Maestro normalista, Cecilio Hernández, se
sembró en la ciudad del Portillo desde 1960. Llega acompañado entonces de los
hermanos Carlos y Hernán Prieto Castillo, y se instalan con sus ánimos
pedagógicos a estrenar en el Grupo Escolar Ramón Pompilio Oropeza, dirigido por
mi padre, Expedito Cortés, quien los recibe con una exhortación: “Espero que me
ayuden.” “Es que los directores de planteles enseñaban a trabajar la docencia”,
comenta mi amigo.
Visita mi Oficina de Cronista y comienza la
grata y sabrosa conversa. Me dice que fue la difícil situación económica la que
lo motiva a estudiar en la Escuela Normal en aquella Barquisimeto que carecía
de universidades. “Mi titulo reza que soy Maestro Urbano”, dice sonreído. En un
principio viajaba semanalmente a Barquisimeto. Pasaba a buscar a Hernán por su
casa los domingos en un Volkswagen y se venían por el vértigo de la vieja
carretera hacia Carora.
Con
ánimo de superarseacadémicamente viaja a Caracas a estudiar en el Mejoramiento
Profesional del Magisterio y el Instituto Pedagógico. Gradúa en 1983. Allí se
topa con toda una leyenda de la enseñanza, el profesor alemán Ignacio Burk. “Un
maracucho le dice enardecido a su profesor que su trabajo se basa en lecturas
del profesor Burk-dice Cecilio-. A lo que responde aquel docente no menos
furibundo: ¡es que Ignacio Burk soy yo!”.
A
la muerte en primavera del profesor Alí Jiménez Avendaño es Cecilio quien lo
remplaza en el deporte en el Ramón Pompilio, lo que Expedito vio con buenos
ojos. Este es el momento en que entra en la docencia del entrenamiento este
amigo mío que conoció la tostada caroreña en El Néctar, aquí en Carora, pues en
Barquisimeto no se conocía.NicolásCuicas, dueño de ese legendario restaurant,“nos daba fiado y hasta nos asignó
un mesonero especial”, asienta.
Contrae
matrimonio con Chichina, hija de otra educadora, Carmen de Chávez, quien, me
dice, “enseño a leer y a escribir a
varios chinos adultos con una pedagogía directa,
visual, en su casa de la calle Lara, sin cobrarles un céntimo. Chichina, mi
esposa, heredó esa magnifica actitud de docente desprendida.”, dice.
Ha
participado en nueve maratones de Caracas y ganó el de Maracaibo, así como el
del Colegio de Abogados. Su gran amigo, el de la Rectificadora Clemente
(Fernández) lo ha patrocinadoen competencias en Maracay, Puerto La Cruz, junto
a Clavillazo, ese otro fondista caroreño. “Llevo 50 años casado y la única pastilla
que tomo son las zapatillas y los chores, son mis pastillas para mantener mi
salud. Cero tensión”, afirma.
Como
sub director fue jubilado del Liceo Egidio Montesinos en tiempos del profesor
Gerardo Armao. Tiene 74 años y se siente bien de salud, pues evita los
trasnochos. “Es el secreto de la vida sana”, sentencia. Es un hombre de paz y
sin embargo un guardia nacional lo amenazó con violencia en la Escuela
Contreras. “El supervisor, Pedro Rafael Quiñones, intercedió a mi favor”, dice.
Me comenta que admira a las maestras Sadita Saldivia y Cruz Adolia Pinto por
sus dotes pedagógicas y sus bellezas.
Su
sobrenombre de El Tigre se lo debe a un orate que caminaba por las calles rodeado
de una legión de perros. Nunca se enoja cuando se lo pronuncian, al contrario
se ríe a carcajadas cuando ello sucede. “Hernán Dorantes es mi amigo, casi mi
hermano, me dice, trabajamos juntos el voleibol y las bolas criollas en el
Centro Lara, corporación fundada por Chío Zubillaga y donde me llevó por
primera vez tu papá, Expedito”, me dice mirándome.
Por
un tiempo trabajó en el Liceo Eduardo Blanco en El Tocuyo. “Viajaba todos los
días en un Volkswagen y en un Hillman, dos carros alemanes”, me aclara. Recibió su titulo de profesor de deportes en
el Teatro Altamira de Caracas.Comenzó a trabajar con 40 horas en tiempos de
Simón Villegas y Esperanza de Riera. “Siempre trabajé con mujeres y nunca les
falté el respeto” afirma con orgullo. Dice que tiene cuatro hijas, una de
ellas, Cecilia, fue mi alumna en el Liceo y ahora es maestra de mi hijo José
Manuel.
Este
gentil caballero, a quien no se le conoce enemistades, me cuenta que una vez
salió de noche para Barquisimeto por el “curvero viejo”. En la oscuridad
observa un carro accidentado. Le da unos gritos y sale la maestra Nelvia
González con un Colt .38 en sus manos diciendo “Cecilio,
no te disparé porque te conocí la voz.”
Comenta que fue dos veces presidente del
Centro Lara y que en ocasión de sus 60 años realizó allí un Festival del
Bolero, contando con la colaboración de la profesora Haydée de Barrios y su
esposo Alejandro como animadores entusiastas.
“Cierta vez-rememora- una muchacha de La Greda
muy buena deportista no quería participar. Alí Jiménez y yo fuimos a su casa y
resulta que la chica no tenía pantaletas, ni zapatos, ni desodorante.
Resolvimos el problema y ella arrasó en las competencias, a tal punto llega el
entusiasmo que Juan Martínez Herrera los fue a recibir en El Roble con comidas
y bebidas.
“Carora
es una ciudad hospitalaria, se podía vivir, muy sana”, me dice este
barquisimetano sembrado entre nosotros y
que ha tenido poca relación con los godos de Carora, pero que los respeta, dice
para finalizar.