Nació en 1912 y desde muy pequeño comenzó a dar muestras de un talento sin igual para las matemáticas y las ciencias. A los 14 años de edad recorrió 60 millas en bicicleta para asistir a su primer día de clases en Dorset. En ese instituto conoció a su primer amor, Cristopher Morcon, cuya inesperada muerte en 1930 sumió a Alan en una profunda desesperanza que lo hizo radicalmente ateo. Desde entonces comenzó a buscar intensamente explicaciones racionales a los fenómenos de la naturaleza. Un materialismo radical.
Adolescente era capaz de comprender y actualizar los trabajos Albert Einstein y del matemático Kurt Gödel, lo que lo hizo famoso en el King`s College de la Universidad de Cambridge, en cuyas aulas fue discípulo del filósofo y matemático Bertrand Russell. Allí lo pudo conocer el historiador Eric Hobsbawm quien dice que era el único genio del instituto en mis años de estudiante, un joven pálido y desgarbado, aficionado al jogging.
En 1936 publicó Turing un artículo titulado Sobre números computables, con una aplicación al problema de la decisión, que respondía a la pregunta de si existe algún procedimiento automático capaz de decidir cualquier cuestión matemática, lo cual determinó que naciera un instrumento denominado Máquina de Turing. Estas ideas constituyeron una autentica pieza maestra conceptual en el posterior desarrollo de las computadoras, las cuales fueron concebidas primero bajo una forma ideal antes de reflejarse en una maquina real. Por esos años tuvo un desencuentro con Wittgenstein, quien sostenía que las matemáticas no descubrían ninguna verdad absoluta.
Al estallar la Segunda Guerra, Turing fue llamado a incorporarse a una sección de Inteligencia del ejército que se ocupaba de descifrar los códigos secretos de los nazis y de su máquina Enigma. Lo logró gracias a la construcción de la primera computadora programable electrónica digital llamada Colossus, en 1943. Hay quienes dicen que este portento de Turing y su equipo acortó la duración de la guerra en dos años.
Una vez finalizada la guerra trabajó con otro genio de la cibernética, Norbert Weiner, creador del concepto de feedback o retroalimentacion. En 1950 propuso el muy famoso Test de Turing para demostrar que las máquinas eran inteligentes o que de algún modo eran “sintientes”. Test que inspiró a los creadores del film Blade Runner (1982) en donde se le utiliza para identificar a los “replicantes” o robots con apariencia humana.
Pero la intolerancia y el proverbial conservadurismo británico de entonces y que ya había condenado a Oscar Wilde por el mismo “crimen”, no le perdonó su homosexualidad. Fue obligado a escoger entre la cárcel o a un tratamiento hormonal, una castración química que le produjo notables daños físicos y psicológicos. El 7 de junio de 1954 fue encontrado muerto con una manzana a medio morder entre sus manos. El forense dictaminó suicidio.
Debieron de pasar muchos años para que la memoria de tan formidable genio fuera en parte restituida. El primer ministro inglés Browm pidió tímidas disculpas por el trato que se le dio. Hoy se otorga el Premio Turing, alternativo al Nobel. Desde su silla de ruedas cibernética Stefhen Hawking con su voz electrónica, conjuntamente con otros científicos, piden indulto póstumo para Turing. Deberían los británicos emular a la Iglesia Católica quien en 1992 reconoció su error al condenar a Galileo Galilei.
El fallecido Steve Jobs y Steve Wozniak, fundadores de la empresa californiana Apple en 1976, adoptaron como su icono o logo comercial la manzana mordida a la memoria de Alan Mathison Turing, el cual era su nombre verdadero.
¿Por cuál razón ha actuado le Pérfida Albión de tal manera contra uno de sus hijos más eminentes? Dice Hobsbawm que Gran Bretaña era en los años 30 una isla en todos los sentidos, un país que hizo todo lo que pudo para excluir a los refugiados. En torno a la sexualidad era en extremo pacata. Los hombres heterosexuales encontraban bullicio en París o en la Riviera francesa, y los homosexuales-al menos hasta la llegada de Hitler-en Berlín. No se crea, pues, que la liberalidad sexual que exhibe hogaño el Reino Unido alcanzó a hacerle más llevadera la vida al sabio Alan Turing.