Al licenciado Alejandro José Barrios Piña, lo definía el apego absoluto por su
tierra caroreña, el cual, dije antes, lindaba con la xenofobia. Se alojaba de
su lar nativo por necesidad, y una de ellas fue, precisamente, la búsqueda de
reparación de su minada salud.
Alejandro, era un intermediario
cultural, es decir que sin complejo navegaba en la cultura de élites y en la
cultura popular. Fue hasta su último suspiro, un conciliador y un relacionista.
Prueba de ello fueron sus “Crónicas de la Comarca” y “Nudos de Papel”, escritos
en donde su inspiración popular, le impedía utilizar el lenguaje de la ciencia
histórica, la cual dominaba.
Alejandro, sufrió en su corta vida de
los que hemos de llamar una “hipertrofia pedagógica”, pues dictaba cátedras en
¡cuatro instituciones educativas!, la más informal de ellas era, precisamente,
la de cronista de la ciudad. Y no debimos olvidar el magisterio que hizo en
diversos órganos de prensa, como el “Yaguaraha” y “El Pregón”, así como su
hertziana presencia en “Crónicas de la Comarca”. (Publicado postmorten por el
Fondo Editorial de la Alcaldía de Torres, bajo la administración del Alcalde
Julio Chávez Meléndez.
Alejandro, era emocionalmente bicéfalo con
gran naturalidad pasaba de los estados de euforia y afectividad a los de
altanería y desconfianza. Pero estos “atributos” no lo hicieron naufragar en
los que los griegos llamaron la atrabilis. Su genio, aunque desigual y controvertido, terminaba agradando.
Alejandro, como todos los seres humanos,
tenía cinco sentidos, unos híper desarrollados y otros francamente atrofiados.
Era sordo como pared y sin embargo casó con Haydee Álvarez Díaz. Pero nadie ni
nada podía hacerle una jugarreta a sus finísimas papilas gustativas, por tanto
que aprendió, a no dudar de su tía Chayo Barrios, dama a quien alguna vez llamé
“sacerdotisa del paladar de los caroreños”.
Alejandro, hubiera podido ser un lector
voraz, pero sus múltiples ocupaciones se lo impedían. Sus penetrantes y
brillantes ojos, montaban esta falencia cuando le di prestado los compendios,
“El miedo en Occidente”, de Jean Delumeau y “El queso y los gusanos” del micro
historiador italiano Carlo Ginzburg, obras a las que “fusiló”, con delectación.
Sabía, o mejor dicho, intuía, que lo universal comienza en la aldea.
Alejandro, hizo de su casa de
habitación, un liceo o una academia tal como las entendieron los antiguos.
Allí, y cobijados en “La Pérgola”, se hablaba- y hasta se reñía- de todo en un
convite que no parecía tener linderos precisos.
Alejandro, cumplió con la sentencia del
gran historiador Eric Hobsw Anbu, quien afirma que para ser buen historiador se
requiere ser buen esposo.
Dr. Luis Eduardo Cortes Riera
Historiador
Transcripción:
MSc. Henry Alfredo Vargas Ávila