HUGO CHAVEZ FRIAS: DEL MESIANISMO, EL
BOLIVARIANISMO AL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI.
Autor: Luis Eduardo Cortés Riera.
Fundación Buría.
Barquisimeto-Venenezuela.
RESUMEN.
El antropólogo francés Jacques
Lafaye se preguntó, allá por los años 80 del siglo pasado, acerca de quién iba
a superar el actual cortocircuito en América Latina,¿los militares o la casta de los licenciados?, una pregunta que
resultó profética en el caso de venezolano, pues desde 1998 gobierna un “caudillo-mesías”
extraído del mundo militar llamado Hugo Chávez Frías. De esta forma ha sido
comprendido y asumido por el pueblo venezolano y latinoamericano este hombre, en un continente en el que han convergido tres
tipos de mesianismos: el judáico, el cristiano y el islámico. Después de asumir
el poder en 1998, tras un fallido golpe militar, ha emprendido una revolución
antiimperialista y nacionalista bastante sui géneris, en la cual convergen la
tradición judeo-cristiana, el Bolivarianismo y el llamado Socialismo del siglo
XXI.
Palabras claves: Mesianismo, Bolivarianismo, Socialismo del siglo XXI.
DESARROLLO
En 1980 escribió en francés el antropólogo Jacques Lafaye una obra que tituló Mesías, cruzadas, utopías,
con el subtítulo El judeo-cristianismo
en las sociedades ibéricas.([1])
En esta extraordinaria obra se preguntaba: “Pero ¿quién va a guiar a América Latina por la senda resbaladiza de
su destino? ; ¿ quién va a superar el cortocircuito actual?; ¿ la clase militar
o la casta de los licenciados?; ¿la
Iglesia o el partido?” Y
agregaba en forma profética: “En todo caso, nuevos líderes carismáticos
harán su papel y tendrán su hora, como la han tenido en anteriores decenios Getulio
Vargas y Juan Perón, Lázaro Cárdenas y Fidel Castro”. Y en 1992, 4 de febrero,
le tocó el turno a un oscuro y desconocido teniente coronel del ejército
venezolano llamado Hugo Chávez Frías, un humilde muchacho de la provincia e
hijo de maestros de escuela primaria, de lenguaje llano, moreno y de pelo
rizado quien se ha convertido en toda America Latina y allende a los mares, en
una suerte de lo que Lafaye ha llamado un “caudillo-mesías”. “La realidad latinoamericana, dice este
autor, simboliza la antítesis de la teoría que elaboró Lukács respecto al héroe
colectivo; el radical personalismo hispánico es causa de que la conciencia y la proeza colectiva sólo
llegan a cuajar donde hay un héroe
individual que las despierte y las sepa encabezar y cifrar en su
inspirada personalidad” ([2])
Ahora
bien, ¿en qué se basa Lafaye para hacer estas interesantes observaciones?, ¿cuál
es su punto de vista de la realidad de America Latina?, es lo que a
continuación vamos a responder. En
primer lugar debemos destacar, dice nuestro autor, que “en la Península ibérica y en el mundo ibérico, el mesianismo
cristiano, el marabutismo islámico y sobre todo el mesianismo judaico han
producido en diferentes épocas, en virtud de un efecto acumulativo, la
aparición de movimientos mesiánicos de importancia muy desigual”([3]).
Este movimiento mesiánico pervive hasta el presente en América Latina por una
razón de orden intelectual y moral: no tuvimos Ilustración. El gran movimiento
emancipador de la autoridad de la
Iglesia no tuvo en este continente la fuerza y la profundidad
para lograr una descristianización como la que se produjo en Francia en tiempos de la Revolución de 1789. América
Latina es el continente de la fe. Si Octavio Paz ha dicho que tenemos fiestas porque no tuvimos
ilustración ([4]),
nosotros decimos que tenemos líderes mesiánicos porque no tuvimos ilustración.
Es por ello que resulta pertinente resaltar las particularidades del
cristianismo original, del que España fue heredera directa, así dice Lafaye
que: la fe religiosa de las poblaciones de América Latina es cuestión
social más que individual, de ritos y de
sacramentos más que de meditación. Y sobre todo, la gran brecha entre el acto
de fe y el pensamiento discursivo, que caracteriza a la filosofía moderna en
general, no se produjo a menudo ([5]). Es lo que explica que entre nosotros, en
nuestros corazones alberguemos aún en la actualidad profundas esperanzas
mesiánicas, las que han pervivido a pesar de dos siglos de Enciclopedismo, otro
de positivismo, al que debemos agregar otro período para el marxismo, filosofía
materialista que llegó a nuestro continente a fines del siglo XIX. Ninguna de
estas modas filosóficas han podido remover la contextura profunda del
pensamiento religioso de los latinoamericanos.
Existe
una correlación positiva entre los movimientos mesiánicos con la privación, dicen los
sociólogos anglosajones en su jerga funcionalista ([6]).
Una privación, entendemos nosotros, no es otra cosa que una sensación de
abandono que se produce en una sociedad que se siente amenazada en su integridad,
en su destino como pueblo. Es la esperanza de un salvador ungido por Dios la
que vivía el pueblo de Israel cuando gemía bajo el yugo del faraón en Egipto,
una representación mental que se prolonga hasta alcanzarnos. A la que debemos
agregar la fe de los pueblos islámicos en el “hombre providencial” que heredó
España después de siete siglos de dominación. Allí esta el Cid Campeador
recorriendo la ancha Castilla que varios siglos después andará el Quijote de la Mancha. Allá Sandino
y sus pobres campesinos armados repeliendo la invasión norteamericana, más allá
Zapata pidiendo volver a una sociedad original y sin privilegios. Una sociedad
amenazada, un pueblo que ya no confía en las elites tradicionales, un brutal
desencanto después de décadas de un consenso casi unánime, fue lo
que se produjo en aquellos terribles días de febrero de 1989 cuando la locura
neoliberal agredió sin aviso a la sociedad venezolana durante largas y
sangrientos jornadas. Fueron oprobiosos momentos en los que el individualismo y
la razón instrumental de los anglosajones creyó posible incorporar a estos
pueblos en la gran corriente de la modernidad que ellos protagonizan. Estaban
profundamente equivocados.
Aquel
paquete de medidas neoliberales, pensadas por tecnócratas sin alma ni corazón,
ejecutadas sin sentido histórico, sin apelar a la consulta o al diálogo,
produjo un abismo en la conciencia de los venezolanos, quienes al ver
frustradas sus aspiraciones más sentidas, al ver roto el vínculo de la
representatividad y con las elites, apelaron a lo más hondo de su conciencia, a
la hechura más primordial de su ser y de su existencia, una búsqueda ontológica
que los reinsertara en la sociedad y en el mundo. Es en tan dramático estado de
conciencia cuando aparece en la
Venezuela petrolera y mayamera un sentimiento que se creía
desaparecido de nuestro universo mental: el mesianismo, la fe en el hombre
providencial, un capital de esperanza depositado en la figura de un hombre.
Y
fue en las redes de un producto de la tecnología más sofisticada, en la
televisión, cuando aquél insignificante soldado produjo en febrero de 1992 en
la conciencia colectiva de los venezolanos una conexión del pasado bíblico más
remoto con el sentimiento de orfandad
que los embargaba desde 1989. Acaso se pueda parangonar aquel suceso a lo ocurrido
con las cintas grabadas de los discursos y proclamas del Ayatola Komeini que
circulaban en el Irán del régimen tiránico y pro norteamericano del Sha en
1979. La tecnología logró conectar aquel remoto utillaje mental, para usar la expresión de Lucien Fevbre ([7]),
con las condiciones adversas, de pérdida de sentido de los venezolanos de
finales de siglo XX. Así nació la leyenda de
clara inspiración mesiánica de Hugo Chávez Frías. En el cruce de todas
las grandes vías hispánicas encontramos, radiante u oculta, la imagen del Mesías, dice Lafaye. No nos extrañe que
aquello sucedió en el país más colonizado por la cultura norteamericana, el
modo americano de vida, el violento cambio que produjo en la población, su modo
de vida tradicional y agrícola la insospechada aparición del petróleo, un maná
de gigantescas proporciones que cambió en muchos aspectos la faz desolada y
tristona de aquel país de comienzos de siglo XX. Pero muy por debajo de tales
cambios, fantásticos y violentos, estaba la conciencia de un país antiguo, de
cinco siglos de lentísima fragua que se había modelado, como el resto de
Latinoamérica, en creencias muy profundas , casi inconmovibles, tales como la del
Mesías, el Reino Milenario, la
Parusía (la segunda venida de Jesucristo), el Milenio
(advenimiento definitivo de una sociedad justa y feliz), el Anticristo, la
tribulación, el Apocalipsis (el final de los tiempos y el triunfo de la Iglesia), la salvación.
Este
conjunto de ideas y de pensamientos se implantó con una gran fuerza y eficacia
en los largos tres siglos de dominación colonial hispana y se ha proyectado
hasta el presente, como ha sostenido Mariano Picón Salas ([8]).
Misión que le tocó cumplir a la
Iglesia católica a través de sus múltiples organizaciones,
unas de las cuales han sido las cofradías y hermandades, estructuras de
solidaridad de base religiosa, como las ha tipificado Michel Vovelle ([9]).
La Iglesia empleó para tales fines una lengua sagrada,
el latín, con el que se construyó una concepción del mundo basada en la Escritura ([10]).
De este modo podemos afirmar que la religión ha tenido un papel definitorio en
la formación de nuestra nacionalidad,
pero que lo sigue teniendo aún en la actualidad, dado a las condiciones
específicas que ha vivió en su historia Latinoamérica, como lo hemos venido
esbozando. Se trata de una cultura de signo colonial, católica y barroca que se
proyecta hasta la actualidad.
A
principios del siglo XIX se produce en Hispanoamérica
un hecho singularísimo, pues las comunidades
criollas concibieron en época temprana la idea de su nacionalidad, mucho antes que la mayor parte de Europa, según sostiene Anderson ([11]).
En este período, entre 1811 y 1830, va a tomar cuerpo el gran mito fundacional
venezolano en la figura del Libertador Simón Bolívar, personaje que dará lugar
a lo que Pascual Mora García ha llamado un “imaginario social bolivariano” ([12]).
De tal modo podemos decir que el proceso de transformaciones radicales que vive
Venezuela desde 1998, con Hugo Chávez Frías a la cabeza, se inserta en dos tradiciones,
una, la del judeo-cristianismo, y la otra en el gran mito, la gran idea-fuerza
del Padre de la Patria,
Simón Bolívar. No es gratuito que a
Chávez se le vea como a un verdadero hombre providencial, que ha sabido
insertarse con tino y suma intuición en el mito bolivariano que comparte el
pueblo venezolano y buena parte de Latinoamérica.
De
allí que el presidente Chávez, ratificado en 2006 con el abrumador 63 % de los
votos, se identifique de forma reiterativa con las figuras arquetípicas de
Cristo y de Bolívar. No es casual que el éxito de su gobierno se deba a las
llamadas Misiones de salud, educativas y otras, una de las cuales, y que le ha
dado popularidad continental, se llame en efecto Misión Milagro, en tanto que
ha dicho que todas las Misiones convergerán en una sola, única y final, la Misión Cristo, a lo que se debe
agregar que bajo la inspiración del Libertador y bajo su guía se transforma la
educación, la salud, la economía en la ahora República Bolivariana de
Venezuela, bajo el signo de un poderoso movimiento nacionalista y un orgullo
por lo nacional ([13])
que languidecía y estaba como ausente en
los pasados decenios en el país.
Pero
hay una notable omisión en el discurso de la Revolución Bolivariana
y de su conductor, Hugo Chávez, y es lo referente a otra de las grandes ideas-
fuerzas en la metahistoria de América Latina: el arquetipo femenino de la Virgen, la Madre de Dios. América Latina
es un continente marianista, en donde países como México o Colombia tienen en
la virgen un símbolo central de la nacionalidad ([14]).
El marianismo es en el catolicismo latinoamericano una idea-fuerza tanto o más
importante que la de Cristo o la del santoral masculino. Esta omisión podría
deberse a dos circunstancias; la primera tiene que ver con la particular
situación de la fe mariana en Venezuela, una nación en donde no existe
unanimidad en torno a la virgen. Existe una Patrona de Venezuela, la Virgen de Coromoto, pero es
una imagen que no tiene cobertura nacional. De nombrarla de forma preferencial
produciría resquemores entre los zulianos afectos a la Chiquinquirá, o entre
los orientales amantes y adoradores de la Virgen del Valle; y lo segundo podría deberse al
hecho de que las iglesias reformadas, sectas protestantes, Testigos de Jehová,
Iglesia Mormona, entre ellos, han aumentado su número e influencia de forma
espectacular en las últimas décadas. Como sabemos, estos cristianos aborrecen y
hasta niegan la figura de María; de tal forma que la Revolución Bolivariana
de utilizarla en sus oratorias supondría la secesión de un buen número de
venezolanos que apoyan incondicionalmente su gobierno, a lo que debemos agregar
que altos funcionarios de gobierno-civiles y militares-son personas que
profesan en distintas creencias
derivadas de la Reforma
protestante del siglo XVI.
Así
avanza la nacionalista y antiimperialista Revolución Bolivariana en Venezuela,
con una fuerte resistencia de la jerarquía eclesiástica, los sectores
empresariales y los medios de comunicación, pero con un firme piso político y
una influencia en diversos países, desde México, Cuba, Nicaragua, Costa Rica,
las islas del Caribe, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil ,Argentina y
Chile. Ha establecido estrechos vínculos con China , el Irán islámico, Rusia,
entre otros, y después de sortear el golpe de abril de 2002 y el paro petrolero
de 2002-2003 propone la construcción del llamado Socialismo del siglo XXI, un
socialismo no marxista, pero con una estrecha relación con el cristianismo.
Ello puede deberse a la flexibilidad fundamental del mensaje cristiano que ha
digerido a la filosofía griega, al cartesianismo, en contraste a la rigidez de
marxismo-leninismo, una ideología oficial de Estados totalitarios. Recordemos
que fue acá en América Latina donde nació esa aporía metafísica, dice Lafaye, llamada Teología de la Liberación, la que sólo
ha sido posible en este continente de profunda raigambre cristiana, en donde ningún
poder político puede eliminarlo ni mantenerse duraderamente sin beneficiarse al
menos con su neutralidad, nos dice este
antropólogo francés.([15])