuía, que lo universal comienza en la aldea.

        Alejandro, hizo de su casa de habitación, un liceo o una academia tal como las entendieron los antiguos. Allí, y cobijados en “La Pérgola”, se hablaba- y hasta se reñía- de todo en un convite que no parecía tener linderos precisos.
        Alejandro, cumplió con la sentencia del gran historiador Eric Hobsw Anbu, quien afirma que para ser buen historiador se requiere ser buen esposo.

  Dr. Luis Eduardo Cortes Riera
            Historiador
Transcripción: MSc. Henry Alfredo Vargas Ávila

El juicio del mono (1925)

Pareciera mentira que en Estados Unidos, el país más próspero del  mundo, que había salido fortalecido y casi indemne de la terrible e inúti...