jueves, 12 de septiembre de 2013

El nacimiento del Purgatorio


A Hermann Pernalete Madrid, dedico

El exuberante y erudito medievalista francés Jacques Le Goff publicó en 1981 un libro extraordinario y pasmoso, que nos ha hecho cambiar nuestra idea de la Edad Media, así como de la fe cristiana: “El nacimiento del purgatorio” (Taurus, 1985), 449 páginas. Pertenece Le Goff a la llamada tercera generación de la escuela de Annales, fundada en 1929 por Marc Bloch y Lucien Febvre, quien ha hecho del medioevo su centro de interés. Estudió a los mercaderes, los intelectuales, la idea del tiempo, hasta que se encontró con la geografía del más allá y uno de sus sitios menos nombrados: el Purgatorio.
 


Sostiene Le Goff que es una noción que no tiene base bíblica, sino que es el 
producto del pensamiento en un largo proceso que culminará en el  siglo XII, cuando la palabra pasa de adjetivo a sustantivo, un acontecimiento lingüístico, signo capital de la evolución de esta creencia. Es, pues, el resultado de una antiquísima tradición popular. Se trata de un tercer lugar distinto al Paraíso y al infierno, al que van a dar los que no fueron ni muy buenos ni muy malos en su pasantía terrenal. Esos difuntos podrán emerger de tan tenebroso lugar si sus familiares hacían mejorar su condición por medio de oraciones, limosnas, peregrinaciones y misas, es decir las indulgencias. Se acusará más tarde a papas y obispos de venderlas, lo que ocasionará, sobre todo en el siglo XVI, gran descrédito a la Iglesia de Roma.

Una carta papal de 1254 le dará formalidad a la idea del Purgatorio, la cual desde entonces gozará de reconocimiento en la Europa medieval, hasta que la reforma protestante lo borrará de su andamiaje conceptual. Pero en la cristiandad latina tuvo, por así decir, un éxito enorme desde que se le dio conformación definitiva en un lugar de la geografía europea: la llamada Isla de Francia, es decir en las inmediaciones de París. La espiritualidad de la época no podrá entenderse claramente sin la idea del Purgatorio. El Concilio de Florencia de 1437 oficializó del todo este tercer lugar. Triunfará en los medios escolásticos con Alberto Magno y santo Tomás de Aquino. Recibe, pues, su ordenación escolástica.

         El siguiente triunfo -dice Le Goff- será el triunfo social: la pastoral. El Purgatorio será desde entonces predicado en iglesias, conventos, monasterios, tendrá sus grandes vulgarizadores en los monjes cistercienses y dominicos. Se hace una palabra de uso corriente y hasta tendrá su santa: Lutgarda. Triunfo, pues, en la teología y en el plano dogmático. Es una verdad de fe de la Iglesia.

Pero su más rutilante triunfo vendrá desde la literatura: el triunfo poético del Purgatorio en La Divina Comedia (1321) del Dante Alighieri, quien le coloca siete gradas al tenebroso Tercer Lugar: Primera: soberbia; segunda: envidia; tercera: ira; cuarta: pereza; quinta: avaricia; sexta: gula; y  séptima: lujuria. En la cima del Monte Purgatorio  Dante colocó el Paraíso Terrenal o Jardín del Edén. Este triunfo ocurre algo más de cien años después de su nacimiento, el Purgatorio se beneficia de una suerte extraordinaria: el genio poético del florentino, nacido en 1265, quien le otorga un lugar de excepción en la memoria de la humanidad. Los genios de Litz, Doré, Blake, Smith y Chaucer lo llevarán a la música, la pintura y la literatura.

Este libro lo he recomendado ampliamente a los participantes de la Maestría en Historia de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado y en el Doctorado en Cultura Latinoamericana y Caribeña de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Barquisimeto, quienes han modificado desde entonces sus geografías del más allá y sus compromisos con la Iglesia Católica, sobre todo los brillantes sacerdotes que nos han acompañado, los cuales han alterado notablemente una de las ideas centrales de sus convicciones.

En la iglesia de San Juan Bautista de Carora, Estado Lara, Venezuela, hubo un cuadro de este “infierno temporal” pintado por Julio Teodoro Arze (1868-1934), excéntrico pintor caroreño quien estudió en Roma. Entre las llamas y por venganza colocó allí a varios de sus odiados familiares, desnudos, gimiendo y sollozando de dolor. Este óleo, que nos aterrorizó nuestra infancia y adolescencia, sufrió grave deterioro y por tal motivo fue arrojado a la basura por no sé quién.

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