lunes, 4 de noviembre de 2019

EL Oldsmobile de Don Flavio Herrera


Es un carro hermoso y elegante, de redondeadas y sobrias líneas, color amarillo crema, asientos y tablero del mismo color. Lo veo estacionado en una casa de la calle Lara de Carora, frente a la posada Los Granados de Yuyita y Cecil Álvarez. Seguramente está en manos de los bisnietos de aquel patriarca, quienes atesoran  con esmero tan magnifico automóvil americano. En la década de los años sesenta del siglo que se nos fue, veía yo con frecuencia a Don Flavio, un acaudalado hombre de negocios, dueño de la Casa Comercial Flavio Herrera S.A. estacionado su auto bajo  las amables sombras proyectadas por  las acacias del Grupo Escolar Ramón Pompilio Oropeza, instituto educacional del cual era su director Expedito Cortés, mi padre.
Aquello se debía a que el chofer de aquel clásico y hermoso auto vivía enfrente de mi casa. Juan Mosquera era su el nombre de aquel buen y servicial hombre de piel marcadamente oscura, que servía a Don Flavio como conductor de aquella maravillosa máquina. El patrón no se bajaba del Oldsmobile, sino que esperaba que Juan dejara en su casa una bolsa de alimentos o qué sé yo. Años después me entero que Herrera le entrega  a Juan aquella casa de la calle Carabobo como recompensa a sus fieles y abnegados  servicios durante varias décadas.
Esa máquina es parte imborrable de los recuerdos de mi adolescencia vivida en el sector Trasandino de Carora. Don Flavio y Juan Mosquera a bordo, impecablemente vestidos de blanco los dos. Hacían una pareja de contrastes de piel, pero hermanados por aquella deslumbrante fibra textil de lino importado y camisas del mismo color cuidadosamente almidonadas y planchadas.
Cierta vez Mosquera deja aparcado el carro en su lugar de siempre. Y sucedió algo muy desagradable. Un muchacho del vecindario, navaja en mano, atacó a tan esplendida máquina ocasionándole un daño considerable a su exquisita pintura. Qué cosa tienen esos muchachos, atiné a oír de los labios de Don Flavio. Ha pasado más de medio siglo de aquello y aun no comprendo las motivaciones que impulsaron a aquel tocayo mío a descargarla contra el Oldsmobile 1948 de Don Flavio. 
En ocasiones Mosquera se tomaba la licencia de usar el carro para sus diligencias personales, y aprovechaba la ocasión de llevarnos a comer unas deliciosas empanadas en el sector El Olivo de la carretera Lara-Zulia. Miriam, Yolanda, Gloria, Marlene, Luis, Juancito y su esposa Marcolina, íbamos en aquellos hermosísimos tours que pasaron a ser parte constitutiva de mi memoria.
Hogaño, reposa esa gallarda y elegante limosina  en un garaje a la espera quizá de una pieza de recambio  difícil de encontrar o de una mano amiga que logre colocarlo de nuevo en circulación. En días pasados me detuve, absorto, a contemplar aquel extraordinario vehículo y rememore la elegancia y el donaire que emanaba aquel lujoso automóvil y su heteróclita pareja de ocupantes, que llenaron un sector importante de nuestra vida emotiva, y que es parte constitutiva de nuestro ser. Y es que los llamados patricios caroreños han sido para nosotros el hilo conductor que nos conecta con los tiempos ya idos.
Flavio José  Herrera   Gutiérrez era hijo de Flavio Herrera Oropeza y Leonor Gutiérrez, nace en Carora en 1896. Perteneció a una antigua familia fundada en 1776 por Don Diego, natural de La Gomera, Islas Canarias, comerciante y agricultor. Graduó de bachiller en ciencias filosóficas en el Colegio Federal Carora, dirigido entonces por el Dr. Ramón Pompilio Oropeza. Casado con Elvirana Perera en 1925. Fallece en Carora a edad avanzada. Su aristocrático porte y su don de gentes jamás se borraran de mi memoria.

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