Una
existencia soterrada y casi colonial vivían amplias y desconocidas
zonas y regiones, desarticuladas entre sí, de Venezuela en el siglo
XIX. Y más aún se constataba esta condición en las aisladas y
remotas regiones del semiárido del Occidente venezolano. Acá no
había ni café, ni cacao, los dos productos que moldearon y le
dieron sentido, tono a la vida de nuestros pueblos.
Eran
comunidades humanas colocadas en lo que don Miguel de Unamurro llamó
la intrahistoria,
una historia oculta y replegada, poco conocida. Ese modo atávico de
vida no se canceló del todo con la brusca e inesperada aparición
del petróleo. Al abrigo del aislamiento geográfico y el clima
pervivieron relaciones sociales muy antiguas, pues venían de cuando
éramos una humilde provincia del Imperio Español en América.
Y
allí estaba una pequeña aldea llamada La Candelaria, en el vientre
profundo de la Otra Banda, al noroeste de la antigua ciudad del
Portillo de Carora. Poblado republicano que comenzó a instalarse no
más concluyó la Gesta Magna independentista. Acá convergieron los
descendientes de los primitivos aborígenes ajaguas, los canarios y
peninsulares con los negros de la etnia tare, escapados de las
haciendas de las cofradías “del Montón”, propiedad de la
Iglesia Católica, con su centro administrativo ubicado en Burere. Es
por ello que no es casual en modo alguno que el topónimo escogido
para darle nombre al poblado, Candelaria, tenga raigambre marianista,
insular y fundamentalmente canario.
Es
excepcional, un milagro cultural que aquel remoto y minúsculo
poblado de unos 100 habitantes, perdido entre la vegetación xerófila
de cardones y tunas, semianalfabeta, se la haya llamado con propiedad
aldea
musical.
“Y la música era el alimento espiritual más inmediato que se
poseía. No había casa -dice Alirio Díaz- donde no hubiese música,
ahí estaba el cuatro, el bandolín, estaba la guitarra, el
furruco…todos los instrumentos de nuestra gente, de nuestro
pueblo…las maracas…pero aparte de esto habían las tradiciones,
la tradición de la Salve a la Cruz de Mayo, la Salve a San Rafael.”
Cómo
dilucidar semejante prodigio de la cultura popular musical venezolana
en una tierra moldeada de forma profunda por el trabajo y hacer
cotidiano ancestral. La explicación de muchos fenómenos culturales
venezolanos es una perpetua interrogante, afirma Picón Salas.
Avancemos, pues, en la búsqueda por desentrañar tan insólita,
original como hermosa circunstancia de la cultura popular de nuestra
Venezuela profunda.
Y
fue precisamente Mariano Picón Salas quien nos habló, de la
“civilización del calor”, reivindicando con ello al calor seco
y las calumnias que se esgrimieron contra el Trópico. Calor seco y
calor húmedo –agrega el merideño- son dos connotaciones
fundamentales de nuestra geografía biológica. Las tierras de calor
seco desde las islas perleras de Margarita y Cubagua hasta Coro,
Carora, El Tocuyo en el Occidente, fueron tempranos centros de
colonización española. Caroreños y corianos, hijos del paisaje
semidesértico, tienen fama de ser los soldados venezolanos de más
aguante físico y los borricos y yeguas que llevaron allí los
conquistadores proliferaban y se reproducían con mayor talla y
resistencia que en sus nativas dehesas andaluzas.
El
sabio Francisco Tamayo por su parte nos habla de la “concurrencia
larense”, un fenómeno que es producto de una confluencia de medios
físicos y tipos ecológicos diversos y, por ende, de formas de vida,
de sensibilidades de idiosincrasias, de expresiones. Ello ha dado
lugar a un tipo humano de características medias, equilibrado, una
síntesis humana mestiza, lo cual le permite afirmar: “En Lara,
nace, pues, lo nacional, lo venezolano.” No es por otra razón,
pensamos, que sea precisamente el estado Lara la región musical de
Venezuela por excelencia.
Contemporáneamente,
el sociólogo Nelson Fréitez ha escrito que: “El estado Lara ha
sido escenario de la gestación de un conjunto de valiosos
intelectuales y artistas con reconocimiento nacional e internacional
de la talla de José “Pío” Tamayo, Lisandro Alvarado, “Chío”
Zubillaga, Rodrigo Riera, Alirio Díaz, Salvador Garmendia, Manuel
Caballero, Rafael Cadenas, entre otros, los cuales presentan dos
rasgos comunes, reflejo de los valores abordados anteriormente. Un
fuerte y “militante” arraigo por su “patria chica” expresado
en sus obras intelectuales y sociales y una elevada y practicante
sensibilidad hacia los problemas sociales manifiesta en la generación
de conocimiento y de opciones culturales y educativas para los grupos
poblacionales más excluidos. Lo resaltante de esta pléyade de
valiosos y reconocidos intelectuales ha sido su comprometida
disposición a compartir sus conocimientos y talentos en procura de
encontrar mejores opciones para la vida económica, social y cultural
de la entidad y del país en general.”
Al
acercarnos a la jurisdicción de la antigua ciudad del Portillo de
Carora, observamos la impronta de un vigoroso impulso cultural desde
tiempos coloniales. Resuenan los nombres de Juan Agustín de la
Torre, Félix Espinoza de los Monteros, el fraile Aguinagalde,
Ezequiel Contreras, Idelfonso Riera Aguinagalde. Al despuntar el
siglo XX y en medio de grandes dificultades de orden social y
político están allí los nombres excelsos y eminentes de Ramón
Pompilio Oropeza, Lucio Antonio Zubillaga, Pablo Alvarez, Federico
Carmona, Carlos Zubillaga, Pastor Oropeza, Rafael Domingo Silva
Uzcátegui, Antonio Crespo Meléndez, José Herrera Oropeza y su hijo
Antonio, Ismael Silva Montañés, Federico Alvarez, Ambrosio Perera,
Héctor Mujica, Juan Oropesa, Elisio Jiménez Sierra, Ambrosio
Oropeza, Luis Beltrán Guerrero, Guillermo Morón, entre otros.
Esa
es la ciudad de raigambre patricia y goda hacia donde miran los ojos
de un adolescente criador de chivos, gallinas y puercos que acompaña
por ratos en labores de la bodega a su padre, Pompilio. Quiere ser
filósofo, humanista, historiador. Con esa firme idea entre cejas
escapa una madrugada de su hogar rumbo a Carora Alirio Díaz Leal.
Tenía apenas 16 años el mozalbete, pero estaba dotado de una
voluntad a toda prueba, férrea y contumaz.
Con
unas pocas pertenencias en una caja de cartón, sin un céntimo en
los bolsillos, se dispone ir al encuentro del conocimiento y el
saber el muchacho campesino de 16 años. Dice el mismo Maestro Alirio
Díaz que ya sus hermanos se habían ido al estado Zulia “por
aquello del petróleo. Yo buscaba otra cosa, la cultura, que estaba
en Carora.” En el interior de su improvisada maleta no olvida
colocar los dos tomitos de lo que ha llamado Historieta
sobre La Candelaria y Documentos Biográficos,
hechura de su propio puño y letra fechado en 1938. Es un documento
de un precioso y excepcional valor y que aquí damos a conocer en los
90 años de fructífera vida del Maestro. Dice Alirio que de tal
Historieta:
“tan pronto como aprendí a leer y a escribir llevé al papel los
aspectos los aspectos más interesantes referentes al pasado de la
aldea. Concebí en 1938 una historieta de La Candelaria, en la que
gracias a mis observaciones y a la información tradicional (oral)
anoté cuanto dato existía sobre el por qué de un viejo estanque,
de unas casas de tejas…” Con tal ejercicio de la escritura y de
la memoria se sintió “como si ya se me hubiesen conferido las
atribuciones de cronista de la aldea.”
Es
posible conjeturar que la palabra “historieta” empleada por
Alirio Díaz en aquel ya lejano año de 1938, pueda deberse a la
influencia de los comics
o
historietas europeas y estadounidenses que se publicaron en Venezuela
en los periódicos La
Linterna
(1900) y Fantoches
(1923) de Leoncio Martínez “Leo”, y que en la década de 1930
llegará a las páginas de El
morrocoy azul de
Miguel Otero Silva, el larense Kotepa Delgado y Carlos Irazábal.
Recordemos que Alirio adolescente era un voraz lector de la prensa
caroreña, los periódicos El
Diario
de
Carora, Cantaclaro
y Tío
Conejo,
mientras vivió en su aldea de nacimiento. Nos da, incluso, un dato
precioso: el diario El
Universal
de Caracas se leyó durante un año en La Candelaria gracias a una
suscripción.
Más
adelante hablara el Maestro Alirio de sus primeros días en la ciudad
del Portillo: “Pasado el cansancio de los 30 kilómetros que
separan a La Candelaria de Carora, supe de don Chío. Recuerdo que
llevaba en mi avío unas alpargatas nuevas y mi ropita. Claro, no
tena un centavo. Mira, hizo mucho. Pregúntale a mucha gente y
tendrás muchas respuestas sobre la maestría, las enseñanzas de don
Chío. Sus palabras, sus libros, su manera de ser, de estudiar el
mundo.”
Es
en este momento en el cual sucede algo estelar y maravilloso: le
muestra con su timidez campesina a don Chío el folleto Historieta
sobre La Candelaria
“con la esperanza de recibir sus sabios consejos, su crítica, y
más que todo, con el deseo de que me contase en el círculo de sus
discípulos.” Pero el destino estaba escrito de otra manera. Una
vez que Alirio termina su sexto grado en la Escuela Egidio
Montesinos, don Chío le dice: “Tienes que viajar, tienes que
superar tus estudios no estudiando humanidades. El joven pensaba: A
mí me atraía mucho la literatura, la filosofía, todo lo que es el
mundo de las humanidades. Y el maestro de las juventudes agregó: “No
te aconsejo ese camino, porque eso te va a costar mucho dinero, que
tú no tienes, vas a pasar mucha hambre, y tu vocación verdadera es
la música. Yo sin ser músico, dice Alirio, sin tener conocimiento
de solfeo, y él (Chío) tampoco, pero ya había descubierto en mi
esa vocación.”
De
modo pues que la culminación de Historieta
sobre la Candelaria
quedaría postergada para muchos años después. No es la primera vez
que tal circunstancia sucede en la literatura. Un joven colombiano
llamado Gabriel García Márquez, nacido en 1927, quiso hacer lo
propio con su pueblo, Aracataca, proyecto que finalmente concluyó en
1967 con la rutilante aparición de su novela Cien
años de soledad.
De modo semejante acontece con la Historieta
sobre La Candelaria,
propósito escritural temprano del Maestro universal de la guitarra
que se objetivizará en 1986 con la publicación de un ejercicio de
la memoria deslumbrante titulado Al
divisar el humo de mi aldea nativa.
Historieta
sobre La Candelaria, escrita
en 1938, está compuesta de dos pequeños tomos. El primero
denominado Documentos
para la historia de
La
Candelaria,
consta de 27 páginas manuscritas. Comienza con la fundación de la
aldea, la cual sitúa Alirio en 1830; sigue luego con lo que llama
Edificación;
continúa un aparte titulado
La educación y su atraso;
páginas adelante se refiere a El
agua
conectado con un estudio de El
pozo tubular,1938. Entre
las páginas 13 a 17 se refiere a La
sociedad y la religión. El templo (página
16) en donde aparecen las dos primeras e muy ingenuas ilustraciones
del folleto: la iglesia del caserío.
Las
páginas 18 y 19 las dedica a La
Candelaria de 1902 a 1905;
acto seguido le consagra otras hojas a la arquitectura: La
primera casa de adobe y
teja,
1895,
seguida de Casa
donde se cantó primera vez misa en La
Candelaria,
1900
(página 20). Y para cerrar este primer tomo escribe: Saqueos
y azotes
(página 22) Número
de casas y habitantes de
La
Candelaria. Región a la que pertenece. Fauna candelareña
(página 24) Climatología
y vías de comunicación
(página 25) a lo que siguen:
Criollismo en épocas pretéritas (página
25);
finalmente escribe: La
Candelaria y su situación
(página 26).
El
segundo tomo lo titula Alirio:
Datos biográficos sobre hombres de letras y próceres de la Guerra
Federal hijos de La Candelaria
(página 29); en la siguiente hoja hay una Introducción,
seguida de una pequeña biografia de Juan
Manuel Oviedo Piñango y
también de
Ricardo Oviedo Piñango y Manuel Oviedo Leal (página
35).
Así
termina esta pequeña obra historiográfica de apenas 38 folios
“escritos de la manera más sencilla, pero en los que había,
ciertamente, errores garrafales de redacción y de ortografía”,
dirá muchos años más tarde el ya consagrado Maestro de la
guitarra. Humilde y hasta modesto documento que sin embargo habría
de trocarse en las manos de don Chío en el Pasaporte
a la universalidad para
aquel joven delgaducho que siempre hacia esfuerzos supremos para
vencer su timidez rural. Años después le escribirá Chío al
mocetón Alirio ya instalado en Caracas asistiendo a las clases de
los maestros Vicente Emilio Sojo y Raúl Borges, la profética e
intuitiva sentencia: “Sé que llegarás a la cumbre.”
Para
el Alcalde del Municipio Bolivariano General de División Pedro León
Torres, Ing. Edgar Carrasco, es motivo de suprema complacencia y
deleite dar a conocer este documento esencial de la cultura
venezolana y que hasta ahora había permanecido casi completamente
inédito y anónimo, del cual había hecho desperdigadas referencias
en sus escritos y entrevistas concedidas el Maestro Alirio Díaz.
Extraordinario y excepcional venezolano del cual nos aprestamos a
celebrar magníficamente los 90 años de su nacimiento en el año que
transcurre, el venidero martes 12 de noviembre de 2013.
Tiene,
pues, el lector entre sus manos una versión de esta Historieta
sobre La Candelaria
que ha sido transcrita con esmero y diligencia por la Licenciada y
Magíster en Historia Isabel Hernández Lameda, en tanto que la
diagramación ha corrido a cargo de Jesús Carrasco, un esfuerzo
editorial que ve la luz bajo el sello del Fondo Editorial Alí Lameda
de la Alcaldía del Municipio Bolivariano G/D Pedro León Torres.
Finalmente
debo dar las gracias a la Fundación Alirio Díaz, María Isabel Diaz
y Haydeé Alvarez de Barrios, por haberme hecho llegar una copia de
Historieta
sobre La Candelaria,
así como
permitir
que sea mi persona quien le haga una especie de estudio preliminar a
tan inestimable y singular documento.