viernes, 8 de marzo de 2013

Picasso: 40 años


Si ha habido algún pintor prolífico, que casi llegó a lo inagotable por su fecundidad y genio, ese no es otro que el inmortal malagueño Pablo Ruiz Picasso (1881-1973). España, dice Pierre Vilar, ha contribuido de manera innegable a modelar la sensibilidad del mundo moderno. Recordemos para ello las figuras de Velázquez, El Greco, Juana de Avila, Calderón, Joaquín Rodrigo, Manuel de Falla, Juan Gris, Cervantes, Dalí, Goya, Lorca, Gaudí o Tapies.
Esta genialidad hispana tendrá que estar asociada a la historia de España. Ayer cartaginesa, griega, romana, cristiana, visigoda, árabe, judía, gótica y gitana, nos dice Carlos Fuentes. Hoy en día surcada por las diferencias étnicas y culturales: vascos, andaluces, castellanos, gallegos, catalanes, y sudacas. Hogaño frágil unidad a punto de romperse por la arremetida neoliberal.
Mi profesor de arte en la Universidad de Los Andes, Dr. Juan Astorga, nos decía que Picasso a los 20 años pintaba tan bien o mejor que Miguel Ángel o Leonardo. Es quizás por tal razón que precozmente rompe con el naturalismo a comienzos del siglo XX. Y lo hace de la forma más inusual. Comienza a estudiar la escultura de los pueblos llamados primitivos y queda fascinado. Al extremo inspirado, pinta en 1906 Las señoritas de Avignon, cuadro que le ganó una crítica muy poco favorable. Pero había hecho una contribución fundamental: echar las bases de la pintura moderna, pues rompe con el punto único de visión y la perspectiva que venían del Renacimiento. Era el principio de lo que habrá de llamarse en lo sucesivo cubismo, una de las corrientes artísticas más influyentes del siglo XX.
Todo es número, todo es geometría desde entonces. Son los ecos de la pintura de Cézanne, quien intentó reducirlo todo a figuras geométricas: cubo, cilindro y esfera. A lo que el joven Picasso añadirá la simultaneidad de la visión. Un sistema de representación inédito, pues rompe con los cánones pictóricos que vienen de los siglos XV y XVI renacentistas. Se pretende agregar, contradictoriamente, una cuarta dimensión a un soporte plano bidimensional. Nadie había intentado tan prodigioso y audaz cometido en un lienzo. Y fue el pintor Matisse, quien por desprecio bautizó como cubistas el movimiento integrado por Braque, Gris y Picasso.
La militancia política de Picasso lo hizo afiliarse al Partido Comunista de Francia. Cuando estalló la Guerra Civil española en 1936, no dudó en colocarse decididamente al lado de la acosada República española. A mediados de esta guerra, que fue como el preámbulo de la Segunda Guerra mundial, pintó el genio malagueño el más conocido lienzo del siglo. Las ruinas de la historia, dice Carlos Fuentes, ruinas del hombre, son iluminadas por un solo artefacto técnico: la lámpara de luz eléctrica. Una lámpara callejera intenta transformar la noche en día. Es el Guernica, un encargo de carácter proselitista para condenar el bombardeo nazifascista de la inerme población vasca.
Fuentes afirma en su libro El espejo enterrado (1992) que existe una dolorosa habilidad española para transformar los desastres de la historia en triunfos del arte. Es lo que de forma impresionante lo que ocurre con Guernica, la pintura emblemática del siglo XX. El artista nos pide, agrega el mexicano, que miremos la cara del sufrimiento y la muerte a través de los intemporales símbolos españoles de la arena: el toro y el caballo, despedazados y descoyuntados.
Paul Johnson ha emitido unos juicios muy desfavorables y sesgados sobre Picasso. En su obra Creadores (2008), dice que abominó y hurgó dentro de sí mismo. Walt Disney, en cambio, trabajó con la naturaleza, la estilizó, antropomorfizó y surrealizó. Por eso las ideas de creador del ratón Miguelito y Blancanieves, continuarán brillando, mientras que las de Picasso-aduce- gradualmente se desvanecerán y perderán vigencia, a medida que vuelva a preferirse el arte representativo. Al final, agrega Johnson, la naturaleza es siempre la fuerza más poderosa.
No puedo menos que encogerme de hombros ante el tamaño dislate de Johnson. La sola comparación del estadounidense con el malagueño me produce una sensación de repugnancia y disgusto. Su tendencia marcadamente derechista le hace decir absurdos como que Marx explotó (sic) a Engels. Dice este periodista británico que la actitud de Picasso ante los hombres era ambivalente, y era sagaz detectando la homosexualidad pasiva. A Braque lo llamaba “mi esposa” (un término despectivo). También le interesaban estéticamente las lesbianas, y es significativo que llamara a la masculina Gertrude Stein “mi única amiga mujer”. Esto constituye lo que llama Carl Sagan un verdadero camelo ad hominen, es decir atacar a la persona y no su argumento.
El arte no es evolución: es cambio, es mutación, enfoque nuevo. La historia del arte está formada por los hallazgos sucesivos de unos seres humanos geniales. Una frase de Picasso nos dará la medida de su genio: no pinto lo que veo, pinto lo que pienso.

Francisco “La Meca” Ramos

Si algún personaje encarna a cabalidad eso que llaman la caroreñidad, este hombre no es otro que “La Meca” Ramos. Era torrellero por los cuatro costados, juguetón, chistoso, amante de las chanzas y de las jocosidades. La parodia y el remedo lo caracterizaban. Uno podía saber de inmediato a quién simulaba con solo mirar de forma muy breve su actuación. Era un juglar picante y gracioso que hacía de las delicias de todos los que lo observábamos, docentes, alumnos, secretarias y aseadores, en las instalaciones del centenario Liceo Egidio Montesinos de Carora.
Hombre ascio como era, disfrutaba de los rayos del Sol de nuestra zona tórrida y tropical. A su lugar de trabajo, que no era otro que el campo deportivo, lo llamaba con sorna y picardía “El Solón”. Y eso no es todo. Invitaba a sus colegas profesores a hacer largas caminatas por la Otra Banda, bordeando el río Morere, a la búsqueda de las codiciadas “matejeas” hinchadas de miel, loros cantarines, y las apetitosas iguanas. Al final de su vida, murió el 8 de mayo de 1998, me confesó haber dejado en paz a tan simpáticos reptiles. Su sobrenombre tenía origen zoológico, pues un “meco” no es otra cosa que un cabrío herbívoro recién nacido, según reza el diccionario de caroreñismos.
Su apelativo lo heredó de su madre “La Meca”, quien era una anciana tan dicharachera y vivaz como su retoño beisbolero. Cierta vez sucedió que la planta eléctrica de Carora y su estruendoso ruido dejó de sonar a los oídos de su familia, pues habían conseguido una casa en la urbanización La Osa, lejos de allí. La abuela no podía dormir al hacerle falta el enorme ruido de las turbinas de gasoil. Fueron varias semanas de un insomnio macondiano. Lleno de astucia y socarronería, se le ocurrió a La Meca algo genial. Tomó su moto Yamaha, la colocó encendida en la habitación de la viejita. Santo remedio, pues la nona se quedó plácidamente dormida ipso facto.
Se hizo docente del Liceo gracias a un gran amante de la pelota y el tango argentino, el profesor Simón Villegas Losada. Este locuaz tocuyano lo metió a fines de los años 1960 en lo que se llamaba “la organización”, y desde allí comenzó a dictar verdaderas cátedras de pelota a quienes fueron sus destacados y brillantes beisbolistas: Carlos “El Pajarito” Santeliz, Valmore Carrasco, los hermanos Ricardo y Alberto Díaz, José Mujica, entre otros. Era una estrella del montículo, tanto en beisbol como en softbol. En su equipo de pelota Torrellas BBC hizo hazañas difíciles de repetir. En San Cristóbal, estado Táchira dejó a un equipo con apenas un hit conectado.
Los estudiantes del Liceo le profesaban un cariño descomunal. Cierta vez lo hicieron de padrino de una promoción de bachilleres. El día del acto académico se le hizo un nudo en la garganta y hubo que delegar su discurso en José “Cheo” Mujica, Alirio Alvarez o Ricardo Díaz. Es que su modestia y humildad no cabían en las “playas” de Carora.
Cheo Mujica, quien fue destacado docente deportivo en el Liceo, reconoce que sus conocimientos beisbolísticos y de pelota suave se los debe a nuestro personaje. Gracias a ellos –dice- he sido lanzador en juegos nacionales en distintas ciudades venezolanas. Cuenta Cheo que cierta vez lo invitó al Hospital Pastor Oropeza. Cuando estaban en allí debió donar plasma para una vecina de Francisco. Al inquirirlo por aquella actitud, dijo inmediatamente La Meca: “no puedo donar sangre por mi edad.” Esa era la generosidad sin tamaño de aquel enjuto hombre de mirada inquisitiva y brillante.
Había nacido La Meca el 30 de octubre de 1934 en su Carora de siempre, ciudad a la cual amaba sobre todas las cosas. Una vez fue contratado para enseñar su oficio peloteril en la “ciudad de los siete puentes”, la simpática localidad tachirense de Rubio. Pudo más la reverberante y cálida geografía y las gentes de talante humorístico y de agudeza sin par del Distrito Torres, pues apenas logró estar en los Andes por la eternidad de año y medio, al cabo de los cuales se vino definitivamente.
Los restos mortales de este Maestro de nuestra otra religión venezolana, el beisbol, reposan muy cerca de la playa del Liceo. Quizás fildeará desde allí uno que otro faul que uno que otro desprevenido bateador le enviará al camposanto de la 14 de febrero. Paz a su alma.

El juicio del mono (1925)

Pareciera mentira que en Estados Unidos, el país más próspero del  mundo, que había salido fortalecido y casi indemne de la terrible e inúti...