A Hermann Pernalete Madrid, dedico
El
exuberante y erudito medievalista francés Jacques Le Goff publicó en 1981 un
libro extraordinario y pasmoso, que nos ha hecho cambiar nuestra idea de la
Edad Media, así como de la fe cristiana: “El
nacimiento del purgatorio” (Taurus, 1985), 449 páginas. Pertenece Le Goff a
la llamada tercera generación de la escuela de Annales, fundada en 1929 por
Marc Bloch y Lucien Febvre, quien ha hecho del medioevo su centro de interés.
Estudió a los mercaderes, los intelectuales, la idea del tiempo, hasta que se
encontró con la geografía del más allá y uno de sus sitios menos nombrados: el
Purgatorio.
Sostiene
Le Goff que es una noción que no tiene base bíblica, sino que es el
producto
del pensamiento en un largo proceso que culminará en el siglo XII, cuando la palabra pasa de adjetivo
a sustantivo, un acontecimiento lingüístico, signo capital de la evolución de
esta creencia. Es, pues, el resultado de una antiquísima tradición popular. Se
trata de un tercer lugar distinto al Paraíso y al infierno, al que van a dar
los que no fueron ni muy buenos ni muy malos en su pasantía terrenal. Esos
difuntos podrán emerger de tan tenebroso lugar si sus familiares hacían mejorar
su condición por medio de oraciones, limosnas, peregrinaciones y misas, es
decir las indulgencias. Se acusará más tarde a papas y obispos de venderlas, lo
que ocasionará, sobre todo en el siglo XVI, gran descrédito a la Iglesia de
Roma.
Una
carta papal de 1254 le dará formalidad a la idea del Purgatorio, la cual desde
entonces gozará de reconocimiento en la Europa medieval, hasta que la reforma
protestante lo borrará de su andamiaje conceptual. Pero en la cristiandad
latina tuvo, por así decir, un éxito enorme desde que se le dio conformación
definitiva en un lugar de la geografía europea: la llamada Isla de Francia, es
decir en las inmediaciones de París. La espiritualidad de la época no podrá entenderse
claramente sin la idea del Purgatorio. El Concilio de Florencia de 1437
oficializó del todo este tercer lugar. Triunfará en los medios escolásticos con
Alberto Magno y santo Tomás de Aquino. Recibe, pues, su ordenación escolástica.
El
siguiente triunfo -dice Le Goff- será el triunfo social: la pastoral. El Purgatorio
será desde entonces predicado en iglesias, conventos, monasterios, tendrá sus
grandes vulgarizadores en los monjes cistercienses y dominicos. Se hace una
palabra de uso corriente y hasta tendrá su santa: Lutgarda. Triunfo, pues, en
la teología y en el plano dogmático. Es una verdad de fe de la Iglesia.
Pero
su más rutilante triunfo vendrá desde la literatura: el triunfo poético del Purgatorio
en La Divina Comedia (1321) del Dante
Alighieri, quien le coloca siete gradas al tenebroso Tercer Lugar: Primera: soberbia;
segunda: envidia; tercera: ira; cuarta: pereza; quinta: avaricia; sexta: gula;
y séptima: lujuria. En la cima del Monte
Purgatorio Dante colocó el Paraíso
Terrenal o Jardín del Edén. Este triunfo ocurre algo más de cien años después
de su nacimiento, el Purgatorio se beneficia de una suerte extraordinaria: el
genio poético del florentino, nacido en 1265, quien le otorga un lugar de
excepción en la memoria de la humanidad. Los genios de Litz, Doré, Blake, Smith
y Chaucer lo llevarán a la música, la pintura y la literatura.
Este
libro lo he recomendado ampliamente a los participantes de la Maestría en
Historia de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado y en el Doctorado
en Cultura Latinoamericana y Caribeña de la Universidad Pedagógica Experimental
Libertador, Barquisimeto, quienes han modificado desde entonces sus geografías
del más allá y sus compromisos con la Iglesia Católica, sobre todo los brillantes
sacerdotes que nos han acompañado, los cuales han alterado notablemente una de
las ideas centrales de sus convicciones.
En
la iglesia de San Juan Bautista de Carora, Estado Lara, Venezuela, hubo un
cuadro de este “infierno temporal” pintado por Julio Teodoro Arze (1868-1934), excéntrico
pintor caroreño quien estudió en Roma. Entre las llamas y
por venganza colocó allí a varios de sus odiados familiares, desnudos, gimiendo
y sollozando de dolor. Este óleo, que nos aterrorizó nuestra infancia y
adolescencia, sufrió grave deterioro y por tal motivo fue arrojado a la basura
por no sé quién.