viernes, 7 de marzo de 2014

La Raza Cósmica de José Vasconcelos


Cansados de los postulados del positivismo, los jóvenes mexicanos que fundaron el Ateneo de la Juventud en 1909 se orientaron por la filosofía bergsoniana. Uno de estos jóvenes fue José Vasconcelos, a quien Keyserling consideró como el más grande pensador de América Latina. Fue abogado, pero su formación filosófica fue autodidacta, lo que, a mi modo de ver, le dio a sus escritos un carácter personal, original y heterodoxo.
Temperamento volcánico, apoyó la Revolución mexicana y tuvo que exilarse tres veces por oponerse a los gobiernos que se sucedieron en México durante 30 años. Fue Ministro de Instrucción Pública entre 1920 y 1922, Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México y candidato desafortunado a la presidencia de la República en 1929. Fue un gran educador, así como brillante hombre de letras. Le debemos a su genio obras como El monismo estético, Pitágoras, una teoría del ritmo, Bolivarismo y Monroismo, Tratado de metafísica, Etica, Indología, Todología, El Ulises criollo, La raza cósmica (1925).
Se nutrió, como dijimos, de Bergson (1859-1941), del cual apreciaba el intuicionismo, la teoría del espacio vital, y los análisis de la conciencia y la memoria, que hacían tocar la realidad del mundo y de una cierta libertad. Amaba demasiado la música, y su estética toca fondo en cuanto a las notas musicales. Se entusiasmó por el pensamiento hindú, el cual incorporó a su sistema bastante ecléctico.

Dos grandes aportes hace en su pensamiento: el “monismo estético” y la original teoría de “la raza cósmica”. Su método no es el intelectualismo sino el de la emoción. La emoción es el tercer órgano del conocer, es la maestra de lo real. Su monismo estético parte de una visión de la belleza que no percibieron ni Aristóteles ni Kant. Propone la intuición estética para una comprensión superior de la misión del arte, soberano valor humano y cósmico.
Toda esta grandiosa concepción del cosmos desembocará en su famosa tesis de la “raza cósmica”, obra sorprendente, publicada entre las dos guerras mundiales, y es una contrapartida de la ideología nazi al proponer el mestizaje. Considera que el estadio espiritual o estético está en trance de ser alcanzado solo por los latinoamericanos. Considera que en el Nuevo Mundo latinoamericano se está formando una quinta raza, una feliz mescla de razas ajena a todo racismo: la raza del porvenir que tiene una vocación universalista. Es la raza definitiva. La raza síntesis o la raza integral, hecha del genio y la sangre de todos los pueblos, y por lo mismo, la más capaz de verdadera fraternidad y de visión realmente universal.
Es únicamente la civilización latinoamericana la que dará tono a la raza futura, en oposición a la civilización anglosajona, segregacionista y racista desde el origen. Los valores que promueve Latinoamérica, dirá siguiendo al uruguayo José Enrique Rodó, serán los del humanismo y de la cultura desinteresada, a base de arte y de mística, en lugar del utilitarismo nórdico que ha engendrado el capitalismo más sórdido.
Como la emoción es la más alta de las facultades humanas, la raza cósmica, hija de la hispanidad y de la lusitanidad, será moldeada con el sentimiento privilegiado de la emoción estética, capaz de  simpatizar de la mejor manera con todas las culturas y de unificar el Universo y sus poblaciones tan abigarradas.
Como Ministro de Instrucción decretó la educación socialista en México, inspiró el movimiento de los muralistas mexicanos: Rivera, Siqueiros, Orozco. Creó la consigna inmortal de “Por mi raza hablará el espíritu”. Hizo imprimir millones de obras clásicas para la lectura de todo el pueblo mexicano, dando instrucciones precisas a los funcionarios y empleados de este proyecto, al que llamó Misiones Culturales, que se dejaran robar ejemplares de los libros exhibidos en los kioscos.
Hizo de los maestros rurales un ejército de paz y fundó la Revista de proyección continental El Maestro. Se dice que en cierta ocasión lloró de emoción al ver en una escuela rural de Ecuador un ejemplar de esta Revista.

Su vida fue en extremo marcada por la pasión y la fogosidad. Uno de los sucesos más extraordinarios vividos por el Maestro de América, fue el suicidio de su compañera sentimental Antonieta Rivas Mercado, precursora del feminismo mexicano, dramaturga y periodista, quien eligió para llevar a cabo tan trágica determinación la catedral de Notre Dame de París, el 11 de febrero de 1931, con el arma que Vasconcelos solía cargar consigo.

Después de medio siglo de su muerte, acaecida en 1959, Vasconcelos, su vida, así como sus obras portentosas, siguen siendo estudiadas y analizadas bajo las nuevas perspectivas que se abren en esta alborada del Tercer Milenio. Un verdadero genio, sin duda.

El juicio del mono (1925)

Pareciera mentira que en Estados Unidos, el país más próspero del  mundo, que había salido fortalecido y casi indemne de la terrible e inúti...