lunes, 26 de abril de 2021

FRANCISCO DE LA HOZ BERRIO Y ORUÑA Y EL CRISOL ÉTNICO CULTURAL VENEZOLANO


RESUMEN

 El criollo Francisco de la Hoz Berrio y Oruña (Bogotá, 157? – Mar de las Antillas, 1622) es un personaje muy importante de nuestra historia colonial venezolana, y que sin embargo ha sido olvidado ingratamente por nuestra historiografía. En funciones de Capitán General y Gobernador de la Provincia de Venezuela, entre 1616 y 1622, contribuye a la fundación de casi medio centenar de centros poblados con aborígenes extraídos de las Encomiendas. Esta gigantesca obra de civilizadora, al calor de la Evangelización hispana, es de algún modo responsable de que hogaño sea nuestro país una realidad étnica y cultural mestiza, única en Hispanoamérica. Hacemos énfasis en la fundación en 1620 de dos pueblos de indios en lo que Reinaldo Rojas llama “Región Barquisimeto”, Jurisdicción Eclesiástica de Carora: Nuestra Señora del Rosario de la Chiquinquirá de Aregue y Santiago Apóstol de Río Tocuyo.

Palabras claves: Francisco de la Hoz Berrio y Ortuña, Provincia de Venezuela, Evangelización, Encomiendas, pueblos de indios, mestizaje étnico y cultural, Región Barquisimeto, Aregue, Río Tocuyo.

INTRODUCCIÓN.

Cuando el doctor Reinaldo Rojas, Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia venezolana, me pide un ensayo sobre Francisco de la Hoz Berrio y Oruña  (Bogotá, 157?- Mar de las Antillas, 1622), lo primero que me sorprende es que este importantísimo hombre de los siglos genésicos de nuestra nacionalidad venezolana no tenga aún una biografía que se precie como tal. Habiendo sido Gobernador y Capitán General de la Provincia de Venezuela entre 1616 y 1622, y que durante su breve pero fructífera administración se hayan fundado tantos centros poblados, pone aún más de relieve nuestra imperdonable deuda historiográfica con este civilizador que vivió a caballo entre dos siglos iniciadores de la modernidad y de nuestra nacionalidad venezolana, esto es, los siglos XVI y XVII. Es que hemos mirado la Colonia con telescopio, cuando de lo que se trata es de mirarla con lupa.

Estas líneas nuestras escritas desde Carora, Venezuela, serán, creo, un modesto aporte a lo que puede ser una labor de grupo ambiciosa: la reconstrucción de la vida y obra inmensa de este magnífico hombre que se nos muestra como vislumbre de lo autóctono americano en los inicios de la modernidad de signo hispano, contrarreformista y barroco.

 

EL CONTEXTO EUROPEO ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVII

A Francisco de la Hoz Berrio y Oruña le toca vivir en el periodo de mayor esplendor y ruina del imperio español, donde el Renacimiento deja lugar al barroco. Felipe II, el rey más poderoso de entonces, ha muerto en 1598, dejándole a su sucesor Felipe III un vasto imperio, el mayor desde los tiempos de Roma. Se inicia el Siglo de Oro español con las figuras de Cervantes, Calderón, Garcilaso, Góngora, Quevedo, Velázquez, El Greco, Zurbarán, Lope de Vega. España, es sin embargo la nación más antimoderna de Europa.

Paradójicamente, es el inicio de la ruina de tan gigantesco estado, que cae bajo la errática dirección de un soberano inepto y holgazán, Felipe III (1578-1621). La bancarrota y la inflación afecta a las instituciones, incluso a la Santa Inquisición. España es un país de mendigos, bandidos y quebrados que comete el gigantesco error de expulsar a 270.000 prósperos musulmanes. Es un imperio pobre, cargado de deudas, con una terrible inflación y devaluación, dice Carlos Fuentes, que no paga a sus funcionarios reales, lo que propicia la corrupción y la picardía en esta nación que se muestra como la más enérgica del mundo posrenacentista y que llega al cénit de su expansión territorial. Es la Pax Hispana, tiempo que ve nacer un género novelesco que se burla de su tiempo, la picaresca.

LA VIDA DEL CRIOLLO FRANCISCO DE LA HOZ BERRIO Y ORUÑA

Aspecto crucial a destacar es que Francisco de la Hoz Berrio y Oruña es un hombre nacido en tierras del Nuevo Mundo americano, pues abre sus ojos a la vida en la recién fundada ciudad de Bogotá (1538) en una fecha que se puede aproximar a la de 1579 o 1580. Su extraordinaria obra civilizatoria está marcada por lo americano, su fabulosa geografía, exóticas plantas, exóticos animales, lo inédito de sus moradores indígenas, quienes sí tienen alma racional y pueden en consecuencia ser incorporados a la fe cristiana, como escribe con pasión erudita fray Bartolomé de Las Casas. Su sentido de lo americano lo ha conducido ya a sentirse miembro de una realidad humana nueva, distante y apartada de la vieja, cansada y corrupta Europa.

Ha nacido Francisco de la Hoz Berrio y Oruña en el lugar de la utopía lascasiana: el Nuevo Mundo americano. El mestizaje era ya una realidad en sus entrañas y en su lengua. Se sabe hijo de una cultura antigua pero ya mestizada, que tiene un inmenso reto: llenar con su impronta evangelizadora los inmensos espacios a colonizar, inventar la América, como decía Edmundo O´Gorman. Francisco de la Hoz Berrio no es europeo, como tampoco lo es el criollo margariteño Francisco Fajardo, ellos son lo Otro americano, esa nueva realidad humana que con fervor adora a la virgen autóctona de la Chiquinquirá y adereza sus platillos con ajíes y chille. Es la nueva subjetividad moderna (Enrique Dussel) que se crea en un mundo de mitos y leyendas. Una discordia psíquica que nos alcanza a nosotros en el siglo XXI.

Y con su obra civilizadora estará nuestro hombre abriéndole cauces en territorios ignotos a lo que más tarde habrá de llamarse modernidad, pero una modernidad hispana, contrarreformista y barroca, una vertiente de la cultura de Occidente que ya era extraña en Europa, y que en América termina de construir su excentricidad gracias a la creación de una nueva nomenclatura para mencionar lo americano.

 La voluntad divina impele al bogotano y Capitán General civilizar a la población autóctona, preparar la Segunda Venida de Jesucristo en la Parusía, un vocablo que nos parece hogaño lejano e incomprensible. Y es que en el siglo XXI pensamos más en razones económicas que en las motivaciones religiosas y espirituales, con lo que cometemos imperdonable anacronismo, como advierte Lucien Febvre. En consecuencia debemos asumir que el sueño doradista había terminado y de lo que trataba entonces era la de continuar con la misión de reducir a la población indígena y hacerles vasallos de la religión verdadera en Cristo y su representante en la tierra, el rey de España.

Es muy posible que el futuro Capitán General de Venezuela haya sido parteado en su natal Bogotá por una comadrona indígena, o que bien pudiera ser amamantado por una nodriza aborigen. De lo que sí estamos seguros que su dieta contenía productos del solar americano: venados, conejos y comadrejas, así como vegetales como cubios, auyamas, yucas, chuguas y ullucos, el cereal de quinoa, la papa, especies cultivadas por los aborígenes muiscas, habitantes de la fértil meseta donde está asentada la ciudad que fundara el Licenciado Jiménez de Quesada en compañía del capitán alemán Nicolás Federmann y Sebastián de Belalcázar en 1538.

Es nuestro hombre un criollo de los primeros, una estirpe   que dos siglos después protagonizará la gesta de independencia: Santiago Nariño y Policarpa Salvatierra. A falta de datos debemos inferir, como aconsejaba Marc Bloch, que Francisco de la Hoz Berrio y Oruña recibe una educación marcada por la impronta de monjes franciscanos y dominicos y sus cátedras de gramática y filosofía en la recién fundada urbe santafecina. Es hijo de militar y él mismo continuará con la herencia castrense de su padre, Antonio de Berrio (1527-1597) fundador de San José de Oruña, en la isla de Trinidad, en 1592, y Santo Tomé de Guayana, en 1595, un antecedente de la actual Ciudad Bolívar. Su hermano Fernando de Berrio y Oruña, quien había nacido en Berja, España, también se distinguirá como conquistador expedicionario, será capitán general de la isla de Trinidad y la Guayana. Su padre y su hermano serán atrapados por la gran obsesión de los siglos XVI y XVII: El Dorado y la mítica Laguna de Manoa. Sueños que por ausentes el escepticismo y la duda cartesiana se implanta con enorme fuerza en la psiquis de “los viajeros de Indias”, para utilizar la expresión de Francisco Herrera Luque.

Antonio de Berrio es un hombre a medio caballo entre el viejo mundo europeo y la realidad inmensa de lo americano. En la península batallará contra el moro infiel en Granada, Italia, contra los protestantes en Alemania, en el Nuevo Mundo descubre el río Meta, organiza tres expediciones doradistas, litigia con sus paisanos peninsulares por la jurisdicción de la isla de Trinidad, se bate en terrible enfrentamiento con el pirata Walter Raleigh, quien quiere información sobre El Dorado, recibe una capitulación  que con  la gobernación de El Dorado ha recibido como herencia en Boyacá en 1582, tras la muerte del licenciado Gonzalo Jiménez de Quesada. Está emparentado con el fundador de Bogotá, pues su esposa, María de Ortuña, es su sobrina.

 OBRA FUNDACIONAL DE FRANCISCO DE LA HOZ BERRIO Y ORUÑA

Para ser una obra fundacional de principios del siglo XVII y que venciendo enormes dificultades de toda laya, se puede considerar el esfuerzo civilizatorio de Francisco de la Hoz Berrio y Ortuña como gigantesco. Su obra personal contribuye a hacer crecer a un Imperio Español ya sobrextendido, como escribe Carlos Fuentes, desde tiempos de los emperadores de la casa de Austria Carlos V y Felipe II. España bajo la Casa de Austria es el mayor imperio en los comienzos del siglo XVII.

En esta colosal obra de civilización contará de la Hoz Berrio con un aliado excepcional, la Iglesia Católica de la Contrarreforma y con un decidido príncipe eclesial, el obispo fray Gonzalo de Angulo (1578-1632), obispo de Venezuela desde 1617, quien se enfrenta a los encomenderos, los obliga aprender lenguas indígenas, excomulga alcaldes, realiza miles de confirmaciones, defendió a los indios en el Concilio Provincial Dominicano. Con Francisco de la Hoz Berrio y Oruña es este prelado uno de los artífices del intenso y acabado proceso de mestización étnica y cultural que nos alcanza en Venezuela en el siglo XXI.

Como se habrá notado no fue fácil la obra civilizadora de Francisco de la Hoz Berrio y el obispo Gonzalo de Angulo, pues como sostiene Reinaldo Rojas “También en el seno del poder colonial había serias contradicciones acerca de los beneficios de la reducción de los indígenas encomendados a pueblos. Ya era criterio formado tanto para religiosos como para funcionarios reales la necesidad de fundar pueblos como medio dirigido a detener la caída de la población indígena. En multitud de Cédulas, Ordenanzas, Cartas y Oficios dese deja clara constancia de la decisión que sobre este aspecto había asumido la Corona. Sin embargo serán los propios encomenderos los principales enemigos de este proceso a pesar de la obligación que tenían de contribuir a la formación de pueblos con sus encomendados, como queda claro en la Ordenanza de Alquiza y Alcega de 1609.”

Es Reinaldo Rojas quien nos da esta definición de la encomienda: “…una unidad de producción precapitalista, en la que se conjugan nexos de sujeción, formas de apropiación del trabajo excedente, y de propiedad de los medios de producción de carácter feudal, conjuntamente con relaciones de trabajo que por el grado de la explotación de la fuerza- trabajo de la masa indígena sujeta a encomienda no pueden catalogarse como esclavistas.”, y agrega Rojas: mecanismo de instauración del dominio del nuevo poder colonial español desde el siglo XVI hasta el XVIII (1718) y fuente de conflictos entre el indígena encomendado, el colono encomendero y el Rey. La encomienda destruyó un mundo y se planteó crear otro. 1620 será fecha clave cuando de la Hoz Berrio decreta la reducción a pueblos de toda aquella población indígena sujeta a Encomienda, fundándose con ello los primeros pueblos de doctrina de indios en la Provincia de Venezuela.

En apenas seis años, que van desde 1616 hasta su fallecimiento por naufragio en el Atlántico en 1622, este magnífico funcionario de la monarquía universal hispana, Gobernador y Capitán General de la Provincia de Venezuela o Caracas estimula la plantación del cacao y el tabaco, elimina el servicio personal de los indígenas, acometerá la fundación de 47 pueblos de indios encomendados en los distritos capitulares de ocho ciudades fundadas en el genésico siglo XVI venezolano.

En la jurisdicción de la ciudad de Caracas, fundada en 1567 y capital de la Provincia de Venezuela desde 1577, establece Francisco de la Hoz Berrio y Oruña los siguientes pueblos de doctrina de indios:

El Valle, San Pedro y San Pablo de Antímano, La Vega, Dulce Nombre de Jesús o Buen Jesús de Petare, Nuestra Señora de Copacabana de Guarenas, Santa Lucía de Pariaguán, Carayaca, Maiquetía, Naiguatá, Choroní, Nuestra Señora de La Candelaria de Turmero, Cagua, San Mateo, Nuestra Señora de La Victoria, San Francisco de Paula de Agua Fría de Baruta, Tarma, Nirgua, entre otras. Señala en Caracas las propiedades.

Pero su obra más significativa ocurrirá en las jurisdicciones de Barquisimeto, Carora y El Tocuyo, en lo que a fines del siglo XX llamará Reinaldo Rojas Región Barquisimeto, unas 14 pueblos de doctrina de indios:

San Miguel Arcángel de Acarigua, Chabasquén, Aguada Grande, San José de Siquisique, Curarigua de Leal, Nirgua, San Miguel de Cubiro, Nuestra Señora de Altagracia de Quíbor, San Francisco de la Otra Banda, organiza la explotación de las minas cupríferas de San Jerónimo del Valle de Cocorote, Santa Ana de Sanare, Santa Cruz de Guarico, San Juan Bautista de Urachiche, San Felipe de Barbacoas, San Juan Bautista del Valle de Duaca, Santa Catalina de Cuara, Nuestra Señora del Rosario de Humocaro Bajo, San Antonio de los Naranjos de Humocaro Alto, San José de Guama, Santo Tomás de la Calera, San Antonio de Berrio, en honor a su padre.

En la jurisdicción eclesiástica de San Juan Bautista del Portillo de Carora, ciudad de blancos fundada en 1569, y que en la actualidad conforman los municipios General de División Pedro León Torres y Municipio General Rafael Urdaneta, centros de nuestra atención, fundará Francisco de la Hoz Berrio y Oruña los pueblos de indios de Nuestra Señora de la Chiquinquirá de Aregue, San Miguel de los Ayamanes, San José de Siquisique, Santiago Apóstol de Río Tocuyo.

LA FUNDACIÓN DE NUESTRA SEÑORA DE LA CHIQUINQUIRÁ

DE AREGUE, 1620

Se trata de un pueblo de indios ubicado a unos 10 kilómetros al noroeste de la ciudad de blancos de San Juan Bautista del Portillo de Carora, a orillas del río Morere y que hogaño es el centro espiritual del Municipio Torres por su masiva devoción a una deidad femenina americana, la Virgen del Rosario de la Chiquinquirá, fervor venido de Tunja, del Reino de Nueva Granada. Las etnias indígenas del semiárido que habitan allí son los ayamanes, ajaguas y jirajaras.

Esta devoción femenina viaja de norte a sur, desde el sitio de Tranquero o Tequere, donde don Fernando de Villegas funda una encomienda de indios con el nombre de Doctrina de Nuestra Señora de Chiquinquirá, que es mencionada por el Hermano Nectáreo María, hasta asentarse en el pueblo de indios de Aregue en 1710, donde recibe cobijo humano y deja su peregrinar. Tal dirección se debe a que desde la costa del Mar Caribe hasta adentrarse en el continente existían las rutas de la sal, elemento indispensable para la vida. Esas rutas fueron las que siguió en 1534 el capitán Nicolás Federmann conducido por baquianos indígenas y la que hogaño aún es la estela dejada por la devoción de la virgen morena y aindiada de la Chiquinquirá en el vecino Estado Falcón, entidad federal donde se recluta la mayoría de fieles que vienen hasta Aregue para asistir a la multitudinarias fiestas en obsequio a la virgen india, que coincide con la segunda temporada de lluvias en el semiárido larense venezolano, en la primera semana de octubre de cada año.

Esta extraordinaria festividad religiosa, barroca y americana alentada por el Concilio de Trento, ocurre desde 1740, cuando un rico comerciante vinculado a la Compañía Guipuzcoana, don Cristóbal de la Barreda, salva su vida en un naufragio y una vez salvo en las playas del estado Falcón ve la imagen deslumbrante de una dama a quien atribuye su salvación. Al llegar a Carora el sacerdote Hoces le indica dónde puede estar aquella preciosa mujer, le conduce al pueblo de Aregue. Allí reconoce don Cristóbal a su salvadora, y de seguido ordena que con sus bienes se construya una iglesia en su obsequio, que es una joya de la arquitectura colonial venezolana. Muy sorprendente resulta que en sus bóvedas se hayan pintado, a mediados del siglo XX, los conocidos “angelitos negros”, inspiración devenida del poeta Andrés Eloy Blanco y que plasma allí el maestro José Requena.

En ese templo se encuentra el lienzo sagrado de la virgen de la Chiquinquirá y que bien pudo haber sido pintado por un maestro indígena de la escuela pictórica de El Tocuyo. El modelo de mujer es americano pues su rostro es ovalado y su piel morena, bastante alejada de los modelos grecolatinos europeos. Pero lo más asombroso será que el Niño Jesús tiene posada en su mano derecha un ave emblemática y endémica del semiárido venezolano, el cardenalito (cardoelis cucullata). El lienzo es como una identidad niña, una prefiguración de lo nacional venezolano que hará eclosión a principios del siglo XIX, después de los sucesos del 19 de abril de 1810. Es la virgen de Chiquinquirá devoción que une a dos naciones hermanas, Colombia y Venezuela, países donde las migraciones en ambos sentidos se han acentuado en los días que corren. La virgen india y americana es un importantísimo factor de unidad y de encuentros entre estas dos naciones suramericanas.

Hogaño se ha convertido Aregue por su cercanía a Carora en una suerte de “pueblo dormitorio”. A principios de octubre de cada año se ha organizado recientemente una caminata, la Marcha de la fe, desde Carora hasta Aregue en obsequio de la virgen india, y que se ha hecho multitudinaria cada vez más desde que se inicia en 2003. El sagrado lienzo de la virgen recorre las distintas parroquias de la ciudad de Carora entre agosto y septiembre. Los festejos a la virgen terminan en octubre con una significativa “Misa de los Indios” que se escenifica con esplendor en la basílica aregueña, un evento sincrético y mestizo que habría deslumbrado a Alejo Carpentier y Arturo Uslar Pietri.

Los zulianos quedan sorprendidos cuando se les indica que la Chiquinquirá de Aregue es devoción mariana muy anterior a la de Maracaibo del mismo nombre, que, como sabemos, aparece en una tablilla flotando en el Lago en 1706. Quien escribe ha descubierto que en los viejos libros de cofradías de la iglesia de San Juan Bautista de Carora se comienza a dar a las niñas el bautismo con el nombre de Chiquinquirá a mediados del siglo XVIII, tradición que se mantiene con vigor en los inicios del tercer milenio.

Aregue es hogaño centro de producción hortícola importante de tomates, cebolla y pimentón, promovida por la  simpática colonia canaria allí asentada. Los caprinos son elemento indispensable de vida en el semiárido del Municipio Chiquinquirá. Las festividades del carnaval y el Vía Crucis de Semana Santa son de un animoso fervor inusual.

Aregue es una comunidad que se nuclea social, cultural y afectivamente alrededor de la devoción mariana de la virgen del Rosario de la Chiquinquirá. Es su gran fortaleza en tiempos de globalización.  

LA FUNDACIÓN DEL PUEBLO DE SANTIAGO APÓSTOL DE RÍO TOCUYO, 1620

En las cercanías de la confluencia de los ríos Morere y Tocuyo nace este poblado en 1620 bajo la advocación de un santo jinete y guerrero: Santiago Apóstol Matamoros. Advocación masculina ideal para reducir a estos indígenas que “son menos ladinos que los de Aregue”, dirá dos siglos después el obispo preilustrado Mariano Martí. Habían allí 9 encomiendas servidas y 827 personas, refiere Reinaldo Rojas. Hogaño conserva su impronta en su cuadricula colonial y su marcada composición étnica de extracción aborigen en sus apellidos: Corobo, Yajure, Dobobuto, Túa, Sisirucá, Guarecuco, Cayama, Catarí y Camacaro.

Se cubrirán de gloria el indio José María Camacaro, nativo de Río Tocuyo, como héroe de Carabobo y de la independencia suramericana en Junín y Ayacucho, así como el mestizo hijo de india ayamán y de inmigrante canario, el controvertido “Indio” Reyes Vargas, quien alternativamente sirve al bando republicano y realista. Dos Parroquias del Municipio Torres llevan nombres de estos dos patriotas mestizos.

Centurias luego de su fundación por Francisco de la Hoz Berrio, habrá de producirse acá un fenómeno estético maravilloso que deslumbrará a don Alfredo Boulton: la Escuela Pictórica de Río Tocuyo, la tercera escuela artística después de la de Caracas y la de Mérida. Es una pintura de sabor popular y su origen es como la expresión de su génesis híbrida. Labor pictórica que continuará el vitralista Juan de Jesús Espinoza y el pintor naif Carlos Rivero entre los siglos XX y XXI.

 

Hogaño es esta Parroquia la productora del 30 por ciento de la cebolla y pimentón del país, obra de los inmigrantes canarios. Ayer fue emporio de la producción de la bebida espirituosa del cocuy. En 1899 Cipriano Castro libra la decisiva Batalla de Parapara.   Mi padre, Expedito Cortés, es cofundador allí del Parque Nacional Cerro Saroche.

Cabe destacar que las fechas cuatricentenarias de ambos pueblos, Aregue y Río Tocuyo, han pasado casi como desapercibidas, ello debido a la cuarentena radical a las que nos tiene sometidos la pandemia del Covid 19 desde marzo del año pasado de 2020, y que mi visita a estos simpáticos y agradables villorios en mi condición de Cronista Oficial del Municipio G. D. Pedro León Torres ha quedado suspendida hasta un nuevo aviso.

FRANCISCO DE LA HOZ BERRIO Y ORUÑA Y LAS COFRADÍAS DEL MONTÓN DE CARORA

Al oeste de la ciudad de Carora, en dirección a la Laguna de Maracaybo, zona de transición del semiárido a la zona húmeda de la jurisdicción eclesiástica, fueron fundadas las que más tarde abrían de ser llamadas “ las haciendas de las Cofradías del Montón de Carora” a principios del siglo XVII. Estas tierras fueron pedidas por Pedro y Andrés de Almarás al Capitán General de la Gobernacion señor don francisco de Oberto para que “conceda en que puedan pastar las yeguas de esta sta cofradía y otros ganados que adquieran en tiempos futuros en tierras baldías de los ejidos del común…” Aparecen en el documento los nombres de Diego Gordon, Francisco de la Hoz Berrio, Pedro Delomar, el párroco de la Iglesia de San Juan de Carora Alfonso Sánchez Cambero, Diego González Rodríguez de Narváez, Martín de la Peña, Francisco Cano Galera, Francisco Bazán, Alfonso Serrano y Andrés Gordón.

Estas haciendas “del Montón” eran propiedad de la Iglesia Católica, y con mano de obra esclava de la etnia africana de los tare, unos 90 negros, se dedicaban a labores agropecuarias. Cuando el obispo Martí visita Carora dispone que unas yeguas de estas cofradías se negocien para que con tales rentas se paguen los salarios de los maestros de las dos escuelas que creara este preilustrado obispo catalán en 1776. Es el inicio de la educación formal en Carora. Durante la Guerra Magna fueron estas haciendas objetivo estratégico para ambos bandos en conflicto, sus mayordonos colaboran alternativamente con patriotas y realistas. Muchos de estos negros escapan a lo que se llama “La Otra Banda” y crean poblados que aún conservan su raíz afroide.

Estas tierras son el antecedente de la gran propiedad agropecuaria del presente que la Iglesia Católica no pudo reclamar para sí, y fueron el escenario donde se produjo la creación de la Raza bovina Carora en la década de 1930, una mezcla del ganado amarillo de Quebrada Arriba, tipo andalus, traído por los españoles en el siglo XVI y el Pardo Suizo importado por Teodoro Herrera Zubillaga, declarada Patrimonio Genético Nacional en 1992.  Aprovechando los 365 días de intenso y abrasador sol fueron creadas en La Otra Banda, tierras que eran de las cofradías “del Montón” las viñas de Altagracia, hogaño corazón vinícola de Venezuela.

CONSIDERACIONES FINALES:

España es nuestro lugar común, cómo negarlo. La columna vertebral de la cultura hispanoamericana étnica y culturalmente es de linaje y prosapia hispana. Los historiadores revisionistas venezolanos lo han establecido así: Mario Briceño Iragorri y Mariano Picón Salas, quienes sostienen que el alma nacional se forma en los tres largos siglos de dominio colonial español. Se imponen lengua castellana y catolicismo del Concilio de Trento. Una cultura que va más allá de los sucesos que se inician en 1810 y que nos alcanza hogaño, la alborada del tercer milenio. Sufrimos aún, dice Octavio Paz, los efectos del Concilio de Trento.  

Francisco de la Hoz Berrio y Oruña, el obispo Gonzalo de Angulo, son algunos de los millares de artífices de este proceso social de mestizaje étnico cultural que dará lugar a una realidad social única en Hispanoamérica, y que de ninguna manera se produjo en la América blanca, anglosajona y protestante. Nosotros no tuvimos parias, dice el mexicano Octavio Paz, pues el catolicismo de la Contrarreforma le dio a indios y negros esclavos un lugar en el cosmos. Así, estas víctimas del colonialismo, que fueron despojados de sus tierras hereditarias y obligados a aceptar una nueva civilización y una nueva religión encontraron en la fe y en la virgen María consuelo para su desgracia. “Los pueblos indígenas derrotados, enseguida los mestizos de indio y blanco y finalmente los recién llegados negros en el Nuevo Mundo, escribe Carlos Fuentes, iniciaron un proceso que sólo podemos llamar contraconquista de América: la conquista de los conquistadores por los derrotados, el surgimiento de una sociedad propiamente americana, multirracial y policultural.”  El filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría nos habla del “ethos barroco” del siglo XVII, centuria donde en una puesta en escena teatral los indígenas fueron obligados a hablar una lengua que no era la suya y a vestir ropas de otras latitudes: Una puesta en escena absoluta.

En Venezuela, dicen las investigadoras del IVIC Dinorah Castro Guerra y María Matilde Suárez, el proceso de mestizaje se extrae fundamentalmente de población europea (58,8 %), mientras el segundo aporte es el amerindio (28,5%) y en menor proporción, el africano (12,6%). Los cromosomas Y africanos y amerindios fueron prácticamente sustituidos por los europeos, sostienen estas investigadoras del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, IVIC, en base a 13.313 muestras de donantes. Ello se debe a que conquista y colonización hispana fueron empresas masculinas, a que las Leyes de Indias permitían matrimonios mixtos y a que no existían los odiosos prejuicios raciales que mantienen herida a la sociedad estadounidense.

Hogaño es Venezuela un país mestizo, es país pardo en la piel y en la mente, una construcción única y novedosa en el contexto latinoamericano y que ya Bolívar lo había expresado en 1819 en el Discurso de Angostura: “los venezolanos son una especie nueva, que no es aborigen, ni española, ni africana, pero, eso sí, americanos por nacimiento y europeos por derecho.” “Es una raza nueva, dirá Laureano Vallenilla Lanz, completamente mestiza que formó un pueblo inteligente, enérgico y uno de los más revoltosos de América Latina.”  Y Arturo Uslar Pietri expresa que “El gran hecho cultural en América Latina es el mestizaje.” Es una evidente realidad que América Latina muestra con orgullo al mundo, una realidad que desdice las falaces afirmaciones “científicas” de Sir Arthur Gobineau, quien sostenía que el mestizaje degradaba a los pueblos.

Pero es en Venezuela donde tal proceso de mestizaje se logra de manera más acabada y completa. “Somos café con leche”. Nuestra piel es mayoritariamente del fototipo III en la clasificación de Fitzpatrick, que asimila bien la radiación solar, según refiere la dermatóloga, mi esposa Raiza María Mujica.   Entre nosotros no existe esa angustia ontológica de la que nos habla Arturo Uslar Pietri, que tanto mortifica a uruguayos, argentinos y chilenos. Nos horroriza y no le damos crédito al determinismo biológico, del que habla Stephen Jay Gould, pensar que la “raza caucásica” ocupe el vértice superior de todas las razas,  como pensó durante la Ilustración el antropólogo germano Johann Friedrich Blumenbach en 1795.

 

Y en Centroccidente de Venezuela, en lo que Reinaldo Rojas llamará Región Barquisimeto, donde esta fusión será consumada, integral. Mariano Picón Salas (1901-1965) nos habla de la civilización del calor de la zona tórrida durante el siglo XVIII y del calor seco que domina en esta zona o área cultural de acento especifico y tono particular, un calor que no hace mal a la salud y que es tan habitable como el altiplano andino, el calor no es factor de atraso y barbarie, asienta el ensayista merideño. El sabio larense Francisco Tamayo (1902-1985) nos habla de la “concurrencia larense”, donde distintos bagajes espirituales han engendrado un tipo humano de características medias, equilibradas. Barquisimeto es el crisol donde se polariza el mestizaje. En Lara nace, pues, lo nacional venezolano, afirma este sabio larense. Y como para confirmar lo que dijo Tamayo hace 60 años, dice el diario El Universal que en Centroccidente de Venezuela, presenta una frecuencia génica del 59,1 % blanca, 32,2 % amerindia y 8,6 % africana.

Es en el semiárido larense venezolano donde se gesta esta magnífica fusión étnica y cultural, el que hemos llamado “triángulo colonial y barroco” conformado por El Tocuyo, Barquisimeto, Carora y los distintos pueblos de indios fundados por Francisco de la Hoz Berrio y Oruña. Es el escenario de una cultura criolla, que no es andina, ni zuliana, ni central, ni llanera, que goza de un exceso solar y una crónica sequía, factores que han modelado profundamente nuestra conducta social en la cooperación y la austeridad, según indica el sociólogo Nelson Fréitez. Nosotros hemos descubierto el enorme papel que jugaron en la conformación del sentido de solidaridad y cooperación, entre nosotros los larenses y venezolanos, las hermandades y cofradías de la Iglesia Católica. La lengua castellana se ha enriquecido con nosotros, tiene sus propios vocablos y una fonética particular, como escribieron el Dr. Lisandro Alvarado y Rafael Domingo Silva Uzcátegui. Es realidad histórica y social, lo que a lo largo de muchos siglos de formación he llamado “genio de los pueblos del semiárido”, una pequeña porción de Venezuela, pero que sin embargo tiene significación en la cultura de alcance nacional y mundial.

En estos ecosistemas deficitarios en humedad, de los que habla el ecólogo Edilberto Ferrer Véliz, se han desarrollado extraordinarias formas de cultura, las que van desde la precolombina Cerámica Camay a la guitarrística de Alirio Díaz y Rodrigo Riera. Lugar de nacimiento, entre los cañamelares  del siglo XVIII de Curarigua y El Tocuyo, del “ballet pagano de San Antonio”, la suite de danzas más completa de América Latina, afirma el sabio larense Francisco Tamayo; la manifestación de fervor marianista, una de las más multitudinarias de Venezuela e Hispanoamérica en la Divina Pastora, deidad femenina forjadora de una identidad regional es vitalmente intensa entre los larenses; la bebida espirituosa del agave cocuy, el consumo del chimó, verdaderos complejos culturales populares, dice Reinaldo Rojas; dos escuelas pictóricas coloniales: El Tocuyo y Río Tocuyo que tienen como epítome al Pintor del Tocuyo; una sorprendente artesanía colonial en el “lienzo tocuyo” que se comerciaba en Río de la Plata, Perú, Bolivia; la artesanía del cuero que exportaba Carora hacia el Reino de Nueva Granada y las islas del Caribe, la gastronomía del chivo que ha resistido firmemente la insípida fast food estadounidense; los mejores luthieres del cuatro, el bandolín y la guitarra, y que tendrá en Antonio Navarro su epítome más excelso, a tal punto que ha sido llamado el “Stradivarius venezolano.”

Hogaño, ha sido el semiárido larense escenario de un desarrollo musical sin parangón en el país. Barquisimeto, El Tocuyo y Carora son ciudades musicales. Son rutilantes estrellas del positivismo decimonónico Lisandro Alvarado y José Gil Fortoul, discípulos de Egidio Montesinos en su Colegio de La Concordia, faro de luz en occidente. Acá, en El Tocuyo conservador y apegado a las tradiciones católicas, se inicia en 1917 el estudio del marxismo con Pío Tamayo en un grupo llamado El Tonel de Diógenes, la literatura fantástica con Julio Garmendia y La tienda de muñecos, 1927; antes, en 1925, el poemario baudeleriano de Roberto Montesinos La lámpara enigmática, significa una ruptura profunda con el romanticismo y hace poesía universal.

En Carora, “ciudad levítica de Venezuela”, el godo mantuano Cecilio “Chío” Zubillaga (1887-1948) es antecedente de la Teología de la Liberación, y que además, según Alí Lameda, funda la cultura popular en Venezuela como “intermediario cultural”; del estro de El Negro Tino Carrasco emana la “trova social” o canción de protesta durante la dictadura de Juan Vicente Gómez; en 1923 nacerán los dos guitarristas caroreños de fama universal: Alirio Díaz y Rodrigo Riera, el poeta Alí Lameda, autor de la prodigiosa épica El corazón de venezuela. Curarigua, apacible pueblo torrense será cuna del autor de la sorprendente y erudita Enciclopedia larense: Rafael Domingo Silva Uzcátegui (1887-1980).

Barquisimeto nos ofrecerá desde hace más de un siglo a la Orquesta Pequeña Mavare, al pintor paisajista Rafael Monasterios, al novelista del boom de la literatura latinoamericana Salvador Garmendia, el poeta universal Rafael Cadenas, nominado al Nobel de Literatura, al crítico literario y poeta Pascual Venegas Filardo, y en la actualidad al eminente director orquestal de fama planetaria Gustavo Dudamel.

La cultura del semiárido larense viene transformándose desde milenios y es producto cultural inventado por manos indias, blancas y negras en un espacio geográfico seco, ardiente, con seres humanos marcados por el ingenio, el esfuerzo y la solidaridad, acompañados de una sensibilidad estética extraordinaria, todo lo cual nos permite afirmar que se podrá crear una estética del semiárido larense venezolano. Es una labor inaplazable y que hogaño espera por nosotros los que vivimos en esta tierra deslumbrante y de ensueño, que es como vislumbre de la Raza Cósmica que soñó en 1925 el filósofo mexicano José Vasconcelos.

No podía imaginar el criollo bogotano Francisco de la Hoz Berrio y Oruña que su extraordinario legado fundacional, realizado en tan breve tiempo y venciendo tan enormes dificultades durante los inicios del siglo XVII, tuviera tan inmensas y maravillosas ramificaciones hasta los inicios del tercer milenio en esta “tierra de gracia” que es Venezuela.

REFERENCIAS:

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Mujica, Raiza María. Médico Dermatóloga, Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado, Barquisimeto, Venezuela. Entrevista, marzo de 2021.

Rodríguez García, Taylor. Magíster en Historia. Entrevista. 2008.

Trujillo Mascia, Naudy. Médico Veterinario, Doctor en Historia. Docente UCLA. Entrevista, 2009.

Rojas, Reinaldo. Doctor en Historia, Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela.  Entrevista, Carora, Barquisimeto, abril. mayo de 2020.

San Juan Bautista del Portillo de Carora, 19 de marzo de 2021.

Luis Eduardo Cortés Riera.

Doctorado en Cultura Latinoamericana y Caribeña,

 Universidad Pedagógica Experimental Libertador. Instituto Pedagógico Barquisimeto

Luis Beltrán Prieto Figueroa. Fundación Buría.

Barquisimeto, República Bolivariana de Venezuela.

cronistadecarora@gmail.com

 

 

ONCE AÑOS CON EL MAESTRO FEDERICO BRITO FIGUEROA



En ocasión del Centenario del nacimiento del querido Maestro Dr. Federico Brito Figueroa, 1921-2021, nos unimos entusiasmados a la conmemoración de tan importante acontecimiento afectivo e intelectual. En tal sentido accedemos gustosos, como agradecidos discípulos, a la gentil petición que nos hace el académico Dr. Reinaldo Rojas de rendirle merecido homenaje a este extraordinario hombre, que por amor a Venezuela edificó una de las obras historiográficas más sólidas, completas y coherentes que hemos conocido. En el otoño de su vida, desde 1989 hasta su deceso en el año 2000, tuvimos el estupendo privilegio de entablar amistad y sincera conexión conceptual y de métodos con este Maestro integral que nos conecta con la historia científica, el análisis desde la perspectivas marxistas y, en singular y feliz híbrido, con la afamada Escuela de Anales de Marc Bloch y Lucien Febvre.

La crepuscular ciudad de Barquisimeto y sus universidades fueron el escenario propicio donde en poco más de una década, este voluntarioso y tenaz hombre de pensamiento y acción contribuyó a edificar una “comunidad discursiva”, de las más exitosas que se han producido en el interior de la República, alrededor de una Línea de Investigación que llamamos: Historia Social e Institucional de la Educación en la Región Centroccidental de Venezuela. Sabemos que estos hechos del pensamiento requieren de larga y compleja maduración, pero con el impulso y la orientación efectiva del Dr. Federico Brito Figueroa, quien con su enseña: “Trabajar en pequeño, pero pensando en grande” abreviamos el que hubiese sido largo y sinuoso camino.  

 EL INICIO DE UNA RELACIÓN.

En el emblemático año 1989, cuando cae el emblemático Muro de Berlín y se produce en China la masacre de Tiananmen, los sucesos de “el Caracazo” en Venezuela, iniciamos con enormes expectativas intelectuales estudios de posgrado en Enseñanza de la Historia en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Instituto Pedagógico Barquisimeto Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa, conducido por el excelente magisterio de dos magníficos historiadores con formación pedagógica ambos: los doctores Reinaldo Rojas y Federico Brito Figueroa. Fue el comienzo de una nueva etapa, fascinante y constructiva, en nuestra formación como “historiadores de oficio”. Reinaldo Rojas tuvo el enorme acierto de invitar al Maestro Federico Brito Figueroa a incorporarse a la comunidad de discurso que se estaba formando alrededor de las posibilidades de conocimiento y de método de la Escuela de Anales de Marc Bloch y Lucien Febvre en las tierras del Estado Lara, Venezuela. Ellos habían creado en 1985 la Fundación Buría para estimular los estudios históricos, y habían editado en 1986 y por primera vez en Venezuela Apología de la historia o el oficio del historiador, obra póstuma de Marc Bloch escrita bajo la ocupación alemana de Francia, poco antes de ser asesinado por la Gestapo en 1944.

Quien escribe había conocido muy de pasada, en las cátedras de Historia Medieval, al historiador francés Marc Bloch en la ilustre Escuela de Historia de la Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela, institución que nos otorga el título de Licenciado en Historia, mención Historia Universal en 1976. Durante nuestras labores docentes de secundaria en el Liceo Egidio Montesinos de Carora nos desempeñamos en dos áreas del conocimiento, que no cursé en pregrado, que nos acercaron al pensamiento de la Escuela de Anales y a la “historia de las mentalidades” cultivada por esa escuela historiográfica francesa, las cátedras de psicología y filosofía. En esas áreas del pensamiento fui conducido por el extraordinario magisterio del sabio germano-venezolano Ignacio Burk (1905-1984). Tenía de esa manera entre nuestras manos dos herramientas nuevas del saber que no nos brindó pregrado, el fecundo pensamiento de Freud, Jung, Watson, Pavlov, Lévi-strauss, por un lado, y los extraordinarios aportes al saber humano de Aristóteles, Vico, Kant, Nietzsche, Sartre, por el otro. Debemos decir sin ambages que el profesor Ignacio Burk y los doctores Federico Brito Figueroa y Reinaldo Rojas nos evitan ser simples y aburridos docentes de historia de Venezuela en la educación media de nuestro país.

Nuestros primeros encuentros con el Maestro Federico Brito Figueroa se produjeron de dos maneras. La primera cuando a una inquisición suya le dije que mis investigaciones iban a estar centradas en la historia de una añeja institución de educación secundaria caroreña, el Colegio La Esperanza o Colegio Federal Carora, fundado por el Dr. Ramón Pompilio Oropeza (1860-1937) al calor del “patriciado caroreño”. Puso el Maestro cierta y circunspecta cara de asombro, luego nos pregunta por la edad de esa vieja institución educativa larense, y al responderle que estaba por cumplir 100 años nos deseó mucho éxito, poniéndome su calurosa y paternal mano en el hombro. Fue un momento inolvidable, cargado de una cierta magia que grabamos para siempre en la memoria. No podíamos imaginar entonces que en ese momento se estaban echando las bases de una exitosa línea de investigación histórica, de las más sólidas en el área de historia de la educación en Venezuela y que lleva por nombre Historia social e institucional de la educación en la Región Centroccidental de Venezuela. Unas 80 Trabajos de Grado de Maestría y unas 10 Tesis Doctorales se derivan de esta exitosa y fértil Línea de Investigación que nace por aquellos días.

El segundo encuentro con el Maestro Brito Figueroa tiene que ver con una asignación que nos hicieron él y Reinaldo Rojas durante el Segundo Curso de Nivelación en Historia, Maestría en Enseñanza de la Historia, en la UPEL Barquisimeto, sobre un reconocido historiador venezolano ya fallecido. Otra vez puso cara de asombro el Maestro cuando le expresamos nuestro deseo de realizar lo que llamamos un análisis crítico sobre una muy polémica obra de juventud del médico psiquiatra caraqueño Francisco Herrera Luque (1927-1991) titulada Los viajeros de Indias (1961). Después de revisar nuestro ensayo crítico con mucha atención coloca con su característica letra la siguiente inscripción: “Magnífico trabajo inicial. Lo felicito por su modestia.” Confieso que tal juicio sobre nuestra persona nos produjo largas cavilaciones. Llegué a pensar que Federico Brito Figueroa en su  ya largo magisterio en la Universidad Central de Venezuela y en la Universidad Santa María se había encontrado con muchos discípulos extrovertidos y conversadores, que daban rienda suelta a largas intervenciones retóricas cargadas de teoría. Retórica, pues, viejo vicio de la cultura hispánica. Quien escribe se mostraba, por el contrario, más bien silencioso, reposado, sin hacer mucha gala de conocimientos y lecturas. Quizás le llamó la atención nuestra actitud circunspecta, callada, lo que lo motiva escribir aquella palabreja -modestia- que no olvidaremos jamás.

 Y es que el Dr. Francisco Herrera Luque significa una cosa nueva, un enfoque diferente y casi desconocido en nuestra historiografía tradicional, anclada como sabemos, o bien  en el positivismo o bien en el marxismo; se trata, ¡oh, sorpresa para Brito Figueroa!, de una investigación y una arriesgada hipótesis sobre la historia de la América hispana y de los monstruosos índices de violencia, asesinatos y crímenes que nos alcanzan hasta el presente, que vienen, según Herrera Luque, desde los genes del conquistador español del siglo XVI, cruel, horroroso fenómeno “comprendido” más no explicado desde la perspectiva de análisis de la llamada “filosofía de la vida”, enfoque  de análisis  iniciado y cultivado por el eminente filósofo germano Wilhelm Dilthey (1833-1911) y continuado por Edmund Husserl (1859-1938). “Caramba, profesor Cortés Riera, nos dice el Maestro, esto da para una tesis doctoral”. Debo confesar que sin el auxilio del profesor Ignacio Burk mi ensayo crítico sobre la carga criminal psicopática del venezolano hubiera resultado poco menos que imposible, y que las palabras de Federico Brito Figueroa fueron un acicate inmenso en nuestra formación. Solo me hizo una observación: “Profesor Cortés, busque un equilibrio entre filosofía e historia, porque a veces usted se va muy de lado con la filosofía.” Tenía razón el Maestro.

Nace una exitosa Línea de Investigación

Como ya dijimos, fue de nuestra autoría el primer Trabajo de Grado de Maestría en Historia Social e Institucional de la Educación en Centroccidente de Venezuela, que presentamos en la Universidad José María Vargas, en Caracas, 1995, ante un jurado notabilísimo: los doctores Rafael Fernández Heres, exministro de Educación, Federico Brito Figueroa y Reinaldo Rojas como magnífico tutor. Su título: Historia social e institucional de la Educación en Centroccidente de Venezuela: Los Colegios La Esperanza y Federal Carora, 1890-1937. Habían transcurrido seis años desde que la Línea de Investigación comenzaba a perfilarse. Quien escribe había “descubierto”, como dijo Reinaldo Rojas, al viejo Colegio La Esperanza o Federal Carora y nos incita a continuar por esa vía investigativa. No fue fácil. No existían antecedentes de una historia social a la manera de la Escuela de Anales en Venezuela. Recuerdo que fue Brito Figueroa quien agrega con su grave voz la palabra “institucional” al nombre de la Línea de Investigación en aquellas memorables reuniones que dieron parto a aquella novedad historiográfica. Desde ese momento se disipan las comprensibles dudas que albergaba el Maestro Brito Figueroa ante la novedad epistémica que estaba naciendo.

Y si hay una Línea de Investigación en Historia de la Educación venezolana consistente, sólida y exitosa, esa es la que fundamos en Barquisimeto en aquellos años al calor de la UPEL y la Fundación Buría, en momentos cuando se remecía el cuadro político venezolano con los sucesos de el Caracazo de 1989 y los dos fallidos golpes de estado de 1992. A nuestro trabajo inicial, editado por la Alcaldía del Municipio Torres y la Fundación Buría en 1997, siguieron casi un centenar de Trabajos de Grado de Maestría y unas diez Tesis Doctorales. Este singular esfuerzo, que venciendo grandes dificultades se haya realizado en la provincia, llama la atención de destacados investigadores venezolanos, quienes tuvieron palabras de encomio por esta “comunidad de discurso” liderada por el Maestro Brito Figueroa y Reinaldo Rojas. Debo destacar los merecidos elogios que recibimos del académico Dr. Guillermo Morón, Dr. Orlando Albornoz, Dr. Pedro Cunill Grau, Dr. Rafael Fernández Heres, Dr. Kaldone Nweihed, Dr. Pascual Mora García, entre otros.

UN HUMANO MAESTRO: FEDERICO BRITO FIGUEROA.

Contrariamente a lo que se podrá creer, era el Maestro Brito Figueroa un hombre que amaba la vida y a los seres humanos. Se jactaba de tener vivos a su madre y a su padre en la ciudad de La Victoria del Estado Aragua que lo vio nacer en 1921. Con su característico y permanente cigarrillo en la boca preguntaba sobre nuestras vidas, trabajos, esposas e hijos. Era en ese sentido un educador integral. Siempre destacaba su incursión magisterial en los cinco niveles de la educación venezolana, desde primaria hasta doctorado. Debajo de su carácter controvertido y polémico había una tierna sensibilidad. Nos recordaba siempre su magisterio en el Estado Yaracuy, lugar donde lo envía por castigo la dictadura militar del general Marcos Pérez Jiménez.

 Tenía una gran predilección afectiva por nuestro paisano caroreño, profesor y Magíster en Historia Taylor Rodríguez García, se alarmaba por sus notorias ausencias al posgrado en el Pedagógico barquisimetano. A cada momento nos preguntaba por la resentida salud de este paisano nuestro nacido en el pueblo colonial de Río Tocuyo, vecino a Carora. ¿“Qué le pasará al profesor Taylor Rodríguez?, usted ¿qué sabe de él?”, me increpaba. “Vaya usted a la casa de Taylor y tráigamelo acá”, nos urgía a cada momento. Taylor Rodríguez corona sus estudios de Maestría en Historia en la Universidad Santa María de Caracas bajo la mirada atenta del Maestro Brito Figueroa, y posteriormente gana por concurso el cargo de Cronista Oficial del Municipio Palavecino, Cabudare, Estado Lara.

Era muy sentimental y una cosa que lo entristecía en extremo fue el derrumbe y extinción de la Unión Soviética en los días de la glasnost y la perestroika, la República Democrática Alemana y los demás países del Este europeo entre 1989 y 1991. “No siga, no siga, le agradezco profesor Cortés”, me decía bajando la mirada al comentarle aquellos sucesos que cerraron el llamado por Eric Hobsbawm “corto siglo XX”, en aquellos estremecedores días en que nos reuníamos a conversar de todo, de lo humano y lo sagrado, en su cálida habitación del Gran Hotel Barquisimeto. Un siglo corto, de apenas 77 años, que se inicia en 1914 con la primera Guerra Mundial y termina en 1991 al disolverse la Unión Soviética y cuyo eco llegaba hasta nosotros, el Maestro Brito Figueroa y sus discípulos, congregados bajo su cálido e inigualable magisterio.

Se cerraba entonces un ciclo histórico de alcance planetario, cuando en Venezuela en esos mismos días se producían sucesos trascendentales: el llamado “Caracazo” de 1989 y los dos fallidos intentos de golpes de estado de 1992, sucesos coincidentes en tiempos cuando tratábamos nosotros de edificar una “comunidad de discurso” en el interior de Venezuela, en Barquisimeto. Fue ella una extraordinaria coincidencia que nos marca de manera indeleble, que nos anima en nuestra constitucional pasión por comprender. Todo parecía en aquellos días indicar que habíamos llegado al “fin de la historia”, pero que los hechos, siempre rebeldes, desmintieron rápidamente.

 

 Durante sus estudios de posgrado en México, Escuela Nacional de Antropología e Historia, nos dijo el Maestro Brito Figueroa, que conoció al desgraciado filósofo y traductor español del exilio Eugenio Ímaz (1900-1951), quien vertió al castellano de manera magistral las obras de Wilhelm Dilthey, Emmanuel Kant, Johan Huizinga, Ernst Cassirer y Jacobo Burckhardt. “Pobrecito, no aguantó el exilio y se quitó la vida en Veracruz en 1951. Que cosa tan triste su suicidio”, decía acongojado nuestro Maestro de este pensador que fue colaborador destacado de la Revista de Occidente de José Ortega y Gasset y que imparte docencia en el recién creado Instituto Pedagógico Nacional de Venezuela. “Siempre he lamentado mucho ese suicidio”, decía acongojado nuestro Maestro.

Lo oíamos sorprendidos cuando nos dijo que fue discípulo de Erich Fromm (1900-1980), el célebre psicoanalista, autor de todos unos clásicos: El miedo a la libertad, El arte de amar. En sus clases decía este psicólogo judío-alemán marxista que la alienación estaba lejos de ser erradicada en la Unión Soviética. “A viejito reaccionario”, pensaba Brito Figueroa para sus adentros. “Pero a la postre la historia le da la razón, pues fue también duro crítico de la sociedad de consumo” asentía nuestro Maestro. Como el malogrado Eugenio Ímaz, Fromm realiza importantes labores en publicaciones para el Fondo de Cultura Económica y funda la Asociación Psicoanalítica de México. Creo que la fuerte adherencia de Brito Figueroa al marxismo soviético le impidió comprender las enormes potencialidades que brinda el psicoanálisis freudiano para la comprensión de nuestras sociedades.

Pero no menos sorprendidos quedamos cuando nos revela en su cálida habitación del Gran Hotel Barquisimeto, que fue ayudante del antropólogo judío-estadounidense Oscar Lewis (1914-1970), quien acuña en México el concepto de la “cultura de la pobreza”. Su famosa investigación novelada Los hijos de Sánchez” contó con los aportes del joven venezolano, quien aplica junto a otros compañeros de estudios unas encuestas elaboradas por el sabio estadounidense y su equipo en los barrios más miserables de Ciudad de México. “Es un estudio social de la pobreza- dice Brito Figueroa- que me motiva mucho para comprender la marginalidad en nuestro país.” ¡Tamaños y descomunales maestros tuvo el Maestro Brito Figueroa! Y no podíamos olvidar que fue de igual manera alumno del traductor de Marx, Wenceslao Roces y del maestro Francois Chevalier (1914-2012), discípulo directo de Marc Bloch, y quien lo introduce en el pensamiento de la Escuela francesa de Anales.

Hemos llegado a pensar que nuestro Maestro fue mejor docente fuera del aula que dentro de ellas. Así lo palpamos en su Hotel de la ciudad crepuscular y en las calles de Barquisimeto, Cabudare y El Eneal, poblado éste último donde reside el Dr. Reinaldo Rojas. Preguntaba sobre muchas cosas de estas singulares tierras del semiárido del occidente de Venezuela:  el origen de nuestra locución “guaro”, la gastronomía del chivo (su restaurant predilecto en la ciudad era El Portal del Chivo de la calle 50), el consumo de la bebida del cocuy extraída de las ágaves, los valses larenses de la Pequeña Mavare, la danza sincrética del tamunangue. “Recuerde que soy antropólogo, ese es mi título que obtuve en México”, repetía a cada momento cuando era copiloto en nuestro flamante Toyota, vehículo rústico que lamentó sinceramente, vía telefónica, cuando fue sustraído delincuencialmente de nuestro centro de trabajo educativo caroreño en 1995.

 

Cierta vez estuvo el Maestro en nuestra casa paterna de Pueblo Nuevo, Barquisimeto, y tuve el gran placer de cederle nuestro lecho. Recostado cómodamente allí y con una taza de café negro en sus nerviosas manos, nos dio una interesante clase sobre los sembradíos de cacao durante la Colonia a los profesores, cursantes de Maestría en Historia, Santos González, Víctor Raúl Castillo, César Parra y mi persona. Inolvidable y excepcional experiencia. Coincidió su visita cuando en nuestro hogar se escenificaba la elección de la reina del folklore larense, evento organizado por el maestro normalista jubilado Expedito Cortés, mi padre. Disfrutó Brito Figueroa mucho aquel espectáculo del folklore larense, el baile negroide del tamunangue, la alegría de las muchachas que pugnaban por adherirse el cetro. No se perdió ninguna parte del concurso. Y al final degusta una deliciosa y larense sopa de rabo que nos prepara nuestra madre, Claver Riera de Cortés. Para nuestra persona fue una inmensa satisfacción el que un historiador consagrado como él estuviera en nuestra casa paterna. Y hasta pensó en alquilarle a nuestra madre una habitación con sala de baño. Lo esperamos con gran anhelo durante varios meses, pero no se apareció.

 

EL LEGADO DEL MAESTRO BRITO FIGUEROA.

El Dr. Federico Brito Figueroa deja un legado inmenso, unos 70 libros y opúsculos salidos de una pasión escritural que no le abandona sino hasta su fallecimiento en el año 2000. Como escribe Robert Darnton: “Un forcejeo incesante con el lenguaje, pues sólo podía ser él mismo al encontrar las palabras que liberaran su voz interna. Un pacto del yo con el lenguaje”, a la manera del filósofo ginebrino Juan Jacobo Rousseau. Se hizo Brito Figueroa entonces “historiador de oficio” a la manera blocheana, un artesano de su oficio que se pregunta por la legitimidad de la Historia. Practicando, construyendo con pasión una historia rigurosa, contextualizada, comprensiva y científica, teniendo como constante denominador común la crítica, para edificar de tal modo una, como dijo Marc Bloch, Ciencia de los hombres en el tiempo.

Fue Brito Figueroa un historiador que a lo largo de su vida trata de construir una historia conceptual basada en unas teorías: el marxismo y la Escuela de Anales de Francia. En esta incesante y apasionada búsqueda le sigue con gran acierto y originalidad Reinaldo Rojas, hogaño flamante Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia venezolana, tradición conceptual y de métodos que nosotros hemos tratado de continuar en lo posible. Es una lucha constante para vencer el pecado del mero y simple empirismo historiográfico, una falla intelectual que campea entre nosotros. Fue en este sentido militante de la Historia Científica y cultor de la capacidad de abstracción que debe acompañar al historiador. Por ello sentía una gran admiración por don Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936), a quien llamaba “iniciador de la historia científica en Venezuela.”, sin importarle el que fuera Don Laureano historiador positivista o adulador del régimen brutal y opresivo de Juan Vicente Gómez. Fue por ello que edita sus obras Cesarismo Democrático y Disgregación e Integración en el sello editorial de la Universidad Santa María. “Fue un pensador sumamente original, que conocía muy bien a Taine y a Le Bon. Lo leyeron en Europa, sobre todo en Italia”, asentaba nuestro Maestro.

Nos enseñó el Maestro Federico a tomar consciencia por el esencial problema de la Nación-Venezuela, cuando nos hablaba con vehemencia de la “colonización total” de nuestro país por la potencia anglosajona, blanca y protestante. “Caramba, profesor Cortés Riera, esto (el país) va a desaparecer en breve”, decía apesadumbrado, por allá a comienzos de la década de 1990. Abominaba con el alma a aquellos a los que con desprecio calificaba de “apátridas”. Una y otra vez repetía en clases la genial conceptualización que hizo el georgiano José Stalin de la Nación y del problema nacional en Rusia imperial y la extinta Unión Soviética. En esos días consideraba el Maestro Brito Figueroa una prioridad darle fuerza al sentido de Nación frente a lo que consideraba el efecto disolvente del neoliberalismo, “una etapa del capitalismo que cada vez se parece más al capitalismo que estudió Marx en el siglo XIX”, asentaba con su grave voz. Con ello nos anima a leer y estudiar a Benedict Anderson, autor del célebre ensayo Comunidades imaginadas (1983), la nación como producto de la imaginación de las personas.

En lo más cercano a nosotros, el Maestro Brito Figueroa ayuda de manera decisiva con su enorme presencia intelectual y de ánimo a consolidar los estudios históricos en la Región Centroccidental de Venezuela, al crear con Reinaldo Rojas y otras personas, la Fundación Buría, institución que ha servido de esencial apoyo para  establecer estudios de posgrado en la Ciencia de Clío en universidades y otras instituciones del Estado Lara, editar una cuantiosa cantidad de interesantes y variados libros, realizar Congresos Internacionales en la Ciencia de la Historia, fundar la Sociedad Venezolana de Historia de la Educación en la ciudad de Barquisimeto, establecer vínculos con notables historiadores y pensadores del país y otras latitudes. En fin, edificar una verdadera “comunidad discursiva” de signo Analista en el Estado Lara, Venezuela. Todo ello bajo su imperecedero y característico lema: “Trabajando en pequeño, pero pensando en grande.”, consigna que nos recuerda la “microexcelencia” de Kumar Mehta.

En lo estrictamente personal, debemos confesar sin ambages que el Dr. Federico Brito Figueroa, conjuntamente con el Dr. Reinaldo Rojas, nos hicieron “descubrir” la historia de Venezuela, pues, como ya dijimos, era tendencia marcada en nosotros estudiar historia e historiografía de otros países, en especial los europeos occidentales, un eurocentrismo epistémico. A lo que se agrega que nuestra docencia en educación secundaria venezolana gravitaba entonces en los ámbitos de la filosofía, situación a la cual el sano empirismo de la ciencia de la historia nos hizo aplicar conceptos y categorías filosóficas muy abstractas a situaciones históricas concretas. Es que la filosofía, desde Tales de Mileto a Martín Heidegger termina en callejones ciegos.

En lo que tiene que ver con nuestro ejercicio profesional en educación media en Psicología, ciencia recién creada de forma experimental, pero antigua desde que la crearon los griegos, se dio ella felizmente la mano con la llamada “historia de las mentalidades” de la Escuela Analista francesa, estimulante enfoque de la historia que nos enseñaron a comprender y cultivar los doctores Federico Brito Figueroa y Reinaldo Rojas, bajo el bello y sereno cielo crepuscular del semiárido venezolano de la ciudad de Barquisimeto. Gracias al Maestro Brito Figueroa continúo en la idea de comprender nuestra tierra natal, por lo cual seguimos en la idea de construir una categoría de análisis a la cual hemos llamado tentativamente “Genio de los pueblos del semiárido larense venezolano”. Ilumíneme, Maestro Federico Brito Figueroa.

 

 

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Bloch, Marc. Apología de la historia o el oficio del historiador. Fondo Editorial Lola de Fuenmayor, Fondo Editorial Buría. Caracas, Barquisimeto, 1986. Primera edición venezolana, es necesario destacar.

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                                                                                                       Carora,

 Municipio G. D. Pedro León Torres,

Estado Lara,

República Bolivariana de Venezuela,

abril de 2021.

        Luis Eduardo Cortés Riera.

Doctorado en Cultura Latinoamericana y Caribeña.

Universidad Pedagógica Experimental Libertador.

 Fundación Buría.

Barquisimeto,

 República Bolivariana de Venezuela.

cronistadecarora@gmail.com

 

 

 

 

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