miércoles, 26 de septiembre de 2018

Karl Marx, el moreno de Tréveris

Fue  considerado en  vida  el único  filosofo viviente,  “atraerá  las  miradas  de  toda  Alemania”, se  decía. Una  especie  de  combinación  de  Rousseau, Voltaire,  Holbach,  Heine  y  Hegel. Era  dominante  impetuoso, apasionado, profundamente  serio  e instruido, un dialectico  inquieto,  con  su  inquieta  penetración  judía. Nació  dos  años  antes  que  Engels, en 1818, en  el  seno  de  una  familia  burguesa que había  abjurado del  judaísmo  para  bautizarse  luteranos. Su  infancia  fue  feliz.  Recitaba largos  pasajes  de  Shakespeare  y  Homero. Ya  casado con  la  aristocrática Jenny von  Westphalen se  le  llamaba  “el  jabalí  salvaje”. Rara  vez  se  conoció  un  matrimonio tan  feliz.
Protagonizo borracheras escandalosas, encalabozamientos y hasta  se  batió a duelo con un  militar. Parecía  estar  constantemente  al  borde de  sus capacidades  intelectuales y físicas. En  la  universidad  adquirió  el  habito  de  fumar,  leer  y  trabajar  hasta  bien  entrada  la  noche. Una  hipertrofia intelectual,  dice  Jon Elster. En  Bonn  obtuvo  el  título  de  abogado  en  un  ambiente  impregnado  de  hegelianismo.  Deja  el  derecho  y  se  va  tras  la  filosofía  con el grupo  de los “jóvenes  hegelianos.”  Consumía enormes  cantidades  de  cerveza y de dialéctica. Le  sacaba  dinero a  su padre mientras  escalaba  las  cumbres  del  hegelianismo. No  asistió  a su  funeral, pero  siempre llevó por  el  resto  de sus  días  su  retrato.
Su  tesis  doctoral, dice Tristram Hunt, era de  un  tema  que  parecía  árido en extremo: La  diferencia  entre  la  filosofía  de  Demócrito  y  la  de Epicuro, que  era  una  crítica a la  filosofía alemana  de entonces. Comenzó  a  escribir  en  la  Gazeta  Renana  y  llega  a  ser  su  director. Tenía  las  cualidades  de  un  buen periodista: determinación  para  decir  la  verdad  al poder y  una  audacia  absoluta. En 1847  conoció  a  Engels, dando  comienzo  a  una  de  las  amistades más influyentes  en  el pensamiento  político  de  Occidente. Fue Engels, y  no Marx, el  redactor del primer  gran  documento del socialismo  científico: La situación  de la clase obrera en Inglaterra, publicado  en  1845.  Y  fue Engels quien  le  proporciona a Marx la valiosa información  de cómo  funciona  el  capitalismo, pues  su padre tenía  una fábrica textil algodonera en  Manchester, Inglaterra. Allí laboraba y  enviaba a su amigo  dinero, quien redactaba El Capital pasando largas temporadas  investigando  en el Museo Británico,  y  con  ello mantenía la familia de su amigo.
En 1848 ellos redactaron El Manifiesto  Comunista, un  documento  indispensable para conocer  el mundo contemporáneo. Hobsbawm sostiene  que es el documento más influyente desde la Declaración  de los Derechos del hombre  de  la Revolución Francesa.  Sigue  siendo un clásico aún después de la caída  de la Unión Soviética.
El  primer volumen de  el capital apareció  en 1867  y tuvo la idea de  dedicárselo a  Charles  Darwin, lo que  no  se  llevó a  efecto. “Darwin  redescubre  entre las  bestias y las  plantas  la esencia  de la sociedad inglesa”, escribe Marx.  El segundo volumen no  lo vieron  sus  mortales  ojos, pues  sería  Engels el  encargado de publicarlo en  1885, dos  años  luego  de su  muerte. Engels  descubre que su  amigo había  saboteado  su obra maestra al  haber  caído en una grave procrastinación: postergar demasiado la redacción, irse por la  tangente, su  voracidad  característica lo empujaba a recolectar cada vez  más  pruebas. Esos  estudios  detallados lo mantuvieron atascado años enteros.
Marx  fue el primero en mostrar el  carácter intransigente, implacable y compulsivamente  destructivo del capitalismo, que no  ha dejado entre los  hombres otro  nexo que el interés  desnudo, el insensible  “pago  en efectivo”. Ha  ahogado los  éxtasis  más celestiales del fervor  religioso, del entusiasmo  caballeresco y  del  sentimentalismo pequeño  burgués en las  heladas aguas  del cálculo egoísta, dice El Manifiesto.  Reveló  cómo  el capitalismo destrozaba  a su paso idiomas, culturas, tradiciones e incluso  naciones  enteras. Es el primer  gran teórico de la globalización. Un  individuo  regordete, encantador y asombrosamente contemporáneo.

El juicio del mono (1925)

Pareciera mentira que en Estados Unidos, el país más próspero del  mundo, que había salido fortalecido y casi indemne de la terrible e inúti...