El
Pbro. Dr. Carlos, hermano mayor de Chío Zubillaga, animado por la encíclica
Rerum Novarum de 1891, refundó en la iglesia de San Dionisio de Carora en 1906
una hermandad a la que llamó Cofradía de la Gloriosa Mártir Santa Lucía. Venía
el flamante levita de obtener su doctorado en la Universidad de Caracas. Su
primer mayordomo fue Don Agustín Zubillaga. No era la primera con ese nombre,
pues otra con igual denominación existió en un templo ya derruido, el de San
Francisco. La cofradía ya existía en
1746, en la Colonia, y tenía vida floreciente, dice el libro que hemos
consultado. De modo pues que fue revivida por este excepcional sacerdote al que
hemos considerado un adelantado de la Teología de la Liberación en Venezuela.
Dice
el reglamento de la hermandad que: “No podrán inscribirse como hermanos sino
los que pertenecen a la comunión católica”. Pedía una limosna duplicada si el
hermano es difunto o se halla en estado de gravedad. Cuando un hermano moría se
colocaba una bandera de color verde por 24 horas en la iglesia. A las 10 de la
mañana se daba un doble de campanas por el cofrade muerto. Las cuatro campanas
fueron donadas por la hermandad.
Uno
de los artículos de la cofradía dice: “Si desgraciadamente algunos de los
hermanos se afilia a una de las sociedades condenadas por la Iglesia, el
Mayordomo le pedirá su renuncia de la secta, y si esto no hiciere se reunirá la
cofradía para declararlo solemnemente excluido del número de los cofrades”.
Tampoco podrán entrar por cofrades los
casados solo por el civil, y se le darán seis meses para que lo hagan
por la iglesia.
Entre
los hermanos fundadores encontramos al judío sefardita Jacobo Curiel, Ramón
Zubillaga, Gilberto Zubillaga, José Hilario Gatica, Juan Bautista Zubillaga,
Rosa Armado, J. A. Jiménez, Rosana Zubillaga, Ysaura Perera, Elvirana
Zubillaga, Nemesia Serrano, Salomé Zubillaga, Dolores Pérez, Felicia Silva, Braulia
Losada, Obdulia Losada, Elisa Zubillaga, Rufina M. de Perera, Elodia Chávez,
entre otros.
En
1864 la misma cofradía se reunía presidiendo sus actos Monseñor Dr. Maximiano
Hurtado, levita tocuyano, José Antonio Gutiérrez como vice patrono. Aparecen
firmando: Desiderio Herrera, María
Zubillaga, Teodoro Zubillaga, Concepción Zubillaga, Antonia Jacinta Oviedo,
Segundo A. Verde, Juana R. Morillo, Petronila Mendoza, Andrés María Montes de
Oca, Flavio Herrera, Gregoriana Montes de Oca, Braulia Alvarez, Escolástica
Oropeza, José Manuel Perera, hijo, Teresa Alvarez de Solares, María del Carmen
Aguinagalde, Ignacio Montes de Oca, Carmen Franquis, Josefa A. Riera, Ponciana
Andueza, Carolina Silva, Cándida Silva, Josefa Andueza, Carolina Silva, María
de los Angeles Silva.
El
destruido templo de San Francisco era objeto frecuente del robo de sus
materiales en 1877, un sacrilegio que denunció el general Segundo A. Verde. Después, Don Agustín Zubillaga pidió permiso
para vender lo que quedaba del referido templo.
Finalmente, el 13 de diciembre de 1880, fueron vendidos los materiales
del templo de San Francisco, autorización que emitió el Vicario Maximiano
Hurtado, acompañado de los ricos comerciantes Flavio Herrera y Amenodoro Riera,
el futuro financista del Colegio La Esperanza en 1890. El otro financista de
esta institución educativa particular, el señor Andrés Tiberio Alvarez era
también miembro de esta hermandad. Así como también Lázaro Perera, Federico
Carmona, fundador del diario El Impulso en 1904, Juan Bautista Franco, Dr.
Ramón Perera, Dr. Juan Bautista Tamayo León, así como el futuro Rector fundador
de La Esperanza: Ramón Pompilio Oropeza.
En
las reuniones de la cofradía se leía en voz alta la vida de Santa Lucía escrita
en el libro “El año cristiano”, escrita por el padre Crovisset. Al morir el
mayordomo Sr. Agustín Zubillaga, resultó electo unánimemente el Dr. Lucio
Antonio Zubillaga, Vicerrector de La Esperanza. En ese acto de elección estaban
presentes Cecilio Zubillaga, Jacobo Curiel, y el Pbro. Gilberto Zubillaga. Al
fallecer Lucio Antonio en 1928, se reúne la cofradía para elegir al nuevo
mayordomo, Sr. Antonio María Zubillaga.
Esta
cofradía no existe en la actualidad, pues desapareció en la década de los años
30, durante la dictadura andina y retrógrada de Juan Vicente Gómez.