Si
ha habido algún pintor prolífico, que casi llegó a lo inagotable
por su fecundidad y genio, ese no es otro que el inmortal malagueño
Pablo Ruiz Picasso (1881-1973). España, dice Pierre Vilar, ha
contribuido de manera innegable a modelar la sensibilidad del mundo
moderno. Recordemos para ello las figuras de Velázquez, El Greco,
Juana de Avila, Calderón, Joaquín Rodrigo, Manuel de Falla, Juan
Gris, Cervantes, Dalí, Goya, Lorca, Gaudí o Tapies.
Esta
genialidad hispana tendrá que estar asociada a la historia de
España. Ayer cartaginesa, griega, romana, cristiana, visigoda,
árabe, judía, gótica y gitana, nos dice Carlos Fuentes. Hoy en
día surcada por las diferencias étnicas y culturales: vascos,
andaluces, castellanos, gallegos, catalanes, y sudacas. Hogaño
frágil unidad a punto de romperse por la arremetida neoliberal.
Mi
profesor de arte en la Universidad de Los Andes, Dr. Juan Astorga,
nos decía que Picasso a los 20 años pintaba tan bien o mejor que
Miguel Ángel o Leonardo. Es quizás por tal razón que precozmente
rompe con el naturalismo a comienzos del siglo XX. Y lo hace de la
forma más inusual. Comienza a estudiar la escultura de los pueblos
llamados primitivos y queda fascinado. Al extremo inspirado, pinta
en 1906 Las
señoritas de Avignon,
cuadro que le ganó una crítica muy poco favorable. Pero había
hecho una contribución fundamental: echar las bases de la pintura
moderna, pues rompe con el punto único de visión y la
perspectiva que venían del Renacimiento. Era el principio de lo que
habrá de llamarse en lo sucesivo cubismo,
una
de las corrientes artísticas más influyentes del siglo XX.
Todo
es número, todo es geometría desde entonces. Son los ecos de la
pintura de Cézanne, quien intentó reducirlo todo a figuras
geométricas: cubo, cilindro y esfera. A lo que el joven Picasso
añadirá la simultaneidad de la visión. Un sistema de
representación inédito, pues rompe con los cánones pictóricos
que vienen de los siglos XV y XVI renacentistas. Se pretende agregar,
contradictoriamente, una cuarta dimensión a un soporte plano
bidimensional. Nadie había intentado tan prodigioso y audaz cometido
en un lienzo. Y fue el pintor Matisse, quien por desprecio bautizó
como cubistas
el movimiento integrado por Braque, Gris y Picasso.
La
militancia política de Picasso lo hizo afiliarse al Partido
Comunista de Francia. Cuando estalló la Guerra Civil española en
1936, no dudó en colocarse decididamente al lado de la acosada
República española. A mediados de esta guerra, que fue como el
preámbulo de la Segunda Guerra mundial, pintó el genio malagueño
el más conocido lienzo del siglo. Las ruinas de la historia, dice
Carlos Fuentes, ruinas del hombre, son iluminadas por un solo
artefacto técnico: la lámpara de luz eléctrica. Una lámpara
callejera intenta transformar la noche en día. Es el Guernica,
un
encargo de carácter proselitista para condenar el bombardeo
nazifascista de la inerme población vasca.
Fuentes
afirma en su libro El
espejo enterrado (1992)
que
existe una dolorosa habilidad española para transformar los
desastres de la historia en triunfos del arte. Es lo que de forma
impresionante lo que ocurre con Guernica,
la pintura emblemática del siglo XX. El artista nos pide, agrega el
mexicano, que miremos la cara del sufrimiento y la muerte a través
de los intemporales símbolos españoles de la arena: el toro y el
caballo, despedazados y descoyuntados.
Paul
Johnson ha emitido unos juicios muy desfavorables y sesgados sobre
Picasso. En su obra
Creadores
(2008), dice que abominó y hurgó dentro de sí mismo. Walt Disney,
en cambio, trabajó con la naturaleza, la estilizó, antropomorfizó
y surrealizó. Por eso las ideas de creador del ratón Miguelito y
Blancanieves, continuarán brillando, mientras que las de
Picasso-aduce- gradualmente se desvanecerán y perderán vigencia, a
medida que vuelva a preferirse el arte representativo. Al final,
agrega Johnson, la naturaleza es siempre la fuerza más poderosa.
No
puedo menos que encogerme de hombros ante el tamaño dislate de
Johnson. La sola comparación del estadounidense con el malagueño me
produce una sensación de repugnancia y disgusto. Su tendencia
marcadamente derechista le hace decir absurdos como que Marx explotó
(sic) a Engels. Dice este periodista británico que la actitud de
Picasso ante los hombres era ambivalente, y era sagaz detectando la
homosexualidad pasiva. A Braque lo llamaba “mi esposa” (un
término despectivo). También le interesaban estéticamente las
lesbianas, y es significativo que llamara a la masculina Gertrude
Stein “mi única amiga mujer”. Esto constituye lo que llama Carl
Sagan un verdadero camelo ad
hominen,
es decir atacar a la persona y no su argumento.
El
arte no es evolución: es cambio, es mutación, enfoque nuevo. La
historia del arte está formada por los hallazgos sucesivos de unos
seres humanos geniales. Una frase de Picasso nos dará la medida de
su genio: no pinto lo que veo, pinto lo que pienso.