lunes, 27 de noviembre de 2017

El padre Alfonso Olazábal

Siempre me simpatizó en sumo grado este agradable y simpático caballero de la orden de los Reverendos Padres Escolapios españoles asentados en Carora. Fue uno de los primeros de estos sacerdotes pedagogos en llegar en 1951 a la ciudad del Portillo y establecer su colegio en La Paduana, una casa vetusta donde a principios de siglo XX el padre Lisímaco Gutiérrez adelantó una iglesia social con los pobres con el concurso de otro levita excepcional, el padre Carlos Zubillaga.
Alfonso era, a diferencia de sus paisanos, un religioso guapo y porte agradable. A mí se me parecía al artista de cine estadounidense Georges Scott, el que hizo el papel del general Patton. Ello lo digo porque los vascuences suelen bajitos y rechonchos como era el padre Juan Bautista Pérez Altuna. Llega  en compañía de otros tres escolapios a fundar el primer colegio de esta orden en Venezuela. Como dato curioso, se le identificó como de la Virgen del Juncal, la imagen mariana más antigua del País Vasco, pues apareció en el siglo XII Estos reverendos padres eran una suerte de exiliados, pues el régimen franquista los veía con ojeriza: eran practicantes de una pedagogía popular y, encima de ello, vascos, hijos de una provincia rebelde.
Cuando investigaba en los archivos de la Diócesis de Carora para escribir mi tesis doctoral, me encontré con el padre Alfonso en más de una ocasión. En el año de su llegada dicen los viejos libros de gobierno eclesiástico que Olazábal pinta con brocha y balde en la mano la iglesia de San Juan. Era una feligresía popular que debía soportar en ese lugar sagrado el estigma de ser descendientes de  los hijos de Cam, pues los bancos más cercanos al altar mayor tenían dueños: los descendientes de los hijos de Jafet, los “blancos de la plaza”, y eran para su uso exclusivo, una discriminación que borraron para siempre los Padres Escolapios, Alfonso entre ellos.
La gente pensaba que yo era alumno del Colegio Cristo Rey, por aquello de ser hijo yo del director Expedito Cortés. Pues no, yo me formé en el Grupo Ramón Pompilio Oropeza, pero estaba vinculado a los Escolapios por el movimiento escultista de los Boys Scouts. Allí tuve en amenas pláticas con Alfonso y juntos recorrimos las playas de Chichiriviche conversando de cualquier cosa. Por momentos se detenía y miraba hacia alta mar, algo así como echando un vistazo a su lejana patria a la cual jamás regresaría de modo definitivo.
Era un hombre que buscaba a Dios en las manifestaciones de la Naturaleza, una suerte de panteísmo filosófico. “El número de galaxias, me dijo, es semejante al número de seres humanos que pueblan este globo terráqueo.” Por momentos se sonreía al oír mis estruendosas carcajadas heredadas de mi padre Expedito.
Llega a una edad provecta mi amigo sacerdote, refugiándose en el Colegio Calazanz. Le visito en varias ocasiones en compañía de mi esposa Raiza Mujica, médico dermatólogo. Sufre de un epitelioma vasocelurar que trata con criocirugía mi compañera de vida, se sonríe y me mira a cada rato. Pregunta por mi padre, Expedito. Y al responderle que falleció en 2001, dice: “fue un hombre muy útil y muy cortés”.
Su elegante y espigada figura queda en mi recuerdo, así como las palmadas de cariño que me dio en los hombros siendo yo de la tropa boy scout. Su memoria se acrecentará con el paso de los años, pues vino a estas tierras a educar legiones de indómitos muchachos del sexo masculino de todas las capas sociales.
No fue mi confesor, pero pienso que aquellas agradables conversaciones durante mi adolescencia y juventud eran una suerte de confesión sin confesionario. No fue mi maestro de aula, pero su magisterio me alcanzó en cualquier lugar de la Carora de 20 mil almas que la habitábamos entonces. Finalmente debo decir que Olazábal me simpatizó mucho más que el padre Juan, director del Colegio, quien en alguna ocasión me dio dura reprimenda. Por ello y cuando esto acontecía me refugiaba en el cálido regazo del padre Alfonso.
No sé si hablaba la inmemorial lengua vascuence, pero de lo que sí estoy plenamente seguro es que hablaba un castellano que iba directo al corazón.  Paz a su alma.

jueves, 23 de noviembre de 2017

El jinete del Lago de Constanza

Escribo este artículo en ocasión de estar cumpliendo yo 40 años de ejercicio docente en varios niveles educativos venezolanos. El título de él ocasionará alguna confusión, la que de inmediato paso a aclarar. Sucede que cuando camino por las calles de la ciudad de Carora, muchos antiguos alumnos me saludan diciendo: ¡El jinete del Lago de Constanza!. Ello sucede porque siendo graduado en historia en la Universidad de Los Andes, Mérida, me desempeñé en el Liceo Egidio Montesinos como docente del área de psicología, de la mano del profesor germano-venezolano Ignacio Burk y su memorable y paquidérmico libro-texto Psicología, un enfoque actual.
En tal asignatura enseñaba la psicología de la Gestalt también psicología de la forma o psicología de la configuración, una corriente de la psicología moderna, surgida en Alemania a principios del siglo XX, cuyos exponentes más reconocidos fueron los teóricos Max Wertheimer, Wolfgang Köhler, Kurt Koffka y Kurt Lewin. Gestalt es una palabra alemana que se puede traducir como “la forma de la forma”.
Allí debía contar a los muchachos una interesante y encantadora canción alemana que cuenta la historia de un jinete que cabalga por sobre una llanura en la que un manto de nieve borró todos los senderos y mojones; al atardecer, y después de mucho cabalgar, el jinete avizora una posada. El posadero que lo ve venir sale a su encuentro y le pregunta que de dónde viene, a lo que el jinete responde señalando con el dedo la llanura. Entonces, en tono de admiración y respeto el posadero le dice: “¿sabéis que habéis atravesado el Lago de Constanza?” Termina la canción folklórica germana diciendo que el jinete, al oír aquello, cayó fulminado, muerto por el terror.
Sucede que el jinete no sabía el enorme peligro que corría al cabalgar el lago suizo-alemán-austriaco que pocas veces se congela, cubriéndose de una delgada y frágil capa de hielo, insólito hecho climático que sucede cada 70 años aproximadamente. La psicología de la Gestalt nos enseña que la realidad se percibe básicamente como es, pero la subjetividad de la persona es parte de la experiencia psicológica del percibir. De tal manera que aquel desgraciado jinete creyó cabalgar una sólida llanura cuando en realidad lo hacía por sobre una quebradiza capa de hielo. Ello le costó la vida.
Bueno, esta simpática anécdota nos recuerda el enorme efecto de la narración oral y el hondo y permanente recuerdo que ocasiona en las mentes juveniles. En otras oportunidades algunos de mis ex alumnos, que son unos diez mil, me saludan llamándome Segismund Freud, que es el padre de esa mitología del siglo XX llamado psicoanálisis. Siento mucha satisfacción cuando este gesto de cordialidad y agradecimiento acontece.
El haberme transformado en docente de psicología de cuarto año, y también de filosofía en quinto año de humanidades, me acercó felizmente a la llamada historia de las mentalidades, cultivada por Marc Bloch y Lucien Fevbre, historiadores franceses fundadores de la Escuela de los Anales en 1929. Gracias a esta formación que adquirí en educación media fui capaz de realizar ensayos en mis estudios de posgrado en la Upel Barquisimeto para los doctores Federico Brito Figueroa y Reinaldo Rojas sobre la psiquiatría del Dr. Francisco Herrera Luque, la fenomenología de Dilthey y Husserl, escribí mi tesis doctoral sobre la mentalidad religiosa en Carora desde el siglo XVI hasta el presente, la relación de psiquiatría y creación literaria modernista en el escritor larense nativo de Curarigua, Rafael Domingo Silva Uzcátegui, entre otros.
Con este último ensayo he ganado para mi gran satisfacción en 2014 el Premio Nacional de Literatura Antonio Crespo Meléndez, auspiciado por el Ministerio de la Cultura y la Alcaldía del Municipio Torres. Casualmente y mientras escribo esta nota, mi libro de crítica literaria está siendo presentado en la Feria Internacional del Libro 2017, en la Sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño, Caracas. Todo comenzó, pues, cuando el profesor Simón Villegas Lozada, director del Liceo caroreño me ofreció en el año 1981 unas 40 horas de psicología y filosofía. Gracias Simón.

El juicio del mono (1925)

Pareciera mentira que en Estados Unidos, el país más próspero del  mundo, que había salido fortalecido y casi indemne de la terrible e inúti...