
Profesor Bernardo Yépez,
la memoria histórica de Curarigua
de Leal.
Luis Eduardo Cortés Riera.
Bernardo, que tenía apellido tocuyano, inventa sin
saberlo la microhistoria sin haber leído nunca al mexicano don Luis González González.
No tuvo necesidad de leer San José de
Gracia, editado en 1968, el best seller mundial que catapulta
la historia con lupa en Hispanoamérica y el resto del orbe. Desde un pequeño y
agradable poblado perdido en el semiárido occidental venezolano llamado
Curarigua de Leal, emprende Bernardo desde hace varias décadas la noble misión
de reconstruir la memoria histórica de unos caseríos que se reconocían a lo
sumo de manera oral y de generación en generación. Desde allí aparecen impresos
los nombres de lugares como Tunalito, Ira, El Paso, Joroba, Potrerito, La
Rinconada, lugares de la memoria que se rencontraron con su pasado gracias al
incansable hacedor de cultura que fue Bernardo Yépez. Quizás sea esta noble
labor única en Venezuela hasta donde sepamos: La historia de los de abajo,
colección que dirige con el licenciado Jesús Dudamel, donde dicen que “la gente
encopetada ha dejado muchos testimonios de su existencia, no así la gente
humilde y la vida cotidiana”, palabras que nos recuerdan la intrahistoria del
español Don Miguel de Unamuno (1864-1936).
Siempre reconocía sugerencias de buen modo y aceptaba los
yerros y enmendaduras a sus escritos que pasaban por nuestras manos antes de ir
a imprenta Horizonte de Barquisimeto del señor Alberto Jaimes. Entre sus
futuros proyectos, siempre tenía uno, estaba Curarigua en el paladar de todos
los venezolanos, en referencia a la extracción del mejor orégano (origanum vulgare) del mundo que se
destina a las grandes empresas del ramo: Mc Cormick, Iberia, Alfonzo Ribas,
entre otros. Me decía emocionado que gracias a esta humilde planta silvestre y
que nadie siembra ni riega, decenas de hogares logran sustento para sus
familias sin dañar a la planta. Las pizzas, parrillas y los espaguetis serían
desabridos sin el orégano curarigüeño. “Es una actividad ecológica del semiárido
larense venezolano”, decía con su característico tono de voz y afable sonrisa
mientras se frotaba las manos.
Otro de sus planes era el de restituir el baile de la
bamba, que se escenifica en algunos caseríos de la parroquia Antonio Díaz,
“pues está muy disminuida”. Le asomé la posibilidad de un Atlas Ilustrado del juego de la pelota criolla de Curarigua, impreso
con tapas duras con fotografías a todo color, las reglas de juego, planos y diagramas,
entrevistas de peloteros de ese magnífico y viril deporte autóctono del
semiárido venezolano. “Lo vamos a hacer” me dijo cargado de emoción, un rasgo
permanente de su afable carácter.
Fue este tenaz y decidido conductor de la cultura, quien
venía de ser profesor de electricidad y mecánica en liceos barquisimetanos,
quien recibe hospitalariamente en su posada al filósofo palmaritense (Estado
Barinas) Doctor José Manuel Briceño Guerrero. “Se emocionó tanto el doctor al
observar la danza negroide del tamunangue, que se pasa de palos de cocuy y hubo
que acostarlo en una hamaca no sin antes darle un buen baño” El resultado de
aquella vista fue el sabroso libro El
garrote y la máscara, que contiene pasajes de su recorrido por El Tocuyo, Sanare,
Cubiro, Carora y Curarigua.
Su entrega y pasión por la investigación histórica llega
a extremos poco menos que increíbles. Cierta vez fue a la Sala Larense de la
Biblioteca Pío Tamayo de Barquisimeto, donde era habitué, en búsqueda de un
dato puntual sobre su paisano escritor Rafael Domingo Silva Uzcátegui, autor de
la prodigiosa y monumental Enciclopedia
Larense (1942) Al terminar felizmente su faena no encontró en el
estacionamiento su camioneta Toyota Samuray, pues había dejado el suiche pegado
en ella. ¡La encontraré, la encontraré!, decía repetidamente.
Gracias a su ayuda pude conocer un libro de R. D. Silva
Uzcátegui que es una rareza impresa en España. Me lo hizo amablemente llegar fotocopiado:
Historia crítica del modernismo en la
lengua castellana, publicado en 1925. Le hice un ensayo con el cual gané la
Bienal Nacional de Literatura Antonio Crespo Meléndez en 2014. Luego dicté por
invitación suya una conferencia de este autor curarigüeño en la deslumbrante
biblioteca de este poblado ubicado en un recinto religioso, lo cual constituyó
para mi persona una agradable sorpresa. Allí fue capaz de reunir una gran
colección de libros que me deja como maravillado, a tal punto que pensé volver por
unos días a disfrutar de aquel portento de biblioteca alojada en un espacio
sagrado que contiene ediciones raras de libros de cualquier parte del mundo.
Era un hombre previsivo, pues desde hace años prepara la
línea sucesora de la Casa de la Cultura de Curarigua. Se trata del licenciado Jesús
Dudamel, docente a lomo de motocicleta y escritor de un bello Muestrario de poesía curarigüeña y de La Rinconada cuenta su historia. Ellos
tuvieron el atrevimiento de fundar el Fondo Editorial Curarigua en aquel
pueblito con aires andinos del semiárido larense, un pequeño Macondo con el
único rebaño de burros con ojos azules del mundo. Un portento de cultura
literaria pocas veces visto en el interior de Venezuela.
Curarigua por su posición geográfica es una especie de
nudo cultural por encontrarse equidistante entre dos ciudades coloniales de
luengo y afincado estirpe cultural barroca: El Tocuyo y Carora. Dos flujos de
tradición cultural que iban y venían de estas dos ciudades coloniales que se
encuentran y se dan la mano en el valle del Río Curarigua que baja de los Andes
larenses, que da por resultado más notorio la danza nigralba del cañamelar, el
tamunangue, la manifestación folclórica, afirma Francisco Tamayo, más rica de
Venezuela y quizás de Hispanoamérica. Esa suite
es la maravillosa convergencia de la cultura peninsular española, canaria,
aborigen americana y negra africana.
La cultura barroca se expresa magníficamente el Día de
los Muertos, 2 de noviembre de cada año en Curarigua, con la impresionante
procesión de las ánimas del purgatorio, con la sentencia del catolicismo postridentino
como fondo emotivo: Recuerda que vas a morir. Por la noche y amparados por
luces de velas y cirios, me dice Bernardo, cobijados con hojas de cambur, caminan
los lugareños rumbo al camposanto y a las señales orales de El Gritón, sin
mirar hacia atrás, por lo que era hasta hace poco ritual prohibido a las damas porque
corren el riego de hacerlo.
De las manos de Bernardo, cronista de Curarigua, me topé
con el siglo XVIII colonial. Sucedió cuando fuimos a visitar una antigua
plantación de cacao al sur de Curarigua, plantas que fue traídas por los
hacendados de nuestro gran siglo colonial y que se fundieron con la otra
planta, asiática esta vez, que se aclimata a la sequedad primorosamente: la
caña de azúcar. Soy de la idea, le decía a Bernardo, que el tamunangue no es
solo producto de una sociología de la dulzura de la caña, tal como dice Manuel Moreno
Fraginals, sino que habría que agregar el cacao para darle tonalidad rítmica a
nuestra danza negroide en honor a San Antonio de Padua, el santo de los pobres.
Resulta poco menos que increíble que este pequeño poblado
haya tenido hijos tan destacados: el iniciador de la cardiología Carlos Gil
Yépez, el prolífico escritor autodidacta Rafael Domingo Silva Uzcátegui, la
gigantesca figura del folclore Pío Rafael Alvarado, el gobernador del Estado
Lara Dr. Honorio Sigala, al precursor de la teología de la liberación en
Venezuela presbítero Lisímaco Gutiérrez, allí nació Valentón Carucí, prolífico compositor,
fue lugar de residencia del educador Dr. Ramón Pompilio Oropeza, del Doctor en
Agronomía Rafael Tobías Marquís Oropeza.
Debemos agregar
ahora a este portento de la tenacidad cultural que fue el docente Bernardo
Yépez, quien se retira físicamente de entre nosotros el 19 de diciembre de
2025, pero que quedará en la memoria registrado hondamente por haber sido artífice
de uno de los más audaces proyectos historiográficos del interior de Venezuela,
que debe ser replicado en otras parroquias y municipios de Venezuela. Bernardo
abrió el camino.
Pastor Nava, poeta popular, escribe en deliciosos versos
rimados a
BERNARDO YEPEZ:
Nos llegó de San Isidro
Por voluntad del Señor
Un hombre que es muy querido
Y es cronista y profesor
Todo lo hace por amor
Y mucha dedicación
Es el cronista el mejor
Que ha llegado a esta región
Bernardo lleva por nombre
Y tiene esa gran virtud
De enseñar a la Juventus
A los niños y al hombre
De esto ninguno se asombre
Porque es hombre de cultura
Recordará este nombre en
Cada generación futura
Ha escrito para la historia
Dedicándole su vida
Para dejar su memoria
Al pueblo de Curarigua
De manera ejemplar
Que tenemos a la vista
Ha descrito este cronista
A Curarigua de Leal.
Carora,
Estado Lara,
República Bolivariana de Venezuela,
27 de diciembre de 2025.