domingo, 5 de diciembre de 2021

Gilberto Agüero Docente sindicalista y cañicultor

Un Pequeño automóvil europeo avanza por las interminables y soleadas carreteras del Sur del Lago de Maracaibo. Se dirige al caserío Capazón en el Estado Mérida. Se trata del Maestro Normalista Gilberto Ramón Agüero, quien asumirá el cargo de docente en ese pueblecito perdido en la geografía venezolana, tras ser removido de su cargo de manera arbitraria en Barquisimeto. Era una forma indirecta de despido que usaban los adecos para castigar a los disidentes cabezacalientes del magisterio. Atrás deja a su esposa y dos pequeños hijos, lleva el firme propósito de no renunciar a su cargo de educador. Pronto se hace querer de aquella gente buena y primitiva. Cuatro años estuvo entre ellos, pero a su regreso al estado Lara constata que ha perdido su matrimonio.

 “Como maestro de primaria ganaba muy poquito, me dice. Por ello me inscribo en el Pedagógico a cursar la especialidad de Castellano y Literatura”. Se gradúa prontamente y le asignan 40 horas en el Liceo Egidio Montesinos de Carora en 1977. Es allí donde le conozco y comienzo a admirar sus extraordinarias dotes como persona y como docente sindicalista. Era, como yo, profesor de aula en aquel ambiente dominado políticamente por adecos y copeyanos. Al poco tiempo se gana la confianza de los 84 profesores del plantel y asume el cargo de Delegado Sindical del poderoso Colegio de Profesores del estado Lara, liderado por el profesor Edgar Bazán Rivero, su gran amigo.

Los adecos se desgastan en el poder y ganan las elecciones de 1978 los socialcristianos, un poderoso partido en Carora en ese entonces dirigido por Jesús Antonio Morillo Gómez. La oposición magisterial llama a un paro nacional por un contrato colectivo justo. En el Municipio Torres es el profesor Agüero quien asume la dirección del movimiento de reivindicación salarial de los maestros y profesores. Tiene grandes dotes de dirigente organizador, adquiridos en la capital del estado Lara y en el estado Mérida. Fue esa huelga un triunfo rotundo del magisterio frente a las pretensiones aviesas del ministro de educación Dr. Rafael Fernández Heres.

Los copeyanos comienzan a favorecer a su gente y designan para el cargo de subdirectora académica en nuestro plantel a una militante prominente del partido. No cumple ella con sus funciones y el Liceo inmediatamente se paraliza.  En mi presencia, Agüero le califica duramente de “corrupta”, a lo que la profesora responde citándolo para levantarle un acta punitiva con la asesoría de dos supervisores afectos a su partido. Me llaman a firmar aquel espurio documento a la dirección del Liceo, a lo que me niego rotundamente. Gilberto Agüero siempre me agradeció aquel gesto de valentía de mi parte, puesto que adecos y copeyanos confabulados querían defenestrar a mi amigo y sacarlo nuevamente del juego.  

Se acercaban las elecciones de la Federación Venezolana de Maestros y Agüero suena inmediatamente como candidato contra las pretensiones continuistas de los verdes. Casi gana las elecciones sin tener maquinaria partidista de respaldo frente a un partido de gobierno todopoderoso, en tiempos del presidente Luis Antonio Herrera Campins.  Los copeyanos dejan el poder y una cierta normalidad se respira con el nuevo gobierno de Jaime Ramón Lusinchi.

En esos días y para mi sorpresa descubro que mi amigo tiene una curiosa especialidad en la cría y cuidado de canarios y otras aves canoras. Nos explica en largas y sostenidas conversaciones de qué manera hacer cambiar de dieta a estos animalitos, de qué forma reparar sus paticas quebradas y cómo cruzarlos con el cardenalito, un ave colorida y endémica del semiárido larense. Preside en varias ocasiones la Sociedad de Cañicultores del Estado Lara y gana varios premios con presencia de jueces belgas que vienen a calibrar el canto de estas magnificas aves de encierro. Toñita, su segunda esposa, atiende a las amarillas aves mientras él se viene a Carora a cumplir con su labor docente. Era muy ducho en cuestiones de ornitología, pero, cosa digna de destacar, ignoraba olímpicamente la botánica.

Descubre acá en Carora las singularidades de esta heteróclita ciudad del semiárido larense, sus godos o caracoloradas, pues labora en el instituto donde cursan estudios sus hijos. Se gana la confianza de Ermila Álvarez, su propietaria, quien le admira su capacidad para dictar clases a aquellos muchachos difíciles y consentidos durante 19 años. Otra de sus pasiones fue la singular gastronomía de la ciudad del Portillo.

En Liceo asume Gilberto la asesoría de las promociones de bachiller y organiza los muchachos para obtener recursos para el ansiado grado académico y el consiguiente paseo para las playas de Adícora en el Estado Falcón y hasta la isla de Margarita, con todos los gastos cubiertos. Rifas y fiestas con afamadas orquestas logran el cometido dinerario. Los actos académicos en octubre eran todo un espectáculo de luz y colorido que terminaba con fuegos de artificio. Dos hermosas e inteligentes chicas de quinto de ciencias, Taty Suárez y Briyeli Pérez Castejón, eran una suerte de eficientes y atractivas secretarias de Gilberto en aquellos afanes en 1989, año en que se producen los terribles sucesos de el “caracazo” y que en Carora fueron relevantes por su intensidad.

Mi amigo Gilberto era de mediana estatura, sano y fuerte, poco se enfermaba. Corpulento y piernas arqueadas. Tez morena y pelo sin canas. No consumía alcohol sino en ocasiones especiales.  No sabía bailar. Su rostro amplio cobijaba una boca ligeramente desviada. Al saludar decía: “Poeeeta”, al tiempo que calzaba sus anteojos y extendía sus brazos abiertos hacia atrás. Sus íntimos lo llamaban “Abimael” por lo de sus posiciones izquierdistas que estremecían los acartonados poderes magisteriales. “Hay que saber jefear”, repetía siempre este hombre que tenía hundidas sus raíces familiares en la ciudad de Quíbor y que amaba las conversaciones inteligentes.  

Debido a sus claras dotes gerenciales asume la dirección del Liceo Egidio Montesinos en 1993 con el apoyo de la mayoría de los docentes. Los cambios políticos se veían venir y en 1996 gana la gobernación del estado Lara el señor Orlando José Fernández Medina, quien se lleva a Gilberto para tareas de dirección en la Zona Educativa, un gigantesco monstruo.  Comienza una labor muy importante al hacer ajustes de carga horaria, traslados y ascensos entre aquel personal docente que no simpatizaba con la llamada “cuarta república” y que estaban por esa razón como arrinconados y vegetando en sus cargos. Uno de esos movimientos fue el mío y fue a comunicármelo a mi casa en diciembre de 1995.

Formaba parte de una numerosa familia de educadores de la “ciudad de los crepúsculos”, quienes inspirados por su madre estudiaron casi todos en el Instituto Pedagógico de Barquisimeto. “Ella era analfabeta, me decía Gilberto, pero, cosa extraña, era escéptica en asuntos religiosos.”  Su padre era gallero empedernido, arte que trasmitió a mi amigo.

       Retirado de la docencia en 2003 con 36 años de servicio, se dedica a la compra venta de automóviles. Vino a Carora a mi matrimonio con la médica cirujana Raiza Mujica en 2005. Siempre nos comunicábamos vía wasap, hasta que a mediados de este año 2021 me dijeron que necesitaba oxigeno por haber contraído el Covid19. Sus canarios y cardenalitos avisaron del vuelo a la eternidad de este magnífico docente y sindicalista que fue Gilberto Ramón Agüero.

 Paz a su alma.

 

Santa Rita de Carora, 4 de diciembre de 2021.

Luis Eduardo Cortés Riera.

cronistadecarora@gmail.com

 

 

 

 

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