sábado, 21 de enero de 2017

Peyito Pernalete: madera y solfa

Curioso hipocorístico el de Peyito, pues su nombre es el de su padre Wilfredo, a quien le debe la vida y el oficio de la carpintería desde muchos años. Cometido que le viene de su abuelo y quizá de antes: Raimundo Pernalete, epónimo de la Escuela Artesanal de El Roble.
Nació en su casa de la calle Contreras de manos de la partera Rosa Emilia Mujica en 1944. Su progenitor tocaba el clarinete con Juancho Querales, lo que explicaría su pasión otra que es la música coral.
Ama aún a su maestra de la Escuela Contreras, la hermosa Sadita Saldivia. Siente respeto por Ramón Ocanto y Olga Castañeda. “No tengo hijos regaos”, dice con orgullo, este afanoso hombre que se inicia en el trato con caoba y  berbiquíes a los 17 años de edad. “El pardillo y el cedro que trabajamos vienen del Estado Portuguesa y mi papá fabricó arpas y cuatros como una pera con estas nobles maderas”.
Los dormitorios y escaparates que salían del taller de mi padre eran de caoba que traía de Guatemala y hoy deben pasar del millón de bolívares, acota.   Muebles salían para la exportación  a Estados Unidos vía Maracaibo. Llegó a ser papá -dice con jactancia- el mejor ebanista del Estado Lara por sus diseños exclusivos. Agrega que él le daba de sueldo semanal  de 20 bolívares.
Expedito Cortés, lo animó con apoyo del Rotary a exponer en la Feria de Carora, y en la avenida Venezuela de Barquisimeto en tiempos de Miguel Romero Antoni. Todo un éxito. Los pedidos de seibós, poltronas y mesas de estilo colonial y americano eran muy cuantiosos. La Revista Erevigon de Caracas mostró nuestros muebles, acota. “Es que no teníamos casi competencia”, sentencia. “No hay casa de los godos que no tenga nuestros muebles, identificados con un troquel: Talalo Yépez, Adolfo Álvarez, German y Pepe Herrera, Molinari.”
  Como ebanista incursiona en la docencia en Fe y Alegría, y su escuela preartesanal fundada por  Domingo Perera en 1965. Allí compartió con Yayo Crespo y Acacio Chacón. Fundador fue de la Escuela Agropecuaria José Alejandro Riera, que dio una sola promoción: Dr. Eladio Andueza. Participa  en una creación de la hermana María Curiel: el Ciclo Básico Madre Emilia en 1972.
Vende su camioneta F-100 para fundar su taller con dos ayudantes. Eran tiempos de mucha bohemia con Numa Rojas, Acacio, Yayo, Juan Franco, Porfirio González y Domingo Perera, en cuya casa, “Santa Cruz”, Las Palmitas, organizaban  las Fiestas de San Juan.
Me comenta que su padre falleció en 1981 por efectos de una tos alérgica que le produjeron los aserrines. Tenia apenas 63 años este caballero, quien fundara la Sociedad de Artesanos San José con Chío Zubillaga. “Somos cinco hermanos, y el único que agarró el oficio paterno soy yo”. Me dice un dato curioso y es el de que la madera cruje en las madrugadas lluviosas por efecto del estiramiento.
En 1966 Acacio lo presenta en el Orfeón Carora,  fundado por el caraqueño Juan Martínez Herrera, quien luego de hacerle pruebas lo clasifica como tenor. Asiste -dice con nostalgia- al Primer Festival Folklórico de Lara, al tiempo que realiza la escenografía para montar El Diablo Anda Suelto, de Rafael Montesdeoca Martínez. Los fusiles de madera  con los que asesinan a los Hernández Pavón los construyó en Fe y Alegría, y los ensayos se hicieron en la Casa Amarilla, sede de la Casa de la Cultura entonces.
Cuando llegaron los chilenos en 1976 dijo el Dr. Juan Martínez: “se acabó el Orfeón”, a lo que replicó el profesor sureño Pedro Vargas que él no lo iba a dejar morir y lo asumía de forma gratuita. Allí comenzaron los malos entendidos.  La gota que desbordó las pasiones fue la grabación de un disco en un estudio de Valencia en 1981. Eran mil ejemplares. “Es un mal negocio”, dijo el Dr. Martínez. Desde ese momento el Orfeón salió de la Casa de la Cultura. El Orfeón no cabe allí porque la Orquesta Sinfónica lo desplazó, arguye Peyito. En la coral –agrega- había adecos  copeyanos y comunistas. De tal modo que nos fuimos a ensayar en Cáritas, Cecotorres, y luego en una casa en la calle Lara, frente a la bomba de Ché Ramón Hernández.
La mejor gira de la coral fue al Táchira: Abejales, Pregonero y San Cristóbal. Alejandro Barrios, “Andoche”, por entonces novio de la coralista Haydee Álvarez, los acompaña. El Dr. Manuel H. Morales, el padre Andrés Sierralta, y la Sociedad Amigos de la Cultura con Gerardo Pérez, nos dieron gran apoyo, rememora.
“He dejado la bohemia”, me dice este visitante asiduo de mi Oficina de Cronista.  Fue carpintero por 20 años en Bodegas Pomar, donde arreglaba barricas, botelleros y maceteros. Aprendí algo de enología, me dice para despedirse en medio de sonora risotada al decir que no se montó en el globo de la empresa, allá en Altagracia. “Pero sí reparé su cesta”, finaliza.

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