Hace días dictamos una
conferencia sobre este ilustre escritor curarigüeño, (1887-1980), Bernardo Yépez,
Carlos Giménez y quien escribe, en la
Casa de La Parra, residencia de Alfonso Giménez y sede de la Asociación de Escritores
del Estado Lara.
Como era de esperar,
los tres ponentes nos referimos al Silva Uzcátegui más conocido, es decir el
escritor de la monumental Enciclopedia
Larense, editada en 1941. Coincidimos en enaltecer las bondades de tal obra:
sencillez, seriedad, confiabilidad, entre otras. Es un trabajo de obligatoria
consulta de los historiadores y público en general.
Pero lo que llamó más
la atención del aquel auditorio fue la faceta desconocida de este
extraordinario larense que fue Silva Uzcátegui. Me refiero al escritor de las
obras Historia Critica del Modernismo en la Lengua Castellana, editada en 1925,
y con la cual ganó premio en España, Psicopatología del Soñador, publicada en
1931, y A la Luz del Psicoanálisis, 1969. Son unas rarezas bibliográficas, casi
unas incunables.
Cuando leo la primera
de las mencionadas, descubro a un escritor polémico, vehemente, despiadado al
criticar, desde las ciencias de la naturaleza y el positivismo, al modernismo,
corriente literaria, según dice, degenerada y producto de la mente enferma de
los poetas malditos franceses: Baudelaire, Verlaine, Lautremont, los cuales son
unos raros que sufren de dipsomanía, experimentan con el hachisch y el opio. Es
una literatura decadente, afirma rotundamente.
Tales juicios del curarigüeño se fundamentan en la obra de
Max Nardau, médico y escritor judío húngaro, de los fundadores del sionismo,
quien en 1892 escribió un libro que conmociono a Europa titulada Degenerados,
que dedicó al criminólogo Lombroso. Allí dice que los degenerados no son
siempre criminales, prostitutas o lunáticos, con frecuencia son autores y
artistas. De tal manera arremete Nordau,
que son degenerados Baudelaire, Ibsen, Tolstoi, Zola, Warner Nietzsche, Oscar
Wilde y Schopenhauer. Todo un escándalo ocasionó Nordau y que apenas algunos
pocos recuerdan ya.
Más adelante Silva Uzcátegui
enfila sus baterías contra el introductor del modernismo en América, el
nicaragüense Rubén Darío, a quien le niega el carácter de poeta más excelso de
la lengua castellana. Sus versos, afirma, carecen de lógica y son el producto
de un cerebro enfermo, pues es un dipsómano, bohemio, un enfermo que sufre de
una degeneración hereditaria. Habla de
países lejanos, palacios imperiales, cosas imposibles, jardines estéticos,
cisnes, princesas de otras épocas.
El curarigüeño dice que
se le debe reconocer a Darío su gran temperamento poético, pero es preciso
reconocer sus manifestaciones morbosas agravadas por el abuso del alcohol, lo
cual lo lleva a decir extravagancias inaceptables que son producto de su
neurosis y su alcoholismo. Tomaba hasta quedar postrado en un estado de
sonambulismo y así escribía también sus poesías. Era víctima de una euforia
soñadora y tenía un carácter taciturno y sombrío. Sus estados oníricos
recuerdan el de los toxicómanos, dipsómanos, morfinómanos, etc, dice el
escritor larense.
Más adelante refiere
que los modernistas desprecian la Naturaleza y tienen una afición por lo
artificioso y sufren de un exagerado cultivo del yo. Aíslan el arte, aíslan al
artista, que se convierte en un ídolo de sí mismo. Es una estética acrática que
pervierte el gusto.
No es una literatura
americana la de Darío. No. Es una literatura, por el contrario, antiamericana.
Literatura americana hizo Andrés Bello en sus silvas americanas, afirma con
rotundidad Silva Uzcátegui. Darío es la antítesis de Bello.
La métrica de los
modernistas, continúa el larense, es fruto de extrañas
combinaciones. Darío destruyó la cadencia del verso, haciendo las más extrañas
combinaciones. No descubrió un solo metro. Lo que sí hizo fue destruir la
armonía del verso con salidas de tono. Con su versolibrismo intentaron los
modernistas destruir la Retórica. Pretextaban que el arte no ha de tener reglas,
quieren imponer la imprecisión. Sus versos están llenos de sonoridades
verbales, pero sin ningún sentido posible. Es lo que ha hecho el argentino Leopoldo
Lugones.
Silva Uzcátegui
defiende la lengua castellana, a la que acusan los modernistas de rígida y
anquilosada. En castellano, dice, se escribió toda la sabiduría contemporánea:
Cervantes, Lope de Vega, Calderón. Es que el castellano tiene el doble de
vocablos que el francés, lengua que carece de las voces cuñado, nieto, suegra,
cañonazo, puñalada. Es la pobreza del francés, concluye.
El modernismo está
muerto, afirma el larense, ha desaparecido como escuela literaria en América y
también en Francia. El reinado de Darío ha sido efímero como el vuelo de la
mariposa. Es un extranjero en América. El modernismo es una literatura
decadentista que se asfixió en su propia estrechez.
Hoy no somos tan rotundos
y categóricos al enjuciar a estos vates, como lo hizo el curarigüeño. Son el
fondo y patrimonio de la cultura occidental. Darío, dice Carlos Fuentes, es un
escritor tan hispanoamericano como europeo. Se le reconoce su mérito y gloria.
Silva Uzcátegui se dejó llevar por su tendencia a juzgar la literatura desde la
psiquiatría. La influencia de Nordau distorsionó
su criterio. Sin embargo es un escritor de los más interesantes que ha nacido
por estas tierras y se le debe conocer más allá de su afamada Enciclopedia
Larense.