Cansados de los
postulados del positivismo, los jóvenes mexicanos que fundaron el Ateneo de la
Juventud en 1909 se orientaron por la filosofía bergsoniana. Uno de estos
jóvenes fue José Vasconcelos, a quien Keyserling consideró como el más grande
pensador de América Latina. Fue abogado, pero su formación filosófica fue
autodidacta, lo que, a mi modo de ver, le dio a sus escritos un carácter
personal, original y heterodoxo.
Temperamento volcánico,
apoyó la Revolución mexicana y tuvo que exilarse tres veces por oponerse a los
gobiernos que se sucedieron en México durante 30 años. Fue Ministro de Instrucción
Pública entre 1920 y 1922, Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México
y candidato desafortunado a la presidencia de la República en 1929. Fue un gran
educador, así como brillante hombre de letras. Le debemos a su genio obras como
El monismo estético, Pitágoras, una teoría del ritmo, Bolivarismo y Monroismo, Tratado
de metafísica, Etica, Indología, Todología, El Ulises criollo, La raza cósmica (1925).
Se nutrió, como
dijimos, de Bergson (1859-1941), del cual apreciaba el intuicionismo, la teoría
del espacio vital, y los análisis de la conciencia y la memoria, que hacían
tocar la realidad del mundo y de una cierta libertad. Amaba demasiado la
música, y su estética toca fondo en cuanto a las notas musicales. Se entusiasmó
por el pensamiento hindú, el cual incorporó a su sistema bastante ecléctico.
Dos grandes aportes
hace en su pensamiento: el “monismo estético” y la original teoría de “la raza
cósmica”. Su método no es el intelectualismo sino el de la emoción. La emoción
es el tercer órgano del conocer, es la maestra de lo real. Su monismo estético
parte de una visión de la belleza que no percibieron ni Aristóteles ni Kant.
Propone la intuición estética para
una comprensión superior de la misión del arte, soberano valor humano y
cósmico.
Toda esta grandiosa
concepción del cosmos desembocará en su famosa tesis de la “raza cósmica”, obra
sorprendente, publicada entre las dos guerras mundiales, y es una contrapartida
de la ideología nazi al proponer el mestizaje. Considera que el estadio espiritual
o estético está en trance de ser alcanzado solo por los latinoamericanos.
Considera que en el Nuevo Mundo latinoamericano se está formando una quinta
raza, una feliz mescla de razas ajena a todo racismo: la raza del porvenir que
tiene una vocación universalista. Es la raza definitiva. La raza síntesis o la
raza integral, hecha del genio y la sangre de todos los pueblos, y por lo
mismo, la más capaz de verdadera fraternidad y de visión realmente universal.
Es únicamente la
civilización latinoamericana la que dará tono a la raza futura, en oposición a
la civilización anglosajona, segregacionista y racista desde el origen. Los valores
que promueve Latinoamérica, dirá siguiendo al uruguayo José Enrique Rodó, serán
los del humanismo y de la cultura desinteresada, a base de arte y de mística,
en lugar del utilitarismo nórdico que ha engendrado el capitalismo más sórdido.
Como la emoción es la
más alta de las facultades humanas, la raza cósmica, hija de la hispanidad y de
la lusitanidad, será moldeada con el sentimiento privilegiado de la emoción
estética, capaz de simpatizar de la
mejor manera con todas las culturas y de unificar el Universo y sus poblaciones
tan abigarradas.
Como Ministro de
Instrucción decretó la educación socialista en México, inspiró el movimiento de
los muralistas mexicanos: Rivera, Siqueiros, Orozco. Creó la consigna inmortal
de “Por mi raza hablará el espíritu”. Hizo imprimir millones de obras clásicas
para la lectura de todo el pueblo mexicano, dando instrucciones precisas a los
funcionarios y empleados de este proyecto, al que llamó Misiones Culturales,
que se dejaran robar ejemplares de los libros exhibidos en los kioscos.
Hizo de los maestros
rurales un ejército de paz y fundó la Revista de proyección continental El
Maestro. Se dice que en cierta ocasión lloró de emoción al ver en una escuela
rural de Ecuador un ejemplar de esta Revista.
Su vida fue en extremo
marcada por la pasión y la fogosidad. Uno de los sucesos más extraordinarios vividos
por el Maestro de América, fue el suicidio de su compañera sentimental
Antonieta Rivas Mercado, precursora del feminismo mexicano, dramaturga y
periodista, quien eligió para llevar a cabo tan trágica
determinación la catedral de Notre Dame de París, el 11 de febrero de 1931, con
el arma que Vasconcelos solía cargar consigo.
Después de medio siglo
de su muerte, acaecida en 1959, Vasconcelos, su vida, así como sus obras
portentosas, siguen siendo estudiadas y analizadas bajo las nuevas perspectivas
que se abren en esta alborada del Tercer Milenio. Un verdadero genio, sin duda.