Autor: Dr. Luis Eduardo
Cortés Riera.
UPEL-Fundación Buría,
Barquisimeto, Venezuela.
cronistadecarora@gmail.com
“Caroreños, vosotros
merecéis ser llamados hijos beneméritos de la patria.”
Simón Bolívar, 1820.
Introducción.
En el presente trabajo
trataremos de hacer una descripción de los sucesos ocurridos en la jurisdicción
de Carora durante los sucesos de la Guerra de Independencia entre los años 1810
y 1830. Para tales efectos hemos de tomar en consideración los aspectos y
situaciones particulares ocurridos en su extensa jurisdicción. Pero este
cometido no lo lograríamos sin tomar en cuenta el escenario nacional e
internacional bajo el cual se desenvolvió la Gesta Magna. Pondremos de relieve
el carácter artesanal de la economía caroreña, así como la densa atmósfera
religiosa que la define, a tal punto que la ciudad se le conoce como “Ciudad
levítica” y “Ciudad procera de Venezuela”. En tal sentido utilizaremos la
llamada “comprensión” para lograr entender de qué manera una ciudad de rostro
artesanal y católico, a la vuelta de poco tiempo se convierte en una de las más
decididas ciudades del país que siguieron con verdadero fervor patriótico la
ruta independentista.
Escenario geográfico:
La antigua ciudad de San
Juan Bautista del Portillo de Carora fue fundada en 1569 en el extremo
occidental de la Provincia de Venezuela. Durante la Colonia se le conoció por
su activa y reconocida artesanía del cuero, el dinámico comercio con Coro,
Maracaibo, Trujillo y Barquisimeto, las muy apreciadas mulas de carga, así como
por sus numerosas vocaciones sacerdotales, la existencia de internacionales
hermandades y cofradías de la Iglesia católica. La Jurisdicción de Carora se
extendía hacia el norte y ocupaba las localidades de Siquisique y Aguada
Grande, actual Municipio Urdaneta del Estado Lara.
Asentada sobre un
terreno arenopedregoso del semiárido, con escasos recursos hídricos y una
vegetación xerófita, la ciudad orientó su economía hacia la artesanía del
cuero, la cría y el comercio con los Andes, el Lago de Maracaibo, Coro y
Barquisimeto. Las poblaciones más significativas de su Jurisdicción eran Río
Tocuyo, Aregue, Arenales, Curarigua, San Francisco, San Miguel de los Ayamanes,
y las ya mencionadas Siquisique y Aguada Grande.
Población:
Para finales del siglo
XVIII, en 1799, nos dice Reinaldo Rojas, que la población de Carora arroja los
siguientes resultados: 469 personas de la casta de los blancos y mestizos, 71
indios, 3.832 negros, zambos y mulatos y 585 esclavos. Para toda la vicaría caroreña
las cifras serán 1.999 habitantes blancos y mestizos, 3.160 indios, 3832
mestizos de negro y 585 esclavos; tales cifras, dice este investigador larense,
representan un 14, 7 % de la Región Barquisimeto, categoría de análisis creada
por Rojas. A fines del siglo XVIII, la llamada “godarria caroreña” daba
muestras incipientes de su conformación, la que se lograría finalmente luego de
la Guerra Magna, en el escenario de aislamiento, pobreza y violencia que dominó
al país durante el siglo XIX.
Cultura y religión:
En el siglo XVIII la
ciudad era conocida por la calidad finamente labrada de sus artesanías del
cuero, un complejo cultural específico, dice Reinaldo Rojas en su obra. De la
misma manera era la ciudad asiento de numerosas cofradías, instituciones de
socorros mutuos que le dieron a la urbe una sensibilidad religiosa sin igual y
en la cual se incubaron sólidos imaginarios colectivos: la virgen del Rosario
de la Chiquinquirá de Aregue (desde el siglo XVII) y la extraordinaria “Leyenda
del Diablo de Carora” en 1736, y durante la República, en 1859, la muy conocida
“Maldición del fraile”. Se erigió una arquitectura barroca un tanto
simplificada, por no ser sobreabundantemente decorada, en las que resaltan las
iglesias de San Juan, San Dionisio y la Capilla del Calvario, así como la Casa
Amarilla, la Casa del Balcón de los Alvarez. Es el escenario ideal para que
allí se produjeran numerosas vocaciones sacerdotales, a tal punto que en los
inicios del siglo XX la urbe fue llamada “Ciudad levítica de Venezuela” por el
padre Carlos Borges.
En los cultivos de
cañamelar curarigüeños, en vía a El Tocuyo, los negros esclavos desarrollaron
un complejo cultural sin parangón en el país, el tamunangue, constituyéndose en
un conglomerado cultural mestizo que incorpora rasgos hispanos, indígenas y
negros, que dan lugar a una manifestación popular y dancística en honor a San
Antonio de Padua, el santo de los negros y de los pobres.
Es de destacar un hecho
importante para entender esta Región Barquisimeto como categoría de análisis de
Reinaldo Rojas. Tiene que ver con la existencia de tres ciudades de blancos en
ella, en lo que hoy corresponde al estado Lara: El Tocuyo, Barquisimeto y
Carora, conglomerados humanos de donde irradió la cultura dominante hispana en tres
siglos de dominación y coloniaje.
Es demasiado importante
destacar un hecho que marca a la jurisdicción de Carora cuando estalla la
Guerra Magna. Se trata del enorme vuelco que en la mentalidad de sus habitantes
se produce en esos días, pues luego de ser una comarca de pacíficos artesanos
del cuero, pequeños criadores y comerciantes fieles a los dogmas de la Iglesia
Católica durante los 300 largos años de régimen colonial, al sonar la clarinada
del 19 de Abril y en acontecimientos súbitos se vuelve la urbe una ciudad
abiertamente alineada con la Independencia, a tal punto que sufrió varios
asaltos por realistas y patriotas, como veremos más adelante. Unos años antes,
en 1806, se supo en la ciudad del Portillo que “el enemigo estaba cerca”,
refiriéndose a la fracasada expedición de Miranda por las costas del Caribe,
cercanas a la ciudad de Coro. Nadie se movilizó en Carora para apoyarlo o para
manifestarle su aprobación.
Pero un rasgo define a
la ciudad: sus numerosos artesanos del cuero, el barro, la madera, el metal.
Ellos contribuyeron a darle fisonomía de ciudad a Carora. Se agruparon en
defensa de sus intereses en las múltiples cofradías que existieron. Eran, por
así decir, sus gremios naturales las hermandades de la Iglesia católica. El
artesano, es preciso destacar, tiene una mentalidad proclive a la autonomía,
pues vive de su trabajo, que ejerce de manera libre; es el artesano su propio
jefe. Esto explica de alguna manera que la ciudad se proclamara ferviente
partidaria de las ideas liberales, de la libertad económica, es decir de la
plena independencia, y, una vez iniciada la Guerra Magna se convirtiera en una
cantera principalísima de reclutas a favor de la Revolución. Tal es así que se
le conoce como “Ciudad procera de Venezuela”, por la significativa
cantidad de eminentes patriotas que entregó a la Independencia. No nos extrañe,
pues, que el nombre de la entidad, el Estado Lara, y el nombre del Municipio
Torres se deban a la membresía de dos Generales de División caroreños: Jacinto
Lara y Pedro León Torres, héroes de la Independencia venezolana y suramericana.
Como si ello no bastara, en el siglo XX, José María Zubillaga Perera escribió
un libro titulado “Procerato caroreño”, donde destaca que la ciudad dio
a la Independencia dos Generales de División, los ya mencionados Lara y Torres,
a los que debemos agregar a los civiles Dr. Domingo Perera Álvarez, Lic. Pedro
Regalado de Arrieche, 12 coroneles, 2 tenientes coroneles, 5 comandantes, 10
capitanes, 13 tenientes, 2 subtenientes, 1 sargento. Un total de 53 próceres
que prodigó la ciudad del Portillo a la causa de la Emancipación venezolana y
suramericana, tal como detallaremos después.
A diferencia de otras
localidades, como las que se condujeron por la economía agrícola, tal es el
caso de El Tocuyo, ciudad donde estaba fuertemente estratificada su
población, en la que una minoría de propietarios de la tierra ejercía un
dominio de clase muy marcado por las formas de propiedad que imperan en el
campo, donde el esclavo, los agricultores asalariados y los jornaleros son
objeto de un fuerte dominio social y cultural, a lo que debe agregarse el apego
secular a las formas de explotación agrícola, que hacen de estos seres humanos
conservadores y poco proclives al cambio revolucionario, lo que nos conduce a
pensar que no se produjese allí en El Tocuyo tal entusiasmo patriótico como en
la vecina ciudad del Portillo de Carora. El artesano vive en el foco de la insurrección,
la ciudad. El agricultor vive en el campo, la zona del conservadurismo secular.
A la ciudad llegan las nuevas ideas, hay personas cultas, o que saben leer; en
la campiña por el contrario el ritmo lento de los cultivos conducen a la
quietud y el recogimiento.
Antecedentes de la Guerra de Independencia
en la Jurisdicción de Carora.
Creo que, sin embargo,
no es descabellado afirmar que la Gesta Independentista en Carora
tiene algún antecedente de alguna significación y que deben ser, en consecuencia,
tomados como tal, como bien los tiene la Guerra de Emancipación en Venezuela en
el movimiento de José Leonardo Chirinos o el de Gual y España, entre otros. En
el caso de la ciudad del Portillo se omite, quizá por temor a afirmar que la
muy famosa Leyenda del Diablo de Carora es, en efecto, un antecedente local de
nuestra Gesta Patria. Solo que este fue un movimiento de masas un tanto
confuso, pero que ya muestra un rechazo a las prácticas económicas de la
monarquía de los Borbones.
Sucedió en 1736 que la
ciudad de Carora, urbe que tenía fuertes vínculos con el contrabando que
infectaba las costas del Mar Caribe, pues era una localidad artesanal que
elaboraba famosos y bien estimados cueros para la exportación, inclusive. Para
sostener tan elaborado producto artesanal la ciudad necesitaba un material que
solo el contrabando le podía proporcionar: herramientas para elaborar sillas,
botas, badanas, cordobanes, etc. Estos valiosos utensilios eran cuchillos,
alicates, fuelles, clavos, tachuelas, grapas, yunques, martillos, agujas, las
cuales eran proporcionados por el comercio holandés de las islas de Aruba,
Curazao y Bonaire, y que entraba por las costas del Estado Falcón. Este
comercio ilícito no lo podía tolerar la Compañía Guipuzcoana, empresa recién
instalada en la Provincia de Venezuela y que tenía su representación en la
ciudad. Una de las misiones más importantes encomendada a tal Compañía era, en
efecto, combatir el tráfico ilícito de mercaderías. Esta empresa de comercio
auspiciada por la monarquía fue factor de perturbación, no solo en
Carora, sino en distintas regiones de la Provincia, tal como la Rebelión de
Andresote en los llanos del Yaracuy en ese mismo siglo XVIII
De modo pues que los
contrabandistas eran bien tratados y se les tenía gran estima en estos lugares
del occidente de Venezuela. Fue por ello que al resultar presos algunos de
ellos, un movimiento popular trata de rescatarlos de las manos de las
autoridades locales caroreñas. Logran, empero, escapar. Fue inútil, pues los contrabandistas
fueron sacados del Convento de Santa Lucía, lugar sagrado donde se creyeron a
buen resguardo, y sin juicio alguno, arcabuceados en la cercana Plaza Mayor.
Desde allí se dice que el diablo anda suelto en Carora.
La alborada del 19 de Abril de 1810.
Las cofradías y hermandades caroreñas.
La caída de la monarquía
de España en manos de Bonaparte desencadena una serie de dramáticos cambios en
la mentalidad de la América hispana. Asistimos al derrumbe de la Escolástica y
sus sutilezas barrocas, penetra la ciencia moderna y experimental a sus centros
de enseñanza, la Ilustración entusiasma a las clases acomodadas. La
cultura-dice Picón Salas- ya tiene traje seglar. El sistema de castas crea
serios y profundos resentimientos sociales. Estamos en vísperas de la
Revolución.
En 1804, un decreto real
molestó enormemente a la cofrádica ciudad de Carora y así como a la América
hispana, pues el Rey Carlos IV despojó de sus bienes a las múltiples cofradías
y hermandades existentes desde el siglo XVI, y a la cual pertenecían el grueso
de su población que entraban a ellas como hermanos. Estas “estructuras de
solidaridad de base religiosa”, tal como las llama el francés Michel Vovelle,
eran las responsables de que se creara en la ciudad una densa atmósfera religiosa
hasta ahora poco conocida y escasamente valorada. Con los bienes de las
cofradías se financiaban dos escuelas de primeras letras creadas por el Obispo
Martí en 1776, por lo que se creyó que sería el Real Decreto de Consolidación
de Carlos IV un duro golpe a la enseñanza así como a la economía eclesiástica,
pues la Iglesia poseía ricas haciendas de cofradías, llamadas “del Montón”,
basadas en la explotación de la mano de obra esclava. Estas obras pías atendían
las necesidades de enfermos, viudas, huérfanos, obligaba a los cófrades a
asistir a las exequias de los hermanos fallecidos. También prestaban dinero a
interés. Eran las hermandades, por así decir, un antecedente de los seguros
sociales del presente.
Nosotros hemos hecho un
estudio del comportamiento de las cofradías caroreñas durante los años del
prolongado y sangriento conflicto bélico que sufrió el país luego del 19 de
Abril de 1810 y el 5 de Julio de 1811 hasta los años de la disolución de la Gran
Colombia en 1830. Es una nueva perspectiva de análisis histórico que arroja
resultados sorprendentes e inesperados. Veamos.
La “entrada” de hermanos
y cofrades mide comportamientos colectivos muy importantes y que habían pasado
desapercibidos para los cultivadores de la llamada “historia acontecimal”,
aquella historia que le da relevancia desproporcionada a la cronología, los
grandes hombres, las batallas y a los acuerdos y armisticios, pero relega al
olvido a los anónimos hombres y mujeres del común. En este caso se trata de los
creyentes que cifraban sus esperanzas en la vida de ultratumba, pero que en el
ínterin de la vida terrenal se agrupaban en tales “estructuras de solidaridad
de base religiosa” para resolver sus necesidades cotidianas en casos de enfermedad,
muerte, viudez, horfandad. Así también las hermandades resolvían problemas
tales como educación, concedían préstamos a interés. Eran, pues, tales
hermandades un factor de sociabilidad y de socorros mutuos que explican la gran
estabilidad del orden colonial, y que sin embargo, sus vidas institucionales se
prolongan hasta la República para llegar, de forma atenuada, hasta el presente.
Tomemos para comenzar el
comportamiento de dos hermandades. Entre los años 1795 y 1830 la entrada a las
cofradías del Santísimo Sacramento y Jesús en La Columna fue relativamente
bajo, pues en ellas se inscribieron 240 hermanos en la primera y 118 en
la segunda, para un total de 358 hermanos inscritos en esas tres décadas de
confrontación. Es importante para hacer una comparación temporal hacer notar
que la cofradía del Santísimo inscribió entre los años 1716 y 1799 la
significativa cantidad de 1.010 hermanos, y que la de Jesús en La Columna hizo
inscripción de 882 cófrades entre los años 1745 y 1799. Esa caída significativa
de las adscripciones revela el enorme estado de confusión y de desconcierto que
sufrieron las hermandades caroreñas, y por extensión toda la sociedad, en esas
décadas de enfrentamiento bélico.
La expedición mirandina
de 1806, con toda la carga de confusión y miedo que provocó entre conservadores
católicos, motivó que entre ese año de tal desgraciada expedición y 1809, se
inscribieron 70 hermanos en la cofradía del Santísimo y 20 en la de Jesús en La
Columna, para un total de 90 nuevos cófrades que seguramente pensaron en la
amenaza protestante, los anticatólicos estadounidenses e ingleses, enemigos
declarados de la virgen y de los santos, así como de la autoridad del papa.
Cuando se producen los
acontecimientos del 19 de Abril en Caracas, comienza el declive muy notorio de
entrada a las cofradías de Carora, descenso que tocará fondo en 1816. Entre
esos 6 años la ciudad paga por su rebeldía patriótica cuando el 23 de marzo de
1812 es tomada por las tropas del capitán Domingo Monteverde. Dos años después,
en agosto de 1814 paga de nuevo Carora de manera más cruel su entusiasmo
libertario cuando es asaltada por la caballería del teniente de milicias de
Coro José Manuel Listerri. Durante el tiempo transcurrido entre estos dos
asaltos la población huyó despavorida, sin saberse su paradero, dice una fuente,
el Libro de donaciones de Nuestra Señora del Rosario, 1790. Entre esas dos
fechas, 1810 a 1816, las hermandades inscribieron 70 hermanos, de los cuales 47
lo hicieron en la del Santísimo, y apenas 23 en la de Jesús en La Columna.
En los años siguientes
a 1816 hubo un repunte de inscripciones en las hermandades que se extendió
hasta 1821. Es el breve periodo de la Tercera República y en el cual entran 50
hermanos a las cofradías mencionadas.
Después del triunfo
patriota en la Batalla de Carabobo en 1821, se despoblaron por completo las dos
hermandades que venimos estudiando. En los años 1822, 1823 y 1824 nadie entró
como hermano en ellas. Entre 1825 y 1829, sólo 16 fieles se animaron a
pertenecer a la cofradía del Santísimo, y ninguno a la de Jesús en La Columna.
Había un compromiso que
obligaba a los cófrades: realizar misas cantadas o no y en gran número
para hacer emerger a los hermanos difuntos de ese tenebroso tercer lugar
de la geometría del más allá, el purgatorio. Apenas se realizaron 8 misas para
aligerar sus salidas de esa creación de la Iglesia medieval
francesa y que, por lo tanto, carece de base bíblica, según ha establecido
Michel Vovelle.
Asaltos realistas y
patriotas a Carora
Recién iniciada la
gesta independentista la ciudad fue tomada por el brigadier Francisco Rodríguez
del Toro, el Marqués del Toro, quien la ocupó antes de su marcha sobre la
realista ciudad de Coro en 1810. En 1811 fue nombrado su comandante el patriota
Diego Jalón, quien fue derrotado al año siguiente cuando Monteverde toma la
ciudad.
El mejor estudio sobre
la Guerra Magna en nuestra jurisdicción larense la debemos a Lino
Iribarren Celis (1898-1988), quien afirma que Carora fue un objetivo táctico
del brigadier realista y gobernador de Coro José Ceballos, lo que
propició la caída de la ciudad en manos del capitán de fragata
Domingo Monteverde el 23 de marzo de 1812. Pero la toma es obra directa del “indio”
Reyes Vargas (1780-1823), quien la planeó, le infundió su aliento y la ejecutó
al frente de los hombres de Monteverde. Derrota a sus defensores Manuel Felipe
Gil y Florencio Jiménez. En esa acción contó Reyes Vargas con el decidido
respaldo del sacerdote realista Andrés Torrellas (1785-1864). Esta acción,
entre otras, dice Iribarren Celis, contribuyó a echar por tierra el frágil
edificio de la Primera República, la cual culminó, como sabemos, con la
capitulación de Miranda en San Mateo el 25 de junio de 1812.
En el terrible año de
1814 la ciudad vuelve a sufrir otro asalto realista, esta vez de la mano del
teniente de milicias de Coro, bajo las órdenes de José Ceballos, José Manuel
Listerri, quien realiza su asalto con 100 hombres a caballo. En 1821 la ocupan
los patriotas al mando del general Carlos Soublette. Ese mismo año fue visitada
por Simón Bolívar luego del triunfo de Carabobo. Allí se hospedó en la casa
conocida como “Balcón de los Alvarez”, del 18 al 22 de agosto de 1821, en su
paso hacia la Nueva Granada. Un suceso ocurrido en estos días es digno
mencionar. El Libertador sufrió de fuertes dolores abdominales luego de bailar
por la noche, por lo que se pensó erróneamente que había sido envenenado con
una bebida llamada “resbaladera”, lo cual fue desmentido vehementemente por la
mujer que la elaboró, una de las hermanas de los Siete Torres, todos ellos
patriotas que murieron inmolados en la guerra, por lo que se les conoce también
como “Los Siete Macabeos de la Independencia”. Las excusas de los edecanes de
Bolívar no se hicieron esperar.
Entre abril y julio de
1822 fue Carora el cuartel general del intendente del departamento de
Venezuela, quien dirige la guerra en la provincia de Coro, el general Carlos
Valentín de la Sociedad Antonio del Sacramento de Soublette y Jerez de Aristigueta. Desde esta posición dirige sus encuentros contra los realistas
mariscal de campo Francisco Tomás Morales y Alonso - Judas Tadeo Piñango Flores.
Las haciendas de las Cofradías “del
Montón” de Carora.
La Guerra Magna
desarticuló las instituciones que se habían estructurado a lo largo de tres
siglos de orden colonial, el sistema productivo, las obras pías, las haciendas
de cofradías, llamadas “del Montón”, y que tenían extensas posesiones al oeste
de Carora, en dirección al Lago de Maracaibo. Se basaban en la explotación de
la mano de obra esclava por parte de la Iglesia Católica, unos 160 negros de
ambos sexos, de la etnia tare, dedicados a la agricultura y a la cría. Se les
decía “del Montón” porque ellas agrupaban varias hermandades caroreñas, tales
como la del Santísimo Sacramento, Nuestra Señora del Rosario, Glorioso Príncipe
de los Apóstoles, Señor San Pedro, Benditas Animas del Purgatorio y Dulcísimo
Nombre de Jesús. Fueron establecidas a comienzos del siglo XVII.
Cuando estalla la Guerra
de Independencia estas haciendas se convirtieron en un objetivo militar
estratégico. Pero sucedió que los administradores de estas ricas haciendas no
tomaron partido por alguno de los bandos en pugna. Así, por ejemplo, le
concedieron ganado mayor al realista Don José Ceballos, quien atacó a los
insurgentes en Bobare en 1813. El 31 de octubre de 1816 entregaron 4 reses a
José Tomás Morales cuando pasó por Carora; entre 1813 y 1819 proveyó 71
caballos a las tropas del Rey dirigidas por el indio Reyes Vargas y Don Vintila
Navarro e, igualmente, 38 caballos a los patriotas. Los revolucionarios
embargaron en alguna ocasión las haciendas: 29 reses en junio de 1814; en
diciembre de 1813 entregaron 31 reses para sostener las tropas realistas
de don José Javier Alvarez. A todo ello habrá que agregar que algunos esclavos
y peones se incorporaron a la revolución en el terrible año de 1814. Estos
esclavos conocían de la insurrección de José Leonardo Chirino de 1795
escenificada en la Serranía de Coro, pues eran frecuentes los viajes que hacían
desde las haciendas del Montón de Carora hasta las costas del mar Caribe en
búsqueda de la sal que tanto necesitaban las haciendas para elaborar sus
productos lácteos y la curtiembre de cueros.
Los decretos
revolucionarios sumergen en una terrible crisis a estas unidades de producción
esclavistas, propiedad de la Iglesia Católica caroreña. En 1816 Simón Bolívar
emite el Decreto sobre libertad de los esclavos, en tanto que el Congreso de
Cúcuta en 1821 abolió el tráfico negrero. En estos años los mayordomos de las
10 cofradías no rindieron cuentas de los fondos que de ellas llevaban. En
1828, el famoso fraile Aguinagalde, el de la muy conocida maldición, acusa la
difícil situación de las cofradías, las faltas que cometen los mayordomos y lo
decaídas que están sus rentas. El religioso recriminó duramente a los
mayordomos que las hermandades bajo su responsabilidad no hacían misas por los difuntos,
lo cual era una obligación contraída por los cófrades al entrar a una de estas
estructuras de solidaridad de base religiosa.
De modo pues que el
proceso de Emancipación significó un profundo trastorno para la Iglesia
venezolana, que se extendió por todo el siglo XIX. En Carora fueron fracturadas
las antiguas cofradías, sus haciendas abandonadas por sus esclavos, y en un
proceso de varias décadas, sus extensas posesiones invadidas. La Iglesia jamás
las pudo recuperar. En la actualidad esas ricas y ubérrimas tierras se han
convertido en grandes haciendas cañeras y ganaderas.
La procera ciudad de
Carora
Hemos dicho más atrás
que la Guerra de Independencia animó a un contingente muy significativo de
caroreños a sumársele, a tal punto que a Carora se le conoce como “Ciudad
procera de Venezuela”. Esta designación se la debemos a José María Zubillaga
Perera (1875-1942) quien editó en 1928 en París el libro Procerato
caroreño, investigación histórica en la cual establece que 53 héroes de
la Independencia entrega la jurisdicción de Carora a la contienda, tal como
veremos de seguido.
En primer lugar dos
civiles destacan: Dr. Domingo Perera y licenciado Pedro Regalado de Arrieche.
Luego menciona el crecido contingente militar caroreño: los Generales de
División Jacinto Lara y Pedro León Torres. Los coroneles Julián Montesdeoca,
José María Niño y Ladrón de Guevara, Manuel Morillo, Francisco Torres,
Etanislao Castañeda, Domingo Riera, José María Camacaro, “primera lanza del
Perú”, Miguel Lara, Andrés María Alvarez, José María Vargas, José de los Reyes
González, y José Oliveros. Los tenientes coroneles Rafael Rodríguez y Bruno
Torres. Los comandantes Asisclo Torres, José de la Trinidad Samuel, Lorenzo
Alvarez, Juan Agustín Espinoza, Antonio Díaz.
Agrega José María
Zubillaga Perera los capitanes Manuel María Torres, José Antonio Samuel,
Fernando Perera, Martín María Aguinagalde, quien moriría asesinado en funciones
de gobernador de la Provincia de Barquisimeto en 1854, Carmelo Antía, Javier
Chávez, José Ignacio Torres y Arrieche, Juan Antonio Montesdeoca, Juan Alvarez.
Los tenientes Juan Agustín Montesdeoca, Simón Judas Crespo, Loreto Franquis,
Juan José Urrieta, Luciano Samuel, Andrés Pineda, José Manuel Samuel, José de
la Cruz Samuel, Juan Norberto Rodríguez, Juan López Samuel, Juan Carlos
Santeliz, Jacinto Silva, Manuel Fonseca. Los subtenientes Juan Manuel Santeliz,
Marcelino Rodríguez. Los sargentos Manuel Ramos, Policarpo Samuel, Juan José
Samuel, Bernardino Torres, Juan Bautista Torres.
A esta lista habría que
añadir a dos personajes relevantes que en un principio abrazaron la causa
realista para luego pasarse al bando patriota. Ellos son el “indio Reyes Vargas
y el sacerdote Andrés Torrellas, quienes después de la batalla de Carabobo y por
efecto de las políticas del Libertador, se hicieron fervientes partidarios de
la independencia.
A toda esta
pléyade de hombres habrá que agregar los anónimos hombres y mujeres
caroreños que no quedaron registrados para la historia, y que con sus esfuerzos
y su sangre derramada liberaron de la tiranía española a Venezuela y a la gran
patria suramericana.
Pedro León Torres Ariechi y Juan Jacinto Lara Meléndez, dos Generales de
División Caroreños.
Se trata de los dos más
eminentes héroes de la independencia del Estado Lara. El General Pedro León Torres
muere a la temprana edad de 34 al ser herido mortalmente en la Batalla de
Bomboná en 1822, en tanto que el General Jacinto Lara falleció de muerte
natural en 1859 en Barquisimeto. Los restos mortales del General Torres no han
sido repatriados y se encuentran en la población colombiana de Yacuanquer a la
espera de ser llevados, como bien se lo merece, al Panteón Nacional, Caracas.
Jacinto Lara reposa en el Panteón de la Patria desde 1911.
Antes de iniciarse la
Guerra Magna, Torres y Lara se encontraron en un poblado cercano a Carora: Los
Arenales. Allí enseñaba un sacerdote excepcional, el Pbro. Bachiller José Félix
Espinoza de los Monteros, quien regentaba una cátedra de latinidad a la cual
asistieron los futuros héroes de la independencia suramericana. También
participaron estos caroreños en la Campaña Admirable de 1813 a las órdenes del
Brigadier Bolívar. Entre 1813 y 1814 participa Torres en las batallas de
Araure, Los Taguanes, San Mateo, Niquitao, Los Horcones (cerca de
Barquisimeto), primera batalla de Carabobo. Torres acompaña a Bolívar en la
Expedición de Los Cayos, preparada en Haití
en 1815 con ayuda del presidente Petión. En 1816 participa en la
Retirada de los Seiscientos con Mac Gregor. Participa en las batallas de 1816:
Quebrada Honda, El Alacrán, El Juncal, San Félix, la Campaña del Centro de 1818.
Dirigidos por el Libertador, Torres y Lara avanzarán en la Campaña del Sur. Estará
Torres en la Campaña de Nueva Granada de 1819, las batallas de Pitayó (1820),
Genoy (1821), pero Torres llegará apenas a la Nueva Granada sin poder seguir
hacia el sur, pues es herido mortalmente en la Batalla de Bomboná en 1822.
Juan Jacinto Lara Meléndez, por su parte estará en 1813 en la
batalla que da inicio a la Campaña
Admirable (1813) en San José de Cúcuta, a la cual seguirán Niquitao, Los
Horcones, Taguanes, Bárbula, Trincheras, Vigirima, primera batalla de Carabobo
(1814), la Conquista de Guayana (1817), las batallas de La Hogaza (1817),
Calabozo (1818), en la Batalla de Ayacucho (1824), con el Mariscal Sucre. Una
vez ganada la Guerra, Lara es expulsado de Colombia por su marcada adhesión a
Bolívar.
Bolívar tuvo generosas
palabras para estos dos prohombres caroreños. A Lara lo llamó El Ulises de
Colombia. Fue de los pocos, o quizás el único ser humano, en asistir a dos
eventos de los más relevantes en la historia suramericana. En 1810 estará en
Caracas durante los sucesos del 19 de abril, mientras que 14 años después como
General patriota se distinguirá en la Batalla de Ayacucho, la cual pone fin al
colonialismo español en Suramérica; en tanto que el General Torres protagonizó
con el Libertador un malentendido que ha quedado en el imaginario colectivo
venezolano. Bolívar ordena en la Batalla de Bomboná a Torres tomar una colina y
después almorzar, lo cual Torres hace de manera contraria. Bolívar indignado le
pide el mando, pero el caroreño se ofrece pelear como el más humilde de los
soldados. El Libertador conmovido por aquel gesto, le devuelve el mando. Torres
ataca a los realistas de inmediato, gana las posiciones, pero cae herido de
muerte en aquella heroica acción. Morirá en un hospital de los realistas en
Yacuanquer, Pasto, Colombia, el 22 de agosto de 1822.
Resulta poco menos que
curioso que Pedro León Torres Arriechi haya sido puesto prisionero por su propio
hermano, el capitán, a las órdenes de los realistas, José Manuel Torres,
durante los sucesos de 1812, cuando es apresado en Siquisique, Municipio
Urdaneta, y enviado a Puerto Rico. Pero logra escapar y se pone en 1813 bajo
las órdenes de Bolívar. Es el momento de fulgor en su vida, puesto que venía de
colocarse bajo el mando de dos patriotas derrotados: el Marqués del Toro y el
Generalísimo Francisco de Miranda con los cuales se pierde la Primera República.
Por su parte Jacinto Lara sirvió en un primer momento bajo el mando del General
Miranda, pero luego lo hizo bajo la conducción de Bolívar, de José Antonio Páez y del Mariscal Sucre. Una
buena estrella le acompañará desde entonces, a tal punto que será uno de los
pocos sobrevivientes de la hecatombe humana que significó la Gesta Magna en
Suramérica.
Torres era demasiado
intrépido y su coraje apenas tenía parangón. Tal fue así que el General José
Antonio Páez decía que el caroreño tenía un valor que daba miedo. Lara tuvo,
como comerciante de ganado y antes de 1810, un raro privilegio, pues hizo trato
y amistad con José Tomás Boves, hasta que el terrible asturiano se enlistara en
las filas de los colonialistas. En 1817 Jacinto Lara vio ensombrecida su
brillante hoja de servicio durante la campaña de las Misiones del Caroní.
Sucedió que recibió desde mandos superiores pasar por las armas a 22 capuchinos,
cargo del cual salió airoso, pues el Libertador le dio todo su apoyo. Torres y
sus hermanos han sido llamados por don Tulio Febres Cordero Los Siete Infantes de
Lara Caroreños, un martirologio que no tiene comparación en Venezuela
independentista, pues los siete derramaron su sangre por la libertad de su
patria. Estos son sus sagrados nombres: Bruno, Juan Asisclo, Miguel María,
Bernardo Antonio, Juan Bautista y Pedro León. El único en sobrevivir a la guerra
fue el Coronel Francisco José, pues murió en Valencia, cubierto de heridas, en
1850. La madre de estos héroes es la caroreña Juana Francisca Arriechi, quien
murió en Los Arenales en 1812 sin poder observar el inmenso sacrificio de sus
siete hijos en pro de la libertad.
Un rasgo marcado define
a ambos coterráneos caroreños, y no es otro que su ferviente bolivarianismo, lo
cual no es otra cosa que la encarnación en estos dos héroes de la independencia suramericana del espíritu
y la abnegación republicana que mostró la antigua ciudad del Portillo de Carora
desde los albores mismos de la Gesta Independentista. Tal actitud de la ciudad
del Portillo de Carora contrastará marcadamente con la de la ciudad
neogranadina de Pasto, quien fue un reducto de la reacción contra la
independencia protagonizada por la Iglesia Católica y sectores conservadores.
Pasto odiaba pertinazmente a Colombia y nunca se reconcilió con la causa de la
independencia, escribe John Lynch. El hondo sentido religioso de la ciudad
venezolana no fue óbice para que se declarara fervientemente republicana, lo
cual no sucedió con la localidad neogranadina. Bolívar pensaba que la devoción
de Pasto a la corona y a la Iglesia era una herida abierta que podía volver a
infectar a Colombia. Resulta una ironía histórica que precisamente en Pasto
ofrendara su vida a la causa libertaria el General Pedro León Torres en 1822
cuando apenas contaba con 34 años. Al conocer de su deceso dijo el Libertador: “con
la muerte de Pedro León Torres hemos perdido un compañero digno de nuestro
amor, el Ejército un soldado de gran mérito y la República uno de sus hijos de
esperanzas para el día de la paz.”
Reconocimiento del
Libertador a los caroreños
Desde su cuartel general
de Trujillo, el general Simón Bolívar, Libertador y Presidente de Colombia, se
refiere de esta manera sobre la ciudad y de sus habitantes:
“Caroreños:
vuestra conducta leal y siempre eminentemente laudable ha arrancado de mi corazón
el sentimiento de la más justa admiración. Sí, compatriotas: vosotros merecéis
ser llamados hijos beneméritos de la patria. Caroreños: el ejemplo que acaba de
dar el coronel Vargas poniéndose a vuestro frente para enarbolar el pabellón de
Colombia, es digno de la gratitud nacional. Seguidle, pues, en la senda del
honor y de la gloria republicana. Un solo esfuerzo más y viviréis libres y
pacíficos porque Dios ha coronado nuestra constancia con la victoria.”
Tales palabras de
Bolívar fueron emitidas en el Cuartel General Libertador en la ciudad de
Trujillo el 26 de octubre de 1820, poco antes de la crucial batalla de
Carabobo. El Libertador muestra su entusiasmo por el fervor patriótico de los
caroreños. Con la muerte del general de división Pedro León Torres en
Yacuanquer, Colombia, en 1822, daría también muestras Bolívar de
admiración por el brío indoblegable y el fervor republicano de los caroreños en
esa hora excepcional vivida por Venezuela. Los generales de división Juan Jacinto
Lara Meléndez y Pedro León Torres Arriechi se distinguieron además por haber sido partidarios
fervientes del Libertador. Torres vivió apenas 34 años, sus restos esperan aun
ser repatriados y llevados, como bien se merece, al Panteón Nacional.
El General de División
Juan Jacinto Lara Meléndez, una vez terminada la contienda, volvió a Carora, se dedicó a la
tierra y fue Gobernador de la Provincia de Barquisimeto entre 1843 y 1847.
Desde el 24 de julio de 1811, sus restos reposan en el Panteón Nacional.
Consideraciones finales.
La antigua ciudad de
Carora, situada en el occidente de la antigua Provincia de Venezuela, fue
durante el régimen colonial conocida por su magníficas artesanías como la del
cuero, la calidad de sus recias mulas, así como sus numerosas vocaciones
sacerdotales, su potente y acusado imaginario religioso. Una vez que estalla la
Guerra de Independencia la ciudad se pronuncia con entusiasmo y fervor por la
causa republicana, por lo cual sufre de varios asaltos, tanto de realistas como
de patriotas. Es significativo que esta urbe diera tan gran contingente de
próceres eminentes y destacados a la Independencia, lo cual se constituye como
una singularidad que deviene de la estructura ocupacional de su población,
dedicada mayoritariamente a las artesanías así como al comercio, lo cual nos
permite comprender tan significativo aporte de la ciudad, unos 53 patriotas
eminentes y de proyección suramericana, a la causa independentista. Por ello se
le conoce como “Ciudad procera de Venezuela”. Esta realidad, de indiscutible
mérito y significación histórica que le vincula con su glorioso pasado, le ha
dado a Carora una fuerte personalidad, un ethos que la distingue de
otras localidades, pueblos y ciudades de Venezuela.
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El autor del presente ensayo es casado con la médico
cirujano Raiza Mujica, Licenciado en Historia, Universidad de Los Andes,
Mérida, Venezuela, 1976. Magíster en Historia, Universidad José María Vargas y
Doctor en Historia, Universidad Santa María, Caracas, 2003. Docente de la
Maestría en Historia, Convenio Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado,
Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Instituto Pedagógico
Barquisimeto Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa, y Fundación Buría. Cronista de
Carora desde 2008. Docente del Doctorado en Cultura Latinoamericana y Caribeña,
Universidad Pedagógica Experimental Libertador- Instituto Pedagógico
Barquisimeto Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa, Barquisimeto. Ha publicado: Del
Colegio La Esperanza al Colegio Federal Carora, 1890-1937, Ocho pecados
capitales del historiador. Homenaje a Eric Hobsbawm en sus 90 años, Explorando
el Estado Lara, Enciclopedia Temática para la Educación
Bolivariana. La godarria caroreña (en internet). Columnista de los diarios El
Impulso, de Barquisimeto y El Caroreño. Discípulo de los doctores Federico
Brito Figueroa y Reinaldo Rojas.