En
tiempos de la Guerra de Independencia existían en los sitios de Siruma y
Camururo, al este de Carora (actual carretera
Lara-Zulia) unas florecientes haciendas propiedad de la Iglesia Católica y que fueron establecidas a
principios del siglo XVII. Se les llamó “del Montón” porque agrupaban a las
cofradías del Santísimo Sacramento, Nuestra Señora del Rosario, Glorioso
Príncipe de los Apóstoles, Señor San Pedro, San George, Benditas Animas del
Purgatorio, Dulcísimo Nombre de Jesús. El centro religioso y administrativo de
tales propiedades eclesiásticas estaba en Burere y comprendía sitios y poblados
como Guedes, Daguayure, La Redonda, Zaragosa, La Sabaneta, Boraure, Los
Quediches, Venadito, Cadillar, Lagunita, Hueso de Venado, Burerito, habitados por unas 600 personas,
según estimó el Obispo Martí en 1776.
El
funcionamiento de estas haciendas se basaba en la mano de obra esclava, unos
160 negros (en su mayoría de la etnia tare), hombres y mujeres que se dedicaban
a la cría de ganado mayor, cabras, chivos, gallinas, sembraban maíz, chícharos,
plátanos, caraotas, piñas, entre otros rubros. El mayordomo era el canario Don
Trinidad Franquis, quien anotó que entre 1812 y 1819 los esclavos consumieron
311 reses, 223 cabras y chivos, 41 arrobas de queso, se gastaron 168 pesos en
la manutención de esclavos y sirvientes, y otros 363 pesos por el costo del
vestuario para los esclavos y concertados. Se les proveía de frazadas,
chinchorros, sombreros de palma, lienzo tejido, chaquetas, botas y zapatos. Se
compraba algodón en Boconó para la elaboración de la ropa, pues las criadas de
las cofradías tejían lienzos e hilaban algodón para tales fines.
La
disciplina en aquellas grandes extensiones se mantenía a la fuerza, y para ello
existían en Burere dos calabozos para encerrar a los negros rebeldes. Sin embargo
ellos podían comprar su libertad, la que valía unos 290 o 240 pesos, lo cual
era una gran cantidad de dinero. Los esclavos tenían un gran valor y por esta
razón se les atendía en caso de enfermedad, para ello se contrató al curioso
Juan José Serrano y al licenciado don Francisco Antonio Sanz para curarlos de
las tulliciones, calenturas e ictericia, sus males más frecuentes. Los
capitales que producían las haciendas se repartía así: 8.242 pesos para los
venerables curas y capellanes de las cofradías (68 %), 1.832 pesos (15 %) renta
del sacristán mayor, 1.016 pesos salario de concertados y jornaleros (8%) ,192
pesos para pagar a peones y arrieros, 173 pesos consumidos en medicinas, comida
y asistencia, 363 pesos para vestuarios de esclavos y concertados, 168 pesos
consumido en la manutención de esclavos.
Cuando
estalló la gesta independentista estas haciendas se convirtieron en objetivos militares
estratégicos, pero sus administradores
le suministraban ganados, caballos y alimentos a los dos bandos enfrentados.
Tal es el caso del ganado mayor que se le entregó al realista Don José
Caballos, 4 reses a Francisco Tomás Morales, 71 caballos para las tropas del
rey dirigidas por el indio Reyes Vargas y Don Vintila Navarro, 38 caballos del
sitio El Potrero para los patriotas, el 31 de diciembre de 1813 se entregaron 31 reses para sostener
las tropas realistas de José Javier Álvarez, y no faltó que algunos peones y
esclavos se fueran tras la revolución. Fue el comienzo de la desarticulación de
estas haciendas, pues nada pudo hacer don José María de Oropeza, alcalde
primero y mayordomo de la cofradía del Sacramentado para evitar tales fugas,
pues otros graves problemas se presentaban en aquellos fatídicos días, pues el
vecindario de Carora andaba huyendo entre los años 1813 y 1814, y ni siquiera
había hermanos de las cofradías a quien citar, escribió Vicente Cabrales,
Notario Publico.
Durante
el siglo XIX las haciendas del Montón terminaron por desaparecer gracias al
relajo administrativo de sus mayordomos, en 1831 se fugaron otros 9 esclavos,
sus tierras fueron ocupadas poco a poco, los censos perdidos, a lo cual se sumó
la abolición de la esclavitud en 1854. Pero el golpe de gracia se las dio el
mayordomo José Paulino Guerrero, quien dejó en herencia a sus descendientes
muchas posesiones y censos de mucho valor de las cofradías. Esta dramática
situación fue planteada al Obispo Guevara y Lira en visita pastoral a Carora en
1865 por notables caroreños como Rafael Antonio Álvarez, José María Zubillaga,
Agustín A. Álvarez, Desiderio Herrera, Flavio Herrera, Rafael Montesdeoca, Julián
Gallardo, Norberto Piñango, Pedro Montero, Antonio María Zubillaga, Teodoro
Zubillaga, José F. Álvarez, Jacobo Haim Curiel, Agustín Zubillaga, Pablo Arapé,
Manuel María Herrera, entre otros. Pero nada se pudo lograr para salvar aquel
anacrónico sistema productivo, el cual es el antecedente de la gran propiedad agroindustrial
que se instaló en esas magníficas tierras
en el siglo XX.