viernes, 8 de marzo de 2013

Francisco “La Meca” Ramos

Si algún personaje encarna a cabalidad eso que llaman la caroreñidad, este hombre no es otro que “La Meca” Ramos. Era torrellero por los cuatro costados, juguetón, chistoso, amante de las chanzas y de las jocosidades. La parodia y el remedo lo caracterizaban. Uno podía saber de inmediato a quién simulaba con solo mirar de forma muy breve su actuación. Era un juglar picante y gracioso que hacía de las delicias de todos los que lo observábamos, docentes, alumnos, secretarias y aseadores, en las instalaciones del centenario Liceo Egidio Montesinos de Carora.
Hombre ascio como era, disfrutaba de los rayos del Sol de nuestra zona tórrida y tropical. A su lugar de trabajo, que no era otro que el campo deportivo, lo llamaba con sorna y picardía “El Solón”. Y eso no es todo. Invitaba a sus colegas profesores a hacer largas caminatas por la Otra Banda, bordeando el río Morere, a la búsqueda de las codiciadas “matejeas” hinchadas de miel, loros cantarines, y las apetitosas iguanas. Al final de su vida, murió el 8 de mayo de 1998, me confesó haber dejado en paz a tan simpáticos reptiles. Su sobrenombre tenía origen zoológico, pues un “meco” no es otra cosa que un cabrío herbívoro recién nacido, según reza el diccionario de caroreñismos.
Su apelativo lo heredó de su madre “La Meca”, quien era una anciana tan dicharachera y vivaz como su retoño beisbolero. Cierta vez sucedió que la planta eléctrica de Carora y su estruendoso ruido dejó de sonar a los oídos de su familia, pues habían conseguido una casa en la urbanización La Osa, lejos de allí. La abuela no podía dormir al hacerle falta el enorme ruido de las turbinas de gasoil. Fueron varias semanas de un insomnio macondiano. Lleno de astucia y socarronería, se le ocurrió a La Meca algo genial. Tomó su moto Yamaha, la colocó encendida en la habitación de la viejita. Santo remedio, pues la nona se quedó plácidamente dormida ipso facto.
Se hizo docente del Liceo gracias a un gran amante de la pelota y el tango argentino, el profesor Simón Villegas Losada. Este locuaz tocuyano lo metió a fines de los años 1960 en lo que se llamaba “la organización”, y desde allí comenzó a dictar verdaderas cátedras de pelota a quienes fueron sus destacados y brillantes beisbolistas: Carlos “El Pajarito” Santeliz, Valmore Carrasco, los hermanos Ricardo y Alberto Díaz, José Mujica, entre otros. Era una estrella del montículo, tanto en beisbol como en softbol. En su equipo de pelota Torrellas BBC hizo hazañas difíciles de repetir. En San Cristóbal, estado Táchira dejó a un equipo con apenas un hit conectado.
Los estudiantes del Liceo le profesaban un cariño descomunal. Cierta vez lo hicieron de padrino de una promoción de bachilleres. El día del acto académico se le hizo un nudo en la garganta y hubo que delegar su discurso en José “Cheo” Mujica, Alirio Alvarez o Ricardo Díaz. Es que su modestia y humildad no cabían en las “playas” de Carora.
Cheo Mujica, quien fue destacado docente deportivo en el Liceo, reconoce que sus conocimientos beisbolísticos y de pelota suave se los debe a nuestro personaje. Gracias a ellos –dice- he sido lanzador en juegos nacionales en distintas ciudades venezolanas. Cuenta Cheo que cierta vez lo invitó al Hospital Pastor Oropeza. Cuando estaban en allí debió donar plasma para una vecina de Francisco. Al inquirirlo por aquella actitud, dijo inmediatamente La Meca: “no puedo donar sangre por mi edad.” Esa era la generosidad sin tamaño de aquel enjuto hombre de mirada inquisitiva y brillante.
Había nacido La Meca el 30 de octubre de 1934 en su Carora de siempre, ciudad a la cual amaba sobre todas las cosas. Una vez fue contratado para enseñar su oficio peloteril en la “ciudad de los siete puentes”, la simpática localidad tachirense de Rubio. Pudo más la reverberante y cálida geografía y las gentes de talante humorístico y de agudeza sin par del Distrito Torres, pues apenas logró estar en los Andes por la eternidad de año y medio, al cabo de los cuales se vino definitivamente.
Los restos mortales de este Maestro de nuestra otra religión venezolana, el beisbol, reposan muy cerca de la playa del Liceo. Quizás fildeará desde allí uno que otro faul que uno que otro desprevenido bateador le enviará al camposanto de la 14 de febrero. Paz a su alma.

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