Este científico extraordinario, inteligente, magnifico divulgador de la ciencia a
través de su serie televisiva Cosmos,
partió prematuramente de la vida terrenal a los 62 años en la patria adoptiva
de sus padres ucranianos: Estados Unidos. Allí nace en 1934 este jovial hombre
que hizo de su batalla contra la pseudociencias, de los errores y las mentiras
la singladura de su intensa vida. Se trata de los prejuicios y actitudes
preconcebidas, los ídolos de la
tribu, de la plaza, del teatro, de la caverna y del mercado contra los cuales
nos advirtió Francis Bacon hace cuatro siglos en su Novum Organon.
Tengo
entre mis manos unas de sus obras señeras:Los
dragones del Edén,El cerebro de Broca,en donde nos advierte preocupado por
el renovado interés que se observa en Occidente por doctrinas ambiguas, anecdóticas
y a menudo manifiestamente erróneas que revelan una desidia intelectual, una
endeblez mental y una dispersión de energías poco prometedoras de cara a nuestra
supervivencia. Ya lo advertía quien
escribe a propósito de un libro descaminado y delirante que se hizo un Bestseller
hace unas décadas: El retorno de los
brujos.
Sagan
se refiere a el famoso Triángulo de las Bermudas que devora buques y aviones;
la astrología; los objetos volantes no identificados; la creencia de
astronautas que vivieron en la antigüedad, la fotografía de espectros y
fantasmas; la piramodología, que sostiene la peregrina idea de que una
flor se marchita muy lentamente si la
cubrimos con una pirámide de cartón; la escientología; la
“cara en Marte”;las auras y la fotografía kirliana; la vida emocional y
preferencias musicales de los geranios; la cirugía psíquica; los modernos
augures y profetas; el doblamiento a distancia de cuchillos; las proyecciones
astrales; el catastrofismo velikovskiano; Atlantis y Mu; el espiritismo; y la
doctrina de una creación especifica del hombre por un dios o dioses.
Fue Sagan defensor a ultranza de lo
que llamó ese “maestro despiadado”, esto
es, el método científico, y un escéptico notable, así como un gran acusador de
la cultura del secreto, a la que tildó de incompatible con la democracia y con la ciencia. Una de sus más
célebres sentencias es la de que “la
metafísica no tiene laboratorio”.
Se lamentaba amargamente de que el
escepticismo (duda de lo que es aceptado como realidad), sus herramientas, no
suelen estar al alcance de los ciudadanos de nuestra sociedad. Casi nunca se
menciona en las escuelas norteamericanas, ni siquiera en la presentación de la
ciencia, su más ferviente practicante, aunque también el escepticismo surge
espontáneamente de las decepciones de la vida cotidiana. Nuestra política,
economía, publicidad y religiones (nuevas y viejas) están inundadas de
credulidad. Los que tienen algo que
vender, los que desean influir en la opinión pública, los que mandan- podría
sugerir un escéptico- tienen un interés personal en no fomentar el
escepticismo.
Sagan nos habló de muchas falacias o camelos: falacia contra el hombre, o
sea: atacar a la persona y no a sus ideas; falacia del argumento de autoridad;
falacia del llamado a la ignorancia; falacia de la pregunta sin sentido;
falacia de la exclusión del medio; falacia del corto plazo; falacia del hombre
de paja; falacia del terreno resbaladizo; falacia de las palabras equivocas,
entre otras engañifas.Conocer la existencia de estas falacias retóricas y
lógicas completa nuestra caja de herramientas, agrega Sagan, quien afirma: “Como todas las herramientas, el equipo
de detección de engaños, noticias falsas, puede usarse mal, aplicarse fuera de
contexto o incluso aplicarse rutinariamente como alternativa al pensamiento.
Pero si se aplica con juicio, puede marcar toda la diferencia del mundo, y nos
ayuda a evaluar nuestros propios argumentos antes de presentarlos a otros”. No
resulta gratuito que otra obra suya que hemos consultado: El mundo y sus demonios, se subtitule: La ciencia como una luz en la oscuridad.
Sagan no solo nos enseñó de manera magistral los misterios del cosmos, las galaxias y de su favorito, el planeta
Marte, sino que nos indicó alarmado de los graves peligros que corre la humanidad
al no emplear de forma cotidiana y correcta el escepticismo y la critica, bases
del pensamiento moderno. El pensamiento científico es necesario para
salvaguardar nuestras instituciones democráticas y nuestra civilización técnica,
sentenciaba. Y lo más importante y hermoso de su pensamiento es cuando proclamó
que la ciencia no destruye la espiritualidad.