Cine
soviético:
Ven y
mira. Masacre (1985).
Luis Eduardo Cortés Riera.
Esta extraordinaria película
antibélica de culto se estrena en Moscú en 1985, cuando pocos avizoraban el
final e implosión del régimen soviético. Pocas fueron las voces que advertían
el final del bolchevismo, dando fin al “corto siglo XX”, tal como lo llamó Eric
Hobsbawm. El film de Elem Klímov Ven y mira da muestras de un vigor creativo
extraordinario, una propuesta fílmica novedosa y experimentalmente audaz, un
simbolismo fuera de toda horma conocida, una fuerza visual memorable, un relato
filosofico muy hondo, lo que da pábulo a pensar que no todo fue oscuridad y
represión en la extinta Unión Soviética, una “destrucción de la literatura
rusa”, como dice Octavio Paz, 1979, In/Mediaciones,
p. 40.
Claros ejemplos que desdicen
palmariamente al Nobel de Literatura mexicano serán Mijail Bajtín y su
propuesta de la novela polifónica, y la fuerza que le da al carnaval como
expresión de la cultura popular, y también la Escuela de Tartu liderada por
Yuri Lotman y su idea de que la cultura funciona como una semiósfera, la novela
El doctor Zhivago y Archipiélago Gulag, de Boris Pasternak, El don apacible,
novela de Mijaíl Shójolov, que los hizo
acreedores del Nobel de Literatura en 1958 y 1965 respectivamente, a lo que
debemos agregar las notables contribuciones del cine soviético con Eiseinstein,
Vertov, Tarkovsky y el propio Klímov y su esposa Larisa Shepitko. No debemos
olvidar que el analfabetismo fue casi borrado, que la extinta Unión Soviética
inicia la carrera espacial con el Sputnik y el primer hombre en el espacio:
Yuri Gagarin; se incorpora a la era nuclear de modo sorpresivo para los
occidentales. Debemos advertir, sin
embargo, que el desabrido realismo socialista apadrinado por Stalin desde los
años 30, hizo estragos horrorosos en la cultura del país de Dostoievski y
Puskin.
Pero en medio de la oquedad, la censura y la
persecución, aparece este memorable film que exalta la Gran Guerra Patria
contra la invasión nazi, que se escenifica pavorosamente en la República de
Bielorrusia, en conmemoración de los 40 años de la victoria soviética sobre la
bestia parda del nazismo alemán. Era una guerra de exterminio que se propuso
destruir a toda la población soviética, niños, mujeres y ancianos. Se estima
que 900.000 judíos fueron exterminados y más de 650 aldeas arrasadas bajo fuego
y sangre y dos millones de personas asesinadas en Bielorrusia durante la
invasión alemana.
Ese año de 1985, increíble coincidencia, toma
el poder Mijaíl Gorbachov como una esperanza transformativa del herrumbroso
andamiaje estatal de la Unión Soviética. Glasnost y perestroika remueven el
piso del arte, la literatura y el cine, la vida intelectual de los soviéticos y
sus países satélites. Está fresco el recuerdo del aplastamiento de la
“primavera de Praga” de 1968, una herida sangrante en el bloque soviético de la
guerra fría, y que repercutió en la patria venezolana fulgurantemente con el
libro de Teodoro Petkoff Checoslovaquia, el socialismo como problema (1969).
Elem
Klimov, el director de cine.
El director del film fue Elem
Klímov, quien había nacido en 1933 en Stalingrado, escenario pavoroso e
infernal de la mayor batalla de la historia, en el seno de una familia de
comunistas, quienes ante el avance imparable de la Wehrmacht nazi debieron
cruzar el río Volga, con él mismo a bordo como adolescente de 9 años, en una
balsa improvisada, experiencia que aprovecha para incorporarla a sus películas:
Ven y mira, Masacre (1985), una de ellas.
![]()
Estudió
en la escuela estatal de cine con Yefim Dzigan, uno de los primeros maestros de
cine soviéticos, constructor de una épica eslava heroica y patriota contra la
invasión alemana de 1941. En el Instituto de Cinematografía del Estado de la
Unión, Klímov hizo varios cortos bastante asustadizos, incluida una comedia
llamada The Fiancee, 1969, donde se burla del ritualismo burocrático soviético.
El londinense The Telegrafh dice
que Klímov “Deploró la mano muerta de lo que se
conoció como "realismo socialista" -celebraciones impersonales de la
marcha hacia adelante del comunismo- y en sus propias películas adoptó un
estilo más extravagante, con temas audaces que atrajeron la ira del Partido
Comunista.
Su
película Agony (1975) fue la primera desde la Revolución Bolchevique de 1917 en
presentar al zar en términos relativamente comprensivos y explorar el papel en
la historia rusa desempeñado por Rasputín. Fue prohibido por completo antes de
ser lanzado en forma manipulada en 1984. No toda la verdad sobre el horrible
fin de la dinastía de los Romanoff se había dicho, sugería el film. La mítica y deformada figura de Grigori Rasputín, un místico siberiano,
es abordada por Klímov en 1981 en el film Agonía, donde nos presenta al
personaje de manera distinta a como los bolcheviques lo deformaron. No era un
charlatán cualquiera, sino que quería de manera honesta curar a Alexei Romanov,
hijo del zar y la zarina aquejado de hemofilia. Después de oraciones del santón
siberiano, Alexei mostró mejorías milagrosas, todo lo cual acontece cuando el
Imperio Ruso se desmorona bajo ataque alemán en 1916. La familia de Nicolás
Romanoff será fusilada en 1918 por orden de los bolcheviques triunfantes con
Lenin a la cabeza. Los funcionarios soviéticos declararon la película sin valor
y la enviaron a los sótanos del olvido.
La segunda comedia de Klímov Aventuras de un dentista, de 1965, una
comedia negra que irritó a las autoridades comunistas con su representación de
un dentista tímido que gana fama por inventar una forma indolora de extraer
dientes y sufre las consecuencias de ser joven, talentoso y soviético. Es una
crítica al comunismo soviético, a la envidia, una pasión muy hispana también,
en un tono irónico y provocador.
El estilo de Elem
Klímov, agrega The Telegrafh, es grandioso, sobreexcitado y a menudo intentando
un equilibrio incómodo entre lo operístico y lo surrealista, nunca le granjeó
el cariño de los críticos occidentales en sus primeros años. En 1985, sin
embargo, basándose en parte en su propia experiencia en Stalingrado bajo asedio
alemán, hizo lo que muchos consideran la mejor película rusa sobre la Segunda Guerra
Mundial. Trazando las experiencias de una banda de partisanos en Bielorrusia en
1943, Come and See (Ven y mira) describió el horror y el trágico desperdicio de
la guerra con poder y convicción.
El
matrimonio desgraciado de Klímov.
Klímov estuvo casado
con la también brillante directora de cine Larisa Shepitko, de origen ucraniano
y persa, unión marcada por el arte y la tragedia. Según el crítico alemán Olaf
Moller, ella no ha sido olvidada, sino que ha sido apartada de la memoria
fílmica de la extinta Unión Soviética. Se casaron en 1963. Ella le pidió a su
futuro marido que no la influenciara en su obra. Shepitko se distingue por su
cinta Ascensión, 1977, una estética austera y poderosa, de tono marcadamente
cristiano y antibelicista, lo que no agradó al régimen ateo soviético, pues el
cine bélico es la narrativa oficial del país de los soviets desde 1945. Con ese
extraordinario film en blanco y negro gana el Oso de Oro de Berlín. El
semiólogo Umberto Eco la califica de autor modelo, que busca provocar una
reflexión moral y espiritual, no simplemente bélica.

Ella falleció
trágicamente en accidente automovilístico cuando apenas contaba con 41 años de
prometedora vida, dejando profunda huella en la cinematografía universal. Allí
tenemos a sus memorables rodajes como Calor, (1963), Alas, (1966), El comienzo
de una era desconocida, (1967), Tu y yo, (1971), y la cinta póstuma Adiós a
Matiora, la que rodaba cuando consigue la muerte en 1979, y que Klímov completó
su rodaje abrumado por la tristeza. Desde ese momento el director comenzó a
dejar atrás el tono irónico y humorístico y se adentra en la desesperanza y el
vacío que lo conducen a rodar su cinta Ven y mira en 1985. Sin la cinta
Ascensión, dice Elem Klímov, yo jamás hubiera creado Ven y mira.
Ven
y mira. Masacre.
La película es la
narración de las experiencias traumáticas de un joven, Fliora Gaishun, de 14
años interpretado magistralmente por Alekesi Kravchenko, y la actriz Olga
Mironova como Glasha, la chica que le da compañía en los inicios del film en
los tupidos bosques bielorrusos. Los
nazis no se ven en un primer momento, su terrible presencia inhumana va como
desenvolviéndose hacia una monstruosa presencia a los ojos de los bielorrusos.
Mucho de vivencia personal de Klimov niño, que sufrió la gigantesca y brutal
batalla de Stalingrado, observamos en el film, el cual es como su exorcismo,
nos dice el historiador del cine Olaf Rollen. La cinta no contiene ni una gota
propagandística, sino que es el drama universal de la transformación humana en
perversas entidades asesinas. ![]()
![]()
Elem
Klímov y el guionista Alés Adamóvich, que fue niño partisano él mismo, abordan
en Masacre (Ven y mira) [Come and See (Idi i smotri, 1985), su última película,
escribe Gregorio Martín Gutiérrez, las atrocidades cometidas por los nazis en
suelo bielorruso. Fliora, el adolescente protagonista que se une
voluntariamente a las filas de los partisanos, atraviesa un progresivo
itinerario de devastación exterior y de destrucción interior. La inserción de
dos bloques de imágenes de archivo en blanco y negro hacia el final del filme
responde a la iniciativa por parte del autor de situar la ficción bajo el signo
del documento y supone, además, un repentino brote de ensayo fílmico.
Esas imágenes abren una intersección entre la
ficción y la no ficción, planos que acaban por entrelazarse y cuestionarse
mutuamente, planteando la posibilidad de que sea o no posible representar las
experiencias traumáticas. A pesar de que en otros momentos del filme se muestre
de modo explícito la violencia, en la secuencia de la quema de un granero en el
que han sido hacinados los habitantes de una aldea, Klímov opta por eludir la
representación del interior de éste, los campesinos y sus niños bielorrusos
chamuscándose en las piras, y ubica, por lo tanto, este punto extremo de su
ficción en el terreno de lo indecible.
A través de distintos mecanismos,
agrega Gutiérrez, como la construcción expresionista del rostro de Fliora, que
se va arrugando visiblemente durante el desarrollo del film, o un uso simbólico
del sonido, Ven y mira, Masacre se adentra en el trauma del protagonista. De
cualquier modo, Masacre rehúye en todo momento la (re)presentación de la guerra
como espectáculo como en los hollywoodenses Enemigo a las puertas, (2001), y A
la búsqueda del soldado Ryan, (1998), y se ofrece como un radical alegato
pacifista que obedece a la voluntad de que aquellos hechos nunca caigan en el
olvido.
![]()
![]()
Las diégesis como figuras
literarias son magistralmente empleadas en la película. Un universo narrativo
interno de la película, todo lo que ocurre “dentro” de la narrativa fílmica.
Unas de ellas son los constantes zumbidos de las moscas que anuncian la muerte,
el estruendo de las stukas alemanes que penetran los oídos de Fliora de modo
insoportable, el espectador se sumerge en la mente del adolescente que desea
adherirse a los partisanos bielorrusos. La cámara de cine se trasmuta en los
ojos de Fliora: planos cerrados, movimientos erráticos, desenfoques. Los
sonidos son de igual manera diegéticos: explosiones, gritos y silencios
prolongados que reflejan un profundo trauma mental. La música extradiegética es
casi inexistente, lo que refuerza la inmersión en el mundo interno de Fliora.
La violencia no se muestra
directamente, como lo hace Steven Spielberg, sino que Klimov la sugiere, pues
no observamos a los campesinos achicharrarse en el granero con sus niños, sino
que lo intuimos. Es la secuencia más impresionante de todo el film, los
soldados no solo incendian, sino que arrojan granadas y ametrallan el granero,
aplauden ebrios y alborozados en aquella ordalía de terror y muerte. El
director nos deja la posibilidad de que seamos, nosotros los espectadores,
quienes visualicemos imaginariamente tan dantesco escenario del horror
ocasionado por el fanatismo y la intolerancia de la Wehrmacht: los eslavos son
subhumanos, los pobres generan el comunismo, no merecen existir, muera el judeo
bolchevismo.
.
![]()
Al final del film, después del fusilamiento
por parte de los andrajosos y sufridos partisanos bielorrusos, mujeres y
hombres, de unos crueles nazis y sus colaboradores locales desesperados por la
inminencia de sus muertes, un estiramiento de instantes de miedo en un juicio
popular sumarísimo al que asiste Fliora con un bidón de gasolina y un fusil en
sus manos, Klímov inserta imágenes reales de archivo en blanco y negro que
contrastan y se funden con la narrativa ficcional del film rodada a todo color.
Fliora descarga su fusil sobre un retrato de
Hitler que navega en un charco de agua: un asesinato simbólico del Fuhrer, pero
no se atreve disparar sobre el retrato del niño Adolfo Hitler en brazos de su
madre. Las tropas nazis y juventudes hitlerianas, aviones y bombarderos de la
Luftwaffe marchan en reversa, los edificios destruidos se recomponen, la pira
de los libros prohibidos en 1933 retrocede y los libros se salvan, al igual que
la figura de Hitler en su descapotado en un triunfal desfile da marcha atrás.
La descomunal fuerza armada alemana en su guerra de exterminio étnico e
ideológico en el pavoroso frente oriental abandona el suelo de la Santa Rusia,
una idea que resurge en la era de Putin.
Se borran de tal forma los límites
entre lo diegético y lo documental. La diegésis se convierte en memoria de un
pueblo, memoria colectiva. El mundo narrativo no entretiene, sino que confronta
en un espacio de horror, pérdida de la inocencia, memoria histórica sin caer en
el espectáculo. Una convergencia entre lo real y lo simbólico.
El recurso literario de la
diegésis, opuesto al de mímesis, ha sido magistralmente utilizado en la
literatura latinoamericana. Universos ficticios, pero verosímiles, que
observamos y vivimos en espléndidas obras literarias como Cien años de soledad,
de Gabriel García Márquez, El siglo de las luces, de Alejo Carpentier, Pedro
Páramo, de Juan Rulfo, Rayuela, de Julio Cortázar.
Observaciones
a Ven y mira. Masacre.
La obra maestra del cine
antibélico, no se puede hablar de
la guerra en el cine hasta no haber visto esta obra maestra. sin
embargo, comete fallos y vacíos: la figura del “padrecito de acero”, tal como
llamaban a Stalin, y el culto a la personalidad que lo rodeó hasta su deceso,
no aparece por ningún lado en las dos horas y 22 minutos de duración de la
película. Recordemos que tras su muerte en 1955 la figura del geogiano cayó en
descrédito y Klímov no pudo estar ausente de eses proceso iniciado por
Krushov. Pero durante la Gran Guerra
Patria, sería imperdonable relegar la presencia de Stalin en Moscú cuando le
recomendaban huyera hacia los Urales ante el indetenible avance alemán, fue
decisiva su figura colocada en el Kremlin para darle tono moral y patriótico a
la gigantesca confrontación. Los memorables discursos patrióticos de Stalin con
el enemigo en las cercanías de la capital soviética en 1941, han debido ser
tomados en cuenta por el director de Ven y mira.
Otra observación tiene que ver con
el pavoroso clima polar que sufre Bielorrusia en invierno: la nieve siberiana
no se muestra de ninguna forma, tal como acontece en el film Enemigo a las
puertas (2001). Las temperaturas inferiores a 40 grados bajo cero y el pertinaz
ataque de los partisanos provocaron serias derrotas a la Wehrmacht. El paisaje
intrincado de Bielorrusia filmado en travellings interminables actúa como
“cárcel abierta” de los nazis, y la neblina pertinaz sustituyen a la nieve como
letal enemigo de los arrogantes invasores.
Pero la inmensa omisión que no le
perdonaron los torpes burócratas de la kultur de la Unión Soviética a Klímov
fue la del gigantesco y bien apertrechado Ejército Rojo dirigido por Stalin
desde Moscú, sin el cual la liberación de Bielorrusia hubiese sido poco menos
que imposible. Los partisanos bielorrusos, en número de unos 270 mil efectivos,
hicieron una notable contribución a la derrota nazi en su patria, pero por sí
solos jamás hubiesen logrado lo que la gigantesca Operación Bagatrion, el Día D
Soviético en 1944, con 2.300.000 soldados, hizo para derrotar a los nazis en el
frente oriental y dejar abierto el camino para el asalto final a Berlín.
Klímov deja de lado toda atención a
los judíos bielorrusos, una floreciente comunidad que erige sinagogas, escuelas
religiosas y que activaron la cultura en lengua yidish. Unos 500 mil judíos
fueron exterminados por la Alemania nazi en LA Rusia Blanca, pero nuestro
director no muestra ninguna escena del enorme sufrimiento hebraico: guetos,
fusilamientos masivos, quema de sinagogas. Una cultura que erige tantos y
poderosos simbolismos, tales como la Estrella de David, la Menorá o candelabro
de siete brazos, el Shofar o cuerno de cordero, así como las festividades como
Rosh Hashaná o Yon Kipur, de ninguna manera ocupan la rica sensibilidad del
director de la cinta.

Es un sufrimiento colectivo, sí,
pero Klímov no destaca el holocausto hebreo en esa sufrida república soviética.
Hubiese sido una más aguda exploración espiritual y existencial del mal si el
director hubiese destacado ampliamente a los askenazis del Este europeo. Es
posible que Klímov, que centra su atención en las zonas rurales y a que el movimiento
partisano, actúa desde allí, desenfocó su mirada de los centros urbanos
bielorrusos, donde existieron pujantes comunidades hebraicas en Minsk, Brest,
Vitebsk, Mogilev, urbes con barrios judíos, escuelas, mercados y sinagogas. En
Minsk existían periódicos, escuelas y teatros en yidish. Ellos tenían en las
ciudades sus propios consejos, tribunales religiosos y estructuras educativas,
centros de estudios talmúdicos, fundaron el Bund o socialismo judío, la
Haskalah o iluminismo judío, y activaron el sionismo. En ningún momento debemos
olvidar que Marc Chagall, nativo de Vítebsk, realiza un originalísimo cruce
entre la cultura europea y la tradición hebrea en sus pinturas y lienzos.

Una curiosidad llena de simbolismo
es la aparición breve de un adorable mamífero africano, el Lémur, en las manos
del oficial de alto rango alemán, el anciano Walter Stein, que dirige el
exterminio de los subhumanos bielorrusos en la atribulada aldea arrasada por
candela, ametrallamiento y cargas explosivas, dirigiendo las odiadas S.D.
Comandos de Incineradores, 118.º batallón nazi de la Schutzmannschaft,
que contaron con apoyo local.
. 
¿Qué nos quiso decir Klimov al incorporar a
tan exótico mamífero a su film? Se nos ocurre pensar que está como asociado a
un fallido proyecto de los nazis de enviar grandes contingentes de judíos a la
isla de Madagascar en el océano Indico, patria chica de los lémures. El
12 de noviembre de 1938, Hermann Göring le propuso a Adolf Hitler el Plan
Madagascar para erradicar a los judíos, para borrar su
existencia de los territorios del Reich y confinarlos en la remota isla
africana. Cuando en el film Ven y mira, va a dar comienzo la espantosa y
diabólica incineración de niños y adultos, una mano anónima cubre con un casco
alemán la diminuta figura del animalito, una como cancelación simbólica de tan
grotesco e inhumano proyecto nazi.
Cine antibélico.
Klímov
no exalta la violencia y no se ocupa de construir una epopeya bélica en donde 2
millones de bielorrusos perecieron, tal como lo hace el estado soviético desde
que aplasta la Alemania nazi. La guerra es mostrada como una experiencia
terrible, sin gloria ni redención. La banalidad del mal, en palabras de Hannah
Arendt. Es Ven y mira una denuncia universal contra la guerra, diametralmente
opuesta a la oficialista, cruda en su realismo y recreación de combates Los 28
hombres de Panfilov (2016), patrocinada por la Federación Rusa y el presidente
Vladimir Putin. Es una clara intención, diría Marc Ferro, de crear un mito
histórico en una narrativa fílmica.


La
cinta Ven y mira es una joya de culto de la cinematografía antibélica de todos
los tiempos, equiparable a Senderos de gloria (1957), Sin novedad al frente
(1930), Apocalipsis ahora, (1979) La lista de Schindler (1993), La batalla de
Argel, (1966). Debemos mirar de nuevo la cinta de Elem Klímov y a las demás,
pues la intolerancia, el racismo y la persecución ideológica no se encuentran
en términos de desaparecer, sino que rebrotan constantemente con fuerza
inusitada sobre la faz de nuestro atormentado planeta Tierra. Gaza es
palmariamente una muestra terrible de lo que puede la maldad humana.
Carora,
Estado
Lara,
República
Bolivariana de Venezuela,
jueves 28 de septiembre de 2025.