lunes, 14 de mayo de 2012

HUGO CHAVEZ FRIAS: DEL MESIANISMO, EL BOLIVARIANISMO AL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI.


HUGO CHAVEZ FRIAS: DEL MESIANISMO, EL BOLIVARIANISMO AL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI.

Autor: Luis Eduardo Cortés Riera.
Fundación Buría.
Barquisimeto-Venenezuela.


RESUMEN.

            El antropólogo francés Jacques Lafaye se preguntó, allá por los años 80 del siglo pasado, acerca de quién iba a superar el actual cortocircuito en América Latina,¿los militares o  la casta de los licenciados?, una pregunta que resultó profética en el caso de venezolano, pues desde 1998 gobierna un “caudillo-mesías” extraído del mundo militar llamado Hugo Chávez Frías. De esta forma ha sido comprendido y asumido por el pueblo venezolano y latinoamericano este hombre,  en un continente en el que han convergido tres tipos de mesianismos: el judáico, el cristiano y el islámico. Después de asumir el poder en 1998, tras un fallido golpe militar, ha emprendido una revolución antiimperialista y nacionalista bastante sui géneris, en la cual convergen la tradición judeo-cristiana, el Bolivarianismo y el llamado Socialismo del siglo XXI.

Palabras claves: Mesianismo, Bolivarianismo, Socialismo del siglo XXI.


DESARROLLO

En 1980 escribió en francés el antropólogo Jacques Lafaye una obra  que tituló Mesías, cruzadas, utopías, con el subtítulo El judeo-cristianismo en las sociedades ibéricas.([1]) En esta extraordinaria obra se preguntaba: “Pero ¿quién va a guiar  a América Latina por la senda resbaladiza de su destino? ; ¿ quién va a superar el cortocircuito actual?; ¿ la clase militar o la casta de los licenciados?; ¿la Iglesia o el partido?” Y  agregaba en forma profética: “En todo caso, nuevos líderes carismáticos harán su papel y tendrán su hora, como la han tenido en anteriores decenios Getulio Vargas y Juan Perón, Lázaro Cárdenas y Fidel Castro”. Y en 1992, 4 de febrero, le tocó el turno a un oscuro y desconocido teniente coronel del ejército venezolano llamado Hugo Chávez Frías, un humilde muchacho de la provincia e hijo de maestros de escuela primaria, de lenguaje llano, moreno y de pelo rizado quien se ha convertido en toda America Latina y allende a los mares, en una suerte de lo que Lafaye ha llamado un “caudillo-mesías”.  “La realidad latinoamericana, dice este autor, simboliza la antítesis de la teoría que elaboró Lukács respecto al héroe colectivo; el radical personalismo hispánico es causa de que  la conciencia y la proeza colectiva sólo llegan a cuajar donde hay un héroe  individual que las despierte y las sepa encabezar y cifrar en su inspirada personalidad” ([2])

Ahora bien, ¿en qué se basa Lafaye para hacer estas interesantes observaciones?, ¿cuál es su punto de vista de la realidad de America Latina?, es lo que a continuación  vamos a responder. En primer lugar debemos destacar, dice nuestro autor, que “en la Península ibérica  y en el mundo ibérico, el mesianismo cristiano, el marabutismo islámico y sobre todo el mesianismo judaico han producido en diferentes épocas, en virtud de un efecto acumulativo, la aparición de movimientos mesiánicos de importancia muy desigual”([3]). Este movimiento mesiánico pervive hasta el presente en América Latina por una razón de orden intelectual y moral: no tuvimos Ilustración. El gran movimiento emancipador de la autoridad de la Iglesia no tuvo en este continente la fuerza y la profundidad para lograr una descristianización como la que se  produjo en Francia en tiempos de la Revolución de 1789. América Latina es el continente de la fe. Si Octavio Paz ha dicho que tenemos fiestas porque no tuvimos ilustración ([4]), nosotros decimos que tenemos líderes mesiánicos porque no tuvimos ilustración. Es por ello que resulta pertinente resaltar las particularidades del cristianismo original, del que España fue heredera directa, así dice Lafaye que: la fe religiosa de las poblaciones de América Latina es cuestión social  más que individual, de ritos y de sacramentos más que de meditación. Y sobre todo, la gran brecha entre el acto de fe y el pensamiento discursivo, que caracteriza a la filosofía moderna en general, no se produjo a menudo ([5]).  Es lo que explica que entre nosotros, en nuestros corazones alberguemos aún en la actualidad profundas esperanzas mesiánicas, las que han pervivido a pesar de dos siglos de Enciclopedismo, otro de positivismo, al que debemos agregar otro período para el marxismo, filosofía materialista que llegó a nuestro continente a fines del siglo XIX. Ninguna de estas modas filosóficas han podido remover la contextura profunda del pensamiento religioso de los latinoamericanos.

Existe una correlación positiva entre los  movimientos  mesiánicos con la privación, dicen los sociólogos anglosajones en su jerga funcionalista ([6]). Una privación, entendemos nosotros, no es otra cosa que una sensación de abandono que se produce en una sociedad que se siente amenazada en su integridad, en su destino como pueblo. Es la esperanza de un salvador ungido por Dios la que vivía el pueblo de Israel cuando gemía bajo el yugo del faraón en Egipto, una representación mental que se prolonga hasta alcanzarnos. A la que debemos agregar la fe de los pueblos islámicos en el “hombre providencial” que heredó España después de siete siglos de dominación. Allí esta el Cid Campeador recorriendo la ancha Castilla que varios siglos después andará el Quijote de la Mancha. Allá Sandino y sus pobres campesinos armados repeliendo la invasión norteamericana, más allá Zapata pidiendo volver a una sociedad original y sin privilegios. Una sociedad amenazada, un pueblo que ya no confía en las elites tradicionales, un brutal desencanto  después de  décadas de un consenso casi unánime, fue lo que se produjo en aquellos terribles días de febrero de 1989 cuando la locura neoliberal agredió sin aviso a la sociedad venezolana durante largas y sangrientos jornadas. Fueron oprobiosos momentos en los que el individualismo y la razón instrumental de los anglosajones creyó posible incorporar a estos pueblos en la gran corriente de la modernidad que ellos protagonizan. Estaban profundamente equivocados.

Aquel paquete de medidas neoliberales, pensadas por tecnócratas sin alma ni corazón, ejecutadas sin sentido histórico, sin apelar a la consulta o al diálogo, produjo un abismo en la conciencia de los venezolanos, quienes al ver frustradas sus aspiraciones más sentidas, al ver roto el vínculo de la representatividad y con las elites, apelaron a lo más hondo de su conciencia, a la hechura más primordial de su ser y de su existencia, una búsqueda ontológica que los reinsertara en la sociedad y en el mundo. Es en tan dramático estado de conciencia cuando aparece en la Venezuela petrolera y mayamera un sentimiento que se creía desaparecido de nuestro universo mental: el mesianismo, la fe en el hombre providencial, un capital de esperanza depositado en la figura de un hombre.

Y fue en las redes de un producto de la tecnología más sofisticada, en la televisión, cuando aquél insignificante soldado produjo en febrero de 1992 en la conciencia colectiva de los venezolanos una conexión del pasado bíblico más remoto  con el sentimiento de orfandad que los embargaba desde 1989. Acaso se pueda parangonar aquel suceso a lo ocurrido con las cintas grabadas de los discursos y proclamas del Ayatola Komeini que circulaban en el Irán del régimen tiránico y pro norteamericano del Sha en 1979. La tecnología logró conectar aquel remoto utillaje mental, para usar la expresión de Lucien Fevbre ([7]), con las condiciones adversas, de pérdida de sentido de los venezolanos de finales de siglo XX. Así nació la leyenda de  clara inspiración mesiánica de Hugo Chávez Frías. En el cruce de todas las grandes vías hispánicas encontramos, radiante u oculta, la imagen del  Mesías, dice Lafaye. No nos extrañe que aquello sucedió en el país más colonizado por la cultura norteamericana, el modo americano de vida, el violento cambio que produjo en la población, su modo de vida tradicional y agrícola la insospechada aparición del petróleo, un maná de gigantescas proporciones que cambió en muchos aspectos la faz desolada y tristona de aquel país de comienzos de siglo XX. Pero muy por debajo de tales cambios, fantásticos y violentos, estaba la conciencia de un país antiguo, de cinco siglos de lentísima fragua que se había modelado, como el resto de Latinoamérica, en creencias muy profundas , casi inconmovibles, tales como la del Mesías, el Reino Milenario, la Parusía (la segunda venida de Jesucristo), el Milenio (advenimiento definitivo de una sociedad justa y feliz), el Anticristo, la tribulación, el Apocalipsis (el final de los tiempos y el triunfo de la Iglesia), la salvación.

Este conjunto de ideas y de pensamientos se implantó con una gran fuerza y eficacia en los largos tres siglos de dominación colonial hispana y se ha proyectado hasta el presente, como ha sostenido Mariano Picón Salas ([8]). Misión que le tocó cumplir a la Iglesia católica a través de sus múltiples organizaciones, unas de las cuales han sido las cofradías y hermandades, estructuras de solidaridad de base religiosa, como las ha tipificado Michel Vovelle ([9]). La Iglesia  empleó para tales fines una lengua sagrada, el latín, con el que se construyó una concepción del mundo basada en la Escritura ([10]). De este modo podemos afirmar que la religión ha tenido un papel definitorio en la formación de nuestra  nacionalidad, pero que lo sigue teniendo aún en la actualidad, dado a las condiciones específicas que ha vivió en su historia Latinoamérica, como lo hemos venido esbozando. Se trata de una cultura de signo colonial, católica y barroca que se proyecta hasta la actualidad.

A principios del siglo XIX se  produce en Hispanoamérica un hecho singularísimo, pues las comunidades  criollas concibieron en época temprana la idea de su nacionalidad, mucho antes que la mayor parte de Europa, según sostiene             Anderson ([11]). En este período, entre 1811 y 1830, va a tomar cuerpo el gran mito fundacional venezolano en la figura del Libertador Simón Bolívar, personaje que dará lugar a lo que Pascual Mora García ha llamado un “imaginario social bolivariano” ([12]). De tal modo podemos decir que el proceso de transformaciones radicales que vive Venezuela desde 1998, con Hugo Chávez Frías a la cabeza, se inserta en dos tradiciones, una, la del judeo-cristianismo, y la otra en el gran mito, la gran idea-fuerza del Padre de la Patria, Simón  Bolívar. No es gratuito que a Chávez se le vea como a un verdadero hombre providencial, que ha sabido insertarse con tino y suma intuición en el mito bolivariano que comparte el pueblo venezolano y buena parte de Latinoamérica.

De allí que el presidente Chávez, ratificado en 2006 con el abrumador 63 % de los votos, se identifique de forma reiterativa con las figuras arquetípicas de Cristo y de Bolívar. No es casual que el éxito de su gobierno se deba a las llamadas Misiones de salud, educativas y otras, una de las cuales, y que le ha dado popularidad continental, se llame en efecto Misión Milagro, en tanto que ha dicho que todas las Misiones convergerán en una sola, única y final, la Misión Cristo, a lo que se debe agregar que bajo la inspiración del Libertador y bajo su guía se transforma la educación, la salud, la economía en la ahora República Bolivariana de Venezuela, bajo el signo de un poderoso movimiento nacionalista y un orgullo por lo nacional ([13]) que languidecía  y estaba como ausente en los pasados decenios en el país.

Pero hay una notable omisión en el discurso de la Revolución Bolivariana y de su conductor, Hugo Chávez, y es lo referente a otra de las grandes ideas- fuerzas en la metahistoria de América Latina: el arquetipo femenino de la Virgen, la Madre de Dios. América Latina es un continente marianista, en donde países como México o Colombia tienen en la virgen un símbolo central de la nacionalidad ([14]). El marianismo es en el catolicismo latinoamericano una idea-fuerza tanto o más importante que la de Cristo o la del santoral masculino. Esta omisión podría deberse a dos circunstancias; la primera tiene que ver con la particular situación de la fe mariana en Venezuela, una nación en donde no existe unanimidad en torno a la virgen. Existe una Patrona de Venezuela, la Virgen de Coromoto, pero es una imagen que no tiene cobertura nacional. De nombrarla de forma preferencial produciría resquemores entre los zulianos afectos a la Chiquinquirá, o entre los orientales amantes y adoradores de la Virgen del Valle; y lo segundo podría deberse al hecho de que las iglesias reformadas, sectas protestantes, Testigos de Jehová, Iglesia Mormona, entre ellos, han aumentado su número e influencia de forma espectacular en las últimas décadas. Como sabemos, estos cristianos aborrecen y hasta niegan la figura de María; de tal forma que  la Revolución Bolivariana de utilizarla en sus oratorias supondría la secesión de un buen número de venezolanos que apoyan incondicionalmente su gobierno, a lo que debemos agregar que altos funcionarios de gobierno-civiles y militares-son personas que profesan en distintas  creencias derivadas de la Reforma protestante del siglo XVI.

Así avanza la nacionalista y antiimperialista Revolución Bolivariana en Venezuela, con una fuerte resistencia de la jerarquía eclesiástica, los sectores empresariales y los medios de comunicación, pero con un firme piso político y una influencia en diversos países, desde México, Cuba, Nicaragua, Costa Rica, las islas del Caribe, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil ,Argentina y Chile. Ha establecido estrechos vínculos con China , el Irán islámico, Rusia, entre otros, y después de sortear el golpe de abril de 2002 y el paro petrolero de 2002-2003 propone la construcción del llamado Socialismo del siglo XXI, un socialismo no marxista, pero con una estrecha relación con el cristianismo. Ello puede deberse a la flexibilidad fundamental del mensaje cristiano que ha digerido a la filosofía griega, al cartesianismo, en contraste a la rigidez de marxismo-leninismo, una ideología oficial de Estados totalitarios. Recordemos que fue acá en América Latina donde nació esa aporía metafísica, dice Lafaye, llamada Teología de la Liberación, la que sólo ha sido posible en este continente de profunda raigambre cristiana, en donde ningún poder político puede eliminarlo ni mantenerse duraderamente sin beneficiarse al menos con su neutralidad, nos dice  este antropólogo francés.([15])

































([1]) Editada por el Fondo de Cultura Económica. México. Primera edición en español 1984. P. 211.
([2])  Lafaye, Jacques. Mesías, cruzadas, utopías. El judeo-cristianismo en las sociedades ibéricas. 1884. FCE. México. P. 24 y 25.
([3])  Op. cit. P. 34.
([4])  Cfr. El laberinto de la soledad. Postdata. Vuelta a El laberinto de la soledad.1994. Fondo de Cultura Económica. México. P. 351.
([5])  Lafaye. Op. cit. P. 200.
([6])  Smelser, Neil J. Teoría del comportamiento colectivo.1996. Fondo de Cultura Económica. México. P. 25.
([7]) Febvre, Lucien. El problema de la incredulidad en el siglo XVI. La religión de Rabelais.1993. Akal Ediciones S. A. Madrid. P. 362.
([8])  Picón Salas, Mariano. De la conquista a la Independencia y otros estudios. 1990. Monte Avila Editores. Caracas.P. 309.
([9])  Vovelle, Michel. Ideologías y mentalidades.1985. Crítica , Barcelona.p. 326.
([10])  Anderson, Benedict. Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y difusión del nacionalismo. 2000. Fondo de Cultura Económica. México. p. 35
([11])  Op. Cit.
([12])  Mora García, José Pascual. Imaginario social bolivariano. 2006.Fondo Editorial Simón Rodríguez. Táchira, Venezuela. P. 300.
([13])  Internacional Journal of  Public Opinion. Vol. 18. Nº 1, 2006.
([14])  Lafaye,Jacques. Quetzacóatl. La formación de la conciencia nacional en México. 1977. Fondo de Cultura Económico. México. P. 483.
([15]) Lafaye. Mesías,cruzadas, utopías. P. 207.

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