
¿Qué pensaban en 1890 los fundadores del
Colegio La Esperanza de Carora, Venezuela?
Luis Eduardo
Cortés Riera.
cronistadecarora@gmail.com
¿Cuáles eran
las coordenadas mentales de las personas que dieron inicio a la educación
secundaria el 1º de mayo de 1890 en una remota ciudad del semiárido larense
venezolano llamada Carora? ¿Cuáles eran los hábitos mentales establecidos en
aquella minoría social, los patricios de Carora, artífices de la fundación del
Colegio particular La Esperanza o Federal Carora? ¿Cuál el estado del
conocimiento y de la ciencia finisecular? ¿Cómo era la vida cotidiana de las
elites educadas?
Primero:
pensaban los “patricios caroreños” que la secundaria era un nivel de la
educación exclusivo para personas de sexo masculino de las clases acomodadas.
Ellos dominaban el activo comercio y eran los dueños de las mejores tierras. Carora,
como toda Venezuela, era una sociedad fuertemente patriarcal que consideraba a
las damas como poco apropiadas para recibir tan aristocrática y semiclásica
educación. Existía como una justificación religiosa de aquella discriminación
por el sexo para recibir conocimientos y saber que ya había advertido y
condenado sor Juana Inés de la Cruz en el siglo XVII. Entre 1890 y 1899
egresaron del plantel caroreño 28 flamantes bachilleres en Ciencias
Filosóficas. Ninguno era mujer. Casi todos eran hijos de los llamados “godos de
Carora.”
Esta educación
propiciaba la separación social en un cuerpo social donde una minoría de unas
800 personas de ascendencia hispánica y canaria, los godos de Carora, se
imponía culturalmente al resto de la población que era en su mayoría analfabeta,
una tragedia de la cultura que rondaba el 80 por ciento de la población
venezolana en aquellos años finales del liberalismo amarillo finisecular. Nadie
sospechaba que un oscuro militar tachirense, el general Cipriano Castro, iba a
ser el enterrador histórico del viejo y gastado liberalismo venezolano del
siglo XIX que había fundado el general Antonio Guzmán Blanco...
El Dr. Ramón
Pompilio Oropeza, Rector fundador del instituto, hizo notables esfuerzos para
admitir a las damas en el Colegio La Esperanza o Federal Carora, lo que finalmente
se logra en el año escolar 1931-1932, cuando ingresan al plantel las señoritas María
Luisa Rodríguez, Emérita Acosta, Sacramento Suarez y Leoncia Castañeda. Otra
destacable voluntad en ese sentido se la debemos a un exalumno del Colegio, el
Doctor en Agronomía Rafael Tobías Marquís, quien en 1914 funda el colegio para
señoritas llamado Liceo Contreras, instituto donde se editaba una revista de
corte femenil llamada Minerva. Murió en 1922 en Valera este incomprendido
educador y científico caroreño.
Un pensum anacrónico.
El historiador
de la educación, profesor Miguel Ángel Mudarra, dice de nuestra anacrónica educación
secundaria del siglo XIX lo siguiente:
“De inveterada tradición
humanística y reflejo del bachillerato francés que suplantara al tipo de
instituto colonial de ascendencia hispánica, y por lo tanto medieval, nuestra
secundaria del pasado siglo prestó poco interés por el experimento aplicado a
las ciencias físicas, matemáticas y naturales”.
Eran 22
jóvenes los “zapadores del pensamiento”, la mayoría extraídos del patriciado
caroreño, los que comenzaron sus clases marcadamente humanísticas del Colegio
La Esperanza, donde con dificultad se asomaban las ciencias naturales: la
Física y la Geografía. No existían todavía las ciencias biológicas, ni la
botánica ni la zoología. El cuerpo humano y la forma en que funciona, sus
enfermedades, no fue centro de atención académica en las décadas iniciales de
nuestro Colegio. Se daba prioridad a la psique sobre lo somático, a pesar de
que había médicos y farmaceutas como docentes del plantel.
El positivismo
francés había entrado fulgurantemente en la Universidad de Caracas en 1863 con
los doctores Adolfo Ernst y Rafael Villavicencio, pero tuvo un formidable
obstáculo en el carácter marcadamente semiclásico y humanístico de nuestra
instrucción. La experimentación, rasgo fundamental de la modernidad, apenas se
insinuaba en las aulas del Colegio La Esperanza. Pensamos que no había un
espacio definido para los laboratorios y es posible que la experimentación era
mencionada teóricamente, observada en los libros de texto, no en vivo como debe
ser.
Es muy probable que inicialmente no existieran
en La Esperanza los “gabinetes de experimentación”, los que eran importados de
Francia, producidos por la afamada Casa Deyrolle. A fines del siglo XIX la
Física era una ciencia con enormes problemas y los científicos creían,
erradamente, que ya había llegado a sus límites, afirma Otto Frich (La nueva
física, 1973, p.143). El flogisto y la física del éter, dos conceptos
hipotéticos superados a fines del siglo XIX, resonaban en las aulas del plantel
que funcionaba en una vieja casona del siglo XVIII, ubicada en la calle del
Comercio de Carora. En 1897 fue descubierto el electrón por Thompson, lo que
lleva a dudar de aquellas elucubraciones “científicas” de entonces.
Era un hecho consumado que el planeta Marte
estaba habitado por vida inteligente, tal como lo demostró el italiano Giovanni
Schiaparelli en 1877. Era una comidilla frecuente que el planeta rojo estaba
cruzado por una serie de canales construidos por alguna inteligencia que
conducían agua desde los casquetes polares hasta el desolado ecuador marciano.
Era ciencia incontrovertible que muy pocos ponían en duda, a pesar de que se
debió a una ilusión óptica y a una mala traducción desde el italiano de la
palabra canal.
La censura del pensamiento.
Libros
prohibidos. La Iglesia Católica prohibía ciertas lecturas por considerarlas inmorales,
heréticas, perniciosas para la fe, prohibiciones que se trasladan con
naturalidad al sistema educativo. En una ciudad levítica como Carora, leer Vida
de Jesús (1863) de Auguste Renan era sacrílego, lo mismo que comentar la idea
de la muerte de Dios, del filósofo alemán Frederick Nietzsche, fallecido en
1900. El origen de las especies, escrito por Charles Darwin en 1859, sufre
también el anatema del silencio. Vivimos, dirá Mariano Picón Salas, bajo los
efectos del Concilio de Trento del siglo XVI.
Los libros de
libre circulación y admitidos por una censura tomada como normal, eran la Gramática
de Andrés Bello, editada en 1847, El criterio, del sacerdote español Jaime
Balmes (1810-1848), Manual de urbanidad buenas maneras (1853), de Manuel
Antonio Carreño, entre otros.
La práctica de la masonería era casi imposible,
y lo mismo podríamos decir de las enseñanzas de los espiritualistas del francés
Alan Kardec, (1804-1869) y el español Joaquín Trincado, (1866-1935). A mediados
de los años 1950 un médico caroreño egresado de la Universidad Central de
Venezuela, Dr. Pablo Álvarez Yépez, intenta fundar el Rotary Club en Carora,
idea que recibe una reprimenda moral del conservador obispo Pedro Felipe
Montesdeoca, quien afirmaba que es un club de la masonería. Logrará finalmente
el galeno ¡en 1964! fundar tal club de servicios inspirado en las ideas del
estadounidense Paul Harris (1868-1947).
Las lenguas muertas.
La
lengua latina y el Griego eran obligadas cátedras que dominaban el plan de
estudios de la nueva institución. El Latín, afirma Octavio Paz, ya había dejado
de ser una lengua universal desde el siglo XVII. Esta lengua desaparecida era
eje curricular del pensum y se le daba prioridad sobre las lenguas vivas, el
castellano y el francés. La lengua latina se enseñaba en dos niveles, 1º y 2º
año, cátedras que fueron abiertas ¡8 veces! desde 1890 hasta 1900, en tanto que
la Gramática Castellana se abrió apenas una vez, en 1897-1898. Era, pues, mas
importante dominar el latín, lengua de la catolicidad, que la lengua materna,
el castellano.
El escritor y ministro de instrucción Eduardo
Blanco (1832-1912), era partidario de eliminar el Griego “por tener poca
aplicación.”. En nuestro Colegio caroreño esta difícil cátedra o “clase” fue
abierta cinco veces, y la administraba el médico Dr. Lucio Antonio Zubillaga. Todavía
en la década de 1960 se enseñaban estas lenguas muertas en los liceos
venezolanos. En los días que corren ya fueron borrados de los programas de
educación media. Las lenguas modernas como el francés se enseñaron en Carora desde
1895, en tanto que el alemán lo hizo en 1914. La lengua de Shakespeare brilla
por su ausencia en el siglo XIX en el Colegio Federal Carora y deberá esperar
hasta 1916 para ser enseñado acá.
Esta obstinada
pervivencia de los idiomas muertos en nuestros planes de estudios secundarios y
universitarios revela, dice Darcy Ribeiro, la enorme influencia que el latín y
el griego han tenido en la conformación de una mentalidad de élites en América
Latina. Soltar una frase en la lengua del Lacio era signo de distinción y de
apartamiento. Los godos de Carora, clase
social endogámica, biológica y culturalmente, reafirma con el uso de las
lenguas muertas su carácter de clase social diferente, destinada a gobernar al
resto de los mortales.
La
Retórica, arte de la argumentación y la persuasión, tenía un sabor medieval y
era parte del trívium y el cuadrivium de la Escolástica. Fue en 1898 cuando se
empieza a enseñarla en el Colegio Federal Carora. Desaparecerá después de 1911,
año en que se reabre el instituto luego de la terrible supresión desde 1900
ocasionada por el presidente Cipriano Castro y el Dr. Félix Quintero, su
flamante ministro de instrucción. La palabra retórica tiene actualmente
significado peyorativo, no así en nuestro ya lejano siglo XIX, cuando era un
verdadero arte, muy cultivado en este continente de la palabra que es América
Latina.
Nuestro bachillerato en '''ciencias filosóficas"
era una rémora del pasado, un plan de estudios que estaba orientado por una
concepción filosófica superada, esto es, la unidad de ciencias naturales y
filosofía, y, por lo tanto, estaba muerta. Pese a todo, dicha tradición clásica
y humanística hizo posible que nuestra reflexión se orientara hacia lo
socio-histórico, lo político, la literatura, el derecho, ámbitos del conocimiento
que produjo obras admirables.
Carora tuvo hijos muy
destacados en las humanidades: los hermanos presbítero doctor Carlos y Cecilio
Zubillaga Perera, doctor Ramón Pompilio Oropeza, bachiller Federico Carmona,
fundador del diario El Impulso en
1904, doctor Juan José Bracho, doctor Rafael Tobías Marquís, Dimas Franco Sosa,
bachiller José Ramón Perera, doctor Lucio Antonio Zubillaga, doctor Ildefonso
Riera Aguinagalde, doctor Juan Agustín de la Torre, doctor Ezequiel Contreras,
Juan Bautista Franco, doctor Lázaro Perera, Críspulo Uzcátegui, doctor Julio
Segundo Álvarez, doctor Jaime Blanch, para solo mencionar los del siglo XIX.
Referencias.
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Cappelletti, Ángel. 1994.Positivismo y Evolucionismo en Venezuela. Monte
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Fernández Heres, Rafael Memoria del Ministro de Instrucción. 1890.
Fernández Heres. T. III.
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Mudarra, Miguel Ángel.
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Perera,
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Silva Uzcátegui. Rafael Domingo
(1969) Enciclopedia Larense. T. II.
Manuscritas.
Libro de Matrícula del Colegio Federal Carora. (1890-1948)
Libro de Actas de Exámenes del Colegio Federal Carora. s.f.