República
Bolivariana de Venezuela.
Universidad
Pedagógica Experimental Libertador.
Instituto
Pedagógico Barquisimeto Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa.
Dirección
de Investigación y Posgrado.
Estudios
Posdoctorales en Ciencias de la Educación.
Barquisimeto.
Currículum
explícito y oculto en institutos de educación primaria y secundaria
en Carora siglo XIX. Un enfoque desde la Historia Social.
Autor:
Dr. Luis Eduardo Cortés Riera.
Responsable
academico: Dr. José Sánchez Carreño.
Seminario:
Los debates en el Currículum. Realidades y desafíos.
Barquisimeto-Carora,
Estado Lara, Mayo 27 de 2013.
RESUMEN.
El
presente trabajo sobre el currículum explícito y el currículum
oculto, tiene un sentido histórico, pues le damos un tratamiento
desde la historia social, y desde esta perspectiva de análisis se
traslada a dos instituciones educativas creadas por los godos o
patricios de la conservadora ciudad de Carora, Venezuela, en el
siglo XIX: el Colegio Santa Teresa para señoritas y el Colegio
Federal de Varores de Carora. Allí pudimos apreciar que el
catolicismo y las humanidades clásicas permean de manera
contundente la acción pedagógica y los currículum de ambos
institutos, a pesar de que el discurso del la filosofía positivista
estaba en su cénit de autoridad y prestigio en las últimas décadas
de tal siglo. Son dos discursos, el sagrado que viene de la
Antigüedad por un lado, y el de la Ilustración y el positivismo
comteano y spenceriano por el otro, que pugnan por hegemonizar en la
educación y sus actores, enfrentamiento más o menos velado y
nublado que se constituye en una evidente muestra paradigmática de
lo que se ha llamado de manera reciente “currículum oculto.”
Palabras
clave:
historia social, godos de Carora, educación primaria y secundaria,
currículum explícito, currículum oculto, catolicismo, humanidades
clásicas, positivismo,
INTRODUCCION.
El
currículum es una palabra de una dificultad enorme, pues hay tantas
definiciones como autores. Visto este problema hemos decidido tomarle
la palabra a una de las voces más autorizadas en cuestiones
educativas, esto es, la Unesco. Para este organismo de las Naciones
Unidas para la Educación y la Cultura, el currículum “son todas
las experiencias, actividades, materiales, métodos de enseñanza y
otros medios empleados por el profesor o tenidos en cuenta por él
en el sentido de alcanzar los fines de la educación”.
Nosotros, que nos hemos formado en las ciencias históricas, notamos
que la mayoría de los conceptos revisados de currículum son
verdaderamente ahistóricos. Y el de la Unesco no escapa a esta
palmaria condición. Hemos lamentado que el historiador de los
conceptos Reinhart Koselleck (1923-2006) no haya trabajado tan
importante concepto en la historia del pensamiento occidental en su
monumental obra Conceptos
históricos fundamentales.
Sus discípulos, pues, tienen la palabra.
Este
ahistoricismo permanente en cuestiones del currículum puede deberse
a tres razones, nos dice Kliebar, (citado por Estebaranz, 1994:143),
veamos. Uno “por la ignorancia de lo que se ha hecho; o por la
preocupación de estudiar el momento actual, lo cual es importante
porque enfocarlo sobre el presente ayuda a iluminarlo, pero también
puede oscurecer ciertos aspectos del currículum por su falta de
perspectiva histórica; o porque el currículum es un campo de
actividad práctica formativa que se desarrolla en una atmósfera de
crisis y de urgencia, y en estas condiciones el presente se nos
impone sobre el pasado, que llega a ser poco más que un fundamento
para exhortar a cambios urgentes en el presente.”
Es por esta razón que nos hemos atrevido a realizar un trabajo sobre
el currículum desde la perspectiva de la ciencia de la historia.
Pero es de aclarar que nuestro trabajo tiene también otra
particularidad: estudiar históricamente el currículum en una
sociedad determinada y en unos institutos educativos que tienen
nombres y apellidos. Son los hombres y las mujeres de carne y hueso
datados en la temporalidad histórica del siglo XIX venezolano, en
una conservadora ciudad del occidente de Venezuela: Carora, capital
del Distrito Torres del estado Lara en las postrimerías del siglo
antepasado.
Además,
hemos incorporado a este análisis del currículum en tiempos del
dominio del paradigma positivista decimonónico, otra perspectiva:
analizar el llamado “currículum oculto” que de forma velada y
encubierta se impartía en los colegios de primeras letras para
señoritas, y en un instituto de educación secundaria para varones
de esta singular sociedad que, en los días que corren, presenta unas
características socioculturales que pueden presentarse como
anacrónicas y extemporáneas. Es la Venezuela del pasado que pervive
y subsiste a pesar de los enormes cambios ocurridos en el siglo
pasado, fundamentalmente la súbita e inesperada riqueza petrolera
que torció de forma dramática nuestro devenir histórico. Es lo que
de inmediato vamos a mostrar.
La
sociedad caroreña, una singularidad histórica en Venezuela.
En
nuestro estudios de Maestría en Historia hemos señalado que la
sociedad caroreña ha tenido y tiene una particularidad muy señalada:
la existencia de una estructura social muy desigual y cuyo vértice
lo ocupa una clase social con rasgos de casta llamada la “godarria
caroreña”, blancos de la plaza, o también patriciado caroreño.
Desde tiempos coloniales ha ejercido una clara hegemonía ideológica
y cultural hablando en términos gramscianos en la ciudad del
Portillo. A Carora se le ha tenido como un “refugio de la
hispanidad” por encontrarse, aun en el presente, una serie de
familias que hunden sus raíces en el mantuanaje, los que han
tratado de mantener una cierta pureza étnica, que también ha sido
una pureza en las creencias religiosas al apegarse a un catolicismo
tan ortodoxo como militante. Es lo que se ha llamado una endogamia
espiritual.
Se trata de una serie de familias cuyos linajes han copado los
escenarios económicos, sociales, culturales y religiosos en esta
remota y aislada localidad del semiárido del occidente de Venezuela.
Estas excluyentes estirpes se asemejan a una casta, y han tenido una
preocupación constante: la pureza de su origen noble y
aristocrático. El abolengo y la prosapia los distingue, a tal punto
que se puede hablar que en Carora ha existido una separación de
castas muy evidente, pues hasta tiene elementos espaciales y
geográficos, pues los godos o patricios caroreños han ocupado sus
lugares de residencia los alrededores de la Plaza Mayor o Plaza
Bolívar de la ciudad.
Estos
troncos familiares proceden de las islas Canarias y de diversas
regiones de la Península Ibérica. Digamos sus apellidos de
inmediato: Alvarez, Herrera, Oropeza, Riera, Perera, Zubillaga,
Gutiérrez, Montes de Oca, González, Silva, Meléndez, Yépez. Esta
docena de estirpes han llegado a conformar lo que se ha dado en
llamar una sociedad cerrada en plena era republicana, la cual tiene
un sentido de casta ligado a las creencias religiosas. Pureza de
linaje, sentido de exclusión, y un catolicismo militado de forma
ortodoxa, son los elementos que han permitido que esta forma
anacrónica de constitución familiar haya llegado hasta nuestros
días de manera casi incólume y sin sufrir desestructuraciones
destacables que pongan en peligro esta singularidad social en el
tercer milenio que vivimos.
Estos
linajes se han apropiado en primer lugar de la tierra y han
establecido grandes latifundios al suroccidente de la ciudad, en las
actuales carreteras Panamericana y Lara-Zulia. Son las mejores
tierras del Municipio Torres. Allí desarrollaron un experimento
genético único en el país: el Ganado Raza Carora, así como dos
centrales azucareros. Esta ligadura a la tierra le ha dado, acaso, un
carácter telúrico a su proverbial conservadurismo. Otro de los
ramos de la economía que han tomado para su dirección es el
comercio. Importantes casas comerciales que han mantenido un activo
mercado de bienes con Barquisimeto, Coro, Maracaibo y Puerto Cabello.
Hablamos de la Casa Flavio Herrera, Casa Comercial Zubillaga
Hermanos, Casa Comercial Amenodoro Riera, entre otras.
Esta
evidente hegemonía no podía estar completa sin el factor religioso.
Carora ha sido llamada la “ciudad levítica de Venezuela”, ello
por la significativa cantidad de sacerdotes allí nacidos, unos 300
levitas, de entre los cuales destacan seis obispos. Las vocaciones
sacerdotales ya emergen en el siglo XVI y se prolonga hasta el
presente. Es indicador clave para entender la atmósfera religiosa
que allí se forjó lo constituyen la existencia de múltiples
cofradías o hermandades, llamadas por el francés Michel Vovelle
(1985) “estructuras de solidaridad de base religiosa”. Eran
conocidas en buena parte de la Provincia y en la Capitanía General
de Venezuela, así como en la República. A tales hermandades
entraron cofrades de Irlanda, Francia, los Reinos Españoles, Cuba,
Santo Domingo, el Reino de Nueva Granada, así como de buena parte de
nuestras ciudades venezolanas: Caracas, Valencia, Maracaibo, Barinas,
San Carlos, Trujillo, Mérida, San Felipe, Churuguara, Siquisique,
Coro, Nirgua. Estar inscrito en una de estas cofradías era una
suerte de llave del Reino de los Cielos, así como también obligaba
a los hermanos asistir a los actos fúnebres de algún hermano,
auxiliar a huérfanos y viudas. También eran boyantes empresas
agropecuarias, pues poseían unas haciendas extensas al oeste de la
ciudad trabajadas bajo criterio esclavista. Es necesario destacar que
las cofradías prestaban dinero a bajos intereses.
La “godarria caroreña” dominó igualmente en el ámbito de la
política, la cultura y la educación. Dirigieron los factores
políticos locales, tres rectores de la Universidad de Caracas son
coterráneos nuestros. Crearon los institutos educativos de primaria
y de secundaria, los clubes y asociaciones, los medios impresos. En
1890 fundaron el Colegio particular La Esperanza o Fedreal Carora
(que será el centro de atención de nuestro presente trabajo), el
selecto y sexista Club Torres en 1898, una veintena de periódicos
desde 1875, entre ellos el diario El Impulso en 1904, revistas,
movimientos de opinión. Visto someramente este cuadro social pasemos
a estudiar las instituciones educativas caroreñas centro de nuestra
atención.
Educación
en Carora en las postrimerías del siglo XIX.
En este singular y sorprendente cuadro sociocultural, no nos extrañe
que sean los “godos de Carora” quienes lleven adelante el proceso
educativo, colocándolo bajo su dirección en lo que puede expresarse
como una hegemonía ideológica y cultural en términos gramscianos
de esta clase social con rasgos de casta que domina en muchos
aspectos en el presente, en la alborada de este tercer milenio. Jurjo
Torres (1991) nos dice en su teoría de la reproducción, que como
su nombre lo indica, coinciden en ver a la escuela como una de las
instituciones sociales fundamentales, clave, para reproducir las
relaciones económicas vigentes en una sociedad. En ella se expresa
el llamado currículum oculto, o dicho de otro modo, por lo implícito
que tienen que ver con los conceptos educativos de los docentes, su
formación, la manera como se conciben las intencionalidades del
estado, las ideologías que subyacen a la práctica educadora, los
intereses grupales, el estado emocional entre otros y que están
presentes en los procesos de enseñanza y de aprendizaje. Así, dice
Quispe Santos (2004), muchas veces el discurso oculto de las
cotidianidades en las aulas traicionan las buenas intenciones de
muchos educadores. En este sentido, avancemos en el estudio de la
educación caroreña del siglo XIX para determinar cómo se
manifiesta el currículum oculto.
Un
colegio de señoritas en Carora siglo XIX.
El
primer instituto educativo colocado bajo el foco de nuestra
atenciones es el Colegio Santa Teresa, instituto exclusivo para
niñas fundado en Carora el 1º de enero de 1880 en tiempos del
presidente Antonio Guzmán Blanco. Es un colegio excluyente, pues
está colocado al servicio de la educación de las jovencitas y niñas
de la godarria caroreña. Una evidente predisposición de género y
expresión de la razón patriarcal que dominó nuestras concepciones
sobre la sociedad, el hogar y las instituciones educativas. Los
apellidos de estas alumnas lo dicen todo, veamos: Alvarez, Oropeza,
Arapé, Crespo, Mármol, Delpianis, Dominguez, Franco, Meléndez,
Perera, Riera, Silva, Zubillaga, Herrera.
Pero
veamos y examinemos las asignaturas que se dictaban en este colegio
para niñas. Es un pensum destinado a mantener en un lugar
subordinado a la mujer en la sociedad. Es lo que la filosofa francesa
Simone de Beauvoir (1949) llamó el “segundo sexo”. Esas “clases”
eran: Gramática castellana, Aritmética razonada, Geografía
general, Religión, Moral, Historia Sagrada, Lectura y Escritura,
Tejidos y Labores, Obras de Mano, Lectura Explicada, Escritura al
Dictado. La intención de tal plan de estudios no es otro que el de
formar mujeres al servicio del hogar, cuidar a los niños y en la
motivación de hacer por siempre feliz y dichosos a sus maridos. El
sexismo es, pues, un factor de discriminación que limita y excluye a
la mujer de poder estar en igualdad de derechos y oportunidades a la
par que el hombre. Este discurso se alentó gracias a las Sagradas
Escrituras, cuerpo de creencias que considera a la mujer como fuente
de pecado. Recordemos que la mujer primordial, Eva, hizo caer, por
insinuación suya, en el pecado a Adán, el hombre genésico.
Las
mujeres no tenían acceso a la educación secundaria en aquella
sociedad androcéntrica, una construcción simbólica, pues solo
lograron entrar muy tardíamente a la elitesca educación secundaria
en el Colegio Federal Carora en el año escolar 1931-1932; además no
podían hacer vida social en el Club Torres, corporación cerrada al
bello sexo hasta muchos años después, es decir, en tiempos de la
“revolución de octubre” de 1945.
Hechas
estas consideraciones sobre la educación primaria, pasemos a
examinar la educación secundaria.
La
educación secundaria en Carora siglo XIX.
Pero
es aun mucho mas palmaria y evidente la manifestación de la llamada
“razón patriarcal”, reproductora de las desigualdades sociales
en la Venezuela del siglo XIX, con la fundación del Colegio La
Esperanza o Federal Carora el 1º de mayo de 1890. Se trata de un
colegio sexista, exclusivo para varones, y casi exclusivo para los
muchachos e hijos de una clase dirigente y minoritaria: los
patricios caroreños. Fue en sus inicios un colegio particular-hoy
decimos privado- creado al calor del patriciado caroreño en sus más
conspiscuos representantes, dos ricos comerciantes locales: Andrés
Tiberio Alvarez y Amenodoro Riera, quienes aportaron una suma
importante de dinero para crear aquel elitesco y excluyente instituto
de educación secundaria, nivel educativo que no solo era elitesco en
Carora sino en toda la Venezuela decimonónica.
Apenas
se inscribieron en aquel novel instituto 22 muchachos para cursar el
exclusivo “trienio filosófico” de nuestra educación, una exigua
y mínima cantidad de personas, visto que la población total de la
ciudad estaba por el orden de los 8.000 personas. Para dirigir el
instituto recién creado creyeron conveniente los godos darle la
responsabilidad a unos de los suyos, el Doctor Ramón Pompilio
Oropeza Alvarez, abogado recién egresado de la Universidad de
Caracas, así como al médico cirujano Dr. Lucio Antonio Zubillaga,
egresado también de esa casa de estudios superiores.
En
la ciudad de Caracas asiste Oropeza a la Universidad dominada por el
pensamiento positivo y cientificista glosado por sus dos paladines:
Adolf Ernst y Rafael Villaviencio. De esta filosofía tomará
Oropeza un entusiasmo por las Ciencias Naturales, pero en lo íntimo
siguió siendo fiel a su formación de católico ortodoxo. Es así
como alterna sus actividades como presidente de la Sociedad
Científico Literaria junto con José Gil Fortoul, pero continúa
hablando de “nuestra adorable religión”, besa el anillo del
Obispo Críspulo Uzcátegui en su Consagración Episcopal, levita
caroreño que le acoge y protege. En esa ocasión escribe: “Censuro
por otra parte, el poco respeto que se da aquí (en Caracas) a la
Casa de Dios sobre todo en las grandes festividades; poquísimas son
las personas que están allí con el debido respeto, en una palabra,
los templos parecen que se convierten en teatro. Ojalá que por allá
(en Carora) no nos llegue esta clase de civilización.”
Una
vez graduado regresa a su tierra a fundar tan anhelado Colegio. Es un
instituto que no trata de formar ciudadanos sino doctores, como
diría el Ministro
Jacinto Gutiérrez en 1858. Se prodigaba la vida teórica, afirmaba
Francisco Oriach, por decirlo así con detrimento de la práctica. El
título de bachiller era en esa Venezuela ya lejana, un adorno
social, un titulo decorativo. Sus conocimientos abstractos de teorías
simples y sin aplicación inmediata hacían de los bachilleres
personas que no tenían o conocían un oficio útil o definido
(Fernández Heres; 1983. Citado por Cortés Riera; 1997: 103).
Nos
llama poderosamente la atención un hecho particular y que a
nosotros en el siglo XXI nos resulta sorprendente. Nos referimos a
las casi inexistentes relaciones del Colegio caroreño y el
Ministerio de Instrucción. Podríamos inferir que el instituto nació
como una iniciativa local con la intermediación muy fláccida del
ministerio del ramo. Ello conllevó a que fueran los mismos padres y
representantes junto a los docentes, los que en los días anteriores
a la fundación del Colegio estudiaron los programas de enseñanza. Y
así sucedió durante todo el siglo XIX, hasta la llegada al
Ministerio en 1911 de un eminente hombre del saber y de la cultura:
Dr. José Gil Fortoul. La educación venezolana le debe a este
larense muchas reformas, entre las cuales cabe destacar para nuestros
propósitos: la unificación de los planes de estudios en los
colegios de primaria y secundaria del país. Era, pues, una enorme
dispersión la que existía en los currículos de nuestro sistema
educacionista hasta entonces.
Colegio
Federal Carora. Planes de estudio 1891-1899.
Clases/
asignaturas
|
1891-1892
|
1892-1893
|
1893-1894
|
1894-1895
|
1895-1896
|
1896-1897
|
1897-1898
|
1898-1899
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Filosofía
elemental
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x
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x
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x
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x
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Aritmética
y álgebra
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x
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x
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x
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|
x
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Latinidad
(2º año)
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x
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x
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x
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x
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Griego
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x
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x
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x
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x
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x
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Física
experimental
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x
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Geometría,
trigonometría y topografía
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x
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x
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x
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Latinidad
(2º año)
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x
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Física
particular
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x
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Geografía,
cosmografía y cronología
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x
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x
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x
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Latín
1º año
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x
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x
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|
x
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Física
2º año
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x
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|
|
x
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|
Física
1º año
|
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x
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|
x
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x
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Francés
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x
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x
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Astronomía
y cronología
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x
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Gramática
castellana
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x
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Gramática
y retórica
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x
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Pedagogía
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x
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Fuente:
Libro
de matrícula del Colegío Federal Carora,
1891-1900. Folios 1-29.
Y
allí estaban en aquellas aulas, prestos a recibir los conocimientos
del viejo “trienio filosófico” en esa enseñanza semiclásica,
semiaristocrática y semiprivilegiada (Grisanti; 1925), los
muchachos, todos varones, retoños de la “godarria caroreña” y
sus sonoros apellidos: Oropeza, Alvarez, Zubillaga, Gutiérrez,
Meléndez, Herrera, Curiel, Montes de Oca, Perera, Riera, entre otros
(Perera, Ambrosio; 1967). Eran ellos la única clase social que podía
tener acceso a tal educación en la Venezuela de finales de siglo
XIX. “Un bachillerato de inveterada tradición humanística, y
reflejo del bachillerato francés que suplantara al tipo de instituto
colonial de ascendencia hispánica, y por tanto medieval.”
(Mudarra; 1978:43)
En
esas aulas se dictaban unas clases de tipo hispánico (Grases; 1989:
456). Es decir, la clase
(la clase uniforme, con tendencia fatal a la oratoria, al discurso, a
la recitación, al periodo bien dicho y a las notas más o menos mal
tomadas por el oyente). Es una característica común en todo el orbe
hispanoamericano la vieja tradición o hábito de la lección
expositiva. Todo ello muy diferente en el mundo anglosajón,
Alemania y Francia, países donde se acostumbra las horas de consulta
entre maestro y discípulo en lo que se llama el office
hours.
Es el tiempo reservado a intercambiar ideas el profesor y el
estudiante, que es tan importante e imperativo como las famosas horas
de clase que el profesor hispánico tiene casi como único deber.
Y
decimos ex profeso “viejo trienio filosófico” de nuestra
educación secundaria puesto que encontramos en este plan de
estudios una evidente direccionalidad: el conocimiento de la
Antigüedad clásica greco-romana, pese a la introducción de las
Ciencias Naturales allí. El prodigioso avance de la filosofía
positivista de Comte y Spencer, que entró al país de la mano de
Adolfo Ernst y Rafael Villavicencio, no logró modificar la rutina de
nuestro bachillerato, nos dice Angel Cappelletti (1994: 340), pues no
menguó la intensidad de los estudios clásicos. Observemos con
detenimiento el cuadro anterior y notaremos el enorme peso de los
estudios del Latín y el Griego, dos lenguas que dejaron de ser
universales y por medio de las cuales se expresó el pensamiento
filosófico y de la Ciencia Natural hasta el siglo XVII. El idioma
latino era uno de los ejes curriculares de ese plan de estudios y
hasta se le daba prioridad sobre las lenguas vivas. Obsérvese el
cuadro anterior y se podrá notar la presencia continua de la lengua
del Lacio en los años escolares de 1890 a 1899 del Colegio Federal
Carora.
El
sociólogo de la educación británico Basil Berstein (1990) nos
habla que las clases dominantes adquieren conocimientos que se
constituyen en barreras discriminatorias, instrumentos de dominio
diferenciados. Se trata de los códigos restringidos y elaborados. El
restringido depende netamente del contexto y es particularista, está
enmarcado en el ámbito de la producción material y es empleado por
la clase trabajadora. El código elaborado no depende del contexto,
es universalista, está enmarcado en el ámbito de la reproducción
ideológica, reproducción del control simbólico y es empleado por
la clase dirigente. Conocimientos de humanidades, dice, de lenguas
clásicas, saber inútil, para demostrar un ocio ostensible, el
“clasicismo fútil” como característica de la clase ociosa. Esta
pervivencia de las lenguas muertas en nuestros planes de estudios
secundarios y universitarios revela la enorme influencia que ellos
han tenido en la conformación de la mentalidad de élites en los
países de hispanoamérica, nos dice Darcy Ribeiro (1977: 170). Se
trata de una estructura psicológica, hablando en términos
braudelianos, de “larga duración”, pues sus orígenes se
remontan a la Antigüedad clásica y a la Edad Media europea. Y es
que ya desde muy antiguo el “trívium” se debió a las demandas
educativas de la clase dirigente de Atenas. La Retórica era el
instrumento del poder político (Lundgren: 1997).
Estamos
hablando de las artes liberales cultivadas por los hombres libres, en
clara oposición a las artes serviles, oficios viles y mecánicos
propios de los siervos y esclavos. Oposición entre el trabajo
intelectual, el único consentido por las capas altas de la sociedad
y el trabajo manual propio de las clases populares. Es el eco del
trívium
y
el quadrivium
medieval que resuena en las aulas de nuestro Colegio caroreño. La
Gramática ayuda a hablar, la Retórica colorea las palabras y es muy
útil para los abogados y políticos y escritores y en general para
quienes quieren persuadir o convencer de algo. En un continente como
el nuestro el buen y correcto uso de la palabra en privado y en
publica significaba y significa darle dirección y sentido ideologico
y cultural a toda la sociedad. Y, como se verá más adelante,
nuestro Colegio caroreño ha formado de forma pródiga y abundante
tales profesionales.
El
quadrivium
estaba ligado a las artes ligadas a las matemáticas: la Aritmética
numera, la geometría pondera, la Astronomía cultiva los astros. Era
preciso aprender a dominar el quadrivium para comprender el
movimiento de los astros y, en consecuencia, aprender a confeccionar
almanaques y calendarios, pues era privativo de las clases educadas,
que eran las clases dominantes, manejar y entender una categoría
básica de lo histórico: el tiempo. Los detentadores del poder en
cualquier sociedad de clases dominan la dosificación del tiempo y
dominan el recuerdo. Son ellos quienes deciden qué se debe recordar
y qué se debe olvidar.
El
plan de estudios presenta otra perspectiva de análisis. Se trata de
la separación de las Humanidades de la filosofía natural o Ciencias
Naturales que viene de la Ilustración dieciochesca. Es el problema
de las dos culturas de las cuales nos habló el profesor Charles
Percy Snow en 1959. En el Colegio caroreño cohabitaban ambas
culturas, pues al lado de la Filosofía y de la Gramática se pueden
encontrar la Física experimental y la Física particular. Pero
creemos que la Filosofía que enseñaba los doctores Oropeza y
Zubillaga era un saber más bien metafísico cuyas proposiciones no
tocaban la realidad. Era, pues, una filosofía especulativa con
escasas conexiones con la Ciencia Natural. Hemos dicho que el
positivismo estimuló el cultivo de las Ciencias de la Naturaleza,
pero estamos resueltos a creer que la Física que el Dr. Zubillaga
dictaba a los alumnos del Colegio era una Física conceptual y de
pizarrón y que, consecuencialmente, obviaba la noción fundamental
del experimento, que es la base indiscutida del método científico
que campea en la actualidad en todas las ciencias naturales. Se
estaba reproduciendo en el siglo XIX una situación ya sucedida en la
Real y Pontificia Universidad de Caracas de finales del siglo XVIII,
institución dominada por el aristotelismo, donde un docente, el Dr.
Baltazar de los Santos Marrero, se atrevió a enseñar en sus
cátedras la nueva física newtoniana, por lo cual fue llevado a
juicio. Fueron, pues, serios los obstáculos a vencer para que el
método experimental fuera aceptado en nuestros institutos de
educación venezolanos.
La
Ciencia Natural creía haber llegado a sus límites a fines del siglo
XIX. Después de Newton era poco o nada lo que aun quedaba por
investigar. Hacia mediados del siglo XIX, escribe Ignacio Burk (1985:
21), la totalidad de la información científica era asimilable.
Conducía a nuevas ideas y era luz para muchos. Los científicos se
sabían dueños de una ciencia coherente, unitaria y delimitada con
precisión. Para los más era el fundamento sobre el cual edificar
una cosmovisión racional y personal. Era la llamada “física de
éter”, la indiscutida Reina de las Ciencias Naturales, erigida
sobre la mecánica clásica basada en la geometría euclidiana, la
que al despuntar el siglo XX iba a ser demolida en sus cimientos por
los físicos alemanes Max Planck y Albert Einstein. Creemos
firmemente que los doctores Oropeza y Zubillaga no pudieron
comprender aquel enorme cambio científico que destruyó para siempre
y en forma brusca nuestra imagen del cosmos. Después de todo eran
hombres del siglo XIX y que a pesar de que asistieron a la
Universidad de Caracas, epicentro del positivismo, filosofía
naturalística que con sus aspiraciones de certidumbre absoluta que
campeaba en las ciencias naturales y sociales, impidió que con su
determinismo a ultranza pudieran asimilar estos docentes nuestros
las nuevas nociones que la Física del siglo XX introducía: el
discontinuo, la teoría de los quanta y de la relatividad.
La
oligarquía y sus intelectuales de nuestra Venezuela seguía aferrada
al determinismo positivista deciminónico, pues este episteme
coincidía plenamente con su visión del mundo al justificar
científicamente la división por castas de la sociedad. Los
caucásicos son la raza superior y en consecuencia es la que está
destinada a llevar las riendas de la sociedad. Es el fatalismo de los
hechos físicos y de los fenómenos de la naturaleza: los tres
troncos raciales, blancos, indios y negros. La educación solo será
asimilada por y para los blancos. Consideran a las dictaduras, tales
como la del Juan Vicente Gómez, como una etapa necesaria para
imponer el orden social, acabar con la anarquía y asegurar el
progreso como camino expedito hacia la verdadera libertad. La
educación, sostienen los positivistas criollos, deberá abrir las
mentes a los descubrimientos de las ciencias positivas que deja atrás
las explicaciones teológicas y metafísicas paralizadoras del
progreso. (Sosa Abascal, Arturo; 1983)
Esta
incomprensión escolar de los avances científicos nos coloca ante
una constante: el extremo conservadurismo mental de la escuela. Es
una suerte de neofobia que ataca las estructuras académicas en todas
partes. Nos ha sorprendido que Baudelot y Establet en su clásico
libro La
escuela capitalista
(1971:127) resalten que en un país industrializado como Francia la
física einsteniana como la mecánica cuántica hayan tenido una
enorme resistencia en los medios académicos secundarios y
universitarios para ser enseñada allí. Y lo mismo, es necesario
reconocer, podría decirse para la educación en Venezuela dominada
por muchos decenios por el determinismo positivista que tanto la
afectó impidiéndole la apertura hacia nuevas formas de comprensión
de la realidad del mundo natural.
La
religión en la vida educacionista caroreña.
Hemos
dejado para el final de este trabajo un aspecto esencial de toda
cultura y de toda sociedad: la religión. Y la ciudad que nos ocupa
hemos considerado que el catolicismo se expresa en esta población
del semiárido occidental venezolano de manera tan masiva y
omniabarcante como cualquier poblado de los Andes, los cuales han
sido considerados por la historiografía como los de mayor arraigo de
la fe en Venezuela. Hemos notado que en los dos institutos de
enseñanza aquí estudiados observamos que es en la escuela primaria,
el Colegio Santa Teresa, donde aparecen explícitamente asignaturas
ligadas a lo sagrado: Historia sagrada y Religión. Pero en el
Colegio Federal Carora no asoman estas asignaturas, pues se trata de
un colegio en apariencia laico, desligado de la Iglesia Católica.
Pero las creencias religiosas permean en todos los flancos al
instituto educacionista de secundaria. La “ciudad levítica”, que
teme a Dios y a la condenación en las pailas del infierno, se
constituye la base constitutiva del inconsciente colectivo caroreño.
Es la manifestación de una carencia sufrida por nuestro desarrollo
histórico en Hispanoamérica: no tuvimos Ilustración. Sufrimos aun
los efectos del Concilio de Trento nos dice Picón Salas (Paz,
Octavio; 1989 p. 340).
Y
con la Iglesia nos hemos topado. Al finalizar el primer año escolar
de nuestro Colegio en 1891, no es casual que el acto académico
tuviera como escenario la iglesia de San Juan Bautista de Carora. Se
inició el acto con palabras de un levita, Monseñor Maximiano
Hurtado; continuó el Dr. Oropeza leyendo el Acta de la Medalla de
Honor. De este documento extraemos un párrafo en el que se entrevé
la profunda impronta de lo metafísico en el discurso académico: “No
vaya el joven laureado (Rafael Losada) a olvidar ni siquiera por
instantes los nuevos y gravísimos deberes que contrae. Tenga
presente que ahora va á ser el punto en que convergen todas las
aspiraciones de sus compañeros; que Luzbel
fue un ángel que cayó
(subrayado nuestro); y que así, es para él un deber sagrado
conservarse siempre digno de la honra discernida.” Obsérvese el
tono intimidatorio y hasta amenazante de tales palabras, lo que nos
deja ver el carácter sancionatorio de los preceptos de la oratoria
sagrada.
Conviene,
para finalizar, detenernos en la persona del Dr. Ramón Pompilio
Oropeza (1860-1937), Rector fundador del Colegio Federal Carora.
Formado en un hogar de dilatado linaje y de profundas convicciones
católicas. En su casa -sostenía- se forjó una verdadera geometría
moral. Era godo, pero pobre, decía sin ambages. Después de realizar
su primaria en su ciudad marcha a El Tocuyo, donde bajo la guía del
Br. Egidio Montesinos, Rector del Colegio de La Concordia, realizará
sus estudios de bachillerato. De tal instituto dirá: “Fuera de
este templo (el Colegio) todo es oscuridad y confusión. Y en efecto
¿Qué fuera de la existencia del hombre sin su ayuda ¿ Una flor
inodora y sin atractivo alguno; un campo salvaje y desierto, un débil
pajarillo, abandonado y sin nido.”
Quizás
por desconocimiento o por no admitir que el pensamiento racional
griego contaminó la fe cristiana, tales como nuestra idea de un Dios
trascendente que está afincado en la tradición platónica y
aristotélica, Oropeza dice del Hijo de Dios: “Un hombre que sin
haber frecuentado Academias, sin haber oído a Sócrates, ni
estudiado a Platón, ni haber tenido trato alguno con ninguno de los
sabios de la humana ciencia, ni haber conocido otra escuela que el
modesto taller de un carpintero, se revela en su palabra y doctrina
Maestro de altísima sabiduría.”
La
filosofía que enseñaba Montesinos en su Colegio particular era una
filosofía de corte eclesiástico, semiescolástico, con gran
influencia del espiritualismo balmesiano, una conciencia teísta y
cristiana del mundo que inevitablemente estaba vinculada al
tradicionalismo sociocultural y el conservadurismo político.
(Cappelletti; 1994: 229). Bajo la influencia de tales concepciones
escribirá Oropeza: “el hombre, a la par que se instruye debe
procurar que su instrucción descanse sobre solidas e indestructibles
bases de la religión y la moral, y tener presente en todas sus
investigaciones esta deidad sublime: la fe.” Sin religión y moral,
afirma Oropeza, “la instrucción se convierte en fuente perenne de
innumerables males (…) desaparece todo lo bello, todo lo noble,
todo lo laudable, quedando en su lugar los vicios que horrorizan y
mil absurdos más, que son pendientes rápidas que conducen al
profundo y degradante abismo de la perdición.”
No
solo el individuo se pierde cuando no hay religión ni fe. La
instrucción, continúa Oropeza, sin la creencia en Dios, expone a la
sociedad “a sufrir profundas conmociones en su seno mismo, la
verdadera civilización decae y el hombre no es más que un ser que
pudo ser feliz; pero que, saliéndose de la órbita que le señaló
el Creador para sus investigaciones se ha hecho el ser más
desgraciado.” De su querido Colegio se expresará, ya anciano,
este hombre que hizo de la educación un apostolado: “Algunas
generaciones han pasado por aquí (…) esas generaciones, si no han
encontrado aquí el apetecido acopio de doctrina, han hallado al
menos honradez en los propósitos, noble empeño, voces de aliento,
buen consejo y sano ejemplo.”
Tales
palabras de este eminente educador de la provincia nos coloca frente
a un hombre que hizo del discurso religioso la guía y conducción de
un magisterio muy prolongado y lleno de acechanzas. Venciendo grandes
obstáculos, tales como la clausura del Colegio por largos 11 años,
formó una generación intelectual que no puede merecer sino el
calificativo de brillante, quizás de las más eminentes que haya
producido la provincia venezolana de finales de siglo XIX y el primer
tercio del siglo pasado. (Cortés Riera; 1997: 154). Destacan como
discípulos del Dr. Ramón Pompilio Oropeza los siguientes
prohombres del conocimiento y el saber: Dr. Pastor Oropeza, fundador
de la pediatría en el país; Luis Beltrán Guerrero, humanista; el
historiador Ambrosio Perera, Pbro. Dr. Carlos Zubillaga, un
adelantado de la Teología de la Liberación en el país y el
continente; Dr. Juan Oropesa, Rector de la Universidad Central de
Venezuela; Dr. Ambrosio Oropeza, jurista que condujo le redacción
de las Constituciones de 1947 y 1961; Cecilio Zubillaga Perera, quien
en sus posiciones socialistas no dejó de ser un creyente fervoroso;
José Herrera Oropeza, político y escritor, incansable luchador por
la independencia de Puerto Rico; el fino poeta Elisio Jiménez
Sierra, reconocido como tal por Octavio Paz, premio Nobel de
literatura; Homero Alvarez, reconocido médico pediatra; Ambrosio
Perera historiador de la Venezuela colonial; Antonio Herrera
Oropeza, director de El Diario de Carora; los educadores Rafael
Tobías Marquís, Miguel Angel Meléndez, Rafael Losada y Pablo
Alvarez; Dimas Franco Sosa, exquisito poeta;Dr. Ricardo Alvarez, uno
de los fundadores de la psiquiatría; Carlos Gil Yépez, iniciador de
las cátedras de cardiología en la UCV; el educador Juan Sequera
Cardot, el médico y educador Pablo Alvarez Yépez, Jacobo Curiel,
culto farmaceuta de ascendencia israelita, entre otros. (Mora
Santana; 2005)
Hemos
observado, pues, que el entorno social decididamente metafísico y
religioso, expresado de forma militante y manifestado en un
catolicismo medular, permeó profundamente el acto educativo en estas
dos instituciones educacionistas caroreñas, las que han sido objeto
de nuestros estudios de cuarto nivel y quinto nivel bajo la señera y
estimulante guía de los doctores Federico Brito Figueroa y Reinaldo
Rojas. Sin embargo sería mezquino dejar de reconocer que la
filosofía positivista estimuló el cultivo de las Ciencia Natural
(Biología, Zoología, Geología, Higiene, Mineralogía, Botánica)
y el conocimiento de las lenguas vivas (Alemán y Francés), durante
la larga dictadura del presidente Gómez. Pero este es un aspecto que
está colocado fuera del periodo histórico que nos hemos propuesto
examinar históricamente, es decir las décadas finales del siglo
XIX.
Consideraciones
finales:
Dice
Nacarid Rodríguez que: “La increíble historia de los programas
escolares es un reto para los más acuciosos historiadores.”
(Citado por Mora García, Pascual; 2004: 49-74). Es por tan
estimulante reto de esta investigadora que nos hemos dedicado a
examinar los currículos, planes de estudios, de dos institutos
educativos del Estado Lara, que hacen vida académica en la antigua
ciudad de Carora. Se nos objetará lo pequeño del objeto de estudio,
por lo que no podrán ser sus consideraciones generalizables para
el resto del país. Es cierto, pero no es nuestro propósito extender
los mismos criterios investigativos a otras instituciones
educacionistas venezolanas. Recordemos lo poco que se ha hecho en el
estudio histórico de los currículos en el país y a la condición
en extremo particular de la educación en la remota y aislada
población de Carora en el siglo XIX, en un país desarticulado y con
escasas conexión entre sus regiones, y más aun con su capital,
Caracas.
Un
esfuerzo meritorio en tal sentido hemos realizado en el Instituto
Pedágogico de Barquisimeto Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa,
escenario academico donde desde 1989 y bajo la dirección de los
doctores Federico Brito Figueroa y Reinaldo Rojas hemos creado una
comunidad de discurso bajo las premisas conceptuales de la Escuela de
Anales fundada por Marc Bloch y Lucien Fevbre en 1929, para la
puesta en marcha de una muy fértil y auspiciosa Línea de
Investigación llamada Historia social e institucional de la
educación en Centroccidente de Venezuela, de la cual han sido
presentadas y defendidas unas 80 trabajos de Maestría en Historia y
unas 10 de Doctorado en Educación.
Consideramos
que investigaciones específicas e idiosincráticas como la que
acabamos de realizar de forma somera y rápida, se deben realizar en
otras instituciones educacionistas de otras localidades y tiempos
históricos del país. Solo de tal manera llegaremos a la comprensión
de tan complejo y dificultoso cuadro en el disperso y diseminado
currículum de las instituciones educativas anteriores a la asunción
del Ministerio de Instrucción del Dr. José Gil Fortoul en 1911
quien finalmente diseñó el Currículum Nacional. Queremos decir que
esta circunstancia tan especial y específica ha modelado nuestro
método y al objeto de estudio. La naturaleza privativa de los planes
de estudios acá estudiados es el resultado de situaciones especiales
y distintivas de una localidad, lo que no pone en entredicho que
hubiesen características generales de la educación del siglo XIX
expresadas en nuestros institutos educacionistas.
Por
último debemos resaltar que el examen del “currículun oculto”
en tales institutos de educación ha sido para nosotros un verdadero
reto investigativo, dado la inexistencia casi total de antecedentes
en tal sentido. Debimos vencer, además, un pecado cometido
insistentemente por los historiadores: el anacronismo. Es decir la
tentación de trasladar las categorías de la ciencia de la historia
del presente en forma inadecuada y falaz al objeto de estudio en el
pasado.
Nuevas
investigaciones vendrán, eso es seguro y necesario. Cuando eso
suceda creemos que nuestro esfuerzo debe ser tomado como pionero y
como motivador de futuras investigaciones de nuestra educación con
sentido histórico.
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Nota:
El autor de el presente trabajo es egresado de la Universidad de Los
Andes y su Escuela de Historia, 1976, con Maestría y Doctorado en
Historia (1995 y 2003, respectivamente), por lo cual se habrá notado
el carácter y el tratamiento decididamente histórico dado al
presente ensayo. Con ello creemos haber superado una carencia nuestra
al no haber obtenido en pregrado títulos de profesor en algún
pedagógico o el de licenciado en educación en una universidad.
Abrazos
desde Carora, Dr. José Sánchez Carreño.