En 1934, cuando
llegaba a su fin la oscurantista dictadura de Juan Vicente Gómez Chacón, un
caroreño enamorado de la cultura y el saber publicó lo que llamó “Unidad, revista mensual de cultura larense”. Era ese hombre Ismael Silva Montañés,
quien era dueño de la Tipografía Arte,
que tenía sus talleres en Carora, la “ciudad levítica” de Venezuela.
El propósito de la Revista era el de “poner a
disposición de los hombres de letras en la región larense una publicación
( ) que se preste a conservar para lo
porvenir el fruto de sus capacidades intelectuales”. En otro lado dice que “su
carácter es exclusivamente científico-literario, dejando las otras actividades
de la prensa a los periódicos de diferente índole”.
Tengo entre mis manos un ejemplar de la Revista de Don Ismael, que
fue donada a la Biblioteca Ismael
Silva Montañés de la Alcaldía
del Municipio Torres por sus hijos Álvaro y Bernardo, en la que puedo observar
la calidad de los colaboradores así como del trabajo tipográfico, un portento
del intelecto realizado cuando agonizaba la dictadura gomecista que hundió al
país en la miseria cultural y en el analfabetismo.
Consta la revista de 256 páginas, impresa en buen papel, mide 15,7 x
21,8cms. No creo que haya
salido un segundo número. Ni siquiera aparece en el Diccionario general de la
bibliografía caroreña (1984), del economista Alfredo Herrera Álvarez. Aquí
podemos degustar de colaboraciones literarias, muy bien cuidadas de J. Giménez
Anzola, quien escribe sobre El Papado I la redención, y más adelante el
escritor caroreño Antonio Crespo Meléndez Gutiérrez escribe “protección,
cooperación”, en donde llama “formar un bloque fuerte para resistir
equilibrados los embates de los furiosos vendavales que hoy amenazan destruir
al mundo”. El autor de “Procerato
caroreño”, José María Zubillaga Perera, dedica un trabajo sobre la
ascendencia caroreña del Doctor y Coronel Antonio Rangel, prócer de la Independencia, al
Doctor Tulio Febres Cordero.
Con el título “Carora, ciudad colonial”, escribe en la página 26 de Unidad, Enrique A. García, quien hace
referencia a “rejas y celosías y bellos rostros de mujeres por allí asomadas”.
El editor de esta bella publicación, Don Ismael nos entrega “Primeras armas de Reyes González”, la
actuación de este prócer durante los terribles años de 1813 y 1814; le sigue
otro trabajo del Editor titulado “La mujer de Reyes González”. (p. 32-36). Más
adelante conseguimos un poema dedicado a Pedro León Torres, del recién
fallecido J.T. Santelíz (
1933), y que comienza
así:
¡Salve Carora invicta:
cuna
preclara
de aquel “Ulises de Colombia”
Lara!
De aquel león de nuestras selvas:
Torres! Salve! Loores!
José María Zubillaga Perera escribe de seguido “Ligeras consideraciones
sobre las palabras del Libertador al saber la muerte del Gral. Pedro León
Torres Arriechi”. Una mujer llamada María Alvarez de Alvarez, dama caroreña de la Venerable Orden
Tercera de San Francisco de Asís, escribe en tono moralizante “Condiciones
indispensables para ser feliz en el matrimonio”. Don Ismael dice allí en una
nota que Doña María de Álvarez es la autora del primer libro escrito por una
caroreña llamado “La voz de tu madre”.
Sobre la guerra del Chaco, entre Paraguay y Bolivia, se hace eco Eudoro
Madrid, cuando escribe “Horrores de la guerra”, artículo firmado en El Tocuyo
el 26-08-1934. Otro colaborador tocuyano es Ramón Orellana. En la página 58
aparece una “Novelita por Antuco Amable”, titulada “Prueba tremenda”. Se trata
de un cuento largo, publicado en 1902, que pinta escenas de la vida social
barquisimetana. No pudimos averiguar quien se esconde tras el seudónimo de
Antuco Amable. Un tal Mario de Lara escribe (p. 70): “Extención i límite de la
incumbencia”, en tanto que J. Giménez Anzola lo hace sobre “Conceptos
psicológicos sobre los deportes”, donde hace referencia al furor
psicopatológico que observó en Barquisimeto cuando se enfrentaban los equipos
de béisbol el Japón y el Royal.
En este portento de la cultura larense, que fue la Revista Unidad, no podía faltar la figura de Don
Cecilio “Chío” Zubillaga, quien acababa de fundar en esos años en Carora la Biblioteca Pública
Idelfonso Riera Aguinagalde. Colabora con un artículo titulado “Dos cartas
inéditas de Guzmán Blanco”, a las cuales hace un estudio introductorio para
luego presentarlas in extenso, ambas misivas fueron dirigidas por el Ilustre
Americano al Gral. Jacinto (Fabricio) Lara en 1874. Otro faro de la cultura en
Carora, el Dr. Ramón Pompilio Oropeza se refiere a su nieto Joel en su primera
comunión; seguidamente (p. 38), Don Ismael inserta el capítulo VII del libro “El niño”, escrito en Carora por el Dr.
Pastor Oropeza Riera, allí hace referencia este sabio caroreño a la higiene del
niño, el baño, el vestido, el cuarto, la cuna, cuidados de la boca, entre otros
aspectos.
Decíamos que la Revista Unidad
tenía carácter científico-literario, que se editaba en Carora en 1934, bajo la
dirección de Ismael Silva Montañés. En la página 97 escribe Martín Segundo Álvarez
“Datos sobre infinitesimalismo”, sobre la vida microscópica y el relevante papel
de la ciencia de la química desarrollada en Alemania. En la página 106 podemos
encontrar dos poemas a dos maestros larenses, Don Egidio Montesinos y el Dr.
Ramón Pompilio Oropeza, escritos por J. N. Silva Castillo. Don Ismael hace
referencia al conflicto Iglesia-Estado en México priísta, sin hacer mención a
la revuelta de los “cristeros” acontecido en 1926.
La Revista tenía una sección
llamada Estudios históricos, en la cual escribió Enrique A. García “Miranda y
la capitulación de San Mateo” (p. 112); desde la página 122 hasta la 132,
continua la Novelita
“Prueba tremenda” de Antuco Amable, le siguen colaboraciones de Rafael María
Garmendia, poemas del Cabudare Héctor Rojas Meza, los poemas “Velorio
campesino” y “Visión de reposo”, del poeta proletario caroreño Segundo Ignacio
Ramos; más adelante, un segundo artículo científico de Martín Segundo Alvarez
que lleva el nombre de “Venenos - medicamentos i viceversa, medicamentos -
venenos”.
Otro colaborador, Quírico A. Sisirucá, hace un esbozo biográfico del
general caroreño Pilar Bracho, quien participó en la Guerra Federal. El médico e
historiador caroreño, Dr. Alberto Silva Alvarez nos muestra una serie de cartas
del general Guzmán Blanco al general Jacinto (Fabricio) Lara. De seguido
aparecen las palabras de J. Giménez Anzola para la apertura de la Asamblea Legislativa.
Sobre el séptimo arte, el cine, escribe Teolíndo Crespo Meléndez un artículo
titulado “Apostilla”. Una dama tocuyana, Carmen Elena Mendoza, escribe un
poema: “Ruego”. Desde México reproduce Unidad
un proceso seguido a un sacerdote complicado en el asesinato del general Álvaro
Obregón, en tanto que otra dama, Elisa García, desde la población de Guarico
envía un poema bastante pesimista: “Soledad”.
TULIO FEBRES CORDERO |
Y en la página 186 continúa la novelita “Prueba tremenda”, hasta la
página 198. De inmediato aparece un cuento del sabio merideño, Don Tulio Febres
Cordero, con el nombre de “La mata de centavos”. Eladio A. del Castillo hace
más adelante un análisis de una fábula, “El grillo”, que realizó una joven bajo
su dirección, la señorita María Cristina Cortés. De seguido J. Giménez Anzola
en un penetrante análisis psicológico se refiere a la sustitución de los
ideales por lo que llama el grillo, es decir “la idea de la jefatura en nuestro
grillo principal”, dice. Continúa la
Revista con unos poemas de Pedro Montesinos titulados “Notas”
(p. 210-214).
El 22 de diciembre de 1934 falleció el Dr. Ramón Gualdrón, fundador del
orfanato de Barquisimeto, con tal motivo Unidad
publica un homenaje a la memoria de este pedagogo y médico larense. El joven
tocuyano Carlos Felice Cardot nos entrega una reseña sobre el Centenario del
Colegio Nacional de Barquisimeto, institución que a fines del siglo XIX se
convirtió en Colegio Federal de Primera Categoría, y que otorgaba títulos de
médicos y de abogados. Más adelante (p. 220), Domingo Amado Rojas dedica al Dr.
Pastor Oropeza un cuento terrorífico con el nombre de “La hamaca”. Con el
título “La independencia de la
Provincia de Coro”, escribe el editor de la Revista, Ismael Silva
Montañés.
No podía faltar en esta Revista de cultura la pluma del Dr. José Gil
Fortoul, escritor positivista al servicio de la tiranía gomecista, quien
escribe sobre la libertad, “término tan vago que pierde toda significación
precisa”, dice. Otros colaboradores son Juan Liscano y Miguel E. Pacheco.
Cierra la Revista
con la novela corta “Prueba tremenda” (p. 252 a 256), “un autor que abusa de los
provincianos y barbarismos, puesto que es imposible – dice una nota – escribir
en Venezuela la novela criolla en castellano correcto”.
La Revista
recibía diversas publicaciones, tales como el Boletín del Archivo Nacional, los
diarios El Anunciador, de Barquisimeto, Yaracuy, de San Felipe, La Lid, de Barquisimeto, El Arado
de El Tocuyo, Patria, de Mérida, Alma Libre, de Yaritagua, la revista caraqueña
América, desde Boconó El Timonero; la
Voz de Valera, Ecos del Turbio, El Impulso y La
Caridad, de Barquisimeto, desde Quíbor Amor Patrio, Revista
de Derecho y Legislación, de Caracas, Mi Bandera, por A.R. Piñero, de Tucupido,
La Voz de
Portuguesa, semanario de Acarigua. Tenía también una página bibliográfica (p.
110) donde hace una reseña del poema “La palabra al viento”, de Antonio
Spinetti Dini, un poeta vanguardista nativo de Mérida, poemas – dice – de una
sencillez encantadora aunada a una atractiva claridad…”
En la página 184, en una sección titulada Nuestra voz, se ataca a “la
historia romántica que ha ocultado al Bolívar de carne i hueso”, idea que
expresa el historiador colombiano R. Botero Saldarriaga en su libro El
Libertador Presidente. De seguido las publicaciones recibidas: “Los trastornos
vaso-motores en la lepra”, de Carlos Zubillaga Z.; una memoria que el Concejo
Municipal de Urdaneta presenta a la Asamblea Legislativa
del Estado Lara; de Alberto Silva Alvarez su General Juan Jacinto Lara, tesis presentada en la Universidad de Los
Andes, Editorial PATRIA, Mérida, 1934; más adelante señala que el diario La Religión publicó
fragmentos del escrito de Don Ismael referidos a la bárbara persecución
religiosa de que es víctima el noble pueblo mexicano, se queja la revista de
que sus artículos son publicados en algunos periodicotes del país sin decir o
indicar su procedencia.
Otras publicaciones recibidas son: Orión, de Maracaibo, exalta un
artículo allí publicado “La noche de San Bartolomé” del Sr. Don Pedro R. Barboza.
Allí se dice: “Lo que no nos explicamos nosotros es cómo un medio relativamente
estrecho como Maracaibo, haya podido desarrollarse tan ampliamente un jenio
como el del Sr. Barboza: nosotros, mientras vienen los sabios a explicarnos tan
maravilloso hecho, admiramos i callamos”. (p. 185).
Escribir, editar e imprimir una revista y un libro en tiempos de la
dictadura de Gómez era una verdadera labor de Sísifo. Recojo estas palabras de
Hermann Garmendia para calificar el portento de audacia y creatividad de Ismael
Silva Montañés para editar la
Revista Unidad en la Tipografía Arte,
en la Carora
de 1934 y cuando faltaba un año para la muerte del general Gómez. Sin los
medios y facilidades que nos brinda la tecnología y el clima de libertades de
hoy, Don Ismael imprimió en su taller y en dos volúmenes el “Historial genealógico de familias
caroreñas”, de Ambrosio Perera, en
1933.
Don Ismael, quizás se inspiró en otra revista editada en Carora, con el
nombre de “Minerva” una “Revista
científica y literaria” dirigida por el Dr. Rafael Tobías Marquís, una
publicación del Liceo Contreras, instituto sólo para señoritas, y que comenzó a
circular en enero de 1915. O bien pudo hacerlo de la afamada y hasta ahora
nunca igualada revista “El cojo
ilustrado”, quien nació en 1892 en Caracas, y entregó su último número en
1915.
Lo cierto es que Don Ismael tenía contactos con lo mejor de la
intelectualidad venezolana de la época, desde Don Tulio Febres Cordero hasta
Juan Liscano, Chío Zubillaga, y Antonio Crespo Meléndez, entre otros. Tuvo el
mérito de dar lugar a las mujeres como colaboradoras, tales como María Alvarez
de Alvarez, Elsa García, Carmen Elena Mendoza M., a personas que estaban
diseminadas por buena parte del país, Caracas, Mérida, Barquisimeto, El Tocuyo
y Carora, lo que hizo por breve tiempo a esta última ciudad el epicentro de un
activo movimiento cultural.
Antes de la Revista Unidad
había fundado Don Ismael el periódico “Unidad” que circuló entre 1931 y 1935;
en 1933 editó un opúsculo: “Imprentas y
periódicos caroreños”, y fue además un defensor de las ideas de la Democracia cristiana,
inspirado en las Encíclicas papales Rerum Novarum de León XIII, así como el
derecho a la mujer a incursionar en el mundo intelectual y a liberarlas de ese
mal latinoamericano, el machismo. Al final de su vida se dedicó a la empresa
más ambiciosa: “Hombres y mujeres del
siglo XVI venezolano”, publicada en cuatro tomos por la Academia Nacional
de la Historia
en 1983.
Fue Don Ismael un hombre autodidacta y de pensamiento más bien
conservador, y quizás por ello mismo fue capaz de realizar en la provincia
venezolana, en Carora y en San Felipe, una extraordinaria obra de cultura, que
culminó en Caracas a una edad avanzada cuando ya enfermo concluyó su monumental
obra Hombres y mujeres del siglo XVI
venezolano, siglo que, como sabemos, fue genésico de nuestra nacionalidad
venezolana, trabajo que de haber tenido en sus manos Rufino Blanco Fombona y el
médico psiquiatra Francisco Herrera Luque, hubiesen de seguro modificado
sustancialmente sus afirmaciones, las que fueron en su momento muy polémicas.
Don Ismael falleció en Caracas en 1982 y sus ojos no pudieron ver los
cuatro volúmenes de su obra de madurez. Había nacido en Carora en 1901, por lo
que podemos afirmar que la Revista Unidad es una obra de
su juventud, realizada cuando la noche gomecista llegaba a su fin. Este
esfuerzo intelectual fue una reserva que se activó tras las muerte de Gómez, con
lo cual las fuerzas democráticas de la cultura se expandieron con la llegada al
país de Don Mariano Picón Salas, las Misiones Educativas Chilenas, la creación
del Instituto Pedagógico Nacional, la Escuela de Artes Plásticas en Barquisimeto, el
estallido popular y la formación de los partidos políticos modernos.
La Revista Unidad, editada en
1934, nos coloca ante el dilema de revisar la famosa frase de Picón Salas y que
reza: “Venezuela entró al siglo XX en 1936”, afirmación que de seguro no habría
compartido Don Ismael, allá en su recoleta Carora, pues su Revista era la
muestra de que había en Venezuela una luz en la oscuridad, un esfuerzo cultural
que se repitió en otras ciudades del país y que los esbirros del dictador no
pudieron acallar. Yolanda Segnini, una historiadora caraqueña ha mostrado que
entre 1909 y 1935 se editaron más de mil impresos, y estoy casi seguro que no
incluyó allí esta Revista nuestra, impresa en la remota provincia, en la
recoleta y clerical ciudad de Carora.
¿Era Don Ismael partidario de ese “mal necesario”, la dictadura de
Gómez?, ¿Habría compartido la tesis del “gendarme necesario” de Vallenilla
Lanz? No lo creo, pues no creía que fuéramos un pueblo de ineptos, tomado como
justificación del gomecismo. Recordemos que en su ciudad compartió afanes de
redención social y cultural con reconocidos antigomecistas como Chío Zubillaga
Perera, Juan Oropesa (sic), el médico Pastor Oropeza y Francisco Daniel Mármol.
Y si leemos con atención la
Revista notaremos allí
una omisión muy significativa, las loas y los panegíricos al dictador, lo cual
era muy corriente entre los áulicos de la “malhechuría”, tal como se refería
Chío Zubillaga de la dictadura.
Hemos dicho que el credo de Don Ismael era conservador. Su postura ante
el fenómeno de los cristeros mexicanos y sobre los protestantes es
decididamente reaccionaria. Decía que los protestantes eran disociadores y
antipatriotas, en tanto que exaltó a los mártires del movimiento de los criste0072os,
quienes se opusieron violentamente a la sujeción de la Iglesia por el Estado
promovida por el General Calles en 1926.
Con todo, debemos reconocer que con su imprenta hizo prodigios en la
provincia venezolana, pobre y abandonada, este hombre voluntarioso y
autodidacta, quien realizó en su Carora natal la proeza de editar e imprimir
libros en la década de 1930, cuando en la actualidad y con los medios
tecnológicos del siglo XXI nadie se atreve a hacerlo.