viernes, 9 de marzo de 2012

EL COCUY EN LA CULTURA DEL SEMIÁRIDO LARA-FALCÓN

Amo el semiárido larense porque soy un andino que fue arrancado de su Cubiro natal, y colocado a los ocho años de edad en la antigua ciudad de Carora. Acá comenzó mi conocimiento de este frágil ecosistema que cubre el 40% de la superficie del Estado. Como historiador que soy, sentí un gran entusiasmo al oír decir al Dr. Reinaldo Rojas que la historia social del semiárido está por hacerse. Para construir esta manera de hacer historia habrá que tomar en cuenta las familias extendidas, la economía caprina, el catolicismo que impregna este mundo de vocación agraria y, por supuesto, esa bebida que en Lara y Falcón ha resistido los embates de la globalización espirituosa de la cerveza y el ron: el mítico cocuy de penca.

Una bebida cargada de paradojas y de una mitología sin par, por lo cual podemos decir que lo que el vino es al mar Mediterráneo, el cocuy lo es al semiárido del occidente venezolano. Bebida poscrita y perseguida durante décadas, producto de uno de los ecosistemas más delicados del planeta, sin embargo, es la responsable de la virilidad de un machismo sui géneris, el resultante de los contactos caquetíos con los pobladores de Extremadura – Andalucía y los negros esclavos tare, yorubas y congos africanos.

Quizás no sea osado establecer una relación entre las grandes familias, el pater familia larense y falconiano y la devoción a San Antonio de Padua. Creo de igual manera que el tequila larense - falconiano, está vinculado de una manera real a esa visión del mundo, de la familia, del amor y de la mujer que nos introyectó el cine mexicano durante varias décadas del siglo XX, y que se prolonga hasta el presente.

Es posible afirmar que si el maíz tiene en Urdaneta y Falcón su baile, Las Turas, debió de existir un ritual semejante en obsequio a la planta maravillosa del agave cocui trelease, que es su nombre científico. Ante el profundo significado antropológico-cultural del agave se impone, pues, el comprender sobre el explicar. El explicar se lo dejamos a la ciencia natural físico-química o a la geografía física, en tanto que el comprender nos aproxima a la psicología, la mitología, la semiología, lo que es decir a la lingüística y la antropología.

Sólo estas disciplinas nos harán comprender las conductas asociadas a el cocuy y las relaciones sexuales, el folklore del tamunangue o el sentimiento religioso. Explicar sería quedarnos en el serpentín, los mostos, las levaduras y el grado alcohólico que le caracteriza: 56º. Comprender, en cambio, supone desenmarañar la compleja urdiembre psicológica de lo legal e ilegal que rodea la bebida, los mecanismos de defensa psíquicos que crearon los larenses y falconianos para no ver parecer esta “tecnología de la resistencia” junto a cabras y chivos, que como la bebida de marras marcó a toda nuestra geografía destilada y caprina.

Un buen adelanto de esta misión que tenemos de comprender el sentido vigilatorio que tanto el gobierno como los consumidores de esta delicia al paladar deben guardar, lo sentimos al asistir a la sustentación oral y pública de la investigación Historia de la industrialización del cocuy de penca en el Estado Lara a través de la Empresa Ramón R. Leal y Compañía S.R.L. en Barquisimeto, 1960-1980, realizada por la profesora Doris Silva, y que tuvo como tutor al Dr. Reinaldo Rojas, teniendo como escenario académico el programa Interinstitucional de Maestría en Historia, Convenio UCLA, UPEL/IPB, evento al cual tuve el mayúsculo placer de asistir. Para hacer una historia de las bebidas – decía Fernand Braudel –, aunque sea breve, hay que referirse a las antiguas y a las nuevas, a las populares y a las refinadas con las modificaciones que se fue introduciendo al pasar el tiempo. Felicidades profesora Doris por haber realizado por primera vez en Venezuela una historia social de nuestra bebida emblema, y que yo conseguí caligrafiada en los viejos infolios de la Cofradía del Santísimo Sacramento de Carora en el año 1812.

Carora, 23 de junio 2008.


De la Plaza Mayor a la Plaza Bolívar de Carora

La plaza es un lugar de reunión, es un espacio donde convergen no sólo calles o pasajes. En ella confluye gente con las más diversas intenciones. En Carora desde siempre (1569 en adelante) ha existido plaza. Allí, en la zona de valor histórico de la ciudad, se conserva un bello encierro que en la Colonia se le llamó Plaza Mayor o Plaza Real, como era denominada en todas las ciudades que tuvieran esa jerarquía. La plaza constituía el área en torno a las edificaciones religiosas, civiles y militares que la autoridades coloniales tenían dispuesto dentro de las estructuras cuadriculares, forma como se diseñaban las ciudades, muy semejante al modelo hispánico de la época.
Aquella Plaza Mayor caroreña ha sido testigo de la historia de ese pueblo, y sus espacios escenario de acontecimientos que han marcado el transitar histórico de la ciudad del Morere. Allí fueron ejecutados los hermanos Hernández Pavón y sus ayudantes, -16 de febrero de 1736 - acusados injustamente de bandidos y contrabandistas. Ese día murieron nueve personas motivados a la violencia que generara un pequeño motín. Eso trastocó la paz de una ciudad extraordinariamente católica y generó todo un sobrevuelo en la población, que comenzó a atribuirle ese hecho a una acción inducida por Mefístoles. Sí, era el diablo el culpable de aquel abominable caso – asegura la creencia popular-. Así surgió una de las versiones de “el Diablo de Carora”. De manera que cuando en la Carora de hoy ocurre algo que altere la tranquilidad de sus habitantes, la gente exclama: “se soltó el diablo” o “el diablo anda suelto en Carora” o simplemente “Ah diablo”. Se asegura que los restos mortales de los supuestos transgresores fueron enterrados a un costado de la plaza, sin embargo, otras fuentes señalan que se encuentran en la catedral de la ciudad.
Ya en la República, la Plaza Mayor, fue escenario de una romería que se organizó para recibir las tropas del Libertador Simón Bolívar (entre el 17 y 21 de Agosto de 1821) en su paso a la Nueva Granada. En esa plaza se estacionaron parte de las tropas del padre de la patria. Por allí caminó el Libertador en compañía de sus edecanes y oficiales entre los que se cuenta el general Juan José Flores, primer presidente del Ecuador. Fue también testigo silente de la niñez y adolecía de hombres como Pedro León Torres – epónimo del Municipio y de Juan Jacinto Lara, héroe de Corpahuaico. En su honor se bautizó el territorio de la vieja Provincia de Barquisimeto en 1881.
Pero, ¿Cómo pasó de llamarse Plaza Mayor a Plaza Bolívar? Fue en el primer periodo del presidente Antonio Guzmán Blanco, que todas las Plaza Mayor de Venezuela pasaron a denominarse plazas Bolívar en homenaje al Libertador. Sin embargo, aquella plaza sólo le cambio el nombre, seguía siendo un espacio con alguna que otra vieja Ceiba en sus alrededores y seguramente algún viejo Cují (Prosopis juliflora) en sus inmediaciones. No poseía estructura edificada. Así la muestra una gráfica publicada en el periódico “El Cojo Ilustrado” hacia 1892. Ya en 1888 se había colocado allí un busto del General Pedro León Torres, que ocuparía el lugar del padre de la patria hasta 1930, fecha del centenario de su muerte del padre Libertador. Hubo de esperar hasta 1912 cuando por disposición del General Juan de Jesús Blanco – Jefe civil y militar de Carora -, se comenzó la construcción de una estructura arquitectónica. Era la plaza Bolívar de Carora en ese momento y hasta 1930, un lugar cedido al héroe de Bomboná. Una especie de comodato en la que la gente fundía la valoración del gesto patriótico local con una presencia espiritual de Bolívar.
A partir de 1930 se colocó allí un busto del Libertador, elaborado en mármol blanco de Carrara, traído desde Italia para la conmemoración del centenario luctual, que aún permanece. Es importante despejar acá una duda que prácticamente se ha convertido en un mito. Se ha dicho erróneamente que en dicha plaza hubo alguna vez una estatua ecuestre del Libertador. Pues, no. La confusión pudiera derivar del hecho que por Carora pasó una estatua del padre de la patria con esas características, que era transportada desde el Puerto de Maracaibo en un camión vía a Barquisimeto, para ser colocada en el Parque Ayacucho que se construía en la década de los treinta del siglo XX en aquella ciudad. Allí se pudo generar la confusión. De manera que todo es producto de las travesuras de la tergiversación.
La estructura edificada de la plaza de hoy ha recuperado en parte, lo que en 1912, proyectaron sus constructores. Cercada con medias paredes de ladrillos recubiertos de mampostería, columnas cilíndricas con travesaños de madera y barandas de hierro que semejan lanzas. Sus pisos de cerámica criolla construidos en las inmediaciones de la ciudad; y en cada una de de las columnas de sus ocho puertas, como si se tratara de una parada militar, aguardan pequeños bustos de oficiales patriotas que celan la presencia del padre Libertador en aquel lugar. 

jueves, 8 de marzo de 2012

CIPRIANO CASTRO Y CARORA


Entrada de los andinos a Carora en agosto de 1899

La ciudad de Carora de fines de siglo XIX que veía llegar los introvertidos montañeses, mostraba una fuerte y marcada impronta colonial que se manifestaba en su catolicismo de masas, sus cofradías y hermandades, su gran cantidad de sacerdotes y levitas nacidos allí, sus templos y capillas, el ceremonial religioso de casi todo el año. Se trataba de una prolongación en el siglo XIX de nuestra cultura colonial y barroca que arraigó profunAdamente en esta cálida ciudad, que en su vínculo con lo sagrado se asemejaba en fervor y devoción a cualquier localidad andina de Venezuela. Entre el final del siglo XIX y comienzos del siglo pasado se llevaba a cabo una extraordinaria experiencia religiosa y social por los sacerdotes Doctor Carlos Zubillaga y Lisímaco Arturo Gutiérrez , que como bien dijo el Dr. Luis Beltrán Guerrero, se puede calificar como un antecedente de la llamada “Teología de la Liberación.” A lo que debemos agregar la hegemonía de una clase social, la godarria caroreña, grupo social que permanecía y permanece en los días que transcurren, fiel a su pasado hispánico, y aunque no decididamente producto de la Venezuela colonial, pues tal como la conocemos hoy, endogámica y excluyente, ejercía allí una hegemonía ideológica y cultural y ha realizado una importante obra de cultura en esta aislada localidad en el Estado Lara del occidente venezolano.

Contaba la ciudad con unos 8.500 almas, una estructura poblacional en cuyo vértice se hallaba ubicada la godarria caroreña, una clase social con rasgos de casta que dominaba la economía, la sociedad y la cultura. Protagonizan un intenso proceso de concentración de la tierra y una hegemonía en los asuntos de la Iglesia y la cultura en general cuando agoniza el siglo XIX. Se han apropiado del intenso comercio local, de las inmensas y feraces tierras al occidente del Distrito Torres, han copado con sus apellidos las prestigiosas cofradías y hermandades de la Iglesia, dominan los resortes del poder político, además han llevado la imprenta en 1875, fundan el Colegio Particular La Esperanza en 1890, el sexista y excluyente Club Recreativo Torres en 1898, motivaron la prensa, sobre todo el diario El Impulso, fundado por el Br. Federico Carmona en 1904. Es una hegemonía evidente que se sustenta y ampara en la marcada endogamia propiciada por la Iglesia, su catolicismo militante y en un claro signo de exclusión que se proyecta hasta el presente.[1]

Durante el siglo XIX la política en Carora se polarizó entre Unidos (liberal) y Vitalicios (conservador, afecto a la godarria). Pero a finales de tal siglo este dominio conservador mostró sus simpatías y respaldó al carismático y tenido por honesto líder caraqueño general José Manuel Hernández, alias El Mocho, jefe del Partido Liberal Nacionalista, que agrupa a los inconformes con la corrupta maquinaria de gobierno del Liberalismo Amarillo, quienes le roban las elecciones de 1897 y colocan en el gobierno al protegido del general Joaquín Crespo, el Dr. Ignacio Andrade, último representante del decadente liberalismo decimonónico en Venezuela. Hernández decide alzarse desde la hacienda de Queipa, cerca de Valencia el 2 de marzo de 1898. Crespo sale a enfrentársele, pero muere de un certero disparo en combate en La Mata Carmelera, Cojedes. En los días del arribo de Castro a Carora, El Mocho está preso en la temida cárcel de La Rotunda de Caracas. A la cabeza de este movimiento se colocó un joven médico egresado de la Universidad Central de Venezuela y con estudios de especialización en París, galeno quien en 1898 había fundado el excluyente y selecto Club Torres, el Dr. José María Riera, personaje trágico de nuestro turbulento siglo XIX que habría de morir prematuramente en una refriega en 1900. De este eminente médico y político caroreño dice el eminente Dr. Pastor Oropeza:
[1] Cortés Riera, Luis Eduardo. Del Colegio La Esperanza al Colegio Federal Carora (1890-1937) 1997.Fondo Editorial de la Alcaldía del Municipio Torres-Fundación Buría. Carora. P.166. Y también: Llave del Reino de los Cielos. Iglesia católica, cofradías y mentalidad religiosa en Carora, siglos XVI al XIX. (2002).Trabajo de Grado para optar al título de Doctor en Historia. Universidad Santa María ,2003. P.300. (En proceso de impresión)

domingo, 4 de marzo de 2012

Personajes en Carora siglo XVII

Revisando los libros de las cofradías caroreñas de hace 250 años, las hermandades del Santísimo Sacramento, fundada en 1585, y Jesús en La Columna y Glorioso Mártir San George, creada en 1745, que se hayan en el Archivo de la Diócesis de Carora, encontramos inscritos allí una serie de mujeres y hombres, que nos dan una idea de la conformación de la sociedad venezolana en vísperas de la Guerra Magna, veamos.

En 1745 entraron como cófrades a la del Sacramentado el Pbro. Lic. Domingo Espinoza de Los Monteros, natural de La Laguna, Islas Canarias, el Pbro. Dr. Rafael Alvarado Serrano, cura de Petare, el Pbro. Br. Pedro A. Meléndez, clérigo de Carora, el Dr. Antonio Juárez de Urbina, el Sargento Mayor residente en nuestra ciudad Santiago de Silva. En 1757 se inscribió el Lic. (abogado) José de Espinoza de  Caracas, el profesor de medicina Luis Esteban Faisa, docente en la Real y Pontificia Universidad de Caracas, fundada en 1725, el Pbro. Dr. Juan de Mendoza que vive en La Victoria (Aragua), el militar de Carora Don Juan Álvarez de Silva.

         En 1760 lo hacen Lázaro Perera Ancheta, la tía del Libertador Luisa Bolívar y Ponte, el Teniente de Justicia de Barquisimeto Francisco Yépez Herize. En 1764 se agregan a esta cofradía de fama internacional el Dr. Juan Félix de Aristigueta, caraqueño,  la Abadesa del convento concepcionista de Caracas Sor Rosalía Robles, el caroreño Agustín de la Torre Sánchez, un cura vecino de El Tocuyo, Pbro. Lic. Juan Eugenio González, la monja concepcionista Sor Apolonia de Santo Tomás Fajardo, así como su compañera de reclusión Sor Paula de San Rafael Bolívar, el cura de San José, Pbro. Lic. Jacobo de Cusa, la tía del Libertador Josefa Bolívar y Ponte, la madre del General de División Pedro León Torres, Juana Francisca de Arriechi, el caraqueño Pbro. Br. Marcos Reyes, el cura de San Carlos (Cojedes) Pbro. Lic. Baltazar Fuenmayor.

En la otra hermandad caroreña, la de Jesús en La Columna entraron en 1745 el Vicario Foráneo, Comisario de Carora Pbro. Lic. Juan Hilario de Hoces, el Pbro. Pedro Nolasco Riera, Cura Rector de esta misma ciudad, el Cura Rector de la Parroquia de San Juan Bautista Pbro. Br. Antonio Venancio de Urrieta, el Sacristán Br. Domingo Alvarez Franco, fundador de tal hermandad, Dr. Francisco Ramos, Lic. Antonio de Hoces, Lic. Valentín Ocanto, Pedro Regalado Alvarez, Juan de la Torre Sánchez, la trujillana Sor Juana de Villegas, el Corregidor Dr. Domingo García Leal, el guipuzcoano residente en tierras del Morere Teniente de Justicia Juan Manuel de Aldazoro, el cura Rector de Coro Pbro. Lic Juan Sangronis, de la orden de Predicadores aparece  fray Antonio Salazar de Frías. Como evidencia de una picaresca entre nosotros aparece Juan Esteban Verde, alias “el pobre tatareto”. De los Reinos de España en 1749 están Juan Antonio Baudín, Juvencio Segovia, Justicia Mayor de Carora, el pardo de Caracas Teodoro Beato. Entró difunto a la cofradía el cura de Carache Pbro. Lic. Cristóbal Alvarez. Otros son  el navarro (España) Melchor Esponda, el cura nacido en San Carlos Pbro. Francisco Buenaventura, de Caracas Martín Tovar y Galindo, el canónigo Dr. Julián Fernández (1752), los guipuzcoanos Juan de Alzurú que vive en Ospino y Juan de Andonegui , de 33 años.

En 1754 aparecen Salvador de Alvarado, natural del Reino de Santa Fe (Colombia) que vive en San Carlos de Austria, de Barquisimeto Francisco Alvarez de Lugo y Macías, el Lic. caraqueño Juan Suárez de Urbina, y de Trujillo el Pbro. Lic. Juan Pacheco y Meza, el alias “el mestizo” Juan Mogollón, el cura de la iglesia parroquial de Carora Pbro. Pedro Regalado Riera, “la palillos”, alias de Isabel Adames, Doña Luisa, la tía del Libertador, el dominicano Dr. Felipe Prado, el nuevo Mayordomo de la cofradía Sargento Mayor Andrés Antonio de Oropeza, entre otros.

Esta muestra nos coloca frente a una sociedad dominada por lo sagrado, en la que se crean dos imaginarios: la leyenda del diablo de Carora en 1736 y el aparecimiento de la virgen de Chiquinquirá a don Cristóbal de La Barreda en 1746, lo cual se explica por el hecho de que no tuvimos filosofía de la Ilustración, sistema de pensamiento que logró en amplias partes de Europa un proceso de descristianización acelerado, que en cierto modo explica la explosión social que dio lugar a la gran Revolución francesa de 1789. Esa notable ausencia en nuestro sistema de pensamiento es responsable del bajo nivel de uso del instrumento de la Crítica en nuestros medios académicos y de calle, y el innumerable registro de fiestas religiosas y laicas en nuestra Hispanoamérica católica, colonial y barroca.

La Guerra de Independencia de Venezuela en la Jurisdicción de Carora



En el presente trabajo trataremos de hacer una descripción de los sucesos ocurridos en la jurisdicción de Carora durante los sucesos de la Guerra de Independencia entre los años 1810 y 1830. Para tales efectos hemos de tomar en consideración los aspectos y situaciones particulares ocurridos en su extensa jurisdicción. Pero este cometido no lo lograríamos sin tomar en cuenta el escenario nacional e internacional bajo el cual se desenvolvió la Gesta Magna. Pondremos de relieve el carácter artesanal de la economía caroreña, así como la densa atmósfera religiosa que la define, a tal punto que la ciudad se le conoce como “Ciudad levítica” y “Ciudad procera de Venezuela”. En tal sentido utilizaremos la llamada “comprensión” para lograr entender de qué manera una ciudad de rostro artesanal y católico, a la vuelta de poco tiempo se convierte en una de las más decididas ciudades del país que siguieron con verdadero fervor patriótico la ruta independentista.
Escenario geográfico:
La antigua ciudad de San Juan Bautista del Portillo de Carora fue fundada en 1569 en el extremo occidental de la Provincia de Venezuela. Durante la Colonia se le conoció por su activa y reconocida artesanía del cuero, el dinámico comercio con Coro, Maracaibo, Trujillo y Barquisimeto, las muy apreciadas mulas de carga, así como por sus numerosas vocaciones sacerdotales, la existencia de internacionales hermandades y cofradías de la Iglesia católica. La Jurisdicción de Carora se extendía hacia el norte y ocupaba las localidades de Siquisique y Aguada Grande, actual Municipio Urdaneta del Estado Lara.
Asentada sobre un terreno arenopedregoso del semiárido, con escasos recursos hídricos y una vegetación xerófita, la ciudad orientó su economía hacia la artesanía del cuero, la cría y el comercio con los Andes, el Lago de Maracaibo, Coro y Barquisimeto. Las poblaciones más significativas de su Jurisdicción eran Río Tocuyo, Aregue, Arenales, Curarigua, San Francisco, San Miguel de los Ayamanes, y las ya mencionadas Siquisique y Aguada Grande.
Población:
Para finales del siglo XVIII, en 1799, nos dice Reinaldo Rojas, que la población de Carora arroja los siguientes resultados: 469 personas de la casta de los blancos y mestizos, 71 indios, 3.832 negros, zambos y mulatos y 585 esclavos. Para toda la vicaría caroreña las cifras serán 1.999 habitantes blancos y mestizos, 3.160 indios, 3832 mestizos de negro y 585 esclavos; tales cifras, dice este investigador larense, representan un 14, 7 % de la Región Barquisimeto, categoría de análisis creada por Rojas. A fines del siglo XVIII, la llamada “godarria caroreña” daba muestras incipientes de su conformación, la que se lograría finalmente luego de la Guerra Magna, en el escenario de aislamiento, pobreza y violencia que dominó al país durante el siglo XIX.
Cultura y religión:

En el siglo XVIII la ciudad era conocida por la calidad finamente labrada de sus artesanías del cuero, un complejo cultural específico, dice Reinaldo Rojas en su obra. De la misma manera era la ciudad asiento de numerosas cofradías, instituciones de socorros mutuos que le dieron a la urbe una sensibilidad religiosa sin igual y en la cual se incubaron sólidos imaginarios colectivos: la virgen del Rosario de la Chiquinquirá de Aregue (desde el siglo XVII) y la extraordinaria “Leyenda del Diablo de Carora” en 1736, y durante la República, en 1859, la muy conocida “Maldición del fraile”. Se erigió una arquitectura barroca un tanto simplificada, por no ser sobreabundantemente decorada, en las que resaltan las iglesias de San Juan, San Dionisio y la Capilla del Calvario, así como la Casa Amarilla, la Casa del Balcón de los Alvarez. Es el escenario ideal para que allí se produjeran numerosas vocaciones sacerdotales, a tal punto que en los inicios del siglo XX la urbe fue llamada “Ciudad levítica de Venezuela” por el padre Carlos Borges.
En los cultivos de cañamelar curarigüeños, en vía a El Tocuyo, los negros esclavos desarrollaron un complejo cultural sin parangón en el país, el tamunangue, constituyéndose en un conglomerado cultural mestizo que incorpora rasgos hispanos, indígenas y negros, que dan lugar a una manifestación popular y dancística en honor a San Antonio de Padua, el santo de los negros y de los pobres.
Es de destacar un hecho importante para entender esta Región Barquisimeto como categoría de análisis de Reinaldo Rojas. Tiene que ver con la existencia de tres ciudades de blancos en ella, en lo que hoy corresponde al estado Lara: El Tocuyo, Barquisimeto y Carora, conglomerados humanos de donde irradió la cultura dominante hispana en tres siglos de dominación y coloniaje.
Es demasiado importante destacar un hecho que marca a la jurisdicción de Carora cuando estalla la Guerra Magna. Se trata de el enorme vuelco que en la mentalidad de sus habitantes se produce en esos días, pues luego de ser una comarca de pacíficos artesanos del cuero, pequeños criadores y comerciantes fieles a los dogmas de la Iglesia Católica durante los 300 largos años de régimen colonial, al sonar la clarinada del 19 de Abril y en acontecimientos súbitos se vuelve la urbe una ciudad abiertamente alineada con la Independencia, a tal punto que sufrió varios asaltos por realistas y patriotas, como veremos más adelante. Unos años antes, en 1806, se supo en la ciudad del Portillo que “el enemigo estaba cerca”, refiriéndose a la fracasada expedición de Miranda por las costas del Caribe, cercanas a la ciudad de Coro. Nadie se movilizó en Carora para apoyarlo o para manifestarle su aprobación.
Pero un rasgo define a la ciudad: sus numerosos artesanos del cuero, el barro, la madera, el metal. Ellos contribuyeron a darle fisonomía de ciudad a Carora. Se agruparon en defensa de sus intereses en las múltiples cofradías que existieron. Eran, por así decir, sus gremios naturales las hermandades de la Iglesia católica. El artesano, es preciso destacar, tiene una mentalidad proclive a la autonomía, pues vive de su trabajo, que ejerce de manera libre; es el artesano su propio jefe. Esto explica de alguna manera que la ciudad se proclamara ferviente partidaria de las ideas liberales, de la libertad económica, es decir de la plena independencia, y, una vez iniciada la Guerra Magna se convirtiera en una cantera principalísima de reclutas a favor de la Revolución. Tal es así que se le conoce como  “Ciudad procera de Venezuela”, por la significativa cantidad de eminentes patriotas que entregó a la Independencia. No nos extrañe, pues, que el nombre de la entidad, el Estado Lara, y el nombre del Municipio Torres se deban a la membresía de dos Generales de División caroreños: Jacinto Lara y Pedro León Torres, héroes de la Independencia venezolana y suramericana. Como si ello no bastara, en el siglo XX, José María Zubillaga Perera escribió un libro titulado “Procerato caroreño”, donde destaca que la ciudad dio a la Independencia dos Generales de División, los ya mencionados Lara y Torres, a los que debemos agregar al Dr. Domingo Perera Álvarez, Lic. Pedro Regalado de Arrieche, 12 coroneles, 2 tenientes coroneles, 5 comandantes, 10 capitanes, 13 tenientes, 2 subtenientes, 1 sargento. Un total de 53 próceres que prodigó la ciudad del Portillo a la causa de la Emancipación venezolana y suramericana, tal como detallaremos después.
A diferencia de otras localidades, como las que se condujeron por la economía agrícola, tal es el caso de El Tocuyo, ciudad donde  estaba fuertemente estratificada su población, en la que una minoría de propietarios de la tierra ejercía un dominio de clase muy marcado por las formas de propiedad que imperan en el campo, donde el esclavo, los agricultores asalariados y los jornaleros son objeto de un fuerte dominio social y cultural, a lo que debe agregarse el apego secular a las formas de explotación agrícola, que hacen de estos seres humanos conservadores y poco proclives al cambio revolucionario, lo que nos conduce a pensar que no se produjese allí en El Tocuyo tal entusiasmo patriótico como en la vecina ciudad del Portillo de Carora. El artesano vive en el foco de la insurrección, la ciudad. El agricultor vive en el campo, la zona del conservadurismo secular. A la ciudad llegan las nuevas ideas, hay personas cultas, o que saben leer; en la campiña por el contrario el ritmo lento de los cultivos conducen a la quietud y el recogimiento.


Antecedentes de la Guerra de Independencia en la Jurisdicción de Carora:
Creo que, sin embargo, no es descabellado afirmar que la Gesta Independentista  en Carora  tiene algún antecedente de alguna significación y que deben ser, en consecuencia, tomados como tal, como bien los tiene la Guerra de Emancipación en Venezuela en el movimiento de José Leonardo Chirinos o el de Gual y España, entre otros. En el caso de la ciudad del Portillo se omite, quizá por temor a afirmar que la muy famosa Leyenda del Diablo de Carora es, en efecto, un antecedente local de nuestra Gesta Patria. Solo que este fue un movimiento de masas un tanto confuso, pero que ya muestra un rechazo a las prácticas económicas de la monarquía de los Borbones.
Sucedió en 1736 que la ciudad de Carora, urbe que tenía fuertes vínculos con el contrabando que infectaba las costas del Mar Caribe, pues era una localidad artesanal que elaboraba famosos y bien estimados cueros para la exportación, inclusive. Para sostener tan elaborado producto artesanal la ciudad necesitaba un material que solo el contrabando le podía proporcionar: herramientas para elaborar sillas, botas, badanas, cordobanes, etc. Estos valiosos utensilios eran cuchillos, alicates, fuelles, clavos, tachuelas, grapas, yunques, martillos, agujas, las cuales eran proporcionados por el comercio holandés de las islas de Aruba, Curazao y Bonaire, y que entraba por las costas del Estado Falcón. Este comercio ilícito no lo podía tolerar la Compañía Guipuzcoana, empresa recién instalada en la Provincia de Venezuela y que tenía su representación en la ciudad. Una de las misiones más importantes encomendada a tal Compañía era, en efecto, combatir el tráfico ilícito de mercaderías. Esta empresa de comercio auspiciada por la monarquía  fue factor de perturbación, no solo en Carora, sino en distintas regiones de la Provincia, tal como la Rebelión de Andresote en los llanos del Yaracuy en ese mismo siglo XVIII.
De modo pues que los contrabandistas eran bien tratados y se les tenía gran estima en estos lugares del occidente de Venezuela. Fue por ello que al resultar presos algunos de ellos, un movimiento popular trata de rescatarlos de las manos de las autoridades locales caroreñas. Logran, empero, escapar. Fue inútil, pues los contrabandistas fueron sacados del Convento de Santa Lucía, lugar sagrado donde se creyeron a buen resguardo, y sin juicio alguno, arcabuceados en la cercana Plaza Mayor. Desde allí se dice que el diablo anda suelto en Carora.

La alborada del 19 de Abril de 1810.  Las cofradías y hermandades caroreñas.

La caída de la monarquía de España en manos de Bonaparte desencadena una serie de dramáticos cambios en la mentalidad de la América hispana. Asistimos al derrumbe de la Escolástica y sus sutilezas barrocas, penetra la ciencia moderna y experimental a sus centros de enseñanza, la Ilustración entusiasma a las clases acomodadas. La cultura-dice Picón Salas- ya tiene traje seglar. El sistema de castas crea serios y profundos resentimientos sociales. Estamos en vísperas de la Revolución.
En 1804, un decreto real molestó enormemente a la cofrádica ciudad de Carora y así como a la América hispana, pues el Rey Carlos IV despojó de sus bienes a las múltiples cofradías y hermandades existentes desde el siglo XVI, y a la cual pertenecían el grueso de su población que entraban a ellas como hermanos. Estas “estructuras de solidaridad de base religiosa”, tal como las llama el francés Michel Vovelle, eran las responsables de que se creara en la ciudad una densa atmósfera religiosa hasta ahora poco conocida y escasamente valorada. Con los bienes de las cofradías se financiaban dos escuelas de primeras letras creadas por el Obispo Martí en 1776, por lo que se creyó que sería el Real Decreto de Consolidación de Carlos IV un duro golpe a la enseñanza así como a la economía eclesiástica, pues la Iglesia poseía ricas haciendas de cofradías, llamadas “del Montón”, basadas en la explotación de la mano de obra esclava. Estas obras pías atendían las necesidades de enfermos, viudas, huérfanos, obligaba a los cófrades a asistir a las exequias de los hermanos fallecidos. También prestaban dinero a interés. Eran las hermandades, por así decir, un antecedente de los seguros sociales del presente.
Nosotros hemos hecho un estudio del comportamiento de las cofradías caroreñas durante los años del prolongado y sangriento conflicto bélico que sufrió el país luego del 19 de Abril de 1810 y el 5 de Julio de 1811 hasta los años de la disolución de la Gran Colombia en 1830. Es una nueva perspectiva de análisis histórico que arroja resultados sorprendentes e inesperados. Veamos.
La “entrada” de hermanos y cofrades mide comportamientos colectivos muy importantes y que habían pasado desapercibidos para los cultivadores de la llamada “historia acontecimal”, aquella historia que le da relevancia desproporcionada a la cronología, los grandes hombres, las batallas y a los acuerdos y armisticios, pero relega al olvido a los anónimos hombres y mujeres del común. En este caso se trata de los creyentes que cifraban sus esperanzas en la vida de ultratumba, pero que en el ínterin de la vida terrenal se agrupaban en tales “estructuras de solidaridad de base religiosa” para resolver sus necesidades cotidianas en casos de enfermedad, muerte, viudez, horfandad. Así también las hermandades resolvían problemas tales como educación, concedían préstamos a interés. Eran, pues, tales hermandades un factor de sociabilidad y de socorros mutuos que explican la gran estabilidad del orden colonial, y que sin embargo, sus vidas institucionales se prolongan hasta la República para llegar, de forma atenuada, hasta el presente.
Tomemos para comenzar el comportamiento de dos hermandades. Entre los años 1795 y 1830 la entrada a las cofradías del Santísimo Sacramento y Jesús en La Columna fue relativamente bajo,  pues en ellas se inscribieron 240 hermanos en la primera y 118 en la segunda, para un total de 358 hermanos inscritos en esas tres décadas de confrontación. Es importante para hacer una comparación temporal hacer notar que la cofradía del Santísimo inscribió entre los años 1716 y 1799 la significativa cantidad de 1.010 hermanos, y que la de Jesús en La Columna hizo inscripción de 882 cófrades entre los años 1745 y 1799. Esa caída significativa de las adscripciones revela el enorme estado de confusión y de desconcierto que sufrieron las hermandades caroreñas, y por extensión toda la sociedad, en esas décadas de enfrentamiento bélico.
La expedición mirandina de 1806, con toda la carga de confusión y miedo que provocó en los católicos, motivó que entre ese año de tal desgraciada expedición y 1809, se inscribieron 70 hermanos en la cofradía del Santísimo y 20 en la de Jesús en La Columna, para un total de 90 nuevos cófrades que seguramente pensaron en la amenaza protestante, los anticatólicos estadounidenses e ingleses, enemigos declarados de la virgen y de los santos, así como de la autoridad del papa.
Cuando se producen los acontecimientos del 19 de Abril en Caracas, comienza el declive muy notorio de entrada a las cofradías de Carora, descenso que tocará fondo en 1816. Entre esos 6 años la ciudad paga por su rebeldía patriótica cuando el 23 de marzo de 1812 es tomada por las tropas del capitán Domingo Monteverde. Dos años después, en agosto de 1814 paga de nuevo Carora de manera más cruel su entusiasmo libertario cuando es asaltada por la caballería del teniente de milicias de Coro José Manuel Listerri. Durante el tiempo transcurrido entre estos dos asaltos la población huyó despavorida, sin saberse su paradero, dice una fuente, el Libro de donaciones de Nuestra Señora del Rosario, 1790. Entre esas dos fechas, 1810 a 1816, las hermandades inscribieron 70 hermanos, de los cuales 47 lo hicieron en la del Santísimo, y apenas 23 en la de Jesús en La Columna.
En los años siguientes  a 1816 hubo un repunte de inscripciones en las hermandades que se extendió hasta 1821. Es el breve periodo de la Tercera República y en el cual entran 50 hermanos a las cofradías mencionadas.
Después del triunfo patriota en la Batalla de Carabobo, en 1821, se despoblaron por completo las dos hermandades que venimos estudiando. En los años 1822, 1823 y 1824 nadie entró como hermano en ellas. Entre 1825 y 1829, sólo 16 fieles se animaron a pertenecer a la cofradía del Santísimo, y ninguno a la de Jesús en La Columna.
Había un compromiso que obligaba a los cófrades: realizar misas cantadas o no y en gran número  para hacer emerger a los hermanos difuntos de ese tenebroso tercer lugar de la geometría del más allá, el purgatorio. Apenas se realizaron 8 misas para aligerar sus  salidas de esa  creación de la Iglesia medieval francesa y que, por lo tanto, carece de base bíblica, según ha establecido Michel Vovelle.
Asaltos realistas y patriotas a Carora.

Recién  iniciada la gesta independentista la ciudad fue tomada por el brigadier francisco Rodríguez del Toro, quien la ocupó antes de su marcha sobre  la realista ciudad de Coro en 1810. En 1811 fue nombrado su comandante el patriota Diego Jalón, quien fue derrotado al año siguiente cuando Monteverde toma la ciudad.         
El mejor estudio sobre la Guerra Magna en nuestra jurisdicción larense  la debemos a Lino Iribarren Celis, quien afirma que Carora fue un objetivo táctico del brigadier realista y gobernador de Coro José Ceballos, lo que   propició la caída de la ciudad en manos del capitán de fragata Domingo Monteverde el 23 de marzo de 1812. Pero la toma es obra directa del indio Reyes Vargas, quien la planeó, le infundió su aliento y la ejecutó al frente de los hombres de Monteverde. Derrota a sus defensores Manuel Felipe Gil y Florencio Jiménez. En esa acción contó Reyes Vargas con el decidido respaldo del sacerdote realista Andrés Torrellas. Esta acción, entre otras, dice Iribarren Celis, contribuyó a echar por tierra el frágil edificio de la Primera República, la cual culminó, como sabemos, con la capitulación de Miranda en San Mateo el 25 de junio de 1812.
En el terrible año de 1814 la ciudad vuelve a sufrir otro asalto realista, esta vez de la mano del teniente de milicias de Coro, bajo las órdenes de José Ceballos, José Manuel Listerri, quien realiza su asalto con 100 hombres a caballo. En 1821 la ocupan los patriotas al mando del general Carlos Soublette. Ese mismo año fue visitada por Simón Bolívar luego del triunfo de Carabobo. Allí se hospedó en la casa conocida como “Balcón de los Alvarez”, del 18 al 22 de agosto de 1821, en su paso hacia la Nueva Granada. Un suceso ocurrido en estos días es digno mencionar. El Libertador sufrió de fuertes dolores abdominales luego de bailar por la noche, por lo que se pensó erróneamente que había sido envenenado con una bebida llamada “resbaladera”, lo cual fue desmentido vehementemente por la mujer que la elaboró, una de las hermanas de los Siete Torres, todos ellos patriotas que murieron inmolados en la guerra, por lo que se les conoce también como “Los Siete Macabeos de la Independencia”. Las excusas de los edecanes de Bolívar no se hicieron esperar.
Entre abril y julio de 1822 fue Carora el cuartel general del intendente del departamento de Venezuela, quien dirige la guerra en la provincia de Coro, el general Carlos Soublette. Desde esta posición dirige sus encuentros contra los realistas  mariscal de campo Tomás Morales y Judas Tadeo Piñango.
Las haciendas de las Cofradías “del Montón” de Carora.

La Guerra Magna desarticuló las instituciones que se habían estructurado a lo largo de tres siglos de orden colonial, el sistema productivo, las obras pías, las haciendas de cofradías, llamadas “del Montón”, y que tenían extensas posesiones al oeste de Carora, en dirección al Lago de Maracaibo. Se basaban en la explotación de la mano de obra esclava por parte de la Iglesia Católica, unos 160 negros de ambos sexos, de la etnia tare, dedicados a la agricultura y a la cría. Se les decía “del Montón” porque ellas agrupaban varias hermandades caroreñas, tales como la del Santísimo Sacramento, Nuestra Señora del Rosario, Glorioso Príncipe de los Apóstoles, Señor San Pedro, Benditas Animas del Purgatorio y Dulcísimo Nombre de Jesús. Fueron establecidas a comienzos del siglo XVII.
Cuando estalla la Guerra de Independencia estas haciendas se convirtieron en un objetivo militar estratégico. Pero sucedió que los administradores de estas ricas haciendas no tomaron partido por alguno de los bandos en pugna. Así, por ejemplo, le concedieron ganado mayor al realista Don José Ceballos, quien atacó a los insurgentes en Bobare en 1813. El 31 de octubre de 1816 entregaron 4 reses a José Tomás Morales cuando pasó por Carora; entre 1813 y 1819 proveyó 71 caballos a las tropas del Rey dirigidas por el indio Reyes Vargas y Don Vintila Navarro e, igualmente, 38 caballos a los patriotas. Los revolucionarios embargaron en alguna ocasión las haciendas: 29 reses en junio de 1814; en diciembre de 1813  entregaron 31 reses para sostener las tropas realistas de Don José Javier Alvarez. A todo ello habrá que agregar que algunos esclavos y peones se incorporaron a la revolución en el terrible año de 1814. Estos esclavos conocían de la insurrección de José Leonardo Chirino de 1795 escenificada en la Serranía de Coro, pues eran frecuentes los viajes que hacían desde las haciendas del Montón de Carora hasta las costas del mar Caribe en búsqueda de la sal que tanto necesitaban las haciendas para elaborar sus productos lácteos y la curtiembre de cueros.
Los decretos revolucionarios sumergen en una terrible crisis a estas unidades de producción esclavistas propiedad de la Iglesia Católica caroreña. En 1816 Simón Bolívar emite el Decreto sobre libertad de los esclavos, en tanto que el Congreso de Cúcuta en 1821 abolió el tráfico negrero. En estos años los mayordomos de las 10 cofradías no rindieron cuentas de los fondos que de ellas  llevaban. En 1828, el famoso fraile Aguinagalde, el de la muy conocida maldición, acusa la difícil situación de las cofradías, las faltas que cometen los mayordomos y lo decaídas que están sus rentas. El religioso recriminó duramente a los mayordomos que las hermandades bajo su responsabilidad no hacían misas por los difuntos, lo cual era una obligación contraída por los cófrades al entrar a una de estas estructuras de solidaridad de base religiosa.
De modo pues que el proceso de Emancipación significó un profundo trastorno para la Iglesia venezolana, que se extendió por todo el siglo XIX. En Carora fueron fracturadas las antiguas cofradías, sus haciendas abandonadas por sus esclavos, y en un proceso de varias décadas, sus extensas posesiones invadidas. La Iglesia jamás las pudo recuperar. En la actualidad esas ricas y ubérrimas tierras se han convertido en grandes haciendas cañeras y ganaderas.
La procera ciudad de Carora.
Hemos dicho más atrás que la Guerra de Independencia animó a un contingente muy significativo de caroreños a sumársele, a tal punto que a Carora se le conoce como  “Ciudad procera de Venezuela”. Esta designación se la debemos a José María Zubillaga Perera quien editó en 1928 en París el libro Procerato caroreño, investigación histórica en la cual establece que 53 héroes de la Independencia entrega la jurisdicción de Carora a la contienda, tal como veremos de seguido.
En primer lugar dos civiles destacan: Dr. Domingo Perera y licenciado Pedro Regalado de Arrieche. Luego menciona el crecido contingente militar caroreño: los Generales de División Jacinto Lara y Pedro León Torres. Los coroneles Julián Montesdeoca, José María Niño y Ladrón de Guevara, Manuel Morillo, Francisco Torres, Etanislao Castañeda, Domingo Riera, José María Camacaro, “primera lanza del Perú”, Miguel Lara, Andrés María Alvarez, José María Vargas, José de los Reyes González, y José Oliveros. Los tenientes coroneles Rafael Rodríguez y Bruno Torres. Los comandantes Asisclo Torres, José de la Trinidad Samuel, Lorenzo Alvarez, Juan Agustín Espinoza, Antonio Díaz.
Agrega José María Zubillaga Perera los capitanes Manuel María Torres, José Antonio Samuel, Fernando Perera, Martín María Aguinagalde, quien moriría asesinado en funciones de gobernador de la Provincia de Barquisimeto en 1854, Carmelo Antía, Javier Chávez, José Ignacio Torres y Arrieche, Juan Antonio Montesdeoca, Juan Alvarez. Los tenientes Juan Agustín Montesdeoca, Simón Judas Crespo, Loreto Franquis, Juan José Urrieta, Luciano Samuel, Andrés Pineda, José Manuel Samuel, José de la Cruz Samuel, Juan Norberto Rodríguez, Juan López Samuel, Juan Carlos Santeliz, Jacinto Silva, Manuel Fonseca. Los subtenientes Juan Manuel Santeliz, Marcelino Rodríguez. Los sargentos Manuel Ramos, Policarpo Samuel, Juan José Samuel, Bernardino Torres, Juan Bautista Torres.
A esta lista habría que añadir a dos personajes relevantes que en un principio abrazaron la causa realista para luego pasarse al bando patriota. Ellos son el “indio Reyes Vargas y el sacerdote Andrés Torrellas, quienes después de la batalla de Carabobo y por efecto de las políticas del Libertador, se hicieron fervientes partidarios de la independencia.
A toda esta pléyade  de hombres habrá que agregar los anónimos hombres y mujeres caroreños que no quedaron registrados para la historia, y que con sus esfuerzos y su sangre derramada liberaron de la tiranía española a Venezuela y a la gran patria suramericana.
Reconocimiento del Libertador a los caroreños.

Desde su cuartel general de Trujillo, el general Simón Bolívar, Libertador y Presidente de Colombia, se refiere de esta manera sobre la ciudad y de sus habitantes:
 “Caroreños: vuestra conducta leal y siempre eminentemente laudable ha arrancado de mi corazón el sentimiento de la más justa admiración. Sí, compatriotas: vosotros merecéis ser llamados hijos beneméritos de la patria. Caroreños: el ejemplo que acaba de dar el coronel Vargas poniéndose a vuestro frente para enarbolar el pabellón de Colombia, es digno de la gratitud nacional. Seguidle, pues, en la senda del honor y de la gloria republicana. Un solo esfuerzo más y viviréis libres y pacíficos porque Dios ha coronado nuestra constancia con la victoria.”

Tales palabras de Bolívar fueron emitidas en el Cuartel General Libertador en la ciudad de Trujillo el 26 de octubre de 1820, poco antes de la crucial batalla de Carabobo. El Libertador muestra su entusiasmo por el fervor patriótico de los caroreños. Con la muerte del general de división Pedro León Torres en Yacuanquer, Colombia, en 1822,  daría también muestras Bolívar de admiración por el brío indoblegable y el fervor republicano de los caroreños en esa hora excepcional vivida por Venezuela. Los generales de división Jacinto Lara y Pedro León Torres se distinguieron además por haber sido partidarios fervientes del Libertador. Torres vivió apenas 34 años, sus restos esperan aun ser repatriados y llevados, como bien se merece, al Panteón Nacional.
El General de División Jacinto Lara, una vez terminada la contienda, volvió a Carora, se dedicó a la tierra y fue Gobernador de la Provincia de Barquisimeto entre 1843 y 1847. Desde el 24 de julio de 1811, sus restos reposan en el Panteón Nacional.


Consideraciones finales.

La antigua ciudad de Carora, situada en el occidente de la antigua Provincia de Venezuela, fue durante el régimen colonial conocida por su magníficas artesanías como la del cuero, la calidad de sus recias mulas, así como sus numerosas vocaciones sacerdotales, su potente y acusado imaginario religioso. Una vez que estalla la Guerra de Independencia la ciudad se pronuncia con entusiasmo y fervor por la causa republicana, por lo cual sufre de varios asaltos, tanto de realistas como de patriotas. Es significativo que esta urbe diera tan gran contingente de próceres eminentes y destacados a la Independencia, lo cual se constituye como una singularidad que deviene de la estructura ocupacional de su población, dedicada mayoritariamente a las artesanías, lo cual nos permite comprender tan significativo aporte de la ciudad, unos 53 patriotas eminentes y de proyección suramericana, a la causa independentista. Por ello se le conoce como “Ciudad procera de Venezuela”. Esta realidad, de indiscutible mérito y significación histórica que le vincula con su glorioso pasado, le ha dado a Carora una fuerte personalidad, un ethos que la distingue de otras localidades, pueblos y ciudades de Venezuela.

Fuentes consultadas.

Cortés Riera, Luis Eduardo. Iglesia Católica, cofradías y mentalidad religiosa en Carora, siglos XVI a XIX. Tesis doctoral presentada para optar al grado de Doctor en Historia en la Universida Santa María, Caracas, 2003. Pp. ·40. En proceso de publicación.
Fundación Polar. Diccionario de historia de Venezuela. Segunda edición. Caracas, 1997. 4 vols.
Iribarren Celis, Lino. La Guerra de Independencia en el Estado Lara. Colección Autores Larenses. Ediciones del Gobierno del Estado Lara. Fundacultura. Editorial Carteles, C.A. Barquisimeto, Venezuela. 1994. Pp. 210.
Oropeza Vásquez. Luis. Vida y sacrificio del General Pedro León Torres. Instituto Politécnico Barquisimeto. 1974. Pp. 174.
Rojas, Reinaldo. Historia social de la Región Barquisimeto en el tiempo histórico colonial, 1530-1810. 1995. Academia Nacional de la Historia. Italgráfica S. A., Caracas. Pp. 398.
Rosales, Rafael María. Reyes Vargas: paladín del procerato mestizo. San Cristóbal, Centro de Historia del Táchira. 1950. Pp. 135.
Silva Uzcátegui, Rafael Domingo. Enciclopedia Larense. Biblioteca de Autores Larenses. Barquisimeto, 1981. 2 vols.
Vovelle, Michel. Ideologías y mentalidades. 1985. Editorial Ariel, S. A. Barcelona, España. Pp. 326
Zubillaga Perera, José María. Procerato caroreño. Editorial Franco-Iberoamericana. París, 1928. Pp. 112.


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El autor del presente ensayo es Licenciado en Historia, Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela, 1976. Magíster en Historia, Universidad José María Vargas y Doctor en Historia, Universidad Santa María, Caracas, 2003. Docente de la Maestría en Historia, Convenio Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado, Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Instituto Pedagógico Barquisimeto Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa, y Fundación Buría. Cronista de Carora desde 2008. Discípulo de los doctores Federico Brito Figueroa y Reinaldo Rojas.

Pastor Oropeza y el Colegio Federal Caror


Cuando investigaba para escribir mi trabajo de Maestría en Historia sobre el Colegio La Esperanza o Federal Carora, visité la casa de este iniciador de la pediatría en Venezuela, quien me dio algunas informaciones muy valiosas sobre su educación secundaria en el instituto que dirigían los doctores Ramón Pompilio Oropeza y Lucio Antonio Zubillaga. Me contó que se inscribió en el instituto el 18 de septiembre de 1911, después de que el Colegio reabriera sus puertas después de permanecer clausurado desde 1900 por orden del presidente Cipriano Castro y su ministro de Instrucción Pública, Dr. Eduardo Blanco. Fue por disposición del presidente Gómez, su Ministro,  Dr. Gil Fortoul, las diligencias del Dr. Ramón Pompilio y Chío Zubillaga, a la sazón diputados que votaron favorablemente para que Gómez se eligiera presidente por cuatro años en 1910, quienes aligeraron la reapertura del instituto.
Para comenzar debió Pastor, de 10 años de edad, presentar un examen de admisión junto a otros muchachos: Felipe José Alcalde, José María Aldazoro, Ramón José Alvarez, Ricardo Alvarez, Federico José Carmona, Fenelón Perera, Roberto Montero, Carlos Montesdeoca, Juan Bautista Gallardo, José Clemente Montesdeoca, José Franco, Gonzalo González, Flavio José Herrera, José Alejandro Riera, Félix Lameda, entre otros. En el año escolar 1911-1912 cursó las clases de Gramática Castellana, Geografía Universal, Francés (1er año), Inglés (1er año), Higiene. Entre 1912-1913 estudió Retórica y Ejercicios de Composición, Latín (1º y 2º año), Francés (2º año), Inglés (2º año), Aritmética Práctica y Razonada, Geografía e Historia de Venezuela (asignatura que por vez primera se dictaba en el Colegio), Nociones de Historia Natural y de Química, Historia Universal, Taquigrafía. Para 1913 y 1914 (año de la langosta), estudió Gramática Castellana, Algebra, Geometría, Botánica y Zoología, Latín y Raíces Griegas, Alemán, Complementos de Historia Universal, en especial de España y América. En el año escolar 1914-1915 lo hizo en Literatura Castellana y su Historia, Alemán, Física (1er año), Mineralogía y Geología, Química, Filosofía y su Historia (1er año). Para finalizar el joven Pastor de 15 años se inscribió en el Tercer Año del Curso Filosófico en 1916 para cursar Literatura y su Historia, Física (2º año), Cosmología y Cronología, Biología y Antropología, Filosofía y su Historia (2º año). Como se habrá notado, el arrollador avance del positivismo cientificista en nuestros medios académicos de principios del siglo XX no logra desplazar las asignaturas ligadas a las Humanidades, tales como el Griego y el Latín, una lengua que había dejado de ser universal desde el siglo XVII, así como la Gramática, Filosofía, Retórica, entre otras.
En 1916, año de la gran inundación que sufriera Carora, obtuvo Pastor su título de Bachiller en Filosofía y Letras. Fueron sus maestros y guías en la ciudad del Portillo Manuel Torrealba Ramos, Cecilio “Chío” Zubillaga Perera, Rafael Tobías Marquís, doctores Ramón Pompilio Oropeza y Lucio Antonio Zubillaga, Director y Sub Director del Colegio Federal Carora respectivamente. Fue determinante en su vocación de médico la influencia que recibiera del Dr. José María Riera, quien egresó de la Universidad de Caracas a finales del siglo XIX y que luego haría estudios de perfeccionamiento, como lo haría el mismo Pastor, en Francia, país que por aquel entonces era el faro luminoso de los estudios médicos a escala universal. El Dr. Riera era el jefe del “Mochismo” en Carora, fundó en 1898 el Club Recreativo Torres, recibió y le dio apoyo a Cipriano Castro a su paso por la ciudad en 1899, y murió asesinado en 1900. El médico Miguel Riera Meléndez, su descendiente, me mostró en su casa unas fotografías y el instrumental de cirugía del Dr. José María con los cuales recibió lecciones de anatomía en la Ciudad Luz, París.
Pastor continuaría sus estudios en la Universidad  de Caracas, donde se recibió de Doctor en Ciencias Médicas en 1924, allí obtuvo conocimientos de los doctores José Gregorio Hernández, Henrique Toledo Trujillo, Luis Razetti, Enrique Tejera, Francisco Antonio Rísquez, José Izquierdo. En París recibió el título de Médico Colonial en 1928. El Dr. Pastor es reconocido como una eminencia a escala planetaria en los estudios de Pediatría y atención maternal. Una gloria para  caroreños y venezolanos. “Cuando yo me inicié como pediatra, Venezuela era una necrópolis”, me dijo en aquella oportunidad.

Las haciendas de las cofradías del Montón de Caror



En tiempos de la Guerra de Independencia existían en los sitios de Siruma y Camururo, al este de Carora (actual  carretera Lara-Zulia) unas florecientes haciendas propiedad de la Iglesia  Católica y que fueron establecidas a principios del siglo XVII. Se les llamó “del Montón” porque agrupaban a las cofradías del Santísimo Sacramento, Nuestra Señora del Rosario, Glorioso Príncipe de los Apóstoles, Señor San Pedro, San George, Benditas Animas del Purgatorio, Dulcísimo Nombre de Jesús. El centro religioso y administrativo de tales propiedades eclesiásticas estaba en Burere y comprendía sitios y poblados como Guedes, Daguayure, La Redonda, Zaragosa, La Sabaneta, Boraure, Los Quediches, Venadito, Cadillar, Lagunita, Hueso de Venado,  Burerito, habitados por unas 600 personas, según estimó el Obispo Martí en 1776.
El funcionamiento de estas haciendas se basaba en la mano de obra esclava, unos 160 negros (en su mayoría de la etnia tare), hombres y mujeres que se dedicaban a la cría de ganado mayor, cabras, chivos, gallinas, sembraban maíz, chícharos, plátanos, caraotas, piñas, entre otros rubros. El mayordomo era el canario Don Trinidad Franquis, quien anotó que entre 1812 y 1819 los esclavos consumieron 311 reses, 223 cabras y chivos, 41 arrobas de queso, se gastaron 168 pesos en la manutención de esclavos y sirvientes, y otros 363 pesos por el costo del vestuario para los esclavos y concertados. Se les proveía de frazadas, chinchorros, sombreros de palma, lienzo tejido, chaquetas, botas y zapatos. Se compraba algodón en Boconó para la elaboración de la ropa, pues las criadas de las cofradías tejían lienzos e hilaban algodón para tales fines.
La disciplina en aquellas grandes extensiones se mantenía a la fuerza, y para ello existían en Burere dos calabozos para encerrar a los negros rebeldes. Sin embargo ellos podían comprar su libertad, la que valía unos 290 o 240 pesos, lo cual era una gran cantidad de dinero. Los esclavos tenían un gran valor y por esta razón se les atendía en caso de enfermedad, para ello se contrató al curioso Juan José Serrano y al licenciado don Francisco Antonio Sanz para curarlos de las tulliciones, calenturas e ictericia, sus males más frecuentes. Los capitales que producían las haciendas se repartía así: 8.242 pesos para los venerables curas y capellanes de las cofradías (68 %), 1.832 pesos (15 %) renta del sacristán mayor, 1.016 pesos salario de concertados y jornaleros (8%) ,192 pesos para pagar a peones y arrieros, 173 pesos consumidos en medicinas, comida y asistencia, 363 pesos para vestuarios de esclavos y concertados, 168 pesos consumido en la manutención de esclavos.
Cuando estalló la gesta independentista estas haciendas se convirtieron en objetivos militares estratégicos, pero sus  administradores le suministraban ganados, caballos y alimentos a los dos bandos enfrentados. Tal es el caso del ganado mayor que se le entregó al realista Don José Caballos, 4 reses a Francisco Tomás Morales, 71 caballos para las tropas del rey dirigidas por el indio Reyes Vargas y Don Vintila Navarro, 38 caballos del sitio El Potrero para los patriotas, el 31 de diciembre  de 1813 se entregaron 31 reses para sostener las tropas realistas de José Javier Álvarez, y no faltó que algunos peones y esclavos se fueran tras la revolución. Fue el comienzo de la desarticulación de estas haciendas, pues nada pudo hacer don José María de Oropeza, alcalde primero y mayordomo de la cofradía del Sacramentado para evitar tales fugas, pues otros graves problemas se presentaban en aquellos fatídicos días, pues el vecindario de Carora andaba huyendo entre los años 1813 y 1814, y ni siquiera había hermanos de las cofradías a quien citar, escribió Vicente Cabrales, Notario Publico.
Durante el siglo XIX las haciendas del Montón terminaron por desaparecer gracias al relajo administrativo de sus mayordomos, en 1831 se fugaron otros 9 esclavos, sus tierras fueron ocupadas poco a poco, los censos perdidos, a lo cual se sumó la abolición de la esclavitud en 1854. Pero el golpe de gracia se las dio el mayordomo José Paulino Guerrero, quien dejó en herencia a sus descendientes muchas posesiones y censos de mucho valor de las cofradías. Esta dramática situación fue planteada al Obispo Guevara y Lira en visita pastoral a Carora en 1865 por notables caroreños como Rafael Antonio Álvarez, José María Zubillaga, Agustín A. Álvarez, Desiderio Herrera, Flavio Herrera, Rafael Montesdeoca, Julián Gallardo, Norberto Piñango, Pedro Montero, Antonio María Zubillaga, Teodoro Zubillaga, José F. Álvarez, Jacobo Haim Curiel, Agustín Zubillaga, Pablo Arapé, Manuel María Herrera, entre otros. Pero nada se pudo lograr para salvar aquel anacrónico sistema productivo, el cual es el antecedente de la gran propiedad agroindustrial que se instaló en esas  magníficas tierras en el siglo XX.
                                                                 


El juicio del mono (1925)

Pareciera mentira que en Estados Unidos, el país más próspero del  mundo, que había salido fortalecido y casi indemne de la terrible e inúti...