domingo, 15 de noviembre de 2020

Al español Francis Mojica- le niegan el Premio Nobel de Medicina.


Siempre me ha llamado poderosamente la atención los llamados precursores, es decir los iniciadores y adelantados en las ciencias naturales y humanas.  Siempre han existido estos geniales intelectos que se constituyen en el arranque y precedente del conocimiento. La epistemología moderna ha descubierto cosas muy interesantes de estas genialidades.

Unos de los más emblemáticos precursores han sido los iniciadores del atomismo en la Antigüedad, los griegos Leucipo y Demócrito (siglos V y IV a.C) que influyeron de manera decisiva en Werner Heisenberg, padre del asombroso Principio de Incertidumbre en el siglo XX. Kepler estuvo a punto de descubrir las leyes de la gravedad que poco después se atribuyen a Newton. De manera parecida podemos decir que el verdadero padre de la filosofía positivista fue el conde Saint Simon de quien Auguste Comte toma “prestadas” las ideas para construir ese enorme edificio, hoy en ruinas, llamado positivismo. Albert Einstein se nutre de otros pensadores para revolucionar la ciencia a principios del siglo pasado, pues toma ideas de Riemann, Ernest Mach y sobre todo del matemático francés Henri Poincaré (1854-1912) para erigir sorprendente y asombrosa Teoría de la Relatividad en 1905.

Tales antecedentes me permiten comentar la injusticia que se ha cometido con el científico español Francis Mojica (Elche, Alicante,1963) al negársele el Premio Nobel de Química o el de Medicina para el año 2020. Como sabemos, tal distinción de la Academia sueca recae en dos científicas Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier por CRISPR.  Ahora bien, ¿qué es este famoso CRISPR? Se trata de un acrónimo de Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats., (repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente espaciadas), y su padre teórico y fundador es el bioquímico de la Universidad de Alicante Francis Mojica, quien hizo tan notable descubrimiento por azar (serendipia) en unas salinas de Santa Pola, en la costa mediterránea española hace unos 25 años. Se trata de un microorganismo que a nadie interesaba y que son unos extremófilos, pues son capaces de sobrevivir en aguas en extremo saladas. Se trata de la arquea Haloferax mediterranei, un microorganismo de una sola célula que es el culpable de que las salinas adquieran un color rosáceo cuando crece la concentración de sal, semejante fenómeno que ocurre en las salinas de la península de Paraguaná, Venezuela.

 Era un saber desinteresado, dice con modestia Mojica. Aquello parecía no tener valor alguno, pero hoy es la base de la portentosa “edición genética” que promete salvar millones de vidas y producir miles de millones de dólares. Se afirma que es capaz de reparar casi todas las 75.000 mutaciones genéticas conocidas que causan enfermedades hereditarias en humanos: cáncer, VIH, fibrosis quística, autismo, diabetes, entre otras.

 

Todo comienza cuando un joven, de quien no pudimos averiguar su nombre, que no sabía qué hacer con su vida, se acerca al laboratorio de Mojica, quien le pone como tarea estudiar el ADN de la haloferax. La secuencia conseguida por el muchacho es ACTGGGGGCCCAT. Mojica pensó que el joven estaba equivocado. Lo regaña. Pues no, era una cadena que se repetía. A esas reiteraciones llama Mojica CRISPR, un término por él creado. Pero todo aquello debió esperar su gran momento en el año 2003. Sucede que esos tramos de ADN en secuencias repetidas estaban descritos en una base de datos internacional. ¡Eureka! Eran fragmentos de ADN de virus insertados en el ADN del microbio: recuerdos de contactos previos con patógenos. Se trataba de un sistema de inmunidad adquirida, una especie de cartilla de vacunación genética que algunas especies de bacterias y arqueas heredaban de sus madres. Aquello era un descubrimiento monumental. Los microbios recogían información de los invasores y la guardaban en su propio ADN, como si fueran fotografías de criminales. Si un virus volvía a atacar, las bacterias reconocían el ADN del agresor y enviaban unas tijeras moleculares para guillotinarlo.

En 2012 la bioquímica francesa Emmanuelle Charpentier y la química estadounidense Jennifer Doudna demostraron que el mecanismo CRISPR se puede utilizar como una herramienta universal para editar cualquier genoma. El sistema se puede programar para dirigirlo a cualquier punto de una cadena de ADN, cortarla y añadir una tirita con otro fragmento de ADN, como en un procesador de textos. Tal descubrimiento, que también se llama “tijera genética”, las hizo merecedoras del Premio Nobel de Química en 2020. Gallardamente, estas flamantes Nobel reconocen las aportaciones básicas que Mojica aportó y que hasta 2005 parecían descabelladas: las revistas científicas entonces se negaban publicarlas.

Parece ser que el fallo  de no reconocer el inmenso aporte del español viene de la Academia sueca, quien parece no estar al tanto de lo que en el conocimiento humano se agrega indefectiblemente todos los días y todos los años. Parece ser que el jurado del Premio fija su atención más en los aspectos prácticos de los descubrimientos e ignora la ciencia básica y desinteresada, la que tanto que con tanto ardor defendía la Nobel de Química y Nobel de Física Marie Curie (1867-1934). Crisis de confianza ha sufrido el Nobel antes. Recordemos que hace dos años, en 2018, no se otorga el Premio Nobel de Literatura por un escándalo de abusos sexuales protagonizado por una respetada figura de la cultura en Europa, Jean Claude Arnault. Y uno de los fallos de la Academia sueca lo sufre nada más y nada menos que Albert Einstein, quien no recibe el Nobel por su asombrosa Teoría de la Relatividad sino por un descubrimiento menor: el efecto fotoeléctrico. Como una curiosidad insólita, Alfred Nobel no creó el Nobel de Matemáticas porque su esposa al parecer le era infiel con uno de estos cultivadores de los números.

La flemática Academia nórdica está constituida por seres humanos proclives al error, no cabe duda. Le haría un inmenso beneficio a la cultura en habla castellana si eventualmente otorga tan prestigioso galardón a este joven investigador hispano, Francis Mojica, de 57 años de edad, que ha realizado tan deslumbrante aporte a la ciencia desde la Península Ibérica, con pasantías en las Universidades de Utah y de Oxford, todo un prodigioso hecho del conocimiento.

Lo que me ha motivado a garabatear estas líneas ha sido la tremenda injusticia cometida por la cultura noratlántica, blanca, anglosajona y protestante al negarse reconocer que el auténtico precursor de la informática es el sabio mallorquín Raimundo Lulio, quien vive entre los siglos XII y XIII, mérito que sin consultar a la historia otorgan los arrogantes al desgraciado sabio y lógico británico Alan Turing (1912-1954) como lo dije en un artículo anterior.

Que la buena estrella acompañe siempre al bioquímico ilicitano Francisco Juan Martínez Mojica, que es el verdadero nombre de este modesto y comedido hombre de ciencia que habla la lengua de Cervantes y Ortega y Gasset, que ha proporcionado a la humanidad un descubrimiento genético tan importante como el que realizan Watson y Crick en 1955 de la cadena en hélice del ADN, lo que debe ser motivo de regocijo y júbilo para nosotros que formamos una cultura de dimensión y vocación universalista y planetaria, la cultura hispanoamericana.

 

Luis Eduardo Cortés Riera.

cronistadecarora@gmail.com

jueves, 5 de noviembre de 2020

Raimundo Lulio Precursor español de la informática


La arrogante y soberbia cultura anglosajona se ha negado persistentemente reconocer que el verdadero precursor de la informática fue el sabio filósofo, poeta, misionero, teólogo, inventor y místico español de los siglos XII y XIII Raimundo Lulio, quien nace en la isla de Mallorca en 1232 y fallece en 1315 o 1316 después de regresar de arriesgada misión religiosa en África. Ingleses y estadounidenses dicen vehementemente que el iniciador de la informática fue el desgraciado sabio Alan Turing (1912-1954) un extraordinario hombre de ciencia y lógico británico del siglo XX. Esto no es enteramente cierto.

Quien hace esta extraordinaria afirmación que engalana a nuestra cultura hispana y mediterránea, fue el semiólogo italiano Umberto Eco (1932-2016) en un libro titulado La búsqueda de la lengua perfecta (1994). No pude menos que quedar sorprendido gratamente con las afirmaciones de este reputado intelectual latino. Hasta entonces creí ingenuamente que fue el empirismo anglosajón el padre de esta creatura que como las ciencias de la información se ha convertido en una de las revoluciones científicas más importantes de la historia, comparable o si no superior a la que ocasiona Gutenberg en el siglo XV con la imprenta o la máquina de vapor de James Watt en el siglo XVIII.

En efecto, Lulio tenía en mente una idea decididamente hispana, la Evangelización, impulso que era como proemio a otra singular creencia medieval, la segunda venida de Jesucristo en la Parusía. Como misionero creía en la posibilidad de convertir al cristianismo, la religión verdadera, a musulmanes y judíos, así como también sacar de su error a las herejías de su tiempo, tales como el averroísmo racionalista. Al convertirse el último hombre al cristianismo sobrevendría entonces la Parusía.

 

         Ramón Llull, que tal es su nombre en la lengua catalana, se dedicó a diseñar y construir una máquina lógica. De naturaleza mecánica era tal artilugio, en ella las teorías, los sujetos y los predicados teológicos estaban organizados en figuras geométricas de las consideradas "perfectas" (por ejemplo, círculos, cuadrados y triángulos). Al operar unos discos y palancas, girando manivelas y dando vueltas a un volante, las proposiciones y tesis se movían a lo largo de unas guías y se detenían frente a la postura positiva (certeza) o negativa (error) según correspondiese. Según Lulio, la máquina podía probar por sí misma la verdad o mentira de un postulado.

Julián Marías nos explica de manera diferente la Ars Magna luliana: “Consiste en una compleja combinación de conceptos, referentes, sobre todo, a Dios y a el alma, que forman unas tablas susceptibles de manejarse como un simbolismo matemático para hallar y demostrar los atributos de Dios. Estas tablas, de manejo difícil de comprender, se multiplicaron y complicaron cada vez más. Esta idea de construir la filosofía de un modo deductivo y casi matemático mediante una combinación general, ha ejercido luego una fuerte atracción sobre otros pensadores, en especial sobre Leibniz; pero el valor filosófico de estos intentos es más que problemático.”

El religioso mallorquín bautizó a su instrumento con el nombre de Ars Generalis Ultima ('Última arte general') o Ars Magna ('Gran arte'), aunque hoy se le conoce a veces como Ars Magna et Ultima. El ingenio fue tan importante para él que dedicó la mayor parte de su gigantesca obra a describirlo y explicarlo. La realidad teórica subyacente en aquel artefacto era una fusión o identificación de la teología con la filosofía, orientada a explicar las verdades de ambas ciencias como si fueran una, una formidable idea que no agradó al cristianísimo papa Nicolás IV ni a la ortodoxia islámica. 

 

En su afán de refutar a los musulmanes, Lulio exageró el concepto en el sentido opuesto: opinó que la doble verdad era imposible puesto que la teología y la filosofía eran en verdad la misma cosa. Equiparaba de este modo e identificaba a la fe con la razón. El incrédulo no era capaz de razonar, y el hombre de fe aplicaba una razón perfecta. De este modo creyó haber resuelto, gracias a las pruebas de significados lógicos y por supuesto a su mecanismo por él ideado, la Ars Magna, una de las más grandes controversias de la historia del conocimiento: disolver la diferencia de la verdad natural de la verdad sobrenatural.

Estas explosivas ideas del monje mallorquín tuvieron gran repercusión con posterioridad a su muerte ocurrida a comienzos del siglo XIV. Pico de la Mirándola (1463-1494) confundió el método de Lulio con la Kábala, esoterismo que busca significados en la Torá hebrea, Giordano Bruno (1548-1600) termina en la hoguera al aplicar a ultranza su método, el filósofo germano Leibniz (1646-1716) se interesa de las ideas del monje medieval y las acerca al lenguaje informático.

Lulio escribió la increíble cantidad de 243 libros que incluían materias tan diversas como la filosofía (Ars magna), la ciencia (Arbre de sciència, Tractat d'astronomia), la educación (Blanquerna, que incluye el Llibre de Amic e Amat), la mística (Llibre de contemplació), la gramática (Retòrica nova), la caballería (Libro del Orden de Caballería), novelas (Llibre de meravelles, que incluye el Llibre de les bèsties), y muchos otros temas y recursos (como el proverbio Llibre dels mil proverbis, o el silogismo (Llibre de la disputa de Pere i de Ramon, el Fantàstic. La ciutat del món), que el mismo autor de inmediato traducía al árabe y al latín. Toda su monumental obra fue escrita no en latín, la lengua de la cultura y el saber en ese tiempo, sino en su lengua natal, con lo cual se constituye en uno de los primeros autores en lenguas neolatinas, el catalán.

Debemos tener en cuenta que Lulio vive y escribe en tiempos en que Cataluña era una gran potencia marítima en el Mediterráneo, y es la expresión su obra de la madurez de la conciencia nacional catalana, un largo proceso que aún tiene sus dramáticas consecuencias en la España de nuestros días: la aspiración independentista de esta genuina y creativa versión de la cultura hispánica que goza de todo nuestro aprecio. 

El espíritu enciclopédico de Lulio me recuerda a otro notable religioso, el sacerdote jesuita alemán de la época barroca: Atanasio Kircher (1601-1680), el último hombre que quiso saberlo todo y que tanto influye en nuestra poetisa mexicana sor Juana Inés de la Cruz (1648-1696). En España es Lulio el santo patrón de los informáticos, en tanto que el joven italiano de 15 años Carlos Acutis, fallecido por leucemia en 2006, podría ser el santo patrono de internet. Después de siete siglos la beatificación está aún a la espera de este genial y anticipativo hombre que como Lulio murió como consecuencia de su lapidación en Túnez, víctima de la intolerancia de la ortodoxia musulmana que no entendió el mensaje ecumenista de este singular monje catalán que aun en el siglo XXI nos maravilla con sus extraordinarias clarividencias.

        Puso su vida el monje mallorquín al servicio del diálogo entre cristianos y musulmanes, un encuentro que todavía resulta inaplazable en los días que corren. Cuando escribo estas notas recibo la terrible noticia de una serie de atentados criminales en Viena, la capital austriaca, lo que dramáticamente nos recuerda la maquina lógica de Lulio, artilugio con el que intenta conciliar las dos grandes religiones del monoteísmo ese hombre excepcional que vivió en un siglo iluminado, el siglo XIII, coetáneo al teólogo  Tomás de Aquino, el viajero Marco Polo, el filósofo Roger Bacon, el santo Francisco de Asís, el rey Alfonso X el Sabio, el místico san Buenaventura, el filósofo Guillermo de Ockam, al poeta Dante. Toda una centuria magnifica que anuncia claramente el nacimiento de la modernidad y que tuvo en Raimundo Lulio a uno de sus más brillantes precursores en este apóstol de la tolerancia y el diálogo del cual estamos tan ayunos en el tercer milenio.

Referencias.

Eco, Umberto. La búsqueda de la lengua perfecta. Editorial Crítica. Biblioteca de Bolsillo. Barcelona, 1994. 320 págs.

Marías, Julián. Historia de la filosofía. Revista de Occidente. Madrid, 1976. 506 págs.

Ordoñez, Javier, Víctor Navarro, José Manuel Sánchez Ron. Historia de la ciencia. Editorial Espasa Calpe. Colección Austral. Madrid, 2006. 639 págs. 

 

Luis Eduardo Cortés Riera.

cronistadecarora@gmail.com

 

Carora, República Bolivariana de Venezuela,

3 de noviembre de 2020

El juicio del mono (1925)

Pareciera mentira que en Estados Unidos, el país más próspero del  mundo, que había salido fortalecido y casi indemne de la terrible e inúti...