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Lisandro Alvarado |
Quien le dio a Carora su bautismo de Ciudad Levítica de Venezuela, fue el presbítero Doctor Carlos
Borges, poeta
de inspiración mística y amatoria. Nació en familia acomodada en Caracas en
1867 y falleció en Maracay en 1932. Descendiente de Andrés Bello, conoció a
José Martí, antiguzmancista, secretario
privado del presidente Cipriano Castro, pagó cárcel en La Rotunda por ello,
enamoró apasionadamente de Lola Consuelo, cuya muerte en 1912 lo sume en el
alcohol, se enamora nuevamente y piensa viajar a Estados Unidos con su amada. Luis
Beltrán Guerrero dice de este personaje que: “Durante los días de Semana Santa
de 1918, el presbítero Doctor Carlos Borges fue predicador sagrado de Carora.
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Andrés Bello |
Venía a cumplir aquí penitencias necesarias para borrar profanos deslices. Renegaba de
sus versos gentiles, de las debilidades
de la carne...” Dice Guerrero
que Borges fue rodeado en Carora por la amistad y admiración de
todos. “El correspondió a esos
sentimientos con el oro de su palabra”. En carta para Don José Herrera Oropeza, Director de El Diario, fechada el 30 de Septiembre de 1921, “traza en unos
párrafos el mayor elogio lírico en lengua del modernismo que se ha hecho a la
ciudad”: “Urbe veneranda, ciudad
matrona: doctoral, levítica, guerrera 3, tiene las virtudes características de
sus rancias abuelas españolas.
Cuando considero su sapiencia, su cortesía, su
piedad, su bravura, viénenseme a la mente
Salamanca y Toledo, Ávila y Zaragoza. Me gusta Carora como una joya antigua,
como un libro clásico, como un vaso litúrgico, como una panoplia de antaño.
Por sus tradiciones domésticas, por sus
costumbres patriarcales, por su devoción
religiosa, por su cultura social, por su amor reverente a las glorias pretéritas,
me inspira profunda simpatía esa urbe austera y bondadosa, ciudadela de refugio
contra el repugnante modernismo que por dondequiera nos invade. Académica,
aristocrática, católica, procera, Carora es, por lo mismo, conservadora. Suyo
el catecismo de Ripalda, cabal
compendio de la eterna sabiduría, evangélico grano de
mostaza, llave del Reino de los Cielos;
con pastas de seda y canto de oro, sobre la mesa de la sala, el libro de
Carreño. Suyas la toga y la muceta y todo el paramento de la corte universitaria,
donde, en mejores tiempos, gallardeara de iris de las borlas –azul, gualda,
rojo, violeta, distintivo de matemáticos, médicos, juristas y teólogos –honrosa gala que Minerva ponía en
el pecho de sus paladines -¡Cajigal, Vargas, Roscio, Ávila!– como quien decora
con banderas las encinas de un bosque
sagrado. Suyo el dedal de hierro junto a la sortija de
diamante en la mano hacendosa y fina
de la que es luz y sal, y miel y mirra, y óleo del hogar. Suyo el carbón de
incensario con que traviesos monacillos,
a riesgo de duros palmetazos, trazan en
las paredes de la sacristía sus propios nombres, que resultan después ilustrísimos en la historia de nuestra
Iglesia. Suyo el acero de temple boliviano en la espada de Torres y en la
pluma de Riera Aguinagalde. Suya, en
fin, la azucena de mármol que, frente al pueblo-
Cuando se creyó oportuno que el Distrito
Torres tuviese su escudo, acudió al
llamado Aníbal Lisandro, hijo del Dr.
Lisandro Alvarado, quien diseñó en 1955 un escudo que más que un símbolo de una
ciudad, esto es, representativo de un
colectivo social, se asemeja a un blasón, escudo de armas de una familia aristocrática, pues la
armadura de conquistador español ocupa
su parte superior tal y como de igual manera aparece
en los blasones de las familias godas de Carora: Riera, Zubillaga, Oropeza y Herrera. Pero a
los efectos de lo que particularmente nos interesa, debemos hacer notar que en el cuartel
inferior izquierdo aparecen varios símbolos de religiosidad, lo que llama la
atención, puesto que en lo que se refiere al Escudo Nacional o a los escudos de
los Estados venezolanos, tales alegorías no aparecen frecuentemente. Así pues,
en el escudo que nos ocupa aparecen una cruz, símbolo inequívoco del catolicismo,
¡un sombrero de sacerdote!, un
farol que reposa sobre unos libros; de
entre los cuales, a no dudarlo, deben
estar La Biblia o Los Evangelios. Refleja el escudo de Alvarado un
imaginario, que en modo alguno es
neutro, puesto que tiene un significado social: el escudo del Distrito es el
símbolo de unos poderes instituidos, el de los godos y el de la Iglesia
Católica, poderes que desde hace siglos
dominan el escenario social caroreño.