lunes, 5 de agosto de 2019

Réquiem para Héctor Ávila Pérez


de izquierda a derecha: Víctor Hugo Rodríguez Burgos, 
Luis Cortés Riera Godofredo Arroyo y Héctor Ávila Pérez


Si alguna vez escribo una crónica con tristeza, es ahora cuando me entero de la muerte de Héctor, mi querido amigo por más de medio siglo. Lo conocí en la casa del Partido Comunista, cercana al Liceo Egidio Montesinos, por allá, a fines de la década de los 60, junto a algunos guerrilleros que se habían acogido a la política de pacificación del doctor Rafael Caldera. Sufría de un mal que no lo abandonó jamás: la dromomanía, es decir que caminaba sin cesar y sin pausas por las calles de Carora, la ciudad que lo ve nacer hace 74 años.
Era un buen lector y siempre cargaba un libro entre sus manos. Era asiduo de los diarios Panorama de Maracaibo y El Caroreño. Amaba el llamado Séptimo Arte, y me decía que sus películas favoritas eran El Chacal y también Las fresas de la amargura. Conversador y amigo de muchos, odiaba las injusticias y por ello abraza la causa del socialismo democrático, hasta que la niveladora le sorprende en casa de Victoria, su hermana, quien le prodiga solícitos cuidados.
Cuando me fui a estudiar a la UCV en Caracas en 1970, mi sorpresa fue mayúscula al encontrarlo allí, junto a otro personaje popular caroreño: Pedrito Chávez, El Drácula.  A las puertas de esa casa de estudios pedíamos dinero con unos potes diciendo que era para las guerrillas, lo que cual era una falacia. Sin embargo el presidente Caldera habló por la televisión condenando esta conducta nuestra diciendo que para entrar o salir de la Universidad había que pagar una suerte de peaje.
En 1971 abandona  Héctor el partido de los hermanos Ricardo y Aníbal Arroyo y se va tras las ideas de Teodoro Petkoff, con las afiebradas lecturas de su polémico libro Checoeslovaquia, el socialismo como problema. En enero de tal año, y en compañía de Juan Hildemar Querales, conocido como el Míster Solo, Nelson Martínez y mi difunto hermano Arnoldo Cortés, fundan el partido Movimiento Al Socialismo (MAS) en el Distrito Torres. Recientemente me dijo que quería volver al viejo Partido Comunista, pues el MAS se había convertido en un partido de derecha.
Cuando el presidente Caldera cerró la UCV debimos marcharnos a la cordillerana ciudad de Mérida y su flamante Universidad de Los Andes. Otra mayúscula sorpresa me llevé, pues allí estaban instalados ya, Héctor Ávila y Pedro Chávez, con sendas tiqueras del comedor universitario. Con apenas la primaria aprobada, Héctor pasaba como estudiante universitario que luce suéteres Chemises importados de Francia y costosos blujeans Levi norteamericanos, que habla con cierta soltura y donaire. Se ganaba la vida rotulando letreros para la compañía cervecera Polar de Mérida, cuyo gerente era un caroreño,  Adelis Álvarez.
En cierta ocasión lo llevé al Centro Experimental de Arte de la ULA, dirigido por el famoso pintor Carlos Contramaestre. Nos inscribimos y yo asistí con él a varias e interesantes sesiones,  hasta que las clases en la Escuela de Historia arrancaron en abril de 1972. Héctor se sintió solo y abandona rápidamente la escuela de pintura al ver que yo proseguía mis estudios universitarios. Pero esa breve experiencia artística lo marcó para siempre, pues repetía muchos años después “yo estudié en el CEA con Luis Cortés”.
Era hermano de una familia de veteranos educadores: Ligia, Victoria, Cruz Mario e Iván. Pero a quien siempre tenía en su memoria fue a su desaparecido hermano, ido de manera trágica en mala hora: El Negro Ávila. En cualquier ocasión rememoraba la incomprensible  y absurda muerte de El Negro en la plazoleta de El Néctar. Era un galán, muy apuesto y por quien las muchachas suspiraban cuando trabajaba como docente interino en el Grupo Escolar Ramón Pompilio Oropeza, dirigido entonces por mi padre, Expedito Cortés.
Cuando nace mi tercer hijo, la niña María Fernanda en 2015, recibí en la Policlínica Carora la atenta y cordial visita de dos de mis inseparables amigos: Pedrito y Héctor.  Es que estos personajes populares y a quien la ciudad recordará por mucho tiempo, que ahora son tributarios de la Tierra, no me podían fallar. Es más, me atrevo a confesar que mi éxito como estudiante se lo debo en parte a estos dos caballeros solterones, bohemios y amantes de la risa y los chistes, quienes en  más de una vez me brindaron una arepa rellena con carne “esmechada” en el mercado de Mérida o unas cervecitas bien gélidas en el serrano bar de Luiggi.
Se fue Héctor Ávila, un “pana” del cual guardaré un afecto muy especial por haber sido mi inseparable durante muchos años. Me quedaré esperándolo por siempre en mi Oficina del Cronista Municipal.  Dios te reciba en su regazo.



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