PEDRO CHÁVEZ "LA DRACULA" |
Fue
en enero de 1970 cuando comenzó mi amistad con Pedrito, “La Drácula”, quien ya
era ampliamente conocido en los pasillos
de la Universidad Central de Venezuela cuando yo llegué allí a mis 17 años de
edad a estudiar ingeniería. Perteneció en esa casa de estudios a su grupo de
teatro, junto al fallecido Primer Actor Gustavo
Rodríguez. Dormía en las residencias estudiantiles, donde conoció a muchos
guerrilleros de la década violenta. Sus
lugares favoritos eran las piscinas, la Federación de Centros, y por supuesto,
el comedor universitario. Todos creían que era un aventajado estudiante
universitario, pero en verdad apenas sacó el sexto grado en la Escuela
Contreras de Carora. Su gestualidad y tono de voz lo hacían aparecer como un
miembro más del alma mater caraqueña.
Eso sí, vendía cualquier cosa que se le pusiera en las manos, tales como
revistas de la Cadena Capriles, a una de cuyas agencias yo le acompañe en
cierta ocasión.
Cuando
cerraban el comedor universitario comenzaba nuestro sufrimiento y penurias. Fue
allí cuando se nos ocurrió pedir dinero “para la guerrilla” con unos potes a la
entrada de la UCV por la puerta de Plaza Venezuela. En cierta ocasión Rafael
Caldera, presidente de la republica entonces, dijo en su programa televisivo
que para entrar a esa casa de estudios había que pagar una suerte de peaje. El
allanamiento militar estaba cerca de producirse junto a la defenestración del
digno rector Jesús María Bianco.
Cuando
ese doloroso e injusto hecho sucedió nos fuimos a estudiar a la Universidad de
Los Andes. Mi sorpresa fue mayúscula, pues allí estaba Pedrito acomodado en una
residencia estudiantil con Raulito Adrianza, Alirio Camacaro, Arnoldo y Jesús
Cortés, Nelson Martínez, Juan Querales y
Héctor Ávila. Como había sucedido en la UCV, rápidamente se une al grupo de
teatro emeritense. Es el momento en cuanto logra notoriedad haciendo el papel
de El Guaco, en una obra de Carlos Contramaestre llamada “Cabimas, Cabimas
carroña vidriosa”.
Tenía
cierta sensibilidad por la poesía y los valores estéticos, los que a fuerza de
vivir en dos ilustres universidades adquirió. En cierta ocasión me pronunció de
memoria La balada de Hans y Jenny, del poeta y humorista Aquiles Nazoa. Y fue
precisamente ese bello poema el que recita cuando lo vi por última vez en un
acto cultural en las Librerías del Sur en Carora,’
y
cuando ya mostraba los signos de la ceguera que le ocasionó lentamente la
diabetes.
No
era un sin oficio. No, pues tenía la labor de Jesucristo, la carpintería. De
esa ocupación vivió largos años en Barquisimeto en un negocio que montó al lado
de El Portal del Chivo. Allí le visitaban con regularidad Miguel Aldana,
Ricardo Pereira y Carlos Cortés con la finalidad de reírse de sus magnificas
ocurrencias y chistes.
No
era exactamente caroreño, pues su heredó el apellido merideño, Montilla, de su
madre, a la que conoce su padre en un tour
de force que realizó a Timotes junto al padre de El Negro Chávez, el
popular Cúchare. De los Andes vinieron comprometidos en matrimonio estos
populares caroreños de tiempos ya idos.
Como
Cronista de Carora me había propuesto hacerle una buena entrevista, pero la
fatalidad del fin de la existencia me ha hecho hacerle este reconocimiento post morten a esa existencia trashumante
y de intensas correrías por el país. En conversaciones informales me decía que
muchas de sus picantes e increíbles anécdotas eran producto de la invención y
de la enorme capacidad ficcional de los caroreños. “No era cierto que papá me
dijo que no me ajuntara con El Drácula. No era cierto que le di un paltozaso
con un ladrillo en uno de los bolsillos a un tipo en un templete de las Ferias
del Sol en Mérida y lo cual lo tiró de rollito desmayado.”
En
la serrana ciudad se enamora perdidamente de una tal Arelis, actriz nativa de
Santa Bárbara del Zulia y quien le acompaña en el elenco teatral merideño. Era
una mujer en extremo hermosa y extrovertida, la que sin embargo se enamora del
director del Grupo teatral, el dominicano Rómulo Rivas. Cuarenta años de aquella peripecia amatoria
seguía recordándola con verdadera pasión.
Viendo
acercarse el ocaso de la existencia se viene a Carora. Me decía que le tenía
mucho miedo a la vejez, circunstancia de la vida que no conoció, pues siempre
fue un joven sin ganas de ponerse anciano nunca. En sus vistas postreras a mi
Oficina se quedaba dormido aquel hombre que practicó con vehemencia y ahínco la
bohemia y la recitación. Estaba perdiendo facultades inexorablemente aquel
sujeto que tenia fama de gozar una enorme potencia sexual y que era capaz de soltar
unas flatulencias verdaderamente rabelesianas.
Pedrito,
fuiste mi seguro y cordial amigo, que me condujiste con tino y acierto por la intrincada
vida caraqueña a finales de mi adolescencia, por ello agradecido te he escrito
estas líneas de despedida cuando se acercan las fiestas de San Juan, un día
siete de julio de 2017.