lunes, 3 de julio de 2017

Carora, “Ciudad levítica de Venezuela”

Lisandro Alvarado
Quien le dio a Carora  su  bautismo de Ciudad Levítica de Venezuela,  fue el presbítero Doctor Carlos
Borges, poeta de inspiración mística y amatoria. Nació en familia acomodada en Caracas en 1867 y falleció en Maracay en 1932. Descendiente de Andrés Bello, conoció a José Martí, antiguzmancista,  secretario privado del presidente Cipriano Castro, pagó cárcel en La Rotunda por ello, enamoró apasionadamente de Lola Consuelo, cuya muerte en 1912 lo sume en el alcohol, se enamora nuevamente y piensa viajar a Estados Unidos con su amada. Luis Beltrán Guerrero dice de este personaje que: “Durante los días de Semana Santa de 1918, el presbítero Doctor Carlos Borges fue predicador sagrado de Carora.
Andrés Bello
Venía  a cumplir aquí  penitencias necesarias  para borrar profanos deslices. Renegaba de sus versos gentiles, de las debilidades  de la carne...”   Dice Guerrero que Borges fue  rodeado en Carora  por la amistad y admiración  de  todos. “El correspondió  a esos sentimientos con el oro de su palabra”. En carta para Don José Herrera  Oropeza, Director de El Diario, fechada el 30 de Septiembre de 1921, “traza en unos párrafos el mayor elogio lírico en lengua del modernismo que se ha hecho a la ciudad”:  “Urbe veneranda, ciudad matrona: doctoral, levítica, guerrera 3, tiene las virtudes características de sus rancias abuelas españolas.
Cuando considero su sapiencia, su cortesía, su piedad, su bravura, viénenseme a  la mente Salamanca y Toledo, Ávila y Zaragoza. Me gusta Carora como una joya antigua, como un libro clásico, como un vaso litúrgico, como una panoplia de antaño. Por  sus tradiciones domésticas, por sus costumbres patriarcales,  por su devoción religiosa, por su cultura social, por su amor reverente a las glorias pretéritas, me inspira profunda simpatía esa urbe austera y bondadosa, ciudadela de refugio contra el repugnante modernismo que por dondequiera nos invade. Académica, aristocrática, católica, procera, Carora es, por lo mismo, conservadora. Suyo el  catecismo de Ripalda, cabal compendio  de la  eterna sabiduría, evangélico grano de mostaza, llave del Reino de los Cielos;  con pastas de seda y canto de oro, sobre la mesa de la sala, el libro de Carreño. Suyas la toga y la muceta y todo el paramento de la corte universitaria, donde, en mejores tiempos, gallardeara de iris de las borlas –azul, gualda, rojo, violeta, distintivo de matemáticos, médicos, juristas  y teólogos –honrosa gala que Minerva ponía en el pecho de sus paladines -¡Cajigal, Vargas, Roscio, Ávila!– como quien decora con banderas las encinas de un bosque  sagrado. Suyo el dedal de hierro junto a la sortija de diamante en la mano  hacendosa  y  fina de la que es luz y sal, y miel y mirra, y óleo del hogar. Suyo el carbón de incensario con  que traviesos monacillos, a riesgo de duros  palmetazos, trazan en las paredes de la sacristía sus propios nombres, que resultan después  ilustrísimos en la historia de nuestra Iglesia. Suyo el acero de temple boliviano en la espada de Torres y en la pluma  de Riera Aguinagalde. Suya, en fin, la azucena de mármol que, frente al pueblo-
 Cuando se creyó oportuno que el Distrito Torres tuviese  su escudo, acudió al llamado  Aníbal Lisandro, hijo del Dr. Lisandro Alvarado, quien diseñó en 1955 un escudo que más que un símbolo de una ciudad, esto es,  representativo de un colectivo social, se asemeja a un blasón, escudo de armas  de una familia aristocrática, pues la armadura  de conquistador español ocupa su parte superior  tal  y como de igual manera  aparece  en los blasones de las familias godas de Carora:  Riera, Zubillaga, Oropeza y Herrera. Pero a los efectos de lo que particularmente nos interesa,  debemos hacer notar que en el cuartel inferior izquierdo aparecen varios símbolos de religiosidad, lo que llama la atención, puesto que en lo que se refiere al Escudo Nacional o a los escudos de los Estados venezolanos, tales alegorías no aparecen frecuentemente. Así pues, en el escudo que nos ocupa aparecen una cruz, símbolo inequívoco del  catolicismo,  ¡un sombrero de sacerdote!,  un farol que  reposa sobre unos libros; de entre los cuales,  a no dudarlo, deben estar La Biblia o Los Evangelios. Refleja el escudo de Alvarado un imaginario,  que en modo alguno es neutro, puesto que tiene un significado social: el escudo del Distrito es el símbolo de unos poderes instituidos, el de los godos y el de la Iglesia Católica, poderes que desde hace  siglos dominan el escenario social caroreño.







El juicio del mono (1925)

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