lunes, 1 de septiembre de 2014

Rafael Domingo Silva Uzcátegui - Más allá de la Enciclopedia Larense

Hace días dictamos una conferencia sobre este ilustre escritor curarigüeño, (1887-1980), Bernardo Yépez, Carlos Giménez  y quien escribe, en la Casa de La Parra, residencia de Alfonso Giménez y sede de la Asociación de Escritores del Estado Lara.
Como era de esperar, los tres ponentes nos referimos al Silva Uzcátegui más conocido, es decir el escritor de la monumental  Enciclopedia Larense, editada en 1941. Coincidimos en enaltecer las bondades de tal obra: sencillez, seriedad, confiabilidad, entre otras. Es un trabajo de obligatoria consulta de los historiadores y público en general.
Pero lo que llamó más la atención del aquel auditorio fue la faceta desconocida de este extraordinario larense que fue Silva Uzcátegui. Me refiero al escritor de las obras Historia Critica del Modernismo en la Lengua Castellana, editada en 1925, y con la cual ganó premio en España, Psicopatología del Soñador, publicada en 1931, y A la Luz del Psicoanálisis, 1969. Son unas rarezas bibliográficas, casi unas incunables.
Cuando leo la primera de las mencionadas, descubro a un escritor polémico, vehemente, despiadado al criticar, desde las ciencias de la naturaleza y el positivismo, al modernismo, corriente literaria, según dice, degenerada y producto de la mente enferma de los poetas malditos franceses: Baudelaire, Verlaine, Lautremont, los cuales son unos raros que sufren de dipsomanía, experimentan con el hachisch y el opio. Es una literatura decadente, afirma rotundamente.
Tales juicios  del curarigüeño se fundamentan en la obra de Max Nardau, médico y escritor judío húngaro, de los fundadores del sionismo, quien en 1892 escribió un libro que conmociono a Europa titulada Degenerados, que dedicó al criminólogo Lombroso. Allí dice que los degenerados no son siempre criminales, prostitutas o lunáticos, con frecuencia son autores y artistas. De tal manera arremete  Nordau, que son degenerados Baudelaire, Ibsen, Tolstoi, Zola, Warner Nietzsche, Oscar Wilde y Schopenhauer. Todo un escándalo ocasionó Nordau y que apenas algunos pocos recuerdan ya.
Más adelante Silva Uzcátegui enfila sus baterías contra el introductor del modernismo en América, el nicaragüense Rubén Darío, a quien le niega el carácter de poeta más excelso de la lengua castellana. Sus versos, afirma, carecen de lógica y son el producto de un cerebro enfermo, pues es un dipsómano, bohemio, un enfermo que sufre de una degeneración hereditaria.  Habla de países lejanos, palacios imperiales, cosas imposibles, jardines estéticos, cisnes, princesas de otras épocas.
El curarigüeño dice que se le debe reconocer a Darío su gran temperamento poético, pero es preciso reconocer sus manifestaciones morbosas agravadas por el abuso del alcohol, lo cual lo lleva a decir extravagancias inaceptables que son producto de su neurosis y su alcoholismo. Tomaba hasta quedar postrado en un estado de sonambulismo y así escribía también sus poesías. Era víctima de una euforia soñadora y tenía un carácter taciturno y sombrío. Sus estados oníricos recuerdan el de los toxicómanos, dipsómanos, morfinómanos, etc, dice el escritor larense.
Más adelante refiere que los modernistas desprecian la Naturaleza y tienen una afición por lo artificioso y sufren de un exagerado cultivo del yo. Aíslan el arte, aíslan al artista, que se convierte en un ídolo de sí mismo. Es una estética acrática que pervierte el gusto.
No es una literatura americana la de Darío. No. Es una literatura, por el contrario, antiamericana. Literatura americana hizo Andrés Bello en sus silvas americanas, afirma con rotundidad Silva Uzcátegui. Darío es la antítesis de Bello.
La métrica de los modernistas, continúa el larense, es fruto de extrañas combinaciones. Darío destruyó la cadencia del verso, haciendo las más extrañas combinaciones. No descubrió un solo metro. Lo que sí hizo fue destruir la armonía del verso con salidas de tono. Con su versolibrismo intentaron los modernistas destruir la Retórica. Pretextaban que el arte no ha de tener reglas, quieren imponer la imprecisión. Sus versos están llenos de sonoridades verbales, pero sin ningún sentido posible. Es lo que ha hecho el argentino Leopoldo Lugones.
Silva Uzcátegui defiende la lengua castellana, a la que acusan los modernistas de rígida y anquilosada. En castellano, dice, se escribió toda la sabiduría contemporánea: Cervantes, Lope de Vega, Calderón. Es que el castellano tiene el doble de vocablos que el francés, lengua que carece de las voces cuñado, nieto, suegra, cañonazo, puñalada. Es la pobreza del francés, concluye.
El modernismo está muerto, afirma el larense, ha desaparecido como escuela literaria en América y también en Francia. El reinado de Darío ha sido efímero como el vuelo de la mariposa. Es un extranjero en América. El modernismo es una literatura decadentista que se asfixió en su propia estrechez.
Hoy no somos tan rotundos y categóricos al enjuciar a estos vates, como lo hizo el curarigüeño. Son el fondo y patrimonio de la cultura occidental. Darío, dice Carlos Fuentes, es un escritor tan hispanoamericano como europeo. Se le reconoce su mérito y gloria. Silva Uzcátegui se dejó llevar por su tendencia a juzgar la literatura desde la psiquiatría.  La influencia de Nordau distorsionó su criterio. Sin embargo es un escritor de los más interesantes que ha nacido por estas tierras y se le debe conocer más allá de su afamada Enciclopedia Larense.

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