miércoles, 26 de septiembre de 2012

Santiago Apóstol de Río Tocuyo



Debieron de pasar largos 75 años para que río abajo de la Ciudad Madre de Venezuela, El Tocuyo, le naciera réplica a su nombre vegetal. En efecto, nace Santiago de Río Tocuyo en 1620 como pueblo de indios gracias a la mano civilizadora del gobernador  de la Hoz Berrío. Conserva el poblado su cuadrícula colonial, en donde floreció una extraordinaria escuela pictórica que en el presente se alarga en las prodigiosas manos del profesor Juan de Jesús Espinoza, autor de los inigualables vitrales de la catedral de Mérida y los templos de Trujillo, Aregue y Río Tocuyo.
Este milagro pictórico riotocuyano lo conocí en tiempos de mis estudios emeritenses al consultar la inmortal obra de don Alfredo Boulton. Cuando mi esposa Raiza fue a cumplir con su ruralidad médica en este bello poblado, visité repetidamente el templo de Santiago Apóstol y Santa Ana; allí pude observar maravillado un admirable óleo del santo patrono. Pero no se quedó allí mi sorpresa, pues  pude constatar -como afirmó Boulton- que el rostro del “matamoros” es el del general Antonio Guzmán Blanco, con un bigote afrancesado a lo Napoleón III.
Estos lugares fueron un emporio de la producción de cocuy, bebida espirituosa extraída del la planta ágave cocuy trelease, cual es su nombre científico; se comerciaba en bestias mulares a través del llamado “Camino Real”, el cual arrancaba de La Vela, seguía por Punto Fijo, Baragua, Siquisique, El Desecho, Espejo, Paujicito, El Orégano, Río Tocuyo, La Chapa, Aregue, para finalizar en Carora.
La parroquia Camacaro es el asiento de este simpático y campechano poblado. Allí llegaron en 1951 los primeros isleños a cultivar la amarillenta tierra con pimientos y cebollas; venían aventados por un  conflicto bélico: la guerra europea que comenzó en 1914 y terminó en 1945, según sostiene Eric Hobsbawm. La política inmigratoria del general Pérez Jiménez dio facilidades a estos veteranos y endurecidos hombres de labranza que llegaron solteros a situarse en esta “pequeña Mesopotamia” larense.
Los  nombres de estos canarios los rescatamos para el presente. El primero fue Juan García quien se estableció en Santa Inés; le siguieron Sixto Delgado el cual en la vía a Parapara fundó la hacienda San Antonio; le siguió su hermano, Juan Delgado; otros fueron Emildo Izquierdo y Agapito Escobar, los que se ubicaron en dirección al poblado de Aregue. Más tarde se les sumó Manuel “Manuelón” González y Eufemio García, quien en las cercanías de Montenegro estableció la hacienda La Caimana. Todos ellos casaron con venezolanas, pues mesclaron sus apellidos con los locales Oropeza, Crespo, Alvarez, Figueroa.
Eufemio García era muy perspicaz e ingenioso, pues construyó con sus manos un acueducto de trasvase de 2,2 kilómetros por debajo del Cerro Sabaneta. Esta obra de ingeniería popular tiene como fundamento un mini túnel por donde el agua se desplaza por gravedad para extraer el líquido para uso de regadío del caudal del río Tocuyo.
Uno de mis informantes es el profesor upelista y buen músico, Jesús Enrique Figueroa, tan ríotocuyano como Taylor Rodríguez García, Cronista de Cabudare. Me dice que la producción de melones es posterior, cerca de 1960. Es impresionante ver la cantidad de camiones 350 salir de estos semiáridos parajes para colocar sus productos en Barquisimeto, Valencia y Caracas. También sale de forma furtiva carbón vegetal, producción prohibida y perseguida, pues está haciendo daños irreparables al Parque Nacional Cerro Saroche, según me informa el maestro normalista Joel Meléndez, quien contribuyó a fundar esta reserva forestal del semiárido junto a mi padre, Expedito Cortés.
El 28% de la producción nacional de cebolla y pimentón es obra de los ríotocuyanos, cifra no muy lejana de la del Valle de Quíbor, la que se ubica en un 40%. Pero los locales tienen una enorme ventaja: cuentan con la presencia de dos ríos, el Tocuyo y el Morere, recurso inmenso que no posee Quíbor, valle sediento que espera ver concluida la Represa de Yacambú.
Hace poco, la Parroquia Camacaro vio nacer de sus entrañas una nueva entidad político-administrativa, a la cual le dieron el nombre del coronel Reyes Vargas, El Indio. Ello parece que no gustó mucho, pues como es conocido El Indio fue realista y patriota alternativamente. Parapara es la capital de esta novísima creación, conocida por la famosa batalla que libró en ese lugar el general Cipriano Castro al vencer las tropas gubernamentales de Torres Aular. Allí estuve en ocasión del Centenario de este evento, en 1999, en compañía de mi antecesor como Cronista  del Municipio Torres, mi fraternal amigo Alejandro Barrios, Andoche.
Río Tocuyo quedó prendado en mi corazón, puesto que como ya referí, mi esposa Raiza debió atender, solitariamente en el oficio hipocrático a tales parroquias, remotas y extensas. Gente dedicada a la agricultura, muy humildes, atacados principalmente por problemas diarreicos y virales. En el Ambulatorio Rural, una noche estrellada de diciembre de 2005, comenzó a palpitar en el vientre de mi amada compañera la fibra de mi hijo primogénito, José Manuel Cortés Mujica, quien, aunque nació en Carora, yo lo considero ríotocuyano.

Carora, septiembre 14 de 2012.

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