Si
algún personaje encarna a cabalidad eso que llaman la caroreñidad,
este hombre no es otro que “La Meca” Ramos. Era torrellero por
los cuatro costados, juguetón, chistoso, amante de las chanzas y de
las jocosidades. La parodia y el remedo lo caracterizaban. Uno podía
saber de inmediato a quién simulaba con solo mirar de forma muy
breve su actuación. Era un juglar picante y gracioso que hacía de
las delicias de todos los que lo observábamos, docentes, alumnos,
secretarias y aseadores, en las instalaciones del centenario Liceo
Egidio Montesinos de Carora.
Hombre
ascio como era, disfrutaba de los rayos del Sol de nuestra zona
tórrida y tropical. A su lugar de trabajo, que no era otro que el
campo deportivo, lo llamaba con sorna y picardía “El Solón”. Y
eso no es todo. Invitaba a sus colegas profesores a hacer largas
caminatas por la Otra Banda, bordeando el río Morere, a la búsqueda
de las codiciadas “matejeas” hinchadas de miel, loros cantarines,
y las apetitosas iguanas. Al final de su vida, murió el 8 de mayo de
1998, me confesó haber dejado en paz a tan simpáticos reptiles. Su
sobrenombre tenía origen zoológico, pues un “meco” no es otra
cosa que un cabrío herbívoro recién nacido, según reza el
diccionario de caroreñismos.
Su
apelativo lo heredó de su madre “La Meca”, quien era una anciana
tan dicharachera y vivaz como su retoño beisbolero. Cierta vez
sucedió que la planta eléctrica de Carora y su estruendoso ruido
dejó de sonar a los oídos de su familia, pues habían conseguido
una casa en la urbanización La Osa, lejos de allí. La abuela no
podía dormir al hacerle falta el enorme ruido de las turbinas de
gasoil. Fueron varias semanas de un insomnio macondiano. Lleno de
astucia y socarronería, se le ocurrió a La Meca algo genial. Tomó
su moto Yamaha, la colocó encendida en la habitación de la viejita.
Santo remedio, pues la nona se quedó plácidamente dormida ipso
facto.
Se
hizo docente del Liceo gracias a un gran amante de la pelota y el
tango argentino, el profesor Simón Villegas Losada. Este locuaz
tocuyano lo metió a fines de los años 1960 en lo que se llamaba
“la organización”, y desde allí comenzó a dictar verdaderas
cátedras de pelota a quienes fueron sus destacados y brillantes
beisbolistas: Carlos “El Pajarito” Santeliz, Valmore Carrasco,
los hermanos Ricardo y Alberto Díaz, José Mujica, entre otros. Era
una estrella del montículo, tanto en beisbol como en softbol. En su
equipo de pelota Torrellas BBC hizo hazañas difíciles de repetir.
En San Cristóbal, estado Táchira dejó a un equipo con apenas un
hit conectado.
Los
estudiantes del Liceo le profesaban un cariño descomunal. Cierta
vez lo hicieron de padrino de una promoción de bachilleres. El día
del acto académico se le hizo un nudo en la garganta y hubo que
delegar su discurso en José “Cheo” Mujica, Alirio Alvarez o
Ricardo Díaz. Es que su modestia y humildad no cabían en las
“playas” de Carora.
Cheo
Mujica, quien fue destacado docente deportivo en el Liceo, reconoce
que sus conocimientos beisbolísticos y de pelota suave se los debe
a nuestro personaje. Gracias a ellos –dice- he sido lanzador en
juegos nacionales en distintas ciudades venezolanas. Cuenta Cheo que
cierta vez lo invitó al Hospital Pastor Oropeza. Cuando estaban en
allí debió donar plasma para una vecina de Francisco. Al inquirirlo
por aquella actitud, dijo inmediatamente La Meca: “no puedo donar
sangre por mi edad.” Esa era la generosidad sin tamaño de aquel
enjuto hombre de mirada inquisitiva y brillante.
Había
nacido La Meca el 30 de octubre de 1934 en su Carora de siempre,
ciudad a la cual amaba sobre todas las cosas. Una vez fue contratado
para enseñar su oficio peloteril en la “ciudad de los siete
puentes”, la simpática localidad tachirense de Rubio. Pudo más la
reverberante y cálida geografía y las gentes de talante humorístico
y de agudeza sin par del Distrito Torres, pues apenas logró estar en
los Andes por la eternidad de año y medio, al cabo de los cuales se
vino definitivamente.
Los
restos mortales de este Maestro de nuestra otra religión venezolana,
el beisbol, reposan muy cerca de la playa del Liceo. Quizás fildeará
desde allí uno que otro faul que uno que otro desprevenido bateador
le enviará al camposanto de la 14 de febrero. Paz a su alma.