En el presente
trabajo trataremos de hacer una descripción de los sucesos ocurridos en la
jurisdicción de Carora durante los sucesos de la Guerra de Independencia entre
los años 1810 y 1830. Para tales efectos hemos de tomar en consideración los
aspectos y situaciones particulares ocurridos en su extensa jurisdicción. Pero
este cometido no lo lograríamos sin tomar en cuenta el escenario nacional e
internacional bajo el cual se desenvolvió la Gesta Magna. Pondremos de relieve
el carácter artesanal de la economía caroreña, así como la densa atmósfera
religiosa que la define, a tal punto que la ciudad se le conoce como “Ciudad
levítica” y “Ciudad procera de Venezuela”. En tal sentido utilizaremos la
llamada “comprensión” para lograr entender de qué manera una ciudad de rostro
artesanal y católico, a la vuelta de poco tiempo se convierte en una de las más
decididas ciudades del país que siguieron con verdadero fervor patriótico la
ruta independentista.
Escenario geográfico:
La antigua ciudad de San Juan Bautista del Portillo de
Carora fue fundada en 1569 en el extremo occidental de la Provincia de
Venezuela. Durante la Colonia se le conoció por su activa y reconocida
artesanía del cuero, el dinámico comercio con Coro, Maracaibo, Trujillo y
Barquisimeto, las muy apreciadas mulas de carga, así como por sus numerosas
vocaciones sacerdotales, la existencia de internacionales hermandades y
cofradías de la Iglesia católica. La Jurisdicción de Carora se extendía hacia
el norte y ocupaba las localidades de Siquisique y Aguada Grande, actual
Municipio Urdaneta del Estado Lara.
Asentada sobre un terreno arenopedregoso del semiárido,
con escasos recursos hídricos y una vegetación xerófita, la ciudad orientó su
economía hacia la artesanía del cuero, la cría y el comercio con los Andes, el
Lago de Maracaibo, Coro y Barquisimeto. Las poblaciones más significativas de
su Jurisdicción eran Río Tocuyo, Aregue, Arenales, Curarigua, San Francisco,
San Miguel de los Ayamanes, y las ya mencionadas Siquisique y Aguada Grande.
Población:
Para finales del siglo XVIII, en 1799, nos dice Reinaldo
Rojas, que la población de Carora arroja los siguientes resultados: 469 personas
de la casta de los blancos y mestizos, 71 indios, 3.832 negros, zambos y
mulatos y 585 esclavos. Para toda la vicaría caroreña las cifras serán 1.999
habitantes blancos y mestizos, 3.160 indios, 3832 mestizos de negro y 585
esclavos; tales cifras, dice este investigador larense, representan un 14, 7 %
de la Región Barquisimeto, categoría de análisis creada por Rojas. A fines del
siglo XVIII, la llamada “godarria caroreña” daba muestras incipientes de su
conformación, la que se lograría finalmente luego de la Guerra Magna, en el
escenario de aislamiento, pobreza y violencia que dominó al país durante el
siglo XIX.
Cultura y religión:
En el siglo XVIII la ciudad era conocida por la calidad
finamente labrada de sus artesanías del cuero, un complejo cultural específico,
dice Reinaldo Rojas en su obra. De la misma manera era la ciudad asiento de
numerosas cofradías, instituciones de socorros mutuos que le dieron a la urbe
una sensibilidad religiosa sin igual y en la cual se incubaron sólidos
imaginarios colectivos: la virgen del Rosario de la Chiquinquirá de Aregue (desde
el siglo XVII) y la extraordinaria “Leyenda del Diablo de Carora” en 1736, y
durante la República, en 1859, la muy conocida “Maldición del fraile”. Se
erigió una arquitectura barroca un tanto simplificada, por no ser
sobreabundantemente decorada, en las que resaltan las iglesias de San Juan, San
Dionisio y la Capilla del Calvario, así como la Casa Amarilla, la Casa del Balcón
de los Alvarez. Es el escenario ideal para que allí se produjeran numerosas
vocaciones sacerdotales, a tal punto que en los inicios del siglo XX la urbe
fue llamada “Ciudad levítica de Venezuela” por el padre Carlos Borges.
En los cultivos de cañamelar curarigüeños, en vía a El
Tocuyo, los negros esclavos desarrollaron un complejo cultural sin parangón en
el país, el tamunangue, constituyéndose en un conglomerado cultural mestizo que
incorpora rasgos hispanos, indígenas y negros, que dan lugar a una manifestación
popular y dancística en honor a San Antonio de Padua, el santo de los negros y
de los pobres.
Es de destacar un hecho importante para entender esta
Región Barquisimeto como categoría de análisis de Reinaldo Rojas. Tiene que ver
con la existencia de tres ciudades de blancos en ella, en lo que hoy
corresponde al estado Lara: El Tocuyo, Barquisimeto y Carora, conglomerados
humanos de donde irradió la cultura dominante hispana en tres siglos de
dominación y coloniaje.
Es demasiado importante destacar un hecho que marca a la
jurisdicción de Carora cuando estalla la Guerra Magna. Se trata de el enorme
vuelco que en la mentalidad de sus habitantes se produce en esos días, pues luego
de ser una comarca de pacíficos artesanos del cuero, pequeños criadores y
comerciantes fieles a los dogmas de la Iglesia Católica durante los 300 largos
años de régimen colonial, al sonar la clarinada del 19 de Abril y en
acontecimientos súbitos se vuelve la urbe una ciudad abiertamente alineada con
la Independencia, a tal punto que sufrió varios asaltos por realistas y
patriotas, como veremos más adelante. Unos años antes, en 1806, se supo en la
ciudad del Portillo que “el enemigo estaba cerca”, refiriéndose a la fracasada
expedición de Miranda por las costas del Caribe, cercanas a la ciudad de Coro.
Nadie se movilizó en Carora para apoyarlo o para manifestarle su aprobación.
Pero un rasgo define a la ciudad: sus numerosos artesanos
del cuero, el barro, la madera, el metal. Ellos contribuyeron a darle fisonomía
de ciudad a Carora. Se agruparon en defensa de sus intereses en las múltiples
cofradías que existieron. Eran, por así decir, sus gremios naturales las
hermandades de la Iglesia católica. El artesano, es preciso destacar, tiene una
mentalidad proclive a la autonomía, pues vive de su trabajo, que ejerce de
manera libre; es el artesano su propio jefe. Esto explica de alguna manera que
la ciudad se proclamara ferviente partidaria de las ideas liberales, de la libertad
económica, es decir de la plena independencia, y, una vez iniciada la Guerra
Magna se convirtiera en una cantera principalísima de reclutas a favor de la
Revolución. Tal es así que se le conoce como “Ciudad procera de Venezuela”, por la significativa
cantidad de eminentes patriotas que entregó a la Independencia. No nos extrañe,
pues, que el nombre de la entidad, el Estado Lara, y el nombre del Municipio
Torres se deban a la membresía de dos Generales de División caroreños: Jacinto
Lara y Pedro León Torres, héroes de la Independencia venezolana y suramericana.
Como si ello no bastara, en el siglo XX, José María Zubillaga Perera escribió
un libro titulado “Procerato caroreño”,
donde destaca que la ciudad dio a la Independencia dos Generales de División, los
ya mencionados Lara y Torres, a los que debemos agregar al Dr. Domingo Perera Álvarez,
Lic. Pedro Regalado de Arrieche, 12 coroneles, 2 tenientes coroneles, 5
comandantes, 10 capitanes, 13 tenientes, 2 subtenientes, 1 sargento. Un total
de 53 próceres que prodigó la ciudad del Portillo a la causa de la Emancipación
venezolana y suramericana, tal como detallaremos después.
A diferencia de otras localidades, como las que se
condujeron por la economía agrícola, tal es el caso de El Tocuyo, ciudad
donde estaba fuertemente estratificada
su población, en la que una minoría de propietarios de la tierra ejercía un
dominio de clase muy marcado por las formas de propiedad que imperan en el
campo, donde el esclavo, los agricultores asalariados y los jornaleros son
objeto de un fuerte dominio social y cultural, a lo que debe agregarse el apego
secular a las formas de explotación agrícola, que hacen de estos seres humanos conservadores
y poco proclives al cambio revolucionario, lo que nos conduce a pensar que no
se produjese allí en El Tocuyo tal entusiasmo patriótico como en la vecina
ciudad del Portillo de Carora. El artesano vive en el foco de la insurrección,
la ciudad. El agricultor vive en el campo, la zona del conservadurismo secular.
A la ciudad llegan las nuevas ideas, hay personas cultas, o que saben leer; en
la campiña por el contrario el ritmo lento de los cultivos conducen a la
quietud y el recogimiento.
Antecedentes de la Guerra de
Independencia en la Jurisdicción de Carora:
Creo que, sin embargo, no es descabellado afirmar que la
Gesta Independentista en Carora tiene algún antecedente de alguna
significación y que deben ser, en consecuencia, tomados como tal, como bien los
tiene la Guerra de Emancipación en Venezuela en el movimiento de José Leonardo
Chirinos o el de Gual y España, entre otros. En el caso de la ciudad del
Portillo se omite, quizá por temor a afirmar que la muy famosa Leyenda del
Diablo de Carora es, en efecto, un antecedente local de nuestra Gesta Patria.
Solo que este fue un movimiento de masas un tanto confuso, pero que ya muestra
un rechazo a las prácticas económicas de la monarquía de los Borbones.
Sucedió en 1736 que la ciudad de Carora, urbe que tenía
fuertes vínculos con el contrabando que infectaba las costas del Mar Caribe,
pues era una localidad artesanal que elaboraba famosos y bien estimados cueros
para la exportación, inclusive. Para sostener tan elaborado producto artesanal
la ciudad necesitaba un material que solo el contrabando le podía proporcionar:
herramientas para elaborar sillas, botas, badanas, cordobanes, etc. Estos
valiosos utensilios eran cuchillos, alicates, fuelles, clavos, tachuelas,
grapas, yunques, martillos, agujas, las cuales eran proporcionados por el
comercio holandés de las islas de Aruba, Curazao y Bonaire, y que entraba por
las costas del Estado Falcón. Este comercio ilícito no lo podía tolerar la
Compañía Guipuzcoana, empresa recién instalada en la Provincia de Venezuela y
que tenía su representación en la ciudad. Una de las misiones más importantes
encomendada a tal Compañía era, en efecto, combatir el tráfico ilícito de
mercaderías. Esta empresa de comercio auspiciada por la monarquía fue factor de perturbación, no solo en Carora,
sino en distintas regiones de la Provincia, tal como la Rebelión de Andresote
en los llanos del Yaracuy en ese mismo siglo XVIII.
De modo pues que los contrabandistas eran bien tratados y
se les tenía gran estima en estos lugares del occidente de Venezuela. Fue por
ello que al resultar presos algunos de ellos, un movimiento popular trata de
rescatarlos de las manos de las autoridades locales caroreñas. Logran, empero,
escapar. Fue inútil, pues los contrabandistas fueron sacados del Convento de
Santa Lucía, lugar sagrado donde se creyeron a buen resguardo, y sin juicio
alguno, arcabuceados en la cercana Plaza Mayor. Desde allí se dice que el
diablo anda suelto en Carora.
La alborada del 19 de Abril de
1810. Las cofradías y hermandades
caroreñas.
La caída de la monarquía de España en manos de Bonaparte
desencadena una serie de dramáticos cambios en la mentalidad de la América
hispana. Asistimos al derrumbe de la Escolástica y sus sutilezas barrocas,
penetra la ciencia moderna y experimental a sus centros de enseñanza, la
Ilustración entusiasma a las clases acomodadas. La cultura-dice Picón Salas- ya
tiene traje seglar. El sistema de castas crea serios y profundos resentimientos
sociales. Estamos en vísperas de la Revolución.
En 1804, un decreto real molestó enormemente a la
cofrádica ciudad de Carora y así como a la América hispana, pues el Rey Carlos
IV despojó de sus bienes a las múltiples cofradías y hermandades existentes
desde el siglo XVI, y a la cual pertenecían el grueso de su población que
entraban a ellas como hermanos. Estas “estructuras de solidaridad de base
religiosa”, tal como las llama el francés Michel Vovelle, eran las responsables
de que se creara en la ciudad una densa atmósfera religiosa hasta ahora poco
conocida y escasamente valorada. Con los bienes de las cofradías se financiaban
dos escuelas de primeras letras creadas por el Obispo Martí en 1776, por lo que
se creyó que sería el Real Decreto de Consolidación de Carlos IV un duro golpe
a la enseñanza así como a la economía eclesiástica, pues la Iglesia poseía
ricas haciendas de cofradías, llamadas “del Montón”, basadas en la explotación
de la mano de obra esclava. Estas obras pías atendían las necesidades de
enfermos, viudas, huérfanos, obligaba a los cófrades a asistir a las exequias
de los hermanos fallecidos. También prestaban dinero a interés. Eran las
hermandades, por así decir, un antecedente de los seguros sociales del
presente.
Nosotros hemos hecho un estudio del comportamiento de las
cofradías caroreñas durante los años del prolongado y sangriento conflicto
bélico que sufrió el país luego del 19 de Abril de 1810 y el 5 de Julio de 1811
hasta los años de la disolución de la Gran Colombia en 1830. Es una nueva
perspectiva de análisis histórico que arroja resultados sorprendentes e
inesperados. Veamos.
La “entrada” de hermanos y cofrades mide comportamientos
colectivos muy importantes y que habían pasado desapercibidos para los
cultivadores de la llamada “historia acontecimal”, aquella historia que le da
relevancia desproporcionada a la cronología, los grandes hombres, las batallas
y a los acuerdos y armisticios, pero relega al olvido a los anónimos hombres y mujeres
del común. En este caso se trata de los creyentes que cifraban sus esperanzas
en la vida de ultratumba, pero que en el ínterin de la vida terrenal se
agrupaban en tales “estructuras de solidaridad de base religiosa” para resolver
sus necesidades cotidianas en casos de enfermedad, muerte, viudez, horfandad. Así
también las hermandades resolvían problemas tales como educación, concedían
préstamos a interés. Eran, pues, tales hermandades un factor de sociabilidad y
de socorros mutuos que explican la gran estabilidad del orden colonial, y que
sin embargo, sus vidas institucionales se prolongan hasta la República para
llegar, de forma atenuada, hasta el presente.
Tomemos para comenzar el comportamiento de dos
hermandades. Entre los años 1795 y 1830 la entrada a las cofradías del Santísimo
Sacramento y Jesús en La Columna fue relativamente bajo, pues en ellas se inscribieron 240 hermanos en
la primera y 118 en la segunda, para un total de 358 hermanos inscritos en esas
tres décadas de confrontación. Es importante para hacer una comparación
temporal hacer notar que la cofradía del Santísimo inscribió entre los años
1716 y 1799 la significativa cantidad de 1.010 hermanos, y que la de Jesús en
La Columna hizo inscripción de 882 cófrades entre los años 1745 y 1799. Esa
caída significativa de las adscripciones revela el enorme estado de confusión y
de desconcierto que sufrieron las hermandades caroreñas, y por extensión toda
la sociedad, en esas décadas de enfrentamiento bélico.
La expedición mirandina de 1806, con toda la carga de
confusión y miedo que provocó en los católicos, motivó que entre ese año de tal
desgraciada expedición y 1809, se inscribieron 70 hermanos en la cofradía del
Santísimo y 20 en la de Jesús en La Columna, para un total de 90 nuevos
cófrades que seguramente pensaron en la amenaza protestante, los anticatólicos estadounidenses
e ingleses, enemigos declarados de la virgen y de los santos, así como de la
autoridad del papa.
Cuando se producen los acontecimientos del 19 de Abril en
Caracas, comienza el declive muy notorio de entrada a las cofradías de Carora,
descenso que tocará fondo en 1816. Entre esos 6 años la ciudad paga por su
rebeldía patriótica cuando el 23 de marzo de 1812 es tomada por las tropas del
capitán Domingo Monteverde. Dos años después, en agosto de 1814 paga de nuevo
Carora de manera más cruel su entusiasmo libertario cuando es asaltada por la
caballería del teniente de milicias de Coro José Manuel Listerri. Durante el
tiempo transcurrido entre estos dos asaltos la población huyó despavorida, sin
saberse su paradero, dice una fuente, el Libro de donaciones de Nuestra Señora
del Rosario, 1790. Entre esas dos fechas, 1810 a 1816, las hermandades
inscribieron 70 hermanos, de los cuales 47 lo hicieron en la del Santísimo, y
apenas 23 en la de Jesús en La Columna.
En los años siguientes
a 1816 hubo un repunte de inscripciones en las hermandades que se
extendió hasta 1821. Es el breve periodo de la Tercera República y en el cual
entran 50 hermanos a las cofradías mencionadas.
Después del triunfo patriota en la Batalla de Carabobo,
en 1821, se despoblaron por completo las dos hermandades que venimos
estudiando. En los años 1822, 1823 y 1824 nadie entró como hermano en ellas.
Entre 1825 y 1829, sólo 16 fieles se animaron a pertenecer a la cofradía del
Santísimo, y ninguno a la de Jesús en La Columna.
Había un compromiso que obligaba a los cófrades: realizar
misas cantadas o no y en gran número para hacer emerger a los hermanos difuntos de
ese tenebroso tercer lugar de la geometría del más allá, el purgatorio. Apenas
se realizaron 8 misas para aligerar sus
salidas de esa creación de la
Iglesia medieval francesa y que, por lo tanto, carece de base bíblica, según ha
establecido Michel Vovelle.
Asaltos
realistas y patriotas a Carora.
Recién iniciada la gesta independentista la ciudad
fue tomada por el brigadier francisco Rodríguez del Toro, quien la ocupó antes
de su marcha sobre la realista ciudad de
Coro en 1810. En 1811 fue nombrado su comandante el patriota Diego Jalón, quien
fue derrotado al año siguiente cuando Monteverde toma la ciudad.
El mejor estudio sobre la Guerra Magna en nuestra
jurisdicción larense la debemos a Lino
Iribarren Celis, quien afirma que Carora fue un objetivo táctico del brigadier
realista y gobernador de Coro José Ceballos, lo que propició la caída de la ciudad en manos del
capitán de fragata Domingo Monteverde el 23 de marzo de 1812. Pero la toma es
obra directa del indio Reyes Vargas, quien la planeó, le infundió su aliento y
la ejecutó al frente de los hombres de Monteverde. Derrota a sus defensores
Manuel Felipe Gil y Florencio Jiménez. En esa acción contó Reyes Vargas con el
decidido respaldo del sacerdote realista Andrés Torrellas. Esta acción, entre
otras, dice Iribarren Celis, contribuyó a echar por tierra el frágil edificio
de la Primera República, la cual culminó, como sabemos, con la capitulación de
Miranda en San Mateo el 25 de junio de 1812.
En el terrible año de 1814 la ciudad vuelve a sufrir otro
asalto realista, esta vez de la mano del teniente de milicias de Coro, bajo las
órdenes de José Ceballos, José Manuel Listerri, quien realiza su asalto con 100
hombres a caballo. En 1821 la ocupan los patriotas al mando del general Carlos
Soublette. Ese mismo año fue visitada por Simón Bolívar luego del triunfo de
Carabobo. Allí se hospedó en la casa conocida como “Balcón de los Alvarez”, del
18 al 22 de agosto de 1821, en su paso hacia la Nueva Granada. Un suceso
ocurrido en estos días es digno mencionar. El Libertador sufrió de fuertes
dolores abdominales luego de bailar por la noche, por lo que se pensó
erróneamente que había sido envenenado con una bebida llamada “resbaladera”, lo
cual fue desmentido vehementemente por la mujer que la elaboró, una de las
hermanas de los Siete Torres, todos ellos patriotas que murieron inmolados en la
guerra, por lo que se les conoce también como “Los Siete Macabeos de la
Independencia”. Las excusas de los edecanes de Bolívar no se hicieron esperar.
Entre abril y julio de 1822 fue Carora el cuartel general
del intendente del departamento de Venezuela, quien dirige la guerra en la
provincia de Coro, el general Carlos Soublette. Desde esta posición dirige sus
encuentros contra los realistas mariscal
de campo Tomás Morales y Judas Tadeo Piñango.
Las haciendas de las Cofradías
“del Montón” de Carora.
La Guerra Magna desarticuló las instituciones que se
habían estructurado a lo largo de tres siglos de orden colonial, el sistema
productivo, las obras pías, las haciendas de cofradías, llamadas “del Montón”,
y que tenían extensas posesiones al oeste de Carora, en dirección al Lago de
Maracaibo. Se basaban en la explotación de la mano de obra esclava por parte de
la Iglesia Católica, unos 160 negros de ambos sexos, de la etnia tare, dedicados
a la agricultura y a la cría. Se les decía “del Montón” porque ellas agrupaban
varias hermandades caroreñas, tales como la del Santísimo Sacramento, Nuestra
Señora del Rosario, Glorioso Príncipe de los Apóstoles, Señor San Pedro,
Benditas Animas del Purgatorio y Dulcísimo Nombre de Jesús. Fueron establecidas
a comienzos del siglo XVII.
Cuando estalla la Guerra de Independencia estas haciendas
se convirtieron en un objetivo militar estratégico. Pero sucedió que los
administradores de estas ricas haciendas no tomaron partido por alguno de los
bandos en pugna. Así, por ejemplo, le concedieron ganado mayor al realista Don
José Ceballos, quien atacó a los insurgentes en Bobare en 1813. El 31 de
octubre de 1816 entregaron 4 reses a José Tomás Morales cuando pasó por Carora;
entre 1813 y 1819 proveyó 71 caballos a las tropas del Rey dirigidas por el
indio Reyes Vargas y Don Vintila Navarro e, igualmente, 38 caballos a los
patriotas. Los revolucionarios embargaron en alguna ocasión las haciendas: 29
reses en junio de 1814; en diciembre de 1813
entregaron 31 reses para sostener las tropas realistas de Don José Javier
Alvarez. A todo ello habrá que agregar que algunos esclavos y peones se
incorporaron a la revolución en el terrible año de 1814. Estos esclavos
conocían de la insurrección de José Leonardo Chirino de 1795 escenificada en la
Serranía de Coro, pues eran frecuentes los viajes que hacían desde las
haciendas del Montón de Carora hasta las costas del mar Caribe en búsqueda de
la sal que tanto necesitaban las haciendas para elaborar sus productos lácteos
y la curtiembre de cueros.
Los decretos revolucionarios sumergen en una terrible
crisis a estas unidades de producción esclavistas propiedad de la Iglesia
Católica caroreña. En 1816 Simón Bolívar emite el Decreto sobre libertad de los
esclavos, en tanto que el Congreso de Cúcuta en 1821 abolió el tráfico negrero.
En estos años los mayordomos de las 10 cofradías no rindieron cuentas de los
fondos que de ellas llevaban. En 1828,
el famoso fraile Aguinagalde, el de la muy conocida maldición, acusa la difícil
situación de las cofradías, las faltas que cometen los mayordomos y lo decaídas
que están sus rentas. El religioso recriminó duramente a los mayordomos que las
hermandades bajo su responsabilidad no hacían misas por los difuntos, lo cual
era una obligación contraída por los cófrades al entrar a una de estas
estructuras de solidaridad de base religiosa.
De modo pues que el proceso de Emancipación significó un
profundo trastorno para la Iglesia venezolana, que se extendió por todo el
siglo XIX. En Carora fueron fracturadas las antiguas cofradías, sus haciendas
abandonadas por sus esclavos, y en un proceso de varias décadas, sus extensas
posesiones invadidas. La Iglesia jamás las pudo recuperar. En la actualidad
esas ricas y ubérrimas tierras se han convertido en grandes haciendas cañeras y
ganaderas.
La
procera ciudad de Carora.
Hemos dicho más atrás que la Guerra de Independencia
animó a un contingente muy significativo de caroreños a sumársele, a tal punto
que a Carora se le conoce como “Ciudad
procera de Venezuela”. Esta designación se la debemos a José María Zubillaga
Perera quien editó en 1928 en París el libro Procerato caroreño,
investigación histórica en la cual establece que 53 héroes de la Independencia entrega
la jurisdicción de Carora a la contienda, tal como veremos de seguido.
En primer lugar dos civiles destacan: Dr. Domingo Perera
y licenciado Pedro Regalado de Arrieche. Luego menciona el crecido contingente
militar caroreño: los Generales de División Jacinto Lara y Pedro León Torres.
Los coroneles Julián Montesdeoca, José María Niño y Ladrón de Guevara, Manuel
Morillo, Francisco Torres, Etanislao Castañeda, Domingo Riera, José María
Camacaro, “primera lanza del Perú”, Miguel Lara, Andrés María Alvarez, José
María Vargas, José de los Reyes González, y José Oliveros. Los tenientes
coroneles Rafael Rodríguez y Bruno Torres. Los comandantes Asisclo Torres, José
de la Trinidad Samuel, Lorenzo Alvarez, Juan Agustín Espinoza, Antonio Díaz.
Agrega José María Zubillaga Perera los capitanes Manuel
María Torres, José Antonio Samuel, Fernando Perera, Martín María Aguinagalde,
quien moriría asesinado en funciones de gobernador de la Provincia de
Barquisimeto en 1854, Carmelo Antía, Javier Chávez, José Ignacio Torres y
Arrieche, Juan Antonio Montesdeoca, Juan Alvarez. Los tenientes Juan Agustín
Montesdeoca, Simón Judas Crespo, Loreto Franquis, Juan José Urrieta, Luciano
Samuel, Andrés Pineda, José Manuel Samuel, José de la Cruz Samuel, Juan
Norberto Rodríguez, Juan López Samuel, Juan Carlos Santeliz, Jacinto Silva,
Manuel Fonseca. Los subtenientes Juan Manuel Santeliz, Marcelino Rodríguez. Los
sargentos Manuel Ramos, Policarpo Samuel, Juan José Samuel, Bernardino Torres,
Juan Bautista Torres.
A esta lista habría que añadir a dos personajes
relevantes que en un principio abrazaron la causa realista para luego pasarse
al bando patriota. Ellos son el “indio Reyes Vargas y el sacerdote Andrés
Torrellas, quienes después de la batalla de Carabobo y por efecto de las
políticas del Libertador, se hicieron fervientes partidarios de la
independencia.
A toda esta pléyade
de hombres habrá que agregar los anónimos hombres y mujeres caroreños que
no quedaron registrados para la historia, y que con sus esfuerzos y su sangre
derramada liberaron de la tiranía española a Venezuela y a la gran patria
suramericana.
Reconocimiento
del Libertador a los caroreños.
Desde su cuartel general de Trujillo, el general Simón
Bolívar, Libertador y Presidente de Colombia, se refiere de esta manera sobre
la ciudad y de sus habitantes:
“Caroreños: vuestra conducta leal y siempre
eminentemente laudable ha arrancado de mi corazón el sentimiento de la más
justa admiración. Sí, compatriotas: vosotros merecéis ser llamados hijos
beneméritos de la patria. Caroreños: el ejemplo que acaba de dar el coronel
Vargas poniéndose a vuestro frente para enarbolar el pabellón de Colombia, es
digno de la gratitud nacional. Seguidle, pues, en la senda del honor y de la
gloria republicana. Un solo esfuerzo más y viviréis libres y pacíficos porque
Dios ha coronado nuestra constancia con la victoria.”
Tales palabras de Bolívar fueron emitidas en el Cuartel
General Libertador en la ciudad de Trujillo el 26 de octubre de 1820, poco
antes de la crucial batalla de Carabobo. El Libertador muestra su entusiasmo
por el fervor patriótico de los caroreños. Con la muerte del general de
división Pedro León Torres en Yacuanquer, Colombia, en 1822, daría también muestras Bolívar de admiración
por el brío indoblegable y el fervor republicano de los caroreños en esa hora
excepcional vivida por Venezuela. Los generales de división Jacinto Lara y
Pedro León Torres se distinguieron además por haber sido partidarios fervientes
del Libertador. Torres vivió apenas 34 años, sus restos esperan aun ser
repatriados y llevados, como bien se merece, al Panteón Nacional.
El General de División Jacinto Lara, una vez terminada la
contienda, volvió a Carora, se dedicó a la tierra y fue Gobernador de la
Provincia de Barquisimeto entre 1843 y 1847. Desde el 24 de julio de 1811, sus
restos reposan en el Panteón Nacional.
Consideraciones
finales.
La antigua ciudad de Carora, situada en el occidente de
la antigua Provincia de Venezuela, fue durante el régimen colonial conocida por
su magníficas artesanías como la del cuero, la calidad de sus recias mulas, así
como sus numerosas vocaciones sacerdotales, su potente y acusado imaginario
religioso. Una vez que estalla la Guerra de Independencia la ciudad se
pronuncia con entusiasmo y fervor por la causa republicana, por lo cual sufre
de varios asaltos, tanto de realistas como de patriotas. Es significativo que
esta urbe diera tan gran contingente de próceres eminentes y destacados a la
Independencia, lo cual se constituye como una singularidad que deviene de la
estructura ocupacional de su población, dedicada mayoritariamente a las
artesanías, lo cual nos permite comprender tan significativo aporte de la
ciudad, unos 53 patriotas eminentes y de proyección suramericana, a la causa
independentista. Por ello se le conoce como “Ciudad procera de Venezuela”. Esta
realidad, de indiscutible mérito y significación histórica que le vincula con
su glorioso pasado, le ha dado a Carora una fuerte personalidad, un ethos que la distingue de otras
localidades, pueblos y ciudades de Venezuela.
Fuentes consultadas.
Cortés Riera, Luis Eduardo. Iglesia
Católica, cofradías y mentalidad religiosa en Carora, siglos XVI a XIX. Tesis doctoral presentada para optar al
grado de Doctor en Historia en la Universida Santa María, Caracas, 2003. Pp.
·40. En proceso de publicación.
Fundación Polar. Diccionario de
historia de Venezuela. Segunda edición. Caracas, 1997. 4 vols.
Iribarren Celis, Lino. La Guerra de
Independencia en el Estado Lara. Colección Autores Larenses. Ediciones del
Gobierno del Estado Lara. Fundacultura. Editorial Carteles, C.A. Barquisimeto,
Venezuela. 1994. Pp. 210.
Oropeza Vásquez. Luis. Vida y
sacrificio del General Pedro León Torres. Instituto Politécnico
Barquisimeto. 1974. Pp. 174.
Rojas, Reinaldo. Historia social de
la Región Barquisimeto en el tiempo
histórico colonial, 1530-1810.
1995. Academia Nacional de la Historia. Italgráfica S. A., Caracas. Pp. 398.
Rosales, Rafael María. Reyes Vargas:
paladín del procerato mestizo. San Cristóbal, Centro de Historia del
Táchira. 1950. Pp. 135.
Silva Uzcátegui, Rafael Domingo.
Enciclopedia Larense. Biblioteca de Autores Larenses. Barquisimeto, 1981. 2
vols.
Vovelle, Michel. Ideologías y
mentalidades. 1985. Editorial
Ariel, S. A. Barcelona, España. Pp. 326
Zubillaga Perera, José María. Procerato
caroreño. Editorial Franco-Iberoamericana. París, 1928. Pp. 112.
-------------------------
El autor del presente ensayo es Licenciado en Historia, Universidad de Los
Andes, Mérida, Venezuela, 1976. Magíster en Historia, Universidad José María
Vargas y Doctor en Historia, Universidad Santa María, Caracas, 2003. Docente de
la Maestría en Historia, Convenio Universidad Centroccidental Lisandro
Alvarado, Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Instituto Pedagógico
Barquisimeto Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa, y Fundación Buría. Cronista de
Carora desde 2008. Discípulo de los doctores Federico Brito Figueroa y Reinaldo
Rojas.