
Marc Bloch:
El ídolo de los orígenes en el
hacer histórico.
Luis Eduardo Cortés Riera. cronistadecarora@gmail.com
Este pernicioso y falaz ídolo de la tribu de los
historiadores, bien podría constituirse en otro de los Pecados Capitales del Historiador,
de los cuales me he referido en otras ocasiones. Resuenan de nuevo las formidables
lecciones de filósofo y científico inglés Francis Bacon (1561-1626), quien nos
advertía en el siglo XVII de los obstáculos a los que debe enfrentar el
pensamiento humano: ídolos o fantasmas de todo tipo y pelaje. Los clasifica
este filósofo inglés de cuatro maneras: ídolos de la tribu, ídolos del foro,
ídolos del teatro, ídolos de la caverna, en su célebre obra Novum Organum, 1620.
El ídolo de los orígenes ha atacado a quien escribe,
un mea culpa. Motivado por una difusa
e inconsciente búsqueda de una explicación causal del extraordinario e
indiscutible fervor de la religiosidad católica de mi ciudad de Carora, Venezuela,
me fui sin pensarlo mucho al genésico siglo XVI, centuria donde seguramente
encontraría explicación a tan resaltante fenómeno contemporáneo. Así, creí
conseguirla en la fundación de la Cofradía del Santísimo Sacramento en 1585,
una hermandad que comenzó afiliando una ínfima docena de cófrades y que luego,
con el transcurrir de los siglos, se hizo masiva y multitudinaria. Era, como se
habrá notado, una explicación tomada de las ciencias biológicas y más
exactamente de la embriología. De la bellota nace el roble, dice genialmente
Marc Bloch en Apología por la historia o
el oficio del historiador. Quizás haya sido por comodidad de pensamiento y
que también puedo atribuir a la influencia no declarada de un libro de mis
mocedades favorito: El origen de la vida,
de Oparin, el que yo haya caído mansamente en las diabólicas manos del
ídolo de los orígenes.
Marc Bloch (1886-1944) ha dicho admirablemente en su Apología de la historia o el oficio del
historiador (1941) que “para los hombres que hacen del pasado el principal tema de
investigación, la explicación de lo más próximo por lo más lejano ha dominado a
menudo nuestros estudios hasta la hipnosis. La obsesión de los orígenes es como
un ídolo de la tribu de los historiadores. En una palabra, la cuestión no es saber si Jesús fue
crucificado y luego resucitó. Lo que se trata de comprender es por qué tantos
hombres creen en la crucifixión y en la resucitación. Ahora bien, la fidelidad
a una creencia no es, evidentemente, más que uno de los aspectos de la vida
general del grupo en que ese carácter se manifiesta”.
Así lo entendí al darme cuenta que en el siglo
genésico del XVI no podía de modo alguno residir toda la carga explicativa del gran
fervor del catolicismo de hogaño en tierras del semiárido occidental
venezolano. Si bien es cierto que la
fundación colonial de las cofradías es muy importante para comprenderlo,
también es necesario tomar en cuenta que también fueron fundadas estas
hermandades en tiempos republicanos, siglos XIX y XX, que durante los gobiernos
del presidente Antonio Guzmán Blanco (1870-1888) lejos de debilitarse estas
cofradías caroreñas por las políticas anticlericales, se reforzaron y crecieron
en número y calidad de adherentes, tal como pude descubrir tras intensa,
paciente investigación archivística en
el magnífico repositorio que es el Archivo de la Diócesis de Carora.
Otro mentís al ídolo delos orígenes radica en que la
inmensa devoción mariana de la virgen de la Chiquinquirá de Aregue no se
estableció en este pueblo de indios en el siglo genésico, sino que es devoción
americana procedente del Reino de Nueva Granada en el siglo XVII. En una palabra, como dice Marc Bloch, un fenómeno
histórico nunca puede ser explicado en su totalidad fuera del estudio de su
momento.
Esta hermosa devoción femenina e indígena ha sido
masiva desde que se estableció en Aregue, poblado indígena cercano a la ciudad
de blancos de Carora. Recibió un gran refuerzo en 1745 cuando don Cristóbal de
la Barreda construyó de su peculio una iglesia en agradecimiento a la virgen
morena por haber sobrevivido a un naufragio pavoroso en el mar Caribe. La
iconografía en torno a la virgen india es otro dato relevante. A fines del
siglo XVIII colonial y barroco se incorpora el soberbio y espectacular óleo de
la Virgen del Rosario de la Chiquinquirá de Aregue, una identificación emotiva
muy intensa que la imagen incorpora.
Pero hay
un hecho reciente que me ha puesto a reflexionar: la multitudinaria marcha de
la fe que tiene lugar en los meses de octubre de cada año y que es una creación
del siglo XXI. Un auténtico río humano que camina 10 kilómetros desde Carora
hasta Aregue desde que despunta la madrugada venciendo crisis económica, pandemias
y escasez de carburante.
A Carora se le conoce como “ciudad levítica de
Venezuela” desde principios del siglo pasado. Este bautizo reconoce y afinca
aún más la vivencia profunda de la fe católica de los caroreños. Este efectivo
mote se lo debemos al padre Carlos Borges, poeta de inspiración mística y amatoria, en
visita a Carora en 1918. Se dio cuenta entonces el levita caraqueño de la gran
cantidad de sacerdotes nativos de esta ciudad enclavada en el semiárido
occidental venezolano. Hogaño podemos decir que más de un millar de eclesiásticos
han nacido acá. Destacan entre ellos siete obispos, uno de los cuales es
candidato firme a subir a los altares: el obispo mártir Salvador Montes de Oca,
asesinado en Italia por la barbarie nazi en 1944.
Pero hay un destacadísimo hecho sociológico,
religioso y colectivo que experimenta la ciudad de Carora a lo largo de las
centurias y que nos da una visión de la masividad de la fe entre nosotros. Se
trata del carácter militante en el catolicismo de nuestra clase dominante, los
patricios o godos de Carora, quienes, en el empeño de resguardar la pureza de
su linaje hispánico y canario, se identificaron profundamente con los asuntos
del altar, coparon los cargos eclesiásticos, se adueñaron de las cofradías, y -quizás
lo más importante- obtuvieron generosas dispensas matrimoniales que protegieron
sus prosapias para así evitar la dispersión de sangre y fortunas. Una firme y
autentica endogamia biológica y cultural que nos alcanza en el siglo XXI.
Hemos citado la historia religiosa solo a manera
de ejemplo. Pero a todo estudio de la actividad humana, advierte Marc Bloc,
amenaza el mismo error: confundir una filiación con una explicación. La fidelidad
a una creencia no es, evidentemente, más que uno de los aspectos de la vida
general del grupo en que ese carácter se manifiesta. Evitemos a todo trance el
dañino ídolo de los orígenes.