SILVESTRE GUEVARA LIRA |
El Arzobispo de Venezuela Dr. Silvestre Guevara y Lira tenía ganado ya un
buen prestigio al llegar a Carora, pues había firmado el Decreto de Abolición
de la Esclavitud en 1854, logró firmar un Concordato con la Santa Sede (1862),
llamado por Hermann González Oropeza “un Concordato frustrado”, puesto que fue
rechazado por el Congreso. Años después de su visita a Carora, asistió Guevara
y Lira al Concilio Vaticano I (1868), a su regreso fue expulsado del país por
el gobierno de Guzmán Blanco. En 1874
Guzmán Blanco propuso que lo sustituyera un caroreño, el Obispo de
Guayana Monseñor José Manuel Arroyo Niño Ladrón de Guevara (1814-1884) y debió
enfrentar la idea guzmancista de crear una Iglesia venezolana e independiente
de Roma (1876).
Vino a Carora a preparar el terreno
para que fuese ejecutada la Bula de Erección del Obispado de Barquisimeto, la
que fue firmada el 16 de diciembre de
1865. Guevara y Lira debió afrontar en
Carora un problema que era correlato de la precaria situación en que se hallaba
la Iglesia después de la Independencia. Un grupo de cófrades de las hermandades
caroreñas, encabezados por Rafael A. Álvarez, José María Zubillaga, Agustín A. Álvarez,
Ramón Urrieta, Flavio Herrera, Antonio María Zubillaga y el judío converso
Jacobo Haím Curiel, miembros de la
godarria caroreña. Refieren ellos al Arzobispo que las cofradías: “Que en otros
tiempos tenían fondos más que suficientes (...) sus cuentas están reducidas a
su más sencilla expresión (...) y que muchas de sus posesiones de valor y
algunos censos se hagan en poder de los herederos del último mayordomo,
José Paulino Guerrero”. La Guerra Magna, el descuido y el poco celo
acabó, decían, con lo que llegó a ser una gran riqueza. Pidieron entonces a
Guevara y Lira: “Solucionar el complicado negocio de las cofradías dejando
instrucciones y facultades al Vicario Foráneo (...) y aún nos parece que alguna
persona con nombramiento, formal de su Señoría Ilustrísima podría arreglar ese
negociado y desenmarañar ese hilo de cofradías.”
Estas posesiones de valor a las que se refieren estos caroreños no son
otras que las que hoy forman las tierras más fértiles del Municipio Torres en
los valles del Río Quediches. Habría que averiguar de qué manera fueron
transferidas esas ricas tierras por los herederos de su último mayordomo José
Paulino Guerrero a sus actuales poseedores. Eran esas posesiones las llamadas
“Cofradías del Montón”, tal y como se le llamaban en el siglo XVIII. El Obispo
Martí refiere que “las que nombran del Montón” eran las cofradías del Santísimo Sacramento, Nuestra Señora del
Rosario, El Glorioso Príncipe de los Apóstoles Señor San Pedro, San George y
Las Benditas Ánimas del Purgatorio. Fueron estas cofradías las responsables de
que, desde principios del siglo XVII, fueran ganadas para la producción
agropecuaria las inmensas y fértiles tierras ubicadas al Oeste de la ciudad de
Carora, la zona de calor húmedo de la Vicaría. Aún no se ha hecho un estudio
sistemático y profundo de este proceso de colonización de esta ubérrima zona
del Municipio Torres. Nosotros podemos adelantar que tales tierras fueron
pedidas por Pedro y Andrés de Almarás al Capitán General de la Gobernación
Señor Don Francisco de Oberto para que “conceda en que puedan pastar las yeguas
de esta Sta. Cofradía y otros ganados que adquirieran en tiempo futuro en
tierras baldías en los ejidos del común...” . Aparecen en el documento los nombres
de Diego Gordon, Francisco de la Hoz Berrio (Gobernador de Venezuela entre 1616
y 1622), Pedro Delomar, Alonso Sánchez Cambero (párroco de la iglesia de San
Juan Bautista del Portillo de Carora), Diego González Rodríguez de Narváez,
Martín de la Peña, Francisco Cano Galera, Francisco Bazán, Alonso Serrano y
Andrés Gordon.
En estas tierras ejidales se asentaron las cofradías “del Montón” en los
alrededores de los sitios de Burerito, elevado a curato por el Obispo Martí en
1776, Guede, Hueso de Venado, Cadillar, Venadito, La Sabaneta, Daguayure, La
Redonda, Zaragoza, Lagunicha, Los Quediches y Boraure. Estaban muy activas esas cofradías a principios del siglo XIX. Durante la Guerra de Independencia constituyó
un apetitoso botín para los bandos en pugna por sus numerosos ganados, yeguas,
cabras, caballos, mulas, burros, marranos, aves de corral, quesos, maíz,
plátanos, piñas; así como también sus caudales y su mano de obra tanto esclava
como libre. Pero sus administradores ayudaban tanto a patriotas como a los
partidarios del rey de España.