lunes, 26 de agosto de 2013

La Guerra de Independencia de Venezuela en la Jurisdicción de Carora



Autor: Dr. Luis Eduardo Cortés Riera.
UPEL-Fundación Buría, Barquisimeto, Venezuela.
cronistadecarora@gmail.com


“Caroreños, vosotros merecéis ser llamados hijos beneméritos de la patria.”
Simón Bolívar, 1820.



Introducción.

En el presente trabajo trataremos de hacer una descripción de los sucesos ocurridos en la jurisdicción de Carora durante los sucesos de la Guerra de Independencia entre los años 1810 y 1830. Para tales efectos hemos de tomar en consideración los aspectos y situaciones particulares ocurridos en su extensa jurisdicción. Pero este cometido no lo lograríamos sin tomar en cuenta el escenario nacional e internacional bajo el cual se desenvolvió la Gesta Magna. Pondremos de relieve el carácter artesanal de la economía caroreña, así como la densa atmósfera religiosa que la define, a tal punto que la ciudad se le conoce como “Ciudad levítica” y “Ciudad procera de Venezuela”. En tal sentido utilizaremos la llamada “comprensión” para lograr entender de qué manera una ciudad de rostro artesanal y católico, a la vuelta de poco tiempo se convierte en una de las más decididas ciudades del país que siguieron con verdadero fervor patriótico la ruta independentista.


Escenario geográfico:

La antigua ciudad de San Juan Bautista del Portillo de Carora fue fundada en 1569 en el extremo occidental de la Provincia de Venezuela. Durante la Colonia se le conoció por su activa y reconocida artesanía del cuero, el dinámico comercio con Coro, Maracaibo, Trujillo y Barquisimeto, las muy apreciadas mulas de carga, así como por sus numerosas vocaciones sacerdotales, la existencia de internacionales hermandades y cofradías de la Iglesia católica. La Jurisdicción de Carora se extendía hacia el norte y ocupaba las localidades de Siquisique y Aguada Grande, actual Municipio Urdaneta del Estado Lara.

Asentada sobre un terreno arenopedregoso del semiárido, con escasos recursos hídricos y una vegetación xerófita, la ciudad orientó su economía hacia la artesanía del cuero, la cría y el comercio con los Andes, el Lago de Maracaibo, Coro y Barquisimeto. Las poblaciones más significativas de su Jurisdicción eran Río Tocuyo, Aregue, Arenales, Curarigua, San Francisco, San Miguel de los Ayamanes, y las ya mencionadas Siquisique y Aguada Grande.

Población:
Para finales del siglo XVIII, en 1799, nos dice Reinaldo Rojas, que la población de Carora arroja los siguientes resultados: 469 personas de la casta de los blancos y mestizos, 71 indios, 3.832 negros, zambos y mulatos y 585 esclavos. Para toda la vicaría caroreña las cifras serán 1.999 habitantes blancos y mestizos, 3.160 indios, 3832 mestizos de negro y 585 esclavos; tales cifras, dice este investigador larense, representan un 14, 7 % de la Región Barquisimeto, categoría de análisis creada por Rojas. A fines del siglo XVIII, la llamada “godarria caroreña” daba muestras incipientes de su conformación, la que se lograría finalmente luego de la Guerra Magna, en el escenario de aislamiento, pobreza y violencia que dominó al país durante el siglo XIX.

Cultura y religión:

En el siglo XVIII la ciudad era conocida por la calidad finamente labrada de sus artesanías del cuero, un complejo cultural específico, dice Reinaldo Rojas en su obra. De la misma manera era la ciudad asiento de numerosas cofradías, instituciones de socorros mutuos que le dieron a la urbe una sensibilidad religiosa sin igual y en la cual se incubaron sólidos imaginarios colectivos: la virgen del Rosario de la Chiquinquirá de Aregue (desde el siglo XVII) y la extraordinaria “Leyenda del Diablo de Carora” en 1736, y durante la República, en 1859, la muy conocida “Maldición del fraile”. Se erigió una arquitectura barroca un tanto simplificada, por no ser sobreabundantemente decorada, en las que resaltan las iglesias de San Juan, San Dionisio y la Capilla del Calvario, así como la Casa Amarilla, la Casa del Balcón de los Alvarez. Es el escenario ideal para que allí se produjeran numerosas vocaciones sacerdotales, a tal punto que en los inicios del siglo XX la urbe fue llamada “Ciudad levítica de Venezuela” por el padre Carlos Borges.

En los cultivos de cañamelar curarigüeños, en vía a El Tocuyo, los negros esclavos desarrollaron un complejo cultural sin parangón en el país, el tamunangue, constituyéndose en un conglomerado cultural mestizo que incorpora rasgos hispanos, indígenas y negros, que dan lugar a una manifestación popular y dancística en honor a San Antonio de Padua, el santo de los negros y de los pobres.

Es de destacar un hecho importante para entender esta Región Barquisimeto como categoría de análisis de Reinaldo Rojas. Tiene que ver con la existencia de tres ciudades de blancos en ella, en lo que hoy corresponde al estado Lara: El Tocuyo, Barquisimeto y Carora, conglomerados humanos de donde irradió la cultura dominante hispana en tres siglos de dominación y coloniaje.

Es demasiado importante destacar un hecho que marca a la jurisdicción de Carora cuando estalla la Guerra Magna. Se trata del enorme vuelco que en la mentalidad de sus habitantes se produce en esos días, pues luego de ser una comarca de pacíficos artesanos del cuero, pequeños criadores y comerciantes fieles a los dogmas de la Iglesia Católica durante los 300 largos años de régimen colonial, al sonar la clarinada del 19 de Abril y en acontecimientos súbitos se vuelve la urbe una ciudad abiertamente alineada con la Independencia, a tal punto que sufrió varios asaltos por realistas y patriotas, como veremos más adelante. Unos años antes, en 1806, se supo en la ciudad del Portillo que “el enemigo estaba cerca”, refiriéndose a la fracasada expedición de Miranda por las costas del Caribe, cercanas a la ciudad de Coro. Nadie se movilizó en Carora para apoyarlo o para manifestarle su aprobación.

Pero un rasgo define a la ciudad: sus numerosos artesanos del cuero, el barro, la madera, el metal. Ellos contribuyeron a darle fisonomía de ciudad a Carora. Se agruparon en defensa de sus intereses en las múltiples cofradías que existieron. Eran, por así decir, sus gremios naturales las hermandades de la Iglesia católica. El artesano, es preciso destacar, tiene una mentalidad proclive a la autonomía, pues vive de su trabajo, que ejerce de manera libre; es el artesano su propio jefe. Esto explica de alguna manera que la ciudad se proclamara ferviente partidaria de las ideas liberales, de la libertad económica, es decir de la plena independencia, y, una vez iniciada la Guerra Magna se convirtiera en una cantera principalísima de reclutas a favor de la Revolución. Tal es así que se le conoce como  “Ciudad procera de Venezuela”, por la significativa cantidad de eminentes patriotas que entregó a la Independencia. No nos extrañe, pues, que el nombre de la entidad, el Estado Lara, y el nombre del Municipio Torres se deban a la membresía de dos Generales de División caroreños: Jacinto Lara y Pedro León Torres, héroes de la Independencia venezolana y suramericana. Como si ello no bastara, en el siglo XX, José María Zubillaga Perera escribió un libro titulado “Procerato caroreño”, donde destaca que la ciudad dio a la Independencia dos Generales de División, los ya mencionados Lara y Torres, a los que debemos agregar a los civiles Dr. Domingo Perera Álvarez, Lic. Pedro Regalado de Arrieche, 12 coroneles, 2 tenientes coroneles, 5 comandantes, 10 capitanes, 13 tenientes, 2 subtenientes, 1 sargento. Un total de 53 próceres que prodigó la ciudad del Portillo a la causa de la Emancipación venezolana y suramericana, tal como detallaremos después.

A diferencia de otras localidades, como las que se condujeron por la economía agrícola, tal es el caso de El Tocuyo, ciudad donde  estaba fuertemente estratificada su población, en la que una minoría de propietarios de la tierra ejercía un dominio de clase muy marcado por las formas de propiedad que imperan en el campo, donde el esclavo, los agricultores asalariados y los jornaleros son objeto de un fuerte dominio social y cultural, a lo que debe agregarse el apego secular a las formas de explotación agrícola, que hacen de estos seres humanos conservadores y poco proclives al cambio revolucionario, lo que nos conduce a pensar que no se produjese allí en El Tocuyo tal entusiasmo patriótico como en la vecina ciudad del Portillo de Carora. El artesano vive en el foco de la insurrección, la ciudad. El agricultor vive en el campo, la zona del conservadurismo secular. A la ciudad llegan las nuevas ideas, hay personas cultas, o que saben leer; en la campiña por el contrario el ritmo lento de los cultivos conducen a la quietud y el recogimiento.



Antecedentes de la Guerra de Independencia en la Jurisdicción de Carora.


Creo que, sin embargo, no es descabellado afirmar que la Gesta Independentista  en Carora  tiene algún antecedente de alguna significación y que deben ser, en consecuencia, tomados como tal, como bien los tiene la Guerra de Emancipación en Venezuela en el movimiento de José Leonardo Chirinos o el de Gual y España, entre otros. En el caso de la ciudad del Portillo se omite, quizá por temor a afirmar que la muy famosa Leyenda del Diablo de Carora es, en efecto, un antecedente local de nuestra Gesta Patria. Solo que este fue un movimiento de masas un tanto confuso, pero que ya muestra un rechazo a las prácticas económicas de la monarquía de los Borbones.

Sucedió en 1736 que la ciudad de Carora, urbe que tenía fuertes vínculos con el contrabando que infectaba las costas del Mar Caribe, pues era una localidad artesanal que elaboraba famosos y bien estimados cueros para la exportación, inclusive. Para sostener tan elaborado producto artesanal la ciudad necesitaba un material que solo el contrabando le podía proporcionar: herramientas para elaborar sillas, botas, badanas, cordobanes, etc. Estos valiosos utensilios eran cuchillos, alicates, fuelles, clavos, tachuelas, grapas, yunques, martillos, agujas, las cuales eran proporcionados por el comercio holandés de las islas de Aruba, Curazao y Bonaire, y que entraba por las costas del Estado Falcón. Este comercio ilícito no lo podía tolerar la Compañía Guipuzcoana, empresa recién instalada en la Provincia de Venezuela y que tenía su representación en la ciudad. Una de las misiones más importantes encomendada a tal Compañía era, en efecto, combatir el tráfico ilícito de mercaderías. Esta empresa de comercio auspiciada por la monarquía  fue factor de perturbación, no solo en Carora, sino en distintas regiones de la Provincia, tal como la Rebelión de Andresote en los llanos del Yaracuy en ese mismo siglo XVIII

De modo pues que los contrabandistas eran bien tratados y se les tenía gran estima en estos lugares del occidente de Venezuela. Fue por ello que al resultar presos algunos de ellos, un movimiento popular trata de rescatarlos de las manos de las autoridades locales caroreñas. Logran, empero, escapar. Fue inútil, pues los contrabandistas fueron sacados del Convento de Santa Lucía, lugar sagrado donde se creyeron a buen resguardo, y sin juicio alguno, arcabuceados en la cercana Plaza Mayor. Desde allí se dice que el diablo anda suelto en Carora.


La alborada del 19 de Abril de 1810.  Las cofradías y hermandades caroreñas.

La caída de la monarquía de España en manos de Bonaparte desencadena una serie de dramáticos cambios en la mentalidad de la América hispana. Asistimos al derrumbe de la Escolástica y sus sutilezas barrocas, penetra la ciencia moderna y experimental a sus centros de enseñanza, la Ilustración entusiasma a las clases acomodadas. La cultura-dice Picón Salas- ya tiene traje seglar. El sistema de castas crea serios y profundos resentimientos sociales. Estamos en vísperas de la Revolución.

En 1804, un decreto real molestó enormemente a la cofrádica ciudad de Carora y así como a la América hispana, pues el Rey Carlos IV despojó de sus bienes a las múltiples cofradías y hermandades existentes desde el siglo XVI, y a la cual pertenecían el grueso de su población que entraban a ellas como hermanos. Estas “estructuras de solidaridad de base religiosa”, tal como las llama el francés Michel Vovelle, eran las responsables de que se creara en la ciudad una densa atmósfera religiosa hasta ahora poco conocida y escasamente valorada. Con los bienes de las cofradías se financiaban dos escuelas de primeras letras creadas por el Obispo Martí en 1776, por lo que se creyó que sería el Real Decreto de Consolidación de Carlos IV un duro golpe a la enseñanza así como a la economía eclesiástica, pues la Iglesia poseía ricas haciendas de cofradías, llamadas “del Montón”, basadas en la explotación de la mano de obra esclava. Estas obras pías atendían las necesidades de enfermos, viudas, huérfanos, obligaba a los cófrades a asistir a las exequias de los hermanos fallecidos. También prestaban dinero a interés. Eran las hermandades, por así decir, un antecedente de los seguros sociales del presente.

Nosotros hemos hecho un estudio del comportamiento de las cofradías caroreñas durante los años del prolongado y sangriento conflicto bélico que sufrió el país luego del 19 de Abril de 1810 y el 5 de Julio de 1811 hasta los años de la disolución de la Gran Colombia en 1830. Es una nueva perspectiva de análisis histórico que arroja resultados sorprendentes e inesperados. Veamos.

La “entrada” de hermanos y cofrades mide comportamientos colectivos muy importantes y que habían pasado desapercibidos para los cultivadores de la llamada “historia acontecimal”, aquella historia que le da relevancia desproporcionada a la cronología, los grandes hombres, las batallas y a los acuerdos y armisticios, pero relega al olvido a los anónimos hombres y mujeres del común. En este caso se trata de los creyentes que cifraban sus esperanzas en la vida de ultratumba, pero que en el ínterin de la vida terrenal se agrupaban en tales “estructuras de solidaridad de base religiosa” para resolver sus necesidades cotidianas en casos de enfermedad, muerte, viudez, horfandad. Así también las hermandades resolvían problemas tales como educación, concedían préstamos a interés. Eran, pues, tales hermandades un factor de sociabilidad y de socorros mutuos que explican la gran estabilidad del orden colonial, y que sin embargo, sus vidas institucionales se prolongan hasta la República para llegar, de forma atenuada, hasta el presente.

Tomemos para comenzar el comportamiento de dos hermandades. Entre los años 1795 y 1830 la entrada a las cofradías del Santísimo Sacramento y Jesús en La Columna fue relativamente bajo,  pues en ellas se inscribieron 240 hermanos en la primera y 118 en la segunda, para un total de 358 hermanos inscritos en esas tres décadas de confrontación. Es importante para hacer una comparación temporal hacer notar que la cofradía del Santísimo inscribió entre los años 1716 y 1799 la significativa cantidad de 1.010 hermanos, y que la de Jesús en La Columna hizo inscripción de 882 cófrades entre los años 1745 y 1799. Esa caída significativa de las adscripciones revela el enorme estado de confusión y de desconcierto que sufrieron las hermandades caroreñas, y por extensión toda la sociedad, en esas décadas de enfrentamiento bélico.

La expedición mirandina de 1806, con toda la carga de confusión y miedo que provocó entre conservadores católicos, motivó que entre ese año de tal desgraciada expedición y 1809, se inscribieron 70 hermanos en la cofradía del Santísimo y 20 en la de Jesús en La Columna, para un total de 90 nuevos cófrades que seguramente pensaron en la amenaza protestante, los anticatólicos estadounidenses e ingleses, enemigos declarados de la virgen y de los santos, así como de la autoridad del papa.

Cuando se producen los acontecimientos del 19 de Abril en Caracas, comienza el declive muy notorio de entrada a las cofradías de Carora, descenso que tocará fondo en 1816. Entre esos 6 años la ciudad paga por su rebeldía patriótica cuando el 23 de marzo de 1812 es tomada por las tropas del capitán Domingo Monteverde. Dos años después, en agosto de 1814 paga de nuevo Carora de manera más cruel su entusiasmo libertario cuando es asaltada por la caballería del teniente de milicias de Coro José Manuel Listerri. Durante el tiempo transcurrido entre estos dos asaltos la población huyó despavorida, sin saberse su paradero, dice una fuente, el Libro de donaciones de Nuestra Señora del Rosario, 1790. Entre esas dos fechas, 1810 a 1816, las hermandades inscribieron 70 hermanos, de los cuales 47 lo hicieron en la del Santísimo, y apenas 23 en la de Jesús en La Columna.

En los años siguientes  a 1816 hubo un repunte de inscripciones en las hermandades que se extendió hasta 1821. Es el breve periodo de la Tercera República y en el cual entran 50 hermanos a las cofradías mencionadas.

Después del triunfo patriota en la Batalla de Carabobo en 1821, se despoblaron por completo las dos hermandades que venimos estudiando. En los años 1822, 1823 y 1824 nadie entró como hermano en ellas. Entre 1825 y 1829, sólo 16 fieles se animaron a pertenecer a la cofradía del Santísimo, y ninguno a la de Jesús en La Columna.

Había un compromiso que obligaba a los cófrades: realizar misas cantadas o no y en gran número  para hacer emerger a los hermanos difuntos de ese tenebroso tercer lugar de la geometría del más allá, el purgatorio. Apenas se realizaron 8 misas para aligerar sus  salidas de esa  creación de la Iglesia medieval francesa y que, por lo tanto, carece de base bíblica, según ha establecido Michel Vovelle.


Asaltos realistas y patriotas a Carora

Recién  iniciada la gesta independentista la ciudad fue tomada por el brigadier Francisco Rodríguez del Toro, el Marqués del Toro, quien la ocupó antes de su marcha sobre  la realista ciudad de Coro en 1810. En 1811 fue nombrado su comandante el patriota Diego Jalón, quien fue derrotado al año siguiente cuando Monteverde toma la ciudad. 
        
El mejor estudio sobre la Guerra Magna en nuestra jurisdicción larense  la debemos a Lino Iribarren Celis (1898-1988), quien afirma que Carora fue un objetivo táctico del brigadier realista y gobernador de Coro José Ceballos, lo que   propició la caída de la ciudad en manos del capitán de fragata Domingo Monteverde el 23 de marzo de 1812. Pero la toma es obra directa del “indio” Reyes Vargas (1780-1823), quien la planeó, le infundió su aliento y la ejecutó al frente de los hombres de Monteverde. Derrota a sus defensores Manuel Felipe Gil y Florencio Jiménez. En esa acción contó Reyes Vargas con el decidido respaldo del sacerdote realista Andrés Torrellas (1785-1864). Esta acción, entre otras, dice Iribarren Celis, contribuyó a echar por tierra el frágil edificio de la Primera República, la cual culminó, como sabemos, con la capitulación de Miranda en San Mateo el 25 de junio de 1812.

En el terrible año de 1814 la ciudad vuelve a sufrir otro asalto realista, esta vez de la mano del teniente de milicias de Coro, bajo las órdenes de José Ceballos, José Manuel Listerri, quien realiza su asalto con 100 hombres a caballo. En 1821 la ocupan los patriotas al mando del general Carlos Soublette. Ese mismo año fue visitada por Simón Bolívar luego del triunfo de Carabobo. Allí se hospedó en la casa conocida como “Balcón de los Alvarez”, del 18 al 22 de agosto de 1821, en su paso hacia la Nueva Granada. Un suceso ocurrido en estos días es digno mencionar. El Libertador sufrió de fuertes dolores abdominales luego de bailar por la noche, por lo que se pensó erróneamente que había sido envenenado con una bebida llamada “resbaladera”, lo cual fue desmentido vehementemente por la mujer que la elaboró, una de las hermanas de los Siete Torres, todos ellos patriotas que murieron inmolados en la guerra, por lo que se les conoce también como “Los Siete Macabeos de la Independencia”. Las excusas de los edecanes de Bolívar no se hicieron esperar.

Entre abril y julio de 1822 fue Carora el cuartel general del intendente del departamento de Venezuela, quien dirige la guerra en la provincia de Coro, el general Carlos Valentín de la Sociedad Antonio del Sacramento de Soublette y Jerez de Aristigueta. Desde esta posición dirige sus encuentros contra los realistas  mariscal de campo Francisco Tomás Morales y Alonso - Judas Tadeo Piñango Flores.


Las haciendas de las Cofradías “del Montón” de Carora.

La Guerra Magna desarticuló las instituciones que se habían estructurado a lo largo de tres siglos de orden colonial, el sistema productivo, las obras pías, las haciendas de cofradías, llamadas “del Montón”, y que tenían extensas posesiones al oeste de Carora, en dirección al Lago de Maracaibo. Se basaban en la explotación de la mano de obra esclava por parte de la Iglesia Católica, unos 160 negros de ambos sexos, de la etnia tare, dedicados a la agricultura y a la cría. Se les decía “del Montón” porque ellas agrupaban varias hermandades caroreñas, tales como la del Santísimo Sacramento, Nuestra Señora del Rosario, Glorioso Príncipe de los Apóstoles, Señor San Pedro, Benditas Animas del Purgatorio y Dulcísimo Nombre de Jesús. Fueron establecidas a comienzos del siglo XVII.

Cuando estalla la Guerra de Independencia estas haciendas se convirtieron en un objetivo militar estratégico. Pero sucedió que los administradores de estas ricas haciendas no tomaron partido por alguno de los bandos en pugna. Así, por ejemplo, le concedieron ganado mayor al realista Don José Ceballos, quien atacó a los insurgentes en Bobare en 1813. El 31 de octubre de 1816 entregaron 4 reses a José Tomás Morales cuando pasó por Carora; entre 1813 y 1819 proveyó 71 caballos a las tropas del Rey dirigidas por el indio Reyes Vargas y Don Vintila Navarro e, igualmente, 38 caballos a los patriotas. Los revolucionarios embargaron en alguna ocasión las haciendas: 29 reses en junio de 1814; en diciembre de 1813  entregaron 31 reses para sostener las tropas realistas de don José Javier Alvarez. A todo ello habrá que agregar que algunos esclavos y peones se incorporaron a la revolución en el terrible año de 1814. Estos esclavos conocían de la insurrección de José Leonardo Chirino de 1795 escenificada en la Serranía de Coro, pues eran frecuentes los viajes que hacían desde las haciendas del Montón de Carora hasta las costas del mar Caribe en búsqueda de la sal que tanto necesitaban las haciendas para elaborar sus productos lácteos y la curtiembre de cueros.

Los decretos revolucionarios sumergen en una terrible crisis a estas unidades de producción esclavistas, propiedad de la Iglesia Católica caroreña. En 1816 Simón Bolívar emite el Decreto sobre libertad de los esclavos, en tanto que el Congreso de Cúcuta en 1821 abolió el tráfico negrero. En estos años los mayordomos de las 10 cofradías no rindieron cuentas de los fondos que de ellas  llevaban. En 1828, el famoso fraile Aguinagalde, el de la muy conocida maldición, acusa la difícil situación de las cofradías, las faltas que cometen los mayordomos y lo decaídas que están sus rentas. El religioso recriminó duramente a los mayordomos que las hermandades bajo su responsabilidad no hacían misas por los difuntos, lo cual era una obligación contraída por los cófrades al entrar a una de estas estructuras de solidaridad de base religiosa.

De modo pues que el proceso de Emancipación significó un profundo trastorno para la Iglesia venezolana, que se extendió por todo el siglo XIX. En Carora fueron fracturadas las antiguas cofradías, sus haciendas abandonadas por sus esclavos, y en un proceso de varias décadas, sus extensas posesiones invadidas. La Iglesia jamás las pudo recuperar. En la actualidad esas ricas y ubérrimas tierras se han convertido en grandes haciendas cañeras y ganaderas.

La procera ciudad de Carora

Hemos dicho más atrás que la Guerra de Independencia animó a un contingente muy significativo de caroreños a sumársele, a tal punto que a Carora se le conoce como  “Ciudad procera de Venezuela”. Esta designación se la debemos a José María Zubillaga Perera (1875-1942) quien editó en 1928 en París el libro Procerato caroreño, investigación histórica en la cual establece que 53 héroes de la Independencia entrega la jurisdicción de Carora a la contienda, tal como veremos de seguido. 

 En primer lugar dos civiles destacan: Dr. Domingo Perera y licenciado Pedro Regalado de Arrieche. Luego menciona el crecido contingente militar caroreño: los Generales de División Jacinto Lara y Pedro León Torres. Los coroneles Julián Montesdeoca, José María Niño y Ladrón de Guevara, Manuel Morillo, Francisco Torres, Etanislao Castañeda, Domingo Riera, José María Camacaro, “primera lanza del Perú”, Miguel Lara, Andrés María Alvarez, José María Vargas, José de los Reyes González, y José Oliveros. Los tenientes coroneles Rafael Rodríguez y Bruno Torres. Los comandantes Asisclo Torres, José de la Trinidad Samuel, Lorenzo Alvarez, Juan Agustín Espinoza, Antonio Díaz.

Agrega José María Zubillaga Perera los capitanes Manuel María Torres, José Antonio Samuel, Fernando Perera, Martín María Aguinagalde, quien moriría asesinado en funciones de gobernador de la Provincia de Barquisimeto en 1854, Carmelo Antía, Javier Chávez, José Ignacio Torres y Arrieche, Juan Antonio Montesdeoca, Juan Alvarez. Los tenientes Juan Agustín Montesdeoca, Simón Judas Crespo, Loreto Franquis, Juan José Urrieta, Luciano Samuel, Andrés Pineda, José Manuel Samuel, José de la Cruz Samuel, Juan Norberto Rodríguez, Juan López Samuel, Juan Carlos Santeliz, Jacinto Silva, Manuel Fonseca. Los subtenientes Juan Manuel Santeliz, Marcelino Rodríguez. Los sargentos Manuel Ramos, Policarpo Samuel, Juan José Samuel, Bernardino Torres, Juan Bautista Torres.  

A esta lista habría que añadir a dos personajes relevantes que en un principio abrazaron la causa realista para luego pasarse al bando patriota. Ellos son el “indio Reyes Vargas y el sacerdote Andrés Torrellas, quienes después de la batalla de Carabobo y por efecto de las políticas del Libertador, se hicieron fervientes partidarios de la independencia.

A toda esta pléyade  de hombres habrá que agregar los anónimos hombres y mujeres caroreños que no quedaron registrados para la historia, y que con sus esfuerzos y su sangre derramada liberaron de la tiranía española a Venezuela y a la gran patria suramericana.


 
 Pedro León Torres Ariechi y Juan Jacinto Lara Meléndez, dos Generales de División Caroreños.

Se trata de los dos más eminentes héroes de la independencia del Estado Lara. El General Pedro León Torres muere a la temprana edad de 34 al ser herido mortalmente en la Batalla de Bomboná en 1822, en tanto que el General Jacinto Lara falleció de muerte natural en 1859 en Barquisimeto. Los restos mortales del General Torres no han sido repatriados y se encuentran en la población colombiana de Yacuanquer a la espera de ser llevados, como bien se lo merece, al Panteón Nacional, Caracas. Jacinto Lara reposa en el Panteón de la Patria desde 1911.

Antes de iniciarse la Guerra Magna, Torres y Lara se encontraron en un poblado cercano a Carora: Los Arenales. Allí enseñaba un sacerdote excepcional, el Pbro. Bachiller José Félix Espinoza de los Monteros, quien regentaba una cátedra de latinidad a la cual asistieron los futuros héroes de la independencia suramericana. También participaron estos caroreños en la Campaña Admirable de 1813 a las órdenes del Brigadier Bolívar. Entre 1813 y 1814 participa Torres en las batallas de Araure, Los Taguanes, San Mateo, Niquitao, Los Horcones (cerca de Barquisimeto), primera batalla de Carabobo. Torres acompaña a Bolívar en la Expedición de Los Cayos, preparada en Haití  en 1815 con ayuda del presidente Petión. En 1816 participa en la Retirada de los Seiscientos con Mac Gregor. Participa en las batallas de 1816: Quebrada Honda, El Alacrán, El Juncal, San Félix, la Campaña del Centro de 1818. Dirigidos por el Libertador, Torres y Lara avanzarán en la Campaña del Sur. Estará Torres en la Campaña de Nueva Granada de 1819, las batallas de Pitayó (1820), Genoy (1821), pero Torres llegará apenas a la Nueva Granada sin poder seguir hacia el sur, pues es herido mortalmente en la Batalla de Bomboná en 1822.

Juan Jacinto Lara Meléndez, por su parte estará en 1813 en la batalla  que da inicio a la Campaña Admirable (1813) en San José de Cúcuta, a la cual seguirán Niquitao, Los Horcones, Taguanes, Bárbula, Trincheras, Vigirima, primera batalla de Carabobo (1814), la Conquista de Guayana (1817), las batallas de La Hogaza (1817), Calabozo (1818), en la Batalla de Ayacucho (1824), con el Mariscal Sucre. Una vez ganada la Guerra, Lara es expulsado de Colombia por su marcada adhesión a Bolívar.

Bolívar tuvo generosas palabras para estos dos prohombres caroreños. A Lara lo llamó El Ulises de Colombia. Fue de los pocos, o quizás el único ser humano, en asistir a dos eventos de los más relevantes en la historia suramericana. En 1810 estará en Caracas durante los sucesos del 19 de abril, mientras que 14 años después como General patriota se distinguirá en la Batalla de Ayacucho, la cual pone fin al colonialismo español en Suramérica; en tanto que el General Torres protagonizó con el Libertador un malentendido que ha quedado en el imaginario colectivo venezolano. Bolívar ordena en la Batalla de Bomboná a Torres tomar una colina y después almorzar, lo cual Torres hace de manera contraria. Bolívar indignado le pide el mando, pero el caroreño se ofrece pelear como el más humilde de los soldados. El Libertador conmovido por aquel gesto, le devuelve el mando. Torres ataca a los realistas de inmediato, gana las posiciones, pero cae herido de muerte en aquella heroica acción. Morirá en un hospital de los realistas en Yacuanquer, Pasto, Colombia, el 22 de agosto de 1822.

Resulta poco menos que curioso que Pedro León Torres Arriechi haya sido puesto prisionero por su propio hermano, el capitán, a las órdenes de los realistas, José Manuel Torres, durante los sucesos de 1812, cuando es apresado en Siquisique, Municipio Urdaneta, y enviado a Puerto Rico. Pero logra escapar y se pone en 1813 bajo las órdenes de Bolívar. Es el momento de fulgor en su vida, puesto que venía de colocarse bajo el mando de dos patriotas derrotados: el Marqués del Toro y el Generalísimo Francisco de Miranda con los cuales se pierde la Primera República. Por su parte Jacinto Lara sirvió en un primer momento bajo el mando del General Miranda, pero luego lo hizo bajo la conducción de Bolívar,  de José Antonio Páez y del Mariscal Sucre. Una buena estrella le acompañará desde entonces, a tal punto que será uno de los pocos sobrevivientes de la hecatombe humana que significó la Gesta Magna en Suramérica.

Torres era demasiado intrépido y su coraje apenas tenía parangón. Tal fue así que el General José Antonio Páez decía que el caroreño tenía un valor que daba miedo. Lara tuvo, como comerciante de ganado y antes de 1810, un raro privilegio, pues hizo trato y amistad con José Tomás Boves, hasta que el terrible asturiano se enlistara en las filas de los colonialistas. En 1817 Jacinto Lara vio ensombrecida su brillante hoja de servicio durante la campaña de las Misiones del Caroní. Sucedió que recibió desde mandos superiores pasar por las armas a 22 capuchinos, cargo del cual salió airoso, pues el Libertador le dio todo su apoyo. Torres y sus hermanos han sido llamados por don Tulio Febres Cordero Los Siete Infantes de Lara Caroreños, un martirologio que no tiene comparación en Venezuela independentista, pues los siete derramaron su sangre por la libertad de su patria. Estos son sus sagrados nombres: Bruno, Juan Asisclo, Miguel María, Bernardo Antonio, Juan Bautista y Pedro León. El único en sobrevivir a la guerra fue el Coronel Francisco José, pues murió en Valencia, cubierto de heridas, en 1850. La madre de estos héroes es la caroreña Juana Francisca Arriechi, quien murió en Los Arenales en 1812 sin poder observar el inmenso sacrificio de sus siete hijos en pro de la libertad.

Un rasgo marcado define a ambos coterráneos caroreños, y no es otro que su ferviente bolivarianismo, lo cual no es otra cosa que la encarnación en estos dos héroes  de la independencia suramericana del espíritu y la abnegación republicana que mostró la antigua ciudad del Portillo de Carora desde los albores mismos de la Gesta Independentista. Tal actitud de la ciudad del Portillo de Carora contrastará marcadamente con la de la ciudad neogranadina de Pasto, quien fue un reducto de la reacción contra la independencia protagonizada por la Iglesia Católica y sectores conservadores. Pasto odiaba pertinazmente a Colombia y nunca se reconcilió con la causa de la independencia, escribe John Lynch. El hondo sentido religioso de la ciudad venezolana no fue óbice para que se declarara fervientemente republicana, lo cual no sucedió con la localidad neogranadina. Bolívar pensaba que la devoción de Pasto a la corona y a la Iglesia era una herida abierta que podía volver a infectar a Colombia. Resulta una ironía histórica que precisamente en Pasto ofrendara su vida a la causa libertaria el General Pedro León Torres en 1822 cuando apenas contaba con 34 años. Al conocer de su deceso dijo el Libertador: “con la muerte de Pedro León Torres hemos perdido un compañero digno de nuestro amor, el Ejército un soldado de gran mérito y la República uno de sus hijos de esperanzas para el día de la paz.”

Reconocimiento del Libertador a los caroreños

Desde su cuartel general de Trujillo, el general Simón Bolívar, Libertador y Presidente de Colombia, se refiere de esta manera sobre la ciudad y de sus habitantes:

Caroreños: vuestra conducta leal y siempre eminentemente laudable ha arrancado de mi corazón el sentimiento de la más justa admiración. Sí, compatriotas: vosotros merecéis ser llamados hijos beneméritos de la patria. Caroreños: el ejemplo que acaba de dar el coronel Vargas poniéndose a vuestro frente para enarbolar el pabellón de Colombia, es digno de la gratitud nacional. Seguidle, pues, en la senda del honor y de la gloria republicana. Un solo esfuerzo más y viviréis libres y pacíficos porque Dios ha coronado nuestra constancia con la victoria.”

Tales palabras de Bolívar fueron emitidas en el Cuartel General Libertador en la ciudad de Trujillo el 26 de octubre de 1820, poco antes de la crucial batalla de Carabobo. El Libertador muestra su entusiasmo por el fervor patriótico de los caroreños. Con la muerte del general de división Pedro León Torres en Yacuanquer, Colombia, en 1822,  daría también muestras Bolívar de admiración por el brío indoblegable y el fervor republicano de los caroreños en esa hora excepcional vivida por Venezuela. Los generales de división Juan Jacinto Lara Meléndez y Pedro León Torres Arriechi se distinguieron además por haber sido partidarios fervientes del Libertador. Torres vivió apenas 34 años, sus restos esperan aun ser repatriados y llevados, como bien se merece, al Panteón Nacional.

El General de División Juan Jacinto Lara Meléndez, una vez terminada la contienda, volvió a Carora, se dedicó a la tierra y fue Gobernador de la Provincia de Barquisimeto entre 1843 y 1847. Desde el 24 de julio de 1811, sus restos reposan en el Panteón Nacional.


Consideraciones finales.

La antigua ciudad de Carora, situada en el occidente de la antigua Provincia de Venezuela, fue durante el régimen colonial conocida por su magníficas artesanías como la del cuero, la calidad de sus recias mulas, así como sus numerosas vocaciones sacerdotales, su potente y acusado imaginario religioso. Una vez que estalla la Guerra de Independencia la ciudad se pronuncia con entusiasmo y fervor por la causa republicana, por lo cual sufre de varios asaltos, tanto de realistas como de patriotas. Es significativo que esta urbe diera tan gran contingente de próceres eminentes y destacados a la Independencia, lo cual se constituye como una singularidad que deviene de la estructura ocupacional de su población, dedicada mayoritariamente a las artesanías así como al comercio, lo cual nos permite comprender tan significativo aporte de la ciudad, unos 53 patriotas eminentes y de proyección suramericana, a la causa independentista. Por ello se le conoce como “Ciudad procera de Venezuela”. Esta realidad, de indiscutible mérito y significación histórica que le vincula con su glorioso pasado, le ha dado a Carora una fuerte personalidad, un ethos que la distingue de otras localidades, pueblos y ciudades de Venezuela.



Fuentes consultadas.


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El autor del presente ensayo es casado con la médico cirujano Raiza Mujica, Licenciado en Historia, Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela, 1976. Magíster en Historia, Universidad José María Vargas y Doctor en Historia, Universidad Santa María, Caracas, 2003. Docente de la Maestría en Historia, Convenio Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado, Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Instituto Pedagógico Barquisimeto Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa, y Fundación Buría. Cronista de Carora desde 2008. Docente del Doctorado en Cultura Latinoamericana y Caribeña, Universidad Pedagógica Experimental Libertador- Instituto Pedagógico Barquisimeto Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa, Barquisimeto. Ha publicado: Del Colegio La Esperanza al Colegio Federal Carora, 1890-1937, Ocho pecados capitales del historiador. Homenaje a Eric Hobsbawm en sus 90 años, Explorando el Estado Lara, Enciclopedia Temática para la Educación Bolivariana. La godarria caroreña (en internet). Columnista de los diarios El Impulso, de Barquisimeto y El Caroreño. Discípulo de los doctores Federico Brito Figueroa y Reinaldo Rojas.

Publicado por Luis Eduardo Cortes Riera , agosto 20 de 2013




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