Amo
el semiárido larense porque soy un andino que fue arrancado de su
Cubiro natal, y colocado a los ocho años de edad en la antigua ciudad de
Carora. Acá comenzó mi conocimiento de este frágil ecosistema que cubre
el 40% de la superficie del Estado. Como historiador que soy, sentí un
gran entusiasmo al oír decir al Dr. Reinaldo Rojas que la historia
social del semiárido está por hacerse. Para construir esta manera de
hacer historia habrá que tomar en cuenta las familias extendidas, la
economía caprina, el catolicismo que impregna este mundo de vocación
agraria y, por supuesto, esa bebida que en Lara y Falcón ha resistido
los embates de la globalización espirituosa de la cerveza y el ron: el
mítico cocuy de penca.
Una bebida cargada de paradojas y de una
mitología sin par, por lo cual podemos decir que lo que el vino es al
mar Mediterráneo, el cocuy lo es al semiárido del occidente venezolano.
Bebida poscrita y perseguida durante décadas, producto de uno de los
ecosistemas más delicados del planeta, sin embargo, es la responsable de
la virilidad de un machismo sui géneris, el resultante de los contactos
caquetíos con los pobladores de Extremadura – Andalucía y los negros
esclavos tare, yorubas y congos africanos.
Quizás no sea osado
establecer una relación entre las grandes familias, el pater familia
larense y falconiano y la devoción a San Antonio de Padua. Creo de igual
manera que el tequila larense - falconiano, está vinculado de una
manera real a esa visión del mundo, de la familia, del amor y de la
mujer que nos introyectó el cine mexicano durante varias décadas del
siglo XX, y que se prolonga hasta el presente.
Es posible afirmar
que si el maíz tiene en Urdaneta y Falcón su baile, Las Turas, debió de
existir un ritual semejante en obsequio a la planta maravillosa del
agave cocui trelease, que es su nombre científico. Ante el profundo
significado antropológico-cultural del agave se impone, pues, el
comprender sobre el explicar. El explicar se lo dejamos a la ciencia
natural físico-química o a la geografía física, en tanto que el
comprender nos aproxima a la psicología, la mitología, la semiología, lo
que es decir a la lingüística y la antropología.
Sólo estas
disciplinas nos harán comprender las conductas asociadas a el cocuy y
las relaciones sexuales, el folklore del tamunangue o el sentimiento
religioso. Explicar sería quedarnos en el serpentín, los mostos, las
levaduras y el grado alcohólico que le caracteriza: 56º. Comprender, en
cambio, supone desenmarañar la compleja urdiembre psicológica de lo
legal e ilegal que rodea la bebida, los mecanismos de defensa psíquicos
que crearon los larenses y falconianos para no ver parecer esta
“tecnología de la resistencia” junto a cabras y chivos, que como la
bebida de marras marcó a toda nuestra geografía destilada y caprina.
Un
buen adelanto de esta misión que tenemos de comprender el sentido
vigilatorio que tanto el gobierno como los consumidores de esta delicia
al paladar deben guardar, lo sentimos al asistir a la sustentación oral y
pública de la investigación Historia de la industrialización del cocuy
de penca en el Estado Lara a través de la Empresa Ramón R. Leal y
Compañía S.R.L. en Barquisimeto, 1960-1980, realizada por la profesora
Doris Silva, y que tuvo como tutor al Dr. Reinaldo Rojas, teniendo como
escenario académico el programa Interinstitucional de Maestría en
Historia, Convenio UCLA, UPEL/IPB, evento al cual tuve el mayúsculo
placer de asistir. Para hacer una historia de las bebidas – decía
Fernand Braudel –, aunque sea breve, hay que referirse a las antiguas y a
las nuevas, a las populares y a las refinadas con las modificaciones
que se fue introduciendo al pasar el tiempo. Felicidades profesora Doris
por haber realizado por primera vez en Venezuela una historia social de
nuestra bebida emblema, y que yo conseguí caligrafiada en los viejos
infolios de la Cofradía del Santísimo Sacramento de Carora en el año
1812.
Carora, 23 de junio 2008.