Conocí a Gabriel García Márquez en 1968 en la plaza Corpahuaico de Carora, lugar que era un verdadero ateneo de la juventud del Liceo Egidio Montesinos por aquellos años. Juan Hildemar Querales, uno de aquellos soñadores utopistas, me mostró allí ese portento de novela llamada Cien años de soledad, editada el año 1967, más no me la dio prestada. Desde ese momento el Gabo comenzó a ser una figura literaria rutinaria en nuestras vidas y fue quien comenzó a darle un inmenso sentido literario a nuestra realidad cotidiana, que nosotros, quizás por ello mismo, no habíamos caído en cuenta de lo extraordinario y asombroso del mundo que nos rodea acá en la comarca más bella del Universo.
En
la lectura juvenil que hice de esta novela, que en un principio estuvo a punto
de titularla el joven de AracatacaLa
casa, detecté un error en su construcción, el que años después observé hizo
también el peruano Mario Vargas Llosa en su tesis doctoral García Márquez: historia de un deicidio. (1971). Reflexioné por
aquel entonces que los genios suelen también equivocarse y que yo, modestia
aparte, era un
lector prevenido y cuidadoso.
Una
de las grandes sorpresas que no dio el colombiano fue que al ganar el prestigioso
Premio de Novela Rómulo Gallegos en 1973, donara el significativo premio en
metálico de 100.000 bolívares al partido político Movimiento Al Socialismo
(MAS), en el cual militábamos las personas que nos considerábamos iconoclastas
e inteligentes en el campus de la Universidad Central de Venezuela. Mi padre,
Expedito, al leer aquella noticia en el diario El Nacional, exclamó: “Me gustó mucho este gesto del colombiano.”
Después
que el ejército y su artillería pesada nos obligara a cambiar de casa de
estudios, y una vez instalados en la ciudad emeritense, tuve el privilegio de
asistir a un seminario sobre García Márquez ofrecido por la Universidad de Los
Andes, dictado por un investigador tan brillante como presumido, el uruguayo
Angel Rama, con quien tuve un breve cruce de palabras al final del cual terminé
regañado por aquel inteligente hombre, autor de García Márquez: edificación de un arte nacional y popular (1987).
Moriría Rama años después en un accidente de aviación junto a la crítica de
arte Marta Traba en 1983.
Le
decía a Franklin Piña Gonzàlez, responsable de esta magnífica página literaria en El Caroreño,queel Gabo no es el padre
del llamado “realismo mágico” que ha hecho prodigios en la literatura del siglo
XX latinoamericano. Es, eso sí, uno de sus cultores más destacados y quizá el
mejor. Los padres de la criatura fueron tres jóvenes residentes en el París de
entreguerras: el cubano Alejo Carpentier, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias y el venezolano Arturo
Uslar Pietri, quienes percibieron que el
surrealismo de André Breton y sus secuaces no terminaba de satisfacer sus
expectativas literarias, que era además una cosa sencilla si se comparaba con
la mágica realidad latinoamericana.La novela desde ese momento está más cerca
de la poesía y de la antropología que de Marx, Freud o Heidegger. Se trata en
lo sucesivo de recuperar una mitología de la mano de Lévi Strauss, Michaux, de
Dumézil, dice el mexicano Carlos Fuentes en su ensayo Sobre la nueva novela hispanoamericana.(1997).
Ya
mi amigo el periodista Milton Enrique Meléndez, recién llegado de Francia, lo dejaba entrever al recitarme de memoria
trozos enteros de La montaña mágica
de Thomas Mann: es la culminación de la novela burguesa europea. La novela
desde la perspectiva tercermundista tenía de esa manera su camino expedito en
figuras como Borges, Cortázar, Onetti, Carpentier, Sábato, Vargas Llosa, García
Márquez. Se crea de tal manera y para tales fines, dice Fuentes, un nuevo
lenguaje. Latinoamérica se siente urgida de una profanación que dé voz a cuatro
siglos de lenguaje secuestrado, marginal, desconocido. Una resurrección del
lenguaje perdido. Los latinoamericanos son hoy -dice Octavio Paz-contemporáneos
de todos los hombres.
En
este contexto aparece nuestro García Márquez, el escritor más célebre del
“tercer mundo”, y el mayor exponente de una corriente literaria, el denominado
“realismo mágico” que ha cobrado un asombroso vigor en otros países en vías de
desarrollo, dice su biógrafo “oficial”, el británico Gerald Martin. Ha
cosechado, agrega, adeptos sobre los novelistas que escriben sobre ellos, como
es el caso de Salman Rushdie, para citar sólo un ejemplo obvio.
García
Márquez tal vez sea el novelista latinoamericano más admirado en el mundo
entero, así como quizá el más representativo de todos los tiempos de toda
América Latina; e incluso del “primer mundo”, que conforman Europa y Estados
Unidos, en una época en la que cuesta encontrar
grandes escritores reconocidos universalmente, su prestigio durante las
cuatro últimas décadas no ha conocido rival, sentencia Martin.
Y
es que la gran novela del siglo XX se canceló en los años cincuenta (cuando yo
nací) con Joyce, Proust, Kafka, Faulkner, Woolf; pero en la segunda mitad del
siglo el único escritor que ha cosechado verdadera unanimidad haya sido el
Gabo. Su obra maestra, Cien años de
soledad -agrega el catedrático de la Universidad de Pittsburg- apareció en
el vértice de la transición entre la novela de la modernidad y la novela de la
posmodernidad, y acaso sea la única publicada entre 1950 y 2000 que haya
encontrado tal número de lectores entusiastas en prácticamente todos los países
y culturas del mundo. En ese sentido, remata Martin, tanto en el asunto que
aborda- a grandes términos la colisión entre “tradición y modernidad” - como su
acogida, probablemente no sea excesivo considerarla la primera novela
verdaderamente “global”.
Los
venezolanos sentimos una gran satisfacción en el hecho de que el Gabo haya amado
y sentido a Caracas de tal manera que en ella se sentía “feliz e indocumentado”,
como solía decir él mismo. Solo me resta apuntar que en aquellos años alguien
ha debido traer al “Segundo Cervantes” a Carora, para que en esta remota ciudad
del semiárido del occidente de Venezuela conociera a Chico pico e´loro, un
personaje portentoso que se ganaba la vidaal recoger dinero exhibiendo a sus
maravilladose infaltables curiosos su gigantesco y formidable miembro viril.
Realismo mágico del bueno.