Es
un carro hermoso y elegante, de redondeadas y sobrias líneas, color amarillo
crema, asientos y tablero del mismo color. Lo veo estacionado en una casa de la
calle Lara de Carora, frente a la posada Los Granados de Yuyita y Cecil
Álvarez. Seguramente está en manos de los bisnietos de aquel patriarca, quienes
atesoran con esmero tan magnifico
automóvil americano. En la década de los años sesenta del siglo que se nos fue,
veía yo con frecuencia a Don Flavio, un acaudalado hombre de negocios, dueño de
la Casa Comercial Flavio Herrera S.A. estacionado su auto bajo las amables sombras proyectadas por las acacias del Grupo Escolar Ramón Pompilio
Oropeza, instituto educacional del cual era su director Expedito Cortés, mi
padre.
Aquello
se debía a que el chofer de aquel clásico y hermoso auto vivía enfrente de mi
casa. Juan Mosquera era su el nombre de aquel buen y servicial hombre de piel
marcadamente oscura, que servía a Don Flavio como conductor de aquella
maravillosa máquina. El patrón no se bajaba del Oldsmobile, sino que esperaba
que Juan dejara en su casa una bolsa de alimentos o qué sé yo. Años después me
entero que Herrera le entrega a Juan aquella
casa de la calle Carabobo como recompensa a sus fieles y abnegados servicios durante varias décadas.
Esa
máquina es parte imborrable de los recuerdos de mi adolescencia vivida en el
sector Trasandino de Carora. Don Flavio y Juan Mosquera a bordo, impecablemente
vestidos de blanco los dos. Hacían una pareja de contrastes de piel, pero
hermanados por aquella deslumbrante fibra textil de lino importado y camisas
del mismo color cuidadosamente almidonadas y planchadas.
Cierta
vez Mosquera deja aparcado el carro en su lugar de siempre. Y sucedió algo muy
desagradable. Un muchacho del vecindario, navaja en mano, atacó a tan
esplendida máquina ocasionándole un daño considerable a su exquisita pintura.
Qué cosa tienen esos muchachos, atiné a oír de los labios de Don Flavio. Ha
pasado más de medio siglo de aquello y aun no comprendo las motivaciones que
impulsaron a aquel tocayo mío a descargarla contra el Oldsmobile 1948 de Don
Flavio.
En
ocasiones Mosquera se tomaba la licencia de usar el carro para sus diligencias
personales, y aprovechaba la ocasión de llevarnos a comer unas deliciosas empanadas
en el sector El Olivo de la carretera Lara-Zulia. Miriam, Yolanda, Gloria,
Marlene, Luis, Juancito y su esposa Marcolina, íbamos en
aquellos hermosísimos tours que pasaron a ser parte constitutiva de mi memoria.
Hogaño,
reposa esa gallarda y elegante limosina en
un garaje a la espera quizá de una pieza de recambio difícil de encontrar o de una mano amiga que
logre colocarlo de nuevo en circulación. En días pasados me detuve, absorto, a
contemplar aquel extraordinario vehículo y rememore la elegancia y el donaire
que emanaba aquel lujoso automóvil y su heteróclita pareja de ocupantes, que
llenaron un sector importante de nuestra vida emotiva, y que es parte
constitutiva de nuestro ser. Y es que los llamados patricios caroreños han sido para nosotros el hilo conductor que
nos conecta con los tiempos ya idos.
Flavio
José Herrera Gutiérrez era hijo de Flavio Herrera Oropeza
y Leonor Gutiérrez, nace en Carora en 1896. Perteneció a una antigua familia
fundada en 1776 por Don Diego, natural de La Gomera, Islas Canarias,
comerciante y agricultor. Graduó de bachiller en ciencias filosóficas en el
Colegio Federal Carora, dirigido entonces por el Dr. Ramón Pompilio Oropeza. Casado
con Elvirana Perera en 1925. Fallece en Carora a edad avanzada. Su
aristocrático porte y su don de gentes jamás se borraran de mi memoria.