Juancho Querales (!875-1947) |
Hace
ya mucho tiempo, cuando nuestro país era una colonia de España, entraron como
hermanos de la Cofradía del Santísimo Sacramento de Carora en el año 1679 dos personajes
muy interesantes que ponen de relieve la enorme importancia de la oralidad y de
la música en toda sociedad. Ellos eran el payador Diego Tomás de Parada y el maestro
de horganos, el español Pedro Lozano. No sabemos si residían en la
ciudad del Portillo, pero lo más importante de destacar es que estos caballeros
eran elementos muy significativos y primordiales para aquella sociedad donde la
religiosidad católica de la Contrarreforma era decisiva y vital. A ello se
deberá agregar necesariamente el carácter fundamentalmente oral de nuestra
cultura, puesto que la Colonia y la Republica sufría de un mal que hasta hace
poco nos acompañó: el analfabetismo.
Estos dos “abuelos de los músicos” de
la Venezuela de hoy, eran personajes muy respetados y cumplían una función
determinante en una sociedad ya alejada de nosotros en el tiempo y que quizá por
ello se nos dificulte comprenderla. Don Diego Tomás de Parada ejecutaba La payada,
que es un arte poético
musical
perteneciente a la cultura hispánica, que adquirió un gran desarrollo en el Cono
Sur de América, en el que una persona, el payador, improvisa un recitado
en rima
acompañado de una guitarra. Cuando la payada es a dúo se denomina «contrapunto»
y toma la forma de un duelo cantado, en el que cada payador debe contestar payando
las preguntas de su contrincante, para luego pasar a preguntar del mismo modo.
Estas payadas a dúo suelen durar horas, a veces días, y terminan cuando uno de
los cantores no responde inmediatamente a la pregunta de su contendiente. Es un
arte emparentado con el versolarismo vasco,
la regueifa
gallega,
el trovo
alpujarreño,
el juego de los albures mexicano y el repentismo
cubano. Este
tipo de «discusión dialéctica» responde a un patrón que ha estado presente en
un gran número de culturas, y forma parte de la tradición asiática, de las culturas griega
y romana
y de la historia del Mediterráneo musulmán.
Es, como se habrá notado, es el antecedente del contrapunteo de los llanos
colombo-venezolanos. El
contrapunteo venezolano es propio de la cultura llanera (Región de los llanos
-Colombia–Venezuela) y tiene sus raíces en la copla y el canto repentista o
improvisado, lo que en el Río de la Plata denominan Payador (Payada). Este arte
milenario, muy difícil de ubicar en su nacimiento histórico, está presente en
casi todas las culturas del mundo. La improvisación puede ser en solitario
(Juglar–Trovador – Payador–Coplero) o con un contrincante o más (Copleros
–Contrapunteros–Payadores). En las grabaciones de hoy en día de los trovadores
repentistas, lo que se hace en realidad es una emulación de ese canto
improvisado, ya que las letras están elaboradas, tanto en el caso de las
payadas Ríoplatenses o de los contrapunteos llaneros; para que exista el
verdadero contrapunteo o payada improvisada, la cuestión tiene que ser en el
momento, sin libreto, en forma totalmente espontánea, la que puede ser grabada
o no pero en vivo y en directo. Contrapunteos venezolanos que nos dan una
acabada idea de los ritmos, las formas, las variaciones y los instrumentos
usados del contrapunteo llanero serán: Florentino
y el diablo, compuesta en 1940 por Alberto Arvelo Torrealba, un sublime
monumento lirico, Las coplas amargas
de Francisco Montoya, Las coplas a
Ezequiel Zamora, entre otras.
En la ciudad de Carora destaca El
Negro Tino Carrasco, quien según dijera el gran escritor merideño Mariano Picón
Salas, es parte de una inmensa tradición rapsódica venezolana que remonta a las
viejas canciones coloniales, a los cantares de gesta de la Independencia y la Federación
y a todas las peripecias contemporáneas que pule y elabora su inventiva de
artista, se pone a hablar con su garganta. En su Corrido de las cien mujeres, que por la influencia de la
versificación y la agilidad de los retruécanos parece la obra de un Lope de
Vega selvático y mestizo que no tuviera otro maestro que la más alegre y desenfadada
naturaleza. Darle al Negro Tino un pie forzado ya lo estará desarrollando y
devolviéndolo como una gallarda serpentina. En su cédula electoral se llama
Celestino Carrasco, pero con el cuatro y la bandolina en la mano y ya en trance
de improvisar, nadie lo nombra sino El Negro Tino.
No era menos importante Don Pedro
Lozano, maestro de horganos (sic), pues el órgano era un instrumento musical
complejo y de difícil ejecución. Juan Sebastián Bach (1685-1750) era un
extraordinario ejecutante y afinador de estos instrumentos de los pedales y los
tubos sonoros de la época barroca. Era
este instrumento el antecedente del piano de teclas que hoy conocemos. Toda
iglesia debía contar con un órgano y con su respectivo ejecutante. En 1637 se
adquiere el primer órgano en Coro. Y este fue el caso de la Iglesia de San Juan
Bautista del Portillo de Carora, la cual posee un magnifico órgano desde
mediados del siglo XVIII, lo que quiere decir que Pedro Lozano no lo ejecutó,
pero bien podría decirse que prepara el camino para los futuros maestros y
ejecutantes de órganos residentes en la
ciudad de Carora.
Era la época del dominio de la
monarquía española y su más eficaz instrumento de justificación ideológica: la
Contrarreforma católica y consecuencialmente el arte pictórico, arquitectónico
y musical barroco.
Estos antecedentes, el payador que
ejecuta su arte en la plaza pública, y el organista recluido en un recinto
religioso, pueden bien constituirse en
el inicio de lo que hemos dado en llamar el
genio de los pueblos del semiárido y su expresión más acabada: el enorme
talento musical y literario que poseen estas tierras semidesérticas del
occidente venezolano. Tierra por
excelencia musical y melódica que no tiene parangón con otras regiones de
nuestro país. Acá será el escenario en el que en el siglo XVIII nacerá el más
acabado folklor mestizo del trópico venezolano: el tamunangue, una suite de
danzas al ritmo del tambor africano, los instrumentos cuerdófonos hispanos y
las maracas aborígenes. Ninguna otra parte del país y del continente americano muestra
tan compleja manifestación de la cultura popular. Por ello el sabio Francisco
Tamayo, al estudiar nuestra realidad geográfica múltiple y variada, dijo
enfáticamente que en Lara nace lo
venezolano. En Lara -aquí es terminante Tamayo- se reúnen y confunden
casi todos los medios físicos y biológicos del país (y) se ha estado
engendrando un tipo humano de características medias, equilibradas. Esta
síntesis humana (mestizaje, otro elemento que resalta el positivismo filosófico)
de todo o de casi todo lo nacional es el tipo venezolano por antonomasia, por
ser expresión total de los cuerpos y de las almas de aquellas regiones
parciales. Barquisimeto, y agregamos a Carora y El Tocuyo, es el crisol donde se polariza el mestizaje
más acabado y hermoso de Venezuela donde el talento música tiene evocaciones
vasconcelianas.